Capítulo 2

Lo prometido es deuda

 

Eran más de las once de la noche, y el salón del club de striptease masculino, Olimpvs, estaba a oscuras. El perfume femenino flotaba en el ambiente, mezclándose con el humo de tabaco y con la excitación de ver a la estrella de la noche bailar para ellas. De pronto, una tenue luz anaranjada iluminó el escenario, y todas las mujeres empezaron a gritar cuando, el adonis de cuerpo esculpido, se situó bajo esta, cubierto con una bata de satén con capucha de color cava que, refulgía como el oro bajo aquella bombilla. Segundos más tarde empezó la música, y James procedió, desnudándose lentamente y de forma sensual, al ritmo de los acordes. Sus movimientos eran de lo más provocativos, y las expresiones de su cara hacían que todas deseasen tocarle. Movía las caderas hacia adelante y hacia atrás, haciendo brillar su piel, quitándose una prenda, otra y otra, y otra más.

Las mujeres de las primeras filas se empujaban las unas a las otras para estar lo más cerca posible del dios del erotismo. Estiraban los brazos para llegar a él, para dejar billetes en el elástico de su ropa interior, o simplemente para acariciar su piel. Él se mordía el labio inferior, sonreía o guiñaba un ojo de vez en cuando.

Megan no quiso mirar el espectáculo, de hecho nunca lo había hecho. Cuando su mejor amigo salió a escena, ella se giró y se apalancó en el sofá del salón.

—Exhibicionista... —murmuró graciosa al escuchar a las mujeres chillar aún más escandalosamente.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Hay que admitir que no por nada es el mejor.

Randy se dejó caer a su lado, haciéndola botar en su asiento. Megan abrió los ojos para mirarle, pero se cubrió la cara con las manos, fingiendo estar, completamente avergonzada, al darse cuenta de que sólo llevaba un diminuto y ceñidísimo tanga de cuero rojo con cremallera que cubría lo mínimo.

—Randy, por favor, ¡tápate!

—Oh, vamos, pequeña... —decía él, levantándose con una expresión simpática mientras sujetaba sus muñecas, le apartaba las manos de la cara y movía las caderas de lado a lado frente a ella.

Los chicos se sentían a gusto en su presencia. A tal punto que, a veces, incluso le preguntaban cómo les quedaba el traje de la actuación o le pedían que les ayudase a untarse el cuerpo con pinturas, aceites o autobronceadores. Y, al contrario que otras mujeres, ella no se sentía incómoda al verlos paseando por ahí, medio desnudos, o saber qué hacían cuando se metían con chicas en la que llamaron «S-Room». Megan había estado desde la adolescencia con esos chicos y se sentía «uno» más del grupo.

La actuación de James terminó unos minutos después. Al volver al saloncito tenía la piel brillante, llena de perlas de sudor y respiraba pesadamente. Gary, el dueño del local, sabía que era el mejor, y siempre se encargaba de sacar a la estrella de la noche en los momentos clave, sobre todo cuando había clientas VIP, por lo que, esa noche iba a ser agotadora.

—Estoy molido... —se quejó.

Megan se levantó, cubrió sus hombros con una toalla y se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.

—Pues descansa un rato. Yo me voy. Mañana no trabajo y quiero aprovechar para dormir hasta el mediodía, que luego tenemos la fiesta de tu hermana y quiero estar descansada.

—Quédate un rato más... Después podemos ir a tomar algo.

—Sí, eso, Megan. Quédate. Luego te llevamos a casa.

—Querrás decir que os llevaré a casa —dijo empezando a alejarse de ellos.

Antes de llegar a la puerta se dio la vuelta. Se echó a reír al ver la estampa del salón: tres chicos, prácticamente desnudos, suplicándole con la mirada que no se fuera.

—Está bien. Pero esta vez me lleváis vosotros. —Advirtió, señalándoles con el dedo—. Estoy agotada del hospital y no me apetece tener que conducir tarde de camino a casa...

—¡Hecho!

Las botellas de cerveza se acumulaban, vacías, a un lado de la mesa, junto a los vasos de tequila que habían ido bebiendo. TJ, Randy y Axel daban cabezadas en los asientos de cuero negro mientras Megan y James se miraban fijamente y en silencio, llevándose a los labios, un chupito tras otro.

—Te apuesto cien dólares a que no puedes aguantar mi ritmo.

—Cien... ¿Crees que aún soy una niñita? ¡Que sean doscientos! —retó ella, levantando la mano con otro vasito.

James sonrió con autosuficiencia. Ella no solía tolerar demasiado bien el alcohol y si con lo que habían bebido, tres de sus amigos ya estaban K.O., daba por sentado de que ella no podría con un solo trago más.

Perdió, como era evidente. Después del primer sorbo tuvo que parar. Se apoyó en las piernas de Axel, completamente mareada, y cerró los ojos, balbuceando algo como que no se relajase demasiado porque estaba a punto de ganar, lo que, por supuesto, había estado lejos de pasar.

—Eres una floja, cariño.

El camarero ya los conocía de otras veces y supo que no conducirían en ese estado, así que llamó a un conductor sustituto para evitar que tuvieran un accidente. Éste no tardó demasiado en llegar, algo que el stripper también agradeció, dada la cantidad de alcohol que había consumido.

Al llegar al apartamento de Megan, James la llevaba en brazos. Ya era casi una costumbre llegar juntos al piso de uno o del otro. Cuando bebían más de la cuenta siempre era ella la que les acompañaba a casa, y la que peleaba con ellos hasta poderlos dejar en sus camas. Pero ahora era el turno de Megan ser cuidada por sus amigos, o al menos por uno de ellos.

James la llevó al dormitorio y la dejó caer, sin tacto alguno, contra el colchón, pero ella ni se inmutó, solo se acomodó sobre las sábanas y siguió durmiendo.

—Eres un desastre —rió.

Le quitó el calzado y los calcetines, la arropó y le dio un beso en la mejilla antes de tumbarse a su lado en la cama.

Como siempre que se hacía tarde, también esa noche dormirían juntos.

 

Tenía trece años cuando sus padres murieron, el padre por una infección de oído y la madre por culpa del alcohol, con una horrible depresión por verse sin el amor de su vida. Megan se quedó completamente sola ya que, ni sus tíos ni sus abuelos quisieron hacerse cargo de una adolescente. Pero los Holden no iban a dejarla desamparada, era la mejor amiga de Emma y bastante mal lo había pasado durante todo un año como para que ellos también le dieran la espalda. Pero por más que tratasen de convencerla, Megan se negó en redondo a mudarse con ellos. Ella estaba bien aun sin sus padres, sabía cuidar de sí misma y quería seguir viviendo donde lo había hecho desde que nació. Durante un tiempo fueron a asegurarse de que no le faltaba de nada, pero Megan era realmente madura para su edad y no requería demasiadas atenciones, todo lo contrario que James y Emma, que siempre peleaban, que siempre tenían caprichos nuevos o que siempre tenían con lo que darles quebraderos de cabeza.

Un par de años después Emma estaba empeñada en mudarse a Miami con sus tíos y, a pesar de que Megan se quedaba sola, se negó a ir con ella sin importar lo mucho que le insistiese, de manera que, cuando ésta se marchó volvió a quedarse sola. Fue entonces cuando James decidió pegarse a ella como una lapa y no dejarla sola ni a sol ni a sombra. Dondequiera que fuera, Megan debía ir con él, y dondequiera que fuera ella, él iba detrás. Y así fue como terminó por ser un miembro más de su pandilla de locos y la inseparable mejor amiga de James.

 

Pasaban de las once de la mañana cuando James se dio cuenta de que habían llegado tan borrachos como para acostarse sin siquiera ponerse un pijama.

Megan tenía la cara pegada a la almohada y la boca entreabierta en una expresión tan adorable como graciosa. Se agachó a su lado y le apartó el pelo de la cara.

—Si te dijera que duermes así no me creerías —dijo sacando el móvil para hacerle una foto. Luego le dio un beso en la frente y salió de la habitación.

A parte del género y el oficio, la única diferencia reseñable que había entre ella y los chicos era su obsesión por la puntualidad, lo en serio que se tomaba el llegar a tiempo a los sitios, así que se le ocurrió algo con lo que molestarla. Hacía poco que su hermana había vuelto a Los Angeles. Y menos aún que ella y su recién estrenado marido se habían enterado de que, en pocos meses, serían padres, así que habían estado organizando una pequeña fiesta de celebración a la que, evidentemente, todos estaban invitados. Esa fiesta empezaría a la una, y para ello faltaban solo dos horas.

Con todo el cuidado que pudo bajó las persianas para dejar el dormitorio completamente a oscuras, la cubrió con la suave sábana para que estuviera aún más cómoda y puso su móvil en silencio para que nada la despertase.

—Que tengas un feliz descanso... —sonrió travieso, cerrando la puerta del apartamento sin hacer el menor ruido.

Eran más de las tres cuando un enorme estruendo la despertó de un sobresalto. Se sentó en la cama de un brinco, y sin entender lo que estaba pasando miró a su alrededor completamente desubicada. Megan nunca bajaba las persianas del dormitorio, le gustaba enterarse de cuando era de día y de cuando no. De nuevo los golpes que la habían despertado volvieron a sonar, pero esta vez sí pudo saber de dónde venían. No comprobó la hora, pero supo, por la iluminación de su apartamento que había amanecido, ¡y hacía mucho!

Corrió a la puerta sin mirarse a un espejo antes de abrir y se encontró de frente a James.

—Vaya, ya era hora —le dijo apoyado en el marco de la puerta—. Llevamos esperándote desde hace al menos dos horas.

—¿Dos...? —Megan levantó la mano para ver la hora en su reloj de muñeca y lo miró con espanto—. Esto es cosa tuya, ¿verdad? —señaló hacia el interior de su apartamento. —Él sonrió maliciosamente en respuesta—. Voy a matarte, James. No sabes cuánto te odio —masculló entre dientes.

Iba vestida con la ropa del día anterior, así que no era necesario perder más tiempo en cambiarse. Estiró el brazo para coger las llaves del apartamento y empujó a James para salir.

Al entrar en el deportivo del stripper bajó la visera para mirarse e hizo una mueca de desagrado al comprobar la palidez gris verdosa de su cara. Además, tenía los parpados hinchados, la mejilla derecha llena de marcas de las arrugas de las sábanas y para colmo, sin peinar.

«Yo de esta guisa y el muy puñetero tan guapo como siempre con cualquier cosa que se ponga...», pensó Megan con disgusto mirando a su amigo. En su cara no había el menor rastro de la noche anterior. Sus ojos castaños no estaban turbios, sino relucientes de malvado humor. Su pelo oscuro y su brillante sonrisa podrían lucir, en la marquesina de cualquier anuncio de cosméticos, en el sitio más vistoso de la ciudad. En realidad, tenía el aspecto de haber pasado una velada tranquila y renovadora, quizás con un relajante baño de espuma y aromaterapia, o un libro entre las manos, pero nada parecido a como había sido en realidad esa noche.

—¿Te gusto?

Antes de que ella pudiera articular palabra en respuesta se detuvieron en un semáforo y James fijó su atención en una rubia con minifalda que cruzaba, contorneándose provocativamente, al saberse observada por los conductores de aquellos coches que esperaban su turno para retomar la marcha. Megan negó al ver a su amigo babear por aquella mujer, pero hundió la cabeza entre los hombros cuando James tocó el claxon para llamar su atención. El ruido resonó en su cabeza como si la hubiera tenido hueca y, llevándose las manos a las sienes se quejó.

—¡Auch! ¿Podrías comportarte como una persona normal y no como un animal en celo? Siento que la cabeza fuera a reventarme.

—Vaya, vaya, vaya —dijo James mirándola a los ojos y acercándose a ella para darle un beso en la mejilla—, ¿así que tenemos resaca?

Esa pregunta y el tono gracioso con el que lo había dicho, le hicieron pensar en las intenciones que tenía James cuando le invitó a quedarse con ellos: ¡Seguro que había apostado con ella con la certeza de que perdería y sabiendo que su aspecto resultaría ser, con diferencia, el más impresentable de aquella fiesta!

—Cállate, ¿quieres? Estoy así por culpa tuya —dijo Megan, apartándolo con fuerza para que volviera a su asiento—. ¿Puedo saber por qué demonios os empeñasteis en que saliera con vosotros a tomar algo? Era para esto, ¿no? ¿Estás satisfecho?

—¿Acaso tenías otros planes? Qué habrías hecho hasta irte a dormir, ¿buscar qué ponerte de entre todas las prendas horribles que tienes en el armario? ¿Ver una película infumable en alguno de los canales de cable que nadie ve? —Rió James—. Si lo miras desde este otro punto de vista, en lugar de haber estado sola y aburrida... lo pasaste con todos nosotros. Tampoco es tan malo, ¿no?

Megan sabía que James tenía toda la razón.

—Ya... Así que pensaste que la mejor manera de ayudar a la pobre Megan para que no se aburriera era... ¡Claro! Llevarla a beber un tequila tras otro, hasta que muriera de coma etílico.

—Oh si... Lo que más me importaba en el mundo era, meterte una cantidad indecente de alcohol en el cuerpo, para que perdieras el norte, y así poder arrastrarte a casa y acostarme contigo —se burló James con una sonrisa.

—Vale. Supongamos que soy estúpida y creo en tu benevolencia... —Él alzó una ceja mientras retomaba la marcha—. Pero resulta que las persianas de mi habitación estaban abajo, y yo nunca las bajo... ¿La apuesta incluía hacerme dormir creyendo que aún era de noche para llegar tarde a la fiesta de tu hermana?

James contuvo la risa al ver la expresión seria que trataba de poner Megan, pero tan pronto como sus ojos se encontraron ambos estallaron en risas.

—¿Te has enfadado?

—¿A ti qué te parece?

—Oh, vamos, cariño. Sólo quería gastarte una broma.

—Cállate —murmuró ella poniéndose verde de repente y torciendo el gesto en una mueca de asco—. Cállate o acabaré vomitando los veinte litros de cerveza y tequila de anoche encima tuyo para que te veas tan horrible como yo.

Se llevó las manos a las sienes, masajeándolas en círculos, mientras James conducía en silencio hasta la casa de su hermana. Pero lo peor estaba por llegar: la fiesta. Gente, ruidos, música a toda voz y más alcohol.

Emma le había dicho que, aparte de ella y los amigos de su hermano también iría algún amigo de Adam, pero no imaginó que la casa de Emma estuviera tan llena de gente.

En la cocina había una decena de mujeres junto a Emma. Todas reían como si estuvieran hablando de algo súper divertido y Megan se sintió extraña al verse a sí misma fuera de lugar y como un bicho raro. Siguió hasta el jardín sin atreverse a saludar a su amiga y se sentó al fondo, donde Axel y Randy fumaban un cigarro de cannabis.

—Has llegado... ¿Has visto a Emma?

—Si. Está en la cocina con... No sé quiénes son.

—Pues ve con ellas. Así te las presentará y sabrás quienes son.

—Aquí estoy mejor. No me encuentro muy bien y no me apetece escucharla hablar de moda, maridos, bebés y esas cosas.

Subió los pies en el asiento de la silla, se rodeó las piernas con los brazos y apoyó la frente en las rodillas. Definitivamente estaba mejor con ellos, tanto por el dolor de cabeza, que iba en aumento con cada segundo que pasaba, como por conversaciones que, para ella, estaban fuera de lugar. Ella no tenía novio, nunca lo había tenido, así que no podía hablar con ellas sobre relaciones porque no conocía el tema. No iba de compras, así que tampoco podía afrontar una charla como esa. Podía hablar de películas, de series, de videojuegos, podía hablar de enfermedades... pero estaba segura de que de eso no era de lo que hablaban las chicas que había en la cocina con su amiga.

—Así que estás aquí... —Megan reconoció la voz de inmediato y alzó la mirada para encontrarse con una Emma con cara de pocos amigos—. ¿Conoces la vergüenza? ¿Sabes que hemos estado esperándote a la hora de comer? ¿Llegas ahora, casi tres horas después y te escondes en el jardín con esos dos porretas? Y tampoco respondías al móvil...

—Hey, hey. Nosotros no tenemos la culpa.

—Callaos. No hablo con vosotros. No tienes nada que decir, ¿no?

—Me he dormido. Bebí más de la cuenta anoche y me he dormido. Lo siento. Lo siento de verdad. —Se disculpó Megan sin saber dónde esconderse.

—Ha sido culpa mía —intervino James—. He querido gastarle una broma y he dejado su habitación a oscuras. Su móvil estaba en silencio, por eso no respondía.

—No la defiendas, James. Es mi mejor amiga. Debería haber estado aquí antes incluso de que llegase ningún invitado.

—La defiendo porque también es mi mejor amiga. Y además, porque es verdad. Aposté con ella a que no podía mantener mi ritmo bebiendo. La llevé a casa y esta mañana decidí gastarle una broma. No tenía ni idea de que te ibas a enfadar así con ella. Pero además, deberías estar agradecida de que ha venido. Hoy no se encuentra bien y aun así ha hecho el esfuerzo de venir.

—No merecéis estar aquí... Tú eres un irresponsable con todas las letras de la palabra —dijo tocando el hombro de su hermano con el dedo índice—. Y tú... A veces no mereces llamarte amiga.

Emma resopló molesta y volvió a la cocina con el resto de las mujeres que habían asistido a la celebración de su primer embarazo.

James sabía que el enfado de su hermana terminaría por ofender a Megan si se quedaba donde estaba, y se negaba a que fuera ella quien pagase los platos rotos, por algo de lo que no tenía culpa. No podía imaginar que una broma inocente fuera a llegar hasta ese punto, así que, para evitar males mayores, llevó una mano hasta la de su amiga, la hizo ponerse en pie y tiró de ella hasta la calle.

—¿Qué haces? Si Emma se entera de que nos hemos ido...

—Que se ponga como quiera. Según Adam está con las hormonas revolucionadas y lleva los enfados a otro nivel. Él se queda con ella cuando se pone así porque tiene parte de culpa en ese embarazo, y quizás a ti te dé igual que te hable así, pero yo no lo soporto. —Dijo apretando un poco más su mano—. Siento haber bajado las persianas, cariño. Esto no era lo que esperaba que pasase.

Antes de que se alejasen de la casa, el resto de los chicos del grupo salieron con las mismas intenciones que ellos: marcharse. Randy puso las manos sobre sus hombros y la obligó a caminar sin mirar hacia atrás.

—¿Cine? —propuso Axel y todos asintieron en respuesta.

Megan siempre fue una especie de protegida para ellos y, que Emma la ofendiera, o simplemente la tratase de mala manera, era como si lo hubiera hecho con todos, así que se marcharon todos.

Pese a haberse enfadado muchísimo porque Megan y los chicos se hubieran marchado de la fiesta, Adam le hizo entender que no podía seguir disgustada con ella por algo de lo que la misma Megan no tenía culpa, así que, después de la fiesta la obligó a llamarla para disculparse por el numerito que le había montado en el jardín.

Solo se había enfadado con ella una vez, el día de su boda, y la situación duró demasiado como para querer que se repitiera, y menos por su propio orgullo. Además, había escuchado algo entre los invitados y se moría por contárselo.

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