Capítulo 11

Jackie se sentía como si caminara bajo el agua. No le dio su dirección al taxista hasta que Leah se lo indicó. Estaba sentada a oscuras, consciente del calor que emitía el cuerpo de Leah, del olor de su champú y del ligero aroma a tintorería que desprendía su chaqueta. Tenía los sentidos saturados. Oía el ritmo regular de la respiración de Leah, el ronroneo del motor del coche y los latidos de su corazón.

Leah le cogió la mano y el latido de su pulso acalló los demás sonidos. Sus ojos apenas veían las luces de las calles por las que pasaban.

—¿Es aquí? —La voz de Leah parecía venir de muy lejos. Jackie miró la casa y al final respondió con voz ronca:

—Sí, es aquí.

En el portal le dio las llaves a Leah, que subió detrás de Jackie los arduos tres pisos hasta el apartamento. Al llegar al rellano, Jackie le señaló la llave para que abriera y entró la primera, deteniéndose en el umbral con las piernas temblorosas.

Leah cerró la puerta y la habitación se sumió en la penumbra. Jackie cerró los ojos con sensación de vértigo. Estaba sin aliento. Se dijo a sí misma con toda la severidad posible que no podía llorar.

—Jackie, ¿qué te pasa? —Leah le dio la vuelta suavemente en medio de la oscuridad y la estrechó entre sus brazos.

—Tengo miedo —contestó Jackie—. Te deseo tanto que me da miedo.

Leah la besó con suavidad.

—No quiero asustarte —dijo jadeando—. No te haré daño. No podría.

—No tengo miedo de ti —susurró Jackie. Tenía miedo de sí misma, quiso añadir, pero no le salieron las palabras. Creía estar preparada, pero se dio cuenta de que quizá al día siguiente no iba a reconocerse. Había sido todo tan racional, tan intelectual incluso. Pero no lo era, su deseo no tenía nada de racional. La idea de la posibilidad de elección la había abandonado en cuanto volvió a ver los ojos de Leah.

Deslizó las manos debajo de su chaqueta y se la quitó. Después buscó a tientas el primer botón de la camisa, pero al no poder desabrocharlo, gimió de frustración.

Leah le cogió los dedos.

—¿Por qué no te sientas en la cama? —le dijo en voz baja. Jackie asintió y se dirigió a la cama sin soltarle la mano.

Sus ojos se adaptaron a la oscuridad y vio la amable expresión de Leah. Se sentó y la miró. Los dedos volvieron a dirigirse a los botones de la camisa, pero no tuvo mayor éxito. Estaba aturdida. Apoyó la frente en el estómago de Leah y reprimió el llanto.

Leah le levantó la cabeza, se arrodilló delante de ella y la besó suavemente.

—Ayúdame por favor —suplicó Jackie. Le pesaban demasiado los brazos para moverlos, le dolían las piernas.

Los dedos de Leah fueron más certeros con los botones de Jackie. Le abrió la blusa de seda lentamente y le desabrochó el sostén con cuidado. Jackie se quitó la blusa y el sostén con impaciencia.

—Cuidado, te vas a enredar —empezó a decir Leah, pero Jackie le empujó la cabeza hacia atrás para acercar los pechos a su boca.

—¡Dios mío! —murmuró Jackie.

Se echó hacia atrás en la cama y la boca de Leah la persiguió sedienta, mientras se arrodillaba sobre ella y se deleitaba con sus pechos, a pesar de que le aplastaba la boca contra su cuerpo.

Jackie envolvió con sus piernas una de las de Leah y se apretó con fuerza contra su cadera. La pasión que sentía le daba miedo. No podía parar de pensar si Leah sentía la misma necesidad desesperada. Temía que su deseo generara rechazo, pero no podía detenerse. Su mente le decía que no sabía lo que había que hacer, pero su cuerpo lo sabía instintivamente.

Sus manos volvieron a dirigirse a la camisa de Leah, y, al ver que no podía desabrochar los botones, los arrancó de un tirón. Leah gimió y su boca abandonó los pechos de Jackie. Se puso de pie un momento, se quitó la camisa rota y los pantalones, y volvió a arrodillarse sobre Jackie.

Le dio la vuelta para desabrocharle la falda y bajarle la cremallera, y la volvió a poner boca arriba. Jackie estaba mareada. Le daba igual; se limitó a alzar la cadera para que Leah pudiera quitarle la falda. Oyó que se le rasgaban las medias y que su ropa caía al suelo. Se abrió de piernas y cogió la mano de Leah para guiarla hasta el ardiente calor.

Su gemido ahogó el de Leah; nunca había estado tan mojada ni tan preparada.

—Enséñame —dijo con voz ronca—, enséñame cómo se lo hacen las mujeres.

Tenía el cuerpo rígido de placer; sólo sus caderas parecían líquidas con el movimiento ondulante que respondía a la fuerza de los dedos de Leah, que murmuró algo incoherente cuando Jackie levantó las caderas hacia ella. Su cuerpo era una masa dolorosa calmada por los dedos de Leah en su interior, que se movían cada vez más rápido, cada vez con más fuerza.

Algo iba a estallar, no sabía qué. No podía soportar tanto placer; era casi una agonía. Se contorsionó para acercarse a Leah, oyó que ésta murmuraba algo en medio de su pasión y entonces lo supo: estalló con gemidos profundos y desgarradores, terriblemente primitivos, sonidos que nunca había emitido. Su cuerpo se contrajo, los pulmones estaban a punto de explotar.

Llegó a una cima que ni siquiera había sospechado que pudiera ser tan increíblemente alta. Se hundió en la cama con un sollozo y sin aliento, mientras los dedos de Leah seguían penetrándola. Sintió, con un temblor que le hizo doler los músculos, la lengua de Leah dentro de ella. Todo su cuerpo se había vuelto líquido. La lengua de Leah la recorrió y la penetró. Jackie gimoteó cuando los dedos de Leah la abandonaron, y suspiró mientras ésta le estrechaba la cadera entre sus brazos, aproximándose su humedad a la boca. Jackie se derritió en la cama, su cuerpo era un río de sensaciones en busca del equilibrio. Tuvo un momento de paz, hasta que Leah empezó a acariciarle con la lengua los sensibilizados nervios de la entrepierna. Jackie volvió a iniciar la larga escalada hacia el éxtasis, sin saber si podría llegar tan lejos como antes; le parecía imposible. Pero la boca de Leah la llevó a un punto todavía más elevado, transportándola a una nueva cumbre.

Le faltaba aire, la cabeza le daba vueltas, pero la lengua de Leah la anclaba en la realidad. Le cogió las manos y se las apretó con fuerza al tiempo que buscaba su boca. Se corrió en un momento de perfecta quietud, con los músculos en equilibrio con los de Leah, mientras veía fuegos artificiales morados con los ojos cerrados. Leah se apartó y Jackie echó la cabeza hacia atrás. Apoyó las piernas lánguidamente en los hombros de Leah y descansó, sintiendo de un modo sublime el aire que le llenaba los pulmones y la suavidad del pelo de Leah junto a su muslo.

Leah tembló mientras se enfriaba la fina capa de sudor que le cubría la espalda. Sharla nunca la había necesitado de ese modo. Constance había sido exigente, pero siempre controlada. Y, hasta ahora, no había conocido a nadie más. Hasta que Jackie la puso casi al borde de las lágrimas. Quería concentrarse en Jackie, pero el recuerdo de Sharla se interponía. ¿Cómo podía evitar pensar en ella? ¿Hacía mal en compararlas? Sharla y ella habían ido construyendo la comunicación sexual poco a poco, buscando la una en la otra las necesidades que configuraban su pasión. Tardaron varios años en conseguir una vida sexual asombrosamente poderosa, pero muy diferente de lo que sentía en ese momento, con los dedos y la cara cubiertos del aroma de Jackie. Temía haber ido demasiado lejos y demasiado rápido, pero Jackie la había sorprendido con las tremendas contracciones de su cuerpo, obligándola a meterse en ella, pidiéndole cada vez más hasta hacerla dudar de poder seguirla.

Estaba agotada y se habría dormido, dejando el momento de perfección de poseer a Jackie tal como estaba, pero su cuerpo le recordó sus propias necesidades y las reprimió, pues no sabía lo que Jackie estaba dispuesta a hacer. Parecía dormida. De pronto Jackie se movió y exhaló un suspiro largo y profundo.

—Gracias —dijo; su voz llegaba lentamente a los oídos de Leah—. Así que esto es lo que me perdía.

—Lamento haber sido tan cruel aquel día…

—¡No lo lamentes! Ay, Dios, no lo hagas.

Leah quiso decirle que no era una amante muy experta y que tenía unas sensaciones totalmente nuevas. Y que estaba asustada. ¿Debía decirle a Jackie que deseaba hundir otra vez el rostro entre sus muslos y quedarse allí, que deseaba como una loca que los dedos de Jackie la penetraran, que estaba dispuesta a cederle todo el poder del mismo modo que Jackie se lo había cedido a ella? Es demasiado pronto, era un salto demasiado largo.

El temor la obligó a ser cauta y intentó hacer una broma.

—¿Ya se te ha ido el gusanillo que tenías dentro?

Jackie se quedó callada y buscó la mano mojada de Leah para acercársela a la boca. Le recorrió lentamente la palma y el índice con la lengua, y le apoyó la mano sobre el pecho.

—Quiero que se quede dentro toda la vida.

Leah tembló mientras las caderas de Jackie empezaban a trazar pequeños círculos, al compás de la mano de Leah que le acariciaba el pecho. Cerró los ojos y aspiró el aroma de Jackie, que se incorporó y la puso de espaldas.

Cogió a Leah entre sus brazos con un beso largo y sensual. Le acarició los pechos. Sus labios abandonaron la boca para juguetear con los pequeños pezones erectos. Leah sentía las caricias en cada uno de sus nervios, olvidándose de todas las demás sensaciones. Casi no oyó a Jackie que le preguntaba con un susurro:

—¿Te gusta así?

—Sí, mucho —murmuró Leah. Miró abajo y sintió una oleada de pasión al ver la boca de Jackie sobre sus pechos.

Jackie levantó la cabeza ligeramente.

—Me lo dirás, ¿verdad? Si te hago algo que no te guste. Leah asintió, incapaz de articular palabra, y cabeza de Jackie a sus pechos. Cerró los ojos y arqueo la espalda mientras dejaba que el exquisito jugueteo aplicara una capa tras otra de pasión sobre su cuerpo tembloroso. La boca de Jackie se volvió exigente, sus caricias, frenéticas, y las caderas de Leah respondieron con una sacudida.

Jackie volvió a levantar la cabeza y Leah contempló su mirada ardiente.

—¿Está bien así? —Se relamió los labios—. ¿Puedo… puedo…? Quiero…

—Su mirada recorrió el cuerpo de Leah.

Leah se apoyó sobre el codo y le acarició el pelo, recorriendo las ondulaciones donde empezaba la trenza. Posó la mano sobre la garganta de Jackie cuando ésta le besó el muslo. Le empujó suavemente la cabeza, intentando expresar sin palabras que quería que Jackie la saboreara.

.Jackie asintió ligeramente con los ojos cerrados. Leah vio que acercaba la boca a su sexo y oyó un gruñido hambriento. Se deleitó ante la imagen del hermoso cuerpo de Jackie curvándose sobre el suyo, el pálido color crema de su garganta junto al tono más oscuro de sus propios muslos. Los brazos de Leah se rindieron, se echó hacia atrás y sintió qué Jackie la estrechaba con más fuerza entre sus brazos.

Jackie empezó despacio, pero cada vez con mayor seguridad. Cambió de posición y mantuvo las piernas de Leah separadas, mientras exploraba con la lengua pliegues y ondulaciones hasta hundirse en la fuente de la humedad. Insistió hasta que Leah levantó las caderas y gimió; entonces le metió la lengua más profundamente, sujetándola con una fuerza aplastante. Leah dio un respingo y reprimió el grito que embargaba su pecho. Jackie movía las caderas a medida que el cuerpo de Leah se tensaba una vez, dos… y la tercera con suficiente fuerza para soltarse del abrazo de Jackie y pintar sus párpados con un relámpago carmesí. No estaba preparada para sentir los dedos de Jackie deslizarse dentro de ella. Gimió.

—No puedo.

—Quiero volver a saborearte mientras te hago esto —susurró Jackie.

Sus dedos se movieron lentamente y la lengua se convirtió en la más suave de las caricias.

—No creo que pueda. Es que… normalmente con uno ya me basta… —

Leah intentó echarse a un lado, pero Jackie retuvo sus piernas temblorosas y débiles con facilidad. Leah cedió; estaba demasiado débil para luchar y tampoco quería defraudarla.

—Iré despacio —dijo Jackie. Su lengua volvió a acariciar a Leah mientras los dedos se movían lánguidamente—. Sólo quiero saborearte y sentirte. Leah se enderezó para mirar a Jackie, que tenía los ojos cerrados, al aparecer con toda su concentración dedicada a la sensación de los dedos al tocarla y en el sabor de Leah en la lengua. Tenía una expresión extasiada, hambrienta, y Leah volvió a inflamarse de deseo. Y vio que Jackie se detenía, consciente de la bienvenida húmeda que le daba Leah. Jackie sonrió por su éxito sensual y sus caricias se volvieron más firmes. Leah se entregó a las suaves exigencias de Jackie y vio, para su sorpresa, que respondía otra vez, no con tanta vehemencia, sino con una conciencia absoluta de todo lo que le hacía Jackie y de su inconfundible placer.

Jackie tapó a las dos con las sábanas, o mejor dicho con lo que encontró, pues la cama estaba totalmente deshecha.

—¿Estás bien?

Su propia voz le sonó diferente; menos entrecortada y un poco más grave. Adulta. Leah acercó las caderas hacia ella.

—Muy bien. Muy cómoda.

Jackie apoyó el brazo sobre las costillas de Leah y le besó suavemente la espalda.

—Yo también.

Cayó en un sueño ligero en el que pudo dirigir sus pensamientos hacia las últimas horas, para que los momentos intensos y la calma de la satisfacción volvieran a filtrarse por su cuerpo. Estaba plenamente satisfecha, y, al mismo tiempo, llena de energía. Pese al cansancio, tenía la sensación de que podía correr una maratón con los músculos y la resistencia intactos. Era como si por fin hubiera descubierto la fuerza de su cuerpo y lo que ella era capaz de sentir y de dar.

«Es sorprendente», pensó mientras se dormía. Era la fuerza de amar a una mujer. Hundió una sonrisa en el hombro mullido de Leah. ¿Era el amor o la mujer?, se preguntó. ¿O las dos cosas?