***

Cuando vi a Victoria tan abatida al principio pensé que era culpa de aquel barbudo sinvergüenza que se iba con ella a los cuartos de baño como cualquier punki de bareto cutre. Luego me contó lo agobiada que estaba con su trabajo y lo de la cita anodina con Jean y me arrepentí un poco de haber pensado mal del Barbas. Acepté ir con ella a donde quiso llevarme. Estábamos bebiendo cócteles y hablando mal de los hombres, y al final había conseguido que se animara un poco contándole anécdotas un tanto exageradas sobre mis experiencias de juventud. Ella se reía a carcajadas mientras chupeteaba la cereza de su cóctel. Yo me había puesto los shorts vaqueros, las botas y una camiseta de Elvira.

—Te lo juro, Victoria. El tío me invitó a un barquillo de nata mientras se bebía un whisky detrás de otro y yo le miraba toda indignada. Y el tío ni enterarse.

En el interior del local había una luz agradable, tenía lámparas de paja y había algunos borrachos cantando en el karaoke, unos tipos con flores hawaianas en el pelo y collares de flores. Supuse que estaban de despedida de soltero. Si la noche se daba bien, igual ligábamos y todo. No es que pasáramos desapercibidas precisamente. Las francesas son guapas, pero no saben sacarse partido, Vicky y yo sí.

Entonces se abrió la puerta y le vi.

Fue estúpido que el corazón me diera un brinco, pero no lo pude evitar. Estaba… era… bueno, era Crowley y con eso bastaba y sobraba. Iba escoltado por Will, El Barbas.

—No me lo puedo creer.

Me di la vuelta, como si así pudiera desaparecer a sus ojos.

Crowley vino directo a nosotras y le puso una corona de plástico en la cabeza a mi hermana.

—Felicidades, ¿cuántos cumples, quince?

—Quince más diez —respondió Victoria echándome una mirada nerviosa—. Para tranquilidad de Will.

Será posible. Qué mentirosa. Qué puñetera mentirosa. Sonreí a mi hermana con cara de ir a asesinarla. Se levantó para saludar al Barbas y Crowley se volvió hacia mí, acodándose en la barra y poniéndome una rosa de tela en la oreja.

—Ha tenido que invitarnos tu hermana… —me dijo arqueando una ceja—, si no ni nos enteramos.

—Ya… ¿de qué? ¿De que es su cumpleaños? —Me coloqué bien la flor y le miré de reojo—. Pues aprovecha, que como es su cumpleaños nos invita —dije, lo bastante alto como para que nos oyera.

Además se había puesto un año de más. Aún no había cumplido los veinticinco la muy bruja. Saludé a Will, El Barbas, que me sonreía desde debajo de las gafas de sol, colocándole la corona a Vicky y enseñándole algo que llevaba dentro de una enorme bolsa negra. Luego sacó un peluche rosa aberrante y una tarjeta y se los dio sin ceremonia alguna. Victoria puso una cara de idiota que me provocó vergüenza ajena.

—Por Dios… —murmuré, llamando al camarero, un cachas rubio y anodino con cara de anuncio. De cualquier anuncio—. Ponme otro destornillador, pero con doble de vodka, anda, niño.

Entonces Crowley me puso la mano en la mejilla y me hizo volver el rostro. El beso fue intenso, corto y con lengua. Se me hizo un nudo en el estómago. En realidad, me había preguntado si debía saludarle con un beso cuando le vi llegar. Una parte de mí lo habría hecho, pero me lo había negado a mí misma. Ese era el puñetero don que tenía Crowley, me daba las cosas que yo deseaba pero me prohibía a mí misma.

Me soltó y se apartó actuando como si nada, echándose hacia adelante en la barra para llamar la atención del camarero.

—Un whisky doble con hielo.

Me quedé mirándole de reojo mientras pedía su bebida, y luego aparté la mirada. Me había ablandado por dentro. Ni siquiera me importaba la mentira de la zorra de mi hermana. En el fondo me moría de ganas de verle.

—Claude me ha contado que estuvisteis hablando sobre cría de caballos. ¿Qué clase de trola le metiste, eh?

Me di un trago de mi nueva bebida. Me sentía rara, aquel encuentro había sido inesperado y tenía todas las defensas bajas, las alertas por los suelos y la sensación de no controlar nada.

—Ninguna en absoluto. —El camarero dejó el vaso de whisky sobre la barra y Crowley lo cogió. Estábamos cerca, y ahí estaba de nuevo esa vibración que parecía calentar el aire entre los dos—. Creo que nunca he sido tan honesto con un completo desconocido.

Dio un trago y me miró de arriba abajo con descaro, esbozando esa maldita sonrisa de canalla que hacía arder bragas a su paso.

—¿Cómo está yendo la exposición? He leído que ha sido un completo éxito, aunque no me extraña, has hecho un trabajo impresionante.

—No sabes el trabajo que he hecho. ¿Y si solo me hubiera sentado a decirle a la gente lo que tiene que hacer?

Sonrió con un gesto misterioso, dando otro trago de su whisky.

—Eso también debes hacerlo muy bien… sentarte y dar órdenes a los plebeyos. Pero yo sé reconocer tu mano, te he visto trabajar… y eso sin contar con que serías incapaz de tener las manos quietas delante de piezas como esas. Eres una mujer de acción, no solo diriges, batallas al lado de tus soldados.

Cierto, él me había visto trabajar en su casa, pero las cosas no eran igual en el museo. En su casa no tenía prisa ni obligaciones, solamente… tiempo y ganas. Pero no quería pensar en eso. Aquellos días se veían cada vez más brillantes, más idealizados en mi recuerdo, pero siempre acompañados del amargo sabor de la traición, de la desconfianza. Crowley se rindió demasiado pronto, no supo esperar. Ahora estaba dispuesta a obligarle a demostrar que era capaz de esperar y de no rendirse.

—Ya, has reconocido mi mano en las piezas, ¿no? Sinceramente, creo que puedes usar algo mejor para ligar, cariño.

Sonreí y me giré a medias en el taburete, volviéndome hacia la gente mientras le miraba de reojo. Mi hermana estaba cuchicheando con Will, abrazando aquel estúpido peluche con ilusión contra su pecho.

—Además, piensa que hoy no estás en una situación ventajosa que digamos. Mira la cantidad de gente que hay aquí. Esos tíos, por ejemplo, estarían encantados de que mi hermana o yo les hiciéramos un poco de caso.

Precisamente entonces un par de ellos se volvieron hacia nuestra posición. Les sonreí con descaro. Luego volví a mirar a Crowley. Iba a añadir algo más cuando estallaron los aplausos al terminar el último atentado musical de unas cuantas chicas de la despedida de soltero y de pronto los focos cayeron sobre nosotros. Mi hermana me puso un micro en la mano y El Barbas le dio el otro a Crowley.

—¿Qué cojones es est…?

Me interrumpí al darme cuenta de que se me escuchaba en todo el bar.

Alcé las cejas y suspiré. Otra encerrona. Iba a hacer pagar por esto a Victoria durante días. Menos mal que me habían pillado bebida, si no habría corrido la sangre. Me tragué el resto del destornillador; me iba a hacer falta.

*

Miré a los borrachos de la despedida de soltero. La mayoría tenía las mejillas sonrojadas y la nariz del mismo tono, claro signo de su patética embriaguez. Algunos llevaban ya tanto rato de juerga que tenían manchas de sudor en las camisetas, otros llevaban faldas y collares hawaianos. ¿Esa era mi competencia? Aquello no podía considerarse ni un juego de niños. Pero Alexandra quería que luchase por su atención y eso pensaba hacer.

Entonces comenzó a sonar Lay all your love in me[2] de Abba y los focos nos apuntaron. Me plantaron un micro en la cara. Aquello iba a ser pan comido, la hermanita y mi querido Elathan se habían aliado conmigo. Les habría dado un beso a los dos en ese mismo instante, pero la música estaba sonando y ya había cogido el micro, volviéndome hacia Alexandra y tendiéndole una mano mientras caminaba de espaldas hacia el escenario del karaoke. Ella me siguió sin aceptar mi mano, mirando con odio ardiente a Will y a su hermana, que estaban partiéndose de la risa apoyados en la barra.

Al cantar no puse la voz de falsete que tal vez todo el mundo esperaba, y ni siquiera leí la letra en la pantalla. Canté con mi propia voz, con la mirada fija en Alexandra mientras la invitaba a subir al escenario.

I wasn't jealous before we met, now every man I see is a potential threat. And I'm possessive, it isn't nice…[3]

Los borrachos se abrían a nuestro paso como aguas mesiánicas y alguno que intentó tocar a Alexandra se llevó un manotazo desdeñoso por su parte.

It was like shooting a sitting duck… —Comenzó a cantar ella—. A little small talk, a smile and baby I was stuck.— Hizo un gesto con los dedos al pronunciar «stuck», fingiendo que se pegaba un tiro, mostrándose muy enfadada consigo misma mientras me miraba de reojo—. I still don't know what you've done with me. A grown-up woman should never fall so easily...[4]

Desde la barra Will y Victoria comenzaron a jalearnos.

La única vez que había escuchado cantar a Alexandra fue cuando me colé en su baño mientras se duchaba, estaba canturreando, y no se parecía mucho a lo que estaba haciendo ahora. Me pregunté si habría algo que se le diera mal, y si habría algo que se nos diera mal hacer juntos, porque nuestras voces se acoplaron a la perfección en el estribillo. Los escenarios siempre me han envalentonado, pero en ese había una conexión muy real. Mientras seguía la letra sin mirar a las pantallas no dejaba de caminar alrededor de Alexandra, con gestos a veces suplicantes, otras rabiosos, con los que me volvía y apartaba a los borrachos sin siquiera tocarlos, o miraba a las chicas como buscando su comprensión. Pero mi atención volvía irremediablemente a Alexandra, a la que intentaba atraer hacia mí con el consecuente y teatral rechazo y mi lógica desesperación.

And everything is you, and all I've learned has overturned. I beg you dear…  Don’t go wasting your emotions.[5]

La canción llegaba a su final y mis gestos eran cada vez más suplicantes, tras el último rechazo al intentar besarla, me dejé caer de rodillas y abrí los brazos, cantando el estribillo sin necesidad del micrófono, mientras ella replicaba y volvía a rechazarme como si fuera la reina del baile. Al final, presa de un arranque de rabia y valentía, me solté la melena, sacudí la cabeza y me levanté con ímpetu, agarrándola por la cintura y pegándola a mi cuerpo mientras cantábamos.

Don’t go sharing your devotion. Lay all your love on me![6] —Y con los últimos acordes de la canción, tras haber cantado esa última frase como una imposición, la besé con el mismo ímpetu delante del público, marcando bien mi territorio y dejando claras las intenciones. Y esta vez fue largo y con mucha lengua.

*

La gente se puso como loca, claro. Aplaudiendo a rabiar. Le rodeé el cuello con el brazo y dejé que me echara hacia atrás, todo peliculero. Cuando bajamos del escenario me moría de risa, llevaba el micro en una mano y la otra la tenía agarrada él, tiraba de mí de regreso hacia la barra donde mi hermana aplaudía y gritaba y Will se reía. Malditos fueran todos.

—No os creáis que esto se va a quedar así —dije, aún sofocada y pidiendo otra copa—. Os habéis pasado, mucho. Sobre todo tú.

Se lo decía a mi hermana. Le puse el micro en la mano y les quité la carta de canciones, llevándome a Crowley a un lado. No le había soltado la mano, concentrada en mi venganza contra Barbas y CandyCandy.

—Ayúdame, Crowley. Tenemos que hacerles pasar vergüenza. Pero vergüenza de verdad. Busca lo más ñoño que encuentres.

Estaba como burbujeando por dentro. La verdad es que hacía años que no me sentía así. No. No era verdad. Me había sentido así en su casa, cuando jugábamos al Scrabble o al parchís con Demona y los chicos de la banda, cuando salíamos al bosque y me escapaba corriendo después de empujarle por una pendiente, o aquella vez que le até a la cama mientras dormía y le pinté entero con carmín, pasta de dientes y rotuladores.

—No me dais ningún miedo —replicó Victoria tras mirar a Will con cara de cordero degollado y recomponerse a marchas forzadas.

Debió ver la cara de psicópata de Crowley cuando se inclinó para susurrarme el nombre de la venganza, porque se puso lívida. Su cara de miedo era legendaria al mirar a Will cuando comenzaron a sonar las primeras notas de piano de Let it go, la canción de Frozen. Casi me arrepentí, pero no.

—Qué hijos de puta… —soltó en un exabrupto que se escuchó en todo local. Abrió mucho los ojos y se tapó la boca con las manos al darse cuenta de que todos la habían oído.

Me tuve que tapar la boca yo también porque me partía de risa. Que le dieran por culo. Eso por cabrones. Will se pasó la mano por la cara como si fuera algo horrible, pero por debajo se estaba riendo. No obligó a mi hermana a ir al escenario, le tenía el brazo sobre los hombros y así la tenía atrapada para que no huyera y le dejara solo, pero tampoco le hizo pasar vergüenza en el escenario, cosa que me fastidió un poco.

—Tu amigo no es tan suelto como tú, ¿no? —le dije a Crowley, apoyándome a medias en él. No le había soltado la mano.

Entonces empezó a cantar y se me cayeron las bragas al suelo. Abrí los ojos como platos, miré a Crowley alucinada y luego al Barbas.

—¿Pero qué coño?

—Es Elathan. ¿Qué esperabas?

—Algo más normal… —acerté a decir.

Me encantaba la voz de Crowley, no solo porque siempre me había gustado sino porque ahora además le tenía cariño. Pero que El Barbas enorme que parecía más payaso que otra cosa empezara a cantar así de bien, con una voz grave y llena de matices, me dejó un poco descolocada. Sobre todo porque además no parecía darle vergüenza ninguna, animaba a mi hermana y hasta le robó el chal para hacer de Elsa.

—Como si nosotros fuéramos gente normal, princesa.

—Es verdad, lo retiro.

Se me escapó la risa al ver cómo Victoria se crecía poco a poco. Miré de reojo a Crowley, sin darme cuenta me había rodeado la cintura con el brazo y yo crucé los míos sobre el suyo, apoyando el peso en su pecho. Al principio quería fastidiar a Victoria, pero verla ahí con el peluche y cantando con timidez… en fin, era mi hermanita pequeña. Me sabía tan mal dejarla sola ante el peligro que estuve a punto de decirle a Crowley que debíamos acompañarles en esto.

Pero entonces vi que Will le estaba susurrando algo al oído a Victoria, algo que le hacía reír otra vez… y luego envalentonarse más y más. Y de pronto se levantó del taburete con algo más de decisión y se apartó del Barbas para tomar el protagonismo.

Don't let them in, don't let them see. Be the good girl you always have to be. Conceal, don't feel, don't let them know. Well now they know…[7]

Él la acompañó en el estribillo, moderando el vozarrón para no pisarla, y la animaba asintiendo con la cabeza y sonriéndole. Hice una mueca de asco. No, si al final tendría que acabar aceptando aquello. Había que reconocer que el chico se lo curraba, y parecía tener una influencia buena sobre mi hermana.

A veces, Vicky se iba un poco, pero Will le había puesto el chal por encima y la ayudaba a reengancharse, y cuando ella paraba un poco para recuperar el aliento después de las partes más difíciles, se hacía cargo con todo el puto arte del mundo. Incluso se acabó subiendo al escenario con el micro agarrado con ambas manos y dándolo todo. Y cuando terminaron, la gente se volvió loca otra vez. Aplaudieron a rabiar. Yo no fui menos. Victoria le puso la corona a Will y le presentó como Elsa a través del micro. Él le devolvió la corona y la presentó como Anna, y cuando volvieron a la barra, la tenía bien cogida con su gigantesco brazo.

—A veces odio que le hayas traído —dije a Crowley—. Para la próxima tenemos que hacérselo pasar mal de verdad.

Porque habría una próxima, claro.

*

La tenía abrazada. Había deslizado los brazos por su cintura y ella se había apoyado contra mi cuerpo. Estaba mirando a Will y a Victoria, riéndome con el espectáculo, pero incapaz de concentrarme en él, porque no podía evitar hundir la nariz en su pelo y aspirar, y estrecharla con sutilidad contra mi cuerpo. Nadie podía saber lo mucho que había echado de menos aquello. Tal vez ella, si es que lo anhelaba tanto como yo, y por lo visto lo hacía, porque al relajarse lo buscaba de manera natural. Aquella no-cita en un maldito karaoke lleno de borrachos estaba siendo un éxito y tenía que agradecérselo a las tretas de la hermanita. Seguro que si el Señor Trajes pudiera ver eso se sorprendería tanto como yo.

—Ni siquiera yo puedo odiarle demasiado tiempo… y eso también es odioso —le respondí, justo en su oído, y froté la nariz contra su oreja como un gato antes de volver la atención a Elsa y a Anna, que volvían a la barra entre resuellos y risas—. ¿Qué mariconada va a ser ahora, chicas?

Y hubo mariconadas, desde luego. Hicimos una pausa para recuperar todos el aliento y reírnos los unos de los otros. Me acusaron de saberme la canción de Abba, porque me habían visto perfectamente cantarla sin mirar la letra, y luego acusamos a Will de saberse la canción de Frozen. A mí me gustaba la música de los setenta, pero eso no era tan extraño como la pasión de Will por Disney, que acaba de quedarse sin argumentos para criticarme por mis camisetas desde ese instante hasta el día del Juicio Final. A la hermanita eso pareció gustarle, porque se volvió totalmente loca. Empezaron a cantar todo el puto repertorio de Disney, enganchando el uno con el otro con una compenetración asquerosamente cursi.

Y yo estaba aprovechando bien aquella noche. Lo curioso es que no estaba centrado en aprovecharla. Después de la primera canción ya estábamos relajados. Después de la tercera copa aprovechaba para besar a Alexandra a la menor ocasión, bailaba con ella en el escenario y me dedicaba a abrazarla, a sentarla en mis rodillas cuando dejábamos paso al resto y a tener esos gestos que solía guardarme para la intimidad más absoluta y que eran normales para el resto del mundo. Y ella no dejaba de reírse, ligera y sin máscara alguna, como lo hiciera en mi casa durante aquellos días de luz y locura. Tal vez era la misma manera en la que yo me estaba riendo. No pensaba en la conquista, ni en Claude, ni en las razones que me habían traído a París, solo saboreaba el momento y al igual que ella estaba haciendo, simplemente me divertía con algo tan tonto como un karaoke, sin necesidad de fiestas bizarras, gente pintoresca ni drogas. Sin necesidad de aparentar nada.

Dejamos que los de la despedida de soltero cantaran sus cosas antes de volver a la carga, ya con varias copas encima. Y volvimos a cantar, claro que sí. Alexandra cantó con Victoria Hot n’ Cold de Katy Perry, Victoria cantó conmigo Single Ladies, con coreografía incluida en la que me lucí de lo lindo, y Alexandra cantó con Will Call me maybe, dirigiéndole miradas a Victoria como si se la estuvieran dedicando. Como despedida nos marcamos un I Will Survive los cuatro.

Al final parecíamos unos más en la despedida de soltero… bueno, nosotros destacábamos más, porque estábamos dando un espectáculo digno de gente entrenada en darlos de verdad y a mí al menos me encantaba tener el protagonismo en el pequeño escenario. Decidí darle un colofón digno a aquella fiesta y arrastré a Will conmigo cuando comenzó a sonar Alejandro de Lady Gaga. Conocía las coreografías de los vídeos de Mother Monster y lo demostré a fondo, cantando a dúo con Will mientras le restregaba el trasero contra el paquete con gran glamour —se puede, creedme—. Tener las miradas de las chicas sobre nosotros aún me animó más a seguir con aquella provocación, y el público en el local nos jaleaba cada vez más enloquecido por nuestros gestos.

Acabé fingiendo que azotaba a Will, que había acabado con sus huesos en el suelo a base de empujones, y aunque estábamos desatados y cantando entre risas no perdía oportunidad de establecer contacto visual con Alexandra, captar sus miradas me hacía sonreír como un sátiro.

*

El espectáculo que estaban dando llegaba al nivel de glorioso. Mi hermana tenía ya otra vez la cara de fangirl que se le había puesto días atrás en la hamburguesería, solo que ahora, con unas copas, el mariconeo era ya descaradísimo. Lo peor es que era muy sexy. A mí me encantaba. Crowley hacía muy bien de lánguida sufriente y provocadora, y Will era el típico cachas indiferente, aunque bien que le agarraba del pelo y de la cintura desde atrás, mirando a mi hermana y sonriendo con una expresión de diablo que yo no sabía hasta entonces que era capaz de poner.

Y ahí estábamos las dos, disfrutando del espectáculo homoerótico mientras bebíamos para sofocar los calores.

*

Estábamos en lo mejor de la fiesta cuando vi el primer flash. Me había tragado unas birras, saltándome toda prescripción médica, pero no tantas como para no darme cuenta de eso.

—¡Eh!

Me levanté, empujando a Crowley a un lado al hacerlo. No era la típica foto que te hacen con el móvil una noche de hacer el idiota, no. Ese tío tenía el móvil bien enfocado y la cara seria. Era un periodista. Lo sabía. Lo olía. Me bajé del escenario y fui hacia el tío con paso decidido y cara de mala hostia. Intentó escaparse y salí corriendo detrás. De algo me tenían que servir tantos años en el equipo de rugby: le metí un placaje que le tiré al suelo. Había barullo a mi alrededor, pero no presté atención. Le quité el móvil al fulano justo cuando entraban cuatro o cinco tíos más. Un micrófono con alcachofa se me puso delante de la barba. No escuché la pregunta, aparté a la periodista de un empujón y puse la mano delante de una cámara.

«¿Qué coño es esto?», recuerdo que pensé. Le borré las fotos al tío mientras empujaba la puerta para salir. Pero afuera había coches de las agencias de prensa. ¿Qué narices estaba pasando? ¿Es que se había movilizado medio mundo con aquella gilipollez? Tiré el teléfono y me volví dentro para abarcar a las chicas bajo mis brazos y señalar con la cabeza la puerta de atrás del garito.

—Nos vamos cagando hostias, chavalas. ¡Daniel! —Levanté la voz para avisar a mi colega, le había perdido de vista y no sabía dónde estaba.

Entretanto, en el bar se había armado revuelo. Era un garito pequeño y no había mucho personal de seguridad, solo un par de tíos con más intenciones que equipo, y además nuestros nuevos amigos de la despedida de soltero hicieron un poco de muralla para ayudarnos.

*

La realidad irrumpió como una estampida. Will me empujó y se lanzó a por un tío. Cuando me levanté varios flashes me deslumbraron y de pronto tenía los putos micrófonos delante de la jeta. No sabía desde cuando estaban ahí, pero cuando vi que uno de ellos se acercaba a las chicas y comenzaba a armarse revuelo respondí a una de las preguntas que ni había escuchado con un puñetazo en la cara del periodista. Sus gafas salieron volando, y las atenciones se focalizaron en mí. Sin duda que Crowley Hex diera el espectáculo poniéndose violento en un puto karaoke iba a resultar mucho más interesante que seguir sacándole fotos a Will o intentar indagar en quiénes eran las mujeres que nos acompañaban. La cosa no tardó en liarse, los borrachos de la despedida de soltero con los que habíamos cantado y a los que habíamos invitado a un par de rondas aprovecharon la oportunidad para meterse en el jaleo y comenzaron a empujar a los periodistas. Pronto la distracción se mantenía por sí sola.

Fue el camarero el que me indicó con gestos por dónde debía salir, Will y las chicas ya habían huido por aquella puerta y yo no me quedé a esperar a la policía, que tarde o temprano llegaría.

—¡¿Quién coño les ha avisado?! —Salí maldiciendo, pero me dirigí directamente a ellos para comprobar el estado de Victoria y Alexandra. Estaba alterado, y ver que Victoria estaba asustada me cabreaba más, me daban ganas de volver y liarme a hostias en serio con esa panda de gilipollas, pero cerré los puños y me contuve—. No podemos salir a la calle principal. ¿Habéis venido en coche?

—No, hemos venido en metro. —Alexandra no estaba asustada, su cabreo era frío y brillaba en sus ojos como una cuchilla. Ella también era capaz de partirles la cara a todos y quedarse tan ancha—. Si seguimos por esa calle podemos salir a la principal y llamar a un taxi.

—Por mí bien. Ya vendré a por el coche mañana —dijo Will, que mantenía el brazo alrededor de Victoria con un gesto protector y se limpiaba la nariz con el dorso de la mano.

Le estaba sangrando, imaginé que por un golpe tonto.

—Vale, vamos a intentarlo.

Me pregunté si saldríamos mañana en las noticias.

No tardamos en llegar a una avenida más ancha y encontrar un taxi. Fue Alexandra la que lo paró y pidió que nos llevaran al Ritz, lo cual me dejó mucho más tranquilo. No podía simplemente llevarlas a su casa y desentenderme. El taxista nos miró raro pero puso rumbo al hotel. Hubo unos instantes de silencio mientras recuperábamos la respiración. Alexandra apoyó la cabeza en mi hombro, y entonces el tema de los paparazzi me dio absolutamente igual. Todo había valido la pena.

—Qué pena —dijo—, con lo bien que lo estábamos pasando. Menuda putada.

Victoria se mostró conforme.

Will permaneció en silencio mientras se limpiaba la sangre de la nariz.