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Antes he escrito que el año de la muerte de Heijū no es seguro, ya que unos la sitúan en 923 y otros en 928. Por lo que afirman las Historias de tiempos pasados, que murió de una enfermedad causada por el asunto de Jijū, da la impresión de que hubiera fallecido antes que Shihei, pero el epígrafe antes citado de la Colección posterior lleva a pensar que fuera Heijū el que vivió más tiempo. En cualquier caso está claro que Shihei falleció el cuarto día del cuarto mes de 909, a la edad de treinta y nueve años, y cuatro o cinco años después de raptar a la esposa del consejero.

La prematura muerte del ministro de la Izquierda, que impidió que su talento rindiera todo el fruto prometido, se interpretó en la época como un castigo por sus muchas malas obras, y entre todos los factores fue la maldición del fantasma airado del señor Sugawara Michizane el que se consideró más determinante. Michizane había muerto el vigésimo quinto día del segundo mes de 903, en su lugar de destierro de la provincia de Tsukushi. Uno de los compañeros de conspiración de Shihei en el complot para difamar a Michizane, el capitán mayor de la Derecha y consejero mayor Sadakuni, murió a los cuarenta y un años, el segundo día del séptimo mes de 906; y el séptimo día del décimo mes de 908 otro de los confederados de Shihei, el consultor y viceministro de Ceremonial Sugane, murió a los cincuenta y tres años. Se dijo que el fantasma de Michizane se había transformado en rayo para fulminar a Sugane. Muchas historias extrañas refieren que Michizane tomó forma de rayo para saldar sus cuentas; aquí voy a relatar las que atañen a Shihei y su familia.

El fantasma del señor Michizane se apareció por primera vez el mismo año de su muerte, en una clara noche de luna del verano. Aún no había amanecido, y el decimotercer abad del templo de Enryaku, Hosshōbō Son’i, estaba en contemplación de los Tres Secretos en lo alto del Shimei. Oyendo que alguien llamaba a la puerta del claustro, fue a abrir. Era el ministro Sugawara, que supuestamente había muerto. Con todo respeto y ocultando su agitación, Son’i hizo pasar a su huésped a un oratorio privado y preguntó por la razón de verse honrado con aquella visita de madrugada. El fantasma repuso: Nacido lamentablemente en el corrupto mundo de los hombres, sufrí calumnias infundadas, la degradación y el destierro. Para vengarme tomaré la forma del rayo, volaré por el cielo y llegaré hasta la Puerta del Fénix del palacio de Su Majestad. Ya he recibido permiso para hacerlo de Brahmadeva, los Cuatro Devas, Yamarāja, Śakradevānām Indra, los Jueces de los Cinco Caminos, los Comandantes y los Ecónomos. No he de plegarme a nadie. Sin embargo, vuestra reverencia posee gran virtud en el dharma. Más que otra cosa temo ser sojuzgado por vuestros poderes religiosos. Cuando llegue el momento, os suplico que recordéis los votos que vos y yo hicimos como sacerdote y benefactor, y no acudáis aunque se os llame a la corte de Su Majestad. Lo que esta noche me ha traído hasta aquí desde Tsukushi ha sido el deseo de deciros esto.

Os acompaño en vuestra queja, replicó Son’i; pero desde los tiempos antiguos han sido muchos los casos de hombres sabios que padecieron desgracias por obra de hombres pequeños. No habéis sido el único en sufrir ese destino, y el mundo es injusto. Pero vuestro resentimiento no es decoroso; yo quisiera que renunciarais a esos pensamientos. Con todo, no olvido el fuerte lazo que nos unió durante tantos años. Si en verdad es vuestro deseo, haré como decís y desoiré el mensaje del emperador, aunque signifique que me arranquen los ojos. Ahora bien, el reino entero es dominio imperial, y súbdito imperial es este humilde monje. Por consiguiente, en caso de que se repitieran los mensajes, declinaré los dos primeros, pero al tercero no tendré otro remedio que obedecer. Al oír esto, el espectro del ministro puso una cara horrible. Son’i dijo: Debéis estar sediento, señor, y le ofreció una granada. El ministro la aceptó, la desgarró a bocados feroces y escupió los trozos en el umbral de la puerta, y de ellos se alzó una llamarada. Son’i hizo el mudra del Aguador y las llamas se apagaron al instante.

Poco después la capital se cubrió de negros nubarrones, y una violenta tempestad desató el vendaval, lanzó granizos y descargó rayos sobre el palacio. Los cortesanos, aterrorizados, se escabullían bajo las verandas, se escondían en los arcones o se cubrían la cabeza con las esteras, llorando. Algunos entonaban el Sutra de Kannon. Fue en medio de aquello cuando Shihei esgrimió su espada resueltamente, se encaró con el cielo y amonestó al trueno. Pero el vendaval y la lluvia no cesaron, y al fin hicieron que el río Kamo se desbordase. Hosshōbō Son’i, habiendo recibido tres mensajes del emperador, marchó de mala gana al palacio, calmó el rayo con la fuerza del dharma y disipó las inquietudes de Su Majestad. Cuando aquel día llegó el carruaje de Son’i a la orilla del río Kamo, las aguas se abrieron para dejarlo pasar. También se dice que, mientras Son’i recitaba ensalmos y encantamientos en el palacio, el emperador soñó con Acala rodeado de llamas y alzando la voz con encantamientos; y cuando Su Majestad despertó se dio cuenta de que era la voz de Son’i recitando los sutras.

Pero quizá los poderes de Son’i se desgastaran con la repetición, ya que cinco años después, en el décimo mes de 908, el cortesano Sugane cayó muerto por un rayo. En el tercer mes de 909 Shihei empezó a sentirse enfermo y se encamó. El espectro airado de Michizane se aparecía con frecuencia junto a su lecho, profiriendo maldiciones. Se llamó a médicos y maestros del yin-yang; se probaron toda clase de encantamientos, tratamientos y moxibustiones sin resultado; sólo quedaba esperar a la muerte. Todos los de la casa estaban desgarrados por el dolor. Lo único que ya se podía hacer era llamar a un hombre santo de la mayor virtud y confiar en sus poderes. A ese propósito nadie igualaba entonces al célebre sacerdote Jōzō. Jōzō era el octavo hijo del profesor de letras Miyoshi Kiyoyuki, que diez años antes –en 900, cuando Michizane, siendo ministro de la Derecha, aún competía con Shihei por el ascenso– había presentado a Michizane un documento con estos versos: «Li Chu no ve el polvo de sus pestañas, a pesar de su clara visión; Confucio ignora qué hay en la caja, a pesar de su sabiduría». En dicho documento daba aviso de que al señor Michizane le aguardaba el desastre al año siguiente, e insinuaba que el ministro debía dimitir de su cargo inmediatamente y practicar las artes de la autoconservación. La madre de Jōzō era nieta del emperador Kōnin. Incomparablemente sabio y agudo en su niñez, Jōzō leyó el Clásico de los mil caracteres a los cuatro años, quiso hacer votos budistas a los siete, y, descubierto a los doce por el emperador retirado Uda, pasó a ser discípulo de Uda en el budismo. Más tarde el emperador retirado le mandó subir al monte Hiei y ordenarse, y le hizo estudiar el budismo esotérico con el maestro de disciplina Genshō. Adornado de dotes intelectuales y artísticas, dominó no sólo el budismo esotérico y exotérico sino también, según se dice, más de otras diez artes y disciplinas: la medicina, la astronomía, el sánscrito, la fisiognómica, la música, la composición literaria en chino, la adivinación, la profecía, la navegación, la pintura, el exorcismo y la recitación del Sutra del loto. También se dice que nadie le igualaba en la práctica de la música y las demás artes. Respondiendo a la llamada de los familiares del ministro de la Izquierda, halló la señal de la muerte ya en el rostro de Shihei. Dijo a Shihei que su destino estaba escrito y sería difícil sustraerse a él; aunque Jōzō empleara todos sus recursos, la probabilidad de que Shihei sobreviviera no alcanzaría a uno entre diez mil. El paciente, sus servidores y su familia le rogaron de todos modos, y Jōzō, incapaz de negarse, se aplicó a sus hechizos y encantamientos. Su padre, Kiyoyuki, había acudido a interesarse por el estado de Shihei y estaba sentado junto al lecho. Mientras Jōzō persistía con fervor en sus plegarias, de las orejas del enfermo salió un dragón verde que echaba llamas por la boca, y dirigiéndose a Kiyoyuki dijo: Por no seguir tu insinuación cuando aún estaba vivo, sufrí el destierro y vagué por los cielos de Tsukushi, para acabar allí mis días en vano. Ahora, con el permiso de Brahmadeva y Śakradevānām Indra, me he transformado en rayo y busco venganza sobre los que me atormentaron. Nunca imaginé que tu propio hijo Jōzō se interpusiera y tratara de someterme con el poder del dharma. Te ruego que hagas desistir al sacerdote Jōzō... Atónito, Kikoyuki ordenó a Jōzō cesar en sus ensalmos inmediatamente. En el momento en que Jōzō dejó la habitación del enfermo, Shihei expiró.

El emperador retirado Uda se enfureció al saber que Jōzō, su discípulo, había dejado la mansión del ministro de la Izquierda sin acabar sus ensalmos. Jōzō, habiendo perdido el favor imperial, se recluyó prudentemente por tres años en el Shuryōgon’in de Yokawa, donde pasó sus días entregado a la ascesis; pero a la mayoría de la gente le pareció lo más natural que Shihei tuviera la muerte que tuvo, y pocos le lloraron. El castigo alcanzó también a los descendientes de Shihei. El mayor de sus tres hijos, el capitán mayor Yasutada de Hachijō, murió el decimocuarto día del séptimo mes de 936, a los cuarenta y siete años; y el tercero, el consejero medio Atsutada –que era hijo de la nueva esposa de Shihei, la dama Ariwara–, murió el séptimo día del tercer mes de 943, a los treinta y ocho años. Tal vez la muerte de Yasutada a los cuarenta y siete años no debería calificarse de prematura para aquella época, pero no fue una muerte normal. Se dice que la maldición de Michizane le obsesionaba de tal modo que cayó enfermo. Mandó llamar a un exorcista, y le hizo recitar junto a su cabecera el Sutra del Maestro de la Medicina; pero al llegar el exorcista al verso que habla del General del Gallo, en vez de «gallo» Yasutada creyó oír «rayo», y presa de convulsiones perdió la conciencia y ya no la recuperó. Shihei tuvo también una hija que fue consorte subalterna del emperador Uda, conocida como la Dama de la Alcoba Kyōgoku; también ella murió joven. Un nieto de Shihei, el príncipe Yasuyori, hijo de la hija de Shihei Jinzenshi y del príncipe Yasuakira, heredero del emperador Daigo, fue nombrado príncipe heredero al morir Yasuakira, pero él también falleció, el decimoctavo día del sexto mes de 925, cuando contaba sólo cinco años. La única excepción es el hijo segundo de Shihei, el ministro de la Derecha Akitada de Tominokōji, que falleció a los sesenta y ocho años, el veinticuatro del cuarto mes de 965. Hombre virtuoso, que siempre conservó un temor reverencial hacia el espíritu de Michizane, todas las noches salía al jardín y se inclinaba con respeto ante un altar que le tenía dedicado. Conduciéndose con gravedad y haciendo de la frugalidad ley de vida, ocupó el cargo de ministro por espacio de seis años, pero ni dentro ni fuera de casa observó jamás formalidades ministeriales. Si salía, casi nunca llevaba escolta; prescindía de los cuatro lacayos de costumbre y siempre viajaba en la trasera del coche. Para comer desechaba los utensilios lujosos: usaba vajilla de barro sin vidriar, puesta en una bandeja directamente sobre la estera del suelo, sin mesa. En vez de lavarse con jarra y jofaina, hizo instalar una repisa en la entrada principal de la casa y colocar allí un cubo con un cazo. Un criado se limitaba a llenar el cubo con agua caliente cada mañana, y cuando Akitada quería lavarse las manos utilizaba él mismo el cazo para no dar molestia a nadie. Por ser así llegó a ministro de la Derecha y se le otorgó el segundo rango. Aquellos de sus nietos que ingresaron en monasterios –Shin’yo en el templo de Mii y Fukō en el templo de Kōfuku– gozaron de tranquilidad y buena salud, y alcanzaron las dignidades de obispo mayor y arzobispo provisional, respectivamente. Otro que se hizo monje fue Bodaibō Monkyō de Iwakura, hijo del subcomandante de la Guardia Militar de la Derecha Sukemasa y nieto del consejero medio Atsutada. Todos estos hombres pudieron evitar el desastre porque abrazaron el budismo, pero la posteridad de Shihei, el hijo mayor del señor Shōsen, nunca floreció. Fue el cuarto hijo de Shōsen, Tadahira, quien finalmente llegó a canciller regente de primer rango subalterno; y no sólo eso, sino que todos los de su familia ocuparon puestos eminentes. Se dice que la causa fue que Tadahira, tesorero mayor de la Derecha en el momento del destierro, discrepaba en secreto de su hermano mayor Shihei y simpatizaba con Michizane, y escribiéndole constantemente al destierro fraguó con él una estrecha amistad.

El tercer hijo de Shihei, Atsutada –conocido por los nombres de consejero medio de Hon’in, consejero medio de Biwa y consejero medio de Tsuchimikado–, fue uno de los Treinta y Seis Sabios de la Poesía, y goza de renombre como autor del poema que empieza «Mi corazón desde nuestro encuentro» en Cien poetas, cien poemas19. «Este consejero medio fue hijo del ministro de Hon’in y su esposa la dama Ariwara. De unos cuarenta años de edad, era extremadamente gentil en su aspecto y modales. Tenía también buen carácter y fue muy apreciado en sociedad.» Como indica esa descripción de las Historias de tiempos pasados, Atsutada era amable y bondadoso, no como Shihei. Fue también un poeta sensible y apasionado, que había heredado cualidades de su abuelo materno Narihira. Según las Veladas sobre Cien poetas, cien poemas20, la dama Ariwara llevaba ya en su seno a Atsutada cuando Shihei la raptó de la mansión de Kunitsune, de modo que Atsutada era realmente hijo de Kunitsune; pero, nacido después del traslado de la dama a Hon’in, se crió como hijo de Shihei. Si eso es verdad, entonces Atsutada fue hermano menor del capitán Shigemoto. El autor de las Veladas no indica la fuente de ese dato, pero tal vez fueran rumores de la época. Después de la prematura muerte de Atsutada en 943, Hakugano Sanmi vino a ser imprescindible en los conciertos del Palacio Imperial; si Sanmi no podía acudir, el concierto se cancelaba. Los viejos, al oír eso, se quejaban de que ya no quedaran grandes músicos, diciendo que Hakugano Sanmi no había sido tan estimado mientras vivía el consejero medio Atsutada. Esta historia sirve para recordar que Atsutada fue muy llorado, y que sobresalió en la música además de la poesía.

Atsutada era todavía capitán menor de la Guardia de Corps de la Izquierda cuando se le encomendó la misión de llevar y traer misivas amorosas entre el príncipe heredero Yasuakira y la hija del consultor Fujiwara Harukami, que había pasado a ser Dama de la Alcoba del príncipe. Tras el fallecimiento de éste, la dama entregó su amor a Atsutada, que la quiso con locura. Un día él le dijo: «En mi familia todos han muerto jóvenes, y yo tampoco espero vivir mucho. Cuando yo me muera, seguramente serás de Funnori». Funnori, ministro de Asuntos del Pueblo y gobernador de Harima, era administrador de la casa de Atsutada. «¡No lo creo!», replicó la Dama de la Alcoba. «Pues a mí no me cabe la menor duda», dijo Atsutada. «Te estaré mirando desde el otro mundo.» Resultó como él había vaticinado. Del ejemplo de Atsutada se puede deducir que los hijos y nietos de Shihei vivieron tan atemorizados por la maldición de Michizane que nunca conocieron un momento de paz. También Atsutada estaba resignado en su fuero interno a que su vida no fuera larga.

Atsutada tuvo otras amantes además de la Dama de la Alcoba. La mayor parte de su antología está formada por poemas de amor. Hay en particular muchos intercambios con la princesa Gashi, suma sacerdotisa del santuario de Ise, lo que induce a pensar que su relación duró largo tiempo. El libro XIII, quinto de poemas amatorios, de la Colección posterior contiene unos versos compuestos por Atsutada cuando la princesa marchó a Ise tras su designación. Llevan este epígrafe:

Puso su corazón en la que fuera suma sacerdotisa de Nishi-Shijō cuando todavía era princesa. A la mañana siguiente de la designación, él unió a este poema una ramita de un árbol sagrado y se lo hizo llegar:

«Ni aun buscando en todo el largo litoral de Ise,

¿qué conchas se podrán ya encontrar allí?»

Otra fue la hija del ministro de la Izquierda Saneyori de Ononomiya, a la que Atsutada solía llamar «la Señora del Guardarropa». La amó durante mucho tiempo, pero era difícil reunirse con ella. El último día del duodécimo mes le mandó esto:

Enamorado, no vi pasar los días y los meses,

y ahora me dicen que hoy termina el año.

Enterado de aquella relación el padre de ella, el ministro de la Izquierda, hizo de modo que sus encuentros fueran aún más difíciles que antes. Atsutada escribió esto y se lo envió:

Lo mucho que te amo: al menos eso

quisiera poder decirlo sin mensajero.

También intercambió promesas de amor con una mujer llamada Ukon, hija del capitán menor Suenawa, mientras ésta aún servía en el Palacio Imperial; pero cesó abruptamente en sus visitas cuando ella dejó el puesto y volvió al lado de su familia. Ella le escribió:

Oigo que vive el que juró nunca olvidar.

¿Dónde estarán las palabras que pronunció?

Por toda respuesta él le mandó un faisán, y ella le volvió a escribir:

Más cauta que el faisán que de mañana esquiva al cazador

en el monte Kurikoma, no creí dejarme atrapar otra vez.

En la antología de Atsutada se hace mención a tres mujeres más: la hija del consultor Minamoto Hitoshi, que fue la madre del hijo mayor de Atsutada, Sukenobu; una a la que se alude como «su primera esposa», y otra que aparece como «la madre de Sukemasa». Pero no se sabe si coinciden con alguna de las que antes hemos citado. No hay que confundir a este Sukemasa, segundo de los hijos de Atsutada, con el Sukemasa al que se equipara con Kōzei y Tōfū como gran calígrafo. Según la antología de Atsutada, la madre de Sukemasa murió en el parto, y el niño se crió con una tía. De pequeño le llamaban Azuma. Atsutada fue a verle cuando tenía dos años, y llorando a lágrima viva compuso este poema:

Antes de abrir nuestros corazones nos separamos,

y ahora el recuerdo que me queda es Azuma.

Más tarde Azuma –Sukemasa– hizo votos budistas, como hemos visto.