Capítulo 16
Christie Lane terminó el show la primera semana de junio. Al día siguiente salió para Nueva York.
El cuatro de julio, Ike y Amanda se casaron en Las Vegas.
Las portadas de todos los periódicos sensacionalistas reproducían fotografías de la boda: Amanda y Ike rodeados de varios artistas que actuaban en Las Vegas. Pasarían su luna de miel en Europa.
Chris pasó la noche en vela en su suite del hotel Astor. Eddie, Kenny y Agnes le acompañaban. Caminaba arriba y abajo. Gritaba. Hablaba:
—Dios mío, si por lo menos pudiera emborracharme. Pero no me gustan las borracheras.
—Salgamos —sugirió Eddie.
—Me comporté tan noblemente con ella —repetía Chris— incluso la ayudé a encontrar un sitio aquí donde le guardaran el maldito gato.
—Me pregunto qué pasará con el gato ahora —dijo Agnes.
—Espero que se muera: ¡era lo único que de verdad le importaba!
—Apuesto a que manda a buscar el gato cuando regrese de Europa —dijo Agnes.
—¡Basta! —rugió Christie.
—Bueno, tú has empezado —contestó ella.
—Fui noble con ella —repetía Christie—. ¿Por qué lo ha hecho? Mírame... soy más apuesto que Ike Ryan.
—¿Quéee? —era Agnes.
Chris se volvió hacia ella.
—¿Crees que es apuesto?
—Es muy sexy —dijo ella hoscamente.
Eddie le dirigió una mirada asesina.
—Oye, Aggie, ¿buscas que te sustituya? No es hora de bromas.
—Sigo pensando que es sexy —dijo ella tercamente.
—Mira, Chris —intervino Kenny—, ¿qué tal si tomamos una mesa en el Copa? Conozco algunas chicas. Tienen tres bailarinas nuevas. Una es estupenda, sólo tiene diecinueve años. Apuesto a que le gustarás. Es una buena chica.
Chris golpeó con tal fuerza la mesilla que saltó una de las patas y cayó.
—¡Buena chica! Yo tenía una buena chica... ¡una chica estupenda! ¡Dios mío, me miraba con malos ojos si pronunciaba algún taco delante de ella! Y me resulta la peor traidora del mundo. Ni la peor de las mujeres actuaría así. Estoy harto de ser buen chico y no quiero saber nada de las buenas chicas. ¡Quiero una fulana! La trataré como una fulana y nadie se molestará. Buscadme la mayor fulana de la ciudad, ¡la mejor fulana!
—Entonces llama a Ethel Evans —cantó Eddie, imitando a un paje.
Chris chasqueó los dedos.
—¡Eso es!
Eddie rió.
—Vamos... estaba bromeando. Escucha, Chris, si quieres una fulana, por lo menos búscate una que sea bonita. Hay una chica de San Francisco...
—No quiero a una fulana bonita ni a una chica de San Francisco. ¡Quiero a Ethel!
—Pero si es una bestia —dijo Kenny.
—No quiero una reina de belleza. ¡Quiero una fulana! ¡Que venga Ethel! —Sus ojos se contrajeron—. Si me ven con ella, eso les demostrará. Supondrán que Amanda no significaba tanto para mí si me divierto con una mujer como Ethel. ¡Que venga!
Eddie llamó a Jerry Moss en Greenwich. Jerry suspiró y prometió hacer todo lo posible. Localizó a Ethel en Fire Island.
—¿Qué es eso, un timo? —preguntó ella.
—No, Christie Lane personalmente ha pedido verte.
—¡Es una exquisita manera de decir las cosas!
—Ethel, te has entendido con todos los artistas del show de Christie.
—Me dejé unos cuantos. No olvides que la mitad de la temporada la hicieron desde la Costa.
—La próxima temporada no irán a la Costa.
—Estupendo. Me compraré otro diafragma.
—Ethel, nuestro astro se siente triste. Te quiere a ti.
—Pero yo no le quiero a él.
—Te pido que vayas a la ciudad.
La voz de Ethel era glacial.
—¿Es una orden?
—Digamos que es un ruego.
—La respuesta es no.
—En este caso, tal vez tenga que llamar a Danton Miller y decirle que te saque del show.
Jerry se odió a sí mismo, pero tenía que hacer un último esfuerzo.
Ella rió ofensivamente.
—Siempre puedo manejar a Danton Miller.
—Pero no contra un patrocinador. Y tanto si te gusta como si no, Ethel, eso es lo que soy.
—¿De veras? Creí que eras la sirvienta personal de Robin Stone.
Jerry mantuvo un tono de voz reposado.
—No estoy tratando de asuntos personales contigo.
—Ah, perdóname. Supongo que no es un asunto personal llamarme y decirme que vaya a la ciudad a hacerle el amor a Chris Lane.
—Añádele la connotación que prefieras. Tú te has ganado la reputación que tienes. Y tampoco me corresponde a mí llamarte por teléfono el cuatro de julio. Si lo hago, es porque soy parte del show de Christie Lane. Evidentemente, no tienes ni idea de lo que es el trabajo en equipo.
—Oh, déjate de agencias —dijo ella secamente—. Quiero que quede clara una cosa. No soy una prostituta. Si voy con un tipo, es porque me agrada. En un año y medio, Chris Lane no me ha mirado ni dos veces; ¡gracias a Dios! Y de repente soy Elizabeth Taylor. ¿Qué es lo que ha pasado?
—Amanda se ha casado hoy con Ike Ryan.
Hubo una pausa. Después ella soltó una carcajada.
—Oye, ¡tu amigo Robin Stone también debe estar triste! ¿Por qué no voy a consolarle a él? Sería capaz de cualquier cosa por esto.
—¿Vas a ir?
Ella suspiró.
—De acuerdo. ¿Dónde está el amante?
—En el Astor.
Ella rió.
—No te lo creerás. Toda mi vida he estado esperando conocer a alguien que viviera de verdad en el Astor.
Christie estaba solo cuando ella llegó.
—Oye, ¿a qué viene eso? —le preguntó—. Llevas pantalones.
—No querrás que viniera desnuda, ¿verdad?
Él no sonrió.
—No, pero los demás están en el Copa. Estaba esperándote para llevarte allí.
Ella se le quedó mirando.
—¿El Copa?
—¡Vamos! —ordenó él—. Tomaremos un taxi y te llevaré a tu casa para que te cambies y después iremos al Copa.
Permaneció sentado en el salón del apartamento de Ethel ojeando una revista, mientras ella se cambiaba.
En el taxi, permaneció sentado al otro lado del asiento, malhumorado y silencioso, pero al entrar en el Copa, cambió toda su personalidad. Sonrió abiertamente, la tomó del brazo y la presentó a todo el mundo con aire de propietario. Le sostuvo la mano en la suya durante el show; incluso le encendió el cigarrillo. Ella le soportó todo con hastío. Había visto el show, estaba cansada y deseaba que terminara la velada.
Eran casi las tres cuando regresaron al Astor. Ethel nunca se había cansado tanto. El Copa, después el bar del Copa, la Brasserie y una parada en el Stage Delicatessen. Ahora estaban solos. Ella se desnudó silenciosamente. Él estaba casi desnudo, tendido en la cama en actitud expectante. Lo miró y sintió una terrible repugnancia. Había algo tan repulsivo en un hombre sin nada encima. ¿Cómo podía haberlo hecho Amanda? ¡Pasar de un hombre como Robin Stone a este imbécil!
Se dirigió hacia el lado de la cama, completamente desnuda. Él no pudo ocultar su asombro al contemplar su pecho enorme y bien formado.
—Oye, muñeca, para ser una mujer fea, estás muy bien hecha. —La agarró por detrás—. Si pierdes un poco de aquí casi tendrás una figura estupenda.
Ella se apartó de él. Sus manos estaban húmedas. No quería que la tocara.
—¿No tienes crema de afeitar? —le preguntó.
—Claro, ¿por qué?
Ella se dirigió al cuarto de baño y regresó con el frasco. Se echó la crema por las manos.
—Ahora, échate, gran astro de la televisión.
En menos de cinco minutos, permaneció tendido, agotado y gimiendo. Ella se deslizó al cuarto de baño y se vistió rápidamente. Cuando regresó al dormitorio, él estaba inmóvil, con los ojos cerrados.
—Adiós, Chris.
No pudo marcharse con suficiente rapidez. Él se incorporó y le tomó la mano.
—Muñeca, nunca me había sucedido así. Pero no está bien, Quiero decir que tú no has sentido nada. Ni siquiera te he podido tocar.
—Está bien así —dijo ella suavemente—. Sé que esta noche te sentías triste. He querido hacerte olvidar, hacerte feliz.
La atrajo hacia la cama. Después la miró fijamente.
—Sabes una cosa, es lo más bonito que nunca me hayan dicho. Mira, te lo agradezco. Sé que has venido desde Fire Island esta noche. ¿Puedo hacer algo por ti?
Ella hubiera deseado decir. «Olvídame y déjame sola». Pero se limitó a sonreír.
Él la atrajo hacia sí.
—Dame un beso.
Sus labios eran blandos y gruesos. Logró retirarse sin dar a entender la repugnancia que sentía. Después se inclinó, le besó la frente sudorosa y salió del apartamento, sin pedir siquiera que la acompañara en taxi.
Él la llamó al día siguiente y la invitó a cenar. Ella no tenía otra cosa que hacer y aceptó. Salió con ella todas las noches durante dos semanas. En las columnas de los periódicos empezaron a mencionarse sus dos nombres juntos. La invitó a acompañarle a Atlantic City, cuando tuvo que actuar en el Five Hundred Club. Ethel empezaba a disfrutar de la inesperada publicidad personal que estaba consiguiendo como chica de Christie Lane. Nunca había sido la «chica» de nadie. Así es que siguió el juego. En uno de los periódicos de la mañana, se publicaba una fotografía suya junto a Christie en una mecedora del paseo marítimo, y se insinuaba que había «compromiso» entre ambos.
Jerry Moss empezó a sentir un ligero recelo. Llamó a Christie a Atlantic City.
—Christie, ¿no irás en serio con esta chica?
—Desde luego que no. Escucha, Jerry, Dan tiene casi preparados los dos primeros shows de la próxima temporada. ¿A quién tendréis para sustituir a... —se detuvo.
—Utilizaremos una muchacha distinta cada semana —dijo Jerry—. Pero quiero hablarte de Ethel.
—¿Sí?
—Ya conoces su reputación.
—¿Y bien?
—¿Crees que está bien haberla llevado a Atlantic City? En las columnas de los periódicos se habla de ti y de Ethel. No es buena para la imagen que te hemos creado. El público quiere verte unido a una buena chica, a una chica hermosa.
—Escucha, fenómeno, ya salí con una buena chica, con una chica hermosa. Tal vez el público estaba contento, pero a mí me destrozó el cerebro. El público no estaba conmigo para consolarme la noche en que Amanda se casó. ¡Pero Ethel Evans sí!
—Todos los que estamos metidos en el negocio conocemos a Ethel —argüyó Jerry—. Hasta ahora el público no sabe nada. Pero, después de estos rumores de compromiso que han aparecido en los periódicos, el público querrá saber más. ¡Y qué pensará el público cuando sepa que su hombre de familia sale con una prostituta?
—¡No digas eso! —dijo Chris bruscamente—. ¡Nunca ha recibido ni un céntimo de nadie!
—Chris, ¿de veras la estás tomando en serio? Quiero decir, que dentro de pocas semanas, irás a Las Vegas. ¿No vas a llevarla allí, verdad?
—Demasiados viajes en avión. No es precisamente como Atlantic City, donde alquilas un coche y todos caben dentro.
—Entonces no vas con ella en plan serio.
—Desde luego que no. Pero sé una cosa. Ella está conmigo cuando yo quiero. Es buena conmigo. No engaña. Y no ha ido con ningún otro hombre desde que empezó a salir conmigo. Y siempre encuentra bien cualquier cosa que yo haga. Me encuentro tranquilo con Ethel. —Se detuvo como recordando algo. Después rió—. ¡Llevar a Ethel a Las Vegas! Es como llevar un sandwich de atún al Danny's Hideaway.
Había sido un verano soso para Ethel. Trabajaba en un show de variedades que presentaba a nuevas figuras. No le gustaban los conjuntos de guitarra. Incluso las estrellas invitadas eran de estilo juvenil. Se sintió aliviada cuando llegó el Día del Trabajo. Cuando Christie Lane regresó a Nueva York casi se alegró de verle.
Estuvo con él constantemente durante todo el mes de septiembre. El show no empezaba hasta octubre y él tenía libres la mayoría de las noches. Le aburrían mortalmente Kenny, Eddie y Agnes. Odiaba el bar del Copa, los restaurantes chinos (siempre los más baratos), pero, sobre todo, odiaba el hipódromo. Nunca le ofrecía apostar por ella, así es que, además del aburrimiento, apostaba dos dólares por su cuenta y, a veces, ganaba sesenta centavos. Detestaba cualquier contacto físico con él, pero, por suerte, pudo comprobar muy pronto que no era un hombre muy sensual. Dos veces por semana le eran más que suficientes y después se limitaba a seguir las clasificaciones de las carreras.
Esperaba ansiosamente que empezara el show y que llegaran nuevos artistas. Entonces abandonaría a Christie y a sus acompañantes.
Una semana antes del show, dos revistas de televisión publicaron reportajes sobre Christie, mencionando a Ethel Evans.
Jerry estaba sentado en su despacho y contemplaba las fotografías de la sonriente pareja. «Dios mío, ¡parecían un par de sujetalibros!». Pero ahora era necesario intervenir. El asunto estaba adquiriendo importancia. Se citó con Danton Miller para comer.
Al principio Dan se divertía.
—Vamos, Jerry, te estás preocupando sin motivo. Los paletos de fuera nunca han oído hablar de Ethel Evans.
Jerry dio un golpe con los nudillos sobre la mesa.
—Dan, esto es serio. Tom Carruthers es un baptista, aparte de un patrocinador. Ni siquiera aprobó la inclusión de algunos cantantes de rock en el show de verano. Hasta ahora, cree que Ethel es una buena chica sencilla. Incluso la ha invitado a cenar junto con la señora Carruthers. Si alguna de estas revistas sensacionalistas decide llevar a cabo una auténtica investigación sobre Ethel ¡estamos perdidos! Tiene una amiga en la Costa que guarda todas sus cartas y estas contienen clasificaciones sobre los artistas. Las ha reproducido y las ha distribuido por todas partes. ¡Si estas cartas se publicaran alguna vez! A propósito, Dan, tengo entendido que en la lista se incluye tu «clasificación».
La sonrisa de Dan desapareció.
—Mira, Dan, no soy un mojigato. Esta clase de publicidad puede ayudar a un cantante de ritmos modernos, no a nuestro pequeño cantor. Él atrae a un auditorio de tipo familiar. Carruthers quiere incluso que se intente un espacio más temprano la próxima temporada, para que puedan contemplarlo más niños. Quiere seguir con Christie Lane toda la vida. Tienes una mina de oro con este show y no podemos dejar que Ethel se interponga. Es un riesgo demasiado grande.
Dan se vertió otra taza de café. Jerry Moss tenía razón. Una sombra de notoriedad y se perdería la patrocinación de tipo Christie Lane. Había visto con buenos ojos el «idilio» con Amanda porque simbolizaba el sueño de Walter Mitty de cualquier Joey corriente. Un hombre sencillo que alcanza la muchacha más hermosa del mundo. Si Christie podía hacerlo, cualquier cosa era posible. Daba esperanzas a la gente. El hecho de que Amanda le abandonara por el extravagante Ike Ryan estimuló más si cabe su fantasía. Y ahora soportaban de buen grado a Ethel Evans porque presentaba el aspecto de una muchacha corriente. ¡Jerry tenía razón! ¡Era un verdadero problema!
Terminó la comida, ardiéndole la úlcera y prometiendo intervenir y cortar inmediatamente las relaciones Ethel Evans-Christie Lane.
Dan pensó acerca de ello varios días. Sabía que tenía que sacarla del show. Dios mío, ¿qué habría dicho de él en su carta? Llamó al departamento de publicidad. Le informaron que podría encontrarla en el salón de belleza. ¡Salón de belleza! le haría falta un cirujano plástico. Tomó el número telefónico e hizo la llamada.
Su voz sonaba muy alegre.
—¡Hola!
—¿Acaso es hoy alguna fiesta que no conozco? ¿A qué viene la tarde libre sin haber solicitado permiso?
Ella rió.
—Ahora salgo formalmente y tengo que estar guapa. Y esta noche es la gran noche.
—¿Esta noche?
De repente, se acordó. La concesión del Premio Personalidad de Oro de TV. IBC tenía una mesa. Después del Emmy, este era el acontecimiento más importante de TV.
—¿Vas a ir? —le preguntó. Sabía que era una pregunta tonta: claro que iba.
—¿Y tú? —rebatió ella.
—Tengo que ir. Chris recibirá un premio, Robin Stone también y Gregory Austin estará en el estrado.
—Supongo que te veré; probablemente estaremos sentados en la misma mesa. A propósito, Dan, ¿por qué me has llamado?
—Tal vez quería pedirte que fueras conmigo —dijo él. Este no era el momento apropiado para darle un ultimátum. Había que hacerlo personalmente. Su carcajada no fue agradable.
—No juguemos. Tengo el pelo mojado y quiero volver al secador. ¿Cuál es el motivo de la llamada?
—Hablaré contigo mañana.
—Mañana empezamos el show. Estaré ocupada y Carruthers ofrecerá una pequeña fiesta después del show.
—Sólo que tú no irás —dijo él. Sabía que no había elegido el momento oportuno, pero eso era demasiado.
—Repítelo.
—Esta noche será tu última aparición pública o privada con Chris.
Ella permaneció en silencio unos instantes. Después dijo:
—¿Estás celoso?
—Es una orden oficial.
—¿De quién?
—¡Mía! El Show de Christie Lane pertenece a la IBC. Mi deber es proteger una propiedad. Digamos simplemente que tu figura no resulta conveniente para un show de tipo familiar. Así es que, a partir de esta noche quiero que dejes a Chris.
—¿Y suponiendo que no lo haga?
—Entonces quedarás despedida de la IBC.
Permaneció en silencio.
—¿Me oyes, Ethel?
Su voz era dura.
—De acuerdo, hijito. Desde luego que puedes despedirme. Pero tal vez no me importa. La IBC no es lo único que hay en la ciudad. Hay la CBS, la NBC y la ABC.
—No si doy a conocer por qué fuiste despedida.
—¿Quieres decir que es ilegal mantener relacionas con Christie Lane... o con los presidentes de las cadenas?
—No. Pero mandar cartas pornográficas, sí lo es. Tengo en mi poder algunas copias de cartas escritas por ti a una amiga de Los Ángeles con informes gráficos y clínicos sobre tu vida sexual.
Ella se le enfrentó con desfachatez.
—De acuerdo, no trabajaré. Tendré más tiempo para dedicar a Christie.
Él rió.
—Por lo que sé, la generosidad no es una de las virtudes de Christie Lane. Pero tal vez tú conoces otra faceta suya. Después de todo, olvidaba lo unidos que estáis. Quizá te ponga un piso y te pase una pensión.
—¡Hijo de perra! —Su voz sonó con dureza a través del teléfono.
—Mira. Deja a Christie. No te despediré y procuraré que te destinen a otro programa.
—Voy a hacer un trato —dijo ella—. Dame el programa de Robin Stone y Christie ni siquiera podrá llamarme por teléfono.
Dan permaneció pensativo.
—Lo ofrecimos a alguien, pero lo rechazó. Veré qué puedo hacer. Prometo que lo intentaré. Si no lo consigo, hay otros shows.
—He dicho el programa de Robin Stone.
—Me temo que no estás en situación de mandar. Intentaré conseguirte Robin Stone. Pero, recuerda, esta noche es la última vez que ves a Christie Lane. ¡Aparecerás mañana en su show y después basta!
Aquella noche ella se vistió con sumo cuidado. Su cabello había crecido y ella le había añadido unos reflejos rojizos. El traje verde le quedaba bien, con un gran escote que dejaba al descubierto el pecho, lo cual la favorecía. Sus caderas seguían siendo demasiado anchas, pero la falda larga las disimulaba. Se analizó ante el espejo y se gustó. No era Amanda, pero si se acordaba de no sonreír para no mostrar la separación entre sus dientes, no estaba del todo mal. Nada mal...
El Gran Salón de Baile del Waldorf estaba abarrotado de gente. Chris la acompañaba y saludaba a gritos a todas las mesas junto a las que pasaba. El estrado era impresionante: lleno de jefes de cadenas, algunos actores de Broadway, el alcalde y un ejecutivo cinematográfico. Ethel descubrió a Gregory Austin y a su bella esposa en el centro del estrado. Un periodista estaba hablando con ella. Su cabeza aparecía inclinada y, en lugar de escuchar, daba la sensación de que le concedía una audiencia. Ethel siguió a Chris hasta la mesa de la IBC, directamente situada delante del estrado. Dan Miller ya estaba sentado. Le acompañaba una trigueña de unos treinta años. No cabía duda que Dan sabía escoger el tipo apropiado para aquella noche. Casi como si hubiera llamado a un agente y le hubiera dicho: «Mándeme un tipo de sociedad, traje negro, collar de perlas, pecho no muy voluminoso». Había dos asientos vacíos junto a ella. ¿Podrían ser para Robin Stone? Tenían que ser para él; todos los demás estaban ocupados. Esto significaba que se sentaría a su lado. No había contado con esta eventualidad.
Llegó tarde con una exquisita muchacha, Inger Gustar, una nueva actriz alemana. Ethel sacó un cigarrillo. Christie no hizo ningún movimiento pero, ante su asombro, Robin sacó su mechero.
—Admiro su buen gusto —dijo ella tranquilamente—. Vi su fotografía la semana pasada. No sabe actuar, pero no importa. —Dado que él no contestó, Ethel insistió—. ¿Es algo en serio o simplemente algo nuevo? —Procuró que su voz sonara burlona.
Él sonrió y dijo:
—Cómase el pomelo.
—No me gusta el pomelo.
—Es bueno para usted.
—No siempre me gustan las cosas que son buenas para mí.
Empezó la música. Robin se levantó de repente.
—Muy bien, Ethel, vamos a probar.
Se sonrojó de placer. ¿Significaba tal vez que finalmente había conseguido interesarle? Quizá su traje verde y el tono rojizo del cabello la habían ayudado más de lo que se figuraba. Él bailó algunos minutos en silencio. Ella se le acercó. Él se retiró y la miró. Su rostro era inexpresivo y sus labios apenas parecían moverse. Pero las palabras salieron frías y claras.
—Escuche, estúpida, ¿acaso no sabe que quizá por primera vez en su vida tiene la oportunidad de un anillo de latón? Suponía que tenía usted un poco de cerebro; utilícelo, pues, e intente conseguir la victoria.
—Tal vez no me interesan los anillos de latón.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que Christie Lane no me atrae.
Él echó hacia atrás la cabeza y rió.
—Es usted remilgada. Admiro su valor de todos modos.
—Y a mi me gusta todo lo de usted. —Su voz era insinuante y suave.
Ella sintió que el cuerpo de Robin se endurecía. Sin mirarla, dijo:
—Lo siento, no hay ninguna oportunidad.
—¿Por qué?
Él se alejó y la miró.
—Porque yo también soy remilgado.
Ella lo miró fijamente.
—¿Por qué me odia usted?
—Yo no la odio. Digamos que hasta ahora lo único que he pensado de usted es que era enormemente inteligente y que tenía mucho nervio. Pero ahora estoy empezando a dudarlo. Tiene a Christie Lane, no lo desprecie. Es posible que no sea Sinatra, pero su show tiene mucho éxito. Durará mucho tiempo.
—Robin, dígame una cosa. ¿Por qué me ha sacado a bailar?
—Porque va a ser una noche muy larga y no me apetece soportar diez o doce veladas proposiciones por su parte. Pensé que era mejor aclarar las cosas en seguida: La respuesta es no.
Ella sonrió mirando a la muchacha alemana que bailaba cerca de ellos.
—No por esta noche.
—No ninguna noche.
—¿Por qué? —Le miró a los ojos.
—¿Quiere usted que sea sincero?
—Sí. —Sonrió sin mostrar los dientes.
—No me atrae usted, nena, es así de sencillo.
El rostro de Ethel se endureció.
—No sabía que tuviera usted problemas. Así es que este es su inconveniente.
Él sonrió.
—Con usted sí.
—Fue por eso quizá que Amanda le abandonó por Ike Ryan. El gran Robin Stone: mucho encanto, mucho hablar, y nada de acción. Ella le engañó a usted incluso con Christie Lane.
Él dejó de bailar y le agarró el brazo.
—Tal vez sea mejor que volvamos a la mesa.
La sonrisa de Ethel era maliciosa. Se negó a moverse.
—¿Acaso he puesto el dedo en la llaga, señor Stone?
—No me duele, nena. Simplemente considero que usted no es quien para chismorrear sobre Amanda.
Una vez más intentó moverla, pero ella le forzó a adoptar una posición de baile.
—Robin, déme una oportunidad. ¡Pruebe sólo una vez conmigo! ¡Sin compromiso! Podrá tenerme con sólo que chasquee los dedos. Y soy un buen seguro. Le satisfaceré; nunca volverá a perder la cabeza por una chica como Amanda.
Él la miró con una extraña sonrisa.
—Y apuesto a que está usted más sana que un caballo.
—Nunca he estado enferma en toda mi vida.
Él asintió con la cabeza.
—Desde luego.
Ella lo miró con suavidad.
—¿Y bien?
—Ethel —casi suspiraba—, ¡cásese con Christie Lane!
—No puedo. —Sacudió la cabeza—. No depende de mí. Me han dado órdenes de terminar.
Él se mostró auténticamente interesado.
—¿Quién?
—Danton Miller. Desde luego, es estupendo para él tenerme siempre que quiera, pero esta tarde me ha dicho que tengo que dejar a Chris. Según parece, estamos consiguiendo una publicidad excesiva. Y yo no estoy bien para una imagen familiar y, si no sigo sus órdenes, me despedirá.
—¿Qué va usted a hacer?
Bueno, por lo menos había conseguido captar su interés. Quizás esta fuera la táctica: no actuar con decisión, intentar atraer su simpatía. ¿Por qué no? Había probado todo lo demás. Procuró que algunas lágrimas asomaran a sus ojos, pero no sucedió nada. Dijo:
—¿Qué puedo hacer? —y lo miró con desamparo.
—No conseguirá nada de mí haciendo de Shirley Temple. Si es usted una mujer, actúe como tal, no se haga la niña ni implore compasión. —Él le sonrió—. Ha estado jugando un juego de hombre, con reglas de hombre. Debería usted enfrentarse a Danton Miller.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿Se refiere a que tendría que luchar contra Danton Miller? —Sacudió la cabeza—. No tengo ninguna oportunidad, a menos que usted no me dé un trabajo en su show. Usted dice que soy inteligente; olvidémonos del sexo ahora. Deme una oportunidad, Robin. Puedo hacer mucho por su show. Puedo conseguirle mucha publicidad.
—Olvídelo. —Él la interrumpió—. No soy un actor.
—Pero déjeme trabajar en su programa. Escribiré a máquina, haré todo lo que quiera.
—No.
—¿Por qué no? —Ella le imploraba.
—Porque no doy nada por caridad, piedad o simpatía.
—¿Y qué me dice de la amistad?
—No somos amigos.
—Seré amiga suya. Haré cualquier cosa por usted, con sólo que me lo diga.
—Bien, en este momento, lo que más quiero es terminar este baile.
Ella se desprendió de él y lo miró con odio.
—Robin Stone, ¡espero que se pudra usted en el infierno!
Él sonrió suavemente. La tomó por el brazo y la sacó de la pista.
—Así me gusta, nena, demuestre un poco de temperamento. Así me gusta más.
Llegaron a la mesa. Le agradeció el baile con una encantadora sonrisa.
Fue una velada larga y aburrida. Chris fue premiado como el personaje más sobresaliente de un nuevo show. El programa En Profundidad de Robin ganó el premio correspondiente a los noticiarios. Cuando terminaron los discursos, se abrieron las cortinas del otro lado del salón, la orquesta tocó una marcha y todos empezaron a murmurar en voz baja girando las sillas para contemplar el espectáculo.
Robin tomó a la muchacha alemana y ambos se fueron tan pronto como se apagaron las luces. Pero Chris permaneció en la mesa junto con los restantes miembros de la IBC y contempló el show.
Ethel miró los dos asientos vacíos. ¿Quién demonios era él para tener la independencia de marcharse? Incluso Danton Miller permaneció sentado contemplando el aburrido espectáculo. Chris no se hubiera atrevido a marcharse, y Chris era dos veces más importante que Robin Stone. Pensándolo bien, Chris era incluso más importante que Danton Miller. Dan podía ser despachado en cualquier momento, y ahora mismo gozaba de favor gracias a Christie. ¡Cómo se atrevía a amenazarla! Mientras tuviera a Chris, era más importante que Danton Miller. Y más importante que Robin Stone. De repente, se dio cuenta de que Chris era lo único que tenía. Tenía treinta y un años. No podía seguir haciéndoles el amor a todas las celebridades que llegaran. Dentro de algunos años, no la querrían.
Permaneció en la oscuridad ajena a las risas corteses del auditorio, mientras tomaba forma en su imaginación una nueva idea. ¿Por qué tenía que abandonar a Chris? Dormir con él era una cosa, ¡pero ser la señora Christie Lane! La enormidad de la idea era impresionante. Desde luego, sería muy largo y difícil de conseguir. Tenía que planear la idea poco a poco. Después podría mandarles a paseo a todos. A Dan, a Robin, a todo el mundo. ¡La señora Christie Lane! ¡La señora estrella de la TV! ¡La señora Poder!
Eran las tres de la madrugada cuando llegaron al Astor. Chris se había ofrecido a acompañarla a su apartamento.
—Tengo un ensayo a las once de la mañana, muñeca.
—Déjame venir y dormir contigo. No tendremos sexo, quiero estar contigo, Chris.
Su cara vulgar se iluminó con una amplia sonrisa.
—Desde luego, muñeca. Pensé que estarías más cómoda en tu casa, para cambiarte y todo lo demás, porque mañana también tienes que acudir al ensayo.
—Ahí está: que no voy.
Se volvió hacia ella en la oscuridad del taxi.
—¿Cómo dices?
—Te lo diré cuando subamos.
Se desnudó silenciosamente y se deslizó en la cama junto a él. Él estaba examinando las clasificaciones de las carreras de caballos. Su estómago sobresalía por encima de los shorts y mantenía un puro entre los dientes. Él le indicó la otra cama.
—Duerme allí, muñeca. Nada de amor esta noche.
—Sólo quiero estar contigo, Chris. —Le rodeó con los brazos el blando cuerpo.
Él la miró.
—Oye, estás muy rara, ¿qué te pasa?
Ella rompió a llorar. Se sorprendió de lo fácil que le resultó. Pensaba en la humillación a que la había sometido Robin Stone y las lágrimas se convirtieron en auténticos sollozos.
—Muñeca, por el amor de Dios, ¿qué pasa? ¿He hecho algo? Dímelo.
—No, Chris, esta es nuestra última noche. —Ahora sollozaba de verdad. Lloraba por todas las humillaciones, por todos los hombres a quienes había amado una sola noche, por todo el amor que nunca había tenido.
—¿De qué estás hablando? —La rodeó con sus brazos y, torpemente, le dio unos golpecitos en la cabeza. ¡Dios mío! Hasta odiaba su olor colonia de afeitar barata y sudor; pero procuró pensar en Robin en la pista de baile. Pensó en la muchacha alemana que probablemente estaría estrechando en sus brazos y sus sollozos se intensificaron.
—Dime; muñeca, no puedo soportar verte así. Eres la muchacha más fuerte del mundo. Se lo estaba diciendo a Kenny el otro día. Le dije: «Esta Ethel llegaría a matar por mí». ¿Qué significa eso de que es nuestra última noche?
Ella lo miró con las lágrimas rodándole por la cara.
—Chris, ¿qué sientes por mí?
Él le acarició el pelo y miró al aire, pensativo.
—No lo sé, muñeca, nunca lo pienso. Me gustas. Nos divertimos juntos. Eres una buena diversión.
Ella empezó a sollozar de nuevo. El muy cerdo, ¡también la rechazaba!
—Mira, muñeca, no me gustaría enamorarme. Una vez es suficiente. Pero no hay ninguna otra chica. Estarás conmigo hasta que quieras. Como Kenny y Eddie. Así es que ¿qué significa lo de nuestra última noche?
Ella se separó y miró hacia adelante.
—Chris, tú conoces mi pasado.
El rostro de Chris se coloreó.
—Eso es —sollozó ella—. Pero esta no soy yo. Yo soy lo que tú conoces ahora. Tienes miedo de que te lastimen por lo de Amanda; bien, eso mismo me sucedió a mí. Un muchacho de la Universidad, estábamos comprometidos. Yo era virgen y él me abandonó. Me sentí tan lastimada que decidí burlarme de todos los hombres, para igualarme a él. Le odiaba, odiaba la vida, me odiaba a mí misma. Hasta que tú llegaste, entonces me sentí purificada. Encontré a un ser humano bueno, que yo apreciaba. Empecé a gustarme a mí misma, y surgió de nuevo la auténtica Ethel Evans. Todo el pasado se ha borrado. Lo que he sido para ti es lo que soy verdaderamente.
—Lo comprendo, muñeca, y estoy incluso empezando a olvidar tu pasado. Pero, ¿qué pasa? ¿Acaso hago yo preguntas?
—No, Chris, pero, antes de conocerte, yo... yo iba con Danton Miller.
Él se sentó.
—¡Maldita sea! ¡Él también! ¡No te dejaste a ninguno!
—Chris, Dan se encariñó de veras conmigo. Estaba celoso de todos los que iban conmigo. Me trasladó a tu show para poder vigilarme. Se puso lívido cuando Jerry arregló nuestro encuentro. Pero supuso que se trataría del plan de una noche. No pensaba que iba a enamorarme de ti. Ahora está celoso.
—¡Que se vaya a paseo!
—Y eso es lo que quiere.
—¡Bromeas!
—No, me ha llamado hoy y me ha dicho que no quería que te viera más. Que quiere tenerme libre exclusivamente para él. Le dije que se fuera a paseo y me contestó que tenía que dejarte esta noche. No tengo que aparecer por tu show.
Si lo hago, me despedirá de la IBC. Si te dejo, puedo quedarme. Incluso me trasladará a otros programas y me subirá el sueldo. Pero no puedo hacerlo, Chris, no puedo vivir sin ti.
—Hablaré con Dan mañana.
—Él lo negará y te crearás un enemigo. Dice que él te ha hecho y que puede destruirte.
Christie apretó las mandíbulas. Ethel advirtió que había hecho un movimiento equivocado. Chris todavía no estaba seguro. Maldita sea, temía a Danton Miller.
—No puede tocarte, Chris, tú eres el más importante. Pero puede librarse de mí. Escribí un montón de cartas tontas a una muchacha que creía amiga mía, sobre algunos de mis idilios. Dan tiene copias de las cartas.
—Mira, algunas mujeres tienen la lengua muy larga, pero lo que tú tienes es una máquina de escribir muy grande. ¿Por qué demonios escribiste aquellas cartas? Puedes perjudicar a los hombres también.
—Lo sé, y quizá Dios me está castigando. Pero, ¿cómo podía saber que Yvonne sacaría copias? ¿Por qué Dios no la castiga a ella? Las escribí bajo el impulso del momento, como una broma. Pero eso pertenece al pasado. Mi problema es ahora.
—Muy bien, dejarás el show —dijo Chris.
—¿Y qué?
—Puedes conseguir otro trabajo; CBS, NBC o cualquier otra cadena.
—No, Dan se opondría. Estoy acabada.
—Te conseguiré un trabajo, ahora mismo.
—Chris, son las tres y media.
—¡Me importa un bledo! —Tomó el teléfono y pidió un número. Después de algunas llamadas, Ethel oyó contestar a una voz soñolienta.
—¿Herbie? Soy Christie Lane. Sé que es tarde, pero mira, encanto, soy un hombre impulsivo. Creo que el otro día en el hipódromo dijiste que darías cualquier cosa porque tu oficina se ocupara de mis relaciones públicas. Bien, puedo darte esta oportunidad. A partir de mañana.
La voz apresurada de Herbie resonó a través del teléfono. Estaba entusiasmado. Haría un trabajo estupendo. Estaría en el ensayo a las once.
—Un momento, Herbie. Hay algunas condiciones que añadir al trato. Pagaré tres billetes por semana, no me importa cuál sea la tarifa corriente. Tienes un cochino despacho en Broadway con algunos cómicos baratos y algunos cuerpos de baile. Pero si estás con Christie Lane, estás de suerte. Incluso puedo proporcionarles trabajo a tus miserables clientes. Pero hay una condición: tienes que contratar a Ethel Evans. Desde luego que está en la IBC, pero quiero que lo deje y que trabaje sólo para mí. Pero tú le pagarás. ¿Cuánto... cien dólares por semana? —Miró a Ethel. Ella sacudió enérgicamente la cabeza—. Esto es una porquería, Herbie, ¿ciento veinticinco? —Ella sacudió de nuevo la cabeza—. Espera un momento, Herbie. —Se volvió hacia Ethel—. ¿Qué quieres, una fortuna?
—Tengo un sueldo base de ciento cincuenta en la IBC, veinticinco dólares más por hacer tu show, en total son ciento setenta y cinco.
—Herbie, ciento setenta y cinco y trato hecho. Te deja ciento veinticinco, pero piensa en el prestigio, muchacho. De acuerdo, comprendo tu punto de vista, ciento cincuenta. —Hizo caso omiso del golpe que Ethel le dio en el codo—. De acuerdo, Herbie, estará en tu despacho a las diez de la mañana.
—¿Crees que salgo ganando con toda tu influencia? —preguntó ella.
—El hombre tiene razón, no puedes ganar más tú que él. Tranquilízate. En la IBC tenías que trabajar en muchos programas. Con Herbie, trabajarás sólo para mí y puedes vivir con ciento cincuenta.
Ethel estaba furiosa. Conocía a Herbie... Controlaría sus entradas y salidas con un reloj registrador y las horas serían un tormento. Su trabajo en la IBC le proporcionaba prestigio. Herbie dirigía un equipo miserable. Todo le estaba fallando, pero ahora estaba decidida.
—Chris, he firmado mi sentencia de muerte, y tú lo sabes.
—¿Por qué? Acabo de encontrarte otro trabajo.
—En la IBC tenía otras ventajas: hospitalización, despachos limpios y con aire acondicionado.
—Pero me tienes a mí. ¿No es eso lo que querías?
Ella se acurrucó junto a él.
—Lo sabes. He dejado la IBC por ti, podía haberme quedado y haber hecho otros programas. Pero lo he dejado para trabajar para Herbie Shine. Y tú, en cambio, ¿qué haces por mí?
—¿Estás loca? ¿No acabo de proporcionarte un trabajo?
—Quiero ser tu chica.
—Por Dios, todo el mundo lo sabe.
—Oficialmente quiero decir. ¿No podríamos decir por lo menos que estamos comprometidos?
Él soltó las clasificaciones de las carreras.
—¡Ni hablar! No voy a casarme contigo, Ethel. Cuando me case, si me caso, quiero una chica decente. Quiero tener niños. Tú pareces el túnel Lincoln, todos han pasado por ti.
—Supongo que Amanda era una chica decente...
—Era una desvergonzada, pero creí que era decente. Por lo menos, contigo no me engaño.
—¿Y no crees que una muchacha puede cambiar?
—Quizá. Ya veremos. —Tomó de nuevo las clasificaciones.
—Chris, dame una oportunidad, por favor.
—¿Acaso te estoy echando de la cama? Donde quiera que vamos tú estás conmigo, ¿no es cierto?
Ella lo rodeó con sus brazos.
—Chris, no sólo te quiero, te adoro. Tú eres mi Dios, mi Señor, mi rey. ¡Tú eres mi vida!
Se deslizó hacia el fondo de la cama y empezó a pasarle la lengua por los dedos. Le producía náuseas, pero procuró pensar que se trataba de uno de los actores de cine a los que había adorado.
Él empezó a reír.
—Oye, me gusta eso. Nunca me lo habían hecho.
—Tiéndete. Quiero hacerle el amor a cada una de las partes de tu cuerpo. Quiero demostrarte cuánto te venero y te adoro. Siempre te querré, no importa lo que hagas. Siempre te amaré. Te quiero tanto... —Empezó a gemir y a hacerle el amor.
Más tarde, cuando él yacía jadeante y sudoroso, le dijo:
—Muñeca, no está bien. Yo me he vuelto loco... hasta los dedos de los pies. Pero, en cambio, tú no has sentido nada.
—¿Estás loco? —dijo ella—. Dos veces me ha pasado, mientras te hacía el amor.
—¡Estás bromeando!
—Chris, ¿no lo entiendes? Te quiero. Me excitas con sólo tocarte.
Él la rodeó con sus brazos y le acarició el cabello.
—¡Muy bien! No cabe duda de que estás loca, pero me gusta.
Eructó ruidosamente y tomó las clasificaciones de las carreras.
—Oye, son más de las cuatro y tengo que hacer mi trabajo. Es mejor que pases a la otra cama y duermas. Tienes que levantarte pronto, darle la notificación a Dan e ir al despacho de Herbie. Ve a dormir, muñeca.
Ella se fue a la otra cama y le volvió la espalda. Rechinó los dientes y dijo:
—Te quiero, Chris.
Él se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Al pasar, le dio unas palmadas en las nalgas.
—Yo también te quiero, muñeca. Pero no olvides que tengo... cuarenta y dos años y una gran carrera por delante que he empezado tarde. Y esto es lo importante para mí. Después, dejando la puerta abierta, se sentó en el retrete y se produjo un explosivo movimiento de intestinos. Ella se tapó la cabeza con las sábanas. ¡El muy cerdo! ¡Y ella tenía que someterse a él! Pero lo conseguiría. ¡Se casaría con él! Aunque esto fuera lo último que hiciera. Después mandaría a paseo a todo el mundo. ¡Sobre todo a él!
Ethel sacó una copia de la máquina y la dejó sobre el escritorio de Herbie Shine. Permaneció allí con los ojos contraídos, mientras el calvo y compacto hombrecillo la leía con cuidado.
—Está bien —dijo despacio—. Pero no indica la dirección del restaurante.
—Herbie, se trata de un informe general para las columnas de los periódicos. Si el nombre de «Lario's» es captado, bien, si no, déjalo. Ninguna columna publica la dirección.
—Pero este local se aparta de lo corriente. Tenemos que conseguir que el público lo sepa.
—Si hubieran celebrado una fiesta de inauguración y hubieran invitado a algunas caras famosas y a todos los periodistas, saldría en todos los periódicos. Pero son como todos tus clientes, demasiado vulgares para hacer las cosas bien.
—En eso tienes razón, sobre todo mi cliente más importante, el señor Christie Lane. Él es el más vulgar. Lario's es un local pequeño. No pueden permitirse ofrecer comida y bebida gratis en una fiesta. Es mejor que vayan algunas personas de la IBC, Christie Lane también.
—Mira. Christie te está pagando de su bolsillo. No le gustó el último restaurante de que te encargaste, el de la calle Doce al que me obligaste a llevarle; le costó tres dólares de ida y tres dólares de vuelta en taxi. Me lo estuvo repitiendo varios días seguidos.
—También estuvo insoportable con los camareros.
—Chris cree que cuando está en el candelero, todo se le debe.
—Todos saben que todavía te cuidas de un capitán y de un camarero.
—Chris no.
—Bien, ¿por qué no se lo dices?
—No estoy corriendo una carrera como la de Emily Post. —Se puso el abrigo—. Son sólo las cuatro. ¿Qué clase de horario de banquero estás haciendo? Esta mañana has llegado a las diez y cuarto.
—Cuando estaba en la IBC solía llegar a las diez y media y me marchaba cuando quería. A veces, entraba a las nueve y salía a las seis. Mira, Herbie, yo soy buena en mi trabajo. Hago mi trabajo y sigo mi propio horario. La próxima cosa que me digas será que quieres que registre mis entradas y salidas en un reloj de control.
—Yo no soy la IBC. Tengo tres personas que trabajan para mí. Tenemos doce cuentas. Tú ganas más que los otros dos y trabajas la mitad de horas que yo.
—Entonces despáchame.
Él la miró fijamente con una sonrisa malévola.
—Lo haría de buena gana. ¡Y tú lo sabes! Pero ambos necesitamos a Chris Lane, y tú no saldrás de aquí a las cuatro.
—Vigílame.
—De acuerdo, entonces te rebajaré el sueldo.
—Pues no me voy. Pero cuando llegue a la gran inauguración de Ike Ryan de esta noche, con el pelo sin arreglar, Chris me hará algunas preguntas. Y le explicaré el bonito trabajo que me ha conseguido.
—Ve a peinarte, perra.
Ella sonrió y salió de la habitación. Observó cómo oscilaban sus anchas caderas y se preguntó, como todo el mundo, qué habría visto Christie Lane en ella.
Ethel sabía que mucha gente se preguntaba qué habría visto Christie Lane en ella. Se sentó en el bar del Copa, procurando sonreír ante los chistes que estaban contando Eddie y Kenny. Aquella noche odiaba a Chris más que nunca. Todas las personas importantes se encontraban en la fiesta de inauguración que había ofrecido Ike Ryan. Muy bien, ello significaba que había resentimiento entre Chris y Amanda, porque por lo menos hubieran podido ir al Sardi's donde habían acudido los demás invitados. Pero Chris no se sentía a gusto en el Sardi's. Le dieron una mesa de atrás. ¡Era un bastardo tacaño y egoísta! Observó su traje. Tenía dos años. Cuando le sugirió comprar un nuevo traje para la fiesta de la inauguración, sus ojos se habían contraído:
—¿Qué clase de jaleo es ese? Te pago todas las comidas, tu alquiler no es elevado. Con ciento cincuenta dólares a la semana, podrías vestir como un figurín. Además, Lou Goldberg me ha hecho adquirir otra anualidad.
Lou Goldberg era la clave. Iba a venir la próxima semana. Tenía que conquistarle y convencerle de que era adecuada para Chris. Abrió su estuche de maquillaje y se añadió un poco de carmín en los labios. Lo que tenía que hacer era poner una funda a sus dientes. Por Navidad había sugerido de mil maneras que le agradaría un abrigo de visón, pero Chris se hizo el sordo. Bien, esperaría a que llegara a la ciudad Lou Goldberg. Entonces abriría la primera brecha.
Se sentó rígidamente mientras el dentista introducía la aguja de Novocaína en su encía, si bien sabía que no iba a dolerle. Se relajó e inmediatamente la pétrea sensación se extendió a sus labios, a su boca e incluso a la nariz. ¡Estaba sucediendo! Le iban a poner funda a los dientes. Y tenía que agradecérselo a Lou Goldberg. Se reclinó y cerró los ojos mientras el dentista se acercaba con la ruedecilla. Escuchó el zumbido en sus dientes. No sintió nada. Intentó no pensar en el hecho de que dos dientes sanos estaban siendo arrasados hasta la raíz. Pero había que hacerlo para cerrar la maldita separación.
Pensó en Lou Goldberg. Su velada juntos había sido un éxito superior al que cabía esperar. Lo había planeado perfectamente. Permaneció en el despacho hasta tarde, deliberadamente, y después acudió al Dinty Moore's con su abrigo de oposúm y un traje de lana azul.
—Siento no haber podido ir a casa a cambiarme —se excuse—, pero el señor Shine es un negrero. Yo quería que usted me encontrara lo mejor posible, señor Goldberg. Chris habla tanto de usted que casi me parece que ya le conozco.
Era un hombre de aspecto agradable. Alto, con el cabello gris, mayor que Chris. Pero era delgado y caminaba como un hombre joven. No había sido fácil. Al principio, Lou Goldberg se mostró receloso y prevenido. Ella se mostró cándida y amable.
Toda su conversación se centró en Chris: su carrera, su talento, cómo admiraba su manera de enfrentarse con el éxito, lo afortunado que era al contar con los consejos de Lou Goldberg, y cómo no pretendía aparentar como hacían otros actores.
—Todos quieren a Chris, ahora —dijo ella—. Le querrían igual aunque no fuera importante, porque es bueno. Y estoy segura de que siempre encontraría trabajo. Pero es más tarde cuando un hombre necesita seguridad. Si está enfermo, nadie se preocupa si no es la familia. Y él tiene suerte de tenerle a usted por familia, señor Goldberg.
Vio que Lou Goldberg se ablandaba ante sus ojos. Su recelo se desvaneció y la miró con cálido interés. Muy pronto empezó a plantearle preguntas, preguntas personales. Ello significaba que se interesaba por ella. Ella contestó en forma directa y sencilla. Sus padres eran polacos, buenas gentes, temerosas de Dios que iban a la iglesia todos los domingos. Sí, todavía vivían. Vivían en Hamtramck. Casi se atragantó al decir que les mandaba cincuenta dólares cada semana. Y Lou se lo había tragado. ¡Dios mío, si les mandara cincuenta al mes, su padre podría incluso retirarse!
Lou Goldberg lo aprobó con entusiasmo.
—Me gusta, la mayoría de las muchachas no piensan en sus familias. Utilizan el dinero para sí mismas.
—Es porque quieren impresionar a la gente —dijo ella—. Temía presentarme aquí con este vestido, pero después pensé que a usted no le importaría. Lo deduzco por lo que Chris me ha contado de usted. Usted comprende a las personas en el mismo momento de conocerlas. Dijo que reconocía usted a los hipócritas a una milla de distancia.
—Generalmente así es —dijo él alegremente—. Y usted es una verdadera muchacha.
—Gracias —dijo ella modestamente—. Toda mi vida ha cambiado al conocer a Chris. No siempre fui así. He cometido algunas estupideces. Pero era joven y quería sentirme hermosa. —Rió—. Sé que nunca lo seré, pero ahora no me importa. Si Chris me quiere, eso es todo lo que deseo.
Lou se incorporó y le dio unos golpecitos en la mano.
—Usted es bastante agraciada, querida.
Ethel señaló sus dientes delanteros.
—Pero no así...
—Pero esto puede arreglarse —dijo Lou—. Los dentistas hacen trabajos maravillosos hoy en día.
Ella asintió.
—Pero, por lo menos, cuesta trescientos dólares.
Lou miró a Chris significativamente. Chris evitó la mirada. Ethel fingió creer que el tema se había agotado y regresó de nuevo a su hamburguesa.
—Chris, quiero que le arregles los dientes a Ethel —dijo Lou.
—Oh, a mí me parece bien así.
—Es por ella. Si no siente que es agraciada.
Y así se había arreglado. El mismo Lou escribió el cheque.
—Lo tomo de tu dinero, Chris —dijo, entregándole el talón a Ethel. Después rió—. No sabe, enseñé a este muchacho a ser parco, pero a veces se excede. De veras, Chris, deberías comprarte trajes nuevos.
—Tengo tres trajes nuevos, los utilizo en TV. Y estoy elaborando un trato. Un sastre de la ciudad me dijo que me proporcionaría los trajes gratis si menciono su nombre. Dan Miller dijo que ni hablar, pero el año que viene, cuando renueve el contrato, insistiré de nuevo.
—Puedes sacarlo del impuesto sobre la renta —insistió Lou.
—Desde luego, pero si puedo conseguirlos gratis, ¿por qué no?
Chris lo quería todo gratis. Ethel seguía reclinada, con la cara entumecida, mientras zumbaba la ruedecilla del dentista. ¡Lo había conseguido! Al ganarse la confianza de Lou, cambió toda la actitud de Chris. Creía de verdad que ella había nacido de nuevo. Tal como él decía: «Me siento como Dios. ¡Te he creado de una muchacha vulgar a una señora!». Y ella sonreía y sostenía su mano... Dios mío, hubiera querido abofetear su idiota cara relamida, pero le estaban arreglando los dientes y estarían listos para la cena del Waldorf. Desde luego, todavía estaba muy lejos de conseguirlo. Algunas columnas de los periódicos insinuaban que estaban comprometidos, pero el matrimonio todavía quedaba muy lejos. Había pensado en la idea de quedar encinta, pero él había sido más listo. No quería que usara diafragma. Las pocas veces en que efectivamente había realizado un esfuerzo por hacer algo, había utilizado un preservativo. ¡La mayoría de las veces se limitaba a permanecer tendido y dejar que ella le hiciera el amor! Creía de veras que se excitaba con sólo tocarle... Bien, por lo menos tenía los dientes y la aprobación de Lou Goldberg. Era un buen principio. Y compraría un nuevo vestido para la cena.
La cena del Waldorf fue exactamente igual que todas las restantes cenas del Waldorf. Dan Miller llegó escoltando a una réplica exacta de su anterior acompañante conservadora. Sólo que esta tenía el pelo mate. Había dos asientos vacíos en su mesa... Robin Stone no se presentó. Ethel sintió haber comprado el traje. El único momento importante fue su presentación a la señora Gregory Austin. Había sucedido mientras esperaban sus abrigos en el guardarropa. Ethel se había mostrado adecuadamente humilde y la señora Austin adecuadamente condescendiente al felicitar a Chris por su show.
Chris lo mencionó satisfecho al desnudarse aquella noche.
—¿Has visto que el mismo Gregory Austin en persona ha venido a decirme que soy el más grande? Y no tenía necesidad de hacerlo. Ha roto sus normas para decírmelo. Ya sabes que hubiera podido limitarse a asentir levemente con la cabeza. Se le conoce por eso, porque no se mezcla con sus actores. ¡Jesús, nunca olvidaré su fiesta de Año Nuevo! Creo que me saludó una vez con la cabeza pensando quién demonios debía ser yo. —Chris se dejó caer en la cama completamente desnudo—. Ven, muñeca, haz que mi lombriz cobre vida. Después de todo, es un honor para ti poder agradar al Rey.
Ella le ignoró y se desnudó lentamente. Chris miró al aire complacido.
—¿Sabes una cosa? Este nombre no es suficientemente bueno. El Rey. Hay muchos reyes: hay el Rey de Inglaterra, de Grecia, de Suecia, de... bueno, montones de Reyes. Pero sólo hay un Chris Lane. Tengo que conseguir un adjetivo.
—Podrías compararte con Dios.
—No, es un sacrilegio. —Lo pensó—. ¿Qué te parece «fantástico»? Eso es: Mr. Fantástico. Empieza a colocar este adjetivo detrás de mi nombre en las columnas de los periódicos, nena. Soy fantástico. ¿Has observado que incluso la señora Austin me ha dicho que le gustaba mi espectáculo? Esto es porque soy el más grande.
—Te habría considerado el más vulgar si hubiera sabido cómo trabajo yo para Herbie Shine y las horas que le dedico.
—Quedaría más asombrado si tú fueras una entretenida —gruñó él—. No hay nada deshonroso en trabajar.
—¡Sí! Todos saben que te entiendes conmigo. Piensan que eres demasiado vulgar para mantener a nadie.
—Nadie dice que yo sea vulgar.
—Yo soy la prueba viviente de ello. He sido tu chica durante casi cinco meses. Se ríen de mi ropa, pero no se ríen de mí, ¡se ríen de ti! —Después, viendo que su cara se teñía de rojo, pensó que había ido demasiado lejos. Suavizó su voz—. Mira, no me importa que me des o dejes de dar nada. Es por ese Herbie Shine. Me ha estado pinchando, insinuando que eras tacaño, porque, de lo contrario, no me tendrías trabajando en un despacho como el suyo. Y es un despacho tan asqueroso, Chris. Creo que no debiera manejar tus asuntos. En todo caso, tendrías que tener a Cully y Hayes.
—¿Por uno de los grandes a la semana?
—Puedes permitírtelo.
—Esto es tirar el dinero. Te invitan a todas las fiestas elegantes, pero no te consiguen ni una línea en ninguna columna. Por lo menos, Herbie me consigue algunas menciones en las columnas.
—Pero Herbie no puede conseguirte reportajes en las revistas.
—De esto se encarga el departamento de publicidad de la IBC. Yo sólo pretendo que Herbie consiga que me mencionen en las columnas.
—Le estás pagando por eso trescientos dólares a la semana.
—Ciento cincuenta, en realidad. Los restantes ciento cincuenta corresponden a tu sueldo.
—Eso es lo que tú crees. Trabajo en otros diez clientes suyos. ¡Y tú le estás pagando por eso!
—El maldito hijo de perra —dijo él en voz baja.
—Chris. ¡Contrátame a mí y deja a Herbie!
La sonrisa de Chris era ofensiva.
—¿Quieres decir que tendría que pagarte trescientos dólares a la semana? No es ninguna ventaja. De esta manera os tengo a ti y a Herbie trabajando para mí.
—Herbie no levanta ni un dedo por ti. Se limita a hacerte asistir á estos malditos restaurantes y, de esta manera, incluye tu nombre en las columnas. Y los restaurantes le pagan. Mira, Chris, págame doscientos, son cien menos de lo que le das a Herbie. Y haré el mismo trabajo. Conozco a todos los redactores: podré incluir los párrafos que quiera para ti. Y estaré libre para ir contigo donde quieras y acompañarte en todo momento. No como la semana pasada, que tuve que dejarte a las dos en el Copa porque Herbie me tenía preparado un trabajo a primera hora de la mañana con otro de sus clientes. De esta manera, podría estar contigo siempre y Herbie no te robará el dinero y dejará de reírse a tu costa.
Los ojos de Chris se contrajeron.
—El cerdo asqueroso. —Permaneció en silencio. De repente, sonrió—. De acuerdo, muñeca, te has ganado un negocio. He pagado a Herbie hasta el final de la semana. El viernes tomaras tu paga y le dirás a Herbie que se vaya al cuerno. Dile que Christie lo ha dicho.
Ella se abalanzó sobre él y le cubrió la cara de besos.
—¡Oh, Chris, te quiero, eres mi dueño, mi vida!
—De acuerdo, ahora lánzate. Haz feliz a Mr. Fantástico.
Tras quedar satisfecho, Chris tomó las clasificaciones de las carreras y ella ojeó los periódicos de la mañana. Ojeó el Daily News y se detuvo en la tercera página. Había una gran fotografía de Amanda llevada en camilla al hospital. Ike sostenía su mano. Incluso en la camilla, Amanda estaba hermosa. Leyó la historia con cuidado. Amanda había sufrido un colapso en una fiesta. El diagnóstico era hemorragia interna debida a úlcera. Sus condiciones se consideraban «satisfactorias». Ethel ocultó cuidadosamente el periódico. Hacía mucho tiempo que Chris no mencionaba a Amanda; estaba segura de que la había olvidado. Se preguntaba qué habría sentido Robin cuando ella se casó con Ike. Después pensó en las dos sillas vacías de la mesa. Admiraba su fortaleza. ¿Cómo se atrevía a no presentarse?