Capítulo 6

Danton Miller apartó a un lado los papeles de negocios. No podía concentrarse en nada. Hizo girar su asiento y miró hacia la ventana. Dentro de una hora, tenía que comer con Gregory Austin. No tenía la menor idea de qué podía tratarse. Ningún aviso, simplemente una maldita llamada telefónica y la voz impersonal de la secretaria de Gregory.

Hasta ahora, las clasificaciones eran más o menos iguales. El noticiario todavía estaba en baja, pero el nuevo hombre, Andy Parino, intervenía desde Miami hacía ya más de una semana. No podía negarse que ello proporcionaba al espacio una nueva dimensión. Bien, esto era cosa de ellos. Él tenía su propio problema. El show de variedades había sido anulado. Estaba seguro de que el «western» que Gregory había sugerido para sustituirlo constituiría una bomba. Y estaba decidido a empezar con un salvador de media temporada. Esta era la razón de que hubiera pasado todas las noches de la última semana con dos escritores y un cantante de medio pelo llamado Christie Lane.

La otra semana había acudido al Copa para contratar a un cómico de renombre; Christie era simplemente un instrumento de apoyo. Al principio, Dan no había prestado mucha atención a este individuo cuarentón de segunda categoría, que tenía el aspecto de un anticuado camarero cantante de Coney Island. Dan nunca había oído hablar de este sujeto. Pero, mirándole, se le ocurrió una idea. De repente, Dan se volvió hacia Sig Hyman y Howie Harris, los dos escritores que le acompañaban y dijo:

—¡Es exactamente lo que busco! —Comprendió que pensaban que se debía al whisky. Pero, a la mañana siguiente, los mandó llamar y les dijo que quería hacer una prueba con Christie Lane. Le miraron incrédulos.

—¡Christie Lane! Es un fracasado, está acabado —afirmó Sig Hyman.

Howie se levantó:

—Ni siquiera puede conseguir un sábado por la noche fuera de temporada en el Concord o el Grossinger. ¿Has leído los informes sobre los espectáculos del Copa en Variety? A Christie ni siquiera lo mencionan. Los trajes de las chicas del Copa fueron mejores que él. Sólo actúa en Nueva York de relleno, cuando actúa algún nombre famoso. Y sus baladas irlandesas... —Howie torció los ojos. Y Sig remató:

—Además, se parece a mi tío Charlie el que vive en Asteria.

—¡Eso es exactamente lo que quiero! —insistió Dan—. Todos tenemos un tío Charlie en Astoria a quien queremos mucho.

Sig sacudió la cabeza.

—Yo odio a mi tío Charlie.

—Guarda los chistes para el guión —contestó Dan.

Sig tenía razón por lo que al aspecto de Christie se refería. Se parecía al Señor Corriente. Sería estupendo para un show de variedades de tipo burgués. Poco a poco, Sig y Howie captaron la idea. Eran escritores de primera categoría que sólo habían trabajado para estrellas consagradas. Tres meses antes, Dan había firmado con cada uno de ellos un contrato con el fin de que le ayudaran a crear nuevos shows.

—Christie será el anfitrión —explicó Dan—. Formaremos una compañía de repertorio: una cantante, un presentador; haremos sketches y utilizaremos la voz de Christie. Si cierras los ojos, su voz se parece a la de Perry Como.

—Yo creo más bien que se parece a la de Kate Smith —dijo Sig.

Dan sonrió.

—Os digo que es el momento oportuno. La Televisión avanza en ciclos. Con toda la violencia de Los Intocables y sus imitadores, ha llegado la hora de un show que pueda contemplar toda la familia. Christie Lane es un cantante de segunda categoría. Pero, en TV, nadie le conoce, por consiguiente será una cara nueva. Y cada semana, presentaremos a una gran estrella invitada para captar clasificaciones. ¡Os digo que puede tener éxito!

Al igual que muchos actores, Christie Lane había empezado haciendo parodias. Podía bailar, cantar, contar chistes, hacer sketches. Dan pensó que tendría unos cuarenta años. Tenía cabello rubio y ralo, una cara ancha y vulgarota, una talla media que empezaba a mostrar indicios de barriga. Sus corbatas eran excesivamente chillonas, sus solapas excesivamente anchas, su anillo de brillantes demasiado grande, sus gemelos del tamaño de medio dólar y, sin embargo, Dan presintió que podría crear un tipo agradable con este estrafalario pero inteligente sujeto. Era un trabajador incansable. En cualquier ciudad que actuara, daba una rápida vuelta por los alrededores y se las ingeniaba para obtener contratos extra en algún club. Utilizaba dos baúles de vestuario y, cuando iba a Nueva York, se alojaba en el Hotel Astor.

Al final de la primera semana, el show imaginado por Dan había empezado a tomar forma. Incluso los escritores se compenetraron con la idea. Ni siquiera quisieron cambiar sus horribles corbatas y sus anchas solapas. En realidad, Christie creía vestir bien. A él le gustaban aquellas corbatas. Dan les dijo que esta era la clave del personaje. Escogieron algunas buenas canciones para que las cantara pero, al mismo tiempo, le permitieron que añadiera alguna cursilería de su propia cosecha.

La pasada semana, Dan había enviado a Gregory una breve sinopsis del show. A lo mejor, la comida era por lo del show. Sin embargo, Gregory no perdería una comida simplemente para dar el visto bueno a una prueba. Le hubiera enviado una nota diciéndole que prosiguiera... o que lo dejara. Esperaba que Gregory le diera paso libre. Hubiera sido una lástima haber perdido tanto tiempo y trabajo por nada. Le dolió la cabeza al pensar en las noches pasadas en la habitación llena de humo del Astor. Con Christie y sus puros baratos. Y siempre la chica del conjunto del Copa o el Latin Quarter silenciosa y pacientemente sentada; leyendo los diarios de la mañana; esperando que Christie terminara. Y los del séquito —dos supuestos «escritores» que Christie llevaba consigo. Eddy Flynn y Kenny Ditto. Por lo que Dan pudo ver, eran más bien criados: «Oye, Eddy, trae un poco de café». «Kenny, ¿has ido a por mi ropa?». Christie procedía de un mundo en el que un hombre era importante según el séquito que le acompañara. Algunas veces, a Eddy y a Kenny, solo les pagaba cincuenta dólares por semana. Cuando las cosas iban bien, les pagaba más. Pero «estaban con él». Los llevaba a las inauguraciones de salas de fiesta, al estadio, cuando iba de viaje y ahora, como había dicho Christie:

—Mis muchachos tienen que aparecer en el show como escritores. Tienen que ganar doscientos dólares por semana cada uno.

Dan disimuló su alegría y su alivio. Cuatrocientos dólares por semana añadidos al presupuesto eran una cantidad exigua para una importante producción de televisión. Y harían que Christie se sintiera en deuda. Los nombres de Sig y Howie aparecerían en la pantalla como los más importantes y era fácil mencionar diálogo adicional, en letras pequeñas, al término del espectáculo. Desde luego, todavía estaban muy lejos de la prueba. Pero si Gregory le daba la señal de partida, para agosto ya podrían grabar una prueba en video-tape. Esperaba poder transmitir el show en directo y grabarlo al mismo tiempo para poder utilizarlo después en diferido. Transmitiéndolo en directo, podrían ahorrar mucho dinero y Dan se convertiría en un héroe si lo conseguía.

Por unos momentos, se sintió bien. Después pensó en la comida y empezó a doler le la úlcera. ¿Para qué sería la comida?

A las doce y veinticinco entró en el ascensor. El ascensorista pulsó el botón del último piso (Penthouse). Dan había dicho en cierta ocasión que P. H. significaba también Casa del Poder (Power House). El nombre había cuajado entre los ejecutivos. Allí arriba, podía hacerse o destrozarse a un hombre. Bueno, estaba preparado para lo que fuera. Había tomado dos tranquilizantes inmediatamente después de recibir la llamada telefónica.

Se dirigió directamente hacia el comedor privado de Gregory. Observó que la mesa estaba preparada para tres personas. Estaba sacando un cigarrillo cuando entró Robin Stone. Gregory penetró en la habitación y les indicó a ambos la mesa.

Fue una comida frugal. Gregory atravesaba por un momento de mala salud. Nunca podía saberse qué le esperaba a uno. Gregory tenía un chef que había trabajado en el Maxim's de París. Un día poda irse allí y saborear un soufflé de queso y crepés franceses flameados, con alguna salsa que hiriera la úlcera y deleitara el paladar. Ello solía suceder cuando Gregory leía que alguna persona de su edad había muerto en algún accidente de aviación, padecía cáncer o cualquier otra desgracia inexorable. Entonces Gregory fumaba, comía los mejores manjares del mundo y decía: «Qué demonios, mañana podría caerme una maceta sobre la cabeza». Este estado de lujo gastronómico proseguía hasta que otra persona de su edad sufría un ataque al corazón. Entonces empezaba de nuevo el régimen espartano. Gregory se encontraba en este estado de salud desde su último ataque de indigestión.

Al principio, la conversación fue de carácter general. Discutieron las posibilidades de cada equipo contra los Yankees y el efecto del agua sobre sus campos de golf. Estaban teniendo un abril terrible. Caliente como el infierno un día y después catapum, el termómetro bajaba a doce grados.

Silenciosamente, Dan tomó sucesivamente el pomelo, las dos chuletas de cordero, las judías y el tomate en rodajas. Rechazó la jalea de fruta. Se preguntaba qué estaría pensando Robin Stone. Pero toda su compasión la dirigió hacia el chef cuyo talento quedaba ahogado con el régimen actual de Gregory.

Al llegar al café, empezó a contar la historia de su vida. Le habló a Robin de la IBC. Cómo la había creado. Sus primeros esfuerzos por formar una nueva cadena. Robin escuchaba atentamente, planteando de vez en cuando alguna pregunta inteligente. Y cuando Gregory felicitó a Robin por el Premio Pulitzer e incluso citó algunos fragmentos de sus artículos, Dan quedó altamente impresionado. El viejo debía tener en mucho a Robin Stone para tomarse todo este trabajo.

Cuando Gregory se colocó un cigarrillo apagado entre los dientes, Dan presintió que estaba a punto de empezar el verdadero motivo de la comida.

—Robin tiene algunas ideas muy interesantes —dijo Gregory empezando a mostrarse expansivo—. Se trata de la programación de la cadena; por eso que te he invitado aquí, Dan. —Entonces dirigió una mirada casi paternal hacia Robin.

Robin se inclinó hacia la mesa. Sus ojos se encontraron con los de Dan. Su voz era directa.

—Quiero presentar un programa que tendrá por título En Profundidad.

Dan tomó su pitillera. El tono de voz de Robin no era de súplica. Era una notificación. Dio algunos golpecitos con el cigarrillo. Con que era eso. Gregory ya le había dado a Robin paso libre. Fingir que le permitía tomar la decisión a él era puro trámite. ¡Tenía que asentir y decir que estaba muy bien! Bueno, pues no se lo iba a poner tan fácil. Encendió el cigarrillo y lo aspiró profundamente. Mientras exhalaba el humo, siguió conservando la misma sonrisa.

—Buen título —dijo tranquilamente—. ¿De qué se trataría? ¿De un programa de noticias de quince minutos?

—De media hora. Para emitir los lunes por la noche a las diez —contestó Robin.

(¡Hijos de perra, incluso habían escogido la hora!). Dan mantuvo un tono de voz reposado:

—Creo que para este espacio tenemos programado el nuevo western. —Miró hacia Gregory.

Robin intervino tajante:

—El señor Austin cree que el programa En Profundidad tendría que colocarse aquí. Demostraría que la IBC tiene fuerza, difundiendo más temprano la mayoría de las noticias y, además, presentando un nuevo tipo de noticiario. El western puede emitirse por otro canal.

—¿Se da usted cuenta del dinero que vamos a perder? Tenemos la ocasión de vender barato un espacio de pasatiempos inmediatamente después del western. Tendremos que perder el tiempo que siga después de su programa. —Dan se dirigía a Robin, pero estaba hablando para que Gregory se diera por enterado.

—Si se emite el programa En Profundidad, aún quedará espacio para tarifa de primer tiempo —contestó Robin.

—De ninguna manera —contestó Dan fríamente—. Tampoco encontraremos un patrocinador que se interese por un programa de noticias de media hora. (Se preguntaba por qué Gregory se limitaba a permanecer sentado dejándole discutir con aquella cabeza de chorlito acerca de una idea descabellada).

Robin dio muestras de aburrimiento.

—No sé nada de ventas en la cadena. Eso puede usted discutirlo con el departamento de ventas. Mi misión en la IBC consiste en proporcionar cierto interés y difusión al programa de noticias y considero que este será un programa interesante. Tengo intención de viajar, para llevar entrevistas En Profundidad a la IBC sobre noticias de actualidad. Haré seguramente algún programa en directo en Nueva York o Los Ángeles. Le aseguro que presentaré un programa de noticias fantástico que, al mismo tiempo, resultará divertido.

Dan no podía creer lo que estaba sucediendo. Miró a Gregory en demanda de apoyo. Gregory sonrió evasivamente.

—¿Cuándo piensa usted presentar este programa? —preguntó Dan. Era demasiado increíble para ser verdad.

—En octubre —contestó Robin.

—Entonces, ¿no va usted a presentar ningún otro programa antes? —preguntó Dan—. ¿No habrá noticiario de las siete? ¿No habrá ningún programa especial de información?

—Tengo intención de presentar un programa informativo durante las convenciones de verano.

—Supongo que lo hará usted en colaboración con Jim Bolt. Su cara es muy conocida y lo hizo muy bien en el cincuenta y seis.

—Lo hizo pésimamente —contestó Robin, sin dejar traslucir ningún cambio de emoción—. Jim es bueno en el noticiario de las siete. Pero, en los informes sobre las convenciones no sabe sacarles jugo ni conseguir interés. Formaré mi propio equipo.

—¿Tiene alguna idea al respecto o será otra sorpresa?

—Lo tengo ya bastante bien planeado. —Robin se dirigió a Gregory Austin—. Formaré un equipo de cuatro. El equipo estará integrado por Scott Henderson, Andy Parino, John Stevens de Washington y yo.

Entonces intervino Gregory:

—¿Por qué Andy Parino? No está orientado políticamente. Me gusta verle intervenir desde Miami, pero para una convención...

—Sobre todo para una convención —contestó Robin—. Andy fue a la Universidad con Bob Kennedy.

—¿Y qué tiene qué ver? —preguntó Dan.

—Creo que Jack Kennedy será el candidato demócrata. La amistad de Andy con los Kennedy puede permitirle obtener algún dato más confidencial.

Dan sonrió.

—No creo que Kennedy tenga ninguna posibilidad. Se presentó para la vicepresidencia en el cincuenta y seis y perdió. El candidato será Stevenson.

Robin se le quedó mirando.

—Ocúpese de los costes del tiempo y de las clasificaciones. Usted conoce este campo. La política y las noticias son mi fuerte. Stevenson es un buen hombre, pero, en la convención, se limitará a desempeñar el papel de madrina de boda.

Gregory intervino:

—Dan, quiero darle una oportunidad con el programa En Profundidad. Llámalo clasificaciones si quieres, pero necesitamos un poco de prestigio. Si Robin consigue notoriedad con las informaciones sobre la convención, el programa En Profundidad podrá convertirse también en un éxito comercial.

—¿Cree usted que puede superar a hombres como Cronkite, Huntley y Brinkley en una convención? —Dan no pudo evitar el tono despectivo.

—Haré lo imposible por conseguirlo. Con la ayuda de Andy Parino, podría conseguir una entrevista con Jack Kennedy. En caso de que sea nominado, ello constituirá un excelente programa inaugural de En Profundidad. Entonces puede usted estar seguro de que el señor Nixon estará encantado de concederme una entrevista, de la misma duración.

—Muy bien —gruñó Dan—. Consigue usted los candidatos; esto hace dos programas. ¿Qué otra cosa pretende usted hacer? Por lo que veo, de momento no es más que una plataforma para candidatos políticos.

La sonrisa de Robin era ancha.

—Tengo proyectado ir a Londres y realizar alguna entrevista con actores británicos de primera categoría como Paul Scofield o Lawrence Olivier. Después, realizar otra con otro actor americano de la misma categoría y comparar sus puntos de vista. En mayo, la princesa Margarita contraerá matrimonio con Tony Armstrong Jones. Tengo un amigo en la UPI que es amigo íntimo de Tony. Conseguiré una entrevista con él. La próxima semana, tengo intención de ir a San Quintín para tratar de conseguir y grabar en video-tape una entrevista con Caryl Chessman. Su ejecución irrevocable está fijada para el dos de mayo.

—Conseguirá otro aplazamiento —le interrumpió Dan.

—No lo creo —repuso Robin—. Y se está registrando un ambiente general tan contrario a la pena capital que es importante realizar un programa al respecto.

—Creo que es excesivamente polémico —arguyó Dan—. Creo que todos los temas que usted ha escogido son demasiado extremos. ¡El público no podrá seguir este juego endiablado!

Robin sonrió, pero Dan observó la frialdad de sus ojos.

—Me parece que subestima usted al público.

Dan disimuló su cólera. Tomó de nuevo su pitillera. Mientras encendía un cigarrillo, pudo conseguir el tono adecuado de condescendencia que su voz necesitaba.

—Es evidente que sus ideas son nobles y elevadas. Pero mientras usted se dedica a abatir molinos, yo tengo que luchar con los patrocinadores, hacer juegos de manos con los proyectos y preocuparme de las clasificaciones. Antes de que comience este safari, creo que tendríamos que sondear a algunos patrocinadores; después de todo, una cadena es un juego en equipo. Usted no puede agarrar la pelota y lanzarse como una apisonadora esperando que yo conserve el rumbo sin conocer las señales. Me gusta su espíritu, su entusiasmo, pero, ¿ha visto usted los programas de la NBC, de la CBS y de la ABC? Necesitamos programas de variedades que puedan competir con los suyos.

La voz de Robin le interrumpió cortante:

—Yo no tengo que dar realce a sus propias realizaciones. Estoy aquí para proporcionar un poco de interés al programa de noticias de la IBC. Es posible que su misión consista en sentarse y ver qué es lo que tiene éxito en otras cadenas y después intentar producir copias con papel carbón de sus programas más conseguidos. Muy bien, este es su trabajo. ¡No el mío!

Los ojos de Gregory Austin brillaban. Se levantó y dio unas palmadas al hombro de Robin.

—Yo también hablaba así cuando tenía su edad. Sentía el mismo entusiasmo cuando dije que iba a crear una cuarta cadena. Rompí todas las reglas, me agité y no escuché a los escépticos. ¡Adelante, Robin! Enviaré una nota a la administración para dar el visto bueno a todos los gastos. Usted tráiganos estos programas. Dan y yo nos ocuparemos del resto.

Robin sonrió y se dirigió hacia la puerta.

—Empezaré inmediatamente a preparar las cosas. Me mantendré en contacto con usted en todo, señor Austin. —Después abandonó la estancia.

Dan permanecía aún sentado a la mesa. Dio un torpe traspiés. Gregory Austin estaba mirando hacia la puerta que se había cerrado, con admiración no disimulada.

—Es todo un hombre —dijo Gregory.

—Si las cosas salen bien —contestó Dan.

—¡Saldrán bien! Y aunque no salgan bien, él está aquí intentando conseguirlo. ¿Sabes una cosa, Dan? Creo que acabo de comprarme la mayor pieza de potencial humano de la industria.

Dan abandonó el despacho. Se dirigió al suyo. El esquema del espectáculo de Chris Lane se encontraba sobre la mesa. De repente, toda su idea le pareció pobre. La acerada arrogancia de Robin Stone lo desinflaba. Pero lo tomó y mandó llamar a Sig y Howie. Fijó la visita para las cuatro en punto. ¡Maldita sea! Tenía que conseguir que el espectáculo de Christie Lane resultara. Estaba seguro de que el programa En Profundidad fracasaría. Pero a Gregory le gustaba la acción. Muy bien, también le ofrecería un programa. Quizá no contaría con Tony Armstrong-Jones o con algún Kennedy y, a lo mejor, el Times lo criticaría, pero él produciría un espectáculo altamente comercial y conseguiría una buena clasificación. Y, al final, cuando se reunieran los accionistas, lo único que contaría serían las clasificaciones. El prestigio no da dividendos. Sólo las clasificaciones pagan dividendos.

Permaneció con Sig y Howie en su despacho hasta las siete. Al despedirles, les pidió que le proporcionaran algo más que un esquema: quería un borrador del guión y de la forma para antes de diez días.

Cuando los guionistas se hubieron marchado, Dan decidió salir y emborracharse. Conseguiría clasificarlo como fuera. Se dirigió al «21» y se detuvo en el bar. Se encontraban allí los clientes asiduos. Hizo una señal con la cabeza y pidió un whisky doble. Había algo que le molestaba a propósito del encuentro con Robin Stone. Estudió sus pensamientos. No se trataba de la admiración que Gregory sentía por este hombre, Gregory se entusiasmaba y desencantaba con la misma facilidad. Pocas semanas de clasificaciones bajas serían suficientes para decepcionarle con respecto a Robin Stone..., no, era algo que había sucedido en el comedor y que lo desazonaba. No obstante, no podía descubrirlo. Recordó toda la conversación, pero no pudo hallar el motivo. Pidió otro whisky doble. Analizó de nuevo toda la comida —todas las palabras, incluso la historia de la vida de Gregory. Pensaba que si podía recordar, conseguiría hallar la clave y saber dónde y contra qué luchar. La batalla con Robin Stone se planteaba abiertamente. El tiempo le daría la victoria y saldría de todo ello más fuerte que nunca. Era como si hubiera tropezado con la llave de un gran peligro y la hubiera perdido.

Pensó en Ethel. Quizá fuera conveniente llamarla y llevarla a su propio apartamento para que le hiciera de cold-cream. Con Ethel no era necesario preocuparse por satisfacerla; de hecho, tenía la impresión de que a ella le gustaba más cuando ni siquiera tenía que desnudarse. Casi empezó a sentirse bien. Sin embargo, persistía la obsesiva sensación de que algo marchaba mal en su mundo, algo relacionado con Robin Stone. Repasó de nuevo todo lo hablado desde el principio hasta la salida de Robin: «Empezaré las cosas inmediatamente». Dan golpeó el vaso con tal fuerza, que este se rompió contra el mostrador. Un correcto camarero lo limpió inmediatamente. El barman le vertió otro doble y se lo entregó. Dan lo tomó. ¡Lo había encontrado! La frase que Robin había pronunciado al salir:

—Me mantendré en contacto con usted en todo, señor Austin.

¡En contacto con usted, señor Austin!

Robin Stone hubiera tenido que informarle a él, Danton Miller. Y Danton Miller tenía que transmitir la información al señor Austin. Este hijo de perra lo estaba apartando a un lado, estaba pasando por encima de él; iba directamente a Gregory. Y Gregory lo permitía. Bueno, esto arreglaba las cosas. Tendría que conseguir que el programa de Christie Lane fuera un éxito sensacional. Ahora tenía que presentarse como vencedor.

Salió fuera, se dirigió a la cabina telefónica y llamó a Ethel Evans.

—¿Quieres venir a mi apartamento?

—No soy una prostituta.

—¿Qué quieres decir?

—Que no he cenado.

—De acuerdo, te espero en el P. J.

—¿Es este el único restaurante de la ciudad?

—Cariño —su voz se hizo más suave—, son las ocho y media. No puedo trasnochar. La próxima semana, te llevaré donde quieras.

—¿Lo prometes?

—Te lo juro por mis clasificaciones Nielsen.

Ethel rió.

—De acuerdo, voy a cambiarme y vestirme con pantalones.

—¿Por qué quieres cambiarte?

—Porque siempre que veo a una chica entrar a las nueve en el P. J., toda emperifollada, produce la impresión de sentirse decepcionada. Como si hubiera esperado ir al Voisin o al Colony. En cambio, cuando entra vestida con pantalones, da la sensación de que esto es lo que quería.

—Lo tienes todo previsto, ¿eh?

—Sí, incluso a ti, gran hombre.

Rió. No quería discutir con ella.

—De acuerdo, Ethel, nos veremos dentro de media hora.

Regresó al bar y terminó el vaso. Miró su reloj. No estaba muy bien que le vieran con Ethel; no estaba él como para que le vieran esperándola.

Alguien le tocó el hombro. Era Susie Morgan. ¡Cielos, y aparecía tan limpia y bonita!

—Dan, ¿conoces a Tom Mathews?

Dan se encontró dándole la mano a un gigante de cabello color de arena. El nombre pareció sonarle. Le habían elegido para el departamento legal de la CBS. ¿O era quizá la NBC?

El gigante casi le rompió la mano al estrechársela. ¡Qué joven y fuerte debía ser!

—¡Mira, Dan! —Susie le mostró la mano. Un diamante microscópico en un engarce de Tiffany brillaba en el dedo correspondiente.

—Bien, bien. ¿Cuándo ha sido eso?

—¡Esta noche! —dijo ella—. El anillo lo he recibido esta noche. Salíamos de vez en cuando desde hace un año y empezamos a salir formalmente las tres últimas semanas. ¿No es maravilloso, Dan?

—Es estupendo. Permitidme que os invite a los dos.

—No, vamos a cenar arriba con la familia de Tom. Me han dicho que estabas aquí y quise que fueras el primero en saberlo.

—¿Cuándo te perderé? —dijo Dan.

—No dejaré el trabajo. A menos que tú lo quieras. Nos casaremos en junio y pasaremos la luna de miel durante las vacaciones. Los dos tenemos dos semanas. Y quiero seguir trabajando para ti hasta el día feliz en que llegue el niño. —Se ruborizó y miró al gigante con adoración.

—¡Desde luego! —asintió Dan—. Dime lo que quieres como regalo de boda.

Les observó mientras abandonaban el local. No estaba bien ser tan felices. Él nunca había sido tan feliz en toda su vida...

Pero tenía poder. Esta era su felicidad. Y ganaría con el espectáculo de Christie Lane aunque fuese lo último que hiciera. Para entonces, Robin Stone habría fracasado con su programa En Profundidad y habría otro presidente del Noticiario.

Miró su reloj. ¡Cielo santo, las diez! Pagó su cuenta y, de repente, advirtió que estaba muy bebido. Tomó un taxi y fue a casa. Ethel debía estar esperando. ¿Y qué? Lo único que quería era echarse en la cama. Que esperase. No necesitaba dar ninguna explicación a esta pelandusca. No valía nada, ¡y él era un hombre importante!