Capítulo 3
Para todos los de la IBC empezó como una mañana de lunes cualquiera. Los «números» (así se llamaban las clasificaciones Nielsen semanales) estaban colocados sobre las mesas de todos los ejecutivos. El primer síntoma de trastorno se produjo a las diez en punto. Fue lanzado a través de una simple nota: «Gregory Austin desea ver a Danton Miller en su despacho, a las diez treinta».
La nota fue transmitida por la secretaria particular del señor Austin a Susie Morgan, secretaria particular de Danton Miller. Susie lo garabateó en un bloc y lo dejó en la mesa del señor Miller junto con las clasificaciones de Nielsen. Seguidamente se dirigió a la Sala de Maquillaje. Pasó entre las secretarias del «toril». Estaban inmersas en su trabajo; sus máquinas tecleaban ya desde las nueve y media. Las del «Escalón Superior» (las secretarias particulares de los VIP) llegaban a las diez, con gafas ahumadas y sin maquillaje. Llamaban para que sus jefes supieran que habían llegado y se dirigían corriendo a la Sala de Maquillaje. Veinte minutos más tarde, salían de ella con aspecto de modelos. Una de las secretarias más progresistas había llegado a instalar incluso un gran espejo que aumentaba el tamaño de la imagen.
La Sala de Maquillaje estaba abarrotada cuando Susie llegó. Mientras se aplicaba la máscara, contribuyó como por casualidad a la sesión de cotilleo. ¡Gregory Austin había mandado llamar a Danton Miller! La primera muchacha que abandonó la Sala de Maquillaje transmitió la noticia a una amiga que trabajaba en el departamento jurídico. En menos de seis minutos, la noticia recorrió todo el edificio.
Ethel Evans estaba escribiendo a máquina una notificación cuando la noticia llegó al departamento de publicidad. Estaba tan impaciente por ver a Susie y conocer todos los detalles que ni siquiera esperó el ascensor. Bajó cuatro pisos y llegó casi sin respiración al piso dieciséis en el que se encontraba La Sala de Maquillaje. Susie estaba sola, aplicándose un último toque de brillo en los labios, cuando Ethel la encontró.
—Me han dicho que tu jefe va a ser despedido —dijo.
Susie terminó sus labios. Tomó un peine y empezó a cardarse el pelo, comprendiendo que Ethel estaba esperando una respuesta. Esperó que su voz contuviera el tono adecuado de aburrimiento al contestar finalmente:
—¿Acaso no es este el rumor que suele correr los lunes por la mañana?
Los ojos de Ethel se contrajeron.
—Esta vez me han dicho que es en serio. Gregory celebra una reunión semanal con los jefes de departamento los jueves. Mandar llamar a Dan un lunes por la mañana, todos sabemos que significa el despido.
Susie se mostró repentinamente preocupada.
—¿Eso es lo que se dice por arriba?
Ethel se sintió más satisfecha. Había logrado obtener una reacción. Se apoyó contra la pared y encendió un cigarrillo.
—Eso parece. ¿Tienes un ejemplar de los números?
Susie se peinó en sentido inverso. Su cabello no lo necesitaba y odió a Ethel Evans. Pero si Danton Miller se iba, ¡se iba también su empleo! Tenía que saber lo que flotaba en el aire. Sabía que el cargo de Danton dependía del aumento y de la disminución de los números. No se le había ocurrido que la citación de Gregory Austin pudiera ser de mal agüero. En la Sala de Maquillaje, había difundido la noticia como una prueba más de la importancia de Dan. Repentinamente, sintió pánico. Pero tenía que conservar su postura; Ethel Evans no era más que una muchacha que trabajaba en relaciones públicas. ¡Ella era la secretaria particular de Danton Miller! Contestó con voz tranquila:
—Sí, Ethel, he visto los números. Las clasificaciones de las Noticias de la cadena son algo inferiores. Morgan White es el Presidente del Noticiario. Él es el que tiene que preocuparse. No Danton Miller.
Ethel sonrió.
—Morgan White está emparentado con los Austin. No hay nada que pueda perjudicarle. Tu amigo es el que está en dificultades.
Susie se ruborizó levemente. Es cierto que se había citado con Dan, pero las relaciones entre ambos se limitaban a alguna comida ocasional en el «21» o al estreno de algún show de Broadway. En su fuero interno, esperaba que pudiera convertirse en algo más, pero, de momento, todo lo que él había hecho era darle un ligero beso en la frente al dejarla en la puerta de su casa. Pero sabía que se la consideraba como «su amiga». Incluso los habían mencionado como pareja en una de las columnas de Broadway. Le gustaba el prestigio que ello le proporcionaba entre las demás secretarias.
Ethel se encogió de hombros.
—Bueno, yo me limito a advertirte. Sería mejor que te prepararas a pasar una velada difícil con el Gran Danton. Si le despiden, beberá como un condenado.
Susie sabía que Dan tenía fama de bebedor, pero, con ella, nunca había tomado más de dos martinis y nunca había visto que algo fuera capaz de turbar su tranquilidad. Miró a Ethel y sonrió.
—Creo que no tienes que preocuparte por Dan. Si pierde su empleo, estoy segura de que tendrá muchas ofertas.
—Tú no estabas aquí cuando Colin Chase cotizaba; se quedó sin empleo y dejó de cotizar. Cuando le preguntaron cuáles eran sus planes, dijo: «Es como cuando uno es capitán de un dirigible y el dirigible estalla». Después de todo ¿cuántos dirigibles hay para poder ir? —Ethel esperó que esta frase causara impacto y añadió—. Puede resultar muy solitario y frío sentarse en Lakehurst y esperar que pase otro dirigible.
Susie sonrió.
—No creo que Dan vaya a Lakehurst.
—Cualquier lugar es Lakehurst cuando no se tiene dirigible. Colin Chase se sienta cada día en el «21» o el Colony con comidas que duran tres horas y espera hasta que es la hora de ir al Louis o al Axmand para el cóctel.
Susie estudió su cabello en el espejo. Ethel se dio por vencida.
—Muy bien, tómatelo con indiferencia si quieres, pero te apuesto una comida a que Dan se va. Está en dificultades.
Susie se quedó sola en la Sala de Maquillaje. Estaba preocupada por Dan. Pero todavía estaba más preocupada por sí misma. Si venía otro hombre, traería consigo a su propia secretaria. ¡No podía volver al «toril»! Tendría que ir a la caza de empleo...
Dios mío, se había gastado todo el salario de una semana en un traje que iba a lucir con Dan en la comida de Emmy Awards del mes siguiente. Ahora sentía miedo. Había visto las clasificaciones. Todo iba mal. Ethel tenía razón; Morgan White estaba emparentado con los Austin. Danton tendría que irse. En realidad, parecía tranquilo esta mañana cuando le dejó la nota sobre la mesa, pero nunca podía adivinarse cuándo Danton estaba preocupado. Su entrenamiento en Madison Avenue y su constante sonrisa de gato le hacían parecer en todo momento dueño de sí mismo.
Pero Dan estaba preocupado. Presintió el desastre en el momento de observar las clasificaciones. Y cuando Susie colocó ante él la nota telefónica sintió formarse un vacío en su estómago. Le gustaba el empleo. Era estimulante y excitante. Al mismo tiempo que se alegraba de su poder, había crecido su temor al fracaso. Uno no puede exponerse cuando se trabaja en una especialización. Los presidentes de otras cadenas podían exponerse. No trabajaban para un maniático como Gregory Austin, que creía ser una mezcla de Bernard Baruch y David Merrick. ¿Qué pretendía demostrar? Nadie podía ser más que Gregory, a no ser Robert Sarnoff o William Paley.
A las diez veintisiete, salió de su despacho y se dirigió hacia el ascensor. Echó un vistazo hacia el vestíbulo de abajo, hacia la impresionante puerta de nogal con letras doradas: MORGAN WHITE. Todo parecía tranquilo. Seguramente, Morgan estaba a salvo. Gregory Austin había escogido a Danton Miller Jr. como víctima propiciatoria.
Saludó brevemente con la cabeza al muchacho del ascensor mientras subían al piso más alto. Saludó incluso a la secretaria de Gregory Austin cuando esta le anunció. Le devolvió la sonrisa y le indicó que pasara. La envidió, tan serena y tranquila en su compartimiento de grandes ventanales y paredes revestidas de tela.
Penetró en el espacioso salón de recepción al que Gregory solía salir para saludar a los VIP, grandes patrocinadores de programas o presidentes de agencias de publicidad que invertían muchos millones de dólares en la IBC. Detrás, se encontraba la sala de conferencias y el lujoso despacho de Gregory.
Si Gregory quisiera eliminarle, probablemente estaría aquí para liquidar rápidamente el asunto. Pero Gregory no estaba, podía ser una buena señal. Pero ¿y si Gregory quería hacerle esperar y sudar? Podía ser una mala señal.
Se sentó en uno de los sillones de piel y contempló hoscamente él bonito mobiliario de estilo americano primitivo. Observó la raya perfectamente dibujada del pantalón de su traje Dunhill. En este momento, era Danton Miller Jr., Presidente de la Cadena de Televisión. Dentro de cinco minutos, podía encontrarse sin empleo.
Sacó una pitillera. El ligero ardor de su úlcera le mandó una advertencia, pero sacó un cigarrillo y golpeó ligeramente la pitillera con este. Debía haber tomado un tranquilizante antes de salir de su despacho. Anoche debía haber tomado algo en el coche. ¡Diablos, tenía que haber hecho muchas cosas! Estudió su pitillera. La había escogido con sumo cuidado. Trescientos dólares. Un caimán pequeño en negro, adornado con oro de dieciocho quilates. Por el mismo precio, podía haber comprado una de oro macizo, pero ello no correspondía a la imagen de contenida elegancia que se había creado: traje negro, corbata negra, camisa blanca. Tenía doce trajes negros, cincuenta corbatas negras, todas iguales. Cada corbata tenía grabado un pequeño número en el forro con lo que podía altérnalas cada día. Un traje negro simplificaba las cosas: elegante para el despacho e igualmente presentable si necesitaba asistir a alguna comida importante. La pitillera constituía un buen puntal. Si se le pedía tomar una decisión rápida, podía tomar la pitillera, escoger un cigarrillo y golpearlo contra esta; le daba tiempo a pensar, a detenerse. Constituía también un sustitutivo de arrancarse la cutícula, morderse las uñas u otras manifestaciones de nervios.
Sus manos estaban húmedas. ¡No quería perder este empleo! ¡Esto era el poder! No podía ir a ningún sitio después de esto, ningún otro que no fuera el Valhalla de los ex presidentes de cadenas, de la comida diaria de cuatro horas en el «21», cargada de martinis.
Miró por la ventana. Un sol acuoso estaba intentando brillar. Pronto vendría la primavera. Este sillón estaría aquí en primavera. La secretaria de Gregory también estaría aquí. Pero él se habría marchado. De repente comprendió cómo debía sentirse un condenado al dirigirse hacia la silla eléctrica y contemplar a los testigos que tienen que presenciar su muerte. Respiró profundamente, como saboreando los últimos segundos de su vida; como si dentro de pocos instantes tuvieran que arrancarle la vida de un disparo. El gran despacho, las excursiones a la Costa, el bungalow en el Hotel de Beverly Hills, las mujeres... Se dirigió de nuevo al sillón. No creía conscientemente en Dios, pero le envió una breve plegaria, una promesa. Si pasaba este día sin que le despidieran, las cosas cambiarían. Lograría que los números aumentaran. Lo haría aunque tuviera que robar espectáculos a otras cadenas. Trabajaría veinticuatro horas al día. Terminaría con las borracheras y con las mujeres. Era una promesa y la mantendría. ¿Acaso no había mantenido la regla que se había impuesto a sí mismo de no beber durante las comidas? Adoptó esta decisión cuando contempló la desintegración de Lester Mark. Lester había sido el director de una gran agencia de publicidad. Dan le había observado pasar de dos a cuatro y de cuatro a cinco martinis en la comida. Los martinis sostienen la confianza de un hombre y desatan su lengua. Había observado a Lester pasar de presidente de una agencia de publicidad a vicepresidente de una agencia de menor importancia, de vicepresidente al desempleo y de este al alcoholismo perenne.
Dan estaba convencido de que el martini de la comida era uno de los peores riesgos del oficio de la televisión. Por este motivo, se mostraba severo con su abstinencia a lo largo del día. Lo que hiciera después era cosa suya. Pero en este último año había hecho demasiado. Esta era quizás la razón de haberse ligado con Susie Morgan, rompiendo otra de sus reglas (separa tu vida social de tu trabajo). Susie era demasiado joven para él por lo que no daba ningún paso y se mantenía razonablemente sereno cuando salía con ella. Además, no podía competir con una chica de veintitrés años: una chica de esta edad lleva escrito en la frente el matrimonio. Era más seguro tener una amante para las cosas del sexo o incluso mantener relaciones ocasionales. Las chicas como Susie estaban bien como adorno de escaparate. Dejaría incluso las amantes, si conservaba el empleo. Se quedaría en casa muchas noches a la semana contemplando el aparato, observando la competencia y tratando de averiguar por qué la IBC se estaba quedando rezagada. Averiguando qué es lo que el público quiere realmente. ¿Quién puede saberlo? Ni el mismo público lo sabe.
Giró la pesada puerta y entró Gregory Austin. Dan se levantó. Gregory sostenía las clasificaciones. Entregó a Dan el papel y le indicó que se sentara. Dan estudió las clasificaciones como si las viera por primera vez. Con el rabillo del ojo, observó que Gregory paseaba arriba y abajo de la habitación. ¿De dónde sacaba este hombre tanta energía? Dan tenía diez años menos y, sin embargo, no caminaba con esta elasticidad. Austin no era alto. Dan medía un metro setenta y ocho y le pasaba varios centímetros a Gregory. Incluso Judith, cuando llevaba zapatos de tacón alto, parecía a veces más alta que Gregory. Sin embargo, emanaba de él virilidad y sensación de fuerza. Todo su ser crujió de excitación: su cabello rojizo, las pecas de sus manos fuertes y bronceadas, su estómago liso, sus rápidos movimientos y su ingenua y repentina sonrisa. Se rumoreaba que había vivido una intensa vida amorosa con actrices de segunda categoría de Hollywood antes de conocer a Judith. Después de esto, para Gregory pareció no existir ninguna otra mujer.
—¿Qué piensas de los números? —dijo Gregory repentinamente.
Dan hizo una mueca.
—¿No ves nada especial?
Dan extrajo la pitillera. Dio golpecitos con un cigarrillo. Gregory se acercó y tomó uno pero ignoró que Dan le ofrecía fuego.
—Hace una semana que no fumo —dijo—. Simplemente sostengo un cigarrillo en la boca. Me da resultado. Deberías probarlo. Dan.
Dan encendió su cigarrillo y exhaló el humo lentamente. Hizo otro voto al Dios que protegía a los presidentes de cadenas. Si salía de esta habitación conservando su empleo, nunca volvería a fumar.
Gregory se inclinó hacia adelante. La fuerte mano cubierta de vello dorado rojizo señaló las clasificaciones de las noticias.
—Estamos muy bajo —dijo Dan como haciendo un descubrimiento repentino.
—¿Ves algo más?
La úlcera de Dan le hirió. Sus ojos estaban fijos sobre los dos shows de variedades señalados con el número diez, que era el último. Shows que él había sugerido. Pero se obligó a sí mismo a mirar a Gregory con ojos dulces e inocentes.
El dedo de Gregory Austin golpeó la página con impaciencia.
—Fíjate en nuestras noticias locales. No sólo se mantienen en su lugar sino que incluso superan muchas noches a la CBS, la ABC y la NBC. ¿Por qué? ¡Un hombre llamado Robin Stone!
—Lo he visto muchas veces, es magnífico —mintió Dan. Nunca había visto a este hombre ni presenciado el noticiario IBC de las once en punto. O bien estaba cansado y caía dormido o bien cambiaba a la NBC esperando el show de la noche.
—Le he venido observando todas las noches a lo largo de un mes —afirmo Gregory—. Mi mujer dice que es estupendo. Y son las mujeres las que deciden qué canal deben escoger los maridos para el noticiario. El hombre puede ganar en la elección de cualquier otro espectáculo, pero, en el noticiario, escoge ella. Puesto que las noticias son exactamente iguales en todas las cadenas, todo depende del comentarista que se prefiera ver. Por eso he sacado a Robin Stone del noticiario local. Tengo intención de colocarlo en nuestro noticiario de las siete junto con Jim Bolt.
—¿Y por qué conservar a Jim Bolt?
—Tiene un contrato. Además, no quiero mantener a Robin Stone solamente en este espacio. Tengo otros planes para él. Este hombre puede ser otro Murrow, Cronkite, Huntley o Brinkley. Lo formaremos. Y, en contrapartida, él formará el espacio de las siete. Al terminar el verano, su cara será famosa en toda la nación. Será nuestro enlace en las convenciones. Tenemos que construir nuestra sección de noticias. La única manera de hacerlo es con una personalidad. Y Robin Stone es nuestro hombre.
—Puede ser —contestó Dan lentamente. Se preguntaba qué iba a venir ahora. Esto debiera corresponderle a Morgan White.
Como leyendo sus pensamientos, Gregory dijo:
—Morgan White tiene que marcharse. —Lo dijo tranquilamente, sin emoción.
Dan permaneció en silencio. Los acontecimientos estaban tomando un giro alarmante y se preguntó por qué Gregory se confiaba a él. Gregory siempre se mantenía a distancia de los demás.
—¿Quién reemplazará a Morgan?
Gregory le miró fijamente.
—Pero ¿qué demonios te he estado diciendo? ¿Es que tengo que decirlo más claro? No quiero que Robin Stone sea un simple comentarista. Quiero que dirija el departamento.
—Creo que es una idea maravillosa. —Dan se encontraba tan descansado en su cargo ejecutivo que podía permitirse el lujo de mostrarse expansivo.
—Pero no puedo pegarle un tiro a Morgan, tiene que marcharse.
Dan asintió, temeroso de añadir otro comentario.
—Morgan no tiene talento. Pero tiene mucho orgullo. Pertenece un poco a la familia. Su madre y la madre de mi mujer eran hermanas. Gran familia, sin sentido de los negocios, pero con mucho orgullo. En esto confío. Cuando salgas de aquí, quiero que mandes una nota a Morgan anunciándole que has contratado a Robin Stone como Jefe del Noticiario de la cadena.
—¿Jefe del Noticiario de la Cadena?
—No existe este cargo. Lo creo yo temporalmente. Morgan se preguntará también qué demonios es. Vendrá a verte. Le dirás que has creado este cargo para Robin Stone con el fin de que mantenga las clasificaciones. Que Robin Stone tendrá completa libertad de cambiar lo que desee en la sección, y que te dará cuenta a ti directamente. ¿Entiendes?
Dan asintió lentamente.
—Morgan se quejará de que me entremeto en su departamento.
—Nada de entremeterte. Como Presidente de la Cadena de Televisión, tienes el derecho de sugerir cambios en cualquier departamento.
Dan sonrió.
—Sugerir, pero no llevar a efecto.
—No juguemos con palabras. Morgan vendrá corriendo a mí. Fingiré sorpresa y le diré que tu cargo te permite contratar personal nuevo.
—¿Y si Morgan no se va?
—Se irá —dijo Gregory—. Apuesto cualquier cosa.
Entonces Gregory tiró el cigarrillo que no había encendido y Dan se levantó. La entrevista había terminado. Le habían perdonado la vida. Dejó el despacho con una nueva sensación de seguridad. Su cargo no estaba en peligro y no iba a estarlo durante algún tiempo. Gregory quería que fuera el verdugo de Morgan. Le aturdía la idea del prestigio que ello le proporcionaría en su trabajo. Todos conocían las relaciones que unían a Morgan con Gregory Austin. Y ahora él, Danton Miller Jr., daría la noticia de que había designado a Robin Stone como Jefe del Noticiario de la Cadena. ¡Creerían que era tan importante como para eliminar a Morgan White y que Gregory Austin se encontraba en posición inferior y lo aceptaba! La noticia correría por toda la ciudad: «Danton Miller Jr., tiene poder autónomo».
Su mano temblaba mientras escribía y volvía a escribir la nota destinada a Morgan White. Después de modificar las frases varias veces, la dictó a Susie. Se preguntó con cuánta rapidez se encargaría de dar a conocer la noticia a todo el edificio. Se sentó y tomó un cigarrillo pero, recordando su promesa, lo tiró a la papelera sin encenderlo.
Se levantó y miró a través de la ventana. El sol brillaba, el cielo estaba intensamente azul. Llegaba la primavera y él estaría vivo para saludarla.
Dio la vuelta tranquilamente cuando Morgan White irrumpió en su despacho.
—¿Qué significa esto? —preguntó Morgan.
—Siéntate, Morgan... —Dan tomó su pitillera, dudó y la abrió. ¡Si había un Dios, tendría que saber que un hombre necesita un cigarrillo en momentos como este!