Capitulo 13

Use su discreción, pero trate de contener a sus hombres hasta que esté seguro que al menos la mitad de ellos [nota del editor: los Zentraedi] estén dentro –eso incluye a Breetai y a esa perra descomunal, Kazianna. Instruya al equipo de demolición que use más cargas de las que creen son necesarias; no quiero que ninguno de ellos salga con vida. De hecho, sería de mérito sabotear tantos de sus trajes de medio ambiente como sea posible de antemano. Ninguno de nosotros cree en los accidentes, Adams, pero lo llamaremos así no importa qué.

Un comunicado “Código Pirámide” de T. R. Edwards, como se cita en Cuando el Mal Tuvo su Día de Wildman

Un racimo compacto de luces descendía fuera de los cielos perpetuamente cavilantes de Fantoma. Breetai las miró por un momento, luego se volteó y se alejó del puerto de observación en forma de burbuja del centro de comando para enfrentar a su teniente.

“Han llegado, mi señor.”

“Así lo veo,” Breetai dijo sobriamente. Él echó una mirada hacia atrás por sobre su hombro, bajó el visor del casco que selló su armadura presurizada, y se dirigió hacia la esclusa de aire de la barraca. El teniente y dos soldados blindados lo siguieron al exterior en la noche de Fantoma.

Un viento constante lleno de escombros había estado batiendo la superficie del gigante anillado durante los pasados tres días, y Breetai instintivamente levantó un brazo contra aquél cuando él marchó con pesadas y enormes zancadas hacia la rejilla de iluminación de la zona de aterrizaje. Casi todo el conjunto de jefes Zentraedi había acudido por la confrontación, y Breetai divisó a Kazianna Hesh entre ellos. Cerca estaba una docena más o menos de Micronianos en trajes de medio ambiente –algunos de los Robotécnicos de Lang. Los Ghost Riders de Edwards estaban reconfigurando sus Veritechs ahora, imaginándolos pasar de modo Guardián a Battloid cuando aterrizaban.

“Él aparentemente tiene más en su mente que una charla amigable,” Breetai dijo a su teniente mientras los últimos del escuadrón estaban chasqueando en modo vertical. Cuando murmullos de descontento llegaron a él por la frecuencia táctica, Breetai instruyó a su primer oficial pasar la palabra de que él no toleraría ningún incidente; no importaba qué dijese o hiciera Edwards, sus tropas deberían permanecer en silencio.

Edwards quitó a su Battloid de la rejilla y comenzó a moverse a través del campo en la dirección de Breetai. El Zentraedi no era tan tonto como para mirar esto como un gesto de avenencia. Cuatro de los Ghosts flanqueaban a Edwards, con un tipo de casualidad amenazadora en el modo en que ellos acunaban sus rifles/cañones. Breetai arrojó a su teniente una mirada perspicaz. La exhibición de fuerza no llegó como una sorpresa; el Dr. Lang ya le había dado una idea de qué esperar.

“Nueva Zarkopolis da la bienvenida al General Edwards,” Breetai dijo con esmero practicado. “Sentimos no haber podido proveer al general con un clima mejor.” Él pudo oír unas cuantas risitas Zentraedi.

“Muy considerado de su parte,” Edwards retornó por los altavoces externos del mecha, remedando el tono de la voz de Breetai. “Y siento no poder traerle mejores noticias.”

Los dos hombres cayeron en un silencio inquieto; el viento subió, gritando y haciendo impactar grava con un sonido agudo contra el traje blindado de Breetai y la aleación del Battloid. El comandante Zentraedi entrecerró sus ojos y sonrió falsamente, representando a Edwards en la cabina del mecha, manos nerviosas en los controles. Cuando una de las manoplas del VT subió, Breetai casi la trató de agarrar, pero se contuvo al último momento. Edwards atrapó el gesto, sin embargo.

“¿Estamos algo nerviosos hoy, Breetai?”

Breetai bufó. “Este viento me ha puesto de pésimo humor.”

Edwards inclinó la cabeza del caballero ultratecnológico. “Pues bien, quizá esto no parecerá una mala noticia después de todo.” La mano del mecha extendió un dispositivo de audio extra grande para la inspección de Breetai. “Usted y su... personal están relevados, Comandante. Nueva Zarkopolis está ahora bajo la jurisdicción de la REF, y asumiré el control personal de esta instalación. El viaje de carga de mañana será su último. Puede oírlo directamente del consejo, si desea.”

Los Zentraedi comenzaron a refunfuñar entre ellos, y los guardias de Edwards dieron un paso hacia delante. Breetai indicó con un gesto descendente de su gigantesca mano a su plana mayor hacer silencio. Él aceptó el dispositivo de reproducción de la grabación y lo miró por un momento. “No hay necesidad para eso. Pero debo advertirle, General, que encontrará las condiciones aquí algo duras. Esto es, después de todo, trabajo Zentraedi.”

La corta risa de Edwards se transmitió por los altavoces. “Nos las arreglaremos muy bien. Por supuesto, todos ustedes son bienvenidos a quedarse –como trabajadores, comprenderá.”

“Lo consideraré, General.”

“Bien, Breetai, bien,” Edwards dijo, complacido con el resultado. “Me agrada un hombre que pueda seguir órdenes. Puede ser que usted y yo estemos de completo acuerdo aún.”

Breetai inclinó la cabeza, callado. Periféricamente, él notó a Kazianna dando un paso deliberadamente dentro de su campo de visión restringido.

Edwards continuó para informarle que dentro de una semana varios cientos de hombres y mujeres comenzarían a llegar desde Tirol, junto con los nuevos mecha que los equipos de Lang habían diseñado. Hasta entonces, Edwards dejaría atrás a seis de sus escuadrones para inspeccionar la transferencia de mando. Seis o seiscientos, Breetai dijo para sus adentros, no importaría ahora.

Cuando Edwards y la mayoría de su escuadrón habían despegado, Breetai giró tiesamente contra el viento y se marchó hacía el cuartel general de estilo Quonset de la colonia minera. De camino, él preguntó al teniente si sus hombres habían completado su tarea.

“Casi, mi señor.”

“¿Y el mineral del tonto?”

“Cargado para la entrega de mañana.”

Breetai gruñó. “Vea que se haga que lo último del monopole sea colocado a bordo de la nave. La entrega se hará según fue proyectada, pero el monopole sigue siendo de nuestra propiedad.”

El teniente levantó una ceja. “Respecto a los soldados de Edwards, Comandante...”

Breetai se detuvo a poco de la escotilla del cuartel general. “Invítelos a ‘inspeccionar’ la entrega. Después, les daremos la opción de unirse a nosotros.”

“¿Y si se rehusan?”

“Se lo dejo a usted,” Breetai dijo, ingresando al interior.

***

“¿Embarazada?” Max preguntó, cuando los rayos matutinos de Rhestad tocaron el refugio geodésico del equipo médico.

Vince encogió sus enormes hombros. “Eso es lo que Jean dice. Y Cabell coincide.”

“A sí es, mi muchacho,” Cabell afirmó. “Es muy notable, pero cierto.” El Tiresiano era todo sonrisa para variar, su preocupación por Rem momentáneamente eclipsada. “Yo pensé que el primer embarazo de ella era la excepción que confirmaba la regla. Pero esto –esto es nada menos que...”

“Notable,” Max terminó por él, sacudiendo su cabeza en incredulidad. “Sí, dígamelo a mí.”

Vince rió. “¿Qué pasa contigo? Ya son dos, si no estoy equivocado.”

Max fijó la vista en la cara castaña de Vince. “Sí, pero Vince, tú no comprendes. Recuerda, Miriya es... diferente.”

“Ella tuvo a Dana,” Vince comenzó a decir.

“Sí, y Dana es diferente.”

“¿Cómo es que ella es diferente?” Cabell quiso saber.

Max y Vince intercambiaron miradas, pero dejaron la pregunta por contestar. “¿Puedo verla?” Max dijo repentinamente, poniéndose de pie.

Vince rió. “Ése es un buen inicio.”

Max se puso en marcha hacia la pequeña área del domo médico que el equipo de Jean había separado.

“Notable,” Cabell meditó cuando él y Vince regresaron a donde Rick, Lisa, y Karen estaban bajo tratamiento. Los tres aún tenían que emerger de la semiconciencia...

“¿Algún cambio?” Vince preguntó a su esposa un momento más tarde. Ella estaba supervisando a Rick en este momento, luciendo casi tan contraída y pálida como su paciente. Vince colocó su brazo alrededor de la estrecha cintura de ella.

“Estoy preocupada, Vince. Ellos ya debieron haber salido de ello. Hemos intentado todo –antipsicóticos, transfusiones...” Ella levantó sus manos. “No sé qué hacer.”

“Es el hin” Veidt dijo, revoloteando hacia ellos desde el pie de la cama de Karen. Él había pasado las últimas horas asimilando profundamente todos los bancos de datos que la biblioteca médica de Jean tenía para ofrecer. “Los Garudianos viven en el útero del hin. Es lo que ustedes podrían llamar ‘una realidad alterna.’ Los microorganismos aquí, los mismos que mantienen al pueblo de Kami en un estado constante de hin, han causado que sus amigos se desunan de lo que constituye la realidad humana.”

“Sí, y los está matando, Veidt. No les está proveyendo de viajes sicodélicos o aliados o poder personal. Está drenando la vida de ellos mientras estamos sentados aquí y... y–“

“Vamos, Jean,” Vince dijo. “Estás haciendo lo que puedes.”

Cabell tiró de su barba. “Existe un tratamiento, por supuesto.” Él se volvió hacia Veidt cuando los ojos de Vince y de Jean se fijaron en él.

“Seré sucinto,” el Haydonita empezó. “En mi mundo hay dispositivos capaces de revertir el efecto Garudiano. ‘La enfermedad mental,’ como algunos de sus discos la llaman, es desconocida para nosotros; es una cosa tan arcaica como su propia viruela.”

“¿Entonces qué estamos esperando?” Jean dijo, mirando a Vince. “¿Nuestro trabajo aquí está concluido, no es así? Garuda fue liberada.”

Vince quitó su mano de la cintura de ella para palpar su mandíbula. “Sí, de cierta manera.”

“¿De cierta manera? ¿Qué se supone que eso significa?”

“Nos hemos enterado que el Regente está en camino hacia Haydon IV,” Cabell le dijo a ella. “Con lo que queda de su flota, indudablemente.”

Jean comprimió sus labios. “Más combate, entonces.”

“No es tan simple como eso,” Vince agregó.

“A nuestro mundo,” Veidt dijo, “no se puede acercar con la misma táctica que ustedes emplearon para liberar a Karbarra, Praxis, y Garuda. Haydon IV está en cierto sentido más allá de ambas conquista o liberación. Y mientras que es verdad que el Invid ha asumido el control de nuestra estructura política, ellos no han en ningún modo intentado manipular nuestras vidas. Ellos no podrían. Haydon IV es un mundo abierto y así permanecerá siempre.”

“¿No podríamos escabullirnos o algo por el estilo? ¿Quiero decir, no hay una puerta trasera que podamos usar, algún modo de llegar a esos dispositivos sin confrontar al Invid?”

Veidt miró con fijeza a Jean y sacudió su cabeza. “Es imposible.”

Vince se estaba paseando de un lado a otro, las manos agarradas detrás de su espalda. “Tenemos que preguntarnos si vale el riesgo.”

“Si Rick, Lisa, y Karen valen el riesgo, querrás decir.”

“Y Rem,” Cabell agregó.

Vince inclinó la cabeza.

“Miren lo que ustedes ya han arriesgado para salvarlos,” Veidt señaló.

Todos quedaron en silencio; entonces Vince dijo, “Reúnan a los Sentinels. Tenemos que tomar una decisión.”

***

“¡No lo alojaré aquí! ¡No lo haré!” la Regis riñó a uno de sus sirvientes. ¿No hay forma de escapar de él? Ella se preguntó. ¿Aún aquí en Haydon IV?

“Me temo que es demasiado tarde, Su Alteza,” el sirviente dijo, inalterado en su postura de genuflexión. “La nave insignia del Regente ha dejado ya Optera para reunirse aquí con los remanentes de su flota.”

“¿Cuánto tiempo tengo?” ella preguntó, girando rápidamente hacia la criatura asexual, las borlas de sus largos guantes moviéndose rápidamente.

“Menos de un período, Su Alteza.”

Ella despidió al sirviente; cuando aquel dejó la habitación, ella apretó sus puños y los agitó de un lado a otro en el aire. “¿Debe él acecharme?” ella dijo en voz alta. “¿Debe él continuar castigándome?”

Abruptamente, ella giró para mirar a Rem; el clon de Zor estaba dormido, tal vez inconsciente después de sus sesiones con los científicos del Regente en Garuda. Ellos lo habían curado de la locura inducida por la atmósfera de ese mundo, sólo para inducir un estado más controlado de temor alucinatorio. Y luego habían escarbado su cerebro. Oh, cómo habían escarbado su cerebro.

Durante más de la mitad de cinco días la Regis lo había tenido a él en gran manera para sí misma; suyo para jugar con él, suyo para examinar –sus sueños y pensamientos para disecar, sus memorias para volver a la vida... Unida con él en cierto plano psíquico, ella había caminado de nuevo por esos campos en los que ellos habían caminado en Optera. La vieja Optera, la Optera de antes de la caída. Ella había podido mirar aquellos tiempos a través de los ojos de él ahora, y se había encontrado a sí misma disturbada. Él había visto cuánto ella quería emularlo a él, desde todo punto de vista; y ella había visto cuánto él la había deseado. No su ser físico, no la forma que el destino le había dado, sino su naturaleza espiritual –su esencia. Hubo en un tiempo una apariencia de amor allí, y este descubrimiento la llenaba con alegría. Pero era un éxtasis que no podía sobrevivir a las realidades que la raza hambrienta de guerra de él había introducido en el jardín de ella; un éxtasis que sólo podía perdurar en ese plano etéreo, donde las cosas formaban bellas pero finalmente dolorosas sombras...

Sin embargo ella apenas podía separarse de ese reino, aunque su indulgencia consigo mismo podría significar la muerte para el clon. Él era el juguete de ella; ¡como ella lo había sido el de Zor!

Ella entendía, sin embargo, que Zor de algún modo se había propuesto redimirse enviando a la matriz de la Protocultura lejos del alcance de sus Maestros. Pero mucho de esto permanecía no claro, confundida por lo que ella había accedido de los sistemas de datos de Haydon IV. Estos magníficos diseños de nuevo: Zor, los Maestros, el Invid, todos encerrados juntos en algún sistema inmenso e insondable.

Junto con este misterioso mundo blanco y azul revelado por los pensamientos del clon, este nexo de eventos, este pleroma...

Ella aún tenía que aprender el nombre del planeta o sus coordenadas del continuo, pero ahora ella tenía una sensación de dónde comenzar su búsqueda. Y tarde o temprano su sensor nebulosa lo localizaría.

Seguiré a la nebulosa, ella decidió de repente. Abandonaré este Cuadrante y me pondré tan lejos de su alcance como esa matriz lo estuvo del abrazo maligno de los Maestros.

Ella se encontró excitada por la perspectiva, riendo al mirar desde lo alto el suelo artificial de Haydon IV –y los paisajes urbanos. Ella hasta podía dejar a algunos de sus Niños atrás hasta que el momento llegase –¡el momento cuando ese mundo blanco y azul fuese descubierto y hecho suyo!

Ella aumentó su tamaño, elevándose hasta llenar la habitación, reconociendo una determinación que ella había pensado perdida con el amor mismo. Con respecto a Rem, ella dijo, “Ahora dejemos que el Regente haga lo que quiera contigo, clon. Dejémosle que curiosee en tus memorias de nuestro tiempo juntos, y ¡dejémosle sufrir por lo que perdió!”

***

Miriya no lucía tan bien como Max había imaginado que ella luciría. ¿Dónde estaba aquel resplandor róseo, ese algo especial? En vez de ello, ella lucía demacrada; de ojos abolsados, fatigada, hasta ligeramente ictérica.

“Es sólo por mi exposición a la atmósfera,” Miriya le dijo cuando él se sentó cuidadosamente en el borde del catre de ella. “Pero Jean dice que todo está bien, todos los sistemas funcionan. Así que suaviza tu frente arrugada, y bésame antes de que haga algo violento.”

Max forzó una sonrisa y se inclinó entre los brazos de ella; ellos se abrazaron por un momento. Max acarició con palmaditas la espalda de ella y se enderezó. “No estoy seguro de saber qué sentir,” él confesó.

“Lo sé, Max. Estoy tan preocupada como tú lo estás por Rick y Lisa.”

“Buenas noticias, malas noticias...”

“Así es la vida, Max. Y ahora Dana tendrá una hermana.”

Las cejas de Max subieron. “¿Jean te dijo eso?”

***

“Ella no tuvo que hacerlo.” Miriya acarició su barriga. “Puedo sentirlo.”

De nuevo, Max trató de sentirse bien sobre las cosas, pero cuanto más miraba a su esposa, más ansioso se volvía. Él estaba a punto de tomar la mano de ella, cuando alguien golpeó contra la separación. Crysta, Gnea, y Teal preguntaron si podían entrar por un momento. El Spherisiano estaba cargando al menor –un Baldan de sesenta centímetros, aunque todavía facetado y sin habla hasta ahora.

“Tan pronto como oí la noticia bajé,” Teal explicó. “Quería que vieras al menor.”

“Felicidades,” Gnea dijo a Miriya inciertamente.

“¿Hey, qué hay del padre?” Max preguntó de buen humor.

La Praxiana volteó hacia él. “¿Por qué? ¿Tiene algo que ver con la condición de Miriya?”

Max comenzó a responder, pero lo pensó mejor, cerrando su boca y guiñando estúpidamente.

“¿Cuándo se vuelve él liso, como tú?” Miriya decía a Teal.

“No lo es. No es necesariamente un él.”

Miriya miro a su alrededor incómodamente. “Pero pensé que Baldan... que este...”

“Es de Baldan,” Teal replicó, contemplando al menor analíticamente. “Pero las características y lo que creo que ustedes llaman ‘el sexo’ son finalmente dejados al Formador.”

“¿El Formador? ¿Tú?” Crysta dijo, sorprendida, una enorme mano en su hocico.

“¿Quién más? Los jóvenes Spherisianos permanecen facetados hasta que son alisados por su Formador. Pronto lo desfacetaré.”

“Pero lo moldearás a él, er, ello en la imagen de Baldan, ¿lo harás?”

“¿Por qué haría eso? Estoy ligada con el menor ahora. Podría fácilmente darle forma de mi propia imagen.”

“Pero esto es todo lo que queda de Baldan,” Crysta argumentó. “¿No quieres recobrar su esencia? Significaría mucho para todos nosotros.”

Miriya y Gnea coincidieron. Max no se inmiscuyó.

“Entre los Spherisianos yo soy considerada más atractiva,” Teal les dijo orgullosamente. “A un joven uno podría hacerle algo peor que darle mi forma.” Ella miró a Max y a Miriya por un momento. “Ustedes terrícolas ni siquiera tienen una oportunidad al respecto.”

“Ninguna discusión en eso.” Max rió. “Pero quizá esa es la belleza de ello.”

Gnea hizo una mueca, asombro en sus ojos salpicados de dorado. “Así que tú tuviste algo que ver con ello.”

Max moró de la Praxiana, a la Karbarriana, a la Spherisiana, a su propia esposa Zentraedi, y se preguntó si él posiblemente podría explicarse.

***

El transporte de carga Zentraedi –llamado Valivarre por el planeta primario de Fantoma– era la más grande de las naves construidas para servir a las necesidades de la operación minera. Era esencialmente un armazón enorme, con vastos compartimentos de carga y camarotes sin rasgos característicos, y numerosas bahías de lanzamiento y de acoplamiento ajustadas para acomodar hileras de mechas de superficie y transbordadores extra grandes. Típico de la nueva raza de SDFs –de la 4 a la 8– el Valivarre sólo estaba ligeramente armado y era algo lento para los estándares galácticos; pero a diferencia de aquellas fortalezas la nave estaba equipaba con propulsores Reflex/Protocultura que le permitían navegar con transposiciones casi instantáneas por el “espacio local.”

El transporte estaba en órbita estacionaria sobre Tirol ahora mismo, descargando la última de las riquezas de Fantoma a los transbordadores de carga, los que estaban haciendo viajes hacia ambas: a la SDF-3 y a la superficie de la luna.

En el puente del Valivarre, Breetai fue informado que uno de los transbordadores que regresaba traía dos pasajeros. Él llegó a la activa bahía de acoplamiento al momento que el Dr. Lang y Exedore estaban descendiendo por la rampa del transbordador.

Lang echó una mirada a su alrededor. Bajo la mirada vigilante de cuatro Battloids del Escuadrón Ghost, una docena de Zentraedi estaban cargando lo último del mineral monopole en un segundo transbordador. Allí había más ruido del que los oídos humanos podían resistir, así que él se colocó un par de tapones silenciadores, y pasó a la casilla amplificadora para comunicarse con Breetai.

“Parece que todo está en orden, Comandante,” él dijo, tratando de sonar sistemático. “Pero tengo algunos asuntos que discutir con usted con respecto al programa de transferencia. ¿Hay algún lugar donde podamos hablar?”

Breetai los llevó fuera del compartimento y dentro de un pequeño camarote equipado con un balcón de comunicaciones Microniano.

“Esta área está segura,” Breetai les dijo después de que había asegurado la escotilla.

Lang fue directamente al punto. “Nunca podrás escaparte de esto impunemente, Breetai. ¿Para qué nos requieres?”

El Zentraedi sonrió falsamente. “El mineral del tonto... No fue mi intención engañarte, Lang. Sólo a los hombres de Edwards. En cuanto a ellos toca, estamos descargando el monopole.”

“Pero, Comandante,” Exedore dijo, “¿qué está tratando de hacer? Usted está consciente de que Lang y yo tendremos que reportar esto.”

“Y espero plenamente que lo hagan. Sólo pido que demoren su reporte por tres horas.”

“¡Te marchas!” Lang dijo, excitado. “Lo sabía.”

Breetai cruzó sus brazos a la altura de su pecho e inclinó la cabeza. “Es correcto, Doctor. Nos vamos. Y nos llevamos el monopole con nosotros.”

Lang estaba sacudiendo su cabeza. “Es un plan loco, Breetai. Edwards los capturará.”

“Tal vez. Pero él lo pensará dos veces antes de dispararnos mientras tengamos el mineral a bordo. Ni cuando se entere de que el producto de Fantoma está agotado, cuento con usted para que le aclare esto a él.”

“Comandante, podemos preguntar–”

“Para ir en busca del Almirante Hunter, Exedore. No acepto que los Sentinels se hayan convertido en proscritos más que lo que creo que el Regente Invid está muerto. Conocemos a ese enemigo, Exedore; los confrontamos a lo largo de este sector. Si él hubiese sido asesinado, las tropas de su reina ya se habrían formado contra Tirol y lo hubieran atomizado.” Breetai se inclinó acercándose al pasamano del balcón para mirar a su amigo micronizado. “Estamos libres de todas las imperativas ahora, Exedore. Los Zentraedi seguirán solamente las suyas propias. ¿Te nos unirás?”

Exedore inclinó su cabeza. “Comandante, usted me honra. Pero yo, también, tengo una imperativa interior.”

Breetai meditó sobre ello, luego inclinó la cabeza. “Comprendo, mi amigo.”

Lang miró a los dos Zentraedi, repentinamente consciente de la significación que el momento guardaba. Una oleada de temor lo recorrió; una carga que él apenas pudo soportar. Su voz se quebró cuando él habló. “¿A Praxis, Breetai? ¿Garuda? ¿Spheris? La nave que buscas es bastante pequeña como para ser insignificante.”

Breetai fijó su ojo en Lang. “No creo eso, Doctor. Ni usted.”

Lang pronunció con vos áspera, “Haydon IV.” Ella está allí, algo se lo dijo.

Exedore extendió una mano. “Doctor–”

“No me pidas que lo explique.” ¿Era Janice, él se preguntó, o alguna otra ella? Era una presencia sobre la que los Formadores le habían alertado, un poder diferente a todo lo que él había experimentado...

Breetai lo observó por un momento. “Comenzaré mi búsqueda allí.”

Lang inclinó la cabeza, débilmente, preguntándose si alguna vez volvería a vez al Zentraedi de nuevo.

***

En Garuda, los Sentinels se agruparon en la vivienda comunal para discutir sus opciones y prioridades, lo que significó volver a los transpiradores para casi todos los involucrados. Vince, Max, y Jack estaban tan seguros de a donde apuntaban que ya habían hecho llevar a Rick, a Lisa, y a Karen a la SDF-7. Bajo la supervisión de Wolff y de Janice, Tesla y los dos científicos Invid también habían sido llevados a la nave, junto con Miriya –quien aún estaba demasiado débil para participar en la reunión– y Teal y el menor Spherisiano.

La mayor parte de Garuda estaba celebrando –la aflicción llegaría más tarde– y los sonidos salvajes del baile y la música hacían tanto más difícil para el grupo el llegar a cualquier acuerdo concerniente a la opción Haydon IV. Se encontraron unidos, sin embargo, en el asunto de Garuda. Con los huertos de árboles de Optera en ruinas, no era probable que el Invid fuese a tener mayor uso para el planeta –no especialmente cuando su campaña inicial contra las defensas inherentes de Garuda había terminado en tantas muertes. Pero por si acaso el Regente decidía pensar en represalias –lo cual, Cabell mantenía, era altamente improbable dadas las desastrosas derrotas que el líder Invid había estado sufriendo en otras regiones– los Sentinels estaban dispuestos a dejar la mayoría de sus fuerzas en el mundo para complementar la fuerza numérica de los clones de Bioroid restantes. La única colmena Invid que había soportado la batalla razonablemente intacta serviría de su base. Vince y Veidt estaban a favor de esto aunque ello reduciría significativamente el poder de fuego de los Sentinels. Haydon IV, sin embargo, no era considerado desde el punto de vista de una campaña militar; ellos estaban emprendiendo el viaje por el bien de Rick, Lisa, Karen, y Rem.

Una vez más, como alguien indicó.

Pero los Karbarrianos y las Praxianas, en todo caso, escogieron desatender la exposición de Vince. Ellos rechazaron asimismo el reclamo de Veidt y de Sarna de que el planeta no había sido adversamente afectado por la presencia del Invid. Haydon IV tenía Invid; por lo tanto, Haydon IV necesitaba ser liberado.

Kami y Learna eran reacios a partir, reacios a abandonar el hin y a tener que revincularse a sistemas de soporte de vida; pero acordaron participar después de que Lron y Crysta les recordaron de cómo ellos habían dejado a su hijo, Dardo, atrás en Karbarra.

Los Sentinels regresaron al alma del grupo.

Y también estaban de vuelta en lo desconocido.

Era posible que ellos sobrepasasen a la flota del Regente hacia Haydon IV; entrasen y saliesen sin incidentes. Pero era probable que las cosas continuasen del mismo modo imprevisible al que ellos se habían acostumbrado.

Diez horas estándares de la Tierra más tarde, la SDF-7 dejó la órbita y se transposicionó.