Capitulo 1
Era como si la misión Expedicionaria estuviese predestinada a concertar una tregua con alguien, y el Regente resultaba ser el único enemigo residente. En otros cinco años los Maestros Robotech llegarían al espacio terrestre, seguidos tres años después por la Regis y la mitad de su horda Invid; pero en el 2026 (relativo a la Tierra) esto aún era especulación, y por unos cuantos breves días hubo pláticas de paz, confianza, y otras imposibilidades.
Ahmed Rashona, Ese Paso por la Noche: La SDF-3 y la Misión a Tirol
Una flota de naves de guerra Invid emergió de su viaje transtemporal por el hiperespacio en el débil resplandor del planeta primario de Fantoma, como tantas conchas expuestas en una playa de arena negra por una marea que se retira. Los transportadores de apariencia de molusco se situaron a una distancia respetuosa de la luna que ellos habían capturado y luego perdido; sólo la nave insignia de forma de mújol de la flota continuó su acercamiento, amenazante en su silencio sellado.
Al borde de la sombra del gigante de los anillos, el guardián de Tirol, la SDF-3, giró para hacerle frente a la nave del Regente, los compartimentos carmesíes de su arma principal brillantemente esbozados a la luz de las estrellas.
A bordo de la fortaleza Terrestre, en el Centro de Información Táctico de la nave, el General de División T. R. Edwards observaba cuando un transbordador emergió de la punta de uno de los tentáculos blindados de la nave insignia. Edwards confiaba en que el Regente estaba a bordo de la pequeña nave, acompañado ciertamente por una comitiva de guardias y científicos. La presencia de la flota Invid dejaba en claro que cualquier acto de agresión o engaño significaría la aniquilación mutua para el Invid y los Humanos por igual.
El Almirante Forsythe, quien comandaba el puente de la SDF-3 a raíz de la partida de Lisa Hayes con los Sentinels, estaba ahora en comunicación constante con la nave insignia Invid. Fue el Regente quien había tomado la iniciativa al sugerir esta extraordinaria visita, pero Forsythe había insistido en que la fortaleza permaneciese en estatus de alerta máxima al menos hasta que el Regente estuviera a bordo. Desilusionada por décadas de guerra y traición, y endurecida por las sombrías realidades de los trastornos recientes, era el género humano quien se había vuelto cauteloso de las cumbres, desconfiado de aquellos que suplican por la paz.
Los escáneres y las cámaras remotas monitoreaban el acercamiento de la nave transbordador del Regente y transmitían datos relevantes a las pantallas en el Centro Táctico cavernoso de la fortaleza, donde técnicos y oficiales del estado mayor mantenían una vigilancia estrecha de la situación. Edwards se trasladó hacia la baranda del balcón de comando para tener una vista elevada de la enorme pantalla horizontal de situación de la habitación. Al estudiar las posiciones de los transportes de tropas Invid en relación con la SDF-3, se le ocurrió cuán fácil sería dispararles en este momento, tal vez eliminar a la mitad de ellos junto con el Regente mismo antes de que los Invid se vengasen. Y aún entonces existía una buena oportunidad de que la fortaleza sobreviviría al contraataque, el que estaba destinado a ser confuso. Aunque numerosos sin embargo, el Invid parecía carecer de cualquier conocimiento real de estrategia. Edwards estaba convencido de que el exitoso ataque de ellos contra la SDF-3 casi seis meses atrás había sido el resultado de la sorpresa y la ciega y anticuada suerte. Más al caso, él sentía que tenía una comprensión intuitiva de este enemigo –una segunda facultad nacida durante su breve exposición al dispositivo semejante a un cerebro que su propio Escuadrón Ghost había capturado en Tirol.
Edwards se recordó de las varias buenas razones para ejercitar el refrenamiento. Aparte del hecho de que el tamaño real de la flota Invid permanecía desconocido, estaba esta Regis sobre la cual preguntarse; su paradero y motivaciones todavía tenían que ser determinados. Además, él sentía que el Regente tenía algo más que las negociaciones de paz en mente. En todo caso, los datos que Edwards había provisto al Invid con respecto a la nave de los Sentinels los había vinculado ya en una paz separada. Pero Edwards estaba dispuesto a terminar con la charada –aún si ello significase nada más que una oportunidad para evaluar el potencial de su socio.
Él desechó sus meditaciones abruptamente y retornó a la consola del balcón, donde recibió una actualización sobre el ETA de la nave transbordador en la bahía de acoplamiento de la fortaleza. Luego, dando un momento final de atención a los numerosos displays y pantallas de la habitación, él partió apresurado, ajustándose su placa de recubrimiento de aleación como uno lo haría con un sombrero, y arreglándose su uniforme de gala.
La bahía de acoplamiento había sido transformada en una especie de área de desfile para la ocasión, con todos presentes tan engalanados como lo habían estado en la espectacular boda de los Hunter. No había habido ningún anuncio previo de, si existían, qué protocolos deberían ser observados, pero una banda militar estaba a mano no obstante. La impresión que el Consejo Plenipotenciario deseaba transferir era la de un grupo altamente organizado, fuerte y decidido, pero guerrero sólo como último recurso. Los doce miembros del consejo tenían una posición de visión total al borde de un ancho círculo color magenta, concéntrico con la zona de aterrizaje del transbordador. La mayor parte del consejo se había pronunciado en contra de la exhibición de fuerza por la que Edwards había presionado, pero como una concesión, él había sido permitido atestar la bahía con fila tras fila de brillosos mecha –Battloids, Logans, Hovertanks, Excalibers, Spartans, y cosas por el estilo.
El transbordador se acopló mientras Edwards se dirigía hacia un lugar previamente asignado cerca de la plataforma en relieve del consejo; ya que él había sido el vocero del consejo en arreglar las conversaciones, se había decidido que él los represente ahora en el curso de acción introductorio. Edwards había por supuesto visto y luchado contra las tropas del enemigo, y se había encontrado cara a cara con los científicos Obsim y Tesla; pero ninguno de estos ejemplos lo había preparado para su primer visión del Regente Invid, tampoco la esfera de comunicación del Royal Hall le había dado alguna apreciación del tamaño del XT. Como los seres inferiores de la raza Invid, el Regente era algo como un pastiche evolutivo –una criatura bípeda, de cabeza de babosa y verdosa cuya ontogénesis y hábitat nativo era imposible de imaginar– pero tenía unos buenos seis metros de alto y estaba coronado por una cogulla o capucha orgánica, adornada, así parecía, con una saliente media de tubérculos como globos oculares. El Dr. Lang había hablado sobre transformaciones y reconformaciones auto generadas que poco tenían que ver con la evolución como ello había venido a ser aceptado (y esperado) en la Tierra. Pero todas las versiones físicas de la Protocultura en la galaxia no pudieron evitar que Edwards boquease.
Una docena de soldados armados y blindados precedieron al Regente al bajar la rampa del transbordador (un platillo acanalado similar en el diseño a los transportes de tropas), y se dividieron en dos filas, haciendo una genuflexión a ambos lados de lo que sería el camino alfombrado del Regente hacia la plataforma del consejo. Recuperado, Edwards dio un paso hacia delante para saludar al alienígena en Tiresiano, luego repitió las palabras en inglés. El Invid echó hacia atrás los pliegues de sus mantos de color cerúleo, revelando manos de cuatro dedos, y lo miró con ira.
“Aprendí su idioma –ayer,” el Regente anunció con una voz que llevaba su propio eco. “Encuentro sus conceptos en su mayoría...divertidos.”
Edwards miró en los ojos negros del Regente y le ofreció una sonrisa. “Y pierda cuidado de que haremos lo mejor para mantenerlo entretenido, Su Alteza.” Él estuvo complacido de ver a los sensores del hocico bulboso del alienígena comenzar a latir.
La mirada con un solo ojo de Edwards contuvo la propia del Regente por un instante, y eso era todo lo que él necesita para darse cuenta de que algo estaba mal –que este ser no era con el que él había hablado por la esfera de comunicaciones. Pero él mantuvo esto para sus adentros, apartándose teatralmente para escoltar al Regente hacia la plataforma del consejo.
Los miembros Plenipotenciarios se presentaron uno a uno, y después de formalidades adicionales el Regente y su comitiva se dirigieron al anfiteatro que había sido designado para las conversaciones. El tamaño del Regente había necesitado una ruta específica, a lo largo de la cual Edwards se había asegurado de poner tantas variedades de mecha como pudo reunir. En cada bodega por la que los jefes de la cumbre pasaban se encontraban Veritechs y Alphas listos para el combate; en cada vuelta de pasillo, otra escuadra de soldados de la RDF o un contingente de imponentes Destroids. Mientras estuviese a bordo, cada palabra y cada paso del Regente sería monitoreado por el sistema de seguridad extensivo que Edwards había hecho operacional como parte de su proyecto Código Pirámide –un sistema que también se las había arreglado para encontrar su camino dentro de los cuartos públicos y privados del consejo, y dentro de varios de los laboratorios Robotecnológicos y lugares sagrados interiores de la fortaleza.
Allí había una variedad de manjares y bebidas aguardando a todos en las antecámaras del anfiteatro; el Regente se alimentó de frutos de apariencia de manzanas que sus sirvientes trajeron consigo. Edwards notó que Lang estaba haciendo su mejor esfuerzo para vincularse al líder Invid, pero el Regente parecía no impresionado, negándose a discutir cualquiera de los tópicos que el científico de la Tierra introducía. De hecho, sólo Minmei tuvo éxito en hacer perder los estribos al Regente. Edwards notó que el Invid apenas pudo quitar sus ojos de la cantante después de que ella había completado sus canciones, y él retenía una mirada ligeramente encantada mucho tiempo después de que las alocuciones introductorias habían comenzado.
Los términos para una tregua fueron registrados para discusiones consecutivas, así los civiles y miembros de la prensa fueron permitidos ingresar al propio anfiteatro. Edwards vio que se haga que Minmei estuviera sentada al lado de él en la fila de adelante, donde el Regente podía tener una buena visión de ambos.
Las observaciones iniciales del alienígena calmaron cualquier duda que podía haber subsistido en la mente de Edwards concerniente a la representación en curso. El Regente habló de malentendidos por ambas partes, de un deseo de traer paz y orden a una sección de la galaxia que había conocido sin parar contiendas armadas por siglos. Él afirmaba comprender ahora lo que había impulsado a las fuerzas humanas a emprender su desesperado viaje, y él se compadecía de su compromiso actual, aludiendo que podría ser posible acelerar el itinerario para el viaje de regreso de los Humanos a su mundo –siempre que, por supuesto, ciertos términos pudieran ser convenidos.
“Es una lástima que se hayan perdido tantas vidas,” el Invid continuó en el mismo tono imperioso, “en ambas partes, en el espacio de Tirol y durante la llamada “liberación” de Karbarra. Pero mientras que nosotros podemos no tener ninguna causa para altercados ulteriores con sus fuerzas aquí, debe ser entendido que ninguna indulgencia se podía esperar para aquellos de los suyos que escogieron unirse a los Sentinels. Y a pesar de lo que a ustedes los Tiresianos les pudieron haber dicho, estos mundos –Praxis, Garuda, y el resto– me pertenecen. Las razones para esto son complejas y ahora irrelevantes para la naturaleza de estas negociaciones, pero de nuevo nosotros deseamos acentuar que la causa de los Sentinels fue mal encaminada desde el inicio. Era inevitable que ellos fallasen tarde o temprano.”
Un silencio intenso cayó sobre el auditorio, y Edwards tuvo que contenerse de reír. No se había oído de los Sentinels durante cuatro meses. La palabra oficial era que la Farrago mantenía silencio de radio por razones estratégicas. Luego, recientemente, había habido especulación abierta de que la nave había sido mal dañada durante la batalla por Praxis. Pero Edwards lo sabía mejor. Él sintió el asimiento tembloroso de Minmei en su brazo. El coronel Adams, también sentado en la fila de adelante, se inclinó hacia delante para enviarle una mirada de conocimiento.
“Sólo recientemente hemos perdido contacto con la Farrago,” el Profesor Lang estaba diciendo. “Pero estoy seguro de que una vez que las comunicaciones sean restablecidas y un acuerdo de algún tipo sea estatuido, el Almirante Hunter y los otros respetarán sus términos y retornarán a Tirol.”
El Invid cruzó sus enormes brazos. “Sí, estoy seguro que ellos lo habrían honrado, Dr. Lang. Pero me temo que es demasiado tarde. Hace cuatro meses la nave de los Sentinels fue destruida –con la toda la tripulación a bordo.”
Un jadeo colectivo se levantó de la multitud, y Edwards oyó a Minmei comenzar a sollozar. “Rick...Jonathan,” ella dijo, esforzándose para ponerse de pie, sólo para desplomarse sobre el regazo de Edwards.
Alguien gritó cerca. Lang y el resto del consejo estaban de pie, sus palabras tragadas en el ruido de docenas de conversaciones separadas. Personal de noticias y miembros del estado mayor estaban corriendo de la habitación. Edwards dio bruscamente una orden a su ayudante para llamar a un médico. Adams, entretanto, estaba apartando a los espectadores.
Edwards sujetó a Minmei con protección. Una vez más él buscó los ojos lustrosos del Invid; y en esa mirada un pacto fue ratificado.
***
Pero en Praxis los muertos caminaban –aquellos Sentinels que habían escapado a la destrucción de la Farrago, y, ignorado por ellos, un ejército mortal de criaturas arcaicas vueltas a la vida en las entrañas de los Posos de Génesis abandonados del planeta...
“Véanlo ustedes mismos,” Vince Grant sugirió, retrocediendo de la pantalla del monitor del escáner. Rick Hunter y Jonathan Wolff se inclinaron para observar la imagen centrada allí: un módulo de propulsión intacto que había sido arrancado limpiamente de la nave y había caído en una órbita baja alrededor de Praxis. Vince estaba razonablemente seguro de que los motores de Protocultura-turba del módulo estaban intactos.
“¿Y no hay manera de bajarlo?” Rick preguntó. “Unos ciento sesenta kilómetros más o menos y un Alpha podría alcanzar la cosa.” Normalmente, uno podía pilotear un Veritech hasta la luna y volver, pero ni uno de los casi agotados Alphas de los Sentinels era capaz de lograr la velocidad de escape.
Vince sacudió su cabeza, su rostro morocho ceñudo. “Apenas tenemos suficiente potencia para mantener las redes vivas.”
“Entonces también podría estar a un millón de kilómetros,” Wolff pensó agregar.
Vince apagó la pantalla y los tres hombres se sentaron a beber jarras humeantes de té que uno de los Praxianos había preparado de cierta hierba indígena. Después de cuatro meses se había llegado a esto: los depósitos de la GMU estaban casi vacíos y el saqueo se había convertido en una de las actividades primarias del grupo. Y en todos esos meses ellos aún tenían que dar una explicación por la desaparición de la población nativa del planeta. Lo que quedaba de la ciudad central y de todas las aldeas circundantes estaba desierto. Pero si lo que Bela llamaba “la Hermandad Praxiana” había escogido irse no había sido averiguado.
Enigmáticas, también, eran las anomalías tectónicas y los terremotos que continuaban fastidiando al planeta, tan a menudo como tres veces por día ahora. Los terremotos habían convencido al contingente Praxiano de los Sentinels que Arla-Non –la “madre” de Bela y la líder de la Hermandad– había firmado un trato con el Invid para reubicar a la población del planeta en algún otro mundo. Rick no estaba seguro si él compró la explicación, pero ella ciertamente sirvió a una necesidad terapéutica aunque nada más.
“Miren,” Rick dijo, rompiendo el silencio, “ellos probablemente ya nos están buscando. Lang no nos va a dar por perdidos. Y aun cuando la operación minera siga el programa de cerca, ellos tendrán al menos una nave preparada con la capacidad para un salto local. Sólo tenemos que esperar que el Invid haya perdido interés en este lugar.”
La ausencia de la horda estos meses rayaba en lo conspicuo; y con los terremotos y las aldeas desiertas, Cabell había especulado que era posible que el Invid supiera algo que los Sentinels no sabían.
El optimismo de Rick en presencia de todo esto tenía a Vince sonriendo para sus adentros. Rick siempre sería un comandante le gustase ó no. “No es de Lang de quien estamos preocupados,” él dijo, hablando por él y Wolff.
Rick entendió lo que él quiso decir. “Edwards tiene que responder al consejo.” Hubo un filo en su voz que él no quiso poner allí. Lang había advertido a Rick sobre Edwards durante uno de los últimos enlaces que la Farrago había tenido con la Base Tirol, y era difícil de quitar el recuerdo de esa breve comunicación de espacio profundo del aspecto superficial.
“No subestimes las ambiciones del hombre, Rick,” Wolff advirtió. “Estoy seguro de que ellos van a venir a buscarnos, pero estoy dispuesto a apostar que Edwards tendrá al consejo comiendo de su mano para entonces. Quizá uno de nosotros debiera–”
“No quiero repasar viejos asuntos,” Rick lo interrumpió. “La única cosa que me interesa en este momento es un modo de alcanzar ese módulo de propulsión.”
Grant y Wolff intercambiaron miradas y estudiaron sus tasas de té. Rick tenía razón, por supuesto: era inútil extenderse en las elecciones que ellos habían hecho, individual y colectivamente. A Wolff le gustaba pensar que al menos Vince tenía a Jean a su lado y a la preciosa GMU bajo sus pies. Pero Rick casi había dimitido su comisión, y Wolff había dejado su corazón detrás.
Un sonido retumbante rompió el silencio, causando que las jarras se deslizaran con saltitos rápidos a través de la tabla de la mesa. El tremor creció en intensidad, haciendo resonar las consolas y pantallas del centro de comando, luego amainó, alejándose debajo de ellos como truenos contenidos.
Nadie habló por un momento. Wolff tenía una mirada cautelosa al aflojar su asidero del borde de la mesa y reclinarse para exhalar un silbido. “Por supuesto, Praxis podría encargarse de nosotros mucho antes de que los Invid o Edwards lo hicieran.”
“Un pensamiento placentero,” Vince le dijo.
Rick dio a ambos una mirada enfadada. “Vamos a llegar hasta ese módulo aunque tengamos que empujar hasta allí.”
***
Los intereses tácticos (y la preferencia personal) habían mantenido a Vince Grant y a Rick algo anclados a la GMU (la cual había sido movida tierra adentro desde su zona de aterrizaje costera original); pero el resto del contingente Robotech substancialmente reducido, junto con los Sentinels XT, habían optado por los valles arbolados de Praxis, los cielos a menudo gloriosos del planeta, y las colinas onduladas. El Escuadrón Skull de Max y Miriya había pasado la mayor parte de los meses pasados reconociendo las áreas remotas, esperando dar con algún rastro de la desaparecida Hermandad; pero sólo habían tenido éxito en adelantar el agotamiento de las reservas ya críticas del combustible de Protocultura. Por lo tanto, el Wolff Pack estaba apostado cerca de la base, los Hovertanks apagados. Bela y Gnea y otras Praxianas se habían asignado voluntariamente para servir a las necesidades logísticas del grupo, y eran asistidas en esto por los osunos Karbarrianos y vulpinos Garudianos. Cabell casi se había aislado, desapareciendo durante largos paseos de los cuales retornaría con muestras de roca nativa o flora. Aún algo incómodo con los humanos y todavía no enteramente aceptado por los XTs, el Tiresiano frecuentemente se encontraba en compañía de Rem, Baldan, Teal, y los Haydonitas sin miembros, Veidt y Sarna. Janice, también, se había convertido en un miembro no oficial de la pandilla de Cabell, para la perplejidad de Rick y Lisa.
Pronto, Cabell y Janice se marcharon juntos en un paseo largo; ellos estaban en una ladera boscosa alrededor de veinticuatro kilómetros de la base móvil cuando el temblor que había sacudido a la GMU los golpeó. El estremecimiento menor hizo poco más que hacerles perder el equilibrio y desprender algunas gravas y pizarras de las alturas cercanas; pero era la segunda sacudida de la mañana y ello trajo una severa mirada al rostro de Cabell.
Janice había pensado agarrar el brazo del anciano hombre y pronunciar un corto sonido de pánico cuando la tierra comenzó a temblar. Era una representación digna de lo mejor de Minmei, aunque Janice apenas podía apreciarlo como tal –poco más de lo que ella podía comprender enteramente lo que la había compelido a seleccionar la compañía de Rem y Cabell en primer lugar. El que esto complacería de algún modo al Dr. Lang fue un pensamiento tan desconcertante para ella como lo fue incómodo.
“Ya, ya, niña,” Cabell estaba diciendo, golpeando ligeramente su mano. “Pasará en un momento.”
Ellos reiniciaron su ascenso cuando el temblor pasó. Janice se desprendió e instó a Cabell a continuar con lo que habían estado discutiendo.
“Ah, sí,” él dijo, pasando una mano por sobre que su cabeza calva, “los árboles.”
Janice escuchaba como un estudiante deseoso de una A.
“Como puedes ver, no son ni con mucho el matorral achaparrado que encontramos en Karbarra –por lejos más saludables, más cercanos a la forma no mutada.” Él indicó con su mano y se puso en puntillas para tocar la “bóveda” esférica de un espécimen de apariencia saludable. Los zarcillos que encerraban la esfera de apariencia sólida y el rígido tronco casi translúcido parecían pulsar con vida. Cuidadosamente, Cabell arrancó uno de los frutos de apariencia de manzana de color verde, lo bruñó contra su manto, y comenzó a darle vueltas en su arrugaba mano.
“Hasta el fruto que producen es diferente en color y textura –aunque sin embargo muy diferente de la especie verdadera de Optera. Sin embargo, nos puede decir algo.” Él abrió su mochila y colocó la muestra adentro. “Busquemos los más maduros,” él instruyó a Janice, cuando ella añadió un segundo fruto a la bolsa.
Cabell estaba enderezándose cuando un movimiento repentino pendiente arriba atrapó su vista. Janice lo oyó sobresaltarse, y se dio vuelta para seguir su entrecerrada mirada.
“¿Qué era eso?”
Cabell acarició su barba. “Pensé ver a alguien allí adelante.”
“¿Una Praxiana?” Janice preguntó, estirando el cuello y aguzando su visión.
“No,” él dijo, sacudiendo su cabeza. “¡Juraría que era Burak!”
***
Más tarde, a pocos pasos de la puesta en tierra GMU, dentro de la estructura de madera que había sido designada ambas cosas, habitación y celda, Tesla devoró los frutos que Burak había recogido del huerto siniestro que las siembras de la Flor de la Vida de Zor habían depositado en Praxis.
“Sí, sí, diferente, ummm” el Invid decía con una voz teñida con éxtasis.
El joven Perytoniano trató de apartar la mirada, pero a la larga no pudo evitar mirar a Tesla cuando ingería fruto tras fruto. Ruidos húmedos de chupar llenaban la celda.
“¿Y crees que pudieron haberte visto?” Tesla le preguntó.
“Es posible –Cabell, en todo caso.”
Tesla se mofó, todavía comiendo golosamente y manoseando los frutos como si fueran la riqueza misma. “Cabell es demasiado viejo para reconocer la nariz en su propia cara. Además, ellos saben que no puedo subsistir con lo que ustedes llaman alimento.”
Burak no dijo nada. Era bastante cierto: la provisión de alimentos del Invid había sido destruida con la Farrago, y los Sentinels habían acordado poner Burak a cargo de asegurar plantas nutrientes alternativas. Pero Cabell, quien era todo menos un viejo senil, y tal vez temiendo las propias transformaciones que Tesla estaba comenzando a experimentar, había sugerido que el consumo del fruto y la Flor del Invid fuera regulada –este a pesar del hecho de que Tesla se había en cierto grado congraciado con el grupo desde su victoria en Karbarra. Cada tarde, Cabell y Jean Grant visitarían de paso a Tesla. A Burak se le había pedido suministrarles un registro diario de las cantidades recogidas e ingeridas; y el Perytoniano de apariencia diabólica estuvo cumpliendo –puesto que él presentaría el reporte. Pero el reporte era apenas un reflejo de las cantidades reales que Tesla consumía. Afortunadamente, sin embargo, las transformaciones del Invid se habían limitado a breves períodos siguientes a sus comidas, cuando ni Cabell ni Jean estaban presentes.
“Más,” Tesla dijo ahora, extendiendo sus manos.
Burak miró al quinto dedo recientemente adquirido del Invid y colocó la cesta fuera de alcance. “Pienso que usted ha comido suficiente por hoy.” Burak había oído decir que poderes extraordinarios podían ser ganados por la ingesta de los frutos de los mundos de Haydon, pero él nunca había entendido que significaban transfiguración física, y los cambios recientes del Invid estaban comenzando a atemorizarlo.
Los ojos de Tesla se enrojecieron cuando se puso de pie, más alto por centímetros de lo que había sido en Karbarra. “¿Tú osas decirme esto a mí después de todo por lo que hemos pasado? ¿Tú, que me escogiste antes que el destino nos desembarcara en esta despreciable situación? ¿Y qué de tu mundo y de la maldición que tú estabas tan febril de ver terminar –has renunciado a la esperanza? ¿Renunciarás a tu destino?”
Burak dio un paso vacilante hacia la puerta, la cesta agarrada a él. “¡Estás cambiando!” él dijo, señalando las manos de Tesla. “Lo van a notar, ¿y qué entonces? Ellos reducirán las cantidades, pondrán a alguien más a cargo de usted. ¿Entonces qué será de sus promesas –qué será de Peryton?”
Tesla continuó mirándolo con ira un momento más, transformándose aún cuando Burak observaba. El cráneo del Invid ondeó y se expandió, como si siendo forzado a conformarse a algún nuevo diseño interior. Gradualmente, sin embargo, Tesla reasumió su estado natural y se colapsó de vuelta en su asiento, agotado, deprimido, y apologético.
“Tienes razón, Burak. Debemos tener cuidado en mantener nuestra asociación como un secreto cuidadosamente guardado.” Sus ojos negros y ofidios se fijaron sobre Burak. “Y no temas por tu torturado mundo. Cuando llegue mi momento de asumir mi lugar legítimo en estos acontecimientos, te premiaré por estos esfuerzos.”
“Eso es todo lo que pido,” Burak le dijo.
Los dos XTs hicieron silencio cuando un temblor moderado sacudió el edificio.
Tesla miró con fijeza el piso. “Percibo algo sobre este planeta,” él anunció, sus órganos sensores crispándose cuando su hocico se levantó. “Y creo que estoy comenzando a ver lo que la Regis estaba haciendo aquí.”