Capitulo 1
Con la amenaza de los Zentraedi terminada –lo que dejó unos cuantos sobrevivientes autoexiliados en el Satélite Fábrica- la humanidad era libre otra vez para emprender la guerra con ella misma. El auto proclamado Gobierno de la Tierra Unida, esencialmente asistió las necesidades de las Tierras del Norte y las varias ciudades y naciones-estado que comprenden el Sector Oeste Europeo. Muchas de las regiones no aliadas se volvieron autosuficientes y renuentes a entrometerse en cualquier burocracia Global. El separatismo prevalecía. El pensamiento era que, cuando los Maestros o los Invid llegaran, el territorio que los acogiese tendría el privilegio o la tarea de negociar con ellos. Así que los conflictos de baja intensidad florecieron, particularmente en las Tierras del Sur. Cuando la Fuerza Expedicionaria Robotech abandonó la Tierra, Anatole Leonard abandonó las Tierras del Sur, después de dividirlas entre sus antiguos tenientes y camaradas. Hacia el 2029, pequeñas disputas entre ejércitos y políticas rivales llegaron a reavivar la guerra.
Dominique Duprey, Preludio a la Segunda Guerra Robotech
Era un buen clima para la batalla: un cielo despejado, calor tolerable, y un viento vigorizante desde el noroeste. Cansado de semanas de lluvia, el lujuriante bosque al sur de Cavern City estaba vibrante, sin nada de barro o polvo, bondadoso de oxígeno y fragancias florales. Las mesetas del mundo perdido hacia el norte parecían tan cerca que podías tocarlas. Para variar, los pilotos podían desempeñar sus tareas sin temor a sofocarse en las apretadas cabinas de sus mecha, y los soldados armados con rifles y granadas tenían al verde manto de la tierra para cobijarlos. Era un buen clima para vivir o morir.
Al atardecer, cuando la batalla a tomado un nuevo curso, las innumerables fuerzas de Krista Delgado, han dejado cuantiosas bajas. Pero ahora eran los soldados de Rawlins quienes se estaban estrellando, quemando y manchando la sabana con su sangre derramada.
"¿Creen que no sé que estamos matando niños?" Delgado les decía a sus oficiales de campo en un bunker del comando no muy lejos de las ruinas del Gran Cañón del Sur. "¿Creen que he olvidado que allá afuera hay niños? Pero recuerden esto: a esos chicos no les importaría que matásemos a todos en Cavern City". Ella hizo una pausa para establecer un pequeño contacto ocular con cada uno de sus tenientes. "Vean que a sus tropas se les recuerde lo que los soldados de Rawlins hicieron en Porto Velho, Leticia y Manaus. Después ordénenles que emprendan el contraataque –aunque eso signifique utilizar los misiles Mongoose contra los rifles Wolverine. Esto no es una lucha honorable, señoras y señores. Vamos por la victoria, sea como sea".
Delgado tenía que esforzarse para sacar las palabras de su boca. Era una mujer pequeña, bien parecida, cerca de los 60 años, crió a 7 hijos, cuatro de ellos huérfanos, miembros de las misma generación que Aaron Rawlins alistó en su "Ejército del Pueblo" y perdió en las batallas de las ciudades-estado de las Tierras del Sur. Ella podía dar órdenes hasta que la cara se le pusiese azul, ¿Pero a quién podía señalar como la fuente de sus órdenes? ¿A quién debía responderle más que a su conciencia?.
Despidió a sus oficiales y puso su atención en una hilera de monitores, en los que media docena de vistas de batalla eran reproducidos en vivos colores. La computadora de sistema-experto atareada coordinando la antena contraofensiva señala las bajas en 4500; 3000 más morirán cuando caiga la noche. Las cámaras remotas panean los cuerpos de los muertos y moribundos esparcidos en el suelo, enredados en precarios montículos, colocados como los numerales de un reloj alrededor de los cráteres dejados por las explosiones. El campo de batalla estaba ensuciado con los torsos agujereados y los miembros blindados de los mechas: Gladiadores, Excalibers, Veritechs de 1ra. generación, Hovertanks, incluso un par de Alpha Fighters –cortesía de la Fuerza de Defensa de la Tierra (EDF)- enviados para intervenir en la lucha y heridos tomando parte en ella.
El Coronel Tannen, uno de quizás 50 soldados de la EDF que se aliaron con la milicia de Delgado en Cavern City, estaba en el bunker del comando. "Estás haciendo lo correcto, Krista", dijo. "Rawlins debe ser detenido. Bien podría ser ahora".
Delgado se alejó de los monitores con los brazos cruzados detrás de su angosta espalda. En lugar de un uniforme ella usaba una blusa y una falda, cubiertos por un delantal de batalla color pardo. Botas negras le llegaban al borde de la falda, y su largo cabello gris estaba atado en un moño. "Y mejor aún si los cientos de aliados de la EDF mueren con él". Sus pálidos ojos azules parpadearon. "Estoy conciente de tus motivos, Evan, así que no trates de engañarme".
El coronel esgrimió una torcida sonrisa e inclinó su cabeza. El era menor que ella por 5 años, pero las arrugas y las oscuras bolsas bajo sus ojos lo hacían parecer 10 años mayor. "Kris, siempre pudiste ver a través de mí".
"Ayer, ahora, y mañana", le dijo.
Los pantalones negros y la chaqueta de cuero de Tannen eran el uniforme estándar de la EDF, pero bajo todo eso era un soldado de la Fuerza de Defensa Robotech (RDF) al derecho y al revés. Siete años antes, la RDF se incorporó a la EDF, pero se mantuvo viva en los corazones y mentes de quienes sirvieron en ella. Delgado, también había sido un oficial de la RDF durante la guerra contra los Zentraedi, aunque de hecho nunca combatió contra los alienígenas hasta la batalla final, en la cual la superficie del planeta fue devastada. Después de la Lluvia de la Muerte –y por razones nunca explicadas a Tannen- se unió el Ejército de La Cruz del Sur de Anatole Leonard. Aún así, Delgado fue muy crítica de los actos de Leonard en Cavern City en el 2018, y pudo haber renunciado si él no le dejaba la ciudad. La antigua Cruz del Sur ahora comprendía la mayoría de la EDF. Unos días antes, durante la batalla una fuerza encargada de mantener la paz fue enviada a Cavern City, dos de tres soldados y mechas se fueron al lado de Rawlins.
Rawlins había sido uno de los lugartenientes de confianza de Leonard durante la reconstrucción y los alzamientos, liderando numerosos ataques a bases alienígenas en la Zona de Control Zentraedi. Cuando Leonard se trasladó permanentemente a Ciudad Monumento en el 2022 y las Tierras del Sur fueron divididas, Rawlins recibió el suroeste y Delgado el noreste, incluyendo la mayor parte de lo que fuera el Sector Venezuela. Los dos pelearon en sectores opuestos en la Guerra Civil Global, y rara vez se vieron a los ojos bajo el mando de Leonard. Pero su mutua repugnancia no llegó a enemistad hasta Rawlins cayó bajo la influencia de HEARTH –El Heal Earth Hajj- un culto con gran fervor religioso cuya cruzada religiosa era la curación de la Tierra.
Fundado por los miembros desengañados de la Iglesia de Tragedias Recurrentes, HEARTH se apoderó de la generación huérfana de las Tierras del Sur, aquellos nacidos entre los años 2008 al 2020, algunos de los que sobrevivieron a la Lluvia de la Muerte, y todos aquellos que fueron llevados a esperar una segunda invasión desde las estrellas –ya sea de los Maestros de la Robotecnia o del Enjambre Invid. De todas formas, HEARTH era una reacción a la penetrante paranoia de esos tiempos. Sus fundadores postulaban que el Gobierno de la Tierra Unida conspiraba para adoptar el miedo a una invasión extraterrestre como una forma de mantener el poder y formar un futuro contencioso. HEARTH, rechazaba cualquier noción de guerra inminente y muchos aspectos de la alta tecnología; para sus miles de seguidores el lanzamiento del SDF-3 a Tirol había sido poco más que una elaborada y criminalmente costosa artimaña. HEARTH abogaba por el derrocamiento del Gobierno de la Tierra Unida y la burocrática miríada que éste engendró, y el compromiso mundial para la reconstrucción del planeta.
Aaron Rawlins fue el responsable de agregar la palabra "Hajj" a la sigla, y de la militarización del movimiento. Nacido en los territorios provinciales de Argentina Occidental y sur de Amazonas, el ejército del pueblo comenzó una lenta marcha a través de las Tierras del Sur, ganando refugios en la ruta, invadiendo municipios y asolando ciudades-estado, quemando iglesias y templos, cerrando escuelas, mutilando políticos, abogados, doctores, y cualquiera que se rehusara a suscribirse al nuevo orden, sembrando vastos campos de matanza donde quiera que fuese.
Krista Delgado no se sintió amenazada por el Hajj hasta que fue evidente que Rawlins tenía su mente fija en Venezuela. Ella nunca tomaba a la ligera a quienes podían ser una amenaza. Pregúntenle a cualquier Zentraedi. Apenas asumió el poder en Venezuela, la primera orden de Delgado –siguiendo un precedente sentado anteriormente por Leonard en Brasilia- fue deshacerse de los alienígenas que se habían instalado en Cavern City. Más desanimados que cuando perdieron la guerra, los alienígenas expulsados intentaron emigrar a las Tierras del Norte, pero sólo encontraron cosas tan desagradables que la mayoría abandonó la Tierra y se fueron al Satélite Fábrica. Cientos murieron de hambre; otros sucumbieron a extrañas enfermedades, o murieron por los desechos radiactivos que sus propias armas dejaron.
Habiéndose deshecho de los alienígenas, Delgado no iba a abrir las fronteras de Venezuela a los simpatizantes de Rawlins ni a su ejército de mentes retorcidas –algunos dirían narcóticos. Así que, como un desafío a Rawlins, ubicó sus tropas al sur de Cavern City, cerca del desmantelado Gran Cañón. La situación era seguida muy de cerca por el Gobierno de la Tierra Unida, que estaba acuartelado en las Tierras del Norte, en Ciudad Monumento. El Gobierno de la Tierra Unida intentó negociar una tregua entre los dos bandos, antiguos aliados, pero todos los esfuerzos fueron en vano. Finalmente, cuando la guerra parecía inevitable, una fuerza encargada de mantener la paz fue enviada al sur, comandada conjuntamente por el Coronel Tannen y el Coronel Laubin, otro ex oficial de la Cruz del Sur. La brigada de la EDF no estuvo en el escenario de guerra hasta 24 horas antes de que cada uno empiece a elegir de que lado estaba.
Cuarenta años antes, cuando ambos prestaban servicio a bordo del Kenosha, Tannen y Delgado habían sido amantes. Pero la pasión de esos años no contaba en el mundo postmoderno.
"No pienses ni por un minuto que no sé por qué te uniste tan rápido a la EDF, Evan", le reclamaba Delgado. "A ti no te importa para nada Cavern City o el Ejército del Pueblo. Son las tropas de Laubin lo que persigues. La oportunidad de matar un par de docenas de soldados de la Cruz del Sur".
"Como si Laubin no estuviese haciendo lo mismo, Kris. Sé fehacientemente que odia a Rawlins. Pero él respaldaría al Diablo si eso significase eliminar un manojo de Robotechs de la EDF". Miró a Delgado con lamento. "Todo se reduce a esto, donde quiera que nos envíen. Ninguno de nosotros tiene compromisos con la EDF. Todo fue una farsa, algo que el Gobierno de la Tierra Unida inventó para evitar que la RDF y la Cruz del Sur intercambiasen fuego antes del lanzamiento de la misión a Tirol. Diablos, si los Maestros o los Invid llegasen la semana que viene, no tendríamos ninguna chance. Estamos demasiado ocupados peleando entre nosotros para encargarnos de una amenaza global".
La mirada de Delgado se suavizó un poco. "El Presidente Moran debería tener los nervios suficientes para disolver la EDF y empezar desde el principio".
Tannen gruñó sin compromiso. "Quizás lo haga. Pero hasta eso, seguirá siendo el peor enemigo para un soldado de la EDF".
Delgado sostuvo su mirada por un momento, luego miró las pantallas de los monitores. "Estoy de acuerdo, Evan. Pero mientras tanto, hay matanzas que realizar". Pensó otra vez en los soldados de Aaron Rawlins. "Aunque estemos haciendo añicos nuestro propio futuro".
"Lo que pasa en las Tierras del Sur no remite consecuencia a Ciudad Monumento ni a sus aliados", Barth Constanza le dijo a los miembros del senado desde su asiento en la abovedada sala que era su lugar de trabajo. La sala ocupaba el lugar central en el edificio clásicamente adornado que acogía el Gobierno de la Tierra Unida; adentro había columnas de mármol, suelos de adamantino, y bellos muebles, todo bajo la protección de escuadras de la Policía Militar. El Senador Constanza siguió, "Nosotros no creamos el problema allí, y no tenemos ninguna obligación de resolverlo. Esos territorios decidieron separarse del Gobierno de la Tierra Unida, y muchos eligieron seguir un curso separatista aún después de que Wyatt Moran fue elegido Presidente. Si están determinados a sostener una guerra entre ellos, no hay nada que podamos hacer, más que dar nuestra aprobación a una invasión a gran escala y la subsiguiente ocupación por las fuerzas de defensa".
El comentario recibió una vociferante oposición, y Constanza tuvo que levantar su voz para ser escuchado. "¡Sin embargo, lo que no podemos permitir –lo que no debemos permitir- es el partidarismo y el perpetuamiento de las luchas sanguinarias entre la EDF!".
No tenía sentido continuar hasta que todos en la sala se calmaran; cuando esto pasó, el Senador Grass, estimado miembro de los veteranos de la Cruz del Sur, se puso de pie. "¿Acaso el senador de Portland propone que ignoremos a los aspirantes a conquistador como Aaron Rawlins? ¿Que nos hundamos aún más en el pantano que nuestras omisiones han creado?"
"Rawlins no es el problema", le respondió Constanza desde el otro lado de la sala. "El Ejército del Pueblo habría sido aplastado hace meses, si hubiésemos querido. El punto es que la EDF está utilizando estos autoproclamados ejercicios para mantener la paz como una excusa para reflotar viejas disputas entre la RDF y la Cruz del Sur. Y un ejército como éste difícilmente sea confiable para defender la Tierra de una invasión".
Owen Harding, de Detroit, irrumpió. "Las escaramuzas son inevitables a esta altura, ya sea entre Delgado y Rawlins o facciones rivales dentro de las fuerzas de defensa. Estos conflictos son producto de tensiones producidas por años de esperar por un enemigo que todavía no apareció".
"Tensiones que nosotros agrandamos simulando falsas comunicaciones con el SDF-3", apuntó Constanza. Grass respondió: "¿Y si admitimos la verdad, que no hemos escuchado nada del SDF-3? ¿Eso habría aliviado las tensiones? ¡Al pueblo hay que darle esperanza, algo a que aferrarse!"
"Nosotros somos el pueblo", gritó Harding. "O al menos se supone que lo seamos. Y nuestras mentiras han mantenido a todo el mundo en guerra por casi una década. La verdad no habría sido menos devastadora. Lo que es más, la gente ha empezado a ver a través de nuestras mentiras. Tomen como ejemplo al HEARTH. Ellos dudan de que el SDF-3 haya sido lanzado siquiera. Para ellos, todavía está guardado dentro del Satélite Fábrica. Nosotros sabemos que fue lanzado, pero nadie puede asegurar si llegó o no a Tirol. ¿Y dónde, les pregunto, dónde están los Maestros de la Robotecnia? ¿Dónde está éste ejército ultra-tecnológico que nos han hecho temer?"
Una porción sustancial del Senado lo aplaudió. Constanza esperó, y luego se puso de pie. "Algunos de ustedes han olvidado lo que Hunter y Lang dijeron antes del lanzamiento: El silencio no necesariamente se traduce como un símbolo de éxito o fracaso, sino como un símbolo de que estamos más preparados. Y esto es por qué la EDF debe ser mantenida bajo control. No debería causarle sorpresa a ninguno en esta sala que Ciudad Monumento será el foco de cualquier ataque. Rawlins u otros como él no serán factor en una invasión global; la Tierra vivirá o morirá según lo que pase aquí".
"El Comandante Leonard ha estado diciendo eso por años, Senador", dijo Grass. "Si Alfred Nader, de Roca Negra, no hubiese solicitado intervención, Leonard nunca habría mandado una fuerza para mantener la paz en Venezuela".
Constanza ridiculizó la idea. "Leonard sabía muy bien que esas tropas desertarían y brindarían su apoyo a Rawlins o Delgado. Nada le gustaría más que eliminar la RDF del ejército que él ha forjado y traído desde las Tierras del Sur. La RDF se ha puesto de su lado desde el lanzamiento del SDF-3". En la sala había un silencio mortal. Nadie se animaba a desafiar a Constanza, ni siquiera a palmearle la espalda. Los Senadores bajaron sus miradas y estudiaron sus manos.
Constanza entendió. "Este es un cuarto seguro, señores. Se supone que podemos decir lo que pensamos". Nada. Ni una voz, no mucho más que una tos le respondió. Resopló enojado. "¿No es suficiente que hayamos tenido que cuidarnos del cielo por 15 años? ¿Ahora tenemos que cuidarnos de lo que pensamos y decimos, por miedo a represalias de uno de nosotros?".
"¿Acaso debo esperar que Constanza aprenda algunos modales?" Preguntó Joseph Petrie. Un hombre pequeño de cabeza angulosa y cabello muy corto, que había sido ayudante de Leonard en los viejos tiempos en Brasilia y que ahora era casi su mano derecha dentro del cuadro de oficiales de la EDF. Leonard estaba sentado del otro lado del cuarto, trenzando sus dedos, frunció el entrecejo. Un suspiro prolongado terminó con el largo silencio. "Constanza es inofensivo. Solo dice lo que muchos de ellos piensan. En cualquier caso, respeto a un hombre que avala la opinión impopular, aún cuando sabe que sólo puede perder. El resto de ellos son solo cobardes".
"¿Así que debo dejarlo?".
"Por ahora".
Los dos hombres entraron a lo que Petrie llamaba "el puesto de escucha" de los oficiales de Leonard en los cuarteles de la EDF, en otra parte de Ciudad Monumento. La reunión del Senado llegaba a ellos en vivo y en directo mediante dispositivos de audio y video ocultos en la supuesta "sala segura". Los cuarteles eran un mega complejo elevado de torres de alta tecnología. La torre central había sido construida de tal forma que parecía blancos pendones, o insignias de la Santa Cruzada colgando de altos travesaños. Los aposentos de Leonard eran lujuriosos, pero habitualmente extrañaba Brasilia, su palacio a la par del lago, con su capilla con ventanas elevadas en la que ofrecía sus oraciones por la mañana y la noche.
Y muy seguido pensaba en Seloy Deparra, la Zentraedi que había sido su amante por un tiempo, una compañera para los juegos de degradación y compensación que él había inventado, la mujer que le había dado un hijo, que había llamado Hirano. Pero Deparra y el niño fueron asesinados, llevaban 10 años muertos, aunque Leonard se estremecía durante la noche al recordar sus cadáveres, picoteados por aves de carroña en el campamento selvático que había sido hogar de un grupo de mujeres descontentas conocidas como las Scavengers.
Los había descubierto el día que la rebelión Zentraedi había sido aplastada, durante la batalla en la que recibió la herida que le quitó la utilidad de su pierna izquierda. La pierna izquierda y mucho más: su masculinidad. A pesar de que los doctores clamaban lo contrario, que su impotencia era psicosomática.
Seloy, y quizás Hirano también, habían sido matados por Miriya Parino Sterling, aparentemente extraviada en el espacio con su esposo y el resto de la tripulación del SDF-3 los últimos nueve años, cuya hija se quedó en la Tierra. Una de muchos alienígenas que se quedaron, y la única con mezcla de sangre Zentraedi y humana. Pero Leonard no sentía resentimiento por Dana Sterling. No había beneficio en ello, no con el retraso de los Maestros de la Robotecnia. Ellos eran la razón por la cual había venido al norte, abandonando Brasilia y las Tierras del Sur por Ciudad Monumento. Pocos entendían que se había mudado por causa de toda la humanidad; que era una santa mudanza.
El Senador Constanza estaba en lo correcto al suponer que Ciudad Monumento sería el foco de un encuentro con los Maestros. La mayoría del Gobierno de la Tierra Unida aceptaba esto, pero no había consenso en cual sería la respuesta de la Tierra. Leonard sabía que la única respuesta viable era la guerra. Y solo pocos estaban dispuestos a apoyarlo. Aún Patty Moran estaba flaqueando, a menudo accediendo a las demandas del Gobierno de la Tierra Unida. El presidente se había vuelto poco más que una estatuilla de pelo plateado, para nada lo que T.R. Edwards y Leonard esperaban, demasiado preocupado en su propia base para dar a su Ministro de Guerra demasiado plazo cuando se trataba de negociar con insignificantes dictadores como Ling Chow de China, o con hordas merodeadoras como el Ejército del Pueblo. Aquí Leonard había tenido éxito al enviar la mayoría de los Zentraedi al Satélite Fábrica, y en vez de exterminarlos, Moran deseaba olvidarse de ellos.
Parte del problema era que había demasiados jugadores en la cancha: no solo Moran y el Gobierno de la Tierra Unida con sus numerosos sub-comités y grupos especiales, también gente como Rolf Emerson, Ministro de Defensa Terrestre, y Lazlo Zand, Director del Antiguo Centro de Investigaciones Robotech en Tokyo, la ciudad prominente de la Tierra.
Pero Leonard veía a la RDF como el problema principal, lo que quedaba de ella, de todos modos. Reinhardt, Hunter, y el resto demostraron su verdadera personalidad durante los alzamientos, cuando siguieron un curso de adaptación con los rebeldes, y Leonard temía que los devotos de la RDF siguieran el mismo rumbo con los Maestros de la Robotecnia, invitándolos a compartir la Tierra. Si no hubiese sido por los actos de la Cruz del Sur, la mitad de la población del mundo habría muerto por el virus que habían intentado esparcir durante los últimos días de la rebelión. Solo eso era razón suficiente para separar la RDF de la EDF.
Así que, por supuesto, Leonard animaba a sus antiguos confederados a comprometer la RDF en toda oportunidad.
Nada le hubiese gustado más que ordenar astutamente a sus tropas que destruyan los cuarteles de la RDF en Ciudad Monumento y en la Base Aeroespacial Fokker, áreas otorgadas a la RDF por los acuerdos del 2019 y 2022, en los cuales la EDF había sido creada. Pero dos cosas se oponían en su camino: algunas promesas que tanto él como Moran le habían hecho a T.R. Edwards, quién se había hecho muy poderoso en los dos años anteriores al lanzamiento de la misión a Tirol; y la trastornada posibilidad de que el SDF-3 retornase cuando menos se esperase, equipado con aún mayor poder de fuego del que se fue.
Su cautela con el segundo punto siempre lo golpeaba como la clase de trato que los agnósticos estaban habituados a hacer con el universo: ellos aceptaban la idea de Dios no tanto como un hecho sino como la oposición a la verdadera existencia de Dios.
Pero Leonard no era agnóstico. No dudaba de la existencia de Dios puesto que frecuentemente estaban en comunicación directa. De hecho, por Dios, abandonaría tanto sus preocupaciones acerca del retorno del SDF-3, como sus promesas a Edwards, y se desharía de la RDF de una vez por todas.