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Ante Su Señoría y con mi asistencia, el secretario, comparece quien debidamente identificada resulta ser Nekane Larrondo Igartua, nacida en Durango (Bizkaia) el 21 de agosto de 1955, hija de Félix y de Mª Dolores, de profesión ATS, domiciliada en Bilbao (Bizkaia), calle Rodríguez Arias nº 37, número de Documento Nacional de Identidad 14.222.715, quien previo juramento de decir verdad, a preguntas de S. S.ª declara:

Que conoce el motivo de haber sido citada en este Juzgado para prestar declaración.

Que es la viuda de don Andoni Ferrer Lamikiz, por cuya muerte se han incoado las presentes diligencias, como demuestra presentando el Libro de Familia, el cual le será devuelto una vez testimoniado en Autos, según indicación de S. S.ª

Que el día de ayer volvió del trabajo a casa hacia las tres y cuarto de la tarde, como lo hace habitualmente.

Que al entrar en el salón vio a su marido sentado en una butaca, la misma en que se hallaba al llegar al lugar de los hechos la Comisión Judicial, en postura extraña, ladeado hacia la izquierda.

Que en un primer momento pensó que estaba dormido, por lo que fue a despertarle.

Que al intentar hacerlo, vio en el suelo una goma y una jeringuilla. Entonces comprendió que pasaba algo raro.

Que llena de nerviosismo recogió los objetos antes citados y los depositó sobre la mesilla que hay junto a la butaca. Hecho esto zarandeó repetidamente a su marido, en un intento de reanimarle, hasta que comprendió que estaba muerto.

Que no sabiendo qué hacer fue a buscar a sus vecinos del 5° B, con quienes le une cierta amistad, siendo ellos quienes se encargaron de avisar al Juzgado de Guardia y a la policía.

Que no recuerda nada más, sabiendo, porque se lo han contado sus vecinos, que el médico forense le inyectó un tranquilizante, así como que la habían citado para declarar hoy en el Juzgado.

A nuevas preguntas de S. S.ª declara:

Que su marido trabajaba como periodista independiente, si bien últimamente los medios en que más publicaba eran los diarios Deia y El País y las revistas Tiempo e Interviú, aunque no eran los únicos.

Que actualmente se encontraba preparando un reportaje sobre el mundo de las drogas.

En este acto, por la declarante se entrega lo que examinado resulta ser un esquema, del puño y letra del fallecido a tenor de la declaración de su esposa, que le iba a servir de guión para la realización de su trabajo, escrito en tres hojas de tipo DIN A-4.

Asimismo declara que no le consta que hubiera sido amenazado.

Que de todos modos no descarta totalmente que si hubiera recibido amenazas no se lo habría dicho para no intranquilizarla, aunque le hubiera extrañado tal actitud ya que en situaciones anteriores en que sí había sido objeto de amenazas no se lo había ocultado. Por otra parte, en ningún momento dio muestras de intranquilidad o nerviosismo.

Que aunque no le gustaba hablar de sus trabajos hasta que estaban terminados, sí le había comentado que no estaba investigando sobre los traficantes de droga, sino sobre los efectos de la misma en el modo de vida de los adictos y su entorno familiar y social.

Que hacía unas semanas, sin ser capaz de concretar cuándo exactamente, le había comunicado su decisión de inyectarse una vez heroína para saber, por experiencia directa, qué es lo que se sentía. Ella había intentado convencerle de que no lo hiciera, por considerarlo peligroso, sin conseguirlo, ya que era muy testarudo y cuando había tomado una decisión no había fuerza humana capaz de revocarla.

Que la semana anterior le comentó que ya había conseguido la heroína, así como lo necesario para inyectarse.

Que como habían pasado ya varios días pensaba que o bien había realizado ya el experimento o bien había renunciado a hacerlo, pues no habían vuelto a hablar de ello ni había visto en casa la droga.

Que desconoce dónde pudo obtener la droga o a través de quién.

Que es imposible creer que hubiera querido suicidarse, ya que amaba en extremo la vida y estaban llenos de planes e ilusiones, pensando más bien que había sido un desgraciado accidente.

Que no tenía nada más que añadir.

Leídas que le son sus declaraciones, se ratifica en ellas firmándolas en prueba de conformidad junto a S. S.ª y en mi presencia, de lo que doy fe en la Villa de Bilbao, a 15 de junio de 1993.

En el despacho de la magistrada se encontraban solos ésta y el inspector Rojas.

—¿Ha tomado ya alguna decisión?

—Sí. Voy a dictar auto de sobreseimiento. Creo que ha sido una muerte claramente accidental. La declaración de la viuda es concluyente. ¿No está usted de acuerdo?

—Si quiere que le sea sincero, tengo mis dudas. Sé que no es la primera muerte, ni desgraciadamente será la última, causada por un uso indebido de drogas, pero me parece que todavía hay puntos oscuros. El muerto era un periodista que estaba escribiendo un reportaje sobre el mundo de los yonquis. Alguien pudo molestarse y matarle.

—Me parece que está usted influido por su punto de vista profesional, inspector. Andoni Ferrer estaba escribiendo, le recuerdo, sobre los adictos, no sobre los traficantes.

—¿Y usted cree que se puede hablar de los unos sin mencionar a los otros?

—No soy periodista, pero sé que sobre un mismo tema puede haber múltiples y variados enfoques. Además, en este caso tenemos las declaraciones de la viuda, que son suficientemente explícitas, sin olvidarnos tampoco del borrador escrito por el mismo Ferrer en el que se ve cómo su trabajo va a ser, en efecto, meramente descriptivo de los motivos que inducen a la gente a drogarse y cómo transforma este hecho sus vidas. De todos modos, la decisión final la tomaré dentro de unos días. ¿Sabe cuándo tendrá preparado su informe el Gabinete de Identificación?

—Me dijeron que mañana estará listo.

—Estupendo, ya que con él sobre mi mesa espero poder tomar una decisión definitiva. No me gustaría demorarla mucho. Como máximo, dos semanas. Y mucho tienen que cambiar las cosas en dos semanas, inspector, para que no decida sobreseer las diligencias.

Si la señora magistrada-jueza hubiera asistido por la mañana a una conversación a tres bandas no le habría hablado así al inspector Rojas. Pero la ilustrísima señora magistrada-jueza desconocía que, una hora antes de personarse en el Juzgado, Nekane Larrondo había sido abordada por dos hombres que le habían recordado que tenía un hijo pequeño y que para evitarle problemas no debía creárselos tampoco a ellos.

Josune Larrazabal, la joven magistrada-jueza del Juzgado nº 1, había intentado consolar a la declarante cuando delante de ella se puso a llorar, pero su voluntarioso gesto no había prosperado, quizá porque no sabía que cuando Nekane Larrondo sollozaba en su Juzgado no lo hacía en memoria de su difunto marido. Lloraba porque había visto a sus asesinos cara a cara y no se atrevía a denunciarlos, no podía denunciarlos.