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Después de la tempestad llega la calma

Here comes the sun.

THE BEATLES

Es habitual que cada comienzo de año, los servicios de estudios presentemos nuestro escenario. En enero de 2008, Intermoney cambió su sesgo y anticipamos un escenario muy negativo que luego la realidad se encargó de que pareciera optimista. Aquel año lideramos el ranking de acierto en nuestras previsiones para Europa en Bloomberg, donde somos contribuidores cada semana de los principales datos del área. También lideramos el ranking en España en el panel de Funcas.

A principios de 2009 volvimos a cambiar el sesgo, está vez al lado positivo. El mensaje a nuestros clientes fue que la reacción de la política económica global había sido la mayor conocida en la historia y que conseguiría sacar a la economía mundial de la Gran Recesión. No obstante, la incertidumbre era elevada y lo único que no pudimos adelantar fue cuándo se produciría. Anticipar el escenario es determinante, pero no lo es menos averiguar cuándo sucederá: una buena estrategia implementada con tiempos erróneos puede acabar fracasando.

GRÁFICO

Comercio mundial y Bolsa de Estados Unidos

FUENTE: CPB y Reserva Federal de Estados Unidos.

¿QUIÉN TIENE LA MEJOR RECETA PARA SALIR DE LA GRAN RECESIÓN?

En una economía globalizada, los datos de comercio internacional son muy relevantes. A mediados de febrero de 2009 comenzaron a publicarse datos del fuerte crecimiento del crédito en China, unido a un aumento del transporte físico de materias primas. Asia siempre está entre los primeros que publican los datos de comercio exterior, y en ellos se apreciaba un repunte tanto en la exportación como en la importación. Los países asiáticos son economías orientadas a la exportación y, por lo tanto, son un buen termómetro de la evolución de la economía mundial. China es la locomotora asiática, por lo que el crecimiento de sus importaciones confirmaba que el plan de estímulo monetario y fiscal del gobierno chino estaba surtiendo efecto.

Datos como éstos hicieron que a principios de marzo yo empezase a hablar a nuestros clientes y a los medios de comunicación de «la luz al final del túnel de la Gran Recesión» unas semanas antes de que Ben Bernanke, presidente de la FED, los bautizara como «brotes verdes».

La economía es una ciencia empírica; en consecuencia, es complicado encontrar experimentos homogéneos para comparar políticas. Sin embargo, esta crisis nos ha ofrecido uno: la Gran Recesión fue sincronizada, la mayoría de los países entraron en recesión al mismo tiempo, en otoño de 2008. Pero las políticas económicas han sido muy diferentes en Estados Unidos y la Eurozona, por lo que su recuperación ha sido dispar.

Europa precipitó la consolidación fiscal a principios de 2010, a pesar de haber implementado la mitad del estímulo en 2008 para salir de la recesión. Por el contrario, Estados Unidos ha seguido renovando los planes de estímulo fiscal. De hecho, sus congresistas pasaron la madrugada del 1 de enero de 2013 negociando para evitar el «abismo fiscal» y prorrogaron el ajuste para evitar una doble recesión. El BCE ha sido muy reacio a intervenir y sólo lo ha hecho cuando los mercados financieros europeos y globales estaban al borde del colapso. Incluso se permitió el lujo de subir los tipos de interés en julio de 2011, cometiendo el mismo error que en julio de 2008.

Por desgracia, el BCE y sus subidas de tipos desde 2008 se han convertido en un indicador adelantado de recesión infalible. Por el contrario, la FED ha mantenido sus tipos al 0 % y ha ido renovando sus políticas cuantitativas. Mientras que Mario Draghi, presidente del BCE, contesta que la tasa de desempleo no está en su mandato y que ellos sólo se preocupan de la inflación, Bernanke anuncia que hasta que la tasa de paro no baje al 6 % la FED mantendrá los tipos al 0 %. Como diría san Agustín: «Cuando me analizo me deprimo, pero cuando me comparo me ensalzo».

Después de dos años de experimento, ¿cuál ha sido el resultado? Estados Unidos ha crecido el doble que Europa, su inflación ha aumentado también el doble, aunque a tasas moderadas, y su tasa de paro ha disminuido por debajo del 8 %. Mientras tanto, Europa ha vuelto a entrar en recesión y su tasa de paro ha superado en 2012 un nuevo máximo histórico. En Estados Unidos varios estados, entre ellos California y Florida, pincharon su burbuja inmobiliaria. California incumplió pagos y creó su propia moneda, lo que en la calle argentina se llamaron «patacones». Por lo tanto, la crisis del euro no es la causa de los problemas de Europa, como nos inculcan diariamente desde Alemania. Es simplemente el resultado de los errores de política económica cometidos por los líderes europeos y los que abanderaron el austericidio.

Tampoco es válido el argumento de la mayor rigidez de los mercados de trabajo europeos y de los problemas de movilidad del trabajo entre países. En Estados Unidos la tasa de paro aumentó con la misma intensidad en los estados que no habían tenido burbuja inmobiliaria. Este incremento generalizado de la tasa de paro confirma que la causa del aumento del desempleo era un desplome de la demanda, provocado por una deflación de deuda, crisis bancaria y restricción del crédito, como ya sabemos gracias a Irving Fisher.

Pero seguramente el resultado más espectacular del experimento es lo que ha ocurrido con las finanzas públicas. Estados Unidos, sin subir los impuestos y congelando el gasto público, ha conseguido aumentar los ingresos fiscales más del 10 % entre 2010 y 2012 y reducir el déficit cuatro puntos porcentuales de PIB. Europa, con subidas de impuestos y recortes en el gasto, sólo ha conseguido aumentar los ingresos públicos la mitad que en Estados Unidos y reducir el déficit dos puntos de PIB.

LOS ERRORES DE EUROPA

Ya lo decía Einstein: «Dios no juega a los dados con la naturaleza». Aunque pueda parecer casualidad, una regla empírica probada durante siglos en diferentes países nos enseña que la elasticidad de los ingresos fiscales sobre el PIB es superior a la unidad. Esto significa que cuando el PIB crece, los ingresos públicos lo hacen con más intensidad. Y al contrario, cuando la economía entra en recesión y el PIB cae, los ingresos del Estado disminuyen con más fuerza.

Siguiendo este principio básico que se enseña en un curso elemental de hacienda pública en cualquier facultad de Economía, se puede entender por qué en las recesiones siempre aumenta el déficit y la deuda pública. Por lo tanto, el ajuste fiscal es como una medicina. Si te pasas de la dosis y provocas una recesión, tiene contraindicaciones y hay que volver a ingresar al enfermo en el hospital.

Nunca sabremos con certeza qué habría pasado si Estados Unidos y el conjunto de países del G-20 no hubieran implementado un plan tan ambicioso de política económica para evitar una depresión económica. No obstante, los economistas construimos modelos matemáticos que intentan replicar la economía. Si eliminamos el estímulo fiscal y monetario en Estados Unidos, lo que nos dicen los modelos es que la economía norteamericana habría seguido en recesión hasta 2011 y que la tasa de paro habría subido hasta el 15 %. Por lo tanto, diez millones de personas que ahora tienen un puesto de trabajo habrían estado desempleadas.

¿Qué habría pasado en Europa si nuestro impulso monetario y fiscal hubiera sido similar al de Estados Unidos? Aquí el escenario se complica con la crisis de deuda que comenzó en Grecia en 2010 y que ya ha contagiado a la mitad de la economía europea. Los modelos económicos tienen muchas limitaciones en las crisis financieras, igual que los modelos físicos en los huracanes. De ahora en adelante ya sólo nos referiremos al caso español y necesariamente tendremos que hablar de la crisis del euro. Pero viendo los resultados, es evidente que los europeos hemos cometido graves errores de política económica, motivados por ideas erróneas.

La realidad es que ni el BCE ni el gobierno alemán, y especialmente su líder Angela Merkel, han entendido aún que estamos en una crisis de deflación de deuda y que el riesgo es la deflación y la depresión. Por esta razón, a este economista observador le hierve la sangre cada vez que escucha a alguien desde Alemania decir que lo que les preocupa son los riesgos inflacionistas. Y aún más cuando se trata de los máximos responsables del BCE, a quienes se tiene por economistas reputados, ahora convertidos en cruzados contra la inflación, sólo para tranquilizar los miedos injustificados de la sociedad alemana.

No obstante, conviene mantener la prudencia. La evidencia confirma que la política económica evitó la depresión mundial, pero los riesgos siguen siendo elevados. Lo que sabemos de este tipo de crisis reciente es por Japón, cuya crisis estalló a principios de la década de 1990, y la digestión de la deuda es un proceso muy lento. Richard Koo, el economista que más y mejor ha estudiado la crisis japonesa, ha llegado a la conclusión de que tras el endeudamiento y el pinchazo de la burbuja, las familias tienen fobia a endeudarse. Sucedió también en Alemania tras el pinchazo de su burbuja de crédito y su crisis bancaria después de la unificación en el año 2000.

LA IMPORTANCIA DE LOS PAÍSES EMERGENTES

Estados Unidos sigue siendo el mayor consumidor mundial, y como dice el clásico: «Nunca apuestes en contra del consumidor americano». Los estadounidenses han vuelto a aumentar el consumo y buena parte de lo que compran lo siguen haciendo a crédito. Por lo tanto, no están teniendo fobia a endeudarse como les sucedió primero a los japoneses y después a los alemanes. Las familias en Estados Unidos han reducido su deuda, sobre todo la hipotecaria, ya que las leyes permiten la dación en pago de la vivienda. Por eso cuando la casa vale menos que la deuda y la familia tiene problemas, entrega su vivienda y reduce su deuda. En el capítulo de la crisis bancaria en España hablaremos de este tema.

En Estados Unidos los bancos han asumido quitas de deuda de muchas familias para evitar el desahucio. El proceso se ha hecho con ayudas públicas a través de un banco hipotecario del Estado para evitar la quiebra del sistema bancario. Aun así, el 15 % de las hipotecas de Estados Unidos siguen teniendo más deuda que el valor de la vivienda y la posibilidad de que entreguen ésta al banco sigue en el horizonte. Durante 2012, las ventas y los precios de la vivienda volvieron a crecer, junto con el empleo, factores ambos que reducen la probabilidad de que la familia entregue la casa al banco por problemas para pagar la cuota mensual. Pero sigue habiendo millones de casas sin vender, y si la economía vuelve a recaer, el precio de la vivienda bajará de nuevo, los bancos volverán a descapitalizarse y habrá otra restricción de crédito. Por lo tanto, los fantasmas de la depresión aún no han desaparecido del todo.

La tasa de ahorro de las familias estadounidenses ha subido durante la Gran Recesión pero sigue siendo de las más bajas del mundo. Además, Estados Unidos mantiene un elevado déficit público. La tasa de ahorro conjunta del país suma el 13 % del PIB. España tiene una tasa del 18 %, Japón y Alemania del 23 % y China del 50 %. Esto convierte a Estados Unidos en una economía muy dependiente del ahorro externo. Cada día Estados Unidos necesita que los inversores renueven sus vencimientos de préstamos y compra de bonos y que entren nuevos créditos, o compren más bonos para financiar el déficit exterior. Cuando el país renueva sus bonos y financia su déficit exterior, el dólar se queda estable. Pero si llega menos dinero del necesario, el dólar se deprecia, y si llega más, se aprecia.

El mundo no comercia con el exterior. Por consiguiente, en la economía mundial, o se consume o se invierte. El consumo se concentra aún en los países desarrollados, pero son los países emergentes los que lideran el PIB. Entre Estados Unidos, Europa, Japón y Reino Unido concentran tres cuartas partes del consumo privado mundial. Si las familias estadounidenses necesitan una cura de adelgazamiento de deuda y pasan al menos un lustro con un crecimiento del consumo menor a su promedio histórico, el mundo necesita un sustituto para el consumidor norteamericano.

Las familias británicas también están sobreendeudadas y necesitan dieta. Lo mismo les sucede a buena parte de los países europeos, especialmente a España. Por lo tanto, la única posibilidad de que aumente el consumo en el mundo desarrollado está en Alemania y Japón. Las dos son economías con bajas tasas de natalidad desde hace décadas y con poblaciones envejecidas. En ambas sociedades, la mayoría de las familias ya tienen viviendas y hacen menos kilómetros, por lo tanto tardan más tiempo en renovar sus coches. Además, al estar jubilados, o próximos a la jubilación, su propensión al ahorro aumenta y su consumo disminuye. Tanto japoneses como alemanes cuentan con ayudas fiscales para promover la natalidad, pero su eficacia es limitada y tardan décadas en surtir efecto. A corto plazo hay margen para bajar los impuestos e intentar reactivar el consumo privado, pero la fobia a endeudarse que padecen puede acabar provocando un mayor aumento del ahorro.

Así pues, los países emergentes siempre son un valor seguro. El despegue económico permite la creación de clases medias. En España lo vivimos en los años sesenta y el fenómeno se consolidó en los noventa. Las familias de estos países empiezan a demandar crédito y a iniciar un proceso de endeudamiento para obtener viviendas, coches, mobiliario y los bienes necesarios para vivir.

China es el caso más relevante. La tasa de ahorro de las familias chinas se aproxima al 20 % de su renta disponible. ¿Cómo es posible que un país con más de 800 millones de personas pobres que viven en el campo de una agricultura de subsistencia tengan esas tasas tan elevadas de ahorro? Los chinos no disponen de sanidad ni pensiones públicas. Por lo tanto, si el padre de familia enferma y no puede trabajar en el campo, se acaban los ingresos y llega el hambre y la miseria. Por esta razón, tienen un elevado colchón de ahorro para protegerse de contingencias y enfermedades. La única opción es invertir sus ahorros en depósitos bancarios que ofrecen rentabilidades inferiores al 3 %. En los últimos años China ha registrado tasas de inflación superiores al 5 % en varias ocasiones. Esto implica que el ahorro de las familias ha perdido capacidad adquisitiva y no hay ningún incentivo a ahorrar en esas situaciones con tipos tan bajos. Así pues, la única razón para explicar una tasa de ahorro tan elevada es por precaución, para protegerse de la miseria.

Para reducir esa tasa de ahorro, el gobierno chino ha comenzado a desarrollar un mini Estado de bienestar. Planean establecer un sistema de pensiones y de sanidad pública. También han regulado la existencia de sindicatos y empieza a mejorar la protección y las condiciones laborales de los trabajadores. No obstante, como es habitual en China, la estrategia es gradual. En una ocasión le preguntaron a un economista chino en qué consistía el cambio de modelo de crecimiento en China. Respondió que era como la flor de los mil pétalos, es decir, una flor que no existe.

Hay un cambio de modelo en marcha, pero es muy lento. Las familias jóvenes chinas que viven en áreas urbanas tienen patrones de consumo similares a las de los países desarrollados, por eso el consumo crece a tasas cercanas al 10 % anual. En estos momentos el consumo privado en China es una quinta parte que en Estados Unidos o en Europa. No obstante, a este ritmo de crecimiento China doblará su gasto en consumo en los próximos siete años.

En la India se da un proceso similar, y en Asia, varios países, como Corea, iniciaron el camino en los años sesenta y ya son una sociedad desarrollada. Y está Malasia, que casi lo es. En América Latina, Brasil, México, Chile y Colombia sus clases medias y su consumo han aumentado desde hace más de una década, y Perú quiere incorporarse a este grupo. En Europa del Este, Polonia, Chequia y Eslovaquia avanzan a gran velocidad.

África fue el área más dinámica del mundo en 2012. Para España es determinante, sobre todo el fuerte crecimiento que está registrando el Magreb, y en especial, Marruecos. El problema en estos países es institucional y de desarrollo democrático, como demostró la crisis de la Primavera Árabe. Pero es evidente que tanto para España como para Europa, es prioritario avanzar en el desarrollo de flujos comerciales y financieros a ambos lados del Meditarráneo.

El ciclo de inversión lo lideran los países emergentes, especialmente China, cuya tasa de inversión dobla la de los países desarrollados. Pensemos que son países muy poco capitalizados y necesitan todo tipo de infraestructuras públicas y privadas, donde cada año millones de personas emigran del campo a la ciudad; estas personas necesitan viviendas, carreteras, calles, sistema de alcantarillado, transporte público, etcétera, por lo que el ciclo de inversión continuará mientras prosiga el crecimiento y no se frene el proceso.

La inversión privada para producir bienes y servicios tiene un carácter más cíclico. Las empresas invierten cuando aumentan sus ventas. Por lo tanto, si el mundo no consigue sustituir al consumidor estadounidense, en el próximo lustro tendremos que acostumbrarnos a tasas de crecimiento mundial menores de las que había hace veinte años. La mayoría de los países desarrollados tienen que poner en orden sus balances y retornar su endeudamiento a niveles más sostenibles. El proceso de digestión de la deuda se parece al de una serpiente cuando se ha comido un conejo, es muy lento.

El sistema bancario mundial también tiene que hacer la digestión de su elevado endeudamiento y la nueva regulación les obliga a ello. Por esta razón, en los próximos años también tendremos que acostumbrarnos a crecimientos del crédito mundial (especialmente en los países desarrollados) por debajo de los acostumbrados hace décadas. Esto limitará la inversión empresarial y la creación de nuevas empresas y nuevos empleos.

En una ocasión le planteé esta cuestión al premio Nobel de Economía Robert Solow. Solow desarrolló en los años cincuenta el modelo básico que todavía usamos los economistas para explicar por qué crecen los países. Demostrando una gran lucidez pese a sus ochenta y cuatro años y con una sabiduría que sólo se consigue con la edad y las experiencias vividas, el Nobel resolvió el enigma: las empresas pueden producir con más horas trabajadas, con más capital por trabajador o consiguiendo una mejor organización del trabajo y aumentando la eficiencia de las horas trabajadas.

La restricción de crédito limita la capacidad para que las empresas inviertan e incrementen el número de máquinas por trabajador. En esta situación, me contestó el Nobel, la historia nos enseña que los países que se han enfrentado a este tipo de crisis lo han resuelto mejorando la organización del trabajo y, con los mismos trabajadores y las mismas máquinas, han conseguido aumentar el PIB. A esto se le denomina «innovación» o «I+D+i» y es lo que permitió al ser humano, hace millones de años, pasar de vivir en los árboles a situarse en la cúspide de la evolución y dominar al resto de las especies del planeta.

En la actualidad nos encontramos en uno de los momentos de mayor innovación tecnológica de la historia de la humanidad. Esto, además de resolver el dilema de aumentar la producción sin necesidad de más crédito, también tiene un efecto expansivo sobre la demanda y el consumo a corto plazo. El caso más evidente es el de los ordenadores. Si alguien tiene un ordenador de hace cinco años seguramente ya no podrá usar buena parte de los programas que se comercializan, lo que le obliga a invertir y a comprarse un ordenador nuevo. Esto también sucede con los móviles y los consumibles. Cada año la tecnología avanza y las tasas de obsolescencia de los aparatos son muy elevadas.

LOS PELIGROS DE LAS ECONOMÍAS EMERGENTES

No hay duda de que es una excelente noticia que haya países emergentes en un proceso intenso de desarrollo en medio de una crisis global de deuda como la que estamos viviendo. No obstante, esto no quiere decir que no haya riesgos que afrontar por el camino, especialmente a corto plazo. Y el principal asunto es el nuestro: el resultado de la crisis del euro, al que dedicaremos los próximos cuatro capítulos.

También podemos enfrentarnos a una crisis fiscal en Estados Unidos. La deuda pública norteamericana ya supera la fatídica cifra del 100 % del PIB y el déficit público sigue siendo elevado. Es cierto que los inversores siguen financiándoles a tipos próximos a cero, pero desde España sabemos bien que esto puede cambiar bruscamente. En Estados Unidos se pagan muy pocos impuestos y tienen mucho margen para subirlos y pagar sus deudas. Pero la historia también nos enseña que los países que pasan esa barrera suelen estar condenados a varios años de menor crecimiento hasta que digieran los excesos de deuda.

Por otra parte, existen dudas razonables sobre la solvencia del sistema bancario chino. El pilar sobre el que descansa el modelo de éxito de China es que sus familias ahorran mucho y dejan su dinero en los bancos a tipos de interés bajos; esto permite que haya crédito en abundancia y a tipos muy bajos, lo cual favorece la creación de empresas, la inversión y la generación de empleo. El problema es que la tasa de ahorro seguirá reduciéndose. Además, el desarrollo del sistema financiero pondrá a disposición de las familias fondos de inversión que competirán con los depósitos bancarios. No obstante, los chinos gestionan este proceso de forma gradual y han demostrado desde hace más de tres décadas su capacidad para autogestionarse sus problemas.

India ha registrado unos fuertes crecimientos, pero, a diferencia de China, con unas tasas de ahorro más reducidas e incurriendo en déficits por cuenta corriente, lo que les ha llevado a acumular un elevado nivel de deuda externa. Por lo tanto, en los próximos años tendrán que reducir necesariamente su crecimiento.

Brasil, la gran locomotora de América Latina, se ha beneficiado del fuerte aumento de los precios de las materias primas. Aun así, el consumo y la demanda interna crecen por encima del potencial de su economía y vuelven a tener déficits por cuenta corriente, y está aumentando su deuda externa. Además, la economía está sobrecalentada y padecen una burbuja inmobiliaria en sus grandes ciudades y una burbuja bursátil, fruto de la fuerte inversión extranjera que han recibido en la última década.

Con respecto a Europa del Este, Polonia está sufriendo una situación similar a la de Brasil. Fue de los pocos países del mundo que no entró en recesión en 2008 tras la quiebra de Lehman Brothers, aunque lo hizo acumulando desequilibrios. Ahora la demanda interna da señales de agotamiento y sus exportaciones se dirigen mayoritariamente a una Europa en recesión. Por lo tanto, el motor de la Europa del Este también pierde fuerza.

Como conclusión podemos decir que la incertidumbre y la niebla se mantienen a corto plazo, pero las perspectivas a medio plazo son esperanzadoras. La preocupación a medio y largo plazo no es si el mundo puede crecer. A este economista observador le preocupa más cómo vamos a crecer, cuál será nuestra relación con el planeta Tierra, qué uso haremos de los recursos naturales, cómo cuidaremos la calidad del aire que respiramos y del agua que bebemos. El mercado resuelve bien la escasez de bienes privados, pero en el caso de los bienes públicos será necesaria la intervención del Estado.

LA GLOBALIZACIÓN DE LA DESIGUALDAD

También me preocupa mucho la distribución de la renta. Allí donde los ciudadanos puedan acceder a la tecnología, la renta aumentará y se alejará de aquellos países o áreas fuera del circuito comercial. Las tasas de paro en los países desarrollados siguen próximas a máximos históricos y muchos de ellos tienen déficits con el exterior. Esta combinación es un cóctel explosivo para que las sociedades acaben solicitando protección de sus puestos de trabajo frente al enemigo exterior (en esta ocasión, contra los chinos). Esto supondría una reversión de la globalización y reduciría el crecimiento del conjunto de la economía mundial. Soy un gran defensor de la globalización, pero es evidente que necesitamos un mayor gobierno de ésta. Hay que adaptar las instituciones mundiales de un entorno bipolar a otro multicultural, y la clave del éxito será la gestión de la complejidad y la multiculturalidad.

La distribución de la renta también se ha deteriorado significativamente en todos los países. En primer lugar, los salarios han perdido peso sistemáticamente en la distribución de la renta en detrimento de los beneficios empresariales. Esta tendencia comenzó con la revolución conservadora, liderada por Reagan y Thatcher a principios de la década de 1980, y la Gran Recesión la ha intensificado.

Los rescates bancarios han aumentado significativamente la deuda pública y han provocado que suban los impuestos, deteriorando la distribución de la renta. La intervención de los bancos centrales fue necesaria para evitar el colapso de la economía, pero también ha tenido efectos desastrosos en la distribución de la renta. Como siempre, en Estados Unidos es donde se dispone de mejores estadísticas para medir los efectos, pero las tendencias serán similares en el resto de los países desarrollados.

El 50 % de la riqueza de los estadounidenses se invierte en vivienda y, en el caso de las familias de menor renta, supone casi el 100 % de sus inversiones. Mientras la bolsa ha batido récords, el precio de la vivienda ha caído un 50 % desde 2006, si descontamos la subida de la inflación desde entonces. Por lo tanto, mientras los ricos estadounidenses han conseguido proteger su riqueza gracias a la intervención del Estado para evitar la depresión, el 90 % de las familias norteamericanas han visto cómo su riqueza se reducía a la mitad.

En el caso español, la situación es aún más dramática ya que nuestras familias acumulan el 90 % de su riqueza en la vivienda, y su precio, descontando la inflación, ha caído un 50 %. En 2012 seguía en caída libre. Con esta realidad resulta increíble comprobar la ceguera de las élites y de las familias con mayor poder adquisitivo al resistirse a la subida de impuestos. El aumento de la progresividad es un mal menor para evitar el caos que puede acabar generando graves distorsiones en la distribución de la renta.

Por lo que respecta a los salarios, la dispersión ha aumentado significativamente. Los grandes ejecutivos de las multinacionales se han unido al club de los multimillonarios. Además, como reflejó magistralmente el documental Inside job, estos millonarios tienen muchas conexiones y una gran influencia sobre los gobiernos, especialmente los ejecutivos de la banca de inversión.

El 15 de mayo de 2011, miles de ciudadanos indignados ocuparon la Puerta del Sol de Madrid, iniciando un fenómeno global que llegó hasta las puertas de la Bolsa de Nueva York, icono del capitalismo mundial. Una vez más, internet y la globalización permitieron que el fenómeno se expandiera a la velocidad de la luz.

Durante el viaje a Cuba de 2005 mencionado en el capítulo anterior, tuve la oportunidad de releer el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. El Manifiesto cometía dos errores conceptuales.

En primer lugar, anticipaba que el capitalismo moriría de éxito, ya que las grandes empresas serían monopolísticas. La realidad dista mucho de ser así: la única empresa que se mantiene en el índice Dow Jones desde su creación hace más de cien años es General Electric y tiene muy poco que ver con la empresa que fundó Edison, a finales del siglo XIX.

Si nos fijamos en el sector informático, el panorama es más claro aún. Durante los años cincuenta, IBM lideró la revolución tecnológica. La empresa contrató a unos jovencitos para que desarrollaran un sistema operativo, y éstos acabaron fundando Microsoft y desbancando al gigante azul. Otros jovencitos de la Universidad de Stanford desarrollaron una sencilla página web llamada Google con un potente algoritmo y revolucionaron la red.

El mercado de los móviles ofrece resultados parecidos. Al principio el sector lo dominaban las empresas estadounidenses. Después llegó Nokia desde Finlandia y las desbancó. Apple volvió a liderar el sector con un solo dispositivo, el iPhone, pero en 2012 Samsung superó a la empresa de la manzana. Por lo tanto, Marx y Engels se equivocaron al no entender que las ventajas competitivas de las empresas no son eternas.

El Manifiesto llegaba a la conclusión de que esas empresas con poder monopolístico alienarían toda la renta de los trabajadores y que esto generaría el caldo de cultivo para la revolución obrera. Sin embargo, cuando analizamos el peso de los salarios en el PIB y en la distribución de la renta, suelen revertir a la media, aunque los ciclos son muy lentos. La historia nos enseña que la pérdida de peso de los salarios no es sostenible y tarde temprano revertirá. Lo que no tiene claro este economista observador es si la reversión será ordenada y controlada por la política económica, o desordenada y caótica, con una crisis social y política incluida.

Es evidente que lo deseable es que la reversión sea ordenada y controlada. Cuba o los experimentos de Europa del Este nos enseñan que el capitalismo tiene vicios, como demostraron Marx y Engels en su Manifiesto, pero que la propuesta alternativa es infinitamente peor.

Durante ese viaje a Cuba también leí el libro de Ignacio Ramonet Fidel Castro: biografía a dos voces, una entrevista autorizada y autobiográfica del Comandante, en la que dice una frase que se me quedó grabada: «La gente no se imagina lo fácil que es montar una revolución».

Castro era un líder estudiantil exiliado en México durante la dictadura de Fulgencio Batista. El 26 de julio de 1953, y junto a otros 81 revolucionarios, consiguió regresar a Cuba en el mítico yate Granma, pero el ejército de Batista les estaba esperando. Sólo él, un compañero suyo y un fusil consiguieron escapar. Tres años más tarde los revolucionarios derrocaban al dictador y se hacían con el poder en la isla.

El segundo error del Manifiesto tiene que ver con las condiciones que provocarían la revolución. Marx y Engels pensaban que la revolución comunista sucedería en Reino Unido, donde la burguesía y el capitalismo habían tenido un mayor éxito. Sin embargo, la primera revolución fue en Rusia, un país atrasado industrialmente sin apenas burguesía, en el que los comunistas derrocaron directamente al antiguo régimen.

Cuando se publicó la edición alemana del Manifiesto en 1883, Marx ya había muerto y Engels acuñaba una frase que ahora nos suena muy familiar y que ha aparecido en este mismo capítulo bajo una forma diferente: «Los brotes verdes comienzan a florecer sobre la tumba de Marx». Algunos años más tarde, en 1890, Engels recuperaba el prólogo que ambos habían redactado en 1882 para la edición rusa, entonces perdido. En él, Marx y Engels admitían que el Manifiesto no había sido capaz de prever que la revolución proletaria llegaría antes a Rusia que a Europa, aunque sin duda ésta era bienvenida.

La pérdida de peso de los salarios en la tarta del PIB es un ciclo clásico, que será muy lento de revertir. La prioridad para mejorar la distribución de la renta es crecer. Parafraseando a los Beatles: «All we need is growth». El crecimiento permitirá crear empleo y aumentar la renta de aquellos a los que la crisis había apartado del mercado de trabajo. Si bien el crecimiento es condición necesaria, no es suficiente. Cada medida de política económica debería valorar su impacto sobre la distribución de la renta y la desigualdad. Y sin poner en riesgo el crecimiento, mejorar la distribución de la renta debe ser una prioridad de todos los gobiernos, desde Washington hasta Pekín o Berlín y, por supuesto, pasando por Madrid.

Si no se consigue revertir esta tendencia con una economía competitiva y que crezca, pero de manera controlada, mediante los impuestos y el gasto público, reforzando y concentrando el Estado de bienestar para evitar que la pobreza extrema se institucionalice, la democracia se marchitará y llegará otro sistema acabado en «ismo». Como anunciaban Marx y Engels al comienzo del Manifiesto: «Un fantasma recorre Europa», si bien de signo muy distinto al que ellos proponían: el fascismo que ha reverdecido de nuevo en Hungría, que se posiciona en Grecia y que gana enteros en Francia.

Otro riesgo claro son los movimientos populistas comunistas como los que sacudieron América Latina después de la crisis de la deuda de los años ochenta y que en algunos países se mantienen hasta nuestros días. Es prioritario anticiparse a este tipo de dinámicas caóticas. Y la clase dirigente nunca debe olvidar que «serán culpables de lo que pudieron evitar».