Rick Benetti había sido jodido, y no de la manera divertida. Sin posibilidad de disparar a los malos, ni descubrir un cártel de contrabando de drogas ni de ir detrás de traficantes de armas—en vez de eso había conseguido el trabajo de niñera. Dios no permita que recibiera una misión de puta madre como los otros Moteros Salvajes.
Uno pensaría que trabajar encubierto para el gobierno le daría un trabajo guay como a los otros chicos. Al igual que Mac había hecho cuando había tenido que llevar un virus vivo desde Chicago a Dallas para asegurarse de que no cayera en manos equivocadas. O cuando Díaz y Jessie habían ido de incógnito a unirse a una banda de moteros que vendía armas a los fundamentalistas. O Spence, que había hecho un excelente trabajo con la agente Shadoe Grayson en un club de striptease de Nueva Orleans a fin de detener a un agente federal corrupto que estaba trabajando con los colombianos para el contrabando de drogas.
Esos eran los casos jugosos.
¿El de él? Tenía que ir a buscar y cuidar a la hija de algún senador de Nevada que pensó que sería divertido unirse a una panda de motoristas.
Cómo si eso fuera una amenaza para la seguridad nacional.
Mierda. Lo más probable es que fuera alguna estudiante universitaria aburrida despreciando la autoridad de papi uniéndose a la banda de moteros de los Hellraiser. Aunque Rick tenía que admitir que los Hellraiser no eran exactamente el tipo suave y tierno de moteros. Él debería saberlo… solía ser uno de ellos.
Y la última cosa que quería hacer después de estar fuera del club desde hacía diez años era volver a ello. Qué era lo que el general Grange Lee, jefe de los Moteros Salvajes, le dijo que tendría que hacer.
Con su pasado criminal detrás de él, Rick había vivido una vida limpia durante los últimos diez años. Al principio, no por elección. A los diecisiete años había ido mal y a punto de empeorar. Hasta que una redada y una oportunidad única habían cambiado su vida. El general Grange Lee había entrado en su vida y le ofreció la oportunidad de ir a trabajar para el gobierno de los Estados Unidos. Frente a la alternativa de prisión, Rick había aceptado la oferta del general Lee.
Ahora se dirigía de vuelta a su antigua vida, introduciéndose en la banda que le había causado tantos problemas. ¿Y el líder de esa pandilla en Las Vegas? Su primo Bo.
Sí, eso tenía sentido. Bo había sido siempre un cabrón. Como él mismo—un cabrón con delirios de grandeza. El general Lee le había quitado eso a Rick. Lo había convertido en un jugador de equipo. Bo, sin embargo, era otra cosa. No había tenido el beneficio de la guía firme pero justa del general Lee.
Tal vez los Hellraiser habían mejorado su comportamiento en los diez años que Rick había estado fuera de escena. Pero a partir de la información que había obtenido del general Lee en la sede de los Moteros Salvajes, no lo parecía. Motivo por el cual se le había dado esta misión. En primer lugar, porque él solía formar parte de esta banda y podría conseguir entrar más fácilmente. En segundo lugar, debido a que el involucramiento de Ava Vargas con los Hellraiser podría ser una posible vergüenza contra el senador Héctor Vargas, por no hablar de un riesgo para la seguridad nacional, especialmente dado que el senador estaba trabajando actualmente en una trascendental legislación nacional antidroga.
Rick suponía que tener una hija implicada con una banda de moteros sospechosa de narcotráfico sería una pesadilla de relaciones públicas para un senador a punto de redactar una importante ley antidroga.
Aun así, Rick elegiría ir de incógnito a cualquier otro sitio menos de vuelta con su vieja pandilla, aunque viera la lógica de por qué le habían asignado esta misión en particular.
No significaba que tuviera que gustarle.
Había arrancado su Harley y viajado de Dallas a Las Vegas. La semana de la moto en Las Vegas estaba a punto de empezar, por lo que los Hellraiser debían estar en el Strip[1]. Ahora sólo tenía que encontrarles y conseguir regresar de nuevo a la vieja banda.
Rick recorrió el Strip, haciendo caso omiso de las coloridas luces intermitentes de neón de los casinos, enfocado en las motos y pilotos que llegaban en masa a la ciudad para el gran desmadre que duraría una semana.
Algunos eran moteros solos, o un grupo de amigos. Otros eran parte de clubes, sus chaquetas y chalecos etiquetados con los nombres de su pandilla. A Rick no le costó mucho tiempo encontrar a los Hellraiser. Eran un grupo grande y sus chalecos de cuero llevaban las brillantes insignias y el nombre del club en la espalda. Él le dio al acelerador y aumentó la velocidad para alcanzarles, pasando a la pandilla hasta que vio a su primo a la cabeza, entonces dio la vuelta. Bo se había detenido en un local frecuentado por motoristas—un bar. Rick llegó y aparcó junto a Bo.
Bo le dio una rápida mirada de desprecio, una del tipo “no me jodas”. Rick sonrió, dándose cuenta de que Bo ni le había mirado, sólo le había dado un rápido vistazo y le había tachado de forastero.
—Todavía tan gilipollas como siempre, ¿verdad, Bo?—dijo Rick mientras bajaba de su Harley.
Bo levantó la cabeza de golpe, entonces apareció el reconocimiento. Su cara se quebró en una amplia sonrisa.
—¿Rick? Hijo de puta. Eres tú. —Agarró a Rick en un abrazo de oso—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Rick le devolvió el abrazo, luego se separó.
—Diez años, tío.
Se dirigieron al interior del bar y pidieron dos cervezas. Rick notó que sólo algunos de los Hellraiser habían entrado con Bo. Los otros se quedaron fuera. Vigilantes, sin duda, observando a las bandas rivales con los que los Hellraiser podrían tener una disputa. Lo último que los Hellraiser querrían era ser acorralados en el interior del bar. Los de fuera darían aviso si Bo y los demás tenían que salir rápidamente.
Bo dio un largo trago de su botella de cerveza, luego contempló a Rick.
—La última vez que te vi, estabas siendo arrestado.
Rick se rió.
—Lo mismo que tú, ya que nos iban a detener al mismo tiempo por lo mismo.
Bo se encogió de hombros.
—Cumplí seis meses y obtuve tres años de libertad condicional por eso. Pero nunca te volví a ver. ¿Qué demonios pasó?
—Sabes tan bien como yo que esa no era mi primera detención como tú.
Bo sonrió.
—Era más taimado que tú. Y corría más rápido.
—Sí tú lo dices. Creo que me tiraste debajo del autobús.
Bo se rió.
—Así que, ¿cumpliste condena?
—Me encerraron durante tres años.
Bo hizo una mueca.
—¡Ay! Eso es duro.
—Sip. Después de eso me marché. La cárcel era muy restrictiva. Necesitaba un poco de espacio.
—Así que ¿dónde has estado?
—Principalmente en Chicago. Pero sobre todo viajaba por todos lados. Quedarme en un lugar demasiado tiempo, por lo general, significa problemas para mí.
—¿Por qué has vuelto?
—Pensé que me había ausentado lo suficiente. Quería venir a casa por un tiempo.
—¿Echabas de menos a la familia?
Rick resopló y tomó un trago de cerveza.
—Creo que no somos tan estúpidos. No tenemos familia. Excepto el uno al otro.
Bo chocó la parte superior de su botella con la de Rick.
—Amén a eso. Teníamos unas familias inútiles. Pero nos teníamos el uno al otro. Eh. Siento no haber sabido que habías cumplido condena. Ya sabes cómo es esto.
—Lo sé. —Cuando te arrestan vas por tu cuenta. Si desaparecías, la banda pensaba que estabas en la cárcel o muerto. Nadie se molestaba en comprobarlo. Tú eras familia siempre y cuando estuvieras en la banda. Si te ibas, eras historia. Fin de la historia.
—¿Así que estás de vuelta para siempre?
—Tal vez.
—¿Interesado en reincorporarte al club?
—Tal vez.
Bo asintió.
—Así que eso significa que sí.
Rick sonrió sobre el borde de la botella de cerveza.
—Tal vez.
Bo se rió.
—Eres un capullo. Tendré a mi gente comprobándote. Asegúrate de que has estado donde dices que has estado. No es que no confíe en ti...
—Pero nadie se mete en los Hellraiser—o regresa—sin ser investigado. Lo sé. —Y es por eso que Grange había creado unos antecedentes falsos para él, incluyendo una redada de drogas en Chicago y el registro de la prisión acerca de la que le había hablado a Bo. Si había una cosa que los Hellraiser amaban, era un cabrón con una reputación.
Y Rick quería asegurarse de que tenía la reputación que le facilitara el regreso. Lo cual era probablemente la razón por la que el senador Vargas estaba molesto por el involucramiento de su hija con la pandilla. No era exactamente un club con niños del coro. Si Rick tuviera una hija viajando con los Hellraiser, tampoco estaría demasiado feliz por eso. No es que alguna vez fuera a casarse y tener una hija. Pero si lo hacía, estaba muy seguro de que no le permitiría ir con un grupo como este.
—Mientras tanto, puedes viajar con nosotros. Verificar los antecedentes sólo debe tomar un día o dos. Eso es, si quieres volver.
—Podría. ¿Cómo son los Hellraiser en estos días?
—En su mayoría problemáticos.
Rick se rió.
—Precisamente mi tipo de acción. —Él calculó que sería fácil conseguir entrar de nuevo en la banda, especialmente con Bo al timón. Ahora sólo tendría que encontrar a Ava Vargas y acercarse lo suficiente a ella para averiguar sus aviesas intenciones.
* *
Ava Vargas se miró en el espejo de su dormitorio.
—No creo que el cuero sea un buen estilo para mí. —Se movió de un lado a otro, no estaba acostumbrada a verse ataviada de pies a cabeza con chaqueta de cuero, chaparreras y botas.
—¿Estás bromeando? Estás sexi. —Lacey entró en el dormitorio y estudió a Ava, luego sacudió la cabeza—. Mataría por unas tetas como las tuyas.
—Estas cosas son lo que me dan miedo. ¿De verdad que este top tiene que ser tan…apretado? —Ella tiró de la ceñida licra que parecía querer moldearse a sus pechos y delinearlos como los anuncios de neón en el Strip de Las Vegas. Sus pechos eran lo suficientemente grandes. No necesitaba hacer publicidad de su existencia.
—Todas las chicas llevan sus tops así. Confía en mí, encajarás perfectamente.
Para eso iba Ava, ¿no? Para encajar en esta banda de moteros en la que su mejor amiga Lacey se había metido el año pasado. La que había apartado a Lacey de la universidad, la que había cambiado la vida de su mejor amiga, su personalidad, todo.
Un año atrás, Lacey había sido una estudiante de posgrado. Ella y Ava habían hecho todo juntas. Pero entonces Lacey había conocido a un motero y había desaparecido de la vida de Ava. Lacey había dejado la universidad y se había convertido en una nena de motero, pasando su tiempo viajando con su novio. Incluso peor que eso, se había convertido en una vaga, y esa no era Lacey en absoluto.
Y Ava lo sabía, porque ella y Lacey habían sido amigas desde el jardín de infancia. Lo sabían todo la una de la otra. Habían estado juntas en las clases durante la escuela, y habían sido compañeras de habitación en la universidad. Después de haber conseguido sus licenciaturas, habían compartido un apartamento mientras estudiaban para sus masters. Y fue entonces cuando Ava había perdido a Lacey por el mundo motero.
Ava había terminado su master este año. Lacey no mostraba ningún interés en volver a la universidad, diciendo que lo había “superado”.
Había algo que no estaba bien con eso. ¿Esta banda de moteros era una especie de culto? ¿Y Lacey se había dejado engañar[2]? Con Lacey tan fuera de contacto y con la imposibilidad de comunicarse sobre este nuevo estilo de vida excepto para elogiar al nuevo hombre en su vida y cantar alabanzas de la vida montando en la parte posterior de una Harley, Ava supuso que la única manera de averiguar lo que estaba pasando en la vida de Lacey era unirse a ella.
Así que empezó a pasar el rato por los antros de los moteros durante los últimos dos meses—especialmente debido a que era la única forma en que podría pasar tiempo con Lacey. Se encontraba con ella en bares y clubes que atendían a los motoristas. No vio que allí pasara nada inusual, aparte de la cerveza, el billar, el tabaco, y el caos general. Con todo, Ava no estaba convencida. Debido a que la Lacey que vio allí era tan…diferente de la que había conocido siempre.
Tenía que asegurarse de que estaba a salvo, que las decisiones que estaba tomando eran desde su propio albedrío. Y en este momento, Ava no estaba segura de que ese fuera el caso. Sospechaba un poco del novio de Lacey, porque tan pronto como Lacey había empezado con esta banda, hizo las maletas y se fue del apartamento, diciéndole a Ava que la vida en la pandilla de moteros era nómada y no le parecía justo quedarse en el apartamento con Ava. Le había sugerido a Ava que encontrara otra compañera de piso. Fría, dura…cortando lazos así como así.
Y eso no era como era Lacey. Lacey era cálida, centrada en la familia, y agradable. Habían sido inseparables desde la infancia.
Ava no quería otra compañera de piso. No necesitaba una, sin duda podía permitirse pagar el lugar por su cuenta.
Ella quería a su vieja amiga de vuelta. O por lo menos necesitaba saber que Lacey estaba bien, que las decisiones que tomó eran suyas. Porque cada vez que veía a Lacey—raramente—había algo que no estaba bien en su amiga. Algo en sus ojos…
Razón por la cual estaba de pie delante del espejo cubierta con un top ceñido, unos vaqueros pegados al cuerpo y cuero.
—Encajaré perfectamente, ¿eh?
Lacey se rió y se tiró en la cama de Ava.
—Bueno, al menos físicamente. Es un estilo de vida único, Ava. Puede ser que cueste un poco acostumbrarse. Todo no es hoteles de cinco estrellas y servicio de habitación.
Ava miró a Lacey en el espejo.
—Solo estoy un poco mimada, Lace.
Lacey puso los ojos en blanco.
—Por favor. La hija del senador. Sólo las mejores escuelas. Y la idea de serrín y cacahuetes en el suelo, por no hablar de cerveza derramada, probablemente hace que te quieras desmayar. Mira este lugar. No hay adornos o arte en las paredes.
Lacey pasó el dedo sobre la mesa desnuda al lado de la cama.
—Ni siquiera una mota de polvo. No tienes ni desorden. Eres una fanática de la limpieza.
Ava levantó la barbilla.
—No lo soy. A mí me gusta…el orden en mi vida.
Lacey se rió.
—Eso es exactamente de lo que estoy hablando. El estilo de vida del motorista es cualquier cosa menos ordenado. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
A Lacey también solían gustarle las cosas ordenadas y limpias. Ava fue y se sentó junto a ella en la cama, sorprendida de que el cuero que llevaba fuera lo suficientemente suave para doblarse cuando se sentó.
—Sí. Es lo que quiero. Le daré una oportunidad, de todos modos. Creo que será divertido.
Lacey agarró sus manos.
—Oh, estoy tan contenta de que vayas a estar viajando con nosotros. Te he echado mucho de menos.
—Yo también te he echado de menos. No nos vemos lo suficiente.
—Tenía miedo de que nos hubiéramos distanciado. Pero has estado ocupada con la universidad, y simplemente esa ya no es mi vida.
Ava quería preguntarle por qué no lo era, pero Lacey había dejado claro que ya no quería hablar más de la universidad, así que lo dejó pasar.
—¿Dónde está tu novio?
Lacey sonrió.
—Ahora está en el Strip. Probablemente emborrachándose con sus amigos.
Lo dijo con mucho orgullo. Ava se resistió a arrugar la nariz.
—Ah, muy bien.
Lacey miró su reloj.
—Deberíamos irnos. Tenemos que encontrarnos con ellos a las ocho.
—Está bien. —A pesar de sólo estar aquí por Lacey, Ava corrió al cuarto de baño para dar una última mirada. No tenía ni idea de si se veía adecuada o como un pez fuera del agua. Supuso que tenía que aceptar la palabra de Lacey.
Y finalmente ella tendría la oportunidad de ver el mundo de Lacey. Pasar más tiempo con su novio.
Entonces averiguaría si tenía algo de qué preocuparse.
* *
Montar de nuevo con Bo y los Hellraiser era como en los viejos tiempos, y no. La última vez que Rick había montado con Bo y la pandilla, habían sido unos críos y en estaban la parte baja del escalafón. Diez años más tarde y Bo estaba en los escalones superiores de la organización, liderando este grupo en particular.
Eso decía mucho sobre lo que Bo había estado haciendo durante los pasados diez años. Y significaba que sin importar lo que hubieran estado haciendo los Hellraiser, Bo era muy bueno en ello. Circularon por el Strip durante un tiempo, y Rick se dio cuenta que realmente habían pasado diez años desde que había estado aquí. Muchas cosas habían cambiado. El desarrollo había estallado en el Strip.
Había más casinos, hoteles, y mucho más que hacer ahora que solo jugar. Se quedó boquiabierto mientras circulaba, sin apenas darse cuenta de la multitud de Hellraiser que se sumaron hasta que el congestionado grupo se detuvo en la parte antigua de la ciudad.
Moto tras moto entraron en la zona de aparcamiento. Parecía un maldito desfile. Debía haber un centenar de Hellraiser en el momento en que el último aparcó.
—Maldita sea. Los Hellraiser se han ampliado.
Bo asintió mientras caminaban desde el aparcamiento a la calle.
—La membresía crece en alrededor de diez a quince cada año. Nos hemos vuelto realmente populares.
—¿Sí? ¿A qué lo atribuyes?
Bo sonrió.
—Echamos muchos polvos. Los chicos ven todas las pollitas que se han unido al club.
Rick se rió.
—Supongo que volví justo en el momento adecuado.
Bo echó el brazo por el hombro de Rick.
—Sí, lo hiciste.
Llegaron a la esquina y un fogonazo pasó al lado de Rick. Una mujer flaca saltó sobre Bo, envolvió sus piernas alrededor de él, y plantó un caliente beso con lengua en sus labios. Bo agarró a la mujer por el culo y se aferró a ella, devolviendo el beso.
Cuando rompió el beso, la mujer chilló.
—¡Te eché de menos hoy, nene!
—Yo también —dijo Bo, dejando que la mujer se deslizara hasta el suelo. Le rodeó la cintura con un brazo. —Lacey, este es mi primo, Rick Benetti. Rick, mi novia, Lacey.
Así que Bo tenía una novia, ¿eh? Interesante. Y una bonita. No, como las otras chicas mugrientas con las que solía pasar el rato.
Esta tenía el pelo liso marrón, un buen cuerpo, y bonitos ojos azules.
—¿Tu primo? Guau. No sabía que tenías un primo. —Lacey tendió la mano—. Encantada de conocerte, Rick.
Rick le estrechó la mano.
—Encantado de conocerte, también, Lacey. Y he estado fuera de la ciudad en los últimos años, así que por eso no sabías acerca de mí.
—Bien. ¿Te vas unir a los Hellraiser para la semana de la moto?
—Sí.
—¿Tienes una chica contigo?
—No. Viajo solo.
Ella sonrió.
—Eso es perfecto. Mi mejor amiga está aquí y no tiene a nadie con quien ir.
—Uh, no creo…
La mujer había estado de pie detrás de Bo. Con todo ese fogonazo y exuberancia de Lacey, ni siquiera la había visto. Ahora lo hizo cuando Lacey la puso delante.
Guau. Para Rick, una mujer era tan buena como la otra.
Esta era diferente. Era impresionante, con abundante pelo negro, ojos grises plateados, y un cuerpo exuberante que sacudió su polla en sorprendido interés.
Y parecía malditamente familiar.
—Rick, esta es mi mejor amiga, Ava.
¿Esta era Ava Vargas? Tenía que serlo. Se parecía mucho a la foto que le habían dado, sólo que la foto debía ser un poco antigua. Esta Ava era muchísimo más sexi ahora que era un regalo envuelto en cuero.
Y acababa de ser dejada caer directamente en su regazo.