capítulo 7

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Richard Maguire tenía muchas cosas de las que sentirse orgulloso y le gustaba acordarse de ellas cuando se sentía desconcertado. Harvard y Wharton. Presidente de una multinacional. A punto de comprometerse con una Smithie si seguía adelante con Penélope. Y aún podía ponerse el esmoquin que se había comprado cuando iba al instituto.

¿Pero lo mejor de todo? Jugaba muy bien al ajedrez.

Así que la pequeña ofensiva de su hermana Madeline no iba a suponerle un problema.

Sintiéndose más satisfecho consigo mismo, Richard aparcó en el garaje de su casa a las cinco en punto. Penélope había ido a cambiarse a casa de su padre y regresaría, junto con el resto de los invitados, al cabo de una hora.

Perfecto. Le esperaba una tarde y una noche perfectas.

Estaba muy contento con cómo le había ido jugando al golf con el presidente de Organi-Foods. Si todo salía bien, Value Shop Supermarkets acabaría comprando esa empresa. Siempre y cuando la junta directiva de Richard aceptara el programa.

Barker, su presidente, podía ser un problema. Y por eso tenía que evitar que Madeline pudiera votar. Lo último que Richard necesitaba era otra inexperta en la mesa cuando intentaba que los accionistas aprobaran aquella adquisición. Madeline no comprendería lo importante que era expandirse en el mercado. Sabía que no dudaría en votar en contra del plan sólo por molestarlo.

Richard salió del coche y entró en la casa por la cocina. Se dirigía a su dormitorio cuando al pasar por el recibidor se paró de golpe.

Desde la ventana, vio a Madeline y al cocinero en la terraza. El chico estaba de espaldas a la casa. Se había quitado la camiseta y… ¡santo cielo!, tenía un tatuaje a lo largo de toda la espalda.

Pero no era eso lo que preocupaba a Richard. El problema era Madeline. Su hermana miraba al hombre como si fuera un dios.

Aquello no podía ser cierto. Aquello no estaba sucediendo.

Madeline era una mujer dócil, sumisa, delicada. Por mucho músculo que tuviera en el cuerpo, su corazón era como una bola de algodón. ¿De dónde había sacado a aquel hombre?

Richard negó con la cabeza y se percató de que no se había dado cuenta de algo importante: no era ella la que quería hacer un cambio en la herencia.

Si Madeline tomaba el control, no sólo podría votar en la toma de decisiones, sino que tendría libertad para vender acciones e invertir en todo tipo de locuras.

Como un restaurante francés en la ciudad de Nueva York cuyo propietario era un cocinero con tatuajes.

De pronto, Spike miró hacia atrás por encima del hombro, como si hubiese notado que lo estaban observando. Entornó los ojos y fulminó a Richard con la mirada.

Richard sonrió y asintió, después subió por las escaleras.

Cuando llegó a su habitación, descolgó el teléfono y llamó a su abogada. Estaba seguro de que la encontraría en su despacho a pesar de que era fin de semana festivo.

—Quiero que investigues el pasado de una persona.

—No te prometo nada. ¿Cómo se llama?

—Michael Moriarty. Lo llaman Spike —Richard sacó un pedazo de papel del cajón de su escritorio—. Te puedo facilitar su número de la seguridad social.

—Dámelo.

Richard leyó el número y guardó el papel otra vez.

—Quiero saberlo todo acerca de ese chico.

—Un informe incompleto no sirve para nada. Te llamaré en veinticuatro horas.

—Y tengo noticias desconcertantes —le explicó lo de la herencia de Madeline—. He de mantener el control de esas acciones si vamos a seguir adelante con la compra de Organi-Foods. Tengo que ser la persona con más votos de la sala porque esa maldita junta es muy conservadora. Tengo suficientes estirados en la mesa. Y no quiero tener una bala perdida como ella entre ellos.

—Si lo recuerdo bien, las disposiciones de la herencia te permitirán esgrimir un argumento en base a la incompetencia que muestra ante los negocios. Si puedes convencer a un juez de que ella no puede manejar correctamente los bienes de la herencia, podremos evitar que tome el control.

—Soy consciente de ello y espero que te pongas manos a la obra. Y quiero la información acerca de Moriarty. Es él quien está detrás de todo esto, un cocinero que pretende ampliar su negocio con el dinero de mi hermana. ¿He de decirte algo más?

Richard se despidió y colgó el teléfono.

Se sentía orgulloso de lo bien que había hecho el trabajo de registrar la maleta de Richard la noche anterior. No había forma de que el hombre supiera que alguien había estado en su habitación.

En un principio, había decidido registrar sus cosas por si encontraba droga. Lo último que Richard necesitaba en su casa era una muerte por sobredosis o un crimen pasional.

Se cambió de ropa y se puso una pajarita roja.

Aquella noche, Madeline conocería a Charles Barker, el presidente de la junta, y Charles no se llevaría una gran impresión porque Madeline no era una mujer impresionante. Nunca vestía de manera elegante y no tenía un gran intelecto cuando se trataba de algo que no fueran los deportes.

Durante la reunión con Barker, Madeline se pondría nerviosa, porque eso era lo que hacía cuando estaba fuera de su ambiente. Y se daría cuenta de que no tenía lugar en la junta. Entonces, se retractaría y firmaría los documentos, permitiendo que Richard continuara con el control de sus acciones.

Siempre y cuando él pudiera deshacerse de su acompañante.

Por suerte, Michael Moriarty parecía el tipo de hombre que tiene algún secreto que ocultar.

Todo iba a salir bien.

Richard se enderezó la pajarita y cuando se disponía a salir de la habitación, cambió de opinión. Se acercó al teléfono y marcó un número mientras pensaba en el mensaje que iba a dejar en el contestador. Suponía que nadie estaría en casa un fin de semana festivo en Manhattan.

Al oír la voz de su hermana Amelia se sorprendió.

—¿Diga? —dijo ella.

—Amelia, estás en casa.

—Richard —ella respiró hondo—. ¿Cómo estás?

—Suponía que estarías fuera de la ciudad.

—Se suponía que así era. Pero me cambiaron los planes.

—Bien. Quiero que vengas a Greenwich. No deberías estar sola un fin de semana festivo.

Se hizo una larga pausa.

—No me has invitado hace tiempo.

—Tienes una vida social muy agitada. ¿Cuándo estás libre? —miró por la ventana y pensó que debía abonar los árboles—. ¿Vendrás?

—De hecho… No me importaría un cambio de escenario. Iré allí a primera hora de la mañana.

Richard colgó sonriente. Amelia era una buena hermana. Y confiaba en él para llevar el negocio. Además, en una situación así podía serle muy útil.

En cuanto Amelia apareciera en la casa, Madeline se pondría como una loca. Era evidente que estaba medio enamorada de Spike, y si había alguien que pudiera interponerse entre Madeline y un hombre, era Amelia.

Sí… La vida es como el ajedrez. Todo se trata de colocar las piezas y permitir que comience la partida.

Una hora más tarde, Spike no podía dejar de mirar a Mad.

Era a la única persona que veía a pesar de que la habitación estaba llena de gente. Se había puesto el mismo vestido negro de punto que había llevado el día de la fiesta de Sean, pero le quedaba mejor que nunca. Llevaba la melena suelta y él tuvo que meter la mano en el bolsillo para no acariciársela.

Era extraño. Ella no tenía ni idea de que era guapa. Aunque todos los hombres la miraban y se colocaban cerca de ella, Mad parecía no darse cuenta. ¿Cuántas veces habría sido menospreciada por los hombres de su familia para que no se percatara de lo atractiva que era?

—Aquí viene Richard —murmuró ella, y bebió un trago de Chardonnay.

Spike miró hacia su derecha y no le gustó la mirada que vio en sus ojos. Su hermanastro parecía complacido consigo mismo. Y alguien más iba detrás de él.

Richard se detuvo delante de Mad.

—Madeline, me gustaría presentarte a Charles Barker, el presidente de la junta.

Mad le tendió la mano.

—Me alegro de conocerlo, señor Barker.

—Llámame Charles —sonrió—. Tengo entendido que navegas. ¿Conoces a mi hijo, Charles? Compite en Newport.

A Mad se le iluminaron los ojos.

—¿Eres el padre de Chuck Barker?

—Lo soy —puso una amplia sonrisa—. ¿Has oído hablar de él?

—¡Chuckie es un patrón estupendo! ¿Estabas en la orilla cuando el año pasado su equipo ganó en la regata de Newport en Memorial Day?

—Estaba. Tengo una casa allí.

—Creí que Chuckie iba a volcar. De veras. Pero consiguió mantener el puesto. Conseguirá ser un gran regatista.

Mientras ellos dos seguían hablando, Spike miró a Richard. El hombre observaba la conversación como si no pudiera esperar a interrumpirla.

—¿Y ahora para que te estás preparando? —Barker le preguntó a Mad.

—Quiere incorporarse a la junta —dijo Richard—. En su tiempo libre.

El presidente arqueó una ceja.

—Es un gran cambio.

Mad asintió.

—Lo es. Pero estoy interesada en la empresa.

Barker negó con la cabeza.

—Bueno, hay muchas cosas entretenidas, pero también muchas tediosas. Los informes mensuales son del tamaño de una guía telefónica.

Richard sonrió.

—Ya se lo he dicho.

«¿Cuándo?», pensó Spike. Él no lo había oído.

Barker puso la mano sobre el hombro de Mad.

—No puedo imaginar que sea tan emocionante como lo que haces para ganarte la vida —miró a Richard—. Seguro que tú puedes liberarla para que pueda seguir disfrutando del mar.

—Eso sería lo mejor para todos. Y sé que a Madeline no le gustaría aminorar la marcha de las cosas mientras intenta ganar velocidad.

Mad sonrió y dijo:

—Creo que te sorprenderías de lo deprisa que puedo ir.

Charles se rió.

—Eso lo sabemos. Vi cómo Alex Moorehouse y tú competisteis en la última Copa América. ¡Impresionante! Pero escucha, olvídate de la Empresa América y céntrate en los barcos. ¡El país te necesita! Tenemos que conservar el trofeo para que no se lo lleven los australianos.

Mad se disponía a contestar cuando alguien se acercó a Barker y se presentó. Cuando el presidente se marchó, Richard se acercó y dijo:

—Charles tiene razón. Sigue haciendo lo que sabes hacer, Madeline. Será mucho mejor para ti.

Su hermanastro se alejó entre los invitados.

—Va a argumentar que no soy lo bastante competente para hacerme cargo de mis acciones y va a convencer a Barker de ello —miró a Spike—. Menos mal que está Mick Rhodes. Es lo único que puedo decir.

Poco después fueron a cenar y Spike disfrutó hablando con la gran dama que tenía a su lado. Por supuesto, en ningún momento dejó de mirar a Mad, quien estaba sentada al otro lado de la mesa. Sólo podía pensar en besarla y en cómo se vería si le quitara el vestido.

Como se acercaba una tormenta, la fiesta continuó en la biblioteca y no en la terraza. Spike interceptó a Mad justo cuando salía del comedor.

—¿Te apetece tomar el aire? —necesitaba salir de la fiesta porque deseaba besarla, aunque sabía que hacerlo sería una tontería.

Ella sonrió.

—Vamos.

Su sencilla contestación le indicó que ella no tenía ni idea de lo que él tenía en mente.

Salieron a la terraza y bajaron a pasear por el césped.

—Este asunto con Richard me hace pensar —dijo Mad.

—Sólo puedo decir que lo estás haciendo estupendamente.

—Sabes una cosa… Estoy de acuerdo. Y he recordado otros retos, otras cosas que creía que no podría conseguir.

Mad caminó una pizca por delante de él y Spike se fijó en el movimiento de sus caderas. Cuando se detuvo de golpe, sus cuerpos se chocaron y permanecieron juntos.

Ella se acomodó contra el cuerpo de Spike y respiró hondo.

Inmediatamente, él se echó un poco para atrás y dijo:

—Lo siento.

Ella volvió la cabeza y él pensó que era preciosa. El tipo de mujer que un hombre nunca podría olvidar. La deseaba.

—¿Te has caído alguna vez en el mar? —murmuró ella.

Spike se pasó la mano por el cabello. Eso sí que era un cambio de tema respecto a lo que él estaba pensando.

—No, nunca.

—Yo sí. En medio de una tormenta. Con nada más que un chubasquero, un pantalón de agua y un sistema de flotación personal. El barco continuó avanzando sin mí. Yo vi cómo desaparecía.

A Spike se le cortó la respiración, imaginándola perdida. Sola. En medio del mar. Sintió un nudo en la garganta.

—¿Sabes lo que hice?

—¿Qué? —susurró él.

—Activé mi GPS, encendí la linterna y esperé.

—Inteligente.

—Me encontraron ocho horas después.

«Ocho horas». «En una tormenta».

—Mad.

—Creía que estaba muerta. De veras. Y después de superar el miedo, no me importaba morir… porque, al fin y al cabo, había conseguido hacer lo que deseaba hacer. Es decir, había encontrado lo que más me gustaba de todo y era muy buena navegando y compitiendo. Había vivido tal y como quería vivir.

Spike tragó saliva.

—¿Hace cuánto tiempo sucedió?

—Dos meses.

Spike blasfemó.

Ella lo miró a los ojos.

—He visto cómo me mirabas durante la cena.

Él se sonrojó.

—Yo…

—No dejabas de mirarme. Cada vez que te miraba estabas mirándome. Estabas fijándote en mis labios, ¿no es así?

Spike se aclaró la garganta.

—Mad, yo…

—Quiero ser tu amante. Esta noche.

Spike se quedó sin habla. Podía ver decisión, convicción y deseo en el rostro de Mad.

Y no iba a rechazarla. A pesar de que no la merecía y que ella no conocía los detalles del porqué, pero no se marcharía.

Porque no podía.

Se acercó más a ella, pegando su torso contra su espalda. Le retiró el cabello y la besó en el cuello.

—Dímelo otra vez.

—Quiero ser tu amante.

—¿Cuándo? —la mordisqueó en el cuello.

—Esta noche…

Él la giró y le sujetó el mentón. Le acarició el labio inferior con el dedo pulgar y dijo:

—¿Qué te parece… ahora mismo?

La besó en los labios y cuando ella arqueó el cuerpo contra él suyo, la abrazó y la levantó del suelo.

—Vamos a mi habitación —dijo él, e introdujo la lengua entre sus labios.

—Hay algo que debes saber —murmuró ella.

—¿Qué? —deslizó la mano por encima de sus pechos y el vientre.

—Soy virgen.

Spike se quedó paralizado.

Lo primero que le pasó por la cabeza fue que un hombre como él no podía quitarle algo tan especial a una mujer como Madeline Maguire. Pero en seguida, algo más poderoso invadió su cabeza. «Deja que sea yo». «El único».

La soltó y dio un paso atrás. Y otro.

¿Qué diablos estaba pensando? Madeline Maguire no era el tipo de mujer que uno se llevaba a la cama para tener una aventura de una noche. Ni para un fin de semana. ¿Cómo iba a ser él quién la poseyera por primera vez cuando ni siquiera ella conocía su pasado?

No podía ser. Por mucho que lo deseara, no podían estar juntos.

«De acuerdo, quizá debería haber sido más delicada», pensó Mad. Aunque por la cara de horror que había puesto Spike, nada habría cambiado demasiado.

Lo miró hasta que no pudo soportar el silencio.

—Mira, no espero nada más después de este fin de semana, Spike. Quería ser franca para que no te sorprendieras cuando…

Él dio otro paso atrás.

—Sí, Mad… No sé.

Ella ignoró la presión que sentía en el pecho y miró al cielo.

—No cambiará nada. Soy adulta. Y tú.

Se vio un rayo en el horizonte.

—¿Y por qué yo?

—¿Y por qué no? —se oyó el ruido de un trueno—. Te deseo.

—Mad… no…

Ella forzó una carcajada.

—¿Sabes qué? No importa. Comprendo que no quieras implicarte en algo desastroso.

—Es sólo… Yo no debería ser el primer hombre que esté contigo. Eso es todo.

Ella entornó los ojos y negó con la cabeza.

—Espera. Si no quieres acostarte conmigo, estupendo. Pero no trates de ser un caballero, ¿de acuerdo? Soy perfectamente capaz de decidir lo que quiero.

—Hay cosas que no sabes acerca de mí.

Mad puso las manos sobre las caderas y lo miró.

—Rojo —le dijo.

—¿Cómo?

—El rojo es mi color favorito. ¿Lo sabías? Y soy Aries. Mi cumpleaños es el cuatro de abril. Y me quitaron las amígdalas cuando tenía dos años. ¿Sabías algo de todo eso?

Su mirada se llenó de rabia.

—No me trates con condescendencia.

—¡No lo hago! Lo que quiero decir es que ninguno de los dos sabe mucho acerca del otro —levantó las manos—. Y aunque supongo que habría que darle importancia, contigo… no me importa demasiado. Richard tiene razón. No tengo buena suerte con los hombres. Y por eso… Mira, estás conmigo aquí y yo quiero estar contigo y eso es suficiente para mí. No me importa tu pasado ni lo que no sepa de ti. Me gusta cómo eres ahora. Me gusta que le hayas dado mucha propina a la camarera esta mañana… me gusta tu moto… y me encanta que no te importe que sea una nadadora fuerte… y…

Una gota de lluvia le resbaló sobre la cara.

—Cielos, cuánto hablo ¿no? —dijo al ver que él no había dicho nada en un rato—. Vamos, entremos antes de que nos caiga la tormenta.

Entraron en la casa y Mad comenzó a subir por las escaleras. Él la siguió y cuando cayó un trueno muy cerca de la casa, ella le preguntó:

—¿Tu moto estará bien ahí fuera?

—Vi que se acercaba la tormenta, así que metí a Bette en el garaje. Al mayordomo no le pareció mal.

—Bien. Entonces… buenas noches.

—Buenas noches, Mad.

Mad se alejó por el pasillo. Sabía que él no iba a detenerla.

Entró en la habitación y, después de darse una ducha, se puso una camiseta larga y se metió en la cama. Se colocó de lado y contempló la tormenta por la ventana. Los rayos iluminaban el cielo. Los truenos hacían que la casa temblara. La lluvia golpeaba contra los cristales.

Cerró los ojos y, escuchando la tormenta, se quedó dormida.