capítulo 2

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Mad observó a Spike mientras se abría paso entre los invitados. La gente se apartaba y lo miraba con curiosidad.

Y las mujeres, lo miraban asombradas por su sensualidad.

Era el tipo de hombre con el que una pensaba en hacer el amor. Su forma de moverse indicaba que sabía cómo emplear sus músculos. De diferentes maneras.

—Bueno, Mad, ¿qué pasa con Spike? Nunca te había visto tan embelesada.

Ella miró a Sean y eludió la pregunta.

—¿Creía que yo iba a quedarme aquí esta noche?

—Así es.

—Tienes una habitación de invitados.

—Con dos camas. Y ya sois adultos, al menos en teoría. No debería haber problema, ¿no es así? —esbozó una sonrisa más amplia todavía—. Y sabes, si tienes frío por la noche, estoy seguro de que Spike… ¡ay!

Mad dudó un instante y después le dio un segundo puñetazo en el hombro, por si el primero no había sido suficiente.

—Ni se te ocurra tratar de liarme con ese hombre —dijo ella.

Sean continuó sonriendo mientras se frotaba el brazo.

—¿Quién intenta liarte con él? Yo no. Necesita un sitio donde quedarse, y tú también. Eso no es liarte con nadie.

Ella cerró los ojos. Se sentía como si se le hubiera encogido el corazón.

—Sean… Lo digo en serio. No puedo… Por favor, no me avergüences.

Sean la rodeó con el brazo.

—Eh, cariño, lo siento. Nunca haría tal cosa. Ven aquí.

Mad permitió que la abrazara contra su pecho. Respiró hondo y se fijó en la puerta por la que había desaparecido Spike.

Sean le acarició la espalda.

—Es sólo que… Me gustaría verte con alguien como él. Es un buen hombre. Lo conozco bien. Viene a menudo por aquí y salimos juntos.

—Sí, bueno, por si no te has dado cuenta, ni siquiera ha mirado en mi dirección. No tiene ningún interés por mí.

—Eso puede cambiar.

—Conmigo no.

—Esa historia con Amelia y tu novio, no significa…

—No quiero hablar sobre mi hermanastra. Y no fue con mi novio, sino con mis novios. Se acostó con dos de ellos.

Sean blasfemó en voz baja.

—¿Quieres que le diga a Spike que se vaya a otro sitio?

Ella negó con la cabeza.

—No me importa pasar la noche en la misma habitación que él. Pero no me sorprendería que él decidiera marcharse. Ahora, deberías regresar con tus invitados ¿de acuerdo?

—¿Por qué no vienes conmigo y comes algo?

—No tengo hambre —contestó ella. Era lo que siempre respondía cuando alguien le pedía que comiera—. Pero gracias. Vete… Estoy bien.

Después de que Sean se marchara, y durante el resto de la fiesta, Mad permaneció sola. Y observó a Spike.

Le había parecido una persona callada cuando lo conoció en el lago, pero aquella noche, se comportaba como un hombre carismático que complacía a los invitados. Él y Sean contaban historias ante el círculo de gente que los rodeaba. Un grupo en el que había muchas mujeres.

Era lógico. Sean siempre había sido un ligón y, era evidente que Spike también tenía mucho éxito con las mujeres. Al ver que la gente se reía otra vez, negó con la cabeza. Desde luego no era el hombre introvertido que ella había imaginado.

Estaba muy seguro de sí mismo. No parecía impresionado por los invitados, a pesar de que había algunos famosos. Sonreía, hablaba, les estrechaba la mano y les daba una palmadita en el hombro. Nunca los besaba. Y daba igual quién estuviera frente a él, nunca perdía la seguridad que hacía que la gente se sintiera atraída hacia él.

Y hablando de magnetismo, había dos mujeres que no hacían más que adularlo. Ambas eran rubias y de porte aristocrático. En seguida, una lo rodeó con el brazo y la otra trató de sentarse en su regazo.

Mad negó con la cabeza, diciéndose que no tenía derecho a sentirse celosa.

De pronto, Spike soltó una carcajada. El sonido de su risa era muy masculino. Y al instante, recorrió la habitación con la mirada. Y cuando la pilló mirándolo, se puso tenso y dejó de sonreír. Cuando la rubia que estaba sentada a su lado le golpeó el pecho de forma juguetona, él se recuperó en seguida y sonrió de nuevo.

«La historia de mi vida», pensó Mad.

La única vez que no era invisible para los hombres era cuando les prestaba la atención que ellos no deseaban.

Spike se quedó sorprendido al ver que Mad lo estaba mirando y, cuando se cruzaron sus miradas, perdió el hilo de su pensamiento. Sólo consiguió terminar la historia acerca de la primera vez que limpió un pescado como cocinero, porque la había contado miles de veces.

No le extrañaba que Mad pensara que era un fanfarrón. Ella había permanecido junto a las ventanas, alejada del resto de los invitados. Era tan atractiva como una obra de arte. Y lo hacía sentirse extraño, como si sus historias fueran anécdotas idiotas con principio y fin predecibles.

Al parecer, muchos de los hombres que habían asistido a la fiesta pensaban lo mismo de ella. Todos los solteros la habían contemplado desde lejos y era evidente que no se habían atrevido a acercarse a ella. Únicamente se habían atrevido a mirarla de reojo. Spike se había percatado de cada mirada y había maldecido cada una de ellas.

Conocía muy bien qué tipo de pensamiento invadía la mente de aquellos hombres. El de la especulación sexual.

Porque era el pensamiento que invadía su cabeza.

Mad tenía algo que la hacía inalcanzable. Era como si en el mar hubiera hecho y visto cosas que nadie había podido hacer en tierra. Y su belleza era amenazadora. Debido a la fortaleza de su cuerpo y la inteligencia de su mirada, el resto de las mujeres que estaban en la fiesta parecían poco especiales.

Spike sintió que alguien lo golpeaba en el torso con suavidad. Paige y Whitney, las dos hermanas, parecían decepcionadas porque se hubiera quedado ensimismado.

Una hora más tarde, cuando la fiesta llegaba a su fin, él las acompañó hasta la puerta a pesar de que las dos le habían dado su teléfono y le habían dedicado miradas seductoras. Pero él no estaba de humor para convertirse en su conquista. Lo había hecho otras veces y nunca le había aportado demasiado.

Era extraño, pero por algún motivo volvía locas al tipo de mujeres que llevaban perlas y pieles.

Aunque sólo fuera por una noche. O quizá dos.

Y a él le parecía bien, ya que no buscaba una relación estable.

No. Hacía mucho tiempo que había abandonado esa idea. Con su pasado, nunca conseguiría establecerse con una mujer. Tan pronto como ella se enterara de lo que había hecho y de dónde había ido, saldría corriendo. Lo sabía, porque ya le había sucedido antes.

Cuando Spike cerró la puerta después de que las rubias se marcharan, respiró hondo. El ático estaba en silencio y la falta de ruido era un alivio.

Entonces se percató de que Madeline se había marchado y que él ni siquiera se había despedido de ella.

Quizá fuera mejor. Normalmente tenía buena relación con las mujeres, pero con Mad no era capaz de fingir.

Y además, debía estar agradecido. Tenía la sensación de que podía enamorarse de ella. ¿Y adónde lo llevaría eso?

Sean salió de la cocina con la corbata floja y la camisa desabrochada. Llevaba dos tazas de café en la mano y le entregó una a Spike.

—Pensé que también necesitarías un estimulante —le dijo con tono contrariado.

Spike aceptó la taza y ambos se dirigieron al salón.

—Creo que Alex y Cass lo han pasado bien —dijo Spike—. Y han sido muy amables conmigo a pesar de que he llegado tarde.

—Parecía que tú también lo estabas pasando muy bien. Las hermanas Livingston no se han apartado de ti.

—Ya.

—Es una pena que hayas pasado tanto tiempo con ellas —dijo Sean.

—¿Eh?

—Había otras mujeres en la fiesta.

Spike frunció el ceño y lo miró. Estaba a punto de preguntarle qué quería decir cuando oyó un ruido detrás de él. Alguien se acercaba por el pasillo. ¿Un invitado que no se había marchado todavía?

Madeline entró en la habitación como si él hubiera hecho realidad su fantasía. Llevaba el cabello suelto, y le brillaba como si acabara de cepillárselo. Se había quitado el vestido y se había puesto un top y unos boxer negros de hombre.

Las dos prendas no llegaban a tocarse, así que se le veía el ombligo.

Spike se movió en el asiento y Sean sonrió y dijo:

—Hola, Mad. Hay café en la cocina.

—Gracias —se dirigió a la otra habitación. Spike la observó marchar y se fijó en sus piernas. Estaba fuerte y su piel era suave y bronceada. De pronto, se le ocurrió una cosa.

—¿Sean? ¿Ella también se queda aquí?

—Sí.

Spike dejó la taza y se puso en pie.

—¿Dónde vas? —murmuró Sean.

—Será mejor que me vaya —no iba a quedarse en aquella casa para ver cómo Sean y Mad se metían en la cama. Juntos. Y se hacían cosas indescriptibles el uno al otro.

Le entraban náuseas sólo de pensarlo.

—Siéntate, Spike.

—No. Necesitáis tener intimidad. Ya nos veremos.

—Spike, siéntate de una vez. No tengo nada con ella, ¿de acuerdo? Relájate.

Spike entornó los ojos y se preguntó si había permitido que se notara la atracción que sentía por esa mujer. Teniendo en cuenta que Sean era su amigo no hacía falta que lo mostrara demasiado. O’Banyon siempre se daba cuenta de las cosas.

—Siéntate.

Spike obedeció. De pronto, recordó que la casa no tenía habitaciones suficientes para todos.

Miró el sofá. Lo presionó con la mano y se imaginó tumbado en él con la cabeza apoyada en uno de los cojines.

—Ni se te ocurra pensar en ello —dijo Sean.

—¿En qué?

—En dormir aquí. Hay dos camas en el cuarto de invitados y vais a dormir en ellas. Ella ya ha dicho que no tiene problema al respecto.

¿Madeline Maguire y él en la misma habitación? ¿Solos? ¿Durante seis o siete horas?

De pronto, Sean lo miró por encima de la taza.

—¿Por qué has pasado tanto tiempo con Paige y con Whitney?

—Son fáciles —Spike agarró de nuevo la taza de café—. Quiero decir que son sencillas. Ya sabes, dos mujeres sin más. ¿Y a ti qué más te da?

—Deberías haber pasado más tiempo con Mad.

—¿Estás intentando liarnos?

—Sí. Así que por lo menos compórtate como un caballero e intenta besarla cuando apaguéis la luz.

Spike estuvo a punto de escupir el trago que tenía en la boca.

—¡Qué diablos…!

—Es evidente que te gusta.

—¿Cómo sabes que me gusta? No he hablado con ella en toda la noche.

—Precisamente por eso. Era la única mujer con la que no te encontrabas a gusto. Y eso significa que te sientes atraído por ella. Al menos así lo veo yo.

—Estás loco.

—Cierto. Pero tengo razón, ¿a que sí? Te gusta. Te gusta, te gusta.

—Santo cielo, con esta conversación me siento como si fuera un niño de preescolar. ¿Dónde está mi bolsa de comida?

—En el mismo lugar en el que tienes la cabeza —Sean bajó el tono de voz—. Sé de buena tinta que a ella le gustas.

—¿Lo dices porque ella tampoco habló conmigo? Sean, dedícate a las finanzas. Eres malísimo como trabajador social.

—No, ella…

En ese momento, Mad entró en la habitación bebiendo de una taza.

Sean dejó el café a un lado y dijo:

—Voy a convertirme en calabaza. Buenas noches.

Mientras se marchaba, miró a Spike como diciéndole: no lo estropees.

Y entonces Spike se quedó a solas con Mad. Ella no lo miró, se acercó a las ventanas y miró hacia la ciudad. Se hizo un largo silencio y, al final, Spike dijo.

—No quiero molestarte esta noche, puedo dormir en el sofá.

Ella se encogió de hombros.

—Si quieres. Pero habitualmente duermo en un barco con doce hombres. Por mucho que ronques no me molestarás. Puedo dormir en cualquier sitio.

Tenía una espalda preciosa. Él deseaba besarla en la base de la columna. Acariciar su vientre plano. Deslizar la mano y acariciarle los muslos.

—¿Spike?

—¿Qué? —levantó la vista y la miró a los ojos al ver que ella lo miraba por encima del hombro.

—Acabas de pronunciar un sonido extraño.

—¿De veras?

—Parecía un quejido.

Bueno, al menos era mejor que un grito de desesperación. Mucho más viril.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella.

—Adelante.

—Tus ojos. ¿Son de verdad? Quiero decir, llevas lentillas ¿no es así?

Spike miró hacia otro lado. Sabía que el color de sus ojos era peculiar, pero siempre los había tenido así. Y a la mayoría de las mujeres les gustaba. Pensaban que el ámbar era un color atractivo e inusual. Ella era la primera que le había sugerido que el color era producto de las lentillas.

Lo que decía mucho acerca de lo que ella pensaba de él.

De pronto deseó que sus ojos tuvieran un color normal. Enfadado consigo mismo, se puso en pie.

—Voy a darme una ducha. Y después, directo a la cama.

—Spike, no pretendía…

—¿Qué es lo que no pretendías?

—Ofenderte. Es que nunca había visto unos ojos como los tuyos.

Él se encogió de hombros.

—Sé que son raros, pero no puedo hacer nada al respecto. Buenas noches, Madeline.

Dejó la taza de café en el fregadero de la cocina y se dirigió a la habitación de invitados. Al entrar, miró a su alrededor. Esperaba encontrar cosas de Madeline por todos sitios. Pero no fue así. No había cepillos, ni frascos de perfume, ni zapatos por el suelo. Sólo había una bolsa negra al pie de una de las camas.

«El orden de un regatista», pensó él, y se preguntó cómo sería su vida.

Se dio una ducha rápida y buscó un cepillo de dientes nuevo que sabía que encontraría en el tocador. No le apetecía ponerse la misma ropa que había llevado todo el día, pero se había dejado sus cosas en el coche.

Y dormir desnudo no era una opción.

Spike se quedó quieto. Oía movimiento en la habitación contigua y pensó que Mad estaría metiéndose en la cama en esos momentos.

La imaginó agachándose para retirar la colcha. Sus piernas esbeltas introduciéndose entre las sábanas frías. Su cabello esparcido por la almohada, en olas de color castaño y caoba oscuro.

Se aclaró la boca y se puso los calzoncillos y la camisa. Mientras se la abrochaba, miró sus pantalones. Decidió doblarlos y dejarlos en el borde de la bañera.

Cuando abrió la puerta, vio que las luces estaban apagadas. Con la luz del baño, se fijó en que ella estaba metida en la cama y tapada hasta las mejillas. Y sí, su cabello se esparcía por la almohada de manera preciosa.

Al mirarla, se preguntó cómo sería su cabello. Suave. Sería suave y olería al champú de hierbas que había dejado en la ducha.

Por primera vez desde que, doce años atrás, había cambiado su vida, anheló la normalidad que no tenía y que nunca volvería a encontrar.

Pensó en la única vez que había intentado tener una relación con una mujer. Un par de años después de reincorporarse a la vida real, encontró a una mujer que le gustaba lo bastante como para llegar a conocerla mejor. Todo había ido bien hasta que él le contó lo que le había pasado. En un principio, ella pareció reaccionar bien, pero después dejó de contestar a sus llamadas.

Él lo comprendió y la dejó en paz.

Desde entonces, no lo había vuelto a intentar. Sólo había buscado aventuras de una noche cuando necesitaba compañía.

Madeline Maguire no era ese tipo de mujer. Era inteligente y provenía de una buena familia que tenía mucho dinero en el banco. Así que aunque se sintiera atraída por él, que no era así, no habría manera de que una mujer como ella quisiera estar con un ex presidiario como él.

Spike se acercó a la otra cama y se metió en ella. No conseguía encontrar la postura y, acostumbrado a dormir desnudo, le molestaba la ropa. Al cabo de diez minutos se quitó la camisa y la tiró al suelo. Al momento, oyó que alguien se reía en la otra cama.

—¿Te has quitado la camisa o los calzoncillos? ¿O las dos cosas? —preguntó ella.

Él se quedó paralizado, preguntándose cuánto tiempo habría permanecido a los pies de la cama mirándola. ¿Se habría dado cuenta ella?

—Creía que podías dormir en cualquier situación.

—Supongo que estaba equivocada —suspiró.

Spike cerró los ojos y trató de dormirse. Imposible. Estaba muy despierto. Sólo miraba el interior de sus párpados.

Tenía que encontrar un lugar feliz en el que pensar. No se le ocurría ninguno.

Todo el mundo tenía uno. Sólo tenía que imaginar dónde quería estar.

¿Qué tal en la otra cama de la habitación?

—¿Spike?

Él abrió los ojos y contestó.

—¿Sí?

—No creo que tus ojos sean raros. Creo que tienen el color del amanecer sobre las olas. Tienen el mismo efecto hipnótico —se aclaró la garganta—. Sólo quería que lo supieras.

Él permaneció en silencio.

Deseaba decirle que se alegraba de que pensara así sobre sus ojos. Y que estaba dispuesto a hipnotizarla si eso era lo que deseaba.

—Gracias —le dijo, y volvió la cabeza para poder verla—. Mi padre los tenía iguales. O eso me dijo mi madre.

Mad se volvió hacia él y colocó las manos bajo la mejilla. Estaba adorable.

—¿De qué nacionalidad era tu padre?

—No lo sé. Nunca lo conocí y tampoco se lo pregunté a mi madre. Probablemente, de algún país de Europa.

—¿Y por qué no…?

—¿Lo conocí?

—Lo siento si es una pregunta demasiado personal.

—No, está bien. Mi madre me dijo que no se quedó mucho tiempo, pero que ella lo amó como a ninguno. Y todo salió bien a partir de ahí. Justo después de que yo naciera, ella conoció a un chico con el que se casó. Se portaba bien con ella. Y conmigo. Y tuvieron a Jaynie, mi hermanastra.

—¿Has deseado alguna vez encontrar a tu padre?

—No sabría por dónde empezar a buscar y mi vida está bien tal y como está. Así que, no. Además, mi madre ha vivido en el mismo pueblo toda su vida. Si él hubiese querido encontrarnos lo habría hecho.

Spike frunció el ceño, preguntándose cuánto tiempo había pasado desde que había hablado de su familia por última vez.

Se tumbó boca abajo para no verla. Ella no dijo nada más. Él tampoco.

Pero pasó mucho tiempo antes de que se quedara dormido.