capítulo 11

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Al día siguiente, lo primero que se le pasó a Spike por la cabeza fue que quería que la relación con Mad funcionara. O por lo menos intentarlo. Era una estupidez dejar que todo terminara entre ellos. Nunca encontraría a otra mujer como ella, así que se merecía una oportunidad.

La noche anterior, tuvo que contenerse para no ir detrás de ella cuando la vio marcharse a su habitación. Y no era por el sexo. Quería dormir junto a ella. Despertarse con ella. Retozar en la cama al amanecer. Hablar de cosas sin importancia.

Quizá, si le contaba su pasado, ella lo aceptaría. Y en cuanto a su profesión como regatista, él estaba dispuesto a esperarla en tierra mientras ella competía. Sufriría la distancia… pero él no podía imaginarse con otra persona.

Spike se frotó la nuca con nerviosismo. ¿Cómo se tomaría lo que había hecho? Si le explicaba lo que había sucedido, ¿lo vería como un monstruo?

¿Y cuándo debía contárselo? Quizá era mejor esperar a que se marcharan de allí y pedirle que pasaran un par de días juntos en algún lugar. Hablarían, se abrazarían y…

Recordó lo que habían hecho en la Harley y rompió a sudar.

Tenía que darse una ducha. Sin duda.

Diez minutos más tarde, estaba a punto de vestirse cuando llamaron a la puerta. Se ató la toalla a la cintura y abrió.

Amelia estaba en el pasillo vestida con un batín de raso blanco.

—Siento molestarte pero ¿puedo hablar contigo un momento?

Él frunció el ceño.

—Dame un minuto para que me vista —nada más contestar, pensó: «¿Por qué ha venido tan temprano? Algo no va bien»—. De hecho, no es un buen momento.

—No tardaré mucho.

Estaba a punto de decirle que no cuando se sintió atrapado por los ojos de aquella mujer. Estaban oscuros de dolor. De arrepentimiento. De tristeza. De hecho, parecía que estuviera a punto de romper a llorar.

Spike dio un paso atrás y la dejó pasar. Recordando lo que Mad le había contado sobre ella, dejó la puerta abierta y buscó su camisa. Lo último que necesitaba era que la hermanastra de Mad se le insinuara.

—¿Qué ocurre? —le preguntó mientras se ponía la camisa.

—He cometido muchos errores. He hecho cosas de las que necesito disculparme. Cosas crueles.

—A Mad.

—Sí, a Madeline. Y a otros. Anoche, fui a su habitación para disculparme, antes de la cena. Pero aunque tú no nos hubieras interrumpido, dudo que ella me hubiera escuchado.

—Mira, si has venido porque quieres que te ayude con ella…

—Así es.

—No puedo. Mad es una mujer adulta. Y tú también.

Amelia miró por la ventana, evitando la mirada de Spike y pestañeando a menudo.

—Por supuesto, tienes razón. Es sólo… ¿Has deseado alguna vez poder deshacer algunas cosas que has hecho? Hace muy poco que me he dado cuenta del daño que una persona puede causarle a otra.

Al ver que él no contestaba, agachó la cabeza. Abatida.

—Siento haberte molestado.

—Nunca es demasiado tarde —dijo él, tratando de animarla.

Amelia lo miró con lágrimas en los ojos.

—A veces… A veces sí lo es. Y parece ser que yo lo he aprendido demasiado tarde.

«Un momento», pensó Spike. «Esa expresión. Esa mirada… Sí, de sus días en La Nuit… Stefan Reichter… Amelia». «Santo cielo».

—Dios mío —dijo Spike—, Stefan y tú erais…

Por eso tenía la sensación de haberla visto antes. Había sido en La Nuit justo antes de que él se marchara. Ella estaba tan abatida como en esos momentos… y sentada en la misma mesa que Stefan y Estella.

Amelia se dispuso a marchar, como si deseara no haber ido, como si temiera lo que él estaba recordando. Cuando pasó junto a él, Spike negó con la cabeza.

—Eras tú. Tú eras la amante secreta de Stefan, la que le rompió el corazón —Amelia se tambaleó al oír el nombre y Spike la agarró con la mano—. Eras tú.

Mad salió de su habitación y se dirigió a la habitación de Spike. Lo había echado de menos durante toda la noche y necesitaba verlo antes de que comenzara el día, de que llegaran otros accionistas, de que… tuviera que despedirse de él delante de los demás.

Al doblar la esquina, se detuvo de golpe. Amelia estaba en la puerta de la habitación de Spike vestida con un batín de seda.

Spike la tenía agarrada del brazo… y llevaba una toalla en la cintura y una camisa abierta. Parecía como si tratara de convencerla para que entrara otra vez en su habitación.

Mad pensó que debía de haber alguna explicación. Que Spike no podía hacerle algo así.

—Eres tú —dijo él.

Mad retrocedió como si le hubieran dado un puñetazo y se tapó la boca con las manos para no gritar.

Se dio la vuelta y corrió hasta su habitación.

Una vez allí, se vistió y recogió sus cosas. Estaba en el recibidor cuando oyó la voz de Richard.

—¿Adónde vas?

Ella no contestó. Abrió la puerta y se dirigió hacia su coche.

Mientras dejaba la bolsa en el asiento del copiloto, Richard la agarró del codo.

—¿Qué diablos te pasa?

—Me voy —se soltó y se metió en el coche.

Él sujetó la puerta para que no la cerrara.

—¿Por qué?

Ella lo miró y, por su sonrisa, supo que su hermanastro sabía el motivo.

Mad lo miró a los ojos, sin sentir miedo por primera vez en la vida.

—Sabes muy bien por qué.

—¿Amelia? —preguntó él.

Mad blasfemó, percatándose de que habían jugado con ella. Spike también.

—¿Sabes una cosa, Richard? No debería haber venido. Y no pienso volver —cerró de golpe y arrancó el coche. Pero antes de meter primera, bajó la ventanilla y dijo—. Por cierto, hazte un favor y no pongas ninguna objeción acerca de mi herencia.

—¿Por qué tienes que ser tan irracional…?

—¿Te mencioné que he contratado a un abogado? Mick Rhodes. ¿Has oído hablar de él? —al ver que Richard se ponía serio, ella sonrió—. Ah, veo que lo conoces. Bien. Esas acciones son mías y yo voy a ocuparme de ellas. Quítate de en medio o te arrollaré. Tú eliges.

—Madeline, espera…

—No.

—¿Pero qué pasa con Spike?

—Está bien. Amelia se está ocupando de él.

Mad apretó el acelerador y soltó el embrague, haciendo que la gravilla saltara sobre el pantalón de Richard.

Richard observó cómo se alejaba el coche y se dio cuenta de que quizá no había planeando bien su estrategia.

Nunca había visto a Madeline así. Nunca. Y reconocía que se estaba ganando su respeto.

Mientras el polvo del camino se asentaba de nuevo, imaginó las consecuencias de lo que ella le había dicho. Mick Rhodes no era un abogado. Era una máquina.

¿Y cómo diablos había conseguido Madeline tener acceso a un hombre como él?

Richard se cruzó de brazos y negó con la cabeza. «Maldita sea», pensó, con Rhodes por medio, la lucha por el control de las acciones de Madeline se iba a convertir en algo más complicado.

Excepto que, quizá, no lo tenía todo perdido. Amelia había empleado su magia sobre Spike. Mad estaba furiosa, pero cuando se le pasara la rabia, sólo sentiría dolor y volvería a su estado normal, olvidándose de las acciones y de la herencia. Al no tener a Spike para intentar convencerla de que siguiera adelante, y así poder hacer uso de su dinero, ella permitiría que todo volviera a la normalidad.

Richard miró hacia la casa.

La clave estaba en asegurarse de que Spike permaneciera alejado de ella. Quizá estuviera momentáneamente cegado por el atractivo de Amelia, pero no era idiota. Si lo que quería era dinero, Mad era mucho mejor candidata. Así que Spike volvería a buscarla para intentarlo.

Por suerte, Michael Spike Moriarty tenía un pasado oscuro. Y Richard conocía todos los detalles gracias al informe que le había dado su abogado. Seguro que podía utilizarlo a su favor. Era estupendo que Amelia se hubiera interpuesto entre Mad y Spike. Pero además, Richard conocía la manera de conseguir que Spike se convenciera de que no podía intentar recuperar a Madeline.

—¿Dónde se ha ido Madeline? ¿Se ha marchado?

Richard se volvió hacia Amelia y sonrió.

—Por supuesto. Y he de reconocer que trabajas muy deprisa.

—¿Perdón?

—Por favor, no seas tímida. Es aburrido. He de decir, que Moriarty es un poco macarra para ti, pero imagino que un cambio de vez en cuando no viene mal.

—Crees que yo… ¿Ella cree que yo he estado con Spike? Oh, cielos, Richard…

—¿Y no es así?

—¡No!

—¿Los tatuajes te quitaron el interés?

—¡Mad está con él!

—Eso nunca te ha importado —dijo él. Richard comenzó a preocuparse, pero trató de convencerse de que todo iba bien. Aunque no hubiera pasado nada, el efecto había sido el mismo. De pronto, Amelia lo miró fijamente y Richard decidió que era lo último que necesitaba.

—Déjalo, hermanita. No importa.

—Sí importa. He de explicárselo. Aunque no sé cómo. Y ¿por qué cree que…? Oh, quizás sí sé cómo se ha llevado esa impresión.

—No te molestes en disculparte. No creerá nada de lo que le digas porque no tienes ninguna credibilidad cuando se trata de algo así.

Amelia pareció desinflarse delante de su hermano.

—Cariño, olvídalo. De todos modos, no habrían durado mucho tiempo juntos.

El mayordomo apareció detrás de Amelia sin hacer ruido.

—Disculpe, tiene una llamada. El señor Stefan Reichter. Dice que anoche lo llamó usted y le devuelve la llamada.

Amelia palideció.

—Contestaré en mi habitación. Gracias.

Spike se estaba metiendo la camisa en los pantalones cuando alguien abrió la puerta sin llamar.

Richard entró y cerró la puerta tras de sí.

—Voy a tener que pedirte que te vayas —le dijo Richard.

Spike se puso las botas con tranquilidad.

—¿Por qué?

—Porque eras el invitado de Madeline y ella ya no está aquí.

—¿Cuándo se ha ido? —preguntó Spike con los ojos entornados.

—Ahora mismo —Richard se acercó a la ventana—. Compruébalo tú mismo. Su coche no está. Y antes de que me preguntes por qué, te lo explicaré. Le he contado lo que sé sobre ti.

—¿Qué quieres decir?

Richard lo miró a los ojos.

—Tus antecedentes, Michael Moriarty. Los cinco años y medio que pasaste en la cárcel por matar a un hombre a golpes. Se llamaba Robert Conrad. Lo mataste…

—¿Y por qué diablos le has contado a Mad todo eso?

—¿Me lo preguntas? ¿No sabes cómo murió su madre? ¿O por eso nunca le contaste nada?

—¿De qué diablos estás hablando?

—Los delincuentes violentos a veces matan a personas inocentes. Tú no lo hiciste, tú sólo mataste a aquel hombre, pero no todos los asesinos tienen tanta discreción. La madre de Madeline no tuvo tanta suerte cuando la mataron —mientras Spike retrocedía, Richard continuó—. ¿Sabías que Madeline tenía cuatro años cuando mataron a su madre? Era lo bastante mayor como para recordar cómo se sintió cuando le dijeron que su madre estaba muerta. Y para odiar y temer al hombre violento que se la arrebató.

Spike se quedó abatido. Si la madre de Mad había muerto de esa manera, sin duda, Mad habría salido corriendo. Sobre todo porque parecía que él le había ocultado lo sucedido en el pasado.

Richard esbozó una sonrisa.

—Ah, sí. Ya ves por qué no quería estar contigo. Sobre todo, porque no se lo habías contado tú. Y ya no hay manera de que le pidas disculpas. No quiere volver a verte.

Spike se sentía como si estuviera viviendo una pesadilla. Sean debería haberle contado lo de la madre de Mad. ¿Por qué lo había enviado allí para ayudarla cuando sabía que existían esas dos horribles historias paralelas?

—¿Spike? Quiero decir, ¿Michael? —Richard se colocó frente a él—. Quiero ofrecerte un trato.

—¿Un trato?

—Si te mantienes alejado de Madeline, invertiré en el nuevo restaurante que quieres montar con Nate Walter. Supongo que comprenderás por qué he de proteger a mi hermana de ti, teniendo en cuenta tu pasado. Pero también soy un hombre de negocios y no hay motivo para dejarse llevar completamente por las emociones. Mantente alejado de ella y yo cuidaré de ti.

Spike agarró a Richard del pecho y lo acorraló contra la pared. Después, agachó la cabeza hasta que sus narices se rozaron.

—Vas a salir ahora mismo de esta habitación. Yo recogeré y me iré. De esa manera, nadie terminará en urgencias con los huesos rotos. ¿Me has entendido?

—Sólo trataba de ayudar.

—Lo dudo. Fuera de mi vista.

El hombre tardó menos de un segundo en salir de allí.

Spike recogió sus cosas y salió de la casa. Cargó las alforjas de la moto y se puso el casco. Al hacerlo, se percató de que olía al champú que utilizaba Mad.

No podía imaginar cómo se habría sentido al enterarse de lo que había hecho. Nunca debía haberse liado con ella. Jamás debía haberle hecho el amor.

Y ella no permitiría que le diera una explicación.

En cuanto llegara a casa, llamaría a Sean para preguntarle en qué diablos estaba pensando.

Aunque aquello era algo anecdótico. El único culpable de todo lo que había sucedido era Spike.