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Capítulo 4

El martes, Carter aparcó delante de la mansión Farrell con los nervios de punta. Se había pasado las dos últimas noches mirando la oscuridad y viendo la cara de Nick Farrell. La falta de sueño y una suerte de exasperación extraña y molesta la habían puesto de malhumor.

No era así como solía empezar una nueva excavación. Por lo general habría estado tan impaciente que la espera le habría resultado insoportable.

Bajó del Jeep y se preguntó si tendría que hablar con alguien antes de dirigirse a la montaña. Estaba impaciente por montar el campamento y sabía por experiencia que cargar con las provisiones y el equipo iba a llevarle casi todo el día. Hacer una visita de cortesía a los Farrell no haría más que retrasarla.

Mentirosa.

Sabía que la verdadera razón por la que estaba deseando ponerse a trabajar no tenía nada que ver con las tiendas de campaña ni con las palas. Deseaba intensamente evitar a Nick Farrell. Sus dos encuentros anteriores habían establecido una tendencia de lo más perturbadora. Parecía tenerle cada vez más metido dentro de la piel y la atracción que no podía evitar sentir por él aumentaba a cada momento que pasaba. Una reunión más y terminaría haciendo algo verdaderamente ridículo. Como besarle.

Justo entonces Cort salió corriendo de la puerta principal. Aunque todavía llevaba el pelo negro peinado en punta, vestía pantalones cortos chinos limpios y polo blanco, un look a medio camino entre gótico posmoderno y pijo británico. En cuanto a su sonrisa, era de actor de cine.

Aquel chico iba a ser todo un conquistador, como su tío, decidió Carter mientras le saludaba con la mano.

—Te he visto llegar y le he dicho al tío Nick que estás aquí. Está hablando por teléfono, como de costumbre, y tardará un rato. Oye, ¿necesitas ayuda?

Carter rio mientras abría el maletero.

—¿A ti qué te parece?

—¿Sabes lo que te vendría bien?

—¿Un teleférico?

—Ahora mismo vuelvo.

Con gestos ágiles, Carter empezó a descargar cosas y a amontonar bolsas de lona y cajas unas sobre otras. A medida que la pila junto al coche crecía en el suelo parecía más imponente que cuando todavía estaba en el maletero.

Minutos más tarde escuchó un rugido y vio a Cort acercándose en un quad.

—Qué maravilla —exclamó Carter, consciente de que la tarea que tenía delante iba a ser considerablemente más llevadera y que además así disminuían las probabilidades de tener que ver al otro Farrell. Con un poco de suerte conseguiría sacar todas sus cosas de su jardín antes de que terminara de hablar por teléfono.

—Hay un camino de acceso que enlaza con el sendero por la cara posterior de la montaña —le explicó Cort—. Puedo acercarme bastante y después cargar las cosas el resto del camino.

—¡Eres un regalo del cielo!

Mientras Carter se volvía hacia el coche reparó en la sonrisa resplandeciente en la cara del adolescente. Era un encanto por ayudarla así, pensó.

Usaron cuerdas elásticas para asegurar parte de las cosas en el portaequipajes del quad y Cort fue hasta la montaña, las descargó y volvió. En poco más de una hora el coche estaba vacío y para mediodía Carter iba mucho más avanzada de lo que había previsto. Nick no había aparecido cuando hubieron asegurado los últimos trastos al portaequipajes, así que decidió que podía cantar victoria. Sin perder tiempo, se puso las botas de montaña, se recogió el pelo hasta formar una bola y se caló una gorra de béisbol. Después se colocó a la espalda una mochila que pesaba veinticinco kilos.

—Oye, eso pesa muchísimo —dijo Cort con admiración—. ¿No deberíamos llevarla en el quad?

—Puedo perfectamente. Dedicar un viaje solo para transportar esto sería desperdiciar gasolina.

—¿Estás segura de que no…?

La mosquitera de la puerta de la cocina se cerró de golpe y cuando los dos levantaron la vista vieron a Farrell saliendo de la mansión. Carter se contuvo para no maldecir. Por qué poco…

—Menuda paliza os habéis dado —dijo Farrell con su acento de clase alta.

Carter le miró esbozar una sonrisa lacónica y tuvo que obligarse a apartar los ojos. Por desgracia, era más atractivo aún de lo que ella recordaba. Vestido con pantalones blancos de tenis y con una bolsa de raquetas colgada del hombro, tenía aspecto bronceado y viril. Los brazos, lo mismo que las piernas, eran imponentemente musculosos. Se sorprendió, no le había imaginado tan atlético.

Se preguntó cómo estaría con bañador y quiso darse una bofetada.

Para su desgracia, Farrell no se detuvo hasta que estuvo a medio metro de ella. Carter trató de retroceder, pero descubrió que tenía las piernas casi pegadas al guardabarros del Jeep. Con él tan cerca podía oler su penetrante aroma a aftershave y se fijó en que estaba recién afeitado.

—¿Siempre llevas tantas cosas? —le preguntó Farrell con un brillo provocador en los ojos—. Parecen suministros para un ejército. ¿Tienes pensado invadir Canadá en tu tiempo libre o algo por el estilo?

Carter se resistió al impulso de devolverle la sonrisa.

—Son mis herramientas normales y los suministros que llevo siempre. Y habrá más cuando llegue el resto de mi equipo.

—¿Todavía más? No me lo puedo creer.

—Soy muy meticulosa.

—O una obsesa del equipaje.

Cort salió en su defensa con tono desafiante.

—Es una profesional. Necesita todas estas cosas.

Nick consultó su reloj y miró a su sobrino con expresión seria.

—¿Vas a subir otra vez a la montaña?

—Me necesita.

—Entonces será mejor que entres primero.

—Pero…

Una ceja levantada le interrumpió. Algo serio ocurría entre aquellos dos.

—¿Te veo allí? —le dijo por fin Cort a Carter a regañadientes.

Cuando esta asintió, el muchacho corrió hacia la casa y Nick suspiró irritado.

—Ese chico es capaz de cualquier cosa con tal de llevarme la contraria.

Carter no estaba segura de que esperara una respuesta por su parte. Farrell parecía estar absorto en sus problemas, pero cuando la miró se sintió obligada a decir algo.

—Está en una edad difícil —aventuró con timidez, sin estar segura de cómo reaccionaría Farrell al comentario—. ¿Se porta mejor con sus padres?

—No.

El dolor atravesó el rostro de Nick pero enseguida lo enmascaró con una expresión de indiferencia. Carter reparó en ello y le miró con curiosidad. Intentaba decidir si debía hacerle más preguntas sobre Cort cuando este apareció.

Recorrió el césped a grandes zancadas con la cabeza erguida e ignorando a su tío.

—Voy a llevar la última tanda si estás segura de que tú puedes con la mochila.

—Gracias, puedo perfectamente.

—Nos vemos allí.

Cuando Carter se volvió a mirar a Nick la expresión de este era impenetrable y, aunque sentía interés, no le hizo más preguntas sobre su sobrino.

—No nos veremos en unos cuantos días —dijo—. Estaré montando el campamento, inspeccionando la zona y acotando el terreno para excavar. Cuando llegue mi equipo y hayamos empezado a trabajar en serio vendré a darte un informe.

La expresión de Nick abandonó toda tensión y le sonrió.

—Pues yo creo que nos vamos a ver mucho.

—Claro que no —Carter negó vigorosamente con la cabeza—. No voy a perder tiempo bajando de la montaña solo para contarte dónde he montado la tienda y qué voy a cenar.

El hoyuelo de su mejilla se ensanchó.

—Te olvidas de que conozco muy bien el camino de la montaña. Y también siento gran curiosidad por los hábitos alimentarios de los arqueólogos. Así que voy a hacerte más de una visita.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué?

Se devanó los sesos en busca de una respuesta que no la delatara.

—Soy una profesional y mi trabajo no es un espectáculo deportivo.

—Eso ya lo decidiré yo. —Los ojos de Farrell se detuvieron en la mochila—. Por cierto, ¿sigues decidida a dormir en el bosque? Aquí tenemos sitio de sobra, por no hablar de agua corriente.

Rio cuando vio que Carter negaba con la cabeza.

—Si no supiera que eso es imposible —dijo—, pensaría que estás intentando evitarme.

Farrell entrecerró los ojos, dejando que un brillo calculador e impresionante se filtrara bajo sus párpados.

Sobreponiéndose a la atracción irresistible de sus encantos, Carter se apresuró a decir:

—Estoy acostumbrada a trabajar sin que me interrumpan.

—¿Te han dicho alguna vez que eres demasiado independiente?

—Todos los días. —Carter se volvió para irse.

—Entonces te veo más tarde.

—Haz lo que quieras —murmuró Carter.

—Siempre lo hago, Carter Wessex. Siempre lo hago.

• • •

Cuando llegó al claro frente al lago, Carter se alegró de haber hecho el ascenso. Subir por la montaña con todo aquel peso a la espalda le había servido para liberar tensión. Se apoyó contra una roca y se tomó un instante para recuperar el aliento. Tanto esfuerzo físico tenía la virtud de poner las cosas en su justa perspectiva. Había estado tan ocupada llevando aire a los pulmones que casi se había olvidado de Nick.

Mientras recorría el lago con la vista, admirando cómo su reluciente superficie reflejaba el cielo y el sol, se sorprendió de encontrarse de nuevo en la montaña Farrell. Al abandonar la mansión dos días antes lo había hecho convencida de que nunca volvería a ver aquel lugar.

Inspiró profundamente una vez más y se internó entre los árboles en busca de Cort. Lo encontró a medio camino entre el mirador y el círculo de rocas. Venía en dirección contraria cargado con bolsas de lona que colgaban de él como de un carrito portaequipajes. Por el tamaño del montón que había en el suelo, Carter supo que había hecho ya unos cuantos viajes desde donde hubiera aparcado el quad.

—Ya casi he terminado —anunció Cort soltando la última tanda—. Creo que deberías acampar aquí. Hay un arroyo a la derecha y estás cerca del sitio arqueológico, pero puedo llevarte las cosas a donde quieras.

Carter inspeccionó el tramo de tierra protegido por una cañada de pinos.

—Aquí es perfecto.

A Cort le brillaron los ojos de orgullo.

—Enseguida vuelvo.

Mientras el sonido de sus pisadas en el bosque se hacía más lejano, Carter se quitó la mochila y supervisó la zona. Estaba deseando ponerse a excavar, pero sabía que cuando se hiciera de noche agradecería tener el campamento bien organizado. Para cuando Cort volvió con los últimos bultos, había montado la tienda y estaba reuniendo piedras para una fogata. Aunque había llevado un hornillo de butano y una parrilla portátil, sería agradable poder encender fuego en las noches frescas.

Juntos fijaron dos carpas verde oscuro, para que una sirviera de comedor y otra de despacho. Debajo de cada una montaron mesas y sillas plegables y luego colocaron los útiles para cocinar y los alimentos. Mientras trabajaban, Cort se mostró fascinado por la cantidad de paletas, cepillos y tubos de ensayo que había llevado Carter.

—¿Qué es lo más chulo que has encontrado? —preguntó mientras examinaba una espátula con mango de madera.

Carter levantó la vista de la impresora que estaba conectando a un generador portátil.

—No sabría decirte. Cada descubrimiento me parece maravilloso. A veces cuando encuentro algo me siento y me pongo a pensar cómo debía de ser la vida de un colono en el ejército durante la guerra de la Independencia, o la de su mujer y sus hijos. Es todo asombroso.

—Ya supongo. Pero ¿qué hay de las estatuas de oro y rubís y de…?

—¿Te refieres a los tesoros tipo Indiana Jones?

Cort asintió con entusiasmo.

—Siento echar un jarro de agua fría a tu incipiente entusiasmo por esta profesión, pero esas cosas solo pasan en las películas. La arqueología de verdad es un trabajo exigente, meticuloso y donde los progresos son lentos y graduales. Es un trabajo muy duro y a veces no da resultado. —Carter sonrió al ver disminuir el fervor en el rostro de Cort—. Pero no pongas esa cara. La parte buena es que no nos disparan con dardos envenenados y, por lo que yo sé, a nadie se le ha derretido la cara después de quitarle la tapa a algo nada más desenterrarlo.

—Entonces, ¿no has encontrado tumbas ni catacumbas secretas?

—Pues no. Y tampoco llevo látigo ni sombrero flexible. Pero me encanta mi trabajo.

—Bueno, supongo que eso mola. —Cort miró a Carter mientras esta desempaquetaba cuadernos y libros—. ¿Y eso para qué es?

—Diarios para dejar constancia de los trabajos de cada día y formularios para describir lo que encontremos. Algunos libros de referencias, papel de mapas para hacer bocetos del yacimiento. Y también tengo los formularios oficiales para documentar la relación entre los objetos que encontremos. Y esto es un ejemplar del diario de Farnsworth.

Cort lo cogió y pasó unas cuantas páginas sin leerlas.

Carter cogió otro libro y lo miró con interés.

—Y esta es la guía Fodor’s de Budapest, aunque no tengo ni idea de cómo ha llegado hasta aquí.

—Muchas de estas cosas se parecen a mis deberes —murmuró Cort.

—Bueno, a la tienda que hace de oficina la llamamos El Papiro y no es una discoteca, precisamente.

Cort sonrió.

—¿Y a quién tienes en tu equipo?

—A Buddy Swift y a su hija, Ellie. Estoy segura de que los dos os vais a llevar bien. Es de tu edad.

Cort frunció el ceño.

—¿Cuántos años tiene?

—Quince.

—Pues es más joven que yo. Tengo dieciséis.

Hablaba convencido de lo que decía.

—Claro, perdona. —Carter disimuló una sonrisa—. Llegarán el sábado. E incluso a pesar de la diferencia de edad, creo que te gustará Ellie. Es lista y muy divertida.

Cort se encogió de hombros en un gesto espontáneo.

—Pues muy bien. Oye, ¿y vas a estar bien aquí sola hasta que vengan?

Parecía un poco preocupado por ella y tenía las cejas arqueadas.

—Perfectamente.

—Igual debería quedarme contigo.

Carter estaba a punto de darle una negativa cortés cuando reparó en la expresión de Cort. Era de lo más esperanzada.

Vaya por Dios, pensó mientras empezaba a entender la verdadera razón de que el muchacho se mostrara tan atento con ella.

Le sonrió con suavidad.

—Eres muy amable, pero la verdad es que tengo ganas de pasar un poco de tiempo sola.

—Bueno, pero puedo venir durante el día. Vas a necesitar ayuda antes de que llegue el resto del equipo, ¿no?

—Estoy segura de que tienes otras cosas que hacer.

Enrolló una bolsa vacía y la metió en una caja.

—Las tendría si me dejaran vivir como una persona normal —refunfuñó Cort—. Este verano quería haberme ido a hacer cross o senderismo, pero mi tío disfruta torturándome.

—Pues esto no va a ser tampoco ninguna juerga. Voy a estar trabajando sin parar.

—Me da igual. Es que me apetece… estar aquí.

Carter calló sin saber muy bien qué hacer mientras miraba a Cort. Veía en sus ojos esa dolorosa vulnerabilidad que acompaña a los enamoramientos de juventud y se sentía perdida. Esperaba que, fuera lo que fuera lo que sentía Cort por ella, se le pasara en veinticuatro horas, como algunos virus. Un enamoramiento intenso del que se curara enseguida. No quería hacerle daño.

—¿Es que no me quieres aquí? —Le temblaba la voz.

—No es eso. Es que…

—¡Genial! Pues entonces vendré todas las mañanas. Temprano.

Carter movió la cabeza pensativa y decidió que era una pena que no vendieran un medicamento sin receta que curara el amor juvenil. Un descongestionante para fantasías.

—Vale —dijo—. Pero vas a tener que trabajar. Y no vengas antes de las ocho. Estoy horrorosa hasta que me tomo el café.

—No me lo creo. —Las palabras de Cort le salieron con brusquedad y apartó la vista mientras las pronunciaba.

—Cort —empezó a decir Carter con dulzura. No estaba segura de adónde quería ir, pero sabía que tenía que poner alguna clase de límite.

—¿Qué? —preguntó él con optimismo.

El ruido de ramas crujiendo les hizo volver la cabeza y los dos se pusieron tensos al ver a Nick salir del bosque. Llevaba botas de montaña y una sudadera marrón anudada a la cintura. Carter apartó enseguida la vista y se concentró en Cort. Cuando vio la mirada resentida de este, decidió que aquella interrupción era como salir de unas arenas movedizas para encontrarse en medio de una estampida. El peligro no había pasado, simplemente había adoptado una forma nueva.

—He estado esperando impaciente el informe sobre el montaje del campamento —dijo Nick con voz suave dirigiéndose a Carter.

Esta se ruborizó.

—Había pensado en quedarme aquí con ella —intervino Cort—. Por lo menos hasta que lleguen los demás.

Nick arqueó las cejas.

—Necesita a alguien que la proteja —dijo Cort.

Su tío rio.

—Basándome en mi corta experiencia con la señorita Wessex, dudo que eso sea verdad.

—No debería estar sola.

—Entonces debería venirse a casa. Pero tú no vas a quedarte aquí con ella.

La ira y la irritación llenaron el espacio entre los dos y Nick levantó la vista al cielo.

—No empecemos.

—¿Por qué no?

—Carter, ¿necesitas alguna cosa? —dijo Nick cambiando de tema.

—¡Quiero que me lo expliques! —gritó el muchacho.

—Cort, no voy a ponerme a discutir contigo ahora.

—No me ignores.

—No te estoy ignorando.

—Pues claro que sí. ¿Por qué no dices lo que de verdad estás pensando?

Nick tomó aire y se pasó una mano por el pelo.

—Muy bien. Lo que estoy pensando es que deberíamos cambiar de tema. Se hace tarde y creo que tendríamos que bajar a cenar.

—¡Eres un mentiroso! No pienso ir a ninguna parte hasta que no…

—Ya basta —dijo Nick sombrío—. Puedes irte.

—¡No soy un niño pequeño!

—Pues te estás comportando como tal.

—¡De eso nada!

—Pues las pataletas no son un comportamiento adulto, precisamente. Y si la señorita Wessex necesita a alguien que la proteja no va a ser un chico de dieciséis años que se porta como un bebé. ¿No te parece?

Carter se quedó boquiabierta mientras Cort se ponía rojo y echaba a correr.

Nick maldijo entre dientes.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Carter, enfadada.

Nick no contestó.

—Te he hecho una pregunta. ¿Por qué eres tan mezquino con él?

—¿Te ha parecido mezquino?

—No, claro que no. Ha sido todo un ejemplo de cómo fomentar la autoestima. —La voz de Carter era sarcástica—. Ese chico se ha partido la espalda subiendo y bajando esta montaña para ayudarme. He conseguido hacer más en una tarde de lo que habría conseguido en dos días y tú le has dejado a la altura del betún.

—Eso no es asunto tuyo.

Carter le miró.

—Empiezo a pensar que no solo eres un maleducado. También una mala persona.

Nick le dirigió una mirada que, Carter decidió, seguramente había hecho a más de uno temer por su vida. Cuando habló su voz era cortante:

—Soy responsable no solo de la diversión y los caprichos sin importancia de ese chico. Soy responsable de su vida. ¿Entiendes la diferencia o tú también eres tan inmadura que eres incapaz de distinguirlo? Hay un abismo entre lo que un adolescente quiere y aquello que de verdad le conviene.

Carter le sostuvo la mirada plantando con firmeza los pies en el suelo.

—Quizá no haya cumplido aún los treinta, pero sé muy bien que no es bueno para ningún adolescente que lo humillen de esa manera delante de nadie. Si no querías que se quedara aquí, se lo podías haber dicho de otra manera.

—Con Cort no sirven las medias tintas —gruñó Nick—. Es un luchador y no ceja hasta que me lleva al límite.

—Pues entonces deberías esforzarte más. Tú eres el adulto.

Estaban uno frente a otro, mirándose fijamente, mientras la luz empezaba a marcharse del cielo.

Nick dijo con los dientes apretados:

—Permíteme que te recuerde que estas aquí para excavar. Limítate a opinar sobre balas de mosquetón y mantente alejada de mi familia. Lo último que necesito es alguien más con quien discutir.

—Entonces será mejor que no vengas por la montaña. O que te hagas un trasplante de personalidad.

Se miraron furiosos y en silencio hasta que Carter suspiró enfadada y apartó la vista.

—Me parece que esto es un error —dijo mientras se retiraba un mechón de pelo de los ojos.

—No si haces tu trabajo y dejas de jugar a la asistente social.

—Creo que deberías irte.

Las cejas de Nick subieron.

—¿Me estás echando?

—O te vas tú o lo hago yo. Todavía tengo que cargar con todas estas cosas y estoy bastante cansada.

Nick se le quedó mirando y sus cejas se relajaron. Cuando habló su voz era hosca.

—Que te quede claro. No tengo por qué darte explicaciones de nada. Estás en mi propiedad, porque yo lo he querido, y puedo echarte de esta montaña en cuanto me dé la gana.

—Genial. Pues adelante.

Carter le miró a los ojos desafiante.

Nick frunció el ceño.

—Venga, hombre —insistió Carter—. El numerito de machote te está quedando de cine. ¿Me voy o no?

Hubo un largo silencio.

Sus ojos, duros como el diamante, la taladraron hasta que Carter pensó que no podría resistir la presión por más tiempo. Pero entonces, justo cuando iba a rendirse y apartar la vista, él hizo algo inesperado. Se inclinó hacia ella y alargó una mano. Cuando le rozó la mejilla en una ligera caricia, Carter dio un respingo, como si le hubiera pegado una bofetada.

—¿Qué haces? —preguntó apartando el cuello.

—Quitarte el pelo de la cara.

Carter reparó en que su tono de voz había cambiado. Se había vuelto más suave y pensativo. Casi seductor.

El corazón empezó a latirle con fuerza.

Nick le acarició de nuevo la mejilla con el dedo pulgar y luego se pasó este por la mandíbula.

—Para —dijo Carter. Pero el temblor en su voz le restó autoridad a la orden.

—Quiero besarte.

—¿Cómo? —balbuceó Carter.

—Ya me has oído. Quiero besarte.

—De eso nada. —Las palabras le salían atropelladamente.

—Claro que sí. —Nick, en cambio, hablaba despacio y con deliberación—. Lo llevo queriendo desde que entraste en mi despacho.

—Te digo que no.

—Claro que sí.

—No soy tu tipo.

—No tengo ningún tipo.

—Claro que lo tienes.

Carter no conseguía que las palabras le salieran a la velocidad que habría deseado.

—¿Y cómo has llegado a esa conclusión?

—Esa mujer rubia que estaba en tu casa es lo más parecido a una caricatura que he visto en mi vida.

Nick rio suavemente.

El sonido de su risa le dio a Carter fuerzas para luchar. No pensaba dejar que jugaran con ella.

—Escucha, Farrell, no estoy aquí para proporcionarte diversión. Estoy segura de que estás acostumbrado a que las mujeres se tiren a tus brazos, pero yo no…

Nick levantó de nuevo la mano y le retiró otro mechón de pelo de la cara. Mientras se lo sujetaba detrás de la oreja su mano se detuvo en la piel de su nuca. Fue la más suave de las caricias, las yemas de sus dedos simplemente rozándole la piel.

Carter tenía la boca seca. Se pasó la lengua por los labios.

—Me encanta cuando haces eso. —La voz de Nick había adquirido una aspereza que fue directa a la espina dorsal de Carter y le causó un escalofrío. Mientras el pulgar de él le acariciaba el labio inferior se dio cuenta de que no había nada de provocador ni frívolo en su expresión. Estaba muy serio mientras las yemas de sus dedos recorrían un mechón de su pelo hasta el esternón. Cuando le tocó la camiseta, la piel le ardió.

Carter sabía que debía apartarse. Se recordó a sí misma que estaba furiosa con él. Que era un cre…

Con un movimiento brusco, Nick le quitó la gorra, haciendo que a Carter le cayera el pelo alrededor de la cara. Los ojos de él, brillando de deseo, le recorrieron el cuerpo como si necesitara saciar su sed y Carter fuera un manantial. El cuerpo de esta reaccionó con un deseo tan intenso que a punto estuvo de acabar con su fuerza de voluntad. El tiempo pareció avanzar cada vez más despacio hasta que se detuvo por completo y Carter no supo qué hacer con el calor y la impaciencia que empezaban a apoderarse de ella.

Así que hizo lo único que se le ocurrió.

Besarle primero.

Le agarró del cuello de la camisa con ambas manos y tiró de él hasta acercar su boca a la suya. Cuando sus labios le buscaron notó la lengua de él contra la suya y sus brazos rodearle la cintura. Juntos, su cuerpos encajaban a la perfección, las curvas de ella y los ángulos de él fundiéndose en un todo. Carter sintió la erección de él contra su vientre mullido.

Nick le pasó las manos por el pelo y le hundió los dedos en el cuero cabelludo. Carter no pudo reprimir un gemido de placer mientras su cuerpo se henchía. Asió con fuerza sus poderosos hombros, consciente de que le iba a dejar marcas, pero quería más. Lo quería todo. Y no le importaba que estuvieran en la ladera de una montaña.

Pero entonces, repentinamente, se oyó el chasquido de una rama rompiéndose y un latido rítmico en el aire. Se separaron, aturdidos. Se volvieron hacia el lugar del que provenía el ruido y vieron un halcón elevándose con sus imponentes alas hacia el cielo.

Nick dio un paso atrás y Carter oyó su respiración jadeante por encima de la suya. Tenía la camisa toda retorcida por donde le había tirado de ella y se sonrojó, preguntándose qué era lo que la había llevado a actuar de manera tan agresiva.

Nick la miró durante largo rato como si intentara asimilar la pasión que había estallado entre los dos. Parecía tan sorprendido como ella.

—Creo que debería irme —dijo por fin.

Mientras se volvía, Carter susurró:

—Sí, creo que tienes razón.

• • •

Nick se marchó apresuradamente del campamento. En la creciente oscuridad había aún luz suficiente para ver por dónde pisaba. Aunque de no ser así tampoco habría necesitado ayuda. Conocía cada recodo del camino, cada piedra que dejaba atrás. La familiaridad del terreno le resultaba reconfortante.

Porque desde luego no tenía ni idea de lo que se había apoderado de él.

Era un misterio cómo habían pasado de discutir a aquel beso tan excitante. Había estado furioso con aquella mujer y al instante siguiente se había sentido abrumado por lo hermosa que estaba con el sol poniéndose en su cara. Luego le había besado y el mundo entero había empezado a arder.

No se había esperado aquella intensidad tan increíble.

Cierto, se había sentido atraído por ella desde el principio. Pero no tenía ni idea de lo que iba a ser besarla. No había estado preparado para la sensación que le producía el contacto con su cuerpo, sus pechos contra el suyo, sus labios devolviéndole el beso con una pasión tan grande como la suya propia.

Hacía mucho tiempo que nadie le besaba de aquella manera. Qué diablos, nunca nadie le había besado así. Ninguna mujer le había agarrado de la camisa como si fuera una correa y tirado de él para besarle. En aquel momento le había tenido por completo bajo su control.

Solo de pensar en ello se le aceleraba el pulso.

Apretó el paso. No era un hombre que se abrumara con facilidad, y mucho menos que perdiera el control. Desde luego no con una mujer. Hasta ahora. El mero roce de los labios de Carter le había hecho sentir como si se hubiera caído dentro de un volcán. Fuera de control, ardiendo, indefenso ante el ataque.

Aunque tampoco había tenido ningún interés por defenderse.

Apretó los dientes para reprimir el deseo y decidió que aquello no había sido más que un instinto natural. Llevaba tiempo sin estar con Candace, primero por el viaje a Japón y luego por la jaqueca. Ese debía de ser el problema.

Tenía que ser eso, maldita sea.

Cuando llegó al final del sendero, cruzó el prado y después la explanada de césped.

Antes de entrar en la casa se detuvo y se volvió a mirar hacia la montaña. Cerca de la cima se veía el resplandor de un fuego. Sintió un fuerte impulso de volver allí, como si hubiera olvidado algo importante.

Maldijo en voz alta antes de obligarse a entrar en la casa. Una vez allí fue directamente a su despacho y, con sombría determinación, descolgó el teléfono.

Sabía exactamente cómo curar aquella obsesión con la arqueóloga.

Cuando escuchó la voz de Candace habló con voz clara.

—Soy yo.

—Hola —dijo Candace sorprendida.

—Quiero que vengas este fin de semana.

—Cariño, me encantaría.

—Vente el jueves por la noche. Quédate todo el tiempo que quieras. Toda la semana que viene, si quieres.

Candace prácticamente ronroneó de placer.

—Si me dejaras, me quedaría todo el verano.

Nick no contestó. Estaba demasiado abrumado por una sensación de asfixia que se había apoderado de él.

Esto no está bien, pensó.

—¿Nick? —dijo Candace mimosa.

—¿Qué?

—¿Quiere esto decir que has estado pensando sobre nuestra conversación del otro día?

Dios. Pero ¿qué estaba haciendo?

—Claro que he estado pensando en ello.

—Sabía que cambiarías de opinión.

—Tengo que colgar —se apresuró a decir Nick.

—Hasta muy pronto.

La voz de Candace sonaba feliz cuando se despidió.

Nick sabía muy bien por qué estaba tan contenta y sorprendida. Por lo general solo se veían en la ciudad, ya que prefería reservar la casa del lago para relajarse de verdad. Y desde luego nunca le había hecho una invitación abierta como aquella.

Fue hasta el mueble bar, se sirvió un whisky, lo apuró de un tragó y se sirvió otro.

Pensó en Cort y gimió. Tenía que ir a hablar con él, intentar acortar la brecha que, una vez más, se había abierto entre los dos. Pero ¿qué podía decirle que no le hubiera repetido sin éxito un millar de veces?

—Joder —dijo en voz alta.

Gertie asomó la cabeza por la puerta. Se estaba abotonando una rebeca amarilla y llevaba un bolso con un girasol de gran tamaño colgado de un brazo.

—Te he dejado un plato con la cena en la nevera. Y antes de que me lo preguntes, Cort está en su habitación. Y se ha subido la comida.

Nick le dirigió una sonrisa cansada.

—¿Cómo sabías que estaba pensando en él?

—Cuando volvió estaba disgustado, y tú siempre tienes esa cara cuándo estás preocupado y no sabes qué hacer con él.

—¿Y qué cara es esa?

—Cómo la de un gato al que le han pisado la cola.

Nick se terminó el whisky.

—Debería subir a hablar con él.

—Buena idea.

Mientras dejaba el vaso, Nick cambió de tema.

—Le he pedido a Candace que se venga a pasar unos días.

Gertie no dijo nada; se limitó a sacar un pañuelo del bolso y a cubrirse con él la cabeza.

—¿No dices nada?

—Me ocuparé de que esté todo preparado.

Nick frunció el ceño.

—No me mires así —dijo Gertie secamente—. Yo no puedo hacerte sentir mejor sobre algo que sabes de sobra que no funciona.

Nick se pasó una mano por el pelo mientras Gertie cerraba la puerta con cuidado al salir.

Gracias a Dios, Gertie era la única que le conocía tan bien.

Así al menos nadie más sabía lo desastrosa que era su vida.