Capítulo 12
Dos semanas más tarde, Carter y los demás estaban arrodillados y trabajando bajo un sol intenso cuando llegaron al punto cero de la cuadrícula. A pesar del calor y del progreso que ello suponía, no lo celebraron. Continuaron trabajando meticulosamente y con determinación.
Carter se dio cuenta solo porque había hecho una pausa para beber y calcular cuánto terreno habían cubierto. La tierra dentro del círculo de piedras estaba ahora repartida en dos niveles. Era el resultado de innumerables horas de hundir paletas en la tierra y echar esta en cubos de plástico.
El yacimiento había resultado ser muy rico y habían aparecido numerosos artefactos, algunos de mayor valor que otros. En el campamento habían tenido que usar contenedores plegables para guardar cabezas de flecha, trozos de cerámica y balas de mosquetón, y seguían saliendo más. El día anterior Cort y Ellie habían encontrado los restos de una Brown Bess, el arma que usaban los casacas rojas durante la guerra de la Independencia. Por suerte, sus componentes metálicos se encontraban en buen estado y también había sobrevivido parte de la madera. Era todo un hallazgo y a todos les emocionaba pensar que pudiera ser el arma de uno de los hombres cuyos restos habían desenterrado.
En cuanto a los esqueletos, los habían retirado del suelo y guardado los huesos cuidadosamente en cajas al resguardo del calor. Puesto que eran el hallazgo más valioso, Carter estaba deseando llevarlos a la universidad, donde sabía que estarían a salvo. No quería que les pasara nada antes de tener ocasión de estudiarlos.
Miró a Cort y a Ellie. Los dos reían y bromeaban con ojos llenos de coquetería mientras simulaban pelearse por una espátula. Se acordó del enamoramiento fugaz de Cort de ella y se alegró de que se le hubiera pasado tan rápido.
Y entonces pensó en Nick.
La noche anterior se habían escapado juntos a dar un paseo en barco a la luz de la luna. La luz de esta rielaba en el suave oleaje mientras navegaban en silencio cerca de la bahía con el único acompañamiento del sonido gutural del motor de la lancha y el canto del somormujo. Carter se había reclinado contra el pecho de Nick, refugiándose en el calor de su cuerpo, y se sintió muy tentada a creer que aquella cálida noche de verano podría durar eternamente.
Aunque el placer físico que le proporcionaba Nick era intenso y satisfactorio, Carter hacía todo lo posible por reprimir sus sentimientos. Había momentos, en especial después de haber mantenido una conversación profunda sobre el pasado de él o sobre los planes de futuro de ella, en que Carter notaba que Nick estaba haciendo un esfuerzo. Sus ojos adquirían una expresión soñadora, como si estuviera buscando una manera de escapar, y el cuerpo se le tensaba. Aunque no había mostrado inclinación alguna a ceder al impulso de salir corriendo, Carter seguía desconfiando de él.
Y había otra razón por la que quería mantener la cabeza fría. Se había acordado de dónde había oído hablar de CommTrans, la compañía mencionada en los papeles sobre la mesa del despacho de Nick. Su propietario había acusado a este de falsificar documentos legales. La noticia había sido ampliamente divulgada en los medios de comunicación. Tanto que hasta Carter, que vivía ajena al mundo de las finanzas, había leído sobre el turbio asunto y también sobre la investigación aún abierta acerca del mismo. Aunque aquello no guardaba relación directa con lo que había entre Nick y ella, no conseguía olvidarse de la idea de que él hubiera podido engañar a alguien de forma deliberada.
Y había una tercera cosa más que le preocupaba y que no conseguía sacarse de los pensamientos: Conrad Lyst y los diarios de excavación desaparecidos. Unas mañanas atrás Buddy le había mostrado huellas de pisadas en la tierra. Siguieron el rastro adentrándose entre los árboles hasta que llegaron al sendero que ascendía por la ladera posterior de la montaña. Allí, igual que una estela que hubiera dejado a su paso un pequeño ejército, había tantas huellas que en algunos sitios se juntaban unas con otras aplanando el duro suelo.
Ivan tomaba ese camino en ocasiones, pero aquellas huellas no podían ser suyas. Buddy, ella y los chicos siempre usaban el sendero principal. Y teniendo en cuenta la homogeneidad de las pisadas, era dudoso que fueran de turistas curiosos. Tenían que ser de Lyst.
Aquella mañana, en cuanto volvieron al campamento, Buddy y ella decidieron que en los siguientes días había que sacar los esqueletos de la montaña. Aunque lo que le interesaba a Lyst en realidad era el dinero, no había manera de saber lo que era capaz de hacer.
Y ni Buddy ni ella querían correr el más mínimo riesgo.
Carter echó una paletada de tierra en su cubo y se dio cuenta de que este estaba lleno. Se disponía a ir a vaciarlo fuera del círculo de piedras cuando vio llegar a Nick.
Se ruborizó de pies a cabeza cuando vio cómo los labios de él se curvaban ligeramente hacia arriba. Era una sonrisa especial, reservada para ella.
—Esto sí que es un homenaje a la historia.
Nick empezó a pasear con naturalidad por el yacimiento pero con los ojos fijos en Carter. El resto le recibió con distintas variedades de saludo.
—No tenía idea de que estuvierais tan avanzados —comentó cuando estuvo delante de Carter.
—Ven a ver esto —se apresuro a decir ella, nerviosa y excitada también por su presencia. Fue hasta una caja donde había restos de cerámica—. Lo hemos encontrado esta mañana.
Cuando le puso las piezas en las manos le rozó con los dedos la piel de las palmas y la sonrisa de Nick se hizo más ancha.
—¿De cuándo son? —preguntó examinando el trozo de barro cocido.
—De hace más de mil años, probablemente.
—Increíble.
—Este sitio ha sido popular desde hace siglos. Ese foso para hogueras ha visto muchas cosas.
Nick le devolvió el artefacto y aprovechó para acariciarle la muñeca.
—¿Habéis encontrado algo más de la expedición Winship?
Distraída por el contacto de su mano, a Carter le costó encontrar las palabras.
—Esto…, no, pero todavía queda mucho por excavar.
—Y del oro, nada.
—Nada de nada.
Nick fue hasta donde había estado el foso para la hoguera antes de que lo desenterraran.
—¿Cuánto os falta para terminar?
—Unas tres semanas.
—¿Y luego?
—Luego vuelvo a ver a mi mujer —musitó Buddy.
Carter leyó la aprobación en el rostro de Nick cuando su colega mencionó a Jo-Jo. Para su alivio, los dos hombres se llevaban ahora mucho mejor.
—Pues en cuanto terminemos nos vamos al laboratorio —dijo—. Hay mucho que analizar. Luego escribimos un artículo describiendo el yacimiento y exponiendo nuestras conclusiones.
Buddy dejó la paleta y se levantó.
—Y luego viene la gira-degustación de pollo chicloso.
—Se refiere a las presentaciones que tenemos que hacer en varias universidades —le corrigió Carter con una mirada divertida—. Dependiendo de lo que encontremos, eso puede llevar poco tiempo o hasta dos meses.
—¿Y es aburrido? —preguntó Nick.
—Para nada —dijo Buddy con entusiasmo—. Es el único momento estelar que tenemos los arqueólogos.
Hablaron un rato más sobre el yacimiento y a continuación Buddy y los chicos decidieron tomarse un descanso y fueron al campamento a por refrescos. En cuanto estuvieron solos Nick abrazó a Carter. Esta aspiró su aroma, la fragancia especiada del aftershave que tan bien conocía ya.
—Hola —dijo Nick—. Te he echado de menos.
Carter cerró los ojos y se dejó empapar por la sensación de su cuerpo contra el de ella.
—Nos vimos anoche. ¿O tengo que recordarte lo que estuvimos haciendo a la luz de la luna en el lago?
Nick se apretó más a ella.
—¿Me lo vas a enseñar?
Deslizó la lengua en su boca y Carter arqueó la espalda para acercarse más. Le metió las manos debajo de la camisa y le acarició la piel hasta hacerle gemir. El calor que desprendían sus dos cuerpos hizo pensar a Carter en un torrente de agua, en bañarse desnudos en un arroyo.
Estaba a punto de sugerirlo, cuando oyeron reír a Ellie y a Cort.
Se separaron de mala gana.
—Es una pena que no estemos solos —dijo Nick con voz ronca.
—Te iba a proponer que nos diéramos un baño en el río.
—Tendremos que reservarlo para más adelante.
Los chicos entraron en el círculo de piedras y parecían refrescados mientras se dirigían a sus puestos en la excavación. A Carter, sin embargo, la idea de volver al trabajo no le resultaba tan atractiva como de costumbre. Estaba demasiado ocupada pensando en Nick y en lo que podrían estar haciendo en caso de estar solos.
Y que no tenía nada que ver con excavar.
—Entonces, ¿qué técnica seguís? —preguntó Nick mientras cogía del suelo la paleta de Carter.
—¿Has sembrado algo alguna vez?
—Sí, una. Rumores sobre alguien de la competencia para el Wall Street Journal. Pero se lo había buscado.
Nick le guiñó un ojo y Carter no pudo evitar sonreír.
—Me refería a bulbos o semillas.
—Entonces la respuesta es no.
—¿Has jugado alguna vez en un arenero?
—No.
—Vale, pues cuando arrancas una chuleta al darle a una bola de golf.
Carter sabía que Nick la estaba provocando.
—Eso tampoco lo he hecho nunca.
—¿No juegas al golf?
—No arranco chuletas.
Carter rio.
—Dios, me encanta verte sonreír —le susurró Nick inclinándose hacia ella—. Entre otras cosas.
Carter le quitó la paleta y se sonrojó.
—¿De verdad te interesa saber cómo trabajamos?
—Si eso significa pasar tiempo contigo, desde luego.
—Vale. Pues entonces arrodíllate.
—Pensé que no me lo ibas a pedir nunca —dijo Nick con voz sensual.
Cuando llegó Buddy se los encontró a los dos en el suelo examinando unos huesos que parecían ser de ciervo.
—¿Habéis encontrado el eslabón perdido? —les preguntó alegre cuando se acercó.
—Más bien su cena —murmuró Carter.
—¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó Buddy a Nick.
—Muchísimo. Lo encuentro… fascinante.
Carter se dio cuenta, radiante, de que la miraba a ella. Evitó sus ojos en un esfuerzo por disimular delante de los demás.
Cuando se pusieron de nuevo a trabajar Nick le susurró al oído:
—Entonces, ¿cuándo nos vemos? A solas.
Carter levantó la vista ruborizada.
—Pues, dentro de un par de días tengo que ir a Burlington —susurró—. Podrías venirte conmigo…
—No sé si puedo esperar tanto.
—¿Cuarenta y ocho horas?
—Eso son dos días —gimió Nick.
—Veo que los placeres sensuales no han afectado a tus habilidades matemáticas.
Nick rio.
—Te acompaño a Vermont, pero solo si me prometes no quitarme las manos de encima.
—Creo que podremos arreglarlo.
Nick le acarició una mejilla. Fue un gesto furtivo, pero lleno de ternura.
—Tengo que irme. El trabajo me espera —se levantó y se estiró.
Carter le sonrió. Sentía que tuviera que irse.
—No quiero que la tierra se interponga en tus negocios.
—Lo mismo dirían mis accionistas.
Y después de regalarle una última mirada, desapareció entre los árboles.
• • •
De camino a la casa Nick se puso a pensar en la manera que tenía Carter de cautivarle solo con los ojos. No era simplemente que los tuviera bonitos, aunque su color azul cobalto le resultaba arrebatador. Era la combinación de fuerza y vulnerabilidad lo que le atraía tanto. Eso y que cuando le miraba con total entrega le hacía sentirse capaz de saltar por encima de varios rascacielos de un solo impulso.
Aquel viaje a Burlington le hacía muchísima ilusión.
Cuando entró en la cocina vio que Gertie estaba amasando. Trabajaba la masa con las manos en un gran cuenco de madera, presionaba y doblaba, presionaba y doblaba y al hacerlo levantaba nubecillas blancas de harina.
Como hacía de niño, Nick se apoyó en la jamba de la puerta, cruzó una pierna delante de la otra y empezó a mover la puntera de la bota.
—¿Por qué estás nervioso? —le preguntó Gertie.
—¿Por qué voy a estar nervioso?
—Estás agitando el pie como si fuera una bandera.
Nick se quedó quieto.
—He estado pasando mucho tiempo con Carter. Le estoy… cogiendo bastante aprecio. —No podía creerse que estuviera diciendo una cosa así.
—Sí. Ya me he dado cuenta. —Gertie apartó el cuenco, lo cubrió con un paño de cocina y se lavó las manos—. Es una buena mujer. ¿A qué vienen tantos nervios?
Nick inspiró profundamente.
—No lo sé.
—Pues espero que sigas viéndola. —Gertie se quitó el viejo delantal de cuadros, que de tantos lavados era de color rosa pálido—. Por cierto, ha llamado su padre.
Nick contuvo el aliento.
—¿Cómo?
—Que ha llamado William Wessex.
—¿Cómo sabías que es su padre?
—Porque se lo pregunté, al ver que tenían el mismo apellido. Llamaba para decir que viene este fin de semana y que trae a alguien. Ha dicho que la compañía te iba a gustar. Pareció sorprendido al enterarse de que Carter estaba aquí.
Gertie frunció el ceño.
—¿Dijo algo más?
—Solo que quiere hablar contigo y que esperaba tu llamada. —Gertie le miró con extrañeza—. ¿Estás bien?
Nick asintió y corrió a su despacho. No podía tener a Wessex en su casa. Ni de casualidad. No estaba dispuesto a poner en peligro su relación con Carter.
Era consciente de que en algún momento tendría que hablarle a esta de sus negocios con su padre. Y estaba preparado para hacerlo. Pero necesitaba un poco más de tiempo para decidir cómo abordar el tema, para elegir las palabras adecuadas que amortiguaran el golpe.
De una cosa estaba seguro. Que Wessex se presentara allí no era la manera en que Nick quería que se supiera todo.
Se sentó a su mesa y marcó el número privado de Wessex. Este contestó de inmediato:
—Wessex.
—Soy Farrell.
—Explícame —hablaba con sequedad— cuándo tenías pensado contarme que mi hija estaba excavando en tu montaña. ¿Antes o después de que me presentara yo allí?
—Pues claro que iba a contártelo —contestó Nick sin alterarse.
—Hay que ver qué considerado eres. —El tono de Wessex denotaba sincero enfado.
—Escucha, te lo iba a decir. Aunque teniendo en cuenta que está aquí, creo que sería mejor que nos reuniéramos en Nueva York.
—Pues es demasiado tarde. He invitado a Packert a tu casa este fin de semana. Llegamos el viernes.
A Nick se le puso un nudo en la garganta.
—De eso nada. ¿Y se puede saber qué está pasando? Todavía no estamos preparados para la emboscada.
—Packert se ha enterado de nuestro pequeño acuerdo. Sabe que si tú te haces con el control se quedará sin trabajo. Dice que o se reúne contigo o habla otra vez con los periódicos.
—Que le den. Por mí como si habla con todos los periodistas de este país —gruñó Nick—. No tiene nada que contarles.
—De eso no estés tan seguro. Está preparado para proclamar al mundo que tú y yo estamos intentando esquivar las leyes antimonopolio. Que no estamos jugando limpio.
—¡Se ha vuelto loco! —Nick apretó el puño, furioso—. Todo es completamente legal. Ese hombre se está buscando su ruina.
—Yo lo único que digo es que cuando se pone a lanzar acusaciones consigue hacerse oír y sabes muy bien que los periodistas se mueren por un buen titular. Aunque todo en el acuerdo se está haciendo de forma legítima, de cara a la opinión pública no vamos a dar buena imagen. A mí ese tipo de publicidad no me interesa y supongo que a ti tampoco. Sobre todo después de lo del año pasado.
—Te juro por Dios que voy a acabar con ese cabrón. —Nick se pasó una mano por el pelo—. Pero dile que nos vemos en Nueva York. Podemos reunirnos en mis oficinas. Cogeré un avión este fin de semana.
—Muy bien. —Hubo una larga pausa y a continuación Wessex preguntó con voz contenida—: Y ahora, ¿te importaría decirme qué hace mi hija en tu casa?
Nick suspiró.
—Está en la montaña, excavando. Cuando hablé contigo la última vez no tenía ni idea de que iba a tenerla excavando en mi propiedad.
—¿Y la conoces bien?
Hubo una pausa. Nick no quería entrar en detalles con el padre de Carter. Tenía el presentimiento de que esta se lo tomaría como una traición.
—Bastante bien.
—¿Como persona?
—Sí.
—¿Cómo está?
Había una desesperación en las palabras de Wessex que sorprendió a Nick.
—Está bien.
—¿Te ha contado que no nos hablamos?
—Algo me ha dicho.
Del otro lado de la línea llegó un suspiro de tristeza y resignación.
—Es difícil enmendar los caprichos del destino.
Y a continuación, como si quisiera olvidar el pasado, Wessex carraspeó y dijo con brusquedad:
—Bueno, entonces llamo a Packert.
—Y me dices cuándo tengo que estar en Nueva York.
Después de colgar Nick cogió los documentos de CommTrans. Por primera vez los miró no como la llave de su éxito, sino como un mero montón de papeles unidos en una esquina por un clip negro. Los hojeó mirando las cláusulas que había resaltado y las notas que había escrito en los márgenes, las partes tachadas. Le parecieron documentos sin importancia.
Los tiró en la mesa y se puso a pensar en el cuerpo de Carter. En su manera de moverse cuando la acariciaba, en la calidez de su piel y en cómo le susurraba su nombre al oído cuando alcanzaba el orgasmo. Todo eso le parecía mucho más importante que aquel escritorio atestado de papeles de acuerdos de negocios.
Recordó el azul de sus ojos y de repente se le ocurrió que tal vez, durante todos aquellos años, había estado persiguiendo el sueño equivocado.
• • •
—Vámonos a Burlington —le dijo Nick a Carter a la mañana siguiente.
—¿Ahora? —preguntó ella.
Nick asintió y tomó asiento delante de la mesa plegable. Hacía una mañana gloriosa en la montaña, la luz dorada filtrándose por entre los pinos, el cielo, una extensión vasta y despejada.
—¿Qué prisa hay?
—Hoy va a hacer todavía más calor. Lo vas a pasar fatal trabajando con este sol.
Eso era verdad solo a medias. Quería pasar el día con ella y le preocupaba el hecho de que pronto tendría que marcharse a Nueva York. No quería perder la oportunidad de estar a solas con ella.
Carter se le acercó por detrás y le ofreció una taza de café. Antes de que pudiera volverse, Nick le cogió la mano y tiró de ella para darle un largo beso.
—Además tengo ganas de estar contigo. Cuanto antes.
La miró ruborizarse y apartarse un poco, como si quisiera asegurarse de que estaban solos.
—Pues supongo que no hay razón por la que no podamos ir hoy.
—Entonces está decidido —dijo Nick satisfecho.
Cuando Carter se sentó a su lado, la abrazó y la beso con ardor. Cuando sintió cómo ella contenía el aliento, decidió que aquel prometía ser un gran día.