XVIII
Nómina de argumentos para probar la identidad de Ilium-Novum con la Ilium de Homero – Visita de Jerjes, de Mindaro y de Alejandro Magno – Historia de Ilium-Novum – Razones de las falsas aserciones de Demetrio de Escepsis aceptadas por Estrabón – El Naustathme – Situación del campo griego – Los promontorios de Retio y de Sigeo
Parece que Troya fue destruida nuevamente después del tiempo de Homero, porque Estrabón cuenta que los habitantes de Sigeo, Retio y de las ciudades vecinas se repartieron el territorio troyano después de la destrucción de la ciudad, pero que la restituyeron a Ilium luego de su reconstrucción bajo dominio de los lidios; dice también que Helénico, autor muy antiguo, confirma la identidad de la antigua ciudad con Ilium-Novum (Estrabón, XIII, 1, p. 113).
Pero el dominio de los lidios comienza en torno al 800 a. C.; si entonces consideramos como cierto que un reino troyano y una ciudad de Troya, o Ilium, existían en tiempos de Homero, perdemos de vista esta ciudad durante dos siglos.
Durante dos centurias la tradición nos conserva el sitio de una ciudad desaparecida, cuyas casas estaban construidas en madera o en greda, con techos de paja; y sería insensato creer que en tan corto espacio de tiempo pudo haberse perdido el recuerdo del emplazamiento de una gran capital de construcción ciclópea.
Nadie podría dudar de que los troyanos, con Eneas, no hayan reconstruido su capital bajo el emplazamiento de la Troya destruida por los griegos con Agamenón; porque estaban vinculados a este sitio tanto por el recuerdo de su antigua importancia, cuanto por el de sus propias acciones gloriosas.
No estoy absolutamente seguro de qué manera fueron construidas las casas de Troya; pero, así como pude convencerme de que los establos de cerdos de Eumeo, en Ítaca, eran construcciones ciclópeas, de piedras de gran tamaño colocadas una sobre la obra sin cemento, no me atrevo a dudar de que en la edad heroica todas las casas no hayan sido construidas de la misma manera. Tampoco tengo dudas de que los palacios de Príamo y de sus hijos y los diversos templos de la acrópolis no hayan sido construcciones ciclópeas, de un arte tan perfecto como el Tesoro de Agamenón en Micenas, ni que las paredes de la muralla de Troya, construida por Apolo y Poseidón (Ilíada, VII, 452-453), no hayan sido al menos tan grandiosas y tan sólidas como las de las fortalezas de Tirinto y de Micenas construidas por los cíclopes; porque no se puede atribuir a la mano creadora de las divinidades más que construcciones superiores a las de los cíclopes o de otros mortales.
Es pues muy probable que no sólo las murallas de Troya, sino que incluso los palacios, los templos y las simples casas de la ciudad, no fueran destruidas sino parcialmente por los griegos; si bien el interior y los techos podían quemarse, los muros no podían ser dañados por el incendio; y si uno mira solamente las murallas de la acrópolis de los tirintios, de la que, según la atinada observación de Pausanias, un tiro de dos mulos no podía siquiera retirar la más pequeña piedra, no cuesta nada convencerse de que una muralla semejante, que rodeaba la gran ciudad de Troya, no haya podido ser destruida por el ejército griego.
Pero, suponiendo incluso que Troya y sus muros hayan sido destruidos por completo, todas las grandes piedras de las construcciones ciclópeas debían quedar en el lugar, y los troyanos, con Eneas, encontrarían entonces sobre el emplazamiento de Troya todos los materiales listos para edificar allí su nueva capital.
De ese modo, pues, en toda la antigüedad jamás ha existido la menor duda sobre el emplazamiento de Troya y de su Pérgamo, según Heródoto (VII, 43):
Habiendo llegado Jerjes a dicho río, movido de curiosidad quiso subir a ver la Pérgamo de Príamo. Registróla y se informó particularmente de todo, y después mandó sacrificar mil bueyes a Atenea Ilíada. No dejaron sus magos de hacer libaciones en honor de los héroes del lugar (trad. de P. Bartolomé Pou).
Es evidente, por ese pasaje de Heródoto, que entonces existió una ciudad de Ilium, con una acrópolis Pérgamo, que poseía un templo dedicado a Atenea Ilíada, protectora de esa ciudad, y que se tenía la certeza de que esa ciudad ocupaba el emplazamiento de la Ilium de Homero, de la Pérgamo de Príamo, tal como Heródoto la llama.
Otro testimonio de la certeza que tenemos sobre el emplazamiento de Troya nos lo proporciona Jenofonte (Helénicas, I, 1, 4), que dice que el general lacedemonio Míndaro hizo un sacrificio en favor de Atenea en Ilium.
Encontramos una prueba todavía más certera en la visita que Alejandro Magno hizo a Ilium y a su Pérgamo (Estrabón, XIII, 1, p. 99, edición Tauchnitz); ya que era fanático de la Ilíada de Homero, que consideraba y llamaba «una cantera de virtud militar», y que siempre la colocaba en la cabecera de su cama junto a su espada (Plutarco, Vida de Alejandro Magno, VIII).
Arriano cuenta que Alejandro Magno, luego de su visita a Ilium, tras ofrecer un sacrificio a Atenea Ilíada, colgó su armadura en el templo de esta diosa y tomó a cambio algunas de las armas sagradas conservadas de la guerra de Troya: era tan grande su veneración por tales armas, que las hacía llevar delante de él por quienes lo protegían en las batallas.
También ofreció sacrificios a Príamo en Ilium, en el templo de Zeus Herceo, rogando al dios que depusiera su ira contra la raza de Neoptólemo a la que él (Alejandro) pertenecía (Arriano, I, 11).
Plutarco sostiene que Alejandro, después de haber pasado el Helesponto, subió a Ilium, sacrificó en favor de Atenea e hizo libaciones a los manes de los héroes, y, después de haber untado con aceite la columna funeraria de Aquiles, corrió, como era costumbre, completamente desnudo alrededor de la tumba con sus compañeros y depositó una corona de flores y felicitó a Aquiles por haber tenido durante su vida un amigo fiel y después de su muerte un gran cantor de su gloria.
Cuando recorría la ciudad (Ilium) y examinaba las curiosidades, alguien le preguntó si quería ver la lira de Alejandro (Paris), contestó que se preocupaba muy poco de ésta, pero que desearía ver la lira de Aquiles, en la que aquél había cantado la gloria y las acciones de los grandes hombres (Plutarco, Vida de Alejandro Magno, XV).
Dado el culto que Alejandro Magno tenía por Homero y por sus héroes, es evidente que tenía la plena certeza de que Ilium, donde hizo sacrificios a Atenea, ocupaba el lugar de la Ilium de Príamo.
Leemos en Estrabón:
Se dice que la ciudad de Ilium era hasta entonces un barrio, y que poseía un pequeño y modesto templo a Atenea. Pero que cuando Alejandro llegó hasta allí, después de su victoria del Granico, adornó el templo con ofrendas, elevó el barrio al rango de ciudad, encargó a los alcaldes engrandecerla con nuevas construcciones y declaró a la ciudad libre y exenta de todo impuesto. Más tarde, después de la destrucción del reino de Perses, le envió una carta afectuosa, prometiéndole hacer de ésta una gran ciudad, devolviéndole su muy celebre templo e instituyendo en ella juegos sagrados. Después de su muerte, Lisímaco hizo mucho por la ciudad, la rodeó con una muralla de cuarenta estadios de largo, construyó un templo y aumentó la población llevando hasta allí a los habitantes de antiguas ciudades de los alrededores que estaban en decadencia. Alejandro Magno puso gran interés en Ilium-Novum, tanto por su deseo de afirmar su parentesco con los troyanos, cuanto por su admiración por Homero; existe también de él una edición revisada de los poemas homéricos, llamada «del pequeño cofre», porque Alejandro revisó esos poemas con Calístenes y Anaxargo, y los anotó, y los conservaba en un cofre ricamente adornado que había encontrado en el tesoro de los persas. La cordialidad extrema de Alejandro por los troyanos provenía, en primer lugar, de su culto por el poeta, luego de su parentesco con los eácidas, de los reyes de los molosos, entre los cuales, se dice, también reinó Andrómaca, que en otro tiempo fue esposa de Héctor (Estrabón, XIII, 1, pp. 100 y 101, edición Tauchnitz).
El mismo autor continúa relatándonos que Ilium cayó nuevamente en decadencia, y a tal punto que, según Demetrio de Escepsis, no había paja sobre los techos de las casas cuando los romanos fueron por vez primera a invadir el Asia; que la ciudad todavía estaba en pie, pero que debió padecer nuevamente por la conquista de Fimbria, en la guerra contra Mitrídates. Este general tomó la ciudad luego de sitiarla durante nueve días, y como se jactaba de que Agamenón, con una flota de mil navíos, había empleado diez años para tomar la ciudad, en tanto que él, Fimbria, la había tomado en nueve días, uno de los troyanos le respondió «porque la ciudad no había estado defendida por Héctor». Fimbria fue luego derrotado y expulsado por Sila, que indemnizó la ciudad con grandes mejoras. Después Julio César hizo mucho por Ilium-Novum, puesto que quiso imitar a Alejandro, a quien admiraba, y además creía tener pruebas evidentes de su parentesco con los troyanos. Les donó tierras y les conservó la libertad y la exención de impuestos (Estrabón, XIII, 1, p. 101, edición Tauchnitz).
Leemos en Justino (XXXI, 8), que en la primera expedición romana al Asia, hubo un cambio recíproco de felicitaciones entre troyanos y romanos, como entre padres e hijos luego de una larga separación. En efecto, la creencia en la identidad del emplazamiento de Ilium-Novum con el de la Ilium de Príamo estaba tan fuertemente establecido en toda la antigüedad, que nunca nadie puso en duda, salvo Estrabón que, en persona, jamás había visitado la llanura de Troya y que se fiaba de las narraciones interesadas de Demetrio de Escepsis.
Según Estrabón (XIII, 1, p. 122, edición Tauchnitz), ese Demetrio de Escepsis sostenía que su ciudad natal, Escepsis, había sido la residencia de Eneas, y es evidente que envidiaba a Ilium el honor de haberse convertido en la capital del reino troyano, bajo el cetro de Eneas. Pretendía entonces que no había en Ilium-Novum, ni en sus alrededores, suficiente lugar como para las grandes hazañas de la Ilíada, y que todo el terreno que separaba esa ciudad del mar era aluvional y de formación posterior a la guerra de Troya. Como contraprueba, que el emplazamiento de las dos ciudades no podía ser idéntico, citaba: que Aquiles y Héctor habían corrido tres veces en torno de Troya, en tanto que no se podía correr en torno de Ilium-Novum, «a causa de sus abundantes montañas» (Estrabón, XIII, 1, p. 99).
Finalmente, pretendía que se debía situar la antigua Troya en el emplazamiento de Ilion Kóme, a 30 estadios de Ilium-Novum y a 42 estadios de la costa, aun cuando reconoce que no quedaba de ésta el menor indicio (Estrabón, XIII, 1, p. 99).
Estrabón, con el gran discernimiento que lo caracteriza, por cierto que no habría aprobado esas afirmaciones erróneas de Demetrio de Escepsis, si él mismo hubiese visitado la planicie de Troya, porque sus argumentos son fáciles de refutar.
En primer lugar la distancia de Ilium-Novum, en línea directa al norte, hasta la costa, es de 4 kilómetros, en tanto que hay 5 kilómetros de Ilium-Novum, en línea directa al noroeste, hasta el cabo Sigeo, que en tiempo de Estrabón la tradición indicaba todavía como el emplazamiento del campamento griego; porque este escritor dice (XIII, 1, p. 103):
Después de Retio se ve Sigeo, ciudad destruida, el puerto de los aqueos, el campamento aqueo y el pantano, o lago, llamado Estomalimne y la desembocadura del Escamandro.
Los relatos sobre las marchas de los dos ejércitos en Homero prueban hasta la evidencia que el Naustathme y el campamento griego se encontraban entre Sigeo y la desembocadura del Escamandro. Esta distancia es hoy de 1720 metros; pero ciertos vestigios de un antiguo lecho fluvial, que he encontrado aproximadamente a 280 metros más al este, no me permiten dudar de que la desembocadura del Escamandro no haya estado, en tiempo de la guerra de Troya, a aproximadamente 2 kilómetros de Sigeo.
Sin embargo el Naustathme era muy estrecho pues Homero dice (Ilíada, XIV, 31-36):
Las primeras naves cerca de la llanura estaban varadas, y habían edificado el muro junto a las últimas. Pues, a pesar de ser muy ancha, la playa no era suficiente para todas las naves en una fila, y las huestes estaban estrechas. Por eso las habían varado en hileras y habían llenado entera la enorme boca de la bahía que dos promontorios cerraban.
Interpreto este pasaje de Homero del siguiente modo: las naves fueron colocadas en la costa entre el promontorio de Sigeo y la desembocadura del Escamandro y ocuparon así toda la seca ribera en la que era posible dejar las naves; porque los grandes lagos y los profundos pantanos entre la desembocadura del Escamandro y el promontorio de Retio no permitían establecer allí un campamento. Además, la distancia entre los dos promontorios, que Estrabón indica por error en 60 estadios, o sea 11 100 metros, y que en realidad es de 5550 metros, o de 30 estadios tal como Plinio (V, 33) lo remarca justamente, está en contradicción con las indicaciones de Homero sobre la extensión del campamento griego. Por ejemplo Agamenón, el primero en el puente de la nave de Ulises, pronuncia con toda la fuerza de su voz un discurso, que se escucha en la tienda de Áyax, situada en la extremo izquierdo, y en la de Aquiles, en el extremo derecho (Ilíada, VII, 220-227).
Creo que no hay necesidad de decir que ningún mortal podría escuchar las palabras de otro mortal a una distancia de más de un kilómetro.
Aquiles, en el extremo derecho, escucha a Héctor gritar en el extremo izquierdo (Ilíada, XVI, 77-78). Inútil observar que ningún grito humano puede ser escuchado más allá de 2 kilómetros.
Aquiles ve desde su tienda, en el extremo derecho, a Néstor en el extremo izquierdo (Ilíada, XI, 597-600). Subrayo que difícilmente se reconoce a una persona a una distancia de 2 kilómetros, y jamás a una distancia de 5 kilómetros y medio.
Además, si el campamento griego se extendía de un cabo al otro, habría sido cortado por el Escamandro, el Kalifatli-Asmak y el brazo del Simunte, llamado In Tépé Asmak; en cambio, no existe en Homero ningún indicio de que el campamento haya estado atravesado por un río.
Para dar otra prueba sorprendente de que el campamento griego no puede haber ocupado todo el espacio entre los dos promontorios de Sigeo y de Retio, recordaré que, según Homero (Ilíada, X, 428), los carios y los peonios, tropas auxiliares de Troya, habían acampado en la orilla del mar, y, según el verso 434 del mismo canto, los tracios, también aliados de los troyanos, llegados recientemente, estaban en el extremo de la ribera.
Las cañas que Ulises encuentra en la ribera (X, 467) y la garza, pájaro que habita los pantanos, de la que Ulises y Diomedes oyen el grito (X, 274), no dejan duda de que allí ya había pantanos en los bordes del mar en tiempo de la guerra de Troya.