VIII

Colinas de Hermes – Los golfos de Aetos y de San Espiridón eran los puertos de la capital homérica – Pruebas evidentes de que la isla Dascalión no puede ser la Ásteris de Homero – Cordial recibimiento en Leucadia – Partida para Dascalión – Lectura del combate entre las ranas y los ratones – Falsa traducción de la palabra «mys» en Francia – Error de Apolodoro sobre Ásteris – Topografía de la isla Dascalión – Probable posición de la Ásteris de Homero – Lecho de piedra con Homero por almohada

Al pasar por la base del monte Palea-Moscata, no pude resistir el deseo de escalarlo nuevamente para ver cuál podía ser «la colina de Hermes», y no me dio trabajo reconocerla en un pequeño peñasco de 17 metros de altura, hoy llamado Cordaki, al pie del cual Eumeo debía encontrarse al salir de la ciudad (Odisea, XVI, 471), y desde donde él podía ver perfectamente la llegada de la nave de los pretendientes, y para asegurarse de que estaba llena de hombres, de escudos y de lanzas de doble filo (Odisea, XVI, 472, 474). Podía hacer esas observaciones, ya porque el navío había entrado en el golfo Aetos, que se encuentra en el costado este de la isla, al pie del monte Aetos y del monte Palea-Moscata, y que debe haber sido el principal puerto de la ciudad homérica, ya porque entraba en el pequeño golfo de San Espiridón, situado en la costa oeste de Ítaca al pie del monte Aetos, y justamente frente a la antigua ciudad de Sama en Cefalonia.

Al llegar a Ítaca, yo mismo desembarqué en este pequeño golfo, que todavía hoy sirve de puerto para los barcos. El istmo entre ese puerto y el de Aetos no tiene, lo repito, más que un ancho de 800 metros, y como se va del golfo de San Espiridón a Sama en una hora, con viento favorable, mientras que esta travesía exige todo un día, partiendo del golfo de Aetos y rodeando la isla por el costado sur, no existe la menor duda de que los dos golfos hayan servido como puertos de mar a los habitantes de la antigua capital.

También resulta cierto que el golfo de San Espiridón siempre ha servido de puerto a los habitantes del palacio de Ulises, porque la pendiente occidental del Aetos es, lo repito, un poco más suave que las otras, y un camino cómodo, del que todavía se descubren, aquí y allá, las trazas, que conducían, serpenteando por esta pendiente, al mencionado golfo en lo alto de la colina. También los pretendientes estaban seguros de que Telémaco desembarcaría a su regreso de Pylos y de Lacedemonia en ese puerto frente a Cefalonia; porque, de otro modo, ellos no podrían haberlo encajonado de este lado de la isla para matarlo antes de su llegada (Odisea, IV, 669-671):

Pero dame una rápida nave con veinte remeros, porque voy a espiar su regreso a la patria, emboscado en el paso entre Ítaca y Sama, la abrupta.

Luego Homero señala (Odisea, IV, 842-847):

Embarcados los mozos, cortaban las húmedas rutas meditando en sus pechos matar a Telémaco: hay en mitad de la mar una isla formada por peñas, como a medio camino entre Ítaca y Sama fragosa. Es su nombre Ásteris: sin ser grande presenta dos puertos muy capaces: en ella emboscados quedaron los dánaos.

Lo que me perturba en la topografía de la Odisea es la isla de Ásteris, a la que se cree la isla Dascalión, porque ésta es la única isla en todo el trayecto entre Ítaca y Cefalonia, y no se deduciría, en consecuencia, que la capital homérica deba encontrarse necesariamente en el valle de Polis.

Creo haber demostrado lo suficiente que esto es imposible, y que la capital debe necesariamente haber estado en la pendiente de Palea-Moscata; me resta entonces probar que Ásteris no puede, en ningún caso, ser Dascalión.

Esta isla se encuentra a una distancia de veinte kilómetros nor-noroeste del monte Aetos, y es tan pequeña que no se la ve desde este monte. De ese modo los pretendientes no podían espiar desde allí la nave de Telémaco que, viniendo del sur, enfilaba hacia el golfo de San Espiridón. Tampoco podían emboscar en ese sitio al joven príncipe sorprendiendo su navío, aun cuando él enfilara hacia Polis, porque Dascalión está a una distancia de diez kilómetros oeste-noroeste de ese puerto y sólo a tres kilómetros de Cefalonia. Es imposible que Telémaco, llegando desde Pylos (hoy, Navarino), haya remontado la distancia entre Ítaca y Cefalonia de otro modo que con un viento sur, sud-sudeste, porque el arte de la navegación estaba entonces en sus comienzos y no se sabía bordear las costas.

Ahora bien, los mismos vientos con los que Telémaco podía arribar a Polis, eran justamente contrarios a los pretendientes, que no habrían podido llegar a encontrarse antes de su llegada más que con un viento oeste, noroeste o noroeste-norte. Además Homero dice que Ásteris está situada «en el medio» de la distancia entre Ítaca y Cefalonia, lo que está en desacuerdo con las distancias más arriba indicadas de Dascalión. Pero, en la esperanza de encontrar todavía otras pruebas en contra de la identificación de Ásteris con Dascalión, resolví visitar esta última isla yo mismo.

Antes de apresurarme a llegar a Leucadia, donde fui recibido nuevamente con vivo entusiasmo y se me ofreció cálida hospitalidad, y aunque manifestase el deseo de partir de inmediato para Dascalión, no se me quiso dejar ir antes de que hubiese contado mis viajes y leído y traducido un centenar de versos de la Odisea.

Eran las dos de la tarde cuando por fin me dejaron partir. Se me proporcionó la mejor embarcación de la aldea y, a mi pedido, cuando pregunté cuánto me costaría la travesía, me respondieron que no querían aceptar nada. Pero como declaré que en ese caso no tomaría la embarcación, finalmente me dijeron «paga lo que tú desees». Un viento muy fuerte soplaba desde el oeste, y fuimos forzados a bordear la costa continuamente, de manera que no llegamos a la pequeña isla más que a medianoche. Con todo, el tiempo no nos pareció largo pues me esforcé en entretener a los bravos hombres que me conducían, y me divertí yo mismo divirtiéndolos. Al principio les leí y les traduje a su dialecto el Combate entre ranas y ratones[30] de Homero y ellos no dejaban de reír con risa desaforada; más tarde les conté mis viajes alrededor del mundo.

Hacía un tiempo magnífico, la luna llena me permitía reconocer desde lejos todas las montañas de Ítaca y de Cefalonia, y examinar fácilmente la pequeña isla de Dascalión. Ésta no tiene más que 99 metros de lago y 32 metros en su mayor anchura; la isla consiste en un peñasco aplanado y no está más que dos metros sobre el nivel del mar.

Según Homero (Odisea, IV, 844-845), la isla de Ásteris tenía un doble puerto; Dascalión no tiene más que una entrada de un metro y, vista la gran profundidad del mar a su alrededor, es inadmisible que tales modificaciones hayan podido sobrevivir en la topografía de la isla.

Como es, vuelvo a repetirlo, la única isla entre Ítaca y Cefalonia, ya en la antigüedad se creía que era la Ásteris de Homero y, por consiguiente, se la llamaba Asteria. Pero ningún autor antiguo, cuyos escritos hayan llegado hasta nosotros, habla de esto, excepto Estrabón, que escribe (X, 2):

Entre Ítaca y Cefalonia está la pequeña isla de Asteria, ella es llamada Ásteris por el poeta. Demetrio de Escepsis sostiene que no ha permanecido tal como la ha descrito el poeta cuando dice: «hay en ella un doble puerto adecuado para las embocadas. Apolodoro sostiene que existía aún en su tiempo y que allí se encontraba la pequeña ciudad de Alalkomenas, situada sobre el istmo mismo entre los dos puertos».

Pero como Estrabón no emite su propio juicio sobre Ásteris, es evidente que él jamás había estado allí.

Apolodoro debe de haber hecho mención de la isla de Ásteris en su comentario sobre el catálogo de las naves de Homero; pero esta obra se ha perdido; en el libro de su autoría que poseemos sobre los dioses, no se menciona a Ásteris. Este escritor vivió en la segunda mitad del siglo II a. C. y, por consiguiente, cien años antes de Demetrio de Escepsis y Estrabón. Si Ásteris realmente era, en su época, lo suficientemente grande como para que la aldea de Alalkomenas se encontrara sobre el istmo entre sus dos puertos, esta isla no ha podido reducirse en tan poco tiempo a una roca insignificante, sin una gran sacudida física de la que Demetrio de Escepsis y Estrabón habrían tenido conocimiento.

Todas las indicaciones geográficas de Homero son tan exactas que no tengo la menor duda de que una pequeña isla, llamada Ásteris, con doble puerto no haya existido en su tiempo; pero, por las importantes razones que he puntualizado, debo situarla en medio del estrecho, frente a la extremidad sur de Ítaca. Esta isla habría desaparecido ya por un temblor terrestre, ya por la invasión del mar, como ha sido el caso de tantas otras islas pequeñas.

Mis marineros amarraron la barca a una piedra al este de la isla, en un espacio donde quedaba protegida del viento, tanto por la misma ribera, cuanto por las altas montañas de Cefalonia. Habiendo contado con estar de regreso en Leucadia hacia las siete de la tarde, no teníamos con nosotros ni pan ni agua y, atormentados por la sed y el hambre, nos vimos forzados a pasar la noche en la isla desierta. Mis marineros se acostaron en la barca, y en cuanto a mí, extendí mis fatigados miembros sobre la roca, usando un Homero como almohada. Uno no se da cuenta de que la piedra es más dura que un buen lecho cuando se está muy fatigado. Apenas me acosté, me quedé dormido, y no me desperté sino cuando el sol me quemaba la cara.

Desperté a los marineros; todos tomamos un excelente baño, nadando dos veces alrededor de la isla, y retornamos luego con buen viento a Leucadia, adonde llegamos a las ocho de la mañana.

Habían visto que la barca regresaba y habían pensado en mi almuerzo; pero desgraciadamente era un viernes, también día de ayuno, y pan fresco, patatas con piel, sal, uvas y buen vino era todo lo que podían ofrecerme; pero me lo presentaron con tanta bonhomía, gracia y afabilidad que ese almuerzo me pareció uno de los mejores que jamás hubiera degustado.

Terminada la comida quisieron retenerme por el resto del día; pero expliqué a los bravos aldeanos que debía visitar la ciudad de Exoge y después regresar a Vathy para partir incluso esa misma tarde mediante el barco de vapor para el istmo de Corinto. Logré, con fuerza de razones, que me dejaran partir y, como debía volver a pasar por Leucadia yendo a Vathy, nos despedimos hasta mi regreso.