II
Cefalonia – Llegada a Argóstoli, capital de Cefalonia – Fenómeno muy curioso de dos corrientes del mar que se pierden en la ribera a través de pasajes subterráneos, haciendo girar dos molinos – Historia de Cefalonia – Sus productos – Miserable aldea de Samos construida sobre las ruinas de la antigua capital – La acrópolis
El 7 de julio, al anochecer, partí en barco de vapor de la compañía Helénica, hacia Argóstoli, en la isla de Cefalonia, a la que llegué al día siguiente a las cinco y media de la mañana.
A la entrada de ese puerto se ve un fenómeno muy curioso, y que parece totalmente contrario al orden de la naturaleza; porque, en tanto que los ríos se arrojan desde la tierra hacia el mar, aquí, en dos lugares, el mar se arroja en la ribera baja y cavernosa, por medio de fuertes corrientes que se pierden en pasajes subterráneos. El fluir es constante, y ocurre con tal regularidad y tal violencia, al punto que construyeron sobre la corriente dos grandes molinos de granos que trabajan noche y día y cuya producción es considerable.
Cefalonia, la más grande de las islas jónicas, está situada a la entrada del golfo de Corinto, frente a la costa de la Acarnania; la mitad septentrional de su costa está separada de la isla de Ítaca por un canal de una ancho de ocho kilómetros y medio de promedio.
Según Estrabón (X, 2), posee trescientos estadios de circunferencia, mientras que en realidad tiene doscientos seis kilómetros; su mayor longitud es de cincuenta y tres kilómetros.
Es llamada Sama y Samos por Homero (Odisea, IV, 671) quien emplea probablemente el nombre de la capital para toda la isla, porque llama a los habitantes «Kephallênes» (cefalonios) y «hombres de Ulises» (Ilíada, II, 631).
La isla es llamada por primera vez Kephallenía por Heródoto (IX, 28) quien dice que doscientos de los habitantes de Pale, ciudad de Cefalonia, combatieron con los restantes griegos en la batalla de Platea. Encontramos luego a los cefalonios aliados con Atenas en la Guerra del Peloponeso (Tucídides, II, 30). Luego estuvieron sometidos al poder de los romanos en el 189 a. C. Según Estrabón (X, 2), Cayo Antonio, tío de Marco Antonio, poseía toda la isla como su propiedad privada.
La isla es muy rocosa, con pocas fuentes de agua, y no hay más que escaso terreno susceptible de ser cultivado; allí se plantan sobre todo olivares y viñedos que producen pequeñas uvas, llamados uvas de Corinto. El producto de la cosecha de trigo no alcanza más que para una cuarta parte del consumo de la población. Hay en Cefalonia veintitrés conventos que poseen casi la sexta parte de todas las tierras cultivadas.
Atravesé la isla en un coche de alquiler y, al mediodía, llegué a Samos, un poblado sucio y miserable, construido en la costa, sobre el emplazamiento de la antigua y célebre ciudad del mismo nombre, cuyas numerosas ruinas demuestran a la vez grandeza y magnificencia. Veinticuatro de los pretendientes de Penélope vinieron de esta ciudad (Odisea, XVI, 249).
Montado sobre un asno, visité la acrópolis, que está ubicada sobre una roca de cien metros de altura. Cuatro inmensos muros de piedra, groseramente tallados, de un metro treinta a dos metros treinta de largo, de un metro a un metro treinta de ancho, descienden a intervalos iguales, desde arriba hacia abajo. La explanada superior está rodeada por dos murallas de similar construcción; el espacio entre esos dos muros está ocupado por las ruinas de numerosos almacenes y negocios, en muchos de los cuales todavía se ve la mesa de piedra que servía como mostrador. Un silencio de muerte reina en la actualidad entre esas ruinas donde abundan las serpientes.
Esta ciudad, que en el 189 a. C. estuvo sitiada durante cuatro meses por el ejército romano (Tito Livio, XXXVIII, 28), ya estaba totalmente en ruinas en tiempo de Estrabón (X, 2). Sin embargo, ciertos vestigios de construcciones romanas, que vi por todas partes en el mar, a pocos metros de la costa, me llevaron a creer que esta ciudad debió haber sido reconstruida en parte en época de Augusto o de Adriano.