I
Corfú – Identificación de Corfú con la Esqueria de Homero – Etimología de la palabra Corfú – Historia de la isla – Los dos islotes parecen dos goletas – Paleópolis – Los dos puertos homéricos – Kressída Brýsis – Los lavaderos de Nausícaa – Antigua inscripción – Falta de líneas demarcatorias entre las propiedades en Corfú
Llegué el 6 de julio a las 6 de la mañana a Corfú, capital de la isla del mismo nombre; me detuve allí dos días para ver la región.
Según el testimonio unánime de la antigüedad, ésta es la isla Esqueria, o Feacia de Homero (Odisea, V, 34); también llamada Drepáne, a causa de su semejanza con la forma de una hoz (Apolonio, IV, 983; Plinio, IV, 19).
La palabra «Esqueria» proviene, sin duda, del fenicio «schera», comercio, y como el nombre de los feacios es también muy semejante a la palabra fenicios, «Phaíneas», es probable que los feacios fueran de origen fenicio, aunque Homero nos diga que eran originarios de Hiperea, vecina del país de los cíclopes (Odisea, VI, 3-8).
Dirigióse a la tierra y ciudad de las gentes feacias. Habitaban primero estos hombres la vasta Hiperea, inmediata al país de los fieros cíclopes, que, siendo superiores en fuerza, causábanles grandes estragos. Emigrantes de allí, los condujo el divino Nausítoo a las tierras de Esqueria, alejadas del mundo afanoso.
Los cíclopes deben de haber habitado la costa este de Sicilia. En efecto, uno ve en la costa, cerca de Catania, una inmensa gruta y, al costado de la entrada, un enorme bloque de rocas del mismo tamaño que la abertura. A poca distancia del mar se elevan dos rocas de forma cónica. Es precisamente la gruta en donde habitaba Polifemo, el bloque con el cual él la cerraba, y, en el mar, los dos bloques de roca que arrancó y lanzó en la dirección donde escuchaba la voz de Ulises (Odisea, IX). Uno sitúa a Hiperea, la antigua patria de los feacios, en la costa sur de Sicilia, en el sitio donde luego se encuentra Camarina que, en efecto, no está alejada de Catania.
El nombre actual, Corfú o Córcyra, es una corrupción de Koryphó, nombre bizantino de la isla, derivado de los dos altos picos sobre los cuales se construyó la moderna ciudadela. Éstas son probablemente las «aeriae Phaeacum arces» de las que Virgilio habla (Eneida, III, 291). Los griegos llaman a la isla Kérkyra, y este nombre se encuentra ya en Heródoto (III, 48); Estrabón la llama Kórkyra, mientras que lleva el nombre de Kérkyra en las monedas antiguas.
La isla está situada frente a Caonia, que forma parte del Épiro; está separada de éste por un canal que al norte tiene poco menos de cuatro kilómetros de ancho, para ensancharse más tarde formando un golfo que en varios lugares tiene veinticuatro kilómetros de ancho y luego vuelve a estrecharse hasta siete kilómetros.
El largo de Corfú es de sesenta y cinco kilómetros; su ancho, de siete a treinta y cuatro.
La isla es muy montañosa: la montaña más alta, llamada en italiano San Salvatore, y en griego, Pantaleone, se eleva a más de mil metros sobre el nivel del mar. Era ya célebre en el mundo antiguo por su fertilidad; Jenofonte la menciona en su Historia de Grecia (VI, 2):
Conquistó el país, devastó las tierras que estaban magníficamente cultivadas, y arrasó las espléndidas casas y los viñedos en los campos, de manera que los soldados se volvieron tan voluptuosos que no querían beber más que bebidas aromatizadas.
Según Estrabón (VI, 2), Arquias, el fundador de Siracusa, llega a Corfú, y deja allí a Quersícrates, uno de los Heraclidas, quien expulsó a los liburnios, ya que la isla entonces estaba habitada. Arquias edificó la ciudad de Córcyra, a la que pobló de corintios. Eso sucedió probablemente en el 734 a. C., fecha de la fundación de Siracusa.
La colonia, desde sus comienzos, estuvo en desacuerdo con la madre patria y, según Tucídides (I, 13), el primer combate naval conocido tuvo lugar entre los corintios y los habitantes de Córcyra doscientos sesenta años antes del año en que él escribía: si suponemos que escribió en el 405 a. C., después del final de la Guerra del Peloponeso, el referido combate habrá tenido lugar en el 665 a. C.
Por su comercio y por su industria, la colonia devino pujante al extremo de fundar, en el 617 a. C., la ciudad de Epidamno en la costa de Iliria.
Córcyra fue la causa de la Guerra del Peloponeso, en la que tomó parte muy activa; pero su pujanza se debilitó rápidamente en las guerras desastrosas que sobrevinieron a la muerte de Alejandro Magno, y la isla se sintió feliz al poder situarse, en el 220 a. C., bajo la protección de Roma.
Hay dos islotes, uno en el puerto actual, el otro en el pequeño golfo, en la costa norte de la isla, los cuales, vistos desde lejos, se parecen mucho a goletas con las velas desplegadas. Uno de esos islotes, sin duda, inspiró a Homero la idea de que el navío feacio que había llevado a Ulises a Ítaca, a su regreso, se transformó en roca por la cólera de Neptuno (Odisea, XIII, 159-164).
Tal palabra al oír, Poseidón, el que bate la tierra, para Esqueria partió, donde viven los bravos feacios, y esperó por allí; mas bien pronto llegaba la nave con su impulso brioso. Acercóse el que bate la tierra, convirtióla en peñasco y, tendiendo su mano, de un golpe enraizólo en el fondo del mar y volvióse de nuevo.
Sobre ella, en la Odisea (VI, 262-264), Homero nos indica:
Circundada verásla de una excelsa muralla; flanquéanla dos puertos hermosos, mas la entrada es angosta y en ella el camino bordean los panzudos bajeles varados en sendos refugios.
De acuerdo con estas indicaciones, digo yo, la antigua ciudad de los feacios se encuentra con facilidad en la costa este, en una península, llamada Paleópolis, al sur de la moderna ciudad de Corfú.
De los dos puertos mencionados por Homero, uno, actualmente llamado golfo de Castrades, separa la península del promontorio ocupado por la moderna ciudadela; el otro, llamado Peschiera, o lago de Calichiopoulos, es un pequeño golfo que separa la península de la costa por un canal estrecho que Homero describe perfectamente con esas palabras: «leptè eisíthme» (entrada estrecha). Ese último puerto es, sin duda alguna, el «Yllaikòs limén» (puerto Hyllaíco) del que Tucídides hace mención; y el golfo de Castrades, el «limén pròs tê agorâ» (puerto sobre la plaza pública) (Tucídides, III, 72).
Como, según este autor, la antigua acrópolis estaba cerca del puerto Hyllaíco, debía estar en el extremo de la península, al sur de la antigua ciudad. Allí se ven algunas ruinas de las viejas murallas, de gran espesor, que bien pueden haber pertenecido a la antigua ciudadela; luego, los restos de un pequeño templo dórico.
No se encuentran más vestigios del palacio de Alcínoo; pero pienso que estaba situado sobre una superficie elevada de la península en el extremo sur de la antigua ciudad, y en el mismo sitio donde actualmente se encuentra el palacio real, ya que Nausícaa dice a Ulises, hablando del palacio del rey, su padre: «Es fácil reconocerlo, y hasta un niño podría conducirte» (Odisea, VI, 300). La topografía no parece admitir que el palacio real haya estado en otro lugar.
En cualquier sitio donde se excave el suelo en el emplazamiento de la antigua ciudad, pueden encontrarse mármoles esculpidos y aquí y allá numerosas tumbas, con vasos funerarios, pero las excavaciones han sido emprendidas hasta el presente con medios tan precarios y tan pocas energías, que no han podido brindar resultados importantes. En los últimos años se ha encontrado allí una base de columna con la siguiente inscripción:
El alcalde me dice que en Corfú se la ha trascrito del siguiente modo: «Stála Xenáreos toû Méixíos eim’epitýmo».
El señor Egger, miembro del Instituto de Francia, en las Comunicaciones de las sesiones de la Academia de Inscripciones (diciembre de 1866, p. 393), brinda, de esta inscripción, la traducción siguiente: «Soy la estela (colocada) sobre la tumba de Xenarés (¿hijo?) de Mexis».
Compáresela con la Comunicación de la sesión de julio de 1867, p. 158.
Tucídides (III, 70, 75, 81) cita entre los edificios públicos de la ciudad los templos de Alcínoo, de los Dióscuros, de Baco, de Juno y de Júpiter. La ciudad debe haber sido magnífica, y creo que las excavaciones bien orientadas serían ampliamente recompensadas.
La tradición indica un gran arroyo llamado Fuente de Cresida, Kressída Brýsis, que se vierte desde el costado oeste en el lago Calichiopoulos, al igual que el río al borde del cual Nausícaa lavaba la ropa con sus sirvientas, y donde acogió a Ulises.
La hija del rey Alcínoo es uno de los más nobles caracteres que nos haya pintado Homero. La simplicidad de sus costumbres siempre ha tenido para mí un gran encanto, por eso, apenas desembarcado en Corfú, acudí a la Kressída Brýsis para visitar la plaza que ha sido el teatro de una de las más emocionantes escenas de la Odisea.
Mi guía me condujo hacia un molino construido sobre el pequeño río, a un kilómetro de su desembocadura, desde donde me vi obligado a seguir a pie. Pero ni bien hube hecho cien pasos, encontré obstáculos. A la derecha y a la izquierda del río, cavaron, por necesidad de irrigación, canales, que son demasiado anchos para ser atravesados mediante un salto. Además, por todos lados inundaron los campos. Pero esas dificultades no me produjeron más que un deseo de continuar. Me desvestí, quedándome sólo con la camisa, y dejé mis ropas al cuidado de mi guía. Marché siempre a lo largo del pequeño río, muchas veces con el pecho en el agua y en el barro de los canales y de los campos inundados. Por último, luego de una media hora de marcha forzada, y a aproximadamente unos cincuenta metros de la desembocadura, vi dos grandes piedras groseramente talladas que la tradición designa como el lavadero de los habitantes de la antigua ciudad de Córcyra, y como la desembocadura donde Nausícaa lavó la ropa con sus sirvientes y donde recogió a Ulises.
El sitio responde perfectamente a la descripción de Homero, porque Ulises arriba a tierra en la desembocadura del río (Odisea, V, 460-464). Nausícaa llega con sus sirvientas a los lavaderos, en el río (Odisea, VI, 85-87):
Alcanzaron al cabo la hermosa ribera, por donde se encontraban las fuentes perennes; manaba agua pura de su hondón sin cesar: lo más sucio aclarábase en ella.
Esos lavaderos debían necesariamente encontrarse casi al lado del mar, porque, después de haber lavado la ropa, Nausícaa y sus sirvientas las extendían sobre las rocas, a lo largo de la ribera del mar, para secarlas (Odisea, VI, 93-95):
Todo limpio quedó sin tardanza; tendiéronlo luego prenda a prenda en la playa, por ende, al cambiar la marea, más peladas dejaba las guías el mar.
Luego se bañaron, se perfumaron, comieron y más tarde jugaron a la pelota:
La princesa en su juego acababa de arrojar la pelota a una de sus sirvientas, que errando fue a dar en una garganta del río: las jóvenes gritaron con fuerza y Ulises a ello despertóse… (Odisea, VI, 115-117).
Es evidente entonces que el lugar donde Ulises se había acostado entre los arbustos, junto a la desembocadura del río, estaba muy cerca de los lavaderos y de la playa donde las mujeres jugaban a la pelota.
Sobre la identificación de este río con el río homérico no puede haber duda alguna, porque es el único río en los alrededores de la antigua ciudad. En efecto, en toda la isla sólo hay otro río, pero éste se encuentra aproximadamente a doce kilómetros de la antigua Córcyra, en tanto que la Kressída Brýsis no dista más que unos tres kilómetros.
Sin lugar a dudas, un camino transitable en la antigüedad conducía desde la vieja ciudad hasta los lavaderos; pero hoy los campos están cultivados y no queda vestigio alguno de aquel camino.
Recorrí Corfú en todas las direcciones y me sorprendió sobremanera el haber visto que no había ningún tipo de cerramiento ni de demarcación entre las propiedades. El conjunto se ofrece como un único vasto jardín de olivares, de cipreses y de viñas, y los accidentes del terreno son tan bruscos y tan abundantes que otorgan al paisaje, por todas partes, un encanto inexpresable.
Pero el cultivo de las letras está lejos de estar al nivel del cultivo de la tierra, y me atrevo a decir que apenas un hombre entre cincuenta sabe allí leer y escribir. La ignorancia del pueblo es la causa de la corrupción de su lengua, fuertemente mezclada con palabras italianas, españolas y turcas.