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Al día siguiente sus hermanos iban a comer a casa de sus padres en una especie de reunión familiar. Su hermana Rosa, casada desde hacía algunos años con su marido Carlos, aún no había contemplado la posibilidad de tener hijos. Y Sebastián, su hermano mayor, hacía también bastante tiempo que vivía con su novia Yurena en una casa que se habían comprado muy cerca de allí. Mientras esperaban a que llegaran, Teresa y Javier terminaban de poner la mesa. Su madre dejó que Pedro durmiera hasta que llegasen sus otros dos hijos. Javier preguntó a Teresa por sus hermanos.

—Pues los dos están más gorditos —fue lo primero que dijo.

La vida es de una ironía apabullante. Se podía ver en cualquier cosa que existiera en la faz de la tierra. La mantis religiosa mata al macho después de copular con él. El gobierno americano instruyó a los terroristas que luego atacaron el país. Los hombres mean fuera a pesar de contar con un conducto dirigible. Para Javier, esa ironía se manifestaba ahora después de sufrir años de burlas por parte de sus hermanos. Mientras Rosa y Sebastián se mofaban del sobrepeso de Javier llamándole, entre otras cosas, gordo Alberto, en referencia a los dibujos animados cuyo protagonista era un afroamericano metido en carnes, ahora era él el que estaba delgado y ellos los que habían cogido kilos de más. Javier no tenía relación con sus hermanos. No sabía nada de sus vidas y ellos no tenían ni idea de lo que hacía o dejaba de hacer. Nunca se llevó bien con ellos. Ambos hacían piña en contra suya, dando crédito a los rumores que corrían por el pueblo y metiéndose con él. Su hermana mayor era la que más le insultaba. Siempre tenía una palabra horrible para él. Y Sebastián le pegaba aprovechando su superioridad física. Curiosamente, a ellos dos era a los únicos a los que Javier hacía frente. Si su hermana le insultaba llamándole maricón, él le respondía llamándola puta. Si su hermano le pegaba, Javier cogía lo primero que veía y lo lanzaba contra él. Sebastián y Javier habían protagonizado unas batallas campales muy violentas. Javier recordaba cómo se hacían daño y el odio que envolvía sus trifulcas. Además, se peleaban por tonterías. Una vez, Sebastián estaba ocupando todo el sofá. Javier quería ver también la televisión, y se llevó su vaso de coca-cola y su bocadillo donde estaba su hermano. Esperó a que Sebastián se apartara un poco para poder sentarse, pero no movió ni un músculo.

—Déjame sitio —dijo Javier.

—¡Lárgate! Y deja de comer, foca —dijo Sebastián alzando la voz.

Lo más coherente hubiera sido largarse y terminar con el conflicto. Pero Javier estaba harto de ceder ante sus compañeros y ante sus padres. No podía dejarse humillar más.

—¡Quita! —dijo apartando con el codo los pies de Sebastián.

Su hermano le dio una patada en el estómago. Javier tuvo que hacer acopio de toda su resistencia para no dejar caer nada al suelo. Mientras recuperaba el aliento, la ira se fue apoderando de su cuerpo. Cuando un sentimiento tan poderoso te atrapa, es muy difícil controlarlo. Y Javier no era una excepción, y más cuando aquello era su pan de cada día. Un chispazo atravesó su mente, como un rayo que le cortocircuitó la razón. Levantó su vaso de coca-cola, acompañando el gesto con un grito, y lo estrelló contra la cabeza de Sebastián, rompiéndolo en mil pedazos y derramando el líquido sobre su pelo. Su hermano, al parecer inmune al golpe, le propinó un puñetazo en la cara con tanta fuerza que su hermano cayó al suelo de espaldas. El bocadillo salió disparado. Teresa, que estaba fregando el suelo de la cocina, cuando oyó el sonido de los cristales fue hasta el salón, pensando que sus hijos habían roto algo. Lo que no se imaginaba era ver a Sebastián, con la cara ensangrentada, dándole patadas a su hermano pequeño, tirado en el suelo con el ojo contusionado.

—¡Por Dios! —gritó alterada.

Como su hijo no dejaba de darle puntapiés a Javier, agarró la fregona por un extremo y empezó a darle a Sebastián con él. Cuando Javier se vio libre de la paliza, fue a contraatacar, así que Teresa no tuvo más remedio que cambiar el objetivo de sus golpes.

—¡Basta! ¡Ya está bien! —gritó Teresa.

Sus hijos le hicieron caso y se quedaron quietos mirándose con rabia a los ojos mientras respiraban pesadamente, moviendo los hombros al compás de cada inhalación.

—¡Me vais a matar a disgustos! —dijo su madre.

Mientras terminaba de colocar los cubiertos, Javier pensaba en cómo era posible que los dos hubieran sobrevivido a aquellas reyertas tan sangrientas. Pero lo que más le dolía era que sus hermanos le odiaran tanto y se reprochaba que él actuara de igual manera. Debido a su brutal relación, cuando Javier se fue a Madrid cortó el poco contacto que tenían. Al igual que con su padre, tampoco había hablado con ellos en diez años. Había conocido mucha gente en Madrid, personas que no sabían nada de su pasado y a las que les daba igual su orientación sexual. Muchas de ellas tenían hermanos y se llevaban a las mil maravillas con ellos. Javier les envidiaba. Se preguntaba si el hecho de no juzgar a nadie tendría algo que ver con la facilidad con la que aquellos hermanos se comunicaban y entendían. Si Rosa y Sebastián hubieran crecido en una familia más abierta, ¿hubieran tenido una mejor relación? Javier sospechaba que sí, pero lo que más miedo le causaba, algo en lo que nunca había pensado hasta aquel momento en el que terminaba de colocar los últimos cubiertos en la mesa, era si él había juzgado a sus hermanos de la misma manera. Al fin y al cabo, Javier también era parte de la misma familia y había nacido en el mismo ambiente que sus dos hermanos. Se quedó un buen rato mirando los cuadraditos del mantel, recordando su infancia, y halló la respuesta. Su defensa, y ataque en varias ocasiones, era el fracaso escolar de sus hermanos, que Javier llevaba al extremo haciéndoles creer que eran unos idiotas. Nunca se había parado a reflexionar sobre aquello y ahora se daba cuenta de por qué Rosa y Sebastián se unían en su contra. Javier miró a su madre con la misma intensidad de alguien que ha visto a la Virgen María. Que hubiera tenido que regresar a casa de sus padres para darse cuenta de un hecho tan simple le hizo plantearse quién era el más idiota de los tres. Lo peor es que el daño ya estaba hecho y la herida, aunque abierta en lo más profundo, estaba tan endurecida por el paso del tiempo que era casi imposible penetrarla.

—¿Pasa algo? —dijo Teresa al ver a su hijo con la boca abierta.

—¿Qué?… No, nada. Estaba pensando —dijo Javier.

—¿En qué? Parece que has visto un fantasma.

Javier tuvo ganas de confirmar las sospechas de su madre y decirle que, efectivamente, había visto un fantasma. Un fantasma que le recordaba su comportamiento del pasado y que planeaba por su mente como una oscura neblina que no le dejaba ver nada más.

—Asuntos de trabajo. Luego llamaré… —dijo Javier quitándole importancia.

Sonó el timbre de la puerta de la calle. Teresa contestó y luego abrió. Se giró hacia Javier.

—Es tu hermano. Ten fundamento —le dijo muy seria.

Su madre siempre le decía que tuviera fundamento cuando quería decir que se comportara correctamente. Javier constató una vez más la predilección que sentía su madre hacia Sebastián, pero pensó que tal vez le hubiera dicho lo mismo a su hermano. En cualquier caso, Javier esperaba que ambos hubieran madurado lo suficiente como para actuar con cordialidad. Sebastián entró en la cocina y le dio un beso a su madre. Luego miró a Javier y se quedó unos segundos observándole. Parecía como si no le reconociera. Era lógico. No se veían desde su adolescencia y ya estaban los dos muy cerca de la treintena. Javier supo ver en aquella mirada que Sebastián le consideraba un auténtico desconocido.

—Hola —dijo Sebastián.

—Hola —respondió Javier.

Una incómoda tensión se adueñó de la cocina. Como si Teresa acabara de decirle a Sebastián que tenía un hermano secreto. Ninguno de los dos supo reaccionar. Antes de que su madre pudiera pensar en algo para aliviar la situación, la novia de Sebastián entró.

—Hola Teresa, ¿cómo está? —dijo la mujer con una sonrisa.

—Como siempre, hija, como siempre —respondió Teresa con fingida afectación.

—Yurena, él es mi hermano Javier. Javier, mi novia Yurena —les presentó Sebastián.

Javier se acercó y le dio un beso a su cuñada.

—Encantada. Me han dicho que trabajas en televisión. ¿Algún cotilleo que debamos conocer?

—Muchos. Después te doy un buen repaso si quieres.

—De acuerdo —dijo Yurena entusiasmada.

El timbre de la puerta sonó de nuevo. Sebastián, que estaba más cerca del telefonillo, descolgó y abrió sin preguntar. Teresa le regañó. No le gustaba que hiciera eso. A saber quién podía estar en la puerta esperando para entrar libremente en la casa. Rosa entró en la cocina seguida de su marido. Miró a su hermano recién llegado con desdén y saludó a Yurena y a Sebastián. Luego le dio un beso a su madre.

—¿No vas a decirle nada a tu hermano? —dijo Teresa.

—No —respondió Rosa.

Tal vez su madre se había preocupado del fundamento de la persona equivocada.