Diálogo cuarto

Interlocutores: Severino, Minutolo[1]

SEVERINO.-Oiréis ahora los discursos de los nueve ciegos, los cuales aducirán nueve principios y causas particulares de su ceguera, aun cuando todos convengan en una causa general de su común furor.

MINUTOLO.-Comenzad por el primero.

SEVERINO.-El primero de ellos, aun siendo ciego de nacimiento, no por ello deja de proferir un lamento de amor, diciendo a los otros que no puede convencerse de que la naturaleza se haya mostrado con ellos más descortés que con él, por cuanto, a pesar de que ahora no ven, han sabido, sin embargo, qué es el ver, y han experimentado la dignidad del sentido y la excelencia de lo sensible, habiéndose por ello convertido en ciegos, mientras que él ha venido al mundo cual un topo: a ser visto sin ver, a desear aquello que jamás viera.

MINUTOLO.-Muchos se han conocido enamorados por la sola fama.

SEVERINO.-Los otros —dice él— tienen al menos esa felicidad de retener la divina imagen presente en la mente, de suerte que —aunque ciegos— tienen en su fantasía aquello que él no puede tener. Después, en la sextina, dirígese a su guía, rogándole que le encamine hacia algún precipicio, a fin de no ser por más tiempo horrendo espectáculo de la cólera de la naturaleza. Dice así:

Habla el primer ciego

Felices aquellos que vierais un día,

Dolientes ahora por la luz perdida;

Compañeros que las dos luces conocierais,

Ni apagadas ni encendidas las mías jamás fueron.

Más grave mal de cuanto creéis

Es el mío, y digno del mayor lamento,

Pues que haya sido torva la natura

Más con vosotros que conmigo, nada me asegura.

Al precipicio, oh guía,

Condúceme, si quieres contentarme,

Para que halle remedio a mi tormento,

Pues a ser visto, que no a ver la luz,

Cual topo llegué al mundo

Para ser inútil fardo de la tierra.

Le sigue a continuación otro que, mordido por la serpiente de los celos, hállase infecto en su órgano visual. Camina sin guía, a menos que los celos le hagan de escolta. Ruega a alguno de entre los circunstantes que —pues no hay remedio para su mal— haga por piedad que no tenga por más tiempo sentido de su desgracia, sepultándola con él, ocultándose la así a él mismo, como oculta está para él su luz. Habla de esta manera:

Habla el segundo ciego

De la espantosa cabellera arrancó Alecto

La sierpe infernal que con mordisco fiero,

Háme tan cruelmente infecto los espíritus,

Que presto pereciera el principal sentido,

Privando de su guía al intelecto.

En vano pide socorro ajeno el alma,

Si por cualquier camino tropezar me hace

El rabioso encono de los celos.

Si no hay mágico encanto

Ni sagrada planta, ni virtud de piedra,

Ni socorro divino que alivio me conceda,

Sea, por Dios, alguno tan piadoso

Que a mí mismo me oculte

Sepultando conmigo mi mal sin demora.

Otro le sucede que dice haberse quedado ciego por haber emergido repentinamente desde las tinieblas a la vista de una gran luz: estando habituado a contemplar ordinarias bellezas, presentósele de pronto ante los ojos una belleza celeste, un sol divino, por lo cual vino a nublársele la vista y a extinguírsele la gémina luz que en la proa del alma resplandece (pues son los ojos como dos fanales que guían el navío), de manera semejante a como suele acaecer a cualquiera que, crecido en las oscuridades cimerias, fija de pronto los ojos en el sol. Implora en la sextina que le sea concedido libre tránsito al infierno, pues no otra cosa que tinieblas convienen a un individuo tenebroso. Dice, pues, como sigue:

Habla el laca ciego

Si el gran astro de pronto apareciera

A un hombre crecido en profundas tinieblas,

O bajo el cielo del pueblo de Cimeria,

Donde lejanos rayos tan sólo el sol difunde,

Extinguiérale la gémina luz resplandeciente

En proa del alma, y cual enemigo se ocultara.

Así fueron nubladas mis luces, avezadas

En contemplar bellezas ordinarias.

Hacia el orco guiadme,

¿Por qué vago, muerto, entre las gentes?

¿Por qué, tueco infernal, entre vosotros, vivos,

Me mezclo? ¿Por qué el aire odioso.

Aspiro, a tantas penas sometido 1

Por haber visto el soberano bien?

Se adelanta a su vez el cuarto ciego, que no lo es por la misma causa que el anterior, mas por causa semejante, por la cual muéstrase como primero y principal: como aquél por la repentina vista de la luz, así éste por el acostumbrado y frecuente contemplar, o acaso por haber fijado los ojos por demasiado tiempo, ha dejado de ser sensible a toda otra luz y, por tanto, no puede considerarse ciego con respecto a aquella única que le ha cegado. Y dice que ha sido de su sentido de la vista algo semejante a lo que es a veces del oído: aquellos que han hecho sus oídos a grandes ruidos y estrépitos no oyen los rumores más débiles, como es fama que sucediera a las gentes de las Catadupas, que se encuentran allá donde el Nilo desciende precipitándose desde una encumbradísima montaña hasta la llanura.

MINUTOLO.-Así, todos aquellos en quienes cuerpo y alma han sido avezado s a grandes y difíciles cosas, no suelen preocuparse de las pequeñas dificultades. Y éste no debe, pues, hallarse descontento de su ceguera.

SEVERINO.-No, por cierto. Llámase a sí mismo, por el contrario, voluntario ciego que se complace en que toda otra cosa le sea encubierta, pues no haría sino importunarle, distrayéndole de aquello que únicamente quiere contemplar. Y, a todo esto, ruega a los viandantes que se dignen tener cuidado de precaverlo de cualquier desventurado hallazgo mientras camina, atento y embelesado, hacia ese principal objeto.

MINUTOLO.-Referid sus palabras.

SEVERINO.-Habla el cuarto ciego

Impetuoso desde la cima a la hondonada

Todo otro ruido apagó el Nilo

Entre el sombrío pueblo de las Catadupas.

Así yo, atento el espíritu entero

A la más viva luz que haya en el mundo,

A un resplandor menor soy ya insensible:

Toda otra cosa, cuando le alumbra ella,

Oculta está para el ciego voluntario.

Yo os ruego que del daño

De cualquier piedra o de agreste fiera

Me advirtáis: decidme si subir o si bajar,

De suerte que estos míseros huesos no caigan

En profundo y hueco foso,

Mientras falto de guía avanzo el paso.

Al ciego que le sigue, por el mucho lagrimar de tal modo se le han nublado los ojos que su rayo visual no puede ya extenderse para advertir las especies visibles, y principalmente para contemplar de nuevo la luz que —a su pesar y para dolor suyo— un día viera. Considera él, además, que su ceguera es habitual, más que una disposición pasajera; y del todo privativa, pues el fuego luminoso que el alma prende en la pupila, por demasiado tiempo y con gran fuerza ha sido reprimido y oprimido por el contrario humor, de suerte que, aun cuando cesara en su lagrimeo, no se persuade de que con ello consiguiera el anhelado ver. Oiréis ahora cuanto manifiesta a la concurrencia, a fin de que le permitan continuar:

Habla el quinto ciego

Ojos míos, de aguas más preñados cada vez,

¿Cuándo de vuestro rayo visual

Despuntará la chispa sobre tantas

y tan densas murallas, y ocurra de manera

Que esas santas luces de nuevo pueda ver,

Las que principio fueron de mi dulce mal?

Mas creo, ay de mí, que del todo esté apagada,

Tanto tiempo de su contrario vencida y subyugada.

Dejad pasar al ciego

y volved vuestros ojos a esas fuentes

Que a todas las otras reunidas vencen.

Y si hay quien disputar conmigo osara,

Tornáralo yo cierto

De que un océano abarca cada uno de mis ojos.

El sexto ciego no puede ver porque a fuerza de llorar ha vertido tantas lágrimas que se ha secado en él todo humor, y hasta el cristal a través del cual, como por diáfano medio, transmitíase el rayo visual e introducíanse la luz exterior y las especies visibles, de suerte que de tal modo resultó afectado el corazón que toda la húmeda sustancia —cuyo oficio es mantener unidas las diversas, vanas y contrarias partes— fue consumida; le ha quedado la amorosa afección sin el efecto de las lágrimas, pues el órgano ha sido destruido por la victoria de los otros elementos y, por ende, ha perdido a un tiempo la vista y la cohesión de las partes de su cuerpo. Laméntase después ante los circunstantes del modo que escucharéis:

Habla el sexto ciego

Ojos que no sois ojos, fuentes que no lo sois[2]:

Todo el humor habéis ya disipado

Que cuerpo, espíritu y alma unidos mantuviera.

Y tú. visual cristal que, desde fuera.

Tantos objetos al alma presentabas:

Te ha consumido el corazón llagado;

Así hacia el antro sombrío e infernal

Mis pasos encamino, árido ciego.

Ah. no sed conmigo avaros,

Dejadme compasivos caminar con presteza,

A mí. que tantos ríos en días tenebrosos

Vertí. contentándome sólo con mi llanto.

Ahora que todo humor en mí se seca,

Hacia el profundo olvido abridme paso.

Comparece el siguiente, que ha perdido la vista en la intensa hoguera que, procediendo del corazón, ha alcanzado primero a consumir los ojos y a lamer con sus llamas después todo el humor que en el cuerpo del amante restaba; de esta suerte, totalmente incinerado e inflamado, no es ya él mismo, pues ha sido convertido por el fuego —cuya virtud es disolver los cuerpos todos en sus átomos— en polvo disperso y ya no recomponible, pues únicamente el agua posee la virtud de reunir y conjuntar los átomos de otros cuerpos para hacer de ellos un compuesto estable[3]. Y, con todo, no se halla falto del sentido de las intensísimas llamas. Por eso quiere, en la sextina, que se le conceda holgado pasaje, pues si cualquiera llegara a ser rozado por sus llamas, volviérase tal que insensible sería a los ardores del fuego del infierno, los cuales no distinguiría ya de la fría nieve. Dice así:

Habla el séptimo ciego

La belleza que por la vista entrara al corazón

Formó en el pecho mío la alta hoguera

Que el visual humor primero absorbiera

Alzando hacia el cielo su llama tenaz;

Y devorando luego todo líquido en mí,

Para calmar el elemento seco,

Trocárame en polvo disgregado

Quien todo en sus átomos disuelve.

Si de un mal infinito

Horror sentís, abridme sitio, oh gentes,

Guardáos de mi fuego hirviente,

Que si llegara a asaltaras su contagio,

Creyerais que invierno fuera

Hallarse en el fuego del infierno.

Sucédele el octavo, cuya ceguera ha sido causada por la flecha que Amor le hiciera penetrar por los ojos hasta el corazón. Lamentáse por ello no solamente como ciego, sino además como herido, y tan intensamente inflamado que no estima que otro pudiera aventajarle. Su sentimiento aparece claramente expresado en estos versos:

Habla el octavo ciego

Pérfido asalto, ruin combate, inicua palma,

Aguda punta, cebo voraz, nervio potente,

Áspera herida, ardor impío, fardo cruel,

Dardo, fuego, nudo de ese dios perverso

Que punzara mis ojos, me abrasara el corazón y mi [alma anudara,

y me hiciera a un tiempo ciego, amante y prisionero;

Tal que, ciego, mi llama, incendio y nudo,

En todo tiempo, lugar y modo siento.

Hombres, héroes y dioses

Que en tierra estáis, con Júpiter o Dite,

Decidme, os ruego, cómo, cuándo y dónde

Sentisteis, visteis o escuchasteis nunca,

Tantas, iguales o semejantes quejas

Entre oprimidos, amantes, condenados.

Llega por fin el último, el cual es además mudo, pues no pudiendo —falto de audacia— decir aquello que más le importaría expresar sin provocar ira u ofensa, se ha privado de hablar acerca de cualquier otra cosa. De ahí que no hable él, sino que sea su guía quien pronuncie su discurso, acerca del cual —pues es simple— no discurriré. Refiero únicamente la sentencia:

Habla el guía del noveno ciego

Felices vosotros, los ciegos amantes

Que la causa narráis de vuestro mal;

Podéis ser, merced a vuestros llantos,

Agraciados con castas y amables acogidas.

De aquel que yo guío y que entre todos

En mayor grado sufre, la llama se esconde,

Mudo acaso por falta de osadía

Para declarar a su diosa su tormento.

Abrid, abrid libre camino,

Sed benignos con este vacuo rostro,

Oh gentes, de tristes estorbos atestadas,

En tanto este cuerpo, cansado y trabajado,

Va llamando a las puertas

De menos penosa y más profunda muerte.

He aquí significadas nueve razones por las cuales sucede que la humana mente sea ciega ante el divino objeto, de suerte que no puede fijar en él sus ojos. De todas estas razones,

— La primera, alegorizada por el primer ciego, es la naturaleza de nuestra propia especie, que —como corresponde al grado en que se halla— aspira sin duda más alto de cuanto puede comprender.

MINUTOLO.-Pues que ningún deseo natural es vano, podemos estar ciertos de que fuera de este cuerpo un estado hay más excelente y que mejor conviene al alma, y en el cual le será posible unirse o acercarse a la altura de su objeto.

SEVERINO.-Bien dices que ninguna potencia o natural instinto se da sin gran razón; más aún, por la misma regla de la naturaleza, que todas las cosas ordena. Es, pues, verdad muy cierta para todo ingenio bien dispuesto que el alma humana —tal como se muestra en tanto que habita en el cuerpo—, por cuanto manifiesta en este estado, da a entender su calidad de extranjera en esta región, pues aspira a la verdad y al bien universal, y no se contenta de cuanto es propio de su especie y sirve a su provecho.

— La segunda, figurada por el segundo ciego, procede de alguna perturbación en el afecto, tal como lo es, en amor, la celosía, la cual es semejante a la carcoma, que tiene en un mismo sujeto enemigo y padre: es decir, que roe el paño o la madera por los que ha sido engendrado.

MINUTOLO.-No me parece que esto tenga lugar en el amor heroico.

SEVERINO.-Ciertamente no a causa de la misma razón por la cual se advierte en el amor vulgar, sino que lo entiendo yo según otra razón, proporcional a ésta y que se manifiesta en aquellos que aman la verdad y bondad, mostrándose cuando se irritan contra quienes pretenden adulterarla, estorbarla, corromperla o indignamente tratarla de cualquier otro modo. Y, así, se han conocido quienes han sido reducidos hasta la muerte, o sometidos a grandes penalidades e ignominiosamente tratados por gentes ignorantes y sectas vulgares.

MINUTOLO.-Nada más cierto, pues ninguno ama verdaderamente la verdad y el bien que no se irrite contra la multitud, como ninguno vulgarmente ama que no sienta temor y celos con respecto al ser amado.

SEVERINO.-Y con esto resulta verdaderamente ciego para muchas cosas y, según la opinión común, completamente necio y demente.

MINUTOLO.-He advertido un pasaje[4] en el que se dice que necios y dementes son todos aquellos cuyo sentido resulta extravagante y desviado del universal sentido común a todos los hombres. Mas tal extravagancia puede darse de dos maneras, según que se salga de lo común ascendiendo más alto de cuanto se alzan o pueden alzarse todos o la mayor parte —y éstos son los inspirados por divino furor— o bien descendiendo más abajo, hacia donde se hallan quienes están faltos de sentido y razón en mayor medida que la multitud y la medianía; y en tal género de demencia, insensatez y ceguera no se hallará heroico celoso.

SEVERINO.-Aun cuando le sea dicho que las muchas letras le vuelven loco, es injuria que en verdad no se le puede imputar.

— La tercera, figurada por el tercer ciego, procede de que la divina verdad, al mostrarse a esos pocos a los que se muestra según sobrenatural manera denominada metafísica, no lo hace sujetándose a medidas de movimiento y tiempo, como sucede en las ciencia físicas (es decir, aquellas que se adquieren por luces naturales, las cuales avanzan desde una cosa conocida según el sentido o la razón y van accediendo al conocimiento de otra ignorada: vía discursiva que es denominada argumentación), sino inmediata y repentinamente, según el modo que a tal eficiente conviene. De ahí que manifestara un divino varón: «Attenuati sunt occuli mei suspicientes in excelsum». De suerte que no es menester vano transcurrir de tiempo, fatiga de estudio o indagación para obtenerla, sino que tan prestamente se ingiere como, proporcionalmente, hácese presente la luz solar a quien hacia ella se vuelve y abiertamente se le ofrece[5].

MINUTOLO.-¿Queréis, pues, que los estudiosos y filósofos no sean más aptos para recibir esta luz que toda una caterva de ignorantes?

SEVERINO.-En cierto modo no, y en cierto modo sí. No hay diferencia cuando la divina mente, por su providencia, se comunica sin especial disposición del sujeto: quiero decir cuando se comunica porque ella busca y elige sujeto; mas hay gran diferencia cuando espera y quiere ser perseguida y luego —a su libre albedrío— dejarse hallar. De este modo no aparece a todos, ni puede aparecer a otros que a quienes la persiguen. De ahí que se haya dicho: «Qui quaerunt me invenient me». Y en otro lugar: «Qui sitit veniat et bibat»[6].

MINUTOLO.-No puede negarse que la aprehensión según este segundo modo tiene lugar en el tiempo…

SEVERINO.-Vos no distinguís entre la disposición hacia la divina luz y su aprehensión. Ciertamente, no negaré que en el disponerse empléanse tiempo, razonamientos, celo y fatiga; mas así como decíamos que la alteración tiene lugar en el tiempo y la generación en el instante, y así como vemos que es menester tiempo para abrir las ventanas mientras que en un momento entra el sol, así sucede proporcionalmente en este asunto.

— La cuarta, significada por el siguiente, no es ciertamente indigna ceguera, como la que proviene del hábito de creer en falsas opiniones del vulgo —que se halla muy distante de las opiniones de los filósofos— o bien deriva del estudio de vulgares filosofías, tanto más estimadas dignas de crédito por la multitud cuanto más se conforman al común sentido. Y este hábito es uno de los mayores y más principales inconvenientes que hallarse puedan; como probaran con ejemplos Al-Gazali y Averroes, algo semejante ocurre a quienes, acostumbrados en su niñez y juventud a nutrirse de veneno, han llegado a considerarlo suave y conveniente alimento, abominando en cambio de las cosas realmente buenas y dulces para una normal naturaleza. Muy por el contrario, dignísima es esta cuarta ceguera, pues se fundamenta en el hábito de contemplar la verdadera luz (hábito que no podría caer en uso de la multitud, como se ha dicho). Esta es una ceguera heroica, y es tal que dignamente podría contentarse el presente furioso ciego, el cual, lejos de buscar remedio a su ceguera, viene manifiestamente a despreciar cualquier otro modo de ver, y no querría obtener de la comunidad otra cosa que libre paso y progreso en la contemplación, pues que de ordinario suele padecer insidias y enfrentarse a mortales trabas.

— La quinta, significada por el quinto, procede de la falta de adecuación de los medios de nuestra cognición a lo cognoscible, habida cuenta que para contemplar las cosas divinas es menester abrir los ojos por medio de figuras, similitudes y otras equivalencias que los peripatéticos compendiaron bajo el nombre de fantasmas; o bien proceder por mediación del ser a la especulación sobre la esencia, por vía de los efectos al conocimiento de la causa. Tan poco idóneos resultan estos medios para la consecución de un fin tal, que más bien sería de creer que son impedimentos, si consentimos en admitir que el más elevado y profundo conocimiento de las cosas divinas viene dado por negación y no por afirmación, pues es sabido que la divina belleza y bondad no es aquello que puede caer y cae bajo nuestro concepto, sino aquello que se halla infinitamente más allá de toda comprensión, y máximamente en ese estado que llamara el filósofo especulación de fantasmas, y el teólogo visión por similitud reflejada y enigma: porque no vemos verdaderamente los efectos y las formas ciertas de las cosas ni la sustancia de las ideas, sino sus sombras, vestigios y simulacros, como aquellos que están dentro de la caverna y tienen desde su nacimiento vuelto el dorso a la entrada de la luz y el rostro hacia el fondo, de suerte que no ven lo que realmente es, sino la sombra de aquello que fuera de la caverna sustancialmente se encuentra.

Por todo lo cual, un espíritu comparable al de Platón —si no mejor— llora la clara visión que ha perdido y que conoce haber perdido, deseando la salida de la caverna a fin de volver a ver su luz, no ya por reflexión, sino por inmediata conversión[7].

MINUTOLO.-Paréceme que no representa este ciego la dificultad que de la vista reflejada procede, sino aquella que tiene como causa la mediación entre la potencia visual y el objeto.

SEVERINO.-Estos dos modos, aun siendo distintos en el conocimiento sensible o visión ocular, vienen sin embargo a confundirse en uno en el conocimiento racional o intelectivo.

MINUTOLO.-Creo haber escuchado y leído que toda visión requiere un medio o intermediario entre la potencia y el objeto, pues, así como por mediación de la luz difundida en el aire y la imagen de la cosa —que en cierto modo procede de lo que es visto al que ve— viene a tener efecto el acto de la visión, así en la región intelectual, donde resplandece el sol del intelecto agente, por mediación de la especie inteligible —formada por el objeto y por así decirlo procedente de él— viene a aprehender algo de la divinidad nuestro intelecto o cualquier otro inferior a ella. Porque, del mismo modo que nuestro ojo —cuando vemos— no recibe la luz del fuego o del oro en sustancia, sino en similitud, así mismo el intelecto, en cualquier estado en que se halle, tampoco recibe sustancialmente la divinidad —pues habría entonces sustancialmente tantos dioses cuantas son las inteligencias—, sino en similitud; de suerte que no son esas inteligencias formalmente dioses, aunque se denominen divinas, permaneciendo la divinidad y la divina belleza una y por encima de todas las cosas exaltada.

SEVERINO.-Decís bien, mas no quiere ello decir que deba yo retractarme, pues yo no he dicho lo contrario, si bien es menester que lo ilustre y me explique. Por ello declaro primeramente que la visión inmediata —por nosotros ya tratada y entendida— no excluye esas suertes de mediaciones que son la especie inteligible y la luz, sino aquella que corresponde al espesor y densidad de lo diáfano, o a la opacidad de un cuerpo interpuesto, como sucede a aquel que mira a través de aguas más o menos turbias, de aire brumoso o nuboso: éste estimaría ver sin medio alguno si le fuera dado mirar a través de aire puro, luminoso y límpido. Todo esto hallaréis explicado allí donde se dice: «Despuntará sobre tantas y tan densas murallas». Mas volvamos al discurso que principalmente nos ocupa.

— La sexta, significada por el siguiente, no la causa otra cosa que la debilidad e inconsistencia del cuerpo, el cual se halla sin cesar en movimiento, mutación y alteración: es menester que sus operaciones se conformen a las condiciones de sus facultades, las cuales corresponden a la condición de su naturaleza y ser. ¿Cómo queréis vos que la inmovilidad, la persistencia, la entidad, la verdad, sean comprendidas por lo que continuamente cambia, actúa siempre diversamente y es siempre diversamente hecho? ¿Qué verdad, qué imagen fiel puede hallarse pintada e impresa allí donde las pupilas de los ojos se dispersan en aguas, las aguas en vapor, el vapor en llama, la llama en aire y así sucesivamente, discurriendo sin fin el sujeto del sentido y el cocimiento por la infinita rueda de la metamorfosis?

MINUTOLO.-El movimiento es alteridad; aquello que se mueve es siempre diverso y, como tal, siempre se comporta y obra diversamente, pues confórmanse el intelecto y el afecto a la razón y condición del sujeto. Y aquello que es siempre diverso y diversamente siempre mira, no puede ser sino absolutamente ciego con respecto a esa belleza que es siempre única y una, que es la misma unidad, la entidad, la identidad.

SEVERINO.-Así es.

— La séptima —alegóricamente contenida en el lamento del séptimo ciego— deriva del fuego de la afección, por el cual se han vuelto algunos impotentes e ineptos para la aprehensión de la verdad, al hacer que el afecto preceda en ellos al intelecto. Son tales aquellos en quienes aventaja el amar al comprender, de lo cual resulta que todas las cosas se les aparezcan según el color de su afección, siendo así que quien desea aprehender la verdad por vía de contemplación debe hallarse en extremo purificado en su pensamiento.

MINUTOLO.-Bien se ve, en verdad, cuan grande es la diversidad de los que contemplan y los que buscan, pues proceden los unos (siguiendo los hábitos de sus primeras y fundamentales disciplinas) por la vía de los números, otros por vía de figuras, otros por órdenes y desórdenes, otros por vía de descomposición y división, otros por separación y aglomeración, otros por la indagación y la duda, otros por discurso y definición, por interpretaciones y desciframientos de términos, vocablos y dialectos otros, de tal suerte que son los unos filósofos matemáticos, metafísicos los otros, o lógicos, o gramáticas. Adviértese también diversidad entre aquellos que se dan —movidos por diversas afecciones— a la contemplación a través del estudio, aplicando su intención a cuanto se ha escrito, de tal modo que se alcanza a concluir que la misma luz de verdad expresada en un mismo libro con las mismas palabras viene a servir a los designios de las más variadas y contrarias sectas.

SEVERINO.-Por ello hay que decir que los afectos son sobradamente capaces para impedir la aprehensión de la verdad, aun cuando aquellos que los sufren no puedan apercibirse; lo mismo ocurre a un necio enfermo que no atribuye el amargor a su paladar, sino que estima amargo el alimento.

Así pues, tal género de ceguera es representado por ese ciego cuyos ojos se hallan alterados y privados de su natural facultad por aquello que ha sido enviado desde el corazón y en ellos impreso, capaz no sólo de alterar el sentido, sino también todas las otras facultades del alma, como demuestra la presente alegoría.

— Al significado por el octavo, así le ha cegado el intelecto la excelencia del objeto inteligible como, en aquel que le representa en la alegoría, la desmesura de la colisión sensible ha hecho que perdiera el sentido. Y, así como sucede que quien ve a Júpiter en toda su majestad pierde la vista y, en consecuencia, el sentido, así también sucede que quien alto mira puede llegar a ser subyugado por la majestad. Además, cuando alcanza a penetrar la especie divina, ésta le atraviesa como una flecha; de ahí que digan los teólogos que el verbo divino es más penetrante que cualquier punta de espada o de cuchillo[8]. De ello deriva la formación e impresión de su vestigio, sobre el cual nada hay que pueda ya ser impreso o sellado, pues, estando una marca ya imprimida y' no pudiendo estamparse la extranjera y nueva sin que se borre la primera, puede con razón decir que no tiene ya facultad para recibir otra, habiendo sido ya marcado por impronta tan desproporcionada a sus potencias.

— La novena causa está representada por el noveno, el cual es ciego por desconfianza de sí o pobreza de espíritu, administradas y motivadas por un gran amor, pues teme con la osadía ofender. De ahí que diga el «Cantar»: «Averte oculos tuos a me, quia ipsi me avolare fecere»[9]. Y así, reprime a sus ojos de ver aquello que mayormente desearía y gozaría de ver, como refrena su lengua para no hablar con quien mayormente anhelaría hablar, temiendo envilecerse por algún defecto en la mirada o la palabra, o caer en desgracia de cualquier otro modo. Y esto suele proceder de la aprehensión de la excelencia del objeto por encima de la potencia de sus facultades, de suerte que dicen los más profundos y divinos teólogos que más se honra y ama a Dios mediante el silencio que a través de la palabra, y que más se ve con el cerrar los ojos a las especies representadas que con abrirlos: he aquí por qué tan célebre es la teología negativa de Pitágoras y Dionisio, por encima de la demostrativa de Aristóteles y los escolásticos doctores.

MINUTOLO.-Vayamos platicando por el camino.

MINUTOLO.-Como gustéis.

Fin del Cuarto Diálogo