Diálogo cuarto
TANSILLO.-Describiremos la senda del amor heroico en tanto que tiende al propio objeto, que es el sumo bien, y del intelecto heroico que se afana por unirse al propio objeto, que es la primera verdad o verdad absoluta. Así, presenta en el primer poema el resumen de todo esto, expresando la intención que desarrollarán los cinco siguientes. Dice como sigue:
En los bosques, mastines y lebreles suelta
El joven Acteón, cuando el destino
Le guía por camino incauto y dubio
Tras las huellas de fieras montaraces.
He aquí que entre las aguas, el más bello talle y rostro
Que ojo mortal o divino pueda ver,
Púrpura, alabastro y oro fino,
Vio, y el gran cazador mudóse en caza.
El ciervo que hacia la espesura
Sus más ligeros pasos dirigía
Fue pronto por sus muchos y grandes canes devorado.
Así yo mis pensamientos lanzo
Sobre la presa sublime, y ellos, contra mí vueltos,
Muerte me dan con crueles dentelladas.
Acteón significa el intelecto aplicado a la caza de la, divina sabiduría, a la aprehensión de la belleza divina. «Suelta mastines y lebreles»: más rápidos éstos, más fuertes aquéllos. Porque la operación del intelecto precede a la operación de la voluntad, pero ésta es más vigorosa y eficaz que aquélla, puesto que para el intelecto humano más fácil es amar la voluntad y belleza divina que comprenderla; además de que el amores aquello que mueve e impulsa al intelecto a fin de que éste lo preceda cual una linterna. «En los bosques», lugares agrestes y solitarios, raramente visitados y recorridos, de tal manera que no son muchas las huellas de hombres allí impresas. El «joven», falto de experiencia y destreza, como aquel en quien es breve la vida e inestable el furor; «por el dubio camino» de la incierta y ambigua razón y afecto, designados por la letra de Pitágoras[1], en la cual muéstrase más espinoso, agreste y desierto el arduo sendero de la derecha, hacia el cual suelta el cazador sus mastines y lebreles «tras la huella de fieras montaraces», que son las especies inteligibles de los conceptos ideales: ocultas, perseguidas por todos, visitadas por muy pocos y que no se ofrecen a todos aquellos que las buscan. «He aquí que entre las aguas», es decir, en el espejo de las similitudes, en las obras en que resplandece la eficacia de la bondad y el, esplendor divinos —obras que vienen significadas por el motivo de las aguas superiores e inferiores que se hallan por encima y debajo del firmamento—, «vio el más bello talle y rostro» —es decir, potencia y operación externa «que pueda verse» por hábito y acto de contemplación y de aplicación de mente mortal o divina, de hombre odios alguno.
CICADA.-No creo que pretenda comparar la divina y la humana aprehensión' clasificándolas como pertenecientes a un mismo género en lo que respecta al modo de comprender, que es muy diferente, sino en cuanto al sujeto, que es el mismo.
TANSILLO.-Así es. «Púrpura, alabastro y oro» —dice—, pues aquello que en figura es carmesí, blanco y blondo en la corporal belleza, significa en la divinidad la: púrpura de la vigorosa potencia divina, el oro de la divina sabiduría, el alabastro de la belleza divina, en la contemplación de la cual los pitagóricos, caldeas, platónicos y otros tratan de elevarse de la mejor manera que pueden. «Vio el gran cazador»: comprendió en la medida en que ello es posible; y «mudóse en caza»: a depredar iba y convirtióse él mismo en presa, este cazador que lo es por la operación del intelecto que convierte en sí los objetos que aprehende.
CICADA.-Entiendo: porque forma las especies inteligibles a su modo y las adecua a su capacidad, pues son recibidas según el modo de quien las recibe[2].
TANSILLO.-Y en presa se convierte por la operación de la voluntad, por cuyo acto él se convierte en objeto.
CICADA.-Entiendo: porque el amor transforma y convierte en la cosa amada.
TANSILLO.-Bien sabes que el intelecto aprehende las cosas inteligibles, id est según su modo. Y la voluntad persigue las cosas naturalmente, es decir, según la razón por la cual son en sí. Así Acteón, con esos pensamientos, esos canes que buscaban fuera de sí el bien, la sabiduría, la belleza, la montaraz fiera, por este medio llegó a su presencia; fuera de sí por tanta belleza arrebatado, convirtióse en presa, vióse convertido en aquello que buscaba y advirtió cómo él mismo se trocaba en la anhelada presa de sus canes, de sus pensamientos, pues habiendo en él mismo contraído la divinidad, no era necesario buscarla fuera de sí.
CICADA.-Por eso bien se dice que el reino de Dios está en nosotros y que la divinidad habita en nosotros por la fuerza del reformado intelecto y la voluntad
TANSILLO.-Así es. He aquí, pues, cómo Acteón, convertido en presa de sus propios canes, perseguido por sus propios pensamientos, corre y «dirige los nuevos pasos» —renovado en cuanto procede divinamente y con mayor ligereza, es decir, con mayor facilidad y con más eficaz vigor— «hacia la espesura», hacia los desiertos, hacia la región de las cosas incomprensibles; de hombre vulgar y común como era, se torna raro y heroico, tiene costumbres y conceptos raros, y lleva una vida extraordinaria. Y en este punto «le dan muerte sus muchos y grandes canes», acabando aquí su vida según el mundo loco, sensual, ciego e ilusorio, y comenzando a vivir intelectualmente: vive la vida de los dioses, nútrese de ambrosía y de néctar se embriaga.
A continuación, usando de otra similitud, describe la manera en que se arma para la obtención del objeto, y dice así:
Mi ave solitaria[3], en aquel sitio
Que estorba y ensombrece todo pensar mío,
Anida pronto; allí de tu oficio
Da muestra, allí prodiga industria y arte.
Renace allí, resuelve allá arriba criar
Tus lindos pajarillas, ahora que el cruel
Destino, su curso invertido, el camino libera
Hacia esa empresa de la que te apartaba.
Ve, pues, que más noble morada
Anhelo para ti, y un dios tendrás por guía
Que por quien nada ve ciego es llamado.
Ve, pues, y séate por siempre favorable
Toda voluntad del sublime arquitecto,
y no vuelvas a mí, pues no eres mío.
El progreso más arriba significado por el cazador que azuza a sus canes viene aquí a ser figurada por un corazón alado que, de la jaula en donde ocioso y quieto se hallaba, es enviado a anidar en las alturas, a criar a sus polluelos —sus pensamientos—, habiendo llegado el momento en que cesan los obstáculos que desde fuera mil ocasiones suscitaban, y la natural debilidad desde su interior. Concédele, pues, licencia para dotarle de más magnífica condición, aplicándolo a más elevado propósito e intento, ahora que se hallan más firmemente emplumadas aquellas potencias del alma que ya los platónicos representaban por medio de las dos alas. Y le ofrece por guía ese dios que por el ciego vulgo es considerado insano y ciego, es decir, el amor, quien por merced y favor del cielo tiene el poder de transformarlo en aquella otra naturaleza a la que aspira y de devolverlo a ese estado exiliado del cual peregrina. De ahí que dijera: «y no vuelvas a mí, pues no eres mío»; de manera que sin indignidad podría yo decir con el poeta:
«Me has abandonado, corazón mío,
Y ya la luz de mis ojos no está contigo»[4].
Describe tras esto la muerte del alma que por los cabalistas es denominada muerte del beso, figurada en el «Cantar» de Salomón, allí donde dice la amiga:
Por otros es llamada sueño, y de ahí que dijera el Salmista:
Así, por tanto, explícase el alma, que languidece ~ por estar muerta en sí y viva en el objeto: J
Cuidad, oh furiosos, de vuestro corazón,
Pues el mío, que lejano me es en demasía,
Guiado por cruel y despiadada mano,
Gozoso mora donde agoniza y muere.
A todas horas con mis pensares los reclamo,
Mas él, rebelde cual gerifalte insano,
Ya no conoce aquella amiga mano
De donde saliera para no tornar.
Cruel hermosura que, en tantas penas
Contentos mantienes corazón, espíritu y alma,
Trabados con tus púas, tus llamas y cadenas.
De tus miradas, dejes y maneras,
A aquel que languidece y arde, y que no torna
¿Quién logrará dar cura, alivio y libertad?
Aquí, el alma doliente, no ya por verdadera insatisfacción, sino por afecto de cierto amoroso martirio, habla como si su prédica dirigiera a quienes una pasión similar experimentan: como si no de buen grado hubiese dado licencia a ese corazón que corre hacia allí donde no puede llegar y tiende hacia aquello que no puede alcanzar, queriendo abrazar lo que no puede comprender y, con todo, alejándose de ella en vano, inflamándose siempre más y más hacia el infinito.
CICADA.-¿De qué viene, Tansillo, que el alma goce con su propio tormento en tal progreso? ¿De dónde viene esa espuela que le estimula siempre más allá de lo que posee?
TANSILLO.-De lo que al instante te explicaré. Habiendo llegado el intelecto a la aprehensión de una cierta y definida forma inteligible y la voluntad a una afección proporcionada a tal aprehensión, no se detiene ahí el intelecto, pues es llevado por sus propias luces a pensar en aquello que contiene en sí todo género de inteligible y apetecible, sin que, sin embargo, su comprensión alcance a la eminencia de la fuente de las ideas, océano de toda verdad y bondad. Ocurre así que cualquier especie que le sea presentada y por él sea comprendida, del hecho mismo de ser presentada y comprendida deduce que sobre ella hay otra mayor y mayor aún, encontrándose siempre por ello, en cierto modo, en discurso y movimiento. Y es que advierte siempre que todo lo que posee es cosa mesurada y por ello no puede ser suficiente de por sí, ni bueno de por sí, ni bello de por sí; porque no es el universo, no es el ente absoluto, sino contraído a ser esta naturaleza, a ser esta especie, esta forma representada en el entendimiento y presente en el ánimo. Siempre, por tanto, progresa desde lo bello comprendido —y por ende dotado de una medida y, en consecuencia, bello por participación— hacia lo que es verdaderamente bello, sin límite ni circunscripción algunos.
CICADA.-Vana me parece esta persecución.
TANSILLO.-Por el contrario dista mucho de serlo, puesto que si bien no es cosa natural ni conveniente que el infinito sea comprendido —ni puede darse como finito, pues en ese caso no sería infinito—, es, sin embargo, conveniente y natural que el infinito sea, por el hecho de serio, infinitamente perseguido (en esa forma de persecución que no necesita de movimiento físico, sino de cierto movimiento metafísico; que no se dirige de lo imperfecto a lo perfecto, sino que va describiendo círculos por los grados de la perfección para alcanzar ese centro infinito que ni es formado ni es forma).
CICADA.-Quisiera saber cómo describiendo círculos puede llegarse al centro.
TANSILLO.-No puedo saberlo.
CICADA.-¿Por qué lo dices, entonces?
TANSILLO.-Porque puedo decirlo y dejároslo considerar.
CICADA.-Si no queréis decir que quien persigue el infinito es como aquel que recorriendo la circunferencia busca el centro, no sé qué es lo que queréis decir.
TANSILLO.-Otra cosa.
CICADA.-Bien, si tú no quieres explicarte, yo no deseo entenderte. Mas dime, si te place, ¿qué entiende al decir que el corazón está guiado por cruel y despiadada mano?
TANSILLO.-Se trata de una similitud o metáfora tomada del uso común que considera cruel a quien no se deja gozar o gozar plenamente y que es objeto más de deseo que de posesión; de tal manera que aquel que parcialmente lo posee no puede descansar tranquilo, puesto que ardientemente desea, sufre hasta e espasmo y muere.
CICADA.-¿Cuáles son esos pensamientos que hacia atrás lo reclaman para apartarlo de tan generosa empresa?
TANSILLO.-Los afectos sensibles y otras afecciones naturales, que miran por el gobierno del cuerpo.
CICADA.-¿Qué tienen ellas que ver con el cuerpo, que en modo alguno puede ayudarlas ni asistirlas?
TANSILLO.-No tienen que ver con el cuerpo, sino con el alma, la cual, demasiado inclinada hacia una meta o empresa, tórnase remisa y poco solícita con respecto a la otra.
CICADA.-¿Por qué lo llama «ese insano»?
TANSILLO.-Porque sabe en demasía.
CICADA.-Suelen ser llamados insanos aquellos que saben menos.
TANSILLO.-Bien al contrario; insanos son llamados quienes no saben conforme a las comunes reglas, bien que tiendan hacia más abajo por tener menos sentido, bien que tiendan hacia más arriba por tener más entendimiento.
CICADA.-Advierto que estás en lo cierto. Mas dime ahora cuáles son las «púas, llamas y cadenas».
TANSILLO.-Púas son esas nuevas que estimulan y despiertan el afecto para mantenerlo atento; llamas son los rayos de la belleza presente que inflaman a aquel que la contempla; cadenas son los detalles y circunstancias que mantienen fijos los ojos de la atención y firmemente unidos los objetos y las potencias.
CICADA.-¿Qué son las «miradas, dejes y maneras»?
TANSILLO.-Miradas son las razones por las cuales el objeto (como si nos mirase) se nos hace presente; dejes son las razones por las cuales nos inspira e informa; maneras son las circunstancias por las cuales siempre nos es placentera y agradable. De esta suerte dulcemente languidece el corazón, suavemente arde y constantemente persevera en su empresa, temiendo que su herida cicatrice, que su incendio se extinga y que se desliguen sus ataduras.
CICADA.-Recita ahora lo que sigue.
TANSILLO.-
Ah, mis pensares, elevados, profundos y vivaces,
Prontos a abandonar el seno materno
Del alma afligida, arqueros bien armados
Para lanzar al blanco del que nace
El concepto sublime: por tan cerriles sendas
No quiera el cielo que os topéis con cruel fiera.
Recordad el retorno y reclamad
Al corazón, que mano de salvaje diosa' oculta.
Armáos, pues, de amor
De familiares llamas, y la vista
Tan fuerte reprimid, que otras extrañas
Del corazón no os tornen compañeros;
Traedme al menos nuevas
De eso que a él tanto deleita y aprovecha.
Describe aquí la natural solicitud del alma atenta a la generación por la amistad que ha contraído con la materia. Envía a sus pensamientos armados, los cuales, estimulados e impulsados por la queja de la naturaleza inferior, tienen la misión de reclamar al corazón. Enséñales el alma cómo deben comportarse para que no sean fácilmente —también ellos— embelesados y atraídos por el objeto, persuadidos a permanecer cautivos y compañeros del corazón. Así pues, les previene para que se armen de amor: de aquel amor que arde con familiares llamas —es decir, aquel que es amigo de la generación, a la cual hállanse obligados y de la cual son legados, ministros y soldados—; les da después orden de reprimir la vista cerrando los ojos, porque no vean otra belleza o bondad que aquella que les es presente, amiga y madre. Y concluye al fin pidiéndoles que, si por algún otro deber no quisieran dejarse ver de nuevo, retornen al menos para darle cuenta de las razones y estado de su corazón.
CICADA.-Antes de que vayáis más lejos, querría oír de vos qué es lo que el alma entiende cuando dice a sus pensamientos: «la vista tan fuerte reprimid».
TANSILLO.-Te explicaré. Todo amor procede de la vista: el amor inteligible de la vista inteligible; el sensible de la vista sensible. Ahora bien, la palabra vista tiene dos significados, pues significa, sea la potencia visual —es decir, la vista—, por el intelecto o por el sentido, sea el acto de esta potencia, es decir, la aplicación que hace el ojo o el intelecto al objeto material o intelectual. Cuándo, por tanto, se aconseja a los pensamientos reprimir la vista, no se entiende de la primera manera, sino de la segunda, pues ella es la que engendra la consiguiente afección del apetito sensitivo o intelectivo.
CICADA.-Esto es lo que de vos quería oír. Entonces, si el acto de la potencia visual es causa del mal o bien que procede de la vista, ¿de dónde viene que amemos y deseemos ver? ¿Y de dónde que en las cosas divinas mayor sea nuestro amor que nuestro conocimiento?
TANSILLO.-Deseamos ver porque de algún modo advertimos la bondad de la vista, porque sabemos que a través del acto de la vista se ofrecen las cosas bellas: deseamos, pues, ese acto, porque deseamos las cosas bellas.
CICADA.-Deseamos lo bello y lo bueno, mas el acto de ver no es en sí bello ni bueno; por el contrario, es más bien instrumento de comparación o luz por el que vemos no solamente lo bello y bueno, sino también la maldad y la fealdad. Por eso paréceme que el hecho de ver puede ser bello o bueno en la misma medida en que lo visto puede ser blanco o negro. Así pues, si la vista (que es acto) no es bella ni buena de por sí, ¿cómo puede ser objeto de deseo?
TANSILLO.-Si no por ella misma, ciertamente es deseada por alguna otra cosa, dado que la aprehensión de esa otra cosa no puede darse sin ella.
CICADA.-¿Y qué dirías si esa otra cosa no puede ser conocida por el sentido ni por el intelecto? ¿Cómo —me pregunto— puede ser deseado, a menos que se le haya visto, si de él no se tiene noticia alguna, si ni el intelecto ni el sentido han ejercitado acto alguno con respecto a él; más aún: si no está claro que sea inteligible o sensible, cosa corpórea o incorpórea, si es uno, dos o más, si está hecho de una u otra manera?
TANSILLO.-Respondo a esto que en el sentido y el intelecto se halla un apetito e impulso hacia lo sensible en general, pues el intelecto quiere entender todo lo verdadero a fin de poder aprehender todo aquello que es bello y bueno en lo inteligible; y la potencia sensitiva quiere informarse de todo lo sensible, con el fin de aprehender después cuanto es bueno y bello en lo sensible.
De ahí viene que no deseemos menos ver las cosas ignoradas y nunca vistas que las conocidas y vistas. Y no se sigue de aquí que el deseo no proceda del conocimiento y que deseemos alguna cosa que no sea conocida; por el contrario, considero como ratificado y firmemente establecido que no deseamos cosas desconocidas, puesto que, si bien están ocultas en cuanto al ser particular, no lo están en cuanto al ser general, considerando que en la potencia visual se encuentra todo lo visible en aptitud, y en la intelectiva todo, lo inteligible. Así, estando la inclinación al acto implicada en la aptitud, ocurre que una y otra potencia sean inclinadas al acto en lo universal como a cosa naturalmente tenida por buena. No hablaba, por tanto, a sordos o ciegos el alma cuando aconsejaba a sus pensamientos reprimir la vista, la cual, aun no siendo causa inmediata del desear, es, sin embargo, causa primera y principal.
CICADA.-¿Qué entendéis por lo dicho en último término?
TANSILLO.-Entiendo que no es la figura o la especie sensible o inteligiblemente representada la que mueve de por sí, pues aquel que considera la figura tal como se manifiesta a los ojos no alcanza todavía a amar; mas desde el instante en que el alma la concibe en sí misma, no ya como objeto de visión sino de reflexión, no ya sujeta a fragmentaciones sino indivisible, no ya bajo especie de cosa, sino bajo especie de bello o bueno, entonces nace sin demora el amor. He aquí, pues, esa vista de la cual el alma querría apartar los ojos de sus pensamientos. Esta vista promueve por lo común a la afección a amar más allá de lo que ve, porque —como decía apenas hace un instante— siempre considera (por el universal conocimiento que de lo bello y bueno tiene) que, más allá de los grados de belleza y bondad representados en las especies que ella alcanza a comprender, existen más y más hasta el infinito.
CICADA.-¿De qué procede que, tras ser informados de la especie de lo bello, que es una concepción del espíritu, deseemos aun así saciamos de la vista exterior?
TANSILLO.-Del hecho que el espíritu querría amar siempre aquello que ama, ver siempre aquello que ve; quiere, por tanto, que esa especie que le ha sido engendrada por la vista no llegue a atenuarse, desvanecerse y perderse. Quiere, pues, ver siempre más y más, de manera que aquello que pudiera oscurecerse en el afecto interior sea asiduamente ilustrado por el aspecto exterior, el cual debe ser principio de conservación como lo ha sido del ser. Una relación análoga existe entre el acto de comprender y el de considerar, pues de la misma manera que la vista se refiere a las cosas visibles, así se refiere el intelecto a las cosas inteligibles. Creo, por tanto, que hayáis entendido la intención y el sentido de aquello que dice el alma: «reprimid la vista».
CICADA.-He comprendido muy bien. Seguid ahora refiriendo qué se hizo de esos pensamientos.
TANSILLO.-Continúase con el lamento de la madre contra los mencionados hijos, los cuales, habiendo abierto los ojos contra sus órdenes y fijándolos en el resplandor del objeto, habían permanecido en compañía del corazón. De esta manera se expresa:
También vosotros, conmigo crueles hijos,
Para enardecer mi dolor me abandonáis,
y para que no conozcan fin mis quejas
Todas mis esperanzas os llevasteis.
¿Para qué queda el sentido, avaros cielos?
¿Para qué estas potencias marchitas y lisiadas
Sino para hacer de mí sujeto y ejemplo
De tan grave martirio, de tan largo suplicio?
Ah, por Dios, hijos amados,
Dejad al menos mi alado fuego en prenda
y dejad que a alguno de vosotros vuelva a ver,
Vuelto a mí de garras tan tenaces.
Mas, ay de mí, que ninguno regresa
Para ser tardo alivio de mis penas.
Héme aquí, mísera de mí, privada de corazón, abandonada por mis pensamientos, perdida la esperanza que había —toda entera— puesto en ellos; nada me queda sino el sentimiento de mi propia pobreza, infelicidad y miseria. Y ¿por qué no me abandona también él? ¿Por qué no viene en mi ayuda la muerte, ahora que privada estoy de la vida? ¿Para qué las potencias naturales, si se hallan privadas de sus actos? ¿Cómo podré nutrir me únicamente de especies inteligibles, cual de pan intelectual, si compuesta es la sustancia de este sustrato? ¿Cómo podré mantenerme en el familiar comercio con estos miembros queridos y amigos que a mi alrededor he tejido, ordenándolos conforme a la simetría de las cualidades elementales, si me abandonan mis pensamientos todos y mis sentimientos, ávidos únicamente del pan inmaterial y divino? ¡Vamos, vamos, fugitivos pensamientos!, ¡oh, corazón rebelde!: viva el sentido de las cosas sensibles y el intelecto de cosas inteligibles. Socórrase al cuerpo con la materia y el sujeto corporales, y que el intelecto con sus objetos se satisfaga, a fin de que sea mantenido este compuesto, de que no se disgregue esta máquina en la que el alma está unida al cuerpo por medio del espíritu.
¿Cómo es posible, mísera de mí, que por obra de los míos más que por violencia externa haya de ver este horrible divorcio en mis partes y miembros? Porque el intelecto se inmiscuye dando ley al sentido y privándolo de su alimento; y éste, por el contrario, le opone resistencia, queriendo vivir según estatutos propios y no según los ajenos, pues sólo los suyos pueden sustentarlo y hacerla dichoso, y es a su propia comodidad y vida a las que debe atender, y no a las ajenas. No existe armonía ni concordia donde hay unidad, donde un ser quiere absorber todo el ser, sino allí donde existe orden y proporción de cosas diversas, allí donde cada cosa sirve a su naturaleza. Manténgase, pues, el sentido de cosas sensibles, según su propia ley; sirva la carne a la ley de la carne, el espíritu a la ley del espíritu, la razón a la ley de la razón: no se confundan, no se conturben. Basta con que el uno no altere o perjudique la ley del otro: si no es justo que el sentido ultraje a la ley de la razón, igualmente digno de vituperio es que ésta ejerza su tiranía sobre la ley de aquél, mayormente siendo el intelecto más peregrino y extranjero y el sentido más casariego y como estando en su propia patria.
Ved, pues, ¡oh pensamientos míos!, cómo algunos de entre vosotros están obligados a prodigar sus cuidados a la casa, mientras otros pueden ir a procurarse el sustento en otra parte. Tal es la ley de la naturaleza y, en consecuencia, tal es la ley de quien es autor y principio de la naturaleza. Pecáis, por tanto, cuando —seducidos por el encanto del intelecto— en peligro de muerte dejáis la otra parte de mí misma. ¿De dónde os ha nacido este melancólico y perverso humor de infringir las ciertas y naturales leyes de la verdadera vida, que está en vuestras manos, por una vida incierta y que no existe sino en sombra, más allá de los límites de lo imaginable? ¿Os parece cosa natural que no vivan los seres de modo animal y humano, sino divinamente, siendo así que ellos no son dioses, sino hombres y animales? Es ley del destino y de la naturaleza que toda cosa se emplee según la condición de su ser. ¿Por qué entonces, persiguiendo el néctar avaro de los dioses, renunciáis a cuanto os es propio y se os da en el presente, afligiéndoos acaso en la vana esperanza de lo ajeno? ¿Creéis por ventura que se dignará la naturaleza ofreceros otro bien, si aquel que en el presente os ofrece tan neciamente despreciáis?
«Desdeñará el cielo dar el bien segundo
A quien no sabe apreciar el don primero»[7].
Con estas y similares razones el alma, haciendo suya la causa de la parte inferior, trata de remitir a sus pensamientos al cuidado del cuerpo. Estos —aunque tarde— retornan, no ya para mostrarse bajo la misma forma con que partieron, sino únicamente para declarar al alma su rebelión y forzarla, toda entera, a seguirles. De ahí que, afligida, se lamente de esta manera:
Ah, canes de Acteón, fieras ingratas,
Que lanzara el refugio de mi diosa
y vacíos de esperanza a mí tornáis.
Aún más: a la morada maternal viniendo
Sólo infeliz castigo me traéis,
Me desgarráis, que no viva queréis.
Deja, pues, vida, que a mi sol remonte
Hecha gémino arroyo sin mi fuente.
¿Cuándo de mi grave peso
Me librará natura finalmente?
¿Cuándo podré yo también partir
Y rauda alzarme hacia el sublime objeto,
y de mi corazón en compañía,
Con la común nidada, allí morar por fin?
Quieren los platónicos que el alma, en cuanto a su parte superior, consista únicamente en el intelecto, de manera que le es más propio el nombre de inteligencia que el de alma, puesto que el alma es llamada así en cuanto vivifica el cuerpo y lo sustenta[8]. Así en este caso la misma esencia que nutre y mantiene los pensamientos en alto, junto con el exaltado corazón, se determina en su parte inferior a entristecerse y a reconvenirlos como rebeldes.
CICADA.-¿De manera que no son dos esencias contrarias, sino una, sujeta a dos términos de contrariedad?
TANSILLO.-Así es exactamente; como un rayo de sol que, al tocar la tierra, se une a cosas inferiores y oscuras que ilustra, vivifica e inflama sin que deje por ello de estar unido al elemento del fuego, es decir, a la estrella de la que procede, donde tiene su principio, desde la cual es difundido y en la que halla su alimento original y propio, así el alma, que se halla en el horizonte de la naturaleza corpórea e incorpórea y tiene con qué elevarse hacia las cosas superiores e inclinarse a las inferiores. Y puedes ver que esto no ocurre por razón y orden de movimiento local, sino únicamente por el ejercicio de una u otra potencia o facultad; como, por ejemplo, cuando el sentido se eleva a la imaginación, la imaginación a la razón, la razón al intelecto, el intelecto a la mente: entonces el alma toda se convierte en Dios y habita el mundo inteligible, del cual desciende inversamente por conversión al mundo sensible a través del intelecto, la razón, la imaginación, el sentido, la vegetativa facultad.
CICADA.-Tengo entendido, en efecto, que, por encontrarse el alma en el último grado de las cosas divinas, merecidamente desciende al cuerpo mortal y, desde éste, remóntase de nuevo hacia los divinos grados; y que existen tres grados de inteligencias, pues hay algunas en las cuales lo intelectual supera a lo animal y que son llamadas inteligencias celestes; otras, en las que lo animal supera a lo intelectual, son las inteligencias humanas; y existen finalmente otras en las cuales ambos elementos se igualan, como las de los demonios o los héroes.
TANSILLO.-La mente, al ejercitar su facultad de aprehensión, no puede desear sino cuanto le es cercano, próximo, conocido y familiar. Así, no puede el puerco desear ser hombre ni aquellas cosas que convienen al apetito humano: prefiere revolcarse en el lodo que sobre un lecho de delicado lino; y más prefiere unirse a una marrana, que no a la más bella mujer que produjera la naturaleza, pues el afecto sigue a la razón de la especie (y lo mismo puede verse entre los hombres, según su parecido sea mayor o menor a una u otra especie de brutos animales; éstos tienen algo del cuadrúpedo, aquellos del volátil, y acaso tengan alguna afinidad —que no quiero nombrar— que les inspira el afecto por cierto tipo de bestias)[9]. Ahora bien, la mente (que se encuentra oprimida por la conjunción material del alma), si le· es lícito alzarse a la contemplación de otro estado al que el alma puede llegar, podrá ciertamente diferenciar éste y aquél, y despreciar el presente por el futuro. Es como si una bestia tuviera conciencia de la diferencia que existe entre su condición y la del hombre, entre el estado innoble que es el suyo y la nobleza del estado humano, al cual juzgase imposible poder elevarse; preferiría entonces la muerte que le ofreciese ese camino y empresa que la vida que le mantiene en su presente ser. Aquí, pues, cuando el alma se lamenta diciendo: «Oh, canes de Acteón», viene presentada como cosa que consista de potencias inferiores solamente, contra la cual se ha revelado la mente, llevándose consigo al corazón —es decir, todos los afectos— con todo el ejército de pensamientos. De ahí que, por conocimiento de su estado presente y por ignorancia de cualquier otro estado (que no considera que exista, en la medida en que no puede tener de él conocimiento alguno), se lamente de sus pensamientos, los cuales tardíamente retornan a ella, más para atraerla hacia arriba que para encontrar en ella asilo. Escindida entonces por el doble amor que experimenta hacia la materia y hacia las cosas inteligibles, se siente torturar y desgarrar, de manera que deberá al fin ceder a la atracción más fuerte y vigorosa. Y si, por virtud de contemplación, asciende o es arrebatada más allá del horizonte de los afectos naturales, de suerte que advierta con ojo más puro la diferencia entre una y otra vida, entonces, vencida por los altos pensamientos y como muerta en el cuerpo, aspira a lo más alto y aunque viva en el cuerpo vegeta en él como muerta y está en él presente en acto de animación y ausente en acto de operaciones: no porque no opere en él mientras el cuerpo está vivo, sino porque las operaciones del compuesto son remisas, débiles y como faltas de todo pensamiento.
CICADA.-Así, un cierto teólogo (que se dijo transportado al tercer cielo), por su visión prendado, manifestó que deseaba la disolución de su cuerpo[10].
TANSILLO.-De este modo, allí donde al principio se lamentaba del corazón y quejábase de sus pensamientos, desea ahora elevarse con ellos hacia lo alto y muestra su pesar por la comunicación y familiaridad contraída con la materia corporal, diciendo: «deja, pues, vida» corporal y no impidas ya que «remonte» a mi natal morada, «a mi sol»; abandóname ya, cesen ya mis ojos de verter lágrimas, que mal puedo socorrerlos estando separada de mi bien; déjame, pues no es decoroso ni es posible que discurran estos dos arroyos sin su fuente, es decir, sin el corazón; ¿cómo —me digo— podría yo dar origen a dos ríos de lágrimas aquí abajo, si mi corazón, que es fuente de tales ríos, ha volado hacia lo alto con sus ninfas, que son mis pensamientos? Así, poco a poco, del desamor y el pesar pasa alodio de las cosas inferiores, tal como deja entrever al decir: «¿Cuándo de mi grave peso me librará natura finalmente?» y cuanto a continuación le sigue.
CICADA.-Entiendo muy bien esto, y aquello que de esto queréis inferir a propósito de la intención principal de este discurso nuestro, a saber, que los grados de los amores, afectos y furores son proporcionales a los grados de mayor o menor luz de conocimiento e inteligencia.
TANSILLO.-Entiendes bien, y de esto debes aprender aquella doctrina que, comúnmente tomada de pitagóricos y platónicos, considera que el alma realiza el doble movimiento de ascenso y descenso por el cuidado que tiene de sí misma y de la materia, siendo movida por el apetito del bien e impulsada, por otra parte, por la providencia del destino.
CICADA.-Mas decidme, de gracia, brevemente qué pensáis del alma del mundo, si no puede ella también ascender y descender.
TANSILLO.-Si hablas del mundo según la significación vulgar —es decir, dándole el sentido de universo— responderé que dicho mundo, por ser infinito y sin dimensión o medida, viene a ser inmóvil, inanimado e informe, aun cuando sea sede de infinitos mundos móviles y contenga en su espacio infinito todos esos grandes animales que son llamados astros. Si me preguntas según el significado que tiene entre los verdaderos filósofos —es decir, en cuanto significa todo globo, todo astro, cual es el caso de esta tierra, el cuerpo del sol, la luna y otros— digo entonces que tal alma no asciende ni desciende, sino que gira en círculo. Así, estando compuesta de potencias superiores e inferiores, tiende con las superiores hacia la divinidad y con las inferiores hacia la mole material que por ella es vivificada y mantenida entre los trópicos de la generación y corrupción de las cosas vivientes en esos mundos, conservando la propia vida eternamente, pues la acción de la divina providencia les conserva siempre con la misma medida y orden, con calor y luz divinas, en el mismo y ordinario estado.
CICADA.-Me basta a este propósito cuanto he oído.
TANSILLO.-Del mismo modo, por tanto, ocurre que estas almas particulares, de manera diversa según los diversos grados de ascenso y descenso, resultan afectadas en cuanto a inclinaciones y hábitos, viniendo así a mostrar diversidad en cuanto a la manera y órdenes de furores, amores y sentidos; y esto no solamente en la escala de la naturaleza y según el orden de las diversas vidas que el alma toma en cuerpos diversos[11] —tal como explícitamente han manifestado pitagóricos, saduceos y otros, e implícitamente Platón y algunos de los que en ello han profundizado—, sino también en la escala de los afectos humanos, que es tan numerosa en grados como la escala de la naturaleza, dado que el hombre manifiesta en todas sus potencias todas las especies del ser.
CICADA.-De ahí que las almas puedan conocerse por sus afectos: si se elevan o descienden, si vienen de arriba o de abajo, si se encaminan hacia lo bestial o hacia lo divino, según el ser específico, como entendieron los pitagóricos; o, sencillamente, como se cree vulgarmente, según la similitud de los afectos, no debiendo el alma humana poder ser alma de bruto, como bien dijeron Plotino y otros platónicos siguiendo la doctrina de su príncipe.
TANSILLO.-Bien. Entonces, para volver a nuestro propósito, esta alma descrita ha ascendido de un furor animal a un furor heroico, puesto que dice: «¿Cuándo hacia el sublime objeto podré alzarme, y allí morar por fin, junto a mi corazón y a los polluelos suyos y míos?» Este mismo propósito mantiene cuando dice:
¿Cuándo querrá el destino que remonte el monte[12],
Que para mi deleite me lleve hasta altas puertas
Que hacen esas raras bellezas accesibles
y mi tenaz dolor conforte fuerte
Quién mis miembros divididos une
y a mis desfallecidas potencias de la muerte priva?
Más que su rival valdrá mi espíritu
Si asciende a donde ya el error no asalta,
Si alcanza la meta a la que tiende,
Si sigue en su ascenso al alto objeto,
y si prende ese bien que uno solo posee,
Por el que son tantas faltas enmendadas,
Por quien ser feliz tanto complace,
Como dice quien todo lo predice.
«¡Oh destino!», ¡oh hado!, ¡oh divina e inmutable providencia!, ¿cuándo querrás que yo remonte el monte: en otras palabras, que yo alcance tanta altura espiritual que, transportándome, pueda acceder a esos pórticos y penetrarlos, de manera que se me hagan evidentes y en cierto modo comprendidas y numeradas esas «inaccesibles», o sea, raras «bellezas»? ¿«Cuándo confortará fuerte» mi dolor (liberándome de los estrechos lazos de estos afanes en los que me hallo) aquel «que juntos y unidos mantiene mis miembros, que desunidos y separados se hallaban», es decir, el amor que ha reunido estas corpóreas partes, que tan divididas estaban cuanto un contrario es distante del otro, y que, además, no deja a la «muerte» estas «potencias» intelectuales, «desfallecientes» en sus' actos, insuflándoles nuevos alientos para que puedan aspirar hacia lo alto? ¿Cuándo —me preguntome confortará plenamente, dando a estas potencias libre y expedito vuelo, por el que pueda mi sustancia toda ir a anidar allí donde, forzándome, conviene que yo «enmiende» todas las «faltas» mías, allí a donde llegando «más que su rival valdrá mi espíritu», porque no hay allí ultraje que le ofrezca resistencia ni contrariedad que no venza, ni error alguno que asediarle pueda? ¡Oh!, si tiende y puede llegar allí donde forzándose alcanza y se «eleva» a esa cima, a aquella altura a la que su objeto «asciende», y en la que quiere permanecer alzado, alto y elevado; si consigue ese bien que por uno solo puede ser comprendido (o sea, por ese bien en sí mismo, habida cuenta que cualquier otro puede únicamente obtenerlo en la medida de su propia capacidad, y sólo él mismo en toda su plenitud), entonces me sería dado ser feliz en ese modo que «dice quien todo predice», es decir, quien habla desde esa altura en la que el decir todo y el hacer todo son la misma cosa; en ese modo que dice o hace quien todo predice, o sea, quien de todo es eficiente y principio, en quien el decir y el ordenar es el verdadero hacer y principiar. He aquí, pues, cómo procede el afecto del amor por la escala de las cosas superiores e inferiores, y cómo igualmente proceden el intelecto o el sentido en el orden de los objetos cognoscibles o inteligibles.
CICADA.-Así quieren la mayor parte de los sabios que se complazca la naturaleza en esta vicisitudinal circulación que se manifiesta en el vértigo de su rueda.
Final del Cuarto Diálogo