Capítulo 16

CUANDO Corelli y los demás detectives llegaron a la Clínica St. Paul, al entrar en el área de emergencias se encontraron con la robusta e inconfundible figura de James O'Malley, que se paseaba nerviosamente por el corredor.

—Hola, Jim —lo saludó Corelli. Y enseguida le espetó—: ¿Cómo está el teniente?

—El teniente Brannagan parece estar mejor de lo esperado, dadas las circunstancias, —le contestó James O'Malley mientras intentaba peinar su abundante cabellera blanca con los dedos de su mano derecha—. Afortunadamente no fue arrollado por el automóvil, pero sí sufrió un traumatismo severo, porque el vehículo lo golpeó con fuerza. Un médico lo está examinando en este instante.

En ese momento se escuchó la voz de Brannagan, que provenía de la sala de primeros auxilios.

—¡Tengo que salir de aquí! —se le oyó exclamar—. ¡Debo impedir un asesinato!

Dicho lo anterior, Brannagan intentó levantarse de la cama, pero un agudo dolor en su costado derecho, a la altura del hígado, lo detuvo a medio camino.

—¡Usted no va a ninguna parte, teniente! —le advirtió el joven médico de turno, en el momento en que O'Malley y los detectives entraban en la habitación—. Tenemos que hacerle varios exámenes para descartar cualquier lesión interna —agregó el galeno, al tiempo que obligaba suavemente a Brannagan a recostarse otra vez en la cama. El teniente de Homicidios exhibía unos oscuros moretones en el rostro y magulladuras en manos y brazos. Se veía muy molesto.

—¿Quiere alguien explicarle al doctor Kildare que no tengo tiempo para ningún maldito examen? —exclamó, mirando a sus colaboradores.

Dos enfermeras entraron en la habitación empujando un equipo portátil de rayos-X. Una tercera portaba varios medicamentos y una enorme jeringa. Brannagan comenzó a impacientarse.

—Tranquilícese, teniente —le aconsejó Victoria Seacrest—. El doctor tiene razón. Usted no puede abandonar la clínica hasta que lo den de alta. De todos modos el operativo ya se inició. La fuerza policial fue desplegada y nosotros nos vamos de inmediato a Coney Island —dijo mirando su reloj, que marcaba las siete con quince minutos.

—Sólo vinimos a ver cómo estaba y si necesitaba algo —agregó Vargas—. Por fortuna se encuentra bien y sabemos que está en buenas manos. Tómelo con calma, teniente. Nosotros nos encargaremos del asunto.

—Está bien —respondió Brannagan de mala gana—. Pero quiero que ordenen buscar un automóvil azul oscuro, tal vez un Impala o un Caprice, de un modelo no muy reciente. Con el golpe que me dio, seguro que por lo menos se le rompió el faro delantero izquierdo.

—Yo me encargo de eso, teniente. No se preocupe —le aseguró Peter Bradshaw.

En ese momento entró en la habitación la periodista Margaret Osborn, ocasión que aprovecharon los detectives para escabullirse. James O'Malley se retiró con ellos.

—Déjela pasar —le susurró Martinkowski al médico—. Es su hermana.

—Gracias por todo, Jim —alcanzó a decir Brannagan, mirando a James O'Malley.

O'Malley se volteó hacia Brannagan, levantó el pulgar de su mano derecha y salió de la habitación.

—John, por Dios, ¿qué te sucedió? —le preguntó Margaret Osborn, acercándose a la cama—. Recibí una llamada de Vincent Corelli…

Brannagan la interrumpió.

—Lamento no haber podido acudir a la cita, Maggie —se disculpó.

El joven médico les hizo una señal a las dos enfermeras y los tres salieron discretamente de la habitación.

—Tiene cinco minutos —le advirtió a Margaret Osborn, cerrando la puerta tras de sí.

La periodista acercó una silla a la cama y se sentó en ella, al tiempo que dejaba su cartera en el piso.

¿Cita? ¿Cuál cita, John? —preguntó.

—La que me pusiste en el mensaje de texto. ¿No se suponía que debía verte en O'Malley's porque tenías una importante información para mí?

Margaret Osborn lucía desconcertada.

—No sé de qué me hablas, John. Yo no te he enviado ningún mensaje de texto. ¿No será que me estás confundiendo con alguna de tus incontables admiradoras? —agregó con un dejo de picardía, como para quitarle gravedad a la situación.

Brannagan se quedó pensativo y guardó silencio.