3. Extractos del diario de la señora Anderton (continuación)

20 de enero de 1855. Por fin vuelvo a mi buen amigo marrón.[18] Querido mío, ¡qué placer volver a verte la cara! Aunque hoy hay muy poco que contar; solo un par de palabras para decir que ya ha pasado todo. ¡Ay, qué paciencia se necesita!

25 de enero. Es el cumpleaños de mi querido marido y, gracias a Dios, ya puedo comer otra vez con él. ¡Ah, qué amable ha sido todas estas semanas agotadoras de inquietud e impaciencia! ¿Por qué el sufrimiento nos hace tan irritables? Bien sabe Dios que he sufrido. Aquella noche horrible creí que moriría. El simple recuerdo me da escalofríos. Y además, aquel sabor horrible, de plomo, de muerte… ¡era lo peor! Bien, gracias a Dios ahora estoy mejor, aunque muy débil. Me canso incluso de escribir estas cuatro líneas […].

12 de febrero. ¡Qué débil estoy todavía! Por primera vez, hoy he salido a pasear por el muelle con mi querido William, pero casi no habíamos llegado al final y estaba tan cansada que he tenido que sentarme, mientras el pobre William iba a buscar una litera para llevarme a casa.

13 de febrero. Hoy me he sobresaltado bastante. Estaba contándole al doctor Watson lo cansada que estaba ayer, lo débil que me encuentro todavía y lo enferma que había estado […] y por fin se le escapó que, en aquel momento, había llegado a pensar que me habían envenenado. Me asusté mucho, y entonces intentó cambiar de conversación, pero yo no podía dejar de pensarlo y volvía sobre ello una y otra vez y me preguntaba quién podía querer envenenar a esta pobre mujer. Y seguimos hablando; y, al final, el doctor Watson dijo una cosa que insinuaba que al principio había sospechado de… ¡William! ¡Mi querido William! ¡Mi preciosísimo marido! ¡Ah! Creí que me ahogaba en ese instante. No sé lo que dije, pero sé que no pude haber dicho gran cosa, y el pobre William intentó pasarlo por alto riéndose y dijo: «¿Qué otra persona podía sacar provecho de algo así? ¿Acaso no me quedaría yo con esas miserables 25.000 libras? Y, aparte de mí, no hay nadie más que la institución benéfica de la India, pero ellos no pueden haberlo hecho, porque la institución no existirá hasta que desaparezcamos nosotros»; pero vi que se estremecía solo de pensarlo y tuve la sensación de que me hervía la sangre en las venas. Y después, ese hombre —¡ah, cuánto me alegraré cuando lo perdamos de vista otra vez!— intentó convencerme de que en realidad no lo había pensado. ¡Desde luego que no! Y enseguida comprendió que era imposible y bla, bla, bla; y al final casi rompí a llorar de rabia y me fui corriendo de la sala. Y… y… me echaría a llorar ahora mismo solo de pensar en que se digan esas cosas de mi queridísimo William… Y me echaré a llorar, seguro, si sigo pensando en esto, así que ya no escribo más esta noche.

15 de febrero. Nada de diario ayer: no sé si podré escribir. Y a mi pobre Willie, aunque intentó reírse, la acusación lo hirió profundamente, lo sé. ¡Cielo santo, si a ese hombre se le llega a ocurrir denunciarlo! Se habría muerto del disgusto. Lo sé a ciencia cierta, y además preferiría morir mil veces. Bueno, tengo que dejar de pensar en eso. Solo quiero dar gracias a Dios una vez más, porque ya pronto nos iremos.

7 de abril. ¡En casa otra vez, gracias a Dios! Pero qué lento, ¡qué lento es esto que llaman convalecencia! ¡Ay! ¿Algún día volveré a estar tan bien como el año pasado, antes de aquel día horrible en Dover?

3 de mayo. Bien, vamos a irnos de Inglaterra una temporada, a Alemania, a probar los baños. Casi lo agradezco. Es que he tomado mucho cariño a esta casita lujosa, aunque no sé por qué. Es una cosa tan increíble y caprichosa como el cariño que le tomé a Rosalie. ¡Ah, pobre Rosalie! ¿Dónde estará y cuándo volverá? No sé por qué, pero sigo pensando que era una buena influencia para mí. Pero, como iba diciendo, aunque le he cogido mucho cariño a esta casita, me alegro mucho de ir a otra parte una temporada, a ver si el cambio de aires me sienta bien. Si por lo menos se me pasaran estos sudores insoportables por la noche… Por su culpa me quedo sin fuerzas, tan débil y apagada. ¡Ay! Daría lo que fuera por volver a estar bien, aunque solo fuera para olvidar aquella vez para siempre.

7 de julio. Sanos y salvos en Baden Baden; y muy pronto todavía para la avalancha de ingleses juerguistas. ¡Qué sitio tan bonito! Afirmo que ya me encuentro mucho mejor…

11 de septiembre. Casi estoy bien del todo. Conversación bastante agradable hoy con mi querido Willie sobre el tonto del doctor Watson; primera vez que hablamos del tema entre nosotros, desde aquel día, cuando me enfadé tantísimo. Pobre hombre, ni siquiera valía la pena montar en cólera contra él. Hoy nos hemos enterado de que ha cometido un error terrible en el sitio nuevo al que ha ido y que, por falta de práctica, ha matado a una pobre anciana. Eso fue lo que nos llevó a hablar de su manía con el veneno y ¡ah, qué bien! Cuánto me alegré al ver que mi querido Willie ya lo ha superado. Estuvimos bastante rato hablando y, al final, me prometió no volver a decir a nadie nunca más ni una palabra sobre la cuestión.

10 de octubre. De nuevo en casa por fin, en nuestra preciosa casita. Y me encuentro otra vez tan bien y tan fuerte como hace un año. Y mi querido William también. ¡Qué contento está! Parece que la sombra ha pasado ya. Quiera Dios que no vuelva.

30 de octubre. Día lleno de acontecimientos. Toda la mañana en Crystal Palace, y nada más volver a casa, ¿quién aparece de pronto? Ni más ni menos que ¡el barón R.! Hace justo un año que se marchó, pero no ha cambiado un ápice. No creo que este hombrecito bajo y cuadrado, de rostro bermejo e impenetrable y manos grandes y blancas, cuyos asombrosos ojos verdes son difíciles de ver, pero cuando los ves siempre desearías no haberlos visto, pueda cambiar algún día. Me temo que no lo traté con mucha cordialidad. Y debería, porque me ha ayudado mucho; pero, cuando lo vi, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Mi querido William se dio cuenta y me preguntó si me encontraba mal, pero me eché a reír y le dije: «No, es que alguien ha pasado por encima de mi tumba[19]», y, sin poder evitarlo, creí ver que al barón se le ponían los labios blancos; también capté una mirada de esos ojos terribles que parecía que me leyeran hasta el último pensamiento. Aunque, por otra parte, tal vez todo fue cosa mía, porque al momento se puso a hablar con su voz grave y serena como si nada pudiera inquietarlo jamás. Así pues, Rosalie no volverá. Esto está claro se mire como se mire, aunque no entiendo bien qué es lo que le ha pasado. Por lo que sé, parece que la pobre muchacha casó con mala fortuna, y eso debía de ser el malestar que había entre ellos el año pasado, cuando se marcharon. El barón insinuaba algo peor aún, pero no quiso hablar abiertamente y era imposible arrancarle una palabra más que no quisiera decir. Pobre Rosalie, espero que no le haya pasado nada malo.

1 de noviembre. Otra visita del barón, que viene a despedirse antes de volver… ¡con su mujer! Qué raro me parece que no supiéramos nada de ella hasta ahora, y tampoco ahora sabemos si estaba casado antes o si se ha casado recientemente. La verdad es que este hombre es muy misterioso, y precisamente ahora le da por hablar en enigmas. Sin embargo, no admite que nosotros respondamos con evasivas. Creí que nunca terminaría de interrogarnos al pobre William y a mí sobre mi última recaída, pero al final me sacó —a mí, no a William, querido mío— lo que había dicho el tonto del doctor Watson. De todos modos, no me arrepiento de habérselo contado, porque fue un alivio oírle decir con tanta rotundidad que eso era absurdo, y estoy segura de que a William también lo alivió. El barón se expresó con mucha firmeza sobre los peligros de insinuar semejantes ideas, y sobre todo advirtió a mi querido William de que no se lo contara a nadie. De todos modos, sé que él jamás se lo contaría a nadie, pero así se habrá quedado más tranquilo.

3 de abril. ¡Qué día tan agradable y qué cansada estoy! Nunca había visto Richmond tan precioso; mi querido William y yo hemos disfrutado muchísimo en ese parque tan bonito. Pero ¡ay, qué dormida estoy! Ni una palabra más.

5 de abril. Otro día precioso: toda la mañana paseando por el parque de lord Holland y, por la noche, un poco de música en nuestro querido saloncito. ¡Qué contenta, contentísima…! ¡Dios mío! ¿Qué pasa? Otra vez ese horrible sabor metálico, y ¡ay!, qué mal me encuentro…

6 de abril. Gracias a Dios, parece que el ataque ha pasado. ¡Ay, qué miedo me da! Y gracias a Dios también porque he podido ocultar a William lo peor y no se ha enterado de lo horriblemente parecido que ha sido a la otra vez.

20 de abril. De nuevo este malestar horroroso, y lo que es peor… ¡ay, muchísimo peor!, este sabor a plomo. Hoy es peor que el otro día. Ayer no me moví de la cama. Mi pobre William está muy preocupado. Quiera Dios que no me vuelva a pasar.

6 de mayo. Otro ataque. ¡Que Dios me ayude! Si esto sigue así, no sé qué será de mí. Estoy cada día más débil. ¡Pobre Willie! ¡Qué mal lo ha pasado estos tres últimos días! De todos modos, el médico dice que se me pasará. ¡Dios lo quiera!

25 de mayo. Más malestar, más trastornos, más asqueroso sabor metálico. Hasta el médico está cada vez más desconcertado, y sé que William no para de pensar en lo mal que lo pasé hace un año. Gracias a Dios, hasta ahora he podido ocultarles, a él y al médico, este sabor asqueroso que tanto impresionó al doctor Watson. ¡Ay! ¿Cuándo acabará esto?

10 de junio. No puedo librarme de una sospecha horrorosa. ¿Qué puede significar? He repasado el diario y he comprobado que el ataque se repite cada quince días. El 5 y el 18 de abril, el 3 y el 21 de mayo, y ahora otra vez, el 7 de este mes. Y este horrible sabor metálico que tengo casi siempre en la boca; y con cada ataque me debilito más y más. ¡Ay, Dios! ¿Qué puede ser?

26 de junio. Otros quince días: otro ataque. Aquí hay gato encerrado, no puede ser de otra forma. Pero ¿quién podría… quién haría una cosa así? Gracias a Dios, todavía puedo ocultar a mi pobre William el peor síntoma de todos, este sabor metálico horrible que ya no se me va de la boca en ningún momento. Mi precioso William, ¡qué tierno, qué bueno es conmigo! […]

12 de julio. No podré soportarlo mucho más. Cada vez que se repite el ataque, me quita una parte de la poca, poquísima, fuerza que me queda. Que Dios me ayude, creo que tengo que irme […]. Hoy ha venido el barón y a mi pobre niño se le iluminó la cara de esperanza un momento, un momento. Tuvo una larga discusión con el médico, hasta que consintió en consultar el caso con él, pero al final me han cambiado las medicinas. De todos modos, ha debido de pasar algo grave, porque nunca había visto al doctor Dodsworth tan serio.

1 de agosto. Creo que se acerca el final. El último ataque me ha debilitado como nunca, estoy escribiendo en la cama. Ya no me levantaré más de aquí. Mi pobrecito Willie […]. Llevo tres días en cama, pero solo como de su mano.

17 de agosto. Creo que esta será casi la última vez que escriba en el diario. Dentro de quince días estaré tan débil que no podré sujetar la pluma… si es que todavía estoy aquí, claro.

5 de septiembre. Otro ataque. Es curioso cómo soporta el dolor este cuerpo agotado. ¡Ojalá todo hubiera terminado ya! Pero mi pobre, mi pobrecito niño […]. Él también está muy cansado: no se aparta nunca de mi lado, ni de noche ni de día […]. Como lo que me dan sus manos, pero ya no me sabe a nada… a nada más que a plomo […].

27 de septiembre.[20] Adiós, marido mío, mi amor, mi precioso William. Piensa en mí… No tardes en venir conmigo. Que Dios te bendiga… Que Dios te consuele… querido mío… mi amor.

[Con letra del señor Anderton.]

Mi amor murió este día.

12 de octubre de 1856

W. A.