CAPÍTULO XVIII
Nacho llegó puntual a su cita con Mónica. La vio llegar a lo lejos y los nervios parecieron subirle por la garganta. No era una sensación bonita como cuando uno empieza a enamorarse y le hacen chiribitas los ojos al ver llegar a la chica llegar, era más bien algo semejante a la sensación de tener un examen final.
Llevaba una blusa, una falda vaquera y el pelo suelto y todavía húmedo de la ducha. Unas grandes gafas de sol tapaban sus ojos impidiendo al chico hacerse una idea del humor que traía aquel día. Le saludó con un beso rápido y sin entusiasmo, por lo que Nacho dedujo que no iba a ser demasiado compasiva con él.
— ¿Y bien? — preguntó sin rodeos.
—Sé que te debo una explicación —respondió tras aclararse la garganta— pero quiero que entiendas que tuve mis motivos para actuar como lo hice y que no me arrepiento.
— ¿Qué no te arrepientes? — bufó ella. — ¿No te arrepientes de que un hombre haya estado gravemente herido en el hospital por tu culpa? Eres peor persona de lo que pensaba, Nacho.
— ¡Eso no es cierto! No sé de dónde has podido sacar esa información o quién te la habrá contado, pero sea como sea, deberías de habérmelo dicho nada más enterarte. ¡Deberías de confiar en mí!
Mónica bajó la vista para luego volver a mirarle desafiante — Bien, comienza.
—Conoces a mi amigo Javi.
—Sí.
—Estuvo trabajando en una constructora durante algún tiempo. Al principio todo iba bien pero un día, por casualidad, escuchó una conversación entre los dos socios principales y un tercer hombre. La empresa estaba pasando por un mal momento económico y, si no hacían algo para solucionarlo quebraría y tendrían que cerrar, pero eso no fue lo que sorprendió a mi amigo, sino la propuesta del tercer sujeto que les sugirió utilizar los palets de ladrillo hueco de la constructora para traer droga desde Colombia — Mónica alzó una ceja —. Javi había permanecido oculto detrás de una puerta y al oír unos pasos en la oficina no le quedó más remedio que marcharse antes de que le descubrieran y las cosas empeorasen. Ernesto y Alberto, los socios, siempre le habían parecido gente honrada y ni por un momento pensó que fuesen a sucumbir a la propuesta de aquel hombre pero unos meses más tarde comenzó a percibir ciertas irregularidades: palets que desaparecían o que, por algún motivo que no explicaban, quedaban algo apartados y un extraño envío de material a…
— ¿Colombia?
— Eso es. Faltaban solo unos días para que el barco zarpara con a saber cuántos kilos o toneladas de droga.
— ¿Por qué no avisó a la policía?
— ¿Te crees que esa gente de la mafia es tonta? Que no iban a tener todas las pruebas escondidas en caso de alguna posible inspección. Y, ¿Quién iba a creer a un chaval de veinte años? La policía tenía que pillarlos con las manos en la masa, por eso Javi me pidió ayuda. Se enteró de la noche en la que cargarían los ladrillos en el barco y decidimos que ese sería el momento de intervenir. No había nadie en el puerto, por lo que dedujimos que tal vez los guardas hubieran sido sobornados o bien alguien habría alterado su tabla de turnos para que ninguno apareciera por allí. En cualquier caso llamamos a la policía, que se presentó en cuestión de minutos. Javi y yo permanecimos escondidos detrás de unas cajas, no queríamos que nadie se enterara de que nosotros habíamos dado el chivatazo. — Mónica asintió despacio. — Vimos como los perros encontraban la droga y como arrestaban a Ernesto y a Alberto pero ¿Dónde estaba el tercer hombre? Miramos a nuestro alrededor y lo vimos intentando escapar escondiéndose entre los diferentes bultos que había en la explanada. Por otra parte, parecía que ninguno de los socios tenía intención de delatarle.
— ¿Y eso por qué?
— ¿Querrías tu desafiar a alguien de la mafia?
—Supongo que no…
— Pero Javi y yo pensamos que no sería justo que saliera indemne, por lo que le seguimos y, justo cuando estaba a punto de alcanzar la salida del puerto, en un intento desesperado, Javi le lanzó un pedazo de madera que había recogido del suelo. La madera le golpeó en la cabeza y haciéndole perder el equilibrio. La policía llegó justo a tiempo, pero no para ver quién le había herido.
—Pensé que habías sido tu quien…
—¿Quién había enviado a un hombre al hospital con traumatismo craneal? — se rió —No, fue Javi, pero yo cargué con la culpa. Entonces era menor de edad y, mi condena dadas las circunstancias, sería mucho menor. Javí tenía que mantener económicamente a su madre y a su hermana, no podía permitirse pasar una temporada entre rejas, pero yo no iría a la cárcel. Nadie lo vio. Sólo Javi y yo conocemos la verdad, y ahora tú y te pido por favor que siga siendo así.
— ¿Qué pasó con el tercer hombre?
—Declaró que estaba desesperado, que había propuesto aquel negocio a los socios porque estaba amenazado por la mafia colombiana, que era su única vía de escape. Pamplinas. En cuanto salió del hospital y se celebró el juicio lo enviaron a la cárcel en la que estuvo hasta ahora que por lo visto le han dado la condicional.
—Es decir… ¿Anda por aquí? — preguntó la chica mirando a su alrededor alarmada.
—Sí. Y dicen que quiere saldar su deuda, que Javi y yo le destrozamos la vida — suspiró.
— ¡Pero eso no es cierto! Hicisteis lo que teníais que hacer, avisar a la policía.
—Lo sé.
— ¿Y ahora?
— Aun no lo sé.
Ambos se quedaron en silencio durante unos instantes. Mónica asimilando la información y Nacho preguntándose si habría hecho bien en contárselo pese a las advertencias de Javi.
— ¿Cómo te enteraste de tu… particular versión? — preguntó.
— Rubén. Es un compañero de clase con el que tengo bastante trato. Su padre instruyó la causa.
—Pues ese tal Rubén te mintió — respondió con enfado —, te contó lo que le dio la gana.
Ella agachó la mirada — Siento haber dudado de ti pero…
— ¿Pero?
—Creo que esta situación me viene grande.