EPÍLOGO
—¿Ha despertado?
—Hace un rato.
Peter se giró con el rostro cansado tras responderle pero en seguida se viró de nuevo hacia la figura que permanecía hundida en el mullido colchón, con el hombro cubierto por una gruesa venda y un generoso moratón a un lado de la frente. Un principio de barba oscurecía el mentón de su hermano menor dándole cierto aspecto anguloso pero desprendía tranquilidad y en parte Doyle lo entendía. Recuperar a quien has creído perder, a quien amas y necesitas a tu lado para sobrevivir. Lo comprendía demasiado bien.
Pensó en su esposa, a la que había dejado un momento con su pequeña. Su instinto le decía que sus dos mujeres necesitaban un momento a solas para reencontrarse y reconciliarse con la idea de estar otra vez juntas. Él no tardaría en unirse a ellas pero antes debía comprobar el estado de Rob y de su hermano. Liam había vuelto a su hogar con su familia, tras recibir demasiados abrazos para su salud mental, según había comentado con temblorosa y emocionada voz. Ellos habían ofrecido su hogar a Elora Robbins aunque antes de hablar Julia había dudado un segundo al percatarse de que las aletas de la nariz de Sorenson se encrespaban al escuchar el contenido de la invitación, casi como si le fueran a arrebatar algo precioso y único cuyo lugar estaba a su lado.
Elora no se había dado cuenta de la reacción del hombre y Doyle dudaba que ni tan siquiera el propio Sorenson lo hubiera hecho. La menuda mujer había agradecido la oferta pero fue clara al indicar que prefería confirmar el estado ya estable del viejo Lucas pese a haber recibido una cuchillada y que lo que de verdad necesitaba en esos momentos era estar con sus pequeños para acariciarlos, olerlos y tumbarse a su lado. Sencillamente verlos de nuevo. Le agradaba inmensamente esa mujer. Valiente y única como su Julia. Y por el abrazo asfixiante que le dio su mujer y recibió en respuesta de Elora, el sentimiento era recíproco. Dos mujeres de armas tomar. Únicas e impredecibles. Aguerridas.
Tuvo que tragarse la risilla al ver la manera en que Elora ignoró descaradamente a Sorenson al cruzar con toda la dignidad del mundo delante de él para dirigirse a la puerta de salida, rumbo a su hogar y la repentina carrera que obligó a efectuar a Sorenson para alcanzarla antes de que ascendiera al coche de caballos alzándose las faldas hasta casi las rodillas. El gruñido del hombre ubicado tras ella que trataba de volverlas a su decoroso lugar a punto estuvo de encabritar a los atados animales. Los enormes y rígidos hombros del corpulento hombre denotaban su enfado, en parte por la negativa de ella a tener en cuenta la opinión que él se había apresurado en trasladar en voz alta y mandona pero también por las palabras que había dejado Elora tras de sí, en el sentido de que ella había tenido la razón desde el principio y que le dejara las faldas en paz. Que ella se las agenciaba muy bien sola, sin el mangoneo de hombres. La conversación de esos dos en el carruaje que estaba listo para partir iba a ser interesante, por decirlo suavemente.
Clive y Ross habían desaparecido hacía un buen rato tras despedirse de ellos y asegurarles que les tendrían al tanto de las novedades. Las endiabladas novedades que les iban a quitar el maldito sueño. No en relación a Roland Bray y Albus Drake, padre e hijo, ya que no tardarían en dar de nuevo con sus huesos en prisión para dar buena cuenta de sus pecados tras una merecida condena a muerte, sino en relación al paradero desconocido de Martin Saxton. El exhaustivo rastreo iniciado tras el rescate no había dado resultado alguno, desapareciendo el maldito en medio de la oscuridad pero algo en su interior le avisaba que tarde o temprano retornaría a sus vidas convirtiéndolas, de nuevo, en un infierno. La información recopilada por el padre de Julia sobre la organización de los hermanos Bray y que habían ojeado con rapidez Clive y Ross, valía su peso en oro. Pruebas de asesinatos, chantajes, amenazas, secuestros. Todo el abanico de delitos que se podían cometer a cada cual más espeluznante. Y lo peor, lo que habían descubierto posicionados como en un altar en el maldito barco en el que casi escapan, llevándose a su mujer y a Rob. Dispuestas en jarras, guardadas y conservadas habían descubierto las manos seccionadas de al menos siete mujeres. El joven agente al que le tocó en suerte revisar el casco del barco tardaría un tiempo en borrar de su mente la atroz imagen y todavía más en asentar su estómago. Bray se había negado a dar explicación alguna salvo a ella. A su elegida. Doyle perdía la razón cada vez que alguien repetía lo que ese hombre decía, la manera en que se refería a su esposa pero eso ocurriría por encima de su cadáver, por lo que imaginaba que se quedarían toda su vida con las ganas de entender o quizá asomarse al abismo que era la enfermiza mente de Roland Bray, aunque dudaba que eso pudiera llegar a ser posible.
Dirigió de nuevo la mirada hacia el hombre que respiraba dormido y en paz consigo mismo en el lecho, con las líneas de la cara relajadas y el revuelto cabello rubio completamente desordenado. Tenía buen color pese al morado a un lado del rostro. El viejo Norris no tardaría en llegar para asegurarse de que su hijo estaba vivo y en casa.
Doyle frunció el ceño al rememorar lo ocurrido. No habían encontrado rastro de Saxton. Para cuando Peter entró en el maldito casco, Rob estaba inconsciente en el suelo y la escotilla ubicada sobre la línea de flotación, desplegada. El malnacido había desaparecido. Una vez más había escapado y estaba libre. En algún lugar, agazapado, no tardaría en emerger al acecho.
—¿Comentó antes de dormirse lo que ocurrió allí dentro?
—Algo.
Por la manera en que Pete presionó los brazos del sillón ubicado junto a la cama y que ocupaba, Doyle supo que no le iba a agradar la respuesta. Que no le iba a gustar en absoluto.
—Pelearon y creo que Saxton le dijo algo, pero se ha cerrado en banda —Peter volvió el hermoso rostro, mirando fijamente a Doyle antes de hablar—. Creo que Rob lo habría matado de haber podido sin pensárselo dos veces, hermano.
Doyle arqueó las cejas no alcanzando a comprender lo que quería decir su hermano menor.
—Si hubiera sido yo no habría dudado entre capturar o matar, Doyle. No lo hubiera hecho. Sencillamente el cabrón no habría escapado con vida pero Rob... No está en su carácter matar a sangre fría. No es hombre que se tome a la ligera una muerte pero Saxton, ese hijo de puta le está carcomiendo por dentro. Lentamente. Si permito que lo mate temo que no sólo acabará con ese canalla sino que una parte de él se perderá también por el camino y entonces, Saxton habrá ganado —los oscuros ojos irradiaban pesar y cólera.
—No tiene elección, Pete. Saxton no parará.
—Lo sé y por eso he de encontrarlo antes de que él nos encuentre.
—¿Qué vas a hacer, hermano?
—Proteger al hombre que quiero.
Con tranquilidad Doyle se aproximó al butacón que ocupaba su hermano y apoyó su mano en su hombro.
—Me tienes para lo que quieras, hermano.
Los negros ojos se izaron para clavarse en los plateados. Decía todo lo que sentía dentro.
—Siempre.
Era hora de dejarlos solos y acudir en busca de su señora esposa. Con suavidad depositó la palma de su mano contra la áspera mejilla de Peter, susurró un suave descansa, hermano y cuida al canijo y se encaminó con decisión hacía la puerta. Sentía la urgente y apremiante necesidad de asegurarse que Julia y su pequeña estaban sanas y salvas y no metidas hasta su precioso cuello en un nuevo jaleo. Salió de la cálida estancia al pasillo para toparse de frente con un sigiloso Marsden.
—¡Jefe!
¡Diablos! ¿Qué demonios hacia el hombre a esas horas en medio del oscuro pasillo? Cualquier día le iba a dar un ataque al corazón con los sustos que recibía de su personal.
—¿Qué haces ahí parado, hombre?
—Vigilar, jefe.
—¿A quién?
—A su esposa y a la pequeña, jefe.
—Pero si estoy yo, Marsden.
—Ya, jefe pero cuatro ojos ven más que dos y la pequeña puede escurrirse por cualquier sitio al ser tan chiquita y la señora tiene mucha facilidad para meterse en líos por lo que...
—Marsden...
—...hemos decidido organizar severos turnos de vigilancia y seguimiento y más cosas de esas y asegurarnos de que...
—¡Marsden!
—...no las perdemos de nuevo de vista, que el susto ha sido gordo y...
—¡MARSDEN!
Por Dios, ya estaba con sus gestos el hombre.
—¡No te santigües!
—Perdón, jefe pero es que me trae buena suerte y quizá se le pegue algo a usted que creo que lo va a necesitar con sus dos mujeres.
Fue a pegar un rugido pero pensándolo mejor...
—Está bien. Santigua todo lo que quieras, pero vete a casa, por todos los diablos que prometo que al menos esta noche no se me van a escurrir ninguna de las dos por entre los dedos.
—¿Ni siquiera la pequeña?
—No.
—Es tan pequeñita.
—¡Ninguna de las dos!
—Vale, jefe —el hombre se inclinó ligeramente en plan conspiratorio—. Mañana le toca el turno a Mason pero seremos discretos, jefe. No queremos que las jefas nos den esquinazo.
—Por Dios, si mi hija ¡no llega al mes de vida!
—Ya, jefe pero nunca se sabe, con esos ojillos que lo miran a uno fijamente...
Optó por volverse hacia su habitación, agotada la paciencia dejando al hombre con su retahíla de palabras en la boca, tras de sí. Si no veía a su mujer en un minuto explotaba.
—Os he escuchado...
Se estaba adormilando recostado en la butaca, en el límite ese en el que ya no te das cuenta de que te duermes cuando escuchó las suaves palabras de Rob. No dijo nada a la espera de que él siguiera hablando.
—Tienes razón, ¿sabes? Lo hubiera matado si hubiera podido. Lo habría hecho y puede que me hubiera costado una parte... No lo sé, Pete. Lo que sí sé es que uno de los dos terminará muerto y no estoy dispuesto a ser yo. No lo estoy. Ese hombre no me robará mi futuro.
Peter se levantó de la butaca, quedando erguido junto a la cama.
—Hazme sitio.
Un segundo de silencio fue el recibimiento a su petición y duró exactamente eso.
—¿Qué?
Rob le miraba con los ojos abiertos y el ceño levemente fruncido.
—Échate a un lado.
Las cejas se elevaron otro poco más.
—¿Para qué?
Un repentino e inesperado tono rosado cubrió las mejillas de Peter, descolocando completamente al hombre que medio incorporado en el lecho, comenzaba a sentir una suave sonrisa curvar su boca.
—Te estás sonrosando, Pete.
—No.
—Cada vez más.
—Yo no... me... pongo rojo.
—Eso díselo a tu cara. Puede que te haga caso.
—Muy gracioso.
Con un fluido movimiento Rob se deslizó hacia un lado de la ancha cama, dejando espacio para el inmenso corpachón que sobre las sábanas se colocó a su lado.
—No muerdo...-Rob soltó una pícara risilla al apreciar la rigidez en el cuerpo de Peter tendido a su lado-...salvo que me lo pidas, claro.
Poco a poco Pete se fue relajando hasta quedar hundido en el colchón, ligeramente girado hacia Rob.
—Creí que te había perdido y...
Un cálido dedo impidió que continuara al posarse sobre los labios de Peter.
—Lo sé, Pete. Lo sé.
—Sin ti no podría seguir adelante...-en esta ocasión Peter sujetó la mano que trató de hacerle callar-...no, déjame, Rob. Necesito decirlo. Cuando vi en aquel corredor como te llevaban con ellos, con Saxton y no pude impedirlo, me quedé helado. Los hubiera matado a todos...-la negra mirada se alzó del lugar donde la tenía fija, en sus propios puños cerrados-...y creo que lo hubiera disfrutado. Me asusté de lo que sentía.
—Si hubieras sido tú, yo también.
—No. No lo entiendes. Me asuste de la intensidad de lo que siento por ti —El colchón se movió con el desplazamiento del peso de Rob al acercarse. Dos fuertes manos rodearon el hermoso y dolido rostro—. Me aterra perder lo único que me hace querer vivir y sé que Saxton no parará hasta separarnos —expresaban tanto esos ojos negros que otros consideraban insensibles.
—No lo permitiremos.
—Faltó poco, canijo. Faltó poco.
—Pero no lo logró y no lo hará.
La rubia cabeza quedó recostada en la almohada, tras acomodarse bajo las sábanas y mantas. A su lado Peter recostó la espalda en la misma almohada y quedó tumbado a su lado. En un par de segundos un pesado brazo se cruzó sobre el firme vientre de Peter y Rob murmuró algo que el primero no alcanzó a comprender. Se deslizó hacia abajo hasta quedar tendido de costado al nivel de Rob y le pegó un suave toque en el brazo con su mano. Necesitaba saber lo que había dicho. Por alguna extraña razón su corazón así lo pedía. Los párpados entrecerrados se abrieron y esos hermosos ojos azulados le miraron de frente, somnolientos y cálidos. Sonrió y repitió lo que había susurrado.
—Dije... que te amo.
La fuerte mano apretó el brazo que rodeaba su enorme cuerpo.
—Lo sé. Ojalá todo fuera más sencillo.
Una apenas perceptible sonrisa ensanchó la boca de Rob, quien de nuevo había cerrado los ojos, agotado.
—Entonces no seríamos nosotros.
Un suave suspiro sonó en la habitación seguido del movimiento de ropas y del contacto de labio contra labio, fugaz y tierno, hasta que la grave voz de Peter brotó juguetona.
—Todavía me debes una buena por armarte en prisión.
—¡De eso nada!
—Oh sí, un trato es un trato entre caballeros y recuerda, la contraprestación debe estar siempre en consonancia con el servicio dado. Incluso mejorarlo. Me debes la vida, por tanto tendrás que esmerarte.
Una ronca y adormilada risa seguida del sonido de un lento y tierno beso fue la única contestación hasta que un cómodo silencio roto únicamente por el par de respiraciones terminó por llenar la habitación. Pasaron los minutos hasta que todo sonido desapareció. Sólo una frase dicha en voz baja lo rompió. Yo también te amo, canijo. Siempre lo haré. Un suave ronquido fue la respuesta.
Eran hermosas. Las dos. Su mujer y su hija. Lo que habían pasado le había hecho entender lo frágil y rápido en que se puede perder lo que se atesora, que se debe aprovechar cada momento como si fuera el último y eso pretendía hacer. Dar gracias por lo que la vida le había regalado.
Dios, le encantaba escuchar a su mujer contar cuentos pero no iba a ser él el primero en carcajearse con los sonidos que emitía. Podría jurar que antes lo haría su pequeñuela. Dicho y hecho. Un balido renqueante de su esposa y ese precioso gorjeo de su hijita. De seguido la cantarina risa de su mujer. Sintió tal opresión en el pecho que por un vergonzoso segundo pensó que se iba a desmayar de la emoción y a ver cómo explicaba que se había caído redondo al piso al escuchar la risa de sus dos mujeres. Total, desde que se había casado, había perdido completamente las vergüenzas.
—Hola, esposo. Tu hija se está riendo de mí.
—¿Por qué será?
Joder, la sonrisa de su esposa le nublaba el cerebro y a su diminuto lo descontrolaba completamente. En cada ocasión. En cuanto ese hoyuelo aparecía y los suaves labios se curvaban.
Se acercó a los dos figuras, la pequeñita en brazos y protegida por Julia. Se besaron suavemente y encaminaron abrazados hacia el cuarto de su pequeña. La tendieron en la cuna y no tardaron esos ojitos en cerrarse. Era una bendición de criatura. Dormía, comía, sonreía y encandilaba a todos a su alrededor, sobre todo a Marsden, aunque el hombre lo negara rotundamente pese a perseguirla por todas las esquinas por si echaba a andar, según sus propias palabras. Suspiró. El día que echara de verdad a caminar, le iba a causar un trauma al hombre y al resto de su personal. Una suave y pequeña mano rodeó la suya.
—¿Pasaste a ver a Rob?
Sonrió a su esposa. Lo conocía demasiado bien.
—Ahora descansa. El golpe ha sido fuerte y aunque no lo reconozca ninguno de ellos, aún tienen el miedo metido en el cuerpo. Lo sé de primera mano —Notó un ligero apretón en su mano.
Su mujer comenzó a desnudarse y él a contemplarla, extasiado mientras seguían hablando.
—¿Y tu hermano?
—Le quiere, ¿sabes? —No había hablado del tema de Peter y Rob con Julia y sintió la necesidad imperiosa de hacerlo—. Como nos queremos nosotros.
Su mujer se le acercó y posó una mano en su rostro, seria.
—Entonces son afortunados. Los dos.
La amaba más que a su vida. Sintió la pérdida del calor de Julia al aproximarse ella al lecho. Estuvo a punto de impedirlo, de sujetarla y besarla hasta que quedaran los dos sin fuerzas pero esperaba su reacción en cuanto lo descubriera, escondido bajo las sábanas. Estaba deseando ver su precioso rostro.
El sonido de la colcha al ser retirado se paralizó y una suave exclamación de puro gozo llenó el cuarto.
—Lo encontraste entre tus libros...
—Para ti.
—Pero es una joya. Hay tan pocos y están prohibidos.
—Ellos se lo pierden.
Se acercó pausadamente hasta colocarse a la espalda de su mujer quien ansiosa, ojeaba la hermosa encuadernación del libro. Con sumo cuidado lo abrió como lo haría un amante de la lectura y lanzó una risilla, dando la vuelta al libro entre sus manos, girándolo del derecho y después del revés. Lentamente, casi con dulzura. Su mujer volteó ligeramente la cabeza en su dirección.
—Esto es anatómicamente imposible, ¿no?
La abrazó por detrás, enlazando su cintura con sendos brazos y besó el lateral de cuello.
—Podríamos probar a ver si lo es —pasó una página mientras ella sujetaba el pesado libro con ambas manos. Parecía acariciarlo como hacía con él. Con suavidad Julia lo cerró y abrazó contra su pecho. Él copió su movimiento rodeándola con sus brazos—. Tenemos toda la vida para hacerlo, mujer. Quizá cuando tengamos nietos hayamos agotados todas las posibilidades varias veces.
Su Julia soltó el Kamasutra con cuidado de no estropearlo, dejándolo sobre el lecho, tras pasar el dedo por el desgastado lomo y se volvió para mirarlo directamente.
—Eso me encantaría, marido —De frente, besó esos dulces labios que lo volvían loco—. Gracias.
Alzó la cara tras escuchar una palabra tan sencilla y que encerraba un mundo por sí sola de labios de su mujer, para observarla directamente desde su altura. Ella le daba las gracias.
—Por amarme.
Dios... Ella no terminaba de verlo por lo que las palabras fluyeron con tanta facilidad como le resultaba amarla, como le resultaba desear pasar el resto de su vida junto a ella. Se sentó sobre el borde de la cama, con ella en su regazo y lo hizo. Se lo dijo con un nudo en su garganta.
—No amor, gracias a ti... por corresponderme.
Fin...
Agradecimientos
Este libro es para dos personas inmensamente especiales.
Tía, gracias por transmitirme tu amor a los libros de romance siendo cría y estar ahí, animándome, desde que tuviste entre tus manos la historia de amor de Mere y John. Por ser una mujer maravillosa, generosa y la tía más amorosa que cualquiera pudiera desear. Por darnos amor, apoyo y calor sin pedir nada a cambio. Por ser sencillamente nuestra Abito.
Para Cooky, por no rendirse y abrirme los ojos cuando actuaba como un terco topo. Por decirme lo que tenía que escuchar aunque no me gustara y me enfurruñara pero sobre todo, por ser mi hermana. Porque sin ti nunca me hubiera lanzado de cabeza a la aventura. Por las risas compartidas en nuestros locos cursos, por las lágrimas, las discusiones y ese humor tan especial que te hace única. Por todo lo bueno pero también por los malos momentos. Por tantos años siendo inseparables y por ese apoyo incondicional que me has regalado desde crías. Siempre juntas.
Las primeras que me dijeron, adelante.
Os quiero muchísimo. Tanto que a veces cuesta expresarlo.
Reconocimientos
Para aquellos que, incansables, han seguido mis novelas, capítulo tras capítulo, animándome y compartiendo conmigo el inmenso cariño que siento por todos y cada uno de los miembros del Club del Crimen.
Para las incombustibles, por creer en mí y en mis historias, sin dudar ni un fugaz segundo. Por ayudarme, escucharme y animarme pero sobre todo por compartir tantas risas hasta altas horas de la noche. Muchas gracias.
Para el club de los despojis. Para mí siempre seréis especiales. Se os quiere muchísimo.
Sobre la autora
Bego Amann no cuenta: «He disfrutado leyendo toda mi vida pero la curiosidad por crear personajes y mundos rodeados de intriga, amor y misterio provocó que diera mis primeros y titubeantes pasos en el mundo de las letras. El resultado fue el primer capítulo de Amor entre acertijos pero la vida hizo que terminara en un cajón, olvidado. Años más tarde y rodeada de un mundo que nada tiene que ver con la literatura, removiendo papeles y viejos recuerdos reaparecieron esas viejas hojas manuscritas.
Retomé el comienzo de una aventura que me ha llevado, casi sin darme cuenta de tanto que lo he disfrutado, a encontrarme inmersa en la escritura de la tercera novela de la Saga del club del crimen».
Cada día descubro que me apasiona más escribir y gozar de la asombrosa libertad de crear sin límites. Me encantaría que quien se aventure a leer mis novelas, las disfrute tanto como yo al escribirlas.
Amor entre lágrimas
B. Amann
El Club del Crimen 02
2013