LAS «CIPRIAS»
INTRODUCCIÓN
1. El Ciclo Troyano
La Ilíada y la Odisea se refieren sólo a una pequeñísima parte de la guerra de Troya. La Ilíada se centra en un episodio, la cólera de Aquiles, y la Odisea, en el regreso a su hogar de Ulises, uno de los combatientes. El resto de los acontecimientos de esta larga expedición, desde sus antecedentes remotos hasta sus últimas consecuencias, tenía cabida en los poemas que componían el llamado Ciclo Troyano. Siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos, los poemas que los narraban eran los siguientes: las Ciprias (la Ilíada), la Etiópida, la Pequeña Ilíada, el Saco de Troya, los Regresos (la Odisea) y la Telegonía, bien entendido que la Ilíada y la Odisea no pertenecen al Ciclo en sí.
El principal problema planteado respecto al Ciclo es el de la cronología relativa entre los poemas que lo componen y los homéricos. La tradición antigua, tanto en las leyendas según las cuales el presunto autor de las Ciprias, Estasino, era yerno de Homero y otras por el estilo, así como en la investigación desde Aristarco, asigna unánimemente los poemas cíclicos a sucesores de Homero, a los llamados neóteroi. En época moderna, la opinión más generalizada es que los poemas del Ciclo son cronológicamente posteriores y obedecen al propósito de completar los episodios de la guerra que no cubrían la Ilíada y la Odisea. Pero existen autores[1] que sostienen la prioridad temporal del Ciclo sobre la Ilíada. No es este el lugar de entrar en la argumentación de unos y otros[2], pero parece en general mejor basada la hipótesis de la posteridad del Ciclo con relación a los poemas homéricos. Ello no obsta sin embargo para que las leyendas y tradiciones sobre las que el Ciclo se basa sean tan antiguas o más que las referidas en la Ilíada, cosa que no es de extrañar, conocido como es hoy que los poemas épicos tal como los conocemos son el último eslabón de una larga tradición oral.
En todo caso, quedó suficientemente demostrado desde que Schliemann sacó a la luz las ruinas de Troya que los aedos operaban sobre un fondo de acontecimientos rigurosamente histórico, como la investigación moderna sigue poniendo de manifiesto[3].
2. Título, autor y fecha de composición de las «Ciprias»
Las mayores vacilaciones rodean desde época antigua los datos de autor y época de las Ciprias, vacilaciones que afectan incluso a su título. Llamadas tà Kýpria, tà Kýpria épe o tà Kypriaká, se desconoce la razón de estos títulos. Se duda si aluden a la patria del autor (esto es, serían los poemas «compuestos en Chipre») o a Afrodita, la diosa chipriota por antonomasia, que desempeña un papel fundamental en el poema.
En cuanto a la atribución a un autor, la antigüedad griega tenía a las Ciprias como del propio Homero, como vemos que era lo normal en relación con toda la poesía arcaica. Existe una curiosa leyenda que recoge Píndaro[4] por primera vez, según la cual Homero, que se hallaba en apuros económicos, le dio este poema como dote de su hija a su yerno Estasino de Chipre. La atribución a Homero la pone en duda por primera vez, que sepamos, en el siglo v, Heródoto, al registrar las divergencias que presenta la tradición homérica respecto a la de las Ciprias en el viaje de Paris y Helena (fr. 12)[5].
La Tabula Borgiana atribuye a Arctino de Mileto un poema de nueve mil quinientos versos cuyo título se ha perdido, aunque sabemos que era un neutro plural. Allen[6] piensa ingeniosamente que puede tratarse de las Ciprias que tenía once cantos, asignándole a cada canto una media de ochocientos a novecientos versos, los once podrían cubrir tal extensión. La certidumbre de esta atribución de todos modos es escasa.
Frente a la actitud de autores como Aristóteles, que se limitan a citar al «autor de las Ciprias» sin atribuirle el poema a ningún poeta concreto, las fuentes de época romana pretenden dar nombre a ese autor anónimo y así los testimonios se distribuyen entre Estasino (fr. 1, 4, 7, 23, 25) y Hegesias (fr. 4). No sabemos si en el fr. 7 Kýprios es un nombre propio, Ciprio, o un étnico «un chipriota». Mucho más dudosa es la atribución a un halicarnasio (fr. 4).
Dentro de la escasa fiabilidad de la tradición, la atribución más plausible es la de Estasino de Chipre, dado que esta isla conserva tradiciones aqueas mucho tiempo después de las invasiones dorias.
Escasa credibilidad tiene la atribución de Bethe[7] a un poeta ático de finales del siglo VI, basada en la importancia que en el poema se da a los elementos míticos y cultuales áticos (Némesis, Ártemis e Ifigenia, que recibían culto en diferentes lugares del Ática, el primer rapto de Helena por Teseo y la expedición de castigo por los Dioscuros, que transcurren en el Ática, etc.).
La generalidad de la crítica moderna sitúa las Ciprias en la primera mitad del siglo VII a. C., aunque Allen[8] prefiere situarlo en la segunda mitad del siglo VIII. Jouan[9] presenta, con todas las naturales reservas, una cronología aproximada de los poemas del Ciclo Troyano, que merece la pena reproducir:
hacia 750 | (Ilíada) |
725-700 | Etiópida, Saco de Troya (Odisea) |
700-680 | Pequeña Ilíada |
680-660 | Las Ciprias |
650-625 | Los Regresos |
hacia 600 | Alcmeónida |
hacia 570 | Telegonía |
Hay que citar, por último, la propuesta reciente de Georgiadis[10] de identificar al autor de las Ciprias con el del Himno a Afrodita (el quinto de la colección de los Himnos Homéricos).
3. Valoración literaria de las «Ciprias»
Las Ciprias es el poema más extenso de todo el Ciclo Troyano. De algún modo es, pues, su representante más destacado y el primero en el orden cronológico de los acontecimientos. Sus características, literariamente hablando, lo distinguen de los poemas homéricos y lo aproximan a las demás obras del Ciclo. Natural es, por tanto, que una valoración literaria de las Ciprias nos lleve a la del Ciclo en su totalidad y viceversa, por lo cual, lo que aquí digamos será en general aplicable al resto de los poemas del Ciclo Troyano.
El Ciclo tuvo una importancia capital para la literatura griega posterior, tanto para la lírica, especialmente para Píndaro y Baquílides, que recrean repetidamente sus temas, como para la tragedia. Son muy numerosas las piezas teatrales cuyo argumento deriva de los episodios de estos poemas[11]. Posteriormente influyen en Isócrates y Platón. De otro lado, la tendencia a la ordenación cronológica de los acontecimientos sirve de puente entre la épica y las narraciones, a medias fabulosas, a medias históricas, de los logógrafos y, por tanto, de origen lejano del nacimiento de la historia.
No obstante, la valoración literaria de estos poemas se ha resentido desde antiguo por la enorme calidad de las creaciones homéricas la Ilíada y la Odisea. En efecto, ya Aristóteles[12] situaba a Homero muy por encima de los demás poetas épicos, aunque señala que por la mayor profusión de episodios que el Ciclo presenta brindó temas para muchas piezas teatrales. Proclo, el autor del resumen de los poemas que lo componen, nos dice lo siguiente:
Los poemas del Ciclo Épico se conservan e interesan a la gente no tanto por su valor como por la coherente sucesión de los acontecimientos.
Esta valoración, literariamente no muy positiva, se nota también en la casi inexistencia de papiros que contengan fragmentos del Ciclo, frente a los numerosos que han aparecido con fragmentos de Homero y Hesíodo, lo que indica el escaso interés de los lectores del Egipto greco-romano por estas piezas literarias. Autores recientes[13] comparten esta valoración de los poemas del Ciclo como mera información sobre leyendas antiguas.
Sin embargo, algunos de los fragmentos literales conservados, como son la preparación de Afrodita para el certamen de belleza (fr. 4 y 5) son de una gran finura literaria, y el proemio resulta pleno de interés como exponente de un pensamiento prefilosófico muy elaborado (fr. 1). Incluso se ha llegado a una supervaloración por parte de algunos autores como Welcker[14]. Por ello nos parece, con Jouan[15] que, sin juicios de valor apriorísticos, merece la pena establecer las diferencias que pueden apreciarse entre estos poemas y los homéricos.
En primer lugar habría que poner la ya aludida pretensión de los autores del ciclo de narrar una serie de episodios en orden cronológico. Frente a la concentración de la acción y la economía del poema características de Homero, los Cíclicos presentan una composición lineal, en detrimento de la unidad, ya que cada episodio es tratado en sí y ello dispersa el interés del lector. Esta acumulación da lugar asimismo a dobletes, a la repetición de episodios casi iguales, como son en las Ciprias, dos desembarcos: el de Teutrania y el de la Tróade, dos momentos de carestía de víveres, uno en Grecia y otro en Asia, dos sacrificios propiciatorios, en Aulide y Ténedos, etcétera.
En segundo lugar habría que señalar el importante papel que se da a lo novelesco, incluso a lo melodramático. Se potencian los temas amorosos (Zeus-Némesis, Peleo-Tetis, los Dioscuros y las hijas de Leucipo), especialmente el de la belleza de Helena, que enamora a todos los hombres: Teseo, Menelao, su esposo entre una numerosa lista de pretendientes, Paris, su raptor, e incluso Aquiles.
De otra parte, el elemento alegórico divino que se ve en el gran número de personificaciones divinizadas que aparecen, como Némesis, Temis y Eris, y que aproxima las Ciprias a Hesíodo aparece unido a una especial afición por lo maravilloso; las metamorfosis como las de Némesis, el nacimiento insólito de Helena, el prodigio en Áulide, los poderes de las Enótropos, etc. Ello se hace a costa de la gravedad que preside el tratamiento de lo divino y lo humano en la llíada.
Por último hay que destacar cierta tendencia al realismo en la descripción de las penalidades del ejército propias de una larga campaña: el hambre, el motín, el saqueo, a las que Homero no presta casi atención. Todo ello sitúa a las Ciprias y al Ciclo en general en un ambiente espiritual bastante diferente al homérico y que explica los rumbos que irá tomando posteriormente la literatura griega.
4. La «Crestomatía» de Proclo y su datación
El testimonio de mayor importancia de que disponemos para establecer el contenido de los poemas del Ciclo Troyano es un resumen de las obras que lo componen debido a Proclo. Respecto a este resumen se suscitan, sin embargo, tres problemas fundamentales.
El primero es la identidad de Proclo. Durante siglos se creyó que el autor de los resúmenes era el fecundo filósofo neoplatónico de ese nombre que murió en el 485 d. C., pero desde que en 1740 Henri Valois puso en duda esta afirmación, se tendió a identificar al autor de la Crestomatía con otro Proclo, gramático de la época de los Antoninos. Actualmente la critica se inclina mayoritariamente a favor del neoplatónico.
El segundo problema se halla en estrecha conexión con el anterior. En el siglo II d. C. o, lo que es más difícil, en el siglo V d. C. ¿existían aún los poemas del Ciclo, de forma que los resúmenes sean de primera mano? ¿O más bien debemos pensar que Proclo, sea el que fuere de los dos, trabajaba ya sobre una vulgata, perdidos los originales? Sabemos que los poemas del Ciclo decaen en el interés de los lectores hacia el siglo IV a. C., por no resistir la comparación con Homero, y sabemos también que van siendo progresivamente sustituidos por resúmenes prosificados, pero el problema es determinar en qué momento desaparecieron del todo. Allen[16] piensa que los poemas se conservaban aún en época de Proclo, basándose en dos argumentos: primero, que el propio Proclo dice que se conservan, y segundo, que los acontecimientos que provocan las pérdidas graves de obras, esto es, el cierre de las escuelas filosóficas por Justiniano en el 525 d. C. y la conquista de Siria y Egipto por Mohammed, un siglo más tarde, son posteriores a Proclo. Con todo, la filología moderna tiende a poner en duda que Proclo accediera todavía a los originales.
El tercer problema es si el resumen de Proclo sigue el orden de los poemas o este orden «histórico» es del resumen, pero no de los poemas; esto es, si Proclo tomó de aquí y de allá datos de los poemas y luego los reorganizó de forma ordenada cronológicamente. La coincidencia que continuamente podemos apreciar entre el resumen y los fragmentos nos inclinan a pensar en la primera posibilidad, la de que la voluntad «histórica» presidía ya la organización de los poemas del Ciclo.
Una vez valorada la validez del testimonio de la Crestomatía de Proclo, me parece el mejor camino para tratar de aproximarnos a las Ciprias comenzar por la lectura íntegra del epítome de esta obra perdida y tratar luego de ampliarlo sobre la base de los propios fragmentos en el apartado siguiente.
5. El texto del resumen de Proclo
El resumen que Proclo nos ofrece en su crestomatía es el siguiente:
Siguen[17] las llamadas Ciprias, transmitidas en once libros (…). Su contenido es el siguiente:
Zeus delibera con Temis acerca de la guerra de Troya.
Eris, presentándose mientras los dioses se banquetean en las bodas de Peleo, suscita un altercado a propósito de la belleza entre Atenea, Hera y Afrodita, que son conducidas por Hermes, de acuerdo con el mandato de Zeus, a presencia de Alejandro, en el Ida, para someterse a juicio. Alejandro prefiere a Afrodita, enardecido por la promesa de la boda con Helena.
Luego, a instancias de Afrodita, se construye una flota. Héleno les profetiza acerca de lo venidero y Afrodita ordena que Eneas lo acompañe en la travesía. También Casandra hace revelaciones acerca de lo venidero.
Tras poner pie en Lacedemonia, Alejandro es hospedado en casa de los Tindáridas, y después en Esparta, en la de Menelao. Alejandro en el transcurso de un festín le hace regalos a Helena. Después de eso, Menelao zarpa en dirección a Creta, tras haberle encargado a Helena que les procure a los huéspedes lo necesario, hasta que partan. Entretanto, Afrodita une a Helena con Alejandro. Tras su unión, una vez embarcada la mayor cantidad posible de riquezas, emprenden de noche la navegación.
Hera les envía una tempestad. Tocando en Sidón, Alejandro se apodera de la ciudad. Tras emprender la navegación hacia Troya, celebra por fin las bodas con Helena.
Entretanto, Cástor, junto con Pólux, son descubiertos cuando se llevaban las vacas de Idas y Linceo. Cástor muere a manos de Idas; pero Linceo e Idas, a las de Pólux. Zeus les concede la inmortalidad en días alternados[18].
Después de eso, Iris le anuncia a Menelao lo acontecido en su casa. Así que él, tras presentarse allí, delibera con su hermano. Menelao se entrevista también con Néstor.
Néstor, en una digresión, le cuenta cómo fue aniquilado Epopeo, tras haber seducido a la hija de Licurgo, así como lo referente a Edipo y la locura de Heracles y lo referente a Teseo y Ariadna.
Luego reúnen a los caudillos, tras haber recorrido Grecia. A Ulises, que fingía que estaba loco porque no quería acompañarlos en la expedición, lo descubren cuando, a instancias de Palamedes, le arrebatan a su hijo para castigarlo.
Después de eso, tras reunirse en Áulide, celebran un sacrificio. Se expone lo sucedido con la serpiente y los gorriones y Calcante les da una explicación acerca de lo que va a resultar.
Luego, después de hacerse a la mar, alcanzan Teutrania y la saquean, en la idea de que es Troya. Télefo llega en ayuda de los atracados, mata a Tersandro, el hijo de Polinices, y él mismo es herido por Aquiles.
Cuando emprenden la navegación desde Misia se les viene encima una tempestad y los dispersa. Aquiles, que arriba a Esciros, desposa a la hija de Licomedes, Deidamía.
Luego, Aquiles cura a Télefo, que había llegado a Argos, de acuerdo con un oráculo, para que llegue a ser el caudillo de la expedición naval contra Troya.
Reunida por segunda vez la expedición, en Áulide, Agamenón, al alcanzar a una corza en una cacería, se jacta de que aventajaba incluso a Ártemis. Irritada la diosa, les impide la expedición naval, enviándoles tempestades. Al explicar Calcante la cólera de la diosa y exhortarles a que sacrifiquen a Ifigenia en honor de Ártemis, se preparan para sacrificarla, después de hacerla venir como para casarse con Aquiles. Pero Ártemis, arrebatándola de allí, la traslada junto a los tauros y la hace inmortal. Es a una corza a la que ofrecen en el altar en lugar de a la muchacha.
Luego navegan hacia Ténedos. Filoctetes, herido por una culebra de agua mientras se banqueteaban, es abandonado en Lemnos a causa del hedor de la herida; y Aquiles, por haber sido invitado el último, disputa con Agamenón.
Luego, al desembarcar en Troya, los rechazan los troyanos y Protesilao muere a manos de Héctor. Luego Aquiles los pone en fuga, tras matar a Cicno, el hijo de Posidón.
Retiran los muertos y envían embajadores a los troyanos, reclamando a Helena y las riquezas. Como aquéllos no atienden a su demanda, se lanzan ya entonces al asalto.
Luego, tras recorrer la región, la saquean, así como a las ciudades aledañas.
Después de eso, Aquiles desea ver a Helena, así que Afrodita y Tetis conciertan un encuentro.
A continuación, Aquiles contiene a los aqueos, que se disponían a emprender el regreso y luego le quita las vacas a Eneas, saquea Lirneso y Pédaso y muchas de las ciudades aledañas y asesina a Troilo.
Patroclo, tras llevarse a Licaón a Lemnos, lo vende como esclavo.
Del botín, Aquiles tomó como recompensa a Briseida y Agamenón, a Criseida.
Luego está la muerte de Palamedes y el designio de Zeus, que, para aliviar a los troyanos, aparta a Aquiles de la alianza de los griegos. Asimismo, el catálogo de los que combatieron con los troyanos.
6. Situación de los fragmentos en el conjunto del poema
Las Ciprias era un poema bastante extenso, en once cantos, y si creemos, con Allen, que es el aludido en la Tabula Borgiana, con un total de nueve mil quinientos versos. En él se trataban numerosísimos episodios. La existencia del epítome de Proclo nos permite conocer su ordenación, por lo que nuestro interés se centrará principalmente en situar en ese contexto la casi treintena de fragmentos que nos han quedado y ampliar en algún caso la seca referencia de Proclo a partir de otras fuentes. Es precisamente la mayor extensión de este poema entre los del Ciclo Troyano y la abundancia de sus episodios lo que nos obliga a extendernos más en la introducción. En ella dividiremos convencionalmente el poema en una serie de episodios.
En el fr. 1 se recogen unos versos que con seguridad iban al principio del poema. En ellos el poeta se remonta a la causa remota de la guerra de Troya, para lo cual usa un viejo motivo que presenta abundantes paralelos en otras literaturas[19]. El mito es primitivamente etiológico, para explicar el origen de la muerte. Según él, los hombres eran inmortales en un principio, por lo que la multiplicación de sus nacimientos crea una superpoblación que abruma a la tierra. La única solución contra ella es la muerte, que se presenta en los diversos mitos de formas también diversas, ya, como aquí, por medio de la guerra, ya por el nacimiento de la enfermedad, ya por un diluvio, como se expone en el fr. 1 como posibilidad, o en el mito de Deucalión y Pirra, por no salirnos del ámbito griego.
Se ha especulado mucho sobre si es una alusión a este motivo la frase de la Ilíada[20], se cumplía la determinación de Zeus, como se indica en el fr. 1, lo que nos llevaría a la debatida cuestión de la supuesta mayor antigüedad de las Ciprias respecto a la Ilíada. Pero Marcovich[21] ha puesto de manifiesto que nada autoriza a creer que el prólogo de la Ilíada haga alusión a este tema.
Reseñemos por último que Cássola[22] cree verosímil que el auténtico proemio de las Ciprias lo constituyeran los primeros versos del Himno a Afrodita u otros semejantes.
Zeus halla el modo de desencadenar los acontecimientos y cumplir así su determinación cuando Tetis, por complacer a Hera, la esposa celosa, rechaza la unión con el padre de los dioses (fr. 2). Esta versión no parece coincidir con la del fr. 1, según la cual la boda de Tetis y Peleo obedece a un plan de Zeus y no al despecho amoroso, y de otro lado es incompatible con el gran festejo, con invitación a todos los dioses, que la boda trae consigo, pero tales contradicciones no son extrañas en un poema largo y compuesto por tradición oral[23]. El hecho es que de la unión de Tetis y Peleo nacería Aquiles, el gran adalid de los aqueos.
La escena de la boda debía tener gran importancia en el poema, pero de toda ella sólo conservamos la referencia del fr. 3 a uno de los regalos, la lanza que Quirón el centauro obsequia a Peleo. Este tema es conocido por la Ilíada[24]:
La lanza del irreprochable Eácida[25] fue lo único que no cogió, pesada, grande, sólida. Ningún otro de los aqueos podía blandirla, sino que sólo sabía blandirla Aquiles. De un fresno pelíada se la trajo Quirón a su padre, de la cima del Pelión, para que fuera matador de héroes.
Asimismo, Homero conoce otro de los grandes regalos de los dioses, la pareja de corceles inmortales, Balio y Janto, antaño propiedad de los Titanes[26] y que también heredará Aquiles[27].
En la boda hacía su aparición Eris, la Discordia, que, irritada por no haber sido invitada, se venga, tema éste del cuento popular, que tiene paralelos tan conocidos como el del cuento de la Bella Durmiente del Bosque. La venganza de Eris consiste en suscitar la rivalidad entre las diosas a propósito de la belleza. La tradición posterior plasma la escena en la llamada «manzana de la discordia», ofrecida para la más bella; pero parece que este tema de la manzana estaba ausente de las Ciprias y data de época helenística[28]. La solución de la querella se deja en manos de un juez.
Las divinidades en litigio eran la esposa de Zeus, Hera, y las hijas de aquél, Atenea y Afrodita. El juez elegido, Alejandro, otro nombre de Paris, hijo de Príamo rey de Troya, y el lugar, el monte Ida, donde Paris llevaba a pacer sus rebaños. No resulta extraño el tema si tenemos en cuenta que las competiciones de belleza no eran asunto ajeno a los griegos, según conocemos desde fechas bastante antiguas[29]. Los fr. 4 y 5 que probablemente se seguían casi inmediatamente en el poema original nos llevan a la delicada escena del aderezo de Afrodita para esa competición.
Parece ser que las diosas hicieron sus ofertas al juez. Tradicionalmente se cuenta (y es posible que el tema se remonte como tal a las Ciprias) que Hera ofreció el mayor imperio, Atenea, la supremacía guerrera y Afrodita, la más hermosa de las mujeres, y Paris, en palabras de Homero[30]
injurió a las diosas (esto es, a Hera y Atenea) cuando llegaron a su redil y destacó a la que le proporcionó la penosa lascivia.
A cambio de su victoria, Afrodita debería ayudar a Alejandro a conseguir a Helena, la más hermosa de las mujeres.
El fr. 7A nos remonta al nacimiento de la mujer cuya belleza va a provocar la guerra, Helena, y al de sus extraordinarios hermanos, los Dioscuros. Concretamente se nos han conservado los versos que describen los intentos de Némesis por librarse del acoso de Zeus. Al final, según nos informa el fr. 7B, Némesis acaba por transformarse en oca y Zeus, metamorfoseado en cisne, se une a ella. Como fruto de tal unión, Némesis, que ya había tenido a Cástor y Pólux, pone un huevo que le da a Leda, del que nacerá Helena. La leyenda conoce numerosas variantes (un huevo del que nacen tres gemelos, Cástor, Pólux y Helena, un huevo que contiene dos gérmenes, uno inmortal, de Zeus, otro mortal, de Tíndaro, esposo de Leda, etc.). Quizá la aparición de Némesis para poner el huevo junto a la conservación de Leda como madre de Helena traiciona la combinación de dos leyendas. En todo caso no sabemos si el episodio del nacimiento de Helena era un pequeño excursus de la obra o un episodio situado al principio de la misma. En cuanto al origen de la leyenda de Helena y los Dioscuros, el tema no ha conseguido clarificarse[31].
Cástor y Pólux tenían en el poema al parecer una extensa intervención. La belleza de Helena provoca que, apenas una niña, fuera raptada por Teseo y llevada a Afidna, así que sus hermanos acuden a rescatarla (fr. 10). La expedición acaba con el saqueo de Afidna y Atenas, el rescate de Helena y la captura de Etra, madre de Teseo. Por su parte los Dioscuros sucumben también a la pasión amorosa, por sus primas Hilaíra y Feba, las hijas de Leucipo (fr. 8). Apolodoro[32] nos amplía la información al respecto:
Deseosos de desposar a las hijas de Leucipo, tras raptarlas de Mesene, las desposaron. Nace así de Pólux y Feba, Mnesilao, y de Cástor e Hilaíra, Anogón. Cuando llevaban desde Arcadia un botín de bueyes con los hijos de Afareo, Idas y Linceo, instan a Idas a que haga el reparto. Éste, después de cortar un buey en cuatro partes, dijo que la mitad del botín sería del que devorara su parte el primero, y el resto, del que lo hiciera el segundo. Anticipándose, acabó Idas el primero su propia parte y la de su hermano, así que se llevó con él el botín a Mesena. Pero los Dioscuros hacen una campaña contra Mesena y se llevan aquel botín y mucho más.
El robo no pasa inadvertido a la aguda visión de Linceo, que descubre el escondite de los hermanos (fr. 11), tras lo cual tiene lugar el combate. Dejamos la palabra a Píndaro[33], habitualmente tan fiel a los temas del Ciclo:
Alternándose entre ellos (Cástor y Pólux) pasan un día cada uno junto a su padre, Zeus, y otro en las profundidades de la tierra, en las cavidades de Terapna, tras haber obtenido un destino igual: porque esta suerte, mejor que ser un dios en todo y habitar en el cielo, fue la que eligió Pólux al morir Cástor en el combate. Pues a éste Idas, irritado quizás por sus bueyes, lo hirió con la punta de su broncínea pica.
Atalayando desde el Taigeto lo vio Linceo, asentado dentro del tronco hueco de una encina. Efectivamente la vista de aquél llegó a ser la más aguda de todos los habitantes de la tierra. Con veloces pies avanzaron en seguida y maquinaron prontamente una gran empresa los Afarétidas. Y sufrieron terrible castigo a manos de Zeus.
En efecto, llegó en seguida corriendo el hijo de Leda[34] en su persecución. Ellos le hicieron frente cerca de la tumba de su padre[35]. Y arrancando de allí una imagen de Hades[36], una piedra pulida, la arrojaron al pecho de Pólux. Mas no lo quebrantaron ni lo hicieron retroceder, sino que lanzándoles un tiro con un veloz dardo, introdujo el bronce en el costado de Linceo. Zeus batió a Idas con el ardiente, fogoso rayo y juntos ardieron, abandonados. Que dura contienda es para los hombres tener un encuentro con los más poderosos.
Raudamente se dirigió hacia la fuerza de su hermano el Tindárida y lo encontró no muerto aún, pero estremecido por el jadeo en su respiración. Derramando entonces cálidas lágrimas entre gemidos, dijo en alta voz:
—¡Padre Crónida! ¿Qué liberación habrá para mis males? ¡Asígname con él la muerte a mí también, Señor! El honor se desvanece para el varón que ha perdido a los seres queridos y pocos son de entre los mortales los fieles en la dificultad para participar en la pena.
Así dijo. Y Zeus fue a su encuentro y le dijo estas palabras:
—Tú eres hijo mío, pero a él, como simiente mortal lo procreó luego su esposo, el héroe, al unirse a tu madre. Mas ea, te dejo a tu entera elección lo siguiente: si huyendo a la muerte y la aborrecible vejez quieres tú mismo habitar el Olimpo conmigo, con Atenea y con Ares, el de lanza renegrida[37], es posible para ti el disfrute de esta suerte. Pero si batallas por tu hermano y tienes la intención de hacer partes iguales de todo, la mitad del tiempo podrías respirar, estando bajo la tierra, la otra mitad, en las áureas moradas del cielo.
Una vez que habló así, no puso en su mente una doble opinión[38], así que le devolvió la vista[39] y luego la voz a Cástor, el de broncínea mitra[40].
Mientras sus hermanos se enfrentan con Idas y Linceo, Helena, raptada por Alejandro, viaja hacia Troya, vía Sidón, según el resumen de Proclo. La versión coincide con la referida por Homero[41] quien habla de unos peplos que guardaba Hécuba y
que se llevó el propio Alejandro, semejante a los dioses, de Sidón, tras navegar el ancho ponto, en el mismo viaje en el que raptó a Helena, la de nobles padres.
El fr. 12 que nos transmite Heródoto es en este punto incompatible con el resumen de Proclo, que incluye la toma de la ciudad. Es, por tanto, posible que el citado por Heródoto sea otro poema[42]. En la versión de las Ciprias que nos ocupa, el trayecto dura e incluye un viaje a Chipre e incluso el alumbramiento de un par de hijos (fr. 9).
Néstor narra en una digresión, que debía de ser muy larga[43], cuatro historias. Creo que merece la pena, siquiera sea aludir a su contenido.
La primera se refiere a la seducción de la hija de Licurgo por Epopeo. Por lo que sabemos por otras fuentes[44] podemos suponer las líneas generales de la historia. Epopeo, rey de Sición, seduce a la hija de Licurgo[45], Antíopa, y la rapta del palacio de éste, en Tebas. Como consecuencia Licurgo reúne un ejército, ataca Sición y mata a Epopeo. La leyenda tiene otra variante, según la cual Antíopa sería hija de Nicteo, hermano de Lico y amada por Zeus. Para librarla del furor de su padre, Epopeo la acoge y se casa con ella. Nicteo muere y encarga a su hermano que lleve a cabo la venganza. En efecto, Lico toma Sición y mata a Epopeo.
A la leyenda de Edipo ya hemos aludido por extenso. Lo que resulta absolutamente imposible es saber qué versión de la misma daría Néstor.
Tampoco sabemos el tratamiento que en las Ciprias tendría el tema de la locura de Heracles, que presenta bastantes variantes, pero que en resumen se centra en torno al asesinato a manos de su padre, en un rapto de locura, de todos los hijos que Heracles había tenido con Mégara.
En cuanto a la leyenda de Teseo y Ariadna aparece con diversas variantes, pero en todas Ariadna ayuda por amor a Teseo a librarse del Minotauro y huye con él. La unión acaba trágicamente. Según nos narra Homero[46], Ulises encuentra en los infiernos a Ariadna,
a la que antaño Teseo se llevó de Creta a las colinas de la sacra Atenas, mas no gozó de ella, sino que antes lo mató Ártemis en Día, ceñida por el mar, debido a las acusaciones de Dioniso.
Es interesante señalar otra versión que puede remontar a las Ciprias[47]:
Teseo zarpa en plena noche. Tras tocar en la isla de Día, desembarca y se duerme sobre la orilla. Atenea se le aparece y le ordena abandonar a Ariadna y llegar a Atenas. Se pone en pie y lo hace así.
Como Ariadna se lamentaba, se le aparece Afrodita y la consuela. Iba a ser esposa de Dioniso y alcanzaría gran fama. El dios se aparece a su vez, se une a ella y le regala una corona de oro que los dioses colocaron más tarde entre las estrellas para complacer a Dioniso[48].
La cuestión pendiente es determinar si estos relatos de Néstor tenían en la obra una función o más bien eran digresiones fuera de lugar, meros agregados de leyendas que ponían de manifiesto la pobreza constructiva de Estasino. Pero una ojeada al fondo de todos los relatos pone de manifiesto que todos tienen algo en común: la semejanza de situaciones con las planteadas por el rapto de Helena, y el castigo de los culpables. El rapto de Antíopa, tan similar al de Helena, acaba con la muerte de Epopeo a manos de Licurgo. El incesto de Edipo, otro amor culpable, tiene también funestas consecuencias. La locura criminal de Heracles es asimilable a la locura de Paris y acaba en un asesinato. Teseo no se beneficia de su rapto, como Paris tampoco se beneficiará del suyo.
En todo caso, el anciano Néstor tiene aún un consejo que dar, conservado en el fr. 13: buscar consuelo en el vino, dentro de una temática presente luego en diversos autores[49]. Por último quizá pertenece a esta escena el fr. 23 que alude probablemente a la existencia de la determinación de Zeus.
Menelao y Néstor recorren entonces Grecia para reclutar el ejército. Un episodio de esta leva (aunque con la variación de un personaje, que aquí es Ulises y no Menelao) es aludido por Homero en boca de Néstor[50].
Llegamos a los palacios de grata vivienda de Peleo, para reunir el ejército, por la Aqueida fecunda. Allí dentro hallamos al héroe Menecio y a ti[51], junto a Aquiles. El anciano auriga Peleo ponía al fuego pingües muslos de buey en honor de Zeus que se goza con el rayo, en el recinto del patio. Y tenía una áurea copa para libar chispeante vino. Sobre las víctimas quemadas ambos os ocupabais de la carne de buey y nosotros dos aparecimos en las puertas. Sorprendido Aquiles dio un salto y nos llevó dentro tomándonos de la mano; nos invitó a tomar asiento y nos obsequió los presentes de hospitalidad que son norma para los huéspedes. Luego, cuando disfrutamos de comida y bebida, comencé yo a hablar, exhortándoos a ambos a seguirnos. Los dos lo queríais de buen grado y ambos mucho os lo encarecieron. El anciano Peleo exhortaba a su hijo Aquiles a destacar siempre y a ser superior a los demás. Y a ti, por su parte, así te exhortaba Menecio, el hijo de Áctor:
—Hijo mío. En linaje es superior Aquiles, pero el mayor eres tú. En fuerza él es mucho mejor, pero bien está que tú le des una palabra prudente, lo aconsejes y lo guíes. Y él te obedecerá por su bien.
Pero, al parecer, no en todos los casos la leva se realizó sin incidentes y en tal clima de cordialidad. En el caso de Ulises, se fingía loco, según tradiciones posteriores, porque un oráculo le había anunciado que si participaba en la guerra de Troya, no volvería sino veinte años más tarde y tras haber perdido a todos sus compañeros. Se cuenta que se puso a arar arena con un tiro compuesto por un asno y un buey y a echar granos de sal como semilla. Pero el engaño se descubrió gracias a Palamedes que puso delante del arado a Telémaco. Ulises desvió el arado, con lo que puso de manifiesto su cordura. Esto provocó su odio contra Palamedes[52].
Cuando la armada se encuentra en Áulide, se narra un prodigio y su interpretación, sólo aludido por Proclo porque era bien conocido para sus oyentes, dado que aparece en la Ilíada[53]:
Cuando en Áulide se congregaron las naves de los aqueos, portadoras de desgracias para Príamo y los troyanos, nosotros, cabe una fuente, inmolábamos hecatombes perfectas en los sacros altares, en honor de los inmortales, al pie de un hermoso plátano de donde brotaba la espléndida agua. Allí se nos apareció un gran prodigio: un dragón, de lomo leonado, terrible, al que el propio Olímpico había sacado a la luz, saltando desde el pie del altar, se subió al plátano. Allí se hallaban los polluelos de un gorrión, crías recién nacidas, en la rama más alta, metidos entre el follaje. Eran ocho, y la novena era la madre que había traído al mundo las crías. Entonces los devoró mientras piaban lastimeramente. Su madre revoloteaba afligida en redor de sus crías, así que dándose la vuelta la cogió por un ala mientras volaba chillando. Luego, cuando se hubo comido a las crías del gorrión y a su madre, lo hizo evidente el dios que lo había hecho aparecer, pues lo convirtió en piedra el hijo de Crono el de corva hoz. Nosotros, inmóviles, nos admirábamos por cuanto sucedía. Así los terribles prodigios de los dioses interrumpieron las hecatombes.
Calcante, inmediatamente después, declaró vaticinador:
—¿Pero por qué os habéis quedado en silencio, aqueos ufanos de vuestra cabellera? Este prodigio nos lo mostró el próvido Zeus, prodigio grande, tardío, que ha de cumplirse mucho más tarde. Su gloria nunca perecerá. Así como ése devoró las crías del gorrión y a su madre, ocho que eran, y la novena era la madre que había traído al mundo las crías, así nosotros combatiremos aquí otros tantos años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles.
Así lo declaró aquél.
Es probable que este tema, que en la Ilíada sólo es aludido, tuviera en las Ciprias un tratamiento más extenso.
La armada sufre un error y saquea Teutrania, pensando que es Troya. El escolio que recogemos como fr. 27 resume las partes siguientes del poema en las que aparece Télefo, rey de Misia, que Homero ignora, pero que luego alcanzaría un papel destacado entre los personajes de la tragedia ática. A la vuelta, una vez que consiguen rechazar a Télefo y sus hombres, la tempestad desvía la nave de Aquiles a Esciros, donde casa con Deidamía. De esta unión nace Neoptólemo. EL fr. 14 nos cuenta la motivación de este nombre. Posteriormente, y como nos sigue narrando el fr. 27 vuelve a aparecer en escena Télefo, cuya herida no puede sanar. Aquiles lo cura, probablemente gracias a los conocimientos medicinales aprendidos de su preceptor Quirón, y a cambio de ello Télefo se ofrece a guiarlos a Troya.
Es éste un episodio que Homero parece ignorar: no alude a él ni en la Ilíada ni en la Odisea y en la mención que hace de los hijas de Agamenón cita a tres: Crisótemis, Laódica e Ifianasa. En la tradición antigua esta vacilación en los nombres de las hijas del Atrida se multiplicará. Pero si bien Laódica corresponde a la Electra sofóclea, Ifianasa no coincide con Ifigenia. El fr. 15 alude a estas vacilaciones.
Hay una serie de problemas en torno a este episodio: El primero es el motivo del castigo, ya que en algunas versiones de la leyenda la corza estaba en un bosque consagrado a Ártemis, por lo que su muerte constituía un sacrilegio. Puede que el autor de las Ciprias combinara el tema del sacrilegio con el de la bravata contra la diosa.
El segundo problema es que todo parece indicar que el autor de las Ciprias ha introducido aquí un conjunto de leyendas cultuales sobre el santuario de Áulide en las que Ifigenia era una divinidad suplida luego por Ártemis[54]. A este respecto creo interesante citar una versión parecida de los hechos que hace clara esta identificación y que aparece en el catálogo hesiódico[55]:
La cual[56] parió en palacio a Ifímeda, la de hermosos tobillos, y a Electra, que en su porte se asemejaba a las inmortales. A Ifímeda la sacrificaron los aqueos de hermosas grebas en el altar de la estrepitosa Ártemis, la de áureas saetas, el día en que navegaban en sus bajeles hacia Ilión, para dar satisfacción a la imagen de la Argiva de hermosos tobillos. Pero la cazadora diseminadora de dardos la salvó con gran facilidad. Destiló desde arriba sobre ella la encantadora ambrosía, para que su cuerpo estuviera fuerte y la volvió inmortal y desconocedora de la vejez por siempre. A ella ahora la llaman las tribus de los hombres sobre la tierra Ártemis protectora de los caminos, servidora de la gloriosa diseminadora de dardos.
El tema de la sustitución en el sacrificio es, por otra parte, muy corriente en la literatura. Baste citar como paralelo bien conocido el sacrificio de Isaac por su padre Abraham.
Por último, se ha objetado que no es posible que formara parte de la tradición antigua la marcha de Ifigenia junto a los tauros (lo que nos llevaría más bien a una versión semejante a la hesiódica), sobre la base de que hasta principios del siglo VI a. C. no hay colonias griegas en el Quersoneso Táurico, pero esta argumentación no es muy convincente, pues la región, antes de la colonización, podía ser conocida para los griegos, aun con un aura más o menos lejana y exótica.
Probablemente en esta detención de la hueste en Áulide tuvieran su función y se narrara la historia de las Enótropos a las que alude el fr. 20, hermanas cuyos nombres Eno, Espermo y Eleda señalan sus cualidades de convertir todo lo que tocaban en vino, trigo y aceite, respectivamente. El poema aludiría probablemente a su origen e historia. Esta posibilidad es más verosímil que pensar que las Enótropos aparecen cuando la hueste se halla ya en la Tróade[57].
Sobre este tema no se nos ha conservado ningún fragmento de las Ciprias, pero Homero conoce la tradición y la refiere en el «Católogo de las Naves[58]»:
Siete naves de éstos[59] las mandaba Filoctetes, experto en el arco. En cada una habían embarcado cincuenta remeros, avezados a combatir violentamente con el arco. Pero él quedó en una isla sufriendo violentos dolores, en la sacra Lemnos[60], donde lo dejaron los hijos de los aqueos, afligido por una mala herida, de una funesta culebra de agua. Allí quedó, dolorido.
Varían las motivaciones dadas a esta herida. Mientras en unas versiones de la leyenda se debe a la cólera de Hera, en otras se debe a la de Heracles. Desconocemos cuál se daba en las Ciprias, si es que se daba alguna. Tal hecho ocurre en el transcurso de un banquete, según nos dice Proclo. En ese mismo banquete sucedería otro acontecimiento negativo: el nacimiento de la enemistad entre Aquiles y Agamenón, por la queja del Pelida de haber sido invitado el último. Agamenón muestra su pesar por tal error, no deliberado, en los versos conservados en el fr. 16. Posiblemente el Pelida se niega a combatir, en un episodio paralelo al de la cólera de Aquiles en la Ilíada.
Tradiciones posteriores, que verosímilmente remontan a las Ciprias nos explican que, según un oráculo, el primer guerrero que pusiera pie en suelo troyano moriría, razón por la cual ningún griego quería ser el primero en desembarcar al llegar a la costa de Ilión. Fue Protesilao el que afrontó este destino, muriendo a manos de Héctor y dejando una viuda afligida. Homero alude al tema en el «Catálogo de las Naves[61]»:
A éstos los conducía el marcial Protesilao mientras vivió. Entonces yacía ya en la negra tierra. Totalmente desgarrada quedó su esposa en Fílaca, y su casa a medio poner. Lo mató un varón dárdano, cuando saltó de la nave, el primero con mucho de los griegos.
En el fr. 17 de las Ciprias se nos dice el nombre de la viuda, Polidora, y su estirpe, lo que hace suponer que el episodio debía ser aludido con más extensión.
Tras la embajada a los troyanos, de la que no nos ha quedado ningún fragmento[62], se narraba por fin el asalto al muro del que los fragmentos conservados tampoco nos informan, pero que debía ocupar una parte importante del poema. Este momento es aludido tal vez en la Ilíada[63] en el consejo de Andrómaca a Héctor de quedarse
junto al cabrahígo, donde la ciudad es escalable y el muro fácil de expugnarse. Que por tres veces fueron allí para intentarlo los mejores: los de los dos Ayaces, los del ilustre Idomeneo, los de los Atridas y los det árdido hijo de Tideo.
Ante la imposibilidad de tomar Troya, saquean la región. Por entonces el propio Aquiles sucumbe ante la belleza de Helena, por lo que su madre, Tetis, y la diosa del amor, Afrodita, conciertan un encuentro entre el Pelida y la esposa de Menelao. Ignoramos los detalles del episodio, pero es muy posible que fuera la belleza de Helena la que moviera a Aquiles a volver al combate y cesar en su cólera[64].
Proclo alude a la muerte de Troilo a manos de Aquiles. El fr. 26 por otra parte habla de la muerte de Políxena, que sucedió en la captura de la ciudad y, por tanto, después de los acontecimientos narrados en las Ciprias. La manera de combinar ambos testimonios puede ser, como quiere Huxley[65], que Estasino compuso un poema sobre el saco de Troya o mejor, con Jouan[66], que Políxena salió de la ciudad a por agua, acompañada de su hermano Troilo, Aquiles los sorprendió y mató a Troilo, mientras que Políxena logró escapar; pero el poeta anunciaba la suerte que le tocaría correr a la joven a la caída de Troya.
La tradición del rapto de Briseida recogida por el autor de las Ciprias difiere de la de Homero, ya que, según Homero[67], fue raptada por Aquiles en Lirneso, mientras el fr. 18 dice que lo fue en Pédaso. Homero en cambio coincide con las Ciprias en que Criseida fue raptada en Tebas Hipoplacia y pasada luego al botín de Agamenón. Las Ciprias darían detalles de los raptos de estos personajes que van a tener papel fundamental en el principio de la Ilíada. Crises, padre de Criseida, se la reclama a Agamenón. Al negarse éste, Apolo, ante las súplicas de Crises, que es su sacerdote, envía una peste a los aqueos. Los aqueos devuelven entonces a Criseida y Agamenón, irritado, decide quitarle a Aquiles a Briseida, lo que provoca la famosa cólera del Pelida.
Palamedes es objeto de numerosas y diversas leyendas posteriores, por lo que resulta imposible determinar su situación exacta en las Ciprias. Hay, sin embargo, algunas líneas generales de coincidencia en todas ellas. Una, su carácter de hombre inteligente y astuto. Recuérdese la estratagema que emplea para descubrir la fingida locura de Ulises. Otra, la animadversión que Ulises siente hacia él, que lo lleva a la venganza.
Nuestra información acerca del papel de Palamedes en las Ciprias es mínima, limitada al fr. 21, pero aún nos puede resultar valiosa en algún punto. El primero, es el hecho de que Palamedes muere mientras pesca, una actividad considerada en Homero impropia de un héroe. Otro es que al parecer las Ciprias marca el comienzo de una tradición literaria que luego se desarrollará en la lírica y el teatro, de marcar con tintes negativos el personaje de Ulises, frente a su brillante papel en los poemas homéricos. En ambos detalles, las Ciprias se distancia de Homero.
El poema terminaría con un catálogo de naves, con toda verosimilitud semejante en su estructura al que aparece en el canto II de la Ilíada, aunque más adecuado en este momento, justo al comienzo de la guerra, que no en el momento en que aparece en la Ilíada, en el último año de la misma.
Queda una serie de fragmentos que no sabemos en qué lugar del poema aparecerían. Así, el fr. 24 pertenece a un excursus sobre las Gorgonas, la progenie de Forcis y Ceto, según nos dice Hesíodo[68].
El fr. 25 podría ir en boca de Ulises, refiriéndose al fin de Astianacte, hijo de Áyax, que sería despeñado de lo alto de las murallas a la captura de la ciudad, en una discusión sobre la suerte de los vencidos tras la captura de Troya.
Ni siquiera aproximativamente podemos determinar en qué contexto se produciría la alusión a Eurídica como esposa de Eneas en el fr. 22.
7. Bibliografía
Ediciones: KINKEL, Epicorum…, págs. 15-32; ALLEN, Homeri opera, págs. 116-125, y Class. Rev. 27 (1913), 189-190; EVELYN-WHITE, págs. 488-506.
Para la Crestomatía de Proclo, ALLEN, págs. 102-109; A. SEVERYNS, Recherches sur le Chrestomathie de Proclos, IV, París, 1963.
Estudios: RZACH, S.V. Kyklos, en PAULY-WISSOWA, R.E.; SEVERYNS, Cycle…, págs. 245-313; C. VELLAY, Les légendes du cycle Troyen, Mónaco, 1957; HUXLEY, Greek epic…, págs. 123-143; H. LLOY-JONES, Stasinos 4 (1968-1972), 1973, págs. 115-122 (cf. en la misma publicación los artículos de K. E. CHATZISTEPHANOU, págs. 137-143, y K. GEORGIADIS, págs. 181-194 y 195-200); F. JOUAN, Euripide et les légendes des chants Cypriens, París, 1966; W. KULLMANN, Die Quellen der Ilias, Hermes Einzelschriften, Heft 14, Wiesbaden, 1960.
8. Texto seguido para nuestra traducción
Fundamentalmente, el de ALLEN, Homeri opera, 116-125, con las correcciones aparecidas en Class. Rev. 27 (1913), 189-190, aunque con las siguientes salvedades: en el fr. 1 añado entre corchetes angulares una corrección propuesta por SEVERYNS, Cycle…, página 246, en fr. 4, verso 6, acepto con MEINEKE, καί λειρίου, fr. 5, sin laguna; fr. 7A, sin laguna; 7B procede de E. BETHE, Homer, Dichtung und Sage, II, fr. 8, 1. El fr. 11B lo edita a pie de página ALLEN, mientras que el fr. 27 procede de los escolios A Gen. a Ilíada I 59, con la corrección propuesta por SEVERYNS en Cycle…, pág. 293.