CAPITULO VI

 

Cuando el día iba a apuntar, Harry abrió la habitación en que estaba Enid. Era el departamento más seguro de la casa.

En aquel lugar se podía tener luz sin peligro de que se viera desde fuera. Había una lámpara, con la llama muy amortiguada y Harry, apenas entrar, la avivó.

La joven se hallaba tendida sobre un camastro, sin desvestir, mirando al techo. Al oír la puerta y ver a Harry, empezó a incorporarse, sin prisa ni alarma.

Quedó sentada al borde del camastro, apoyó los codos sobre las rodillas y enlazó las manos. Tenía la cabellera revuelta, el rostro demacrado. Se quedó mirando al suelo. Un poco más allá de donde ella miraba se había detenido Harry.

—¿Quieres decirme qué planes que tenía yo convenidos con Burr han sido alterados por ti?

—Yo no he alterado nada. Si hay fracaso, no me culpe a mí —respondió ella, con la cabeza inclinada.

—Burr tenía instrucciones mías de no cruzar las barranqueras. Esos pasos son los que Max seguramente tiene más defendidos. Y si Burr cumple lo que yo le indiqué, hay que desconfiar que nos lleguen refuerzos para sacarte de aquí. Y yo no puedo enviar contigo una custodia que ofrezca alguna seguridad.

—¿No puede o no quiere? —dijo Enid, poniéndose en pie—. Hemos perdido unas horas de oscuridad que nos hubieran permitido escapar.

—¿Quienes?

—¡Todos!

—Pero ésta es mi casa... Hace algunos lustros la dejamos, con el propósito de que, si volvíamos, no serían los Huskey los que se retiraran. Esto no quiere decir que no me marche de aquí. Lo haré tan pronto acabe esto. Pero lo que yo he venido a tratar contigo es tu situación. Puedo jurarte que yo no deseaba verte en este cerco. Esta cuestión es exclusivamente mía con Max Baker. Quizá haya una ocasión en que él y yo podamos hablar. ¿Me autorizas para que establezcamos una tregua hasta que tú estés a salvo?

Como si ella hubiese adivinado, antes de que terminara Harry, lo que iba a preguntarle, había ido entornando los ojos, para mirarle con viva curiosidad. Pronto en los ojos claros de la muchacha se reflejó la burla.

—Le dije anoche que he comprendido que los Cowan han de vivir luchando si quieren sobrevivir. Me he visto reducida a menos que un guiñapo, a fuerza de pasividad. No concierte treguas por la circunstancia de que yo esté presente. Todo debe seguir lo mismo, puesto que usted entiende que marcharnos es replegarnos.

—¡Pero tú no tienes nada que ver en este asunto! Te devuelvo ganado que te robaron y lo rechazas. ¿Qué diablos haces aquí? Ni siquiera cabe que te preocupe mi suerte...

Quedaron en silencio. Ella volvió a sentarse al borde del camastro, y otra vez apoyó los codos sobre las rodillas, las manos enlazadas, inclinadas al suelo.

—Mi rabia... y mi vergüenza, es esa: que otra vez soy yo...

No terminó lo que iba a decir. En sus hombros se acusó una sacudida, como si apuntara un sollozo y quedara cortada antes de nacer.

—Anoche... dudé en decirle algo que quizá le hiciera cambiar con respecto a mí —prosiguió la muchacha, ya en tono más sereno—. Yo registré entre los papeles de mi padre. Se lo dije. Pero me callé que había encontrado algo muy importante para mí... y también para usted.

—¡Har! —advirtió Lee, empujando lentamente la puerta entornada.

—¿Qué hay? —preguntó Harry, yendo a su encuentro.

Estuvieron unos momentos hablando en voz baja. La muchacha no se movió del sitio en que estaba. Ni siquiera levantó la cabeza para mirarles.

Ya estaba amaneciendo. Harry fue adonde se hallaba la lámpara y la apagó.

—Prométeme que no te moverás de aquí.

—¡Quiero un rifle! —fue su respuesta, en un tono lleno de entereza. En seguida, más suave—: Después de todo, todos los rifles son míos. ¿Es pedir mucho que me dejen uno?

—No es por el rifle. Es por la preocupación que va a significar... “para todos”... saber que te arriesgas —observó él fríamente.

—Pues... que “todos” se quiten esa preocupación. Sé manejar un rifle... y lo demás es cuestión de suerte. ¿Me lo da?

Desde fuera no hacían más que llamar a Harry. Este designó a Lee para que le procurara un arma a Enid y la situara en el sitio donde menos peligros pudiera correr. No quería ser él mismo quien se lo recomendara, porque sabía que resultaría contraproducente, pues ella haría lo contrario de lo que Harry le aconsejara.

Se veían a individuos a alguna distancia de la casa, yendo a rastras, buscando los obstáculos del terreno que mejor pudieran cubrirles. Nadie disparaba.

Iban tomando posiciones, cada vez más próximas, pero sin romper el fuego. Dentro de la pasa, todos permanecían con el arma a punto.

De detrás de unos peñascos surgió una rama de árbol a la que iba atada un trozo de tela blanca.

—Bien... Quieren parlamentar —dijo Harry, zumbón.

Enid se hallaba en la habitación en que estaba Harry, arrodillada tras un montón de muebles y sacos de paja que cubrían casi totalmente una ventana.

—¡Harry! ¡Yo no toleraré ninguna tregua por mí! —gritó Enid—. ¡Seré yo la primera en disparar, como advierta algo que se refiera a darme un trato de favor! ¡A ese hombre lo odio tanto como usted puede haber odiado a los míos! —Se había puesto en pie, con los ojos llameantes.

Miraba a Harry muy fijamente, el rostro demudado, temblándole los labios. Por tercera vez sintió el deseo de revelar algo que se refería a los Baker y que afectaba a ella y a Harry. Pero dudó otra vez, por miedo a que Harry perdiera su serenidad al enfrentarse con su verdadero enemigo.

Harry, después de observar a la muchacha sonrió y dijo:

—Nadie hemos dudado que eres valiente. Ni en serio, íbamos a creer nada de lo que Max pudiera proponemos. Pero no estará de más que le escuchemos.

Y abrió la puerta. Salió agachado, quedando parapetado tras un montón de cajas de madera y muebles que bordeaban el porche.

—¡Eh, Har! —gritó Max, desde un lugar muy próximo, mucho más avanzado del lugar en que estaba el trapo blanco.

—¿Qué ocurre, Max?

—¡Estás en mi rancho!

Harry rompió a reír.

—¡Para lo que queda de “tu” rancho!... ¿Has dado una mirada a tu alrededor?

Sí. Max tenía una amarga idea de lo que ocurría. Agarrándose a los peñascos tras los que se hallaba parapetado, rugió por lo bajo, haciendo esfuerzos por no gritar que rompieran el fuego. En su mismo parapeto estaban dos de los pistoleros llegados aquella madrugada de la ciudad.

No habían acudido todos los que él había llamado. La noticia de la derrota estaba poniendo en fuga a los secuaces de Max que se encontraban lejos del área en que se hallaba el cabecilla.

A estas deserciones había que agregar algo que los dos pistoleros que tenía al lado le habían comunicado. Quedaron en la ciudad sin más fin que vigilar al abogado Reuben Bitner. Durante el día anterior Bitner fue varias veces al domicilio que Max tenía en el pueblo, preguntando por él. Los pistoleros le contestaron que no había regresado.

Por la noche volvió. Dijo que había recibido orden de Max de salvar todos los documentos que había en la caja fuerte. Los pistoleros aceptaron, pero cuando Reuben hubo abierto la caja dispararon contra él. Esta era la orden que les tenía dada el jefe. Los pistoleros no quisieron saber más. Después de disparar, cerraron la caja y se llevaron el cadáver.

Aquella defección era también obra de Harry. Max ya se la adivinó al abogado en su mirada llena de codicia cuando en el “saloon” oyó a Harry la afirmación de que Max ocupaba unas tierras que no le pertenecían. Max siempre había alardeado de guardar los títulos en aquella caja, para aplastar a Enid Cowan en el momento que le conviniese.

A Reuben le hubiese faltado tiempo para pasarse al bando de Enid, previniéndola contra Max y contra el mismo Harry, creyendo que éste iba a planear algo contra la muchacha...

—¡Har! Todos estos destrozos te pueden procurar la horca! —replicó Max, tras una pausa, para no responder con demasiada furia—. Estás rodeado... Nuestro “sheriff” no interviene mientras no se le llama. Pero es duro cuando no tiene más remedio que dar la cara. ¿Qué te parecería, si a estas horas se encontrara en camino, llamado por mí?

—¡La mayor tontería que podías haber cometido en tu vida, Max! —respondió Harry—. Porque si viene el “sheriff”, al que encontrarán pisando la hacienda ajena será a ti. Este rancho es mío.

Tras un silencio, en que Max pareció desconcertado, soltó una risotada y preguntó:

—¿Quién te lo ha dado? ¿La señorita Cowan? Porque ella es de la que siempre se han creído con derecho a esta tierra.

—Algún motivo tendrá para creerlo. ¿No fue el viejo Lester quien se lo compró al primitivo dueño?

—¿Se lo compró? —Max soltó otra risotada—. ¡Eso es lo que siempre han hecho creer los Cowan! Pero el primitivo dueño no vendió. Le mataron a un hijo, tomó miedo...

—¡No fue miedo, Max! —rugió Harry, saliendo del parapeto—. ¡Por lo menos no fue el miedo que tú quieres dar a entender! Se dio cuenta que estaba metido entre dos fuegos: por un lado, la terquedad y el absolutismo de los Cowan. Por otro, la ruindad y los golpes traicioneros de los Baker. ¡Max! ¡Cuando cayó mi tío Jake al cruzar las barranqueras, una noche, viniendo de “Las Arcadas”, tú ya empuñabas las armas! ¡Ya baladroneabas en el pueblo, junto con tu padre y la pandilla de indeseables!... —Sin darse cuenta Max había ido levantándose, mirando a Harry—.

Todo estaba sumido en el mayor silencio. Y tan suspensos permanecían los que se encontraban dentro de la casa como los de fuera.

Harry había empezado a descender los peldaños, sin dejar de mirar a Max.

—Mi tío Jake había ido a “Las Arcadas” a rogar paz, a proponer un arreglo... Fue al regreso cuando lo mataron. No es posible que lo hicieran los Cowan. Pero ellos eran tan culpables como los que os aprovechábais de estos conflictos.

—¡Yo era un chiquillo cuando eso ocurrió! —profirió Baker, con el rostro desencajado.

—Yo no te culpo a ti concretamente por esa muerte, porque no tengo pruebas. Yo vine aquí para llevarme algo que me pertenece. Y la otra noche iba a proponerte paz.

—¡Sí! ¡Y yo también quiero proponértela! ¡Es por eso por lo que!... —Hablaba precipitadamente, dirigiendo fugaces miradas a los peñascos tras los que se encontraban los pistoleros y más atrás, donde estaba la demás gente.

—Estoy yendo hacia ti, Max... Y te sé rodeado de incondicionales. A todos ellos les digo permanezcan al margen. Es una cuestión tuya y mía.

Enid estaba como enajenada. Lo que Harry decía era parte de lo que ella Unto había dudado en revelarle. Al verle descender la escalera se volvió a mirar a todos.

—¡Harry está loco! ¡Lo matarán! gimió, e hizo ademán de salir.

—¡Espere! —Lee la tomó de un brazo—. Podrían creer que es una maniobra. —Y se quedó mirando afuera, con el rostro lívido.

—Tengo a uno de tus hombres prisionero —siguió Harry—. Ha revelado robos de ganado, no sólo en “Las Arcadas” sino en otros ranchos. Muchos de los que me escuchan han tomado parte en esos robos. Les doy palabra de que ninguno de mis compañeros les denunciará, si se marchan sin intervenir en esta cuestión... exclusivamente de un Baker y un Huskey.

El terror se reflejaba ya en la cara de Max. Mantenía las armas en las fundas, no osaba acercar las manos a ellas porque contaba con la ayuda de los demás.

Pero la promesa que Harry acababa de hacer le sonó como una sentencia de muerte. Sabía que su gente estaba desmoralizada.

—¡No le creáis! ¡Es una trampa!

—No es una trampa. Es una salida que doy a esos hombres —dijo seriamente Harry—. Yo nada tengo contra ellos.

—¡No le creáis! ¡Fuego contra él!

Ya era tarde. Solamente los dos pistoleros, los que nada podían temer de las denuncias sobre el robo de ganado, obedecieron, saliendo como despedidos por un potente resorte, ya con las armas en las manos. Al adivinar su movimiento de ayuda, Max se decidió también a sacar las armas.

Y otra vez la sensación de que Harry esgrimía una invisible cuchilla, moviéndola a un lado y otro, y la muerte levantando, en el aire en su frenético galope, las pisadas de humo...

Ni una pulgada movió Harry los pies desde que empezó a disparar. Nunca como entonces dio una mayor prueba de que conocía a la gente que le rodeaba. Ningún secuaz de Max, habituado a las faenas del rancho, se movió en defensa del jefe. Este había tenido a gala siempre despreciarles, buenos solamente para robar ganado, pero no para ver la “muerte de cara”. Para eso se rodeaba de pistoleros.

Con los pistoleros lo dejaron. Varios hombres había delante de la casa, de pie, mirando a Harry, con las armas en las manos, pero apuntando al suelo. Le miraban.

—Podéis marcharos —dijo Harry—. Cuanto más lejos, mejor.

Instantes después galopaban a la desesperada, mirando hacia atrás, hacia las barranqueras. Harry no reparó en ello. Tras dirigir una mirada fugaz al cadáver de Max Baker y los dos pistoleros, se encaminó a la casa.

Los vaqueros salían para abrazar a Harry y anunciar que a lo lejos se divisaban grupos de jinetes. Era Burr y la tromba de vaqueros de “Las Arcadas”. Pese a las órdenes de Harry, aquella madrugada forzaren el paso de las barranqueras. Se encontraron con que estaban desguarnecidas. La gente que Max había enviado allí había desertado.

Mientras los vaqueros corrían al encuentro de sus compañeros, Harry se enfrentaba con Enid. Ella le miraba, sin color en el rostro.

—¡Pudo fallarle, Harry! ¡Ha sido una locura salir solo!

—Salí sin darme cuenta. Cuando lo advertí ya no había remedio —respondió él, mirando para otro sitio.

—¡No fuera a creer nadie que un Huskey se retiraba! —profirió, con amarga burla, que a ella era la primera en dolerle.

—¡Basta! Ahí está tu gente. Que te lleve a tu rancho, y desde allí presenta a las autoridades una relación de lo ocurrido. Cargaré con las responsabilidades que me toquen. Pero ahora tengo algo más importante que hacer aquí.

A mediodía, casi toda la gente se había marchado. Los cadáveres habían sido retirados y borradas las huellas de sangre. Harry había pedido provisiones para un par de días, por si acaso.

Burr fue el último en estrechar la mano de Harry.

—¿Pasarás por el rancho?

—Seguramente —respondió Harry.

Se puso a perforar los viejos muros, para hacerlos saltar con dinamita. Había visto que Enid se marchaba en el primer grupo.

Cuando más atareado estaba la vio aparecer junto a él.

—¿No te habías ido?

—Acompañé a Lee a distribuir vigías por todos estos alrededores —respondió Enid, sentándose sobre una piedra y mirando uno de los agujeros que Harry había hecho en la vieja construcción—. ¿Sabes el sitio exacto donde se encuentran?

—¡Yo qué demonios sé, si los habéis puesto vosotros!

—No me refiero a la guardia, sino a los anillos.

Harry suspendió el trabajo para mirarla, asombrado.

—Mi padre... me habló una vez, de los “desgraciados vecinos” que teníamos al sur. —Como Harry hiciera un gesto de cólera, ella se apresuró a aclarar—: Mi padre nunca compartió las violencias del abuelo. Lamentó lo que ocurrió a los vecinos del sur. Y entre sus papeles, había un escrito dirigido a vosotros, por si un día aparecíais por aquí. Lo tengo en casa. De eso quería hablarte anoche, pero no me atreví. Habla de la muerte de tu tío Jake. Es cierto que vino aquella noche a hablar con el abuelo, pero éste no quiso escucharlo. Como lo mataron aquella noche, parece que mi padre miró al abuelo, quizá sin darse cuenta, y el abuelo empezó a insultarle. “¿Por quién me has tomado? ¡Si yo quisiera matar a alguien, lo haría cara a cara!”. Los tuyos se fueron a los pocos días.

—A mi abuelo le quedaba un hijo... y la esperanza de volver algún día. No pudo volver él, pero lo he hecho yo.

—Al abuelo le disgustó con el tiempo que los tuyos se fueran. Se sentía responsable de vuestras desgracias... Y la muerte de tu tío Jake le obsesionaba. Su pregunta constante era: “¿A quién podía beneficiar esa muerte?” Al cabo de un tiempo, el padre de Max Baker dijo que se había encontrado con Huskey y que éste le había vendido el rancho. Al principio nadie le creyó. Pero, con el tiempo, la gente fue olvidándolo y Baker pudo extender su rancho dentro del vuestro.

—Y vosotros también.

—No. Ya viviendo tu abuelo aquí, las lindes nuestras llegaban hasta barranqueras y de ahí venía el pleito...

—¡Bien! ¡Fuera eso! Hay mapas, un centro de registro y abogados para discutir. ¿Qué más?

—El abuelo encontró un día en una de las barranqueras, donde mataron a tu tío, unos cartuchos vacíos del rifle que utilizaba el padre de Max. Esto le llevó a decir, en pleno pueblo, que habría que investigar los pasos de Baker, padre e hijo. Y entonces estos se fueron de la comarca por algún tiempo...

Harry había reanudado su tarea de agujerear los viejos muros.

—Cuando haga estallar esto, media casa se irá al diablo —dijo, para cambiar de tema.

—Con tal de que el derrumbe no represente más trabajo...

—Me fastidiaría yo.

—Y yo —respondió Enid.

—¿Tú? ¿Por qué? Tú puedes irte ahora misma

Movió ella la cabeza, negando.

—Ayer salí del rancho diciendo que volvería contigo ... o no aparecería más. Tuve ya un fracaso. No tendré el segundo.

Harry se puso a dar golpes con mayor fuerza.

—¡Mucho has cambiado de ayer a hoy! —dijo, sarcástico.

—Hace unas horas he cambiado del todo. Cuando supe que tú no nos achacabas la muerte de tu tío. Mi “desprecio” por ti fue al ver los papeles de mi padre y pensar que hubieras venido a mí creyéndome descendiente de los que mataron a un hermano de tu padre, y tu sed de venganza te llevase hasta el extremo de casarte conmigo para luego escarnecerme.

Harry soltó las herramientas.

—¡Basta por ahora! ¡Tengo hambre!

—En unos instantes estará la comida a punto.

Enid desapareció. Un rato después se hallaban sentados, uno frente al otro. El la miraba, ella entonces bajaba la vista; bajaba los ojos él, le miraba ella.

—La voladura con dinamita tiene sus desventajas. Sé que los anillos están en un ángulo que forman los muros de la izquierda. Pero, si se me va la mano en la carga y salta todo, anillo y cascotes...

Es casi preferible el trabajo a pico. Más lento, pero más seguro.

—No creo que tengas ninguna prisa.

Llegó el anochecer. El trabajo estaba bastante, adelantado. Harry, cansado; se sentó en el porche. Enid estaba preparando la cena. Tan pronto terminó se sentó a su lado.

—Quizá mañana tenga suerte.

—Quizá —respondió ella.

—Pero... aunque tenga que removerlo todo, yo no pienso irme de aquí sin esas joyas. Ni quiero que nadie haga ese trabajo por mí. Lo prometí siendo niño. Mi madre espera que vuelva con ellos.

A partir de este momento, Enid pareció sumida en una gran depresión.

Durante la cena no levantó los ojos de la mesa. Precisamente cuando Harry iba sintiéndose más contento y la miraba con más deseos de manifestar el gran amor que por ella sentía, Enid daba el efecto de retroceder.

Exasperado, la tomó de los hombros sin que hubiese mediado una palabra que justificase aquella actitud.

—¡Vamos a ver! ¡Si hemos de estar siempre así, jugando al escondite, lo mejor es que se vaya todo al diablo! ¿Qué te pasa ahora? ¿Ya has vuelto a cambiar?

—Yo, no. Tú... Piensas regresar a Texas.

—¡Pues claro! ¡Allí está mi casa! Todo esto Jo cederé a la caja comunal. No quiero nada de esta comarca.

—Yo pensaba desprenderme del rancho.

—Ya lo suponía. Por eso no me explico tu seriedad de ahora.

—Pienso en tu madre. A ella sí le tengo miedo...

Harry prorrumpió en carcajadas.

—¿Era por eso? —Y fue entonces cuando, sin previo aviso, se puso a besarla, en la boca, en los ojos—. ¡Pero si ella te conoce! ¡Si por ella hubiera vuelto el primer día! Cuando le referí tus insultos, me contestó: “Por fortuna para las mujeres, los hombres no sabéis leer al revés”.

No pudo seguir hablando. Porque aunque ella no le decía que callara —no se lo decía con palabras—, Harry supo interpretar que ella le estaba pidiendo con los ojos algo que no eran precisamente palabras...

* * *

Cuando llegaron a “Las Arcadas” el vejete Jessup no preguntó si Enid regresaba con el marido ni si habían encontrado los anillos. Le bastó ver la cara de la pareja y luego los anillos de oro, tantos años enterrados, uno en cada mano del joven matrimonio.

F I N

 

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