A. Rolcest. En el mundo civil se llamaba Arsenio Olcina Esteve. Como muchos, participó en las contiendas de la guerra civil española y le tocó estar en el bando perdedor. Como todos los escritores de esta segunda España, fue represaliado. Dado que los ámbitos superiores de la literatura le estaban vedados, debió dedicarse a escribir folletines y novelitas del Oeste. Para ello con las primeras dos letras de su nombre y apellidos formó su seudónimo literario post guerra civil. Se llamó A. Rolcest.
Nació en Alcoy, provincia de Alicante el 15 de octubre de 1909.
A principios de los años veinte volaban muchas ideas revolucionarias en el aire español y particularmente en el hogar de los Olcina. De éstas se nutrió la vida del joven Arsenio y forjó su visión del mundo y de los hombres. Soñaba con el hombre libre, dueño de su voluntad y su destino. Son sus primeros puntos de contacto con el movimiento anarquista.
Tenía intenciones literarias, heredadas de su padre y se volcó hacia la poesía; pero la dura realidad le dijo que ése no era el camino, que para ganarse la vida debía utilizar su pluma en algo más productivo. Entonces, la puso a oficiar de corresponsal de prensa para diversos periódicos de Alicante y Menorca [El Luchador, Diario de Alicante, El Bien Público].
Fue en éstos donde publicó sus primeros cuentos.
Esta incipiente actividad en el mundo de las letras le acarrearon numerosos problemas con las autoridades, dirigiéndose a Valencia donde vivió algunos años. Allí fue donde en 1932 nació su hija Amalia. Otra integrante de su familia, Amalia Lucila Mataix Olcina (su sobrina) en los años cincuenta y setenta escribió novelas románticas como Lucila Mataix y/o Celia Bravo, fue también autora de literatura de quiosco, dentro del género romántico, y desarrolló una importante labor pedagógica para el mundo infantil.
A. Rolcest fue uno de los escritores más prolíficos dentro del ámbito de la literatura popular, pero a pesar de su volumen y calidad nunca ha descollado con la importancia que merece y con el transcurrir del tiempo se transformó en uno de los autores más injustamente olvidado. Tal vez porque no fue descubierto su trasfondo ideológico, ni entendida la simbología utilizada. No debemos olvidar que recién en la década del 60 se comienza a hablar de semiótica por personas de elevado nivel cultural y las obras de la literatura de quiosco no se consideraban dignas de ser analizadas por esta disciplina. Tampoco el público de masas que leía estas obras estaba muy preparado para analizarlas. Preferían los muchos tiros de Estefanía.