CAPITULO 1

¿Que por qué lo hacía? Vaya pregunta más imbécil la que me acabo de hacer. Porque me hacía feliz coleccionar mujeres. Se me hace la boca agua sólo recordar la excitación que me producía el acecho, la estrategia, el cálculo, oler la presa. Humm… perfume a piel nueva. La mirada, el roce, quejidos nunca oídos, orgasmos gritados, te amos y te quieros con olor a champagne francés (que por cierto les encantaba porque se creían valiosas sólo porque había decidido descorchar una botella para ellas, ¡¡¡qué ilusas!!!), platito de fresas o caviar o jamón de bellota, dependiendo de la expectativa a cubrir. Mujeres casadas, aburridas, hastiadas de lloros y mocos, de desplantes masculinos, infidelidades, indiferencias y machismos. Jovencitas que sueñan con el príncipe azul, o rojo, o verde, o del color que sea con tal de que llegue y las rescate. Solteronas de buen ver y mal haber, consumidas con su tesoro intacto, guardado para el que nunca llegó. Ahhh, amigo, prometer, prometer, prometer… hasta meter y después de haber metido, olvidar lo prometido. Esa era mi premisa. Ningún compromiso. Pañuelo usado, pañuelo tirado. Y ahora, metido entre estas cuatro paredes de cedro macizo que hieden a carpintería fina. No es justo. Los oigo a todos: tenía la vida por delante, dicen.

¡¡¡Maldita sea la muerte!!!