105

Una tarde, cuando Mazarine terminaba de amamantar a su pequeña, entró Pascal sonriendo.

- Tienes una visita, mon amour.

- ¿Yo?

- Sí, tú… y Sienna.

- ¿Quién es?

- No puedo decírtelo. -Se acercó y la besó en los labios-. Es una sorpresa.

- Está bien. Nos tienes muy intrigadas, ¿verdad, mon petit poussin? -Mazarine besó con ternura los deditos de su hija.

Pascal salió de la habitación, y minutos más tarde regresó acompañado de un anciano que llevaba en su mano una bolsa de piel con un agujero por el que se asomaba una gata.

- ¡ARCADIUS! -gritó Mazarine, sorprendida. -¡Mi querida niña! Veo que no has perdido el tiempo. El anticuario se acercó y la besó, mientras acariciaba la cabecita de la pequeña.

- ¡Qué alegría verte! ¡Cuánto tiempo!

- Qué hermosa es. Igual que su madre -comentó, sonriendo, el viejo, mientras se acercaba a besarla-. ¿Puedo?

- Claro.

La niña respingó la nariz al sentir la barba del anciano sobre su frente.

- El padre debe de estar orgulloso.

- Y que lo digas.

Arcadius volvió los ojos hacia Mazarine.

- No sabes cuánto me costó encontrarte, jovencita. Un día desapareciste abandonándolo todo.

- Tú también te fuiste, ¿recuerdas?… a Barcelona. No me llamaste… y yo no sabía dónde localizarte -lo miró reclamándole-. Después… ¡pasaron tantas cosas!

- Lo sé, lo sé. ¡Mi pobre niña! Si hubieras confiado en mí.

Arcadius la cogió de las manos.

- Dios mío… mira a quién tenemos aquí -dijo Mazarine excitada, observando el bolso que descansaba en el suelo-. Pero si es nada menos que ¡Mademoiselle!

Mazarine entregó el bebé a Pascal.

- Ve con papá, cariño mío.

Después sacó a la gata, y tras saludarla y acariciarla, volvió a meterla dentro.

- Os dejo. Debéis de tener mucho que hablar. Me llevaré a esta princesa… Oh la là!, creo que necesita un cambio de pañal.

Pascal se alejó con Sienna, dejando al anticuario y a Mazarine a solas.

- Siéntate, Arcadius.

El viejo tomó asiento.

- Lo lamento mucho, querida niña. Sé cuánto has sufrido. Me enteré por las noticias de lo que pasó con el último

trabajo de Cádiz, de tu protagonismo en aquella muestra… y

de su trágico final. ¿Lo amabas, verdad?

Mazarine no contestó; no fue necesario. En el fondo de su mirada, Arcadius había encontrado la respuesta. Decidió no continuar ahondando en sus sentimientos. Su dolor aún estaba fresco.

- ¿Sabes cómo te encontré? Después de insistir mucho, logré ponerme en contacto con Sara. Es una mujer fantástica… y te quiere.

- Sí que lo es. -Mazarine cogió las manos del anciano-. Siento no haberte buscado, Arcadius. ¡Estaba tan confusa!

- No importa, nada pasa porque sí. Tal vez era necesario que vivieras todo aquello en soledad. Tengo algo para ti, creo que lo debes de estar echando mucho de menos.

El anticuario metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo una pequeña caja envuelta en papel de regalo.

Mientras Mazarine lo abría, le dijo.

- Lo rescaté de las mafias de reliquias. Jérémie lo vendió al mejor postor.

Las manos de la chica tomaron el medallón y mirando al anciano con ojos húmedos volvió a colgárselo en su cuello.

- No sé cómo darte las gracias. Es más de lo que jamás pude imaginar; lo había dado por perdido.

Permanecieron unos segundos en silencio hasta que Arcadius volvió a hablar.

- Mazarine…

- ¿Sí?…

- He venido por algo importante… Debes saber que tengo en mi poder un antiguo cofre cerrado que te pertenece.

Ella lo miró interrogante.

- Desde que desapareciste, he estado cuidando tu casa. Cuidando… y también investigando. Perdona mi atrevimiento; había demasiados misterios a tu alrededor y toda la información que traía de mi viaje a Barcelona me conducía a ti. Detrás del armario donde tenías el cuerpo, encontré un túnel que me llevó al pequeño baúl. Ese cofre es tuyo. Y según la leyenda, contiene la historia completa de La Santa.

- No, Arcadius, quédatelo tú. Eres un experto en antigüedades y sabrás cuidar de él. Ese cofre era de Sienna, y ella… ya no está.

- Te equivocas.

Lo que le falta al tiempo
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