PARÍS, 1917
La Ciudad Luz se iba apagando. En los cafés y restaurantes de Montparnasse, donde se cocinaba el nuevo arfe, se imponía el toque de queda, y las tertulias de las que antes habían emergido grandes proyectos, languidecían.
A consecuencia de la guerra, el mercado del arte se redujo notablemente y los salones cerraron sus puertas. Muchos artistas extranjeros, entre los que se encontraban algunos miembros de La Orden, se vieron obligados a marchar por las precarias condiciones en que vivían. No fue suficiente el fondo que organizó el Gobierno francés para protegerlos. Los alimentos escaseaban y el ánimo estaba por los suelos. Con la obligada diáspora, la Hermandad se debilitó y las reuniones en las catacumbas se suspendieron.
Los pocos miembros que quedaron se reunían en una pequeña cantina de la Avenue du Maine, habilitada por María Vassilieff, que por ser considerada por la policía como «club privado» no estaba sujeta al toque de queda y se llenaba todas las noches. Allí, los Árts Amantis se mezclaban con Max Jacob, Apollinaire, Braque, Modigliani, Ortiz Zarate, Matisse, Brancusi y Picasso, quienes a pesar de ser sus amigos nunca sospecharon que aquella Orden existía.
Durante el tiempo que duró la guerra, Sienna permaneció oculta. El maestro Cavalier y su mujer decidieron no revelar a la Orden lo que habían hecho al constatar que, desde que La Santa había llegado, en el túnel no paraban de florecer espigas de lavando y su arte se engrandecía. Aquella hermosa adolescente, sangre de su sangre, quería estar junto a ellos. ¿Por qué tenían que compartirla con otros si era ella quien había decidido quedarse? ¿Si haciendo florecer lo que la rodeaba pedía permanecer en la casa verde?
Nunca dijeron nada, y la versión que circuló de su desaparición fue que el templo subterráneo había sido víctima de un saqueo por parte de las tropas alemanas.
A pesar de que la ciudad estaba sumergida en el caos, y que para los parisinos lo menos importante era la pérdida del cuerpo de una muerta, los Arts Amantis no se rindieron y durante meses la buscaron clandestinamente en cuantos lugares imaginaron que podría hallarse. El robo los había sumido en la más absoluta desgracia.
Tras la muerte de Cavalier, su pequeño hijo recibió el encargo de continuar protegiendo el cuerpo de Sienna, y así lo hizo, decidiendo que nunca revelaría a nadie el lugar donde se encontraba.