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Cádiz la recibió como si nada hubiera pasado. Como si la noche de la cena y el compromiso con Pascal jamás hubiesen existido. Su alumna llegaba a terminar el último trabajo pendiente y él la recibía con la mejor de las sonrisas.
- Bien, pequeña mía. Ya casi lo tenemos -le dijo, una vez la tuvo delante, vestida con el acartonado delantal embadurnado de colores. La trataba con delicadeza y estaba más cálido que nunca.
Mazarine se sentía completamente desconcertada.
- Alcánzame el granate.
La chica le pasó con recelo el pote de pintura.
- ¿Qué vas a hacer?
El pintor se acercaba a los cuadros que ella había hecho de Sienna.
- A estos lienzos -los observaba desde todos los ángulos- les falta algo.
- ¡No! No los toques. Están perfectos -le rogó Mazarine.
- No te preocupes, no voy a hacerle daño a «tu santa». Es importante que ambos cuadros respiren el mismo aire que los demás. ¿No te das cuenta? Si quieres que sean incluidos en la muestra, y sé que quieres, tengo que darles unos toques. ¿Confías en mí?
- ¡Absolutamente, no! ¿Cómo puedo confiar en alguien que hace lo que hace?
- No sé de qué me hablas.
- ¿No crees que deberíamos hablar de lo que pasó la otra noche?
- Sigo sin saber de qué me hablas.
Cádiz tomó un poco de pintura, la mezcló en su paleta y en un trance de violencia encarnizada empezó a lanzar sobre el acrílico goterones de óleo que caían sobre la imagen viva de La Santa. La sangre se extendía por encima de la tela, invadiendo rincones sacros, profanándola, violándola con hambre.
- ¡Para! -gritó Mazarine en un sollozo-. La estás matando.
Los deseos reprimidos del pintor inundaban el cuadro. Violar la obra de su alumna era violarla a ella, poseerla por completo.
- ¡Para, te digo!
La chica intentaba detenerlo, forzándole la mano.
- Suéltame. ¿Cómo te atreves a interrumpirme? ¿No te das cuenta de lo que le está sucediendo en este instante a tu cuadro? Glorificando la virilidad que le faltaba, la tela hace un recorrido que va del poderío a la violencia, de la destrucción a la victoria. La suavidad de tu trazo necesitaba de mi furia.
¿Y si tenía razón? ¿Si lo que estaba haciendo no era vengarse de ella a través de su cuadro, sino potenciarlo y sublimarlo? Mazarine estaba confundida.
- Ha perdido su pureza, Cádiz. El pudor que respiraba.
- Mira, pequeña. Picasso decía que la pintura sólo atenta contra el pudor cuando no tiene lo que puede tener. Deberías estar orgullosa de que lo incluya en mi obra. Ahora, observa y calla. ¿Se te olvidó que viniste aquí a aprender?
- ¿A aprender? ¿Estás seguro de que no ha sido un aprendizaje mutuo? Cádiz, permíteme decirte que eres un cínico.
- Ay, mi pequeña rebelde. Hoy te noto guerrera… y rabiosa. Me gusta ver ese brillo en tus ojos, les da vida.
Así que se burlaba de ella. Mazarine quiso lastimarlo.
- Hemos decidido adelantar la boda -le dijo con cierto retintín.
Cádiz no se inmutó.
- ¿Qué tal si continuamos trabajando? Necesitamos arrancarnos la piel y dejarla expuesta en estos cuadros… Hemos llegado al final. Éste -repitió Cádiz- es el final.
Al escuchar las últimas palabras, Mazarine sintió una punzada de dolor. ¿Se estaba despidiendo? Así que no lo iba a volver a ver como maestro. Y ella, ¿qué iba a ser de ella sin su pasión? ¿Sin el que era su gran amor, su muerte y redención? Cádiz, el inventor de su vida y su arte. Si lo perdía, ¿qué le quedaría ahora para sentirse viva?
Una sombra empañó su mirada. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y se las limpió con rabia. No quería que Cádiz la viera llorar, pero no podía evitarlo.
- No te entristezcas, pequeña. -La voz grave de Cádiz arañó su pena-. Nos volveremos a ver. Tú ya haces parte de mi vida… el destino se encargó de ello. Hay sentimientos que se levantan por encima de la razón y del tiempo… y éstos, sin salida, ya encontraron la suya. Me has convertido en un observador. El espectáculo continuará y yo, desde la butaca, aplaudiré.
- ¿Y lo que pasó la otra noche entre nosotros?
- Lo siento pequeña, no recuerdo nada. Has de entender que a mi edad comenzamos a olvidar cosas. ¿Pasó algo?
Mazarine se levantó rabiosa y se encerró en él lavabo. ¿Cómo iba a olvidar lo que le había hecho bajo el mantel? ¿Aquel recuerdo que en las noches le impedía dormir?
Cádiz se acordaba de todo, pero no tenía la más mínima intención de reconocerlo. El juego no había hecho más que empezar. Sus intenciones iban lejos, muy lejos. Más aún, sabiendo que quien quería arrebatarle a su pequeña era su propio hijo.