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Hacía muchos días que Arcadius no sabía nada de Mazarine; por eso le sorprendió verla aparecer esa mañana por su tienda.

- Me tenías totalmente abandonado, jovencita. ¿No te importa hacer sufrir a este pobre anciano? ¿Dónde te has metido? Siempre que trato de buscarte, no te encuentro.

- Lo siento, Arcadius. Estos días ando muy ocupada. Tengo que hablar con usted.

- ¿Qué te pasa? Te noto muy excitada.

- Lo invito a un café. ¿Puede?

- Para ti, siempre estoy disponible.

El anticuario se levantó, cogió su gabán y giró el cartel que colgaba de la puerta: Fermé.

Salieron a la calle. Un sol espléndido iluminaba la rué Galande. La primavera hacía su entrada triunfal, invadiendo las calles de turistas que buscaban en sus mapas cómo llegar a la Île de la Cité. El puesto de flores vertía en las aceras ofertas perfumadas. Rosas, liliums, girasoles y ramos exóticos aromatizaban el aire exhibiendo ruborizados sus colores. Esquivaron los jarrones y se fueron caminando en dirección a Saint-Séverin.

- Necesito que me explique más sobre las reliquias, Arcadius.

- La otra noche entraron en mi tienda.

- ¿Qué dice?

- Me robaron. ¿Recuerdas aquel pergamino que te enseñé? -la chica asintió-. Desapareció. Encontré la cerradura forzada y todo revuelto. Quienes violaron el cerrojo buscaban dinero, y al no encontrarlo decidieron llevarse algunas cosas, entre ellas el libro donde guardaba el pergamino.

- ¿Usted cree que era dinero lo que querían? ¿No sería que precisamente andaban buscando lo que esconde el pergamino?

- ¿Por qué lo dices?

- No sé, Arcadius. Usted me habló de que existía un tráfico de reliquias. Ese pergamino habla de un cuerpo. Tal vez estén buscando eso: el cuerpo de una mártir.

- ¿Aquí?

- ¿Y por qué no? Usted tiene objetos muy valiosos.

- Tú sabes algo de todo esto, ¿no es así?

Mazarine quería decírselo pero no se atrevía. Optó por lo de siempre: mentir.

- El otro día escuché una conversación.

- ¿De quién? -preguntó intrigado el anticuario.

- Dos desconocidos. Hablaban de los cátaros, del dualismo y de una secta… Uno de ellos mencionó el cuerpo de una santa.

- Hay sectas que aún perviven en la más absoluta clandestinidad. ¿Sabes quiénes eran?

- Parecían dos artistas y hablaban de la inspiración… de cosas de las que usted me ha hablado y que se relacionan con los Arts Amantis.

- ¿Dónde los escuchaste?

- El sitio es lo de menos, Arcadius. Estaba comiendo, en… -se quedó pensando a ver qué le decía-… en el Boulevard Montparnasse.

- ¿Será posible que sean los restos de los Arts Amantis que todavía se mueven entre nosotros? -pensó en voz alta el viejo.

- Parece que andan buscando el cuerpo de una santa llamada Sienna. ¿Tiene alguna idea de para qué lo quieren, Arcadius?

- Has despertado de nuevo mi curiosidad. No sé qué tienes, pero me haces sentir vivo. -El anciano cogió su mano y la besó con ternura-. Bendita niña, ¿ves? Ahora necesito saber más.

- Tengo miedo…

- ¿De qué?

- De que me quieran quitar mi medallón.

- Tu medallón no es lo que quieren. Ahora estoy seguro de que su pérdida temporal fue un robo. El porqué lo devolvieron es lo que no me encaja, pues de hecho podría ser considerado reliquia sagrada, a no ser que piensen que… -hizo una pausa-… que tú les puedas llevar a alguna pista.

- ¿Yo?

- ¿Te has sentido vigilada?

- Hace unos meses. Un hombre de aspecto tenebroso me estuvo siguiendo, pero se cansó.

- ¿Por qué no me lo dijiste?

- Aún no lo conocía.

Arcadius se quedó pensativo.

- Se me acaba de ocurrir una idea -dijo tras unos segundos de silencio-. Tengo un viejo amigo que a lo mejor quiere ayudarnos… si todavía vive, claro.

- ¿Quién es?

- Un antiguo platero, perteneciente a la Logia de Orfebres de París. Aunque hace muchos años perdí el contacto. Hummm… sólo Dios sabe dónde andará. Ya sabes niña, a estas edades lo más seguro es que haya viajado a aquel desierto donde los cuerpos se convierten en brisa que nadie oye.

- ¿Y qué puede saber él?

- ¡No sé cómo no se me había ocurrido antes! Puede saber cosas… muchas cosas. Siempre lo consideré una persona culta y reservada; todos sabíamos que tenía sus secretos. Él fue quien por primera vez me habló de los Arts Amantis, y, ahora que lo pienso, con una vehemencia inusual para su temperamento.

- ¿Es peligroso?

- ¿Quién? ¿Él?

- O… los Arts Amantis.

- Todo es peligroso en la vida si lo ves desde el miedo, Mazarine. La única cosa a la que debemos temer es al miedo mismo, lo dijo sabiamente Roosevelt.

- Entonces, ¿lo llamará?

- Esperemos que siga vivo. Cada vez me queda menos gente en este mundo. Temo que yo mismo voy viviendo horas que ya no merezco.

- No diga eso, Arcadius.

- Dime, ¿por qué estás tan interesada en saber tanto? ¿De dónde salió tu medallón?

Mazarine le dio un beso en la mejilla.

- Me parece que todavía tienes muchas cosas que confesarme, jovencita. ¿Qué te parece si, en lugar de buscar a mi amigo, eres tú quien empieza a aclarar mis dudas?

- Necesito saber por qué quieren ese cuerpo, Arcadius. Es lo único que le puedo decir. Por favor…

- Está bien. No sé qué te traes entre manos. Ni siquiera sé quién eres en verdad, pero a mis años… ¿crees que importa algo? Trataré de hablar con mi amigo. ¿Adónde quieres ir a parar con tanto secretismo?

- No me pregunte más. Un día le contaré. Ahora, prométame que me ayudará. ¿Lo hará?

- Hummm… Si me vuelves a besar, tal vez me lo piense.

Mazarine volvió a besarlo y el anticuario rió.

- Te advierto que si mi amigo ha muerto, no tengo a nadie más. Ya lo sabes.

Lo que le falta al tiempo
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