Romana Claibourne estaba totalmente decidida a demostrar que ella y sus dos hermanas eran capaces de dirigir Claibourne Farraday, unos exclusivos grandes almacenes de Londres. Y que podían hacerlo con más éxito que los hombres del Clan Farraday. Romana pensaba que aquello era bien fácil…
Pero no lo era tanto. Tendría a Niall Farraday pisándole los talones durante un mes para aprender de su gestión en el negocio. ¿Cómo iba a poder impresionarlo si era tan atractivo que la desconcentraba? Estaba enamorándose de su enemigo…
Nota: Reeditado por Harlequin Ibérica en el trío Negocios…Amor de la colección Especial Miniseries Nº3(2007)
Liz Fielding
Sombra del pasado
Sombra del pasado (2002)
Título Original: The Corporate Bridegroom (2002)
Serie: 1º Claibourne & Farraday
Prólogo
NOTA DE PRENSA
Claibourne & Farraday se complace en anunciar que la señorita India Claibourne ha sido nombrada Directora de la empresa.
Las señoritas Romana y Flora Claibourne serán designadas miembros permanentes del Consejo de Administración.
LONDON EVENING POST – SECCIÓN DE ECONOMÍA
¿Habrá llegado por fin la igualdad a los grandes almacenes más antiguos y elegantes de Londres?
El anuncio hecho hoy de que India Claibourne, de veintinueve años, va a ocupar el puesto de su padre como directora de Claibourne & Farraday, supone el fin de una era. Uno de los últimos bastiones de dominación masculina ha sido derrotado.
Las guapísimas hermanas Claibourne han pertenecido al equipo de dirección desde que tuvieron edad suficiente para disfrazarse de ayudantes de Santa Claus. Ahora han decidido que ya es hora de acabar con el imperialismo masculino de sus antepasados.
En 1832, los fundadores de C &F, un ayuda de cámara llamado Charles Claibourne y un mayordomo de nombre William Farraday, llegaron por fin a un acuerdo de sucesión que otorgaba una participación mayoritaria al primogénito varón de cada familia. Desde entonces, la autoridad masculina nunca había sido cuestionada.
¿Qué opinarán los hombres de la familia Farraday de los nuevos nombramientos? Sigan al tanto en esta sección.
MEMORÁNDUM
De: JORDAN FARRADAY
Para: NIALL FARRADAY MACAULAY y BRAM FARRADAY GIFFORD
Supongo que ya habréis leído el recorte de periódico que os adjunto. Antes que nada, quiero que sepáis que he cursado una recusación legal contra el nombramiento de India Claibourne como directora.
La respuesta de las Claibourne me ha parecido interesante. Yo pensaba que adoptarían una postura feminista o que recurrirían a las leyes contra discriminación sexual. Pero en lugar de eso, parecieron sorprenderse de que, según sus palabras, «tres hombres tan ocupados encontraran tiempo para dedicarse al día a día de una tienda».
Es posible que sospechen que nuestra intención es liquidar el activo y las propiedades y venderlo todo, algo que no podrán evitar cuando nos hagamos con el control. Tenemos que convencerlas de que nada hay más lejos de nuestra intención y por eso he aceptado su propuesta: cada uno de nosotros pasará algún tiempo supervisando su trabajo durante los próximos tres meses.
Al parecer, las hermanas Claibourne quieren demostrarnos que su experiencia de base supone para Claibourne & Farraday una ventaja mayor que nuestros conocimientos financieros. Un paréntesis de tres meses fingiendo tener espíritu de cooperación no nos hará ningún daño. Si todo sale como espero, este asunto acabará en los tribunales, y toda la información que hayamos obtenido nos servirá en el juicio como arma para apartarlas del Consejo de Administración.
Hemos quedado en que Niall supervisará a Romana Claibourne durante el mes de abril; Bram hará lo mismo con Florence Claibourne en marzo y yo trabajaré con India a lo largo del mes de junio. Os adjunto un dossier de vuestras respectivas compañeras para que lo estudiéis. Por favor, dedicadle a este asunto todo el tiempo que podáis sin que parezca que os aparta de vuestra actividad normal.
Me doy cuenta de que es una imposición, pero, como accionistas, os pido que recordéis cuál será la recompensa: el control absoluto de un negocio de primera magnitud y uno de los patrimonios más valiosos de todo el país.
Para: Romana@Claibournes.com
Copia: Flora@Claibournes.com
De: India@Claibournes.com
Asunto: Niall Farraday Macaulay
Romana:
Los abogados han solicitado tres meses para presentar un recurso contra la demanda de los Farraday para hacerse con la empresa. Para ganar tiempo, he tenido que fingir que estaba dispuesta a colaborar, y les he ofrecido a los Farraday la oportunidad de ver desde dentro cómo trabajamos.
Niall Farraday Macaulay se pondrá en contacto contigo para iniciar la supervisión de tu trabajo durante el mes de abril. Niall es un inversor bancario, y no tengo ninguna duda de que le encantaría meter mano en los activos de Claibourne & Farraday. Necesito que lo convenzas de que lo que más le interesa es dejar todo en nuestras manos.
Creo que los Farraday han aceptado supervisarnos para conseguir sacarnos información. Por favor, mantén la guardia bien alta.
India
Capítulo Uno
Romana Claibourne hacía malabarismos con un vaso de cartón lleno de café, una pequeña maleta de cuero y varias bolsas de plástico. El pánico se iba apoderando de ella mientras buscaba su bolso. No sólo no encontraba la cartera, es que además, entre todos los días posibles, Niall Farraday Macaulay había decidido presentarse justo aquél.
Romana nunca había llegado a tiempo a ningún sitio, y eso que el mensaje de India había sido muy claro: la puntualidad era esencial. Niall Macaulay quería concretar el tema de la supervisión con ella a las doce en punto, y Romana tenía que dejarlo todo y llegar a tiempo. No había nada más importante, ni siquiera la inauguración de la semana solidaria que cada año se celebraba en Claibourne & Farraday.
– Perdón -dijo lanzándole al taxista una mirada de disculpa-, tiene que estar en alguna parte. La tenía cuando me subí.
– Tómese su tiempo, señorita -replicó el hombre-. Yo tengo todo el día.
Romana esbozó una mueca ante el sarcasmo del taxista y redobló sus esfuerzos para encontrar la esquiva cartera. Estaba segura de que la tenía al ir a recoger su vestido, porque había usado la tarjeta de crédito. Luego, tras recibir el mensaje de India, había sentido la imperiosa necesidad de tomarse un café… y había necesitado cambio para pagarlo.
Revivió la escena en su cabeza. Había pedido el café, pagado y guardado la cartera… en el bolsillo.
El alivio fue momentáneo. La búsqueda en las profundidades del abrigo resultó demasiado exhaustiva, y el vaso de café decidió ir a recorrer mundo.
El envase cayó sobre la acera, rebotó y la tapa salió volando, liberando de su interior una ola de capuchino caliente. Como si lo estuviera viendo a cámara lenta, Romana observó cómo la ola manchaba los relucientes zapatos de un peatón antes de estrellarse espectacularmente contra los pantalones.
Los zapatos se pararon en seco.
– Esto es suyo, supongo -dijo el dueño de los pantalones.
Romana agarró el vaso. Craso error. Estaba húmedo y pegajoso, y la disculpa que comenzaba a surgir de sus labios se transformó en una expresión de asco.
Y entonces, error número dos, levantó la vista y casi volvió a verter el vaso. Aquel hombre era todo lo alto y moreno que se podía y, por un momento, se quedó petrificada y literalmente sin palabras. Disculpas. Tenía que pedir disculpas. Y averiguar quién era él. Pero en cuanto abrió la boca se dio cuenta de que el desconocido estaba muy lejos de sentirse impresionado por su inesperado encuentro con una de las mujeres más solicitadas de Londres. La expresión de su rostro incluía palabras como «estúpida», «rubia» y «mujer». La disculpa de Romana murió en sus labios.
Daba igual. Estaba claro que a él no le interesaba nada lo que ella pudiera decir. Ya se había dado la vuelta y caminaba con prisa hacia el dorado portal de Claibourne & Farraday, dejándola en la acera con la boca todavía abierta.
Lo estaban esperando. Niall Macaulay fue rápidamente conducido al despacho de la planta superior. Le entregó el abrigo y el paraguas a la recepcionista, y se dirigió al servicio para limpiarse las manchas de café. Arrojó la toalla de papel a la basura y miró el reloj con irritación. Apenas había tenido tiempo para preparar la cita y, para colmo, esa estúpida lo había hecho llegar tarde.
¿Qué diablos estaría haciendo con un vaso de cartón lleno de café y las suficientes compras como para saldar la deuda externa de todo un país?
Bueno, no importaba. Romana Claibourne también llegaba tarde. Declinó el café que le ofreció la secretaria, pero aceptó la invitación de esperar en la exquisita oficina de la señorita Claibourne. Cruzó la estancia hasta llegar a la ventana, tratando de no pensar en la docena de cosas más importantes que debería estar haciendo en ese momento.
Romana continuaba mirando fijamente el lugar por donde aquel hombre se había ido.
– Hoy no es su día, ¿eh, señorita? -exclamó el taxista-. Menudo cascarrabias… ¿Quiere usted recibo?
– ¿Cómo? Sí, claro. Quédese con el cambio.
Todavía llevaba en la mano el vaso pringoso. No había ninguna papelera en la calle, así que se vio obligada a cargar con él hasta la oficina.
Su secretaria la liberó del vaso y se hizo cargo de las bolsas y el abrigo.
– Estoy esperando a un tal señor Macaulay -comenzó a decir-. No puedo perder más de cinco minutos con él, así que espero que me rescates.
La mirada de advertencia de la joven la hizo detenerse.
– El señor Macaulay ha llegado hace un par de minutos, Romana -murmuró-. Te espera en tu despacho.
Romana se dio la vuelta y vio la figura de un hombre apoyado en la ventana, mirando por encima de los tejados de Londres. «Maldita sea», se dijo Romana. «Seguro que me ha oído». Magnífico comienzo. Echó mano de un pañuelo de papel, se limpió las manos y desechó la idea de pintarse los labios o arreglarse el pelo, para lo cual habría necesitado toda una vida. Se alisó la falda, se colocó la chaqueta en su sitio y se dispuso a entrar.
Niall Macaulay era impresionante, al menos por detrás. Alto, de pelo negro perfectamente peinado, y un traje hecho a medida que cubría sus anchos hombros.
– ¿Señor Macaulay? -preguntó mientras cruzaba el despacho con la mano extendida para darle la bienvenida-. Siento haberlo hecho esperar.
Cuando estaba a punto de explicar el motivo de su retraso, sin mencionar el asunto del café, se dio cuenta de que sus explicaciones serían redundantes. Abrió la boca como un pez sorprendido mientras él se daba la vuelta para estrechar su mano.
Niall Macaulay y el cascarrabias al que había duchado con café eran la misma persona.
– ¿Le ha ofrecido mi secretaria…?
– ¿Un café? -completó la frase por ella.
Hablaba en un tono de voz bajo, y ella se dio cuenta de que nunca rebasaría aquel nivel suave y controlado, cualquiera que fuera la provocación. Ella misma había sido testigo de su extraordinaria capacidad para controlarse.
– Gracias, pero creo que ya he tomado todo el café que usted pueda ofrecerme en un solo día.
Mientras él le soltaba la mano, a Romana le pareció que todavía la tenía pegajosa.
¿Era aquel hombre uno de sus socios? Romana los había imaginado más mayores y tal vez no muy interesados en ponerse a trabajar, teniendo en cuenta que los dividendos de la empresa eran más que suficientes para mantener a tres millonarios perezosos.
Cuando su padre había sufrido aquel fatal ataque al corazón, sus hermanas y ella habían descubierto la verdad. Sus socios, el capitalista, el banquero y el abogado, estaban muy lejos de ser unos ricachones sin inquietudes. Estaban construyendo un verdadero imperio, y querían también el imperio de las Claibourne.
Tenía delante al banquero, un hombre que le había demostrado ser frío hasta llegar al punto de congelación. Y su objetivo era convencerlo de que ella era una mujer de negocios capaz de sacar adelante una gran compañía. De acuerdo, no había tenido un buen comienzo, pero recuperaría terreno enseguida para demostrarle que ella valía mucho. De hecho, hasta que ella no se había hecho cargo del departamento de Relaciones Públicas, los grandes almacenes habían sido tan divertidos como una duquesa viuda. Ella cambió las tornas, y podría manejar aquella situación también.
Romana intentó ponerse a la altura de aquel hombre de hielo con una sonrisa lo más fría posible, sin que dejara de parecer amable.
– Siento mucho lo del café. Me habría gustado disculparme si usted me hubiera dado la oportunidad.
Esperó a que él reconociera que tenía razón. Pero esperó en vano.
– Por favor, mándeme la factura de la tintorería -continuó ella.
Ni un asomo de emoción cruzó los fríos rasgos de aquel hombre, y Romana se encontró diciendo:
– O también puede quitarse los pantalones para que alguien del personal de limpieza les pase una esponja y…
Estaba intentando ayudar, pero tuvo una visión de Niall Macaulay paseándose por su despacho en calzoncillos y se puso colorada. Nunca se sonrojaba, sólo cuando decía algo realmente estúpido. Como en esa ocasión. Echó una ojeada a su reloj.
– Tengo que estar en otro sitio dentro de diez minutos. Pero puede usted hacer uso de mi despacho mientras espera -añadió para que él entendiera que no le iba a hacer compañía mientras anduviera sin pantalones.
Niall Macaulay le dirigió una mirada capaz de congelar un volcán. Estaba claro que ella no podía competir con tanta sangre fría. Romana se ahuecó el cabello en un gesto muy femenino que no tenía término medio para los hombres: o lo adoraban o lo detestaban. Estaba claro que el señor Macaulay lo detestaba. Y como ella prefería cualquier tipo de reacción, aunque fuera negativa, volvió a arreglarse el pelo, aumentando el efecto con una sonrisa, una de ésas que querían decir «ven por mí». Era el tipo de sonrisa que habría hecho que la mayoría de los hombres se pusieran a cuatro patas lloriqueando como cachorrillos hambrientos. Pero no el señor Macaulay. Él no pertenecía a la mayoría. Seguía siendo hielo puro.
– Señorita Claibourne, mi primo me ha pedido que sea su sombra mientras usted trabaja. Siempre y cuando ir de compras le deje algo de tiempo para dedicarse al mundo laboral.
Romana siguió la trayectoria de su mirada, que se había detenido sobre en la pila de bolsas que ella había depositado en el sofá.
– No menosprecie las compras, señor Macaulay. Nuestros antepasados inventaron el ir de tiendas para divertirse. Se hicieron ricos con ello, y es la costumbre de ir de compras la que hace que el dinero siga entrando a raudales por nuestra puerta.
– Seguro que no por mucho tiempo -replicó él alzando una ceja-, si los directivos de esta firma compran en otras tiendas.
– Tiene usted mucho que aprender si piensa que los diseñadores importantes van a vender en los grandes almacenes otra cosa que no sea su línea prét-á-porter. Ni siquiera en uno tan elegante como Claibourne & Farraday.
Romana exhaló un suspiro de satisfacción. Se sentía mucho mejor.
– ¿Nos ponemos de acuerdo para la supervisión? -continuó ella-. ¿Tiene usted tiempo para esta nimiedad?
Por toda respuesta, él encogió levemente los hombros, un gesto que podía significar cualquier cosa.
– No puedo entender por qué usted y sus primos tienen tantas ganas de jugar a las tiendas -lo presionó ella-. ¿Tienen ustedes alguna noción de cómo llevar unos grandes almacenes? Este tipo de empresa no es para principiantes. Puede que usted sea el mejor inversor bancario del mundo, pero ¿sabe exactamente cuántos pares de calcetines hay que encargar para Navidad?
– ¿Lo sabe usted? -respondió él.
Claro que ella lo sabía. Era una pregunta del trivial de la página web de la tienda. Antes de que pudiera darse el gusto de contestarle, él continuó:
– Estoy seguro de que usted no se implica tanto en las cuestiones cotidianas. Tiene responsables de departamento y jefes de venta que toman esas decisiones por usted.
– La responsabilidad está en los despachos de la planta alta, señor Macaulay. Simplemente quiero subrayar el hecho de que he estado en la planta baja y he trabajado en todos los departamentos, he conducido los camiones de reparto…
– Incluso ha hecho usted de ayudante de Santa Claus, según dice el Evening Post -la interrumpió él-. ¿Aprendió mucho de aquella experiencia?
– No volvería a hacerlo nunca más.
Romana le brindó una sonrisa auténtica, esperando que él la interpretara como una oferta de paz. Tal vez podrían dejar de lanzarse pullas y empezar de nuevo como iguales. Pero él esquivó el ofrecimiento y respondió lanzándose directamente a la yugular.
– ¿No sabía usted que hay un acuerdo según el cual tenían que entregar la empresa cuando su padre se retirara? Supongo que no lo sabía. Su padre debió haber sido sincero con ustedes desde el principio. Habría sido lo mejor para todos. Pero no tenemos intención de entrar en detalles. Contrataremos al mejor equipo de dirección disponible para llevar los almacenes.
– Nosotras somos el mejor equipo directivo disponible -replicó ella.
Estaba segura de lo que decía. Ellas eran de la familia. No importaba cuánto se le pagara a un alto ejecutivo, seguro que no se tomaría el mismo interés.
– Déjelo en nuestras manos y seguiremos reportando los beneficios de los que ustedes han disfrutado durante años sin tener que levantar ni un dedo.
– Y sin poder intervenir en nada -respondió él-. Los beneficios no han aumentado en los últimos dos años. La empresa está estancada. Es hora de cambiar.
Vaya, el banquero había hecho los deberes. Seguro que podía calcular, hasta el último penique, cuánto habían ganado en el último ejercicio fiscal. Incluso en la última semana.
– El sector del comercio ha tenido dificultades en todas partes -replicó ella.
– Ya lo sé -contestó él, pareciendo incluso simpático-, pero me da la impresión de que Claibourne & Farraday está encantado en su papel de parecer los grandes almacenes más lujosos de Londres.
– Y lo son -declaró ella-. Puede que no sean los más grandes, pero tienen su propio estilo. Y es la tienda más acogedora de la ciudad.
– ¿Acogedora? Querrá decir anticuada, aburrida y carente de ideas nuevas.
Romana se estremeció con la descripción. Deberían sentarse juntos y lamentarse de la negativa de su padre a modernizarse, a renunciar a la decoración de madera y alfombra roja del siglo pasado. Pero no le iba a contar eso a Niall Macaulay.
– ¿Y tiene usted ideas nuevas? -le preguntó.
– Por supuesto que tenemos planes -contestó él, como si no pudiera ser de otra manera.
Con su camisa oscura abotonada hasta el cuello, y ningún asomo de pasión tras sus ojos grises de banquero, ¿qué creía que podía aportar a los mejores grandes almacenes de Londres?
– No he dicho planes. He dicho «ideas» -replicó ella-. Es totalmente distinto. Puede tener planeado vendernos a una gran cadena y dejarse de problemas, limitarse a recibir miles de millones que llevarse a su banco. Y como ustedes tienen la mayoría de las acciones, no podríamos hacer nada para impedírselo.
– Romana -dijo una voz a través del intercomunicador-, siento interrumpir, pero tienes que marcharte ahora mismo.
Niall Macaulay miró su reloj.
– Faltan cinco minutos para su próxima cita -dijo.
Cinco minutos eternos, pensó Romana.
– Lo siento, señor Macaulay. Ha sido fascinante intercambiar opiniones con usted, pero tengo que marcharme a ocuparme de mis asuntos en Claibourne & Farraday. Lo dejo con mi secretaria para que le diga a ella cuándo puede dedicarle algo de tiempo a la tienda, y yo me ajustaré a su horario.
Sin darle ocasión de hacer ningún comentario, Romana recogió sus bolsas y sin molestarse a esperar el ascensor se encaminó a las escaleras.
¿«Dedicarle algo de tiempo»? No estaba dispuesto a que una muchachita como aquella se saliera con la suya de esa manera. Era ella la que no se tomaba el asunto con la seriedad que merecía, y estaba dispuesto a demostrarlo. Recogió su abrigo y su paraguas y fue tras ella.
– ¿Señorita Claibourne?
El portero uniformado de la entrada principal había parado un taxi y estaba sujetando la puerta. Ella entró. Tenía prisa y no necesitaba otra dosis de Niall Macaulay. Obviamente la había seguido escaleras abajo. Entonces, por educación, le preguntó:
– ¿Puedo dejarlo en algún sitio, señor Macaulay?
– No -respondió él.
El alivio de Romana duró sólo hasta que Niall se colocó a su lado en el taxi.
– Yo voy donde usted vaya, señorita Claibourne. Cuando dije que iba a invertir algo de tiempo en supervisar su trabajo, no me refería a alguna ocasión concertada previamente. Me refería a ahora.
– ¿Ahora? -repitió ella estúpidamente-. ¿Se refiere a este preciso instante?
Romana se rió con una risa forzada, deseando que se tratara de una broma. Él no se rió con ella. No podía ser de otra manera: ese hombre no bromeaba.
– Discúlpeme -dijo, deseando parecer sincera-. Había entendido que tenía un banco que dirigir y estaba muy ocupado. Supongo que preferirá no implicarse en todas mis actividades -ni siquiera ella deseaba tal cosa ese día.
Seguro que él pensaba que estaba escondiendo algo. Romana se sintió tentada de decir que sí y dejar que él averiguara por sí mismo la razón, pero no sería un buen comienzo.
– Confíe en mí, hoy no es un buen día para ser mi sombra.
– Confíe usted en mí cuando le digo que yo creo que sí. Si no estoy con usted todo el rato, ¿cómo voy a aprender?
– No lo entiende. Yo no…
– ¿No va a trabajar hoy?
La mirada que él lanzó a sus bolsas sugería que no necesitaba un mes para conocer lo que le hacía falta sobre ella. Sus ojos daban a entender que lo había adivinado todo en el momento en que un vaso de capuchino había dejado sin brillo sus zapatos.
– Sí, pero…
– ¿No debería decirle al taxista dónde quiere ir?
– Sigo pensando que sería más lógico enviarle por fax una lista de mis actividades del mes -replicó ella.
– Seguro que sería una lectura muy constructiva, pero me interesa especialmente lo que vaya a hacer usted hoy. ¿Va a trabajar? -repitió él-. Porque cobra un sueldo de jomada completa, ¿no?
Parecía estar insinuando que Romana recibía un salario sin trabajar.
– Sí -contestó-. Mi sueldo corresponde a una jornada completa.
Y ese día iba a ganarse cada penique, pensó mientras se inclinaba hacia delante para decirle al taxista la dirección.
India se había mostrado sorprendida de que los Farraday aceptaran su estrategia para retrasar la expulsión de las Claibourne. Romana pensó en ese instante que tal vez las cosas no fueran tan simples como parecían a primera vista. ¿Por qué si no tres hombres ocupados dedicarían tanto tiempo a la supervisión de tres mujeres jóvenes que no tenían nada que enseñarles?
Niall Macaulay había admitido que ellos no dirigirían personalmente la empresa, sino que delegarían en un equipo de dirección. ¿Necesitarían demostrar que las hermanas Claibourne eran unas incompetentes, y así expulsarlas del consejo de administración sin problemas?
– ¿Señorita Claibourne?
– ¿Qué? ¡Ah! ¿Quiere usted saber cómo lo consigo? -preguntó.
– Hace un rato ha soltado un discurso sobre lo mucho que se esforzaba usted, asegurando que nadie más podría hacer su trabajo.
– No he dicho que nadie más pudiera hacerlo. Pero no creo que un inversor bancario pueda reemplazarme.
No aquel inversor bancario, desde luego. Las relaciones públicas requerían calidez, y la habilidad de saber sonreír aunque no se tuvieran ganas de hacerlo.
– Muy bien, tiene usted un mes para convencerme. Quizá debería dejar de perder el tiempo.
Ella lo miró, sobresaltada por el tono lúgubre que había utilizado. Aquel hombre era un rencoroso.
– ¿Está usted seguro? ¿No quiere reconsiderarlo? -preguntó, ofreciéndole la posibilidad de escapar de una experiencia que no le desearía ni a su peor enemigo.
Aunque en aquel caso no le importaba hacer una excepción, no quería que luego él pudiera decir que no se lo había advertido.
– Al contrario, estaré encantado de comprobar cómo se gana el sueldazo que cobra. No hay ningún problema, ¿verdad?
Fue la palabra «sueldazo» la que selló su destino.
– Ningún problema -contestó ella abrochándose el cinturón de seguridad-. Es usted mi invitado.
Romana sacó su teléfono móvil y marcó un número.
– Molly, ya estoy de camino. Asegúrate de que haya otra sudadera disponible.
Miró de reojo al hombre que estaba sentado a su lado.
– Talla cuarenta y cuatro.
Él no hizo ningún comentario, se limitó a mirarla de soslayo con el ceño fruncido.
– También necesitaré una silla en mi tribuna para otro invitado esta noche. Niall Macaulay. Inclúyelo en todos los compromisos de esta semana, por favor. Y tendrás que ajustar para dos personas toda la agenda del mes. Ya te lo explicaré cuando te vea.
– ¿Esta noche? ¿Qué pasa esta noche? -preguntó Niall.
– Hay una gala. Hoy es la inauguración de la Semana de la Alegría, por eso su llegada ha sido tan inoportuna.
– ¿Alegría? -Niall Macaulay pareció un poco confuso-. ¿Puedo saber qué es eso?
– Una palabra que expresa felicidad, placer, júbilo… -contestó ella-. También es el nombre de la semana solidaria que iniciamos en Claibourne & Farraday hace un par de años. Es una gran oportunidad para hacer relaciones públicas -añadió intencionadamente-. Conseguimos mucho dinero para los niños más desfavorecidos.
– Y, de paso, consiguen publicidad gratis -apostilló Niall.
– No es exactamente gratis. No se puede ni imaginar lo caros que resultan los globos y las sudaderas. Pero se hace un buen uso del dinero. Como ve, tenemos un departamento de relaciones públicas excelente -ella sonrió sólo para molestarlo-. ¿No pensaría usted que este era un trabajo de nueve a cinco, verdad? Ya ve, yo no sigo el horario de los bancos. Así que lo siento si su esposa esperaba que llegara usted pronto a casa.
Se estaba contagiando de su sarcasmo, pensó Romana, y lo peor era que le empezaba a tomar gusto.
– Hace tiempo que no estoy casado, señorita Claibourne -replicó él.
A ella no le sorprendió en absoluto.
Capítulo Dos
Niall sacó el teléfono móvil y llamó a su secretaria para reorganizar su agenda el resto del día. Al menos, a última hora no tenía compromisos profesionales ineludibles.
Romana también estaba haciendo llamadas, una detrás de otra, hablando con la interminable plantilla de colaboradores que ayudaban en la gala y comprobando los últimos detalles relacionados con las flores, los programas y los asientos.
Quizá estuviera tratando de impresionarlo, o tal vez quería evitar mantener una conversación. Al menos eso era de agradecer, pensó él.
Niall miraba fijamente por la ventanilla mientras el taxi enfilaba hacia el centro a través del atasco de mediodía. Tuvo tiempo de sobra para arrepentirse de haber seguido a Romana Claibourne cuando esta salió del despacho.
Sólo Dios sabía por qué no quería pasar con ella ni un solo minuto más de los necesarios. No tenía tiempo para muñequitas rubias, y menos todavía para una que jugaba a ser directora entre compra y compra. Le echó un vistazo a sus bolsas de tiendas de lujo, desparramadas a sus pies, unos pies largos y estrechos encerrados en unos zapatos de diseño. No pudo por menos que reconocer la belleza de aquellos pies, la finura de sus tobillos y de las piernas a las que estaban sujetos. Había mucha pierna que admirar. Estaba claro que Romana Claibourne no era partidaria de esconder sus encantos.
Ella estaba colocándose su melena de rizos cuando se dio cuenta de que la observaba. Niall tendría que haber girado rápidamente la cabeza mientras ella lo interrogaba con la mirada. Pero en lugar de eso, hizo lo que sabía que más le podría molestar. Levantó una ceja con aburrimiento, mostrando la más absoluta indiferencia, y se dio la vuelta para contemplar el tráfico, a todas luces mucho más interesante.
Una gala solidaria no era la idea que él tenía de trabajar, por muy loable que fuera la causa. Tampoco lo encontraba divertido. Ese tipo de actos estaban situados al final de la lista de sus obligaciones. Prefería mil veces enviar un cheque y obviar la parte supuestamente festiva.
Ya era demasiado tarde para lamentarse de no haberle preguntado, simplemente, qué planes tenía para el resto del día. Pero había algo en ella, en aquellos ojos azules… Parecía que estaba acostumbrada a que los hombres dieran vueltas a su alrededor con sólo mover un dedo. Pues bien, él estaba hecho de un material más duro, y quería hacérselo saber.
El taxi paró un poco más arriba de Tower Bridge. Los colores grana y oro de Claibourne & Farraday resaltaban más que nunca sobre los globos y las sudaderas, y una gran multitud se divertía ante la presencia de las cámaras de televisión.
– Ya hemos llegado, señor Macaulay.
– Llámame Niall, por favor -dijo.
No buscaba un trato más informal, pero todo un mes oyendo cómo ella lo llamaba «señor Macaulay» en ese tonito insolente sería todavía peor.
Niall se preguntó qué irían a hacer allí. Lo averiguó nada más bajarse del taxi y ver la bandera de C &F ondeando sobre una altísima grúa junto a un cartel que invitaba a los participantes a «saltar por la Alegría».
Se dio cuenta entonces de que las galas solidarias no estaban, después de todo, en el último puesto de su lista. El «puenting» se salía incluso de la página.
– No siempre es así -señaló Romana después de pagar al taxista-. Algunos días son muy aburridos. Aunque no muchos, si puedo evitarlo -añadió sonriendo levemente mientras guardaba la cartera en el bolso.
– ¿Vas a saltar? -preguntó él.
– ¿Te arrepientes de no haber regresado a tu oficina cuando tuviste la oportunidad, hombre-sombra?
– En absoluto -replicó-. Me parece una experiencia muy didáctica, pero me temo que has malinterpretado la palabra «supervisar». Te podías haber ahorrado la molestia de buscarme una sudadera. Sólo estoy de observador.
– Asustado, ¿eh? -dijo ella, retadora.
Niall dejó pasar el comentario. No tenía nada que demostrar.
– ¿Has hecho esto antes? -preguntó él.
– ¿Yo? No, por Dios. Tengo pánico a las alturas -contestó ella.
Por un momento él creyó que era verdad. Romana continuó con una mueca burlona.
– ¿Cómo si no crees que habría conseguido tantos patrocinadores? Mucha gente ha dado bonitas sumas sólo para verme saltar desde ahí arriba.
– Podrías agarrar a tus víctimas y amenazar con arrojarles café encima si no firman un cheque -sugirió él.
Ella correspondió a la broma con una breve inclinación de cabeza.
– Me guardo la idea para el año que viene. Gracias por el consejo.
– No habrá año que viene.
– Bueno, no habrá puenting, pero…
De pronto se dio cuenta que no se refería al puenting, sino a la inminente expulsión de las Claibourne del consejo de administración.
– Pero ya se me ocurrirá algo igual de emocionante -continuó sin titubear-. Si quieres mostrar tu apoyo, aún hay tiempo para que telefonees a tu oficina y consigas algunos patrocinadores tú mismo. Es por una buena causa, y estoy segura de que habrá mucha gente dispuesta a pagar por verte saltar desde una altura de treinta metros con una banda elástica atada al pie.
Romana sonrió con aspereza mientras le ofrecía su propio teléfono móvil.
– Está siendo retransmitido por televisión, así que esas personas podrán verlo en directo y sentir que ha valido la pena pagar -añadió, sin poder resistirse-. Yo misma pagaré.
Estaba seguro de que ella sería capaz, pero negó con la cabeza.
– Me atendré al acuerdo al que hemos llegado. Tú haces lo que harías normalmente y yo te observo. ¿Vas a saltar?
– Una de las hermanas Claibourne tiene que hacer el salto de inauguración. India y Flora descubrieron de pronto que tenían compromisos ineludibles, así que… Pero es una pena, si llego a saber que estarías aquí lo habría arreglado para que hiciéramos juntos el salto inaugural. Ya tenemos asegurada la portada de la revista Celebrity de la semana que viene, pero contigo en la foto podríamos haber conseguido salir también en las páginas de economía.
– ¿Cuánto habéis conseguido de los patrocinadores?
– ¿Por mi salto? -preguntó mirando hacia la grúa-. ¿Crees que vale la pena jugarse el cuello por cincuenta y tres mil libras?
– ¿Cincuenta y tres mil libras? -estaba impresionado, pero no tenía ninguna intención de demostrarlo-. ¿Hay tanta gente dispuesta a verte aterrorizada?
– ¿Aterrorizada? -respondió Romana abriendo mucho los ojos.
– Se trata de eso, ¿no? Les haces creer que te dan pánico las alturas y así los patrocinadores pagan por oírte gritar.
– Tengo que asegurarme de que están satisfechos por lo que han pagado -contestó ella tras una pausa-. Gracias por recordármelo.
Una mujer joven vestida con una sudadera reclamó en ese momento la atención de Romana.
– ¿Quién es ese hombre tan guapo?
¿Guapo? Romana no tuvo que seguir la ávida mirada de su ayudante. Molly sólo podía referirse a Niall.
– No es guapo -dijo.
Pero era guapo hasta decir basta, el tipo de hombre que haría que una mujer se tropezara con él a propósito con tal de conseguir una sonrisa suya. A lo mejor por eso no sonreía. Sería demasiado peligroso.
– Caray, Romana, vete al oculista. No es frecuente encontrar un hombre alto, moreno y con esa mirada diabólica, todo junto.
La descripción lo definía perfectamente. A Romana se le formó de pronto un nudo en el estómago que nada tenía que ver con saltar al vacío.
– ¿Tú crees que una mujer casada puede tener esos pensamientos con un hombre que no es su marido?
– Estoy casada, Romana, no muerta.
– Yo que tú miraría hacia otro lado. Puede que sea agradable por fuera, pero te aseguro que por dentro no lo es tanto. Es muy arisco. Se llama Niall Macaulay y es uno de los miembros del clan Farraday.
– No sabía que quedara algún Farraday vivo.
– Por desgracia sí. Éste en concreto es un macho dominante que va a ser mi sombra durante todo el mes.
– ¿Quieres decir que este es el hombre que se va sentar en tu palco en la gala de esta noche? ¡Afortunada tú! ¿Crees que querrá tomar un café? -preguntó Molly esperanzada.
– Lo que necesita es un implante de simpatía -dijo Romana convencida-, pero te aconsejo que no le ofrezcas café si en algo valoras tu vida. Y una de nosotras tiene que estar hoy en la gala -replicó mirando la grúa con un escalofrío.
– No te pasará nada. Acuérdate de sonreír a las cámaras. Ésa será probablemente la foto de portada, así que cuando te pongas la sudadera, asegúrate de que el logo de C &F está centrado.
¿Sonreír a la cámara?. Todo lo que era capaz de hacer era enseñar los dientes con una mueca mientras se retocaba los labios ante el espejo. Una cámara de televisión seguiría todos sus movimientos desde su salida de la caravana. Colocó el lápiz de labios en su bolsillo, junto a un espejito de mano, para darse luego un último retoque. Si no le temblaba el pulso, claro. Romana salió de la caravana para encontrarse con el realizador del programa de televisión.
– Estupendo -dijo cuando el realizador le comentó lo que tenía pensado hacer.
Pero su cabeza estaba en otra parte, en Niall Macaulay, que se había situado unos metros más allá. Sería difícil saber si se arrepentía de haber acudido, su expresión no reflejaba nada.
– ¿Seguro que no quieres unirte a mí, Niall? Un Farraday saltando sería la guinda del pastel.
– No, gracias. Aquí sobra gente que desea saltar al vacío por una buena causa, y no me gustaría ser egoísta. Pero estaré encantado de patrocinarte.
Romana se quedó sin habla. Era la segunda vez que le sucedía en el mismo día, y no le gustaba nada.
Se dio la vuelta y recogió la tarjeta con sus datos que le permitiría reunirse con el equipo de salto. No tenía sensibilidad en las manos. Lo único que podía hacer era bromear con la cámara sobre el vértigo que sentiría cuando estuviese arriba. Eso la ayudaba a no pensar en lo que la esperaba. Tenía la mente en blanco, por eso no se percató de que el fotógrafo de la revista Celebrity quería hacerles una foto juntos.
– Las Claibourne y los Farraday trabajando codo a codo a favor de los niños -apuntó Romana, ofreciéndole su mano a Niall.
Éste esbozó una sonrisa, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando.
– Pónganse muy juntos, en actitud cariñosa -los animó el fotógrafo,
Sorprendentemente Niall se mostró muy colaborador y le pasó un brazo por encima de sus hombros sin darle a Romana tiempo para reconsiderarlo. Casi se sentía bien estando tan cerca de él.
– Perfecto. Una sonrisa…
Extrañada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, Romana lo miró. La suave brisa del río despeinaba su cabello, alborotándolo. Y cuando le mandaron sonreír, quedó claro que aquel hombre lo tenía todo, físicamente hablando: estilo, buena planta y una dentadura por la que cualquier estrella de cine habría pagado una fortuna.
– Te están esperando -dijo él, dejando caer el brazo cuando terminó el fotógrafo.
Mientras subía al elevador de la grúa, Romana sintió que las piernas no le pertenecían. Se agarró con fuerza a la barandilla de seguridad cuando el elevador comenzó a subir. ¿Se habría dado cuenta Niall de lo asustada que estaba?
– ¿Qué tal es la vista? -bramó la voz del realizador en su oreja.
La mini cámara estaría grabando sus ojos cerrados, así que soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.
– Me reservo la sorpresa para cuando llegue arriba del todo.
El sonido de una risa le llegó a través del intercomunicador. El elevador se había detenido, y Romana abrió instintivamente los ojos mientras descendía de él. Su única vía de escape regresó a tierra firme a su espalda. Londres parecía girar bajo sus pies. Se puso pálida.
– Quiero irme a casa -susurró mientras se agarraba al primer objeto que encontró.
Todos rieron. Ella también, tratando de no parecer histérica. Pero estaba fuera de sí.
Oyó el sonido del elevador parando en seco detrás de ella. Tal vez algún espectador quería ver el espectáculo en primera línea.
– ¿Puede alguien despegarme las manos? -preguntó con los nudillos blancos de tanto apretar la barandilla de metal de la plataforma.
– Se te ha caído esto.
Era Niall Macaulay acudiendo a su rescate. Seguro que había notado que estaba muerta de miedo.
– No quería que la perdieras entre tantas emociones -dijo él mientras le entregaba la tarjeta con su nombre y su peso.
Romana miró la tarjeta con el ceño fruncido. ¿Insinuaba que había pretendido librarse del salto? Debería darse la vuelta y lanzarle una mirada de odio por ser tan sabelotodo, pero no estaba preparada para moverse mucho. Además, estaban en directo.
– Gracias -dijo mientras Niall desprendía uno por uno sus dedos de la barandilla.
El equipo de salto estaba deseando empezar. Colocaron los arneses y, cuando acabaron, fue Niall el que le tendió una mano para ayudarla. Romana se sintió extrañamente cómoda y se quedó mirándolo fijamente. Así no pensaba en lo que la esperaba. Se dio cuenta de que Niall tenía pequeñas arrugas en los ojos, como si alguna vez sonreír no hubiera supuesto un esfuerzo para él.
– Es normal tener miedo -le dijo.
– ¿Miedo? ¿Quién tiene miedo?
Romana se colocó los dedos de la mano que tenía libre en la boca e hizo una mueca ante la cámara. Hacer el payaso era la única manera de sobreponerse a todo aquello.
– Es más seguro que bajarse de la cama -aseguró Niall.
– ¿Puedes garantizarlo? -preguntó ella-. ¿Lo has comprobado? ¿De cuántas camas te has bajado?
La multitud soltó una carcajada y Niall borró de inmediato la sonrisa de su rostro.
– ¿Estás lista, Romana? -preguntó el monitor.
Ella recordó la recomendación de Molly de sonreír, retiró su mano de la de Niall, sacó su espejito y la barra de labios y se retocó el color haciendo grandes aspavientos.
– Tengo que salir bien en las fotos -dijo.
No sentía nada en absoluto, sólo una especie de levedad. Enseñó los dientes tratando de componer una sonrisa.
– Ahora estoy preparada -afirmó entregándole a Niall la barra y el espejito-. ¿Alguna recomendación de última hora, hombre-sombra?
– No mires abajo.
La sujetó por detrás, manteniéndola por un instante pegada a su pecho. Romana sintió su calor y, por primera vez desde que se había subido a la plataforma, se sintió segura. Él dio un paso atrás y Romana ahogó un grito de terror.
– ¿Vas a arrojarme al vacío? -dijo en un susurro.
Pero el micrófono que tenía enganchado en la sudadera recogió cada sílaba.
– Esta vez no -murmuró él con un amago de carcajada. Luego la colocó con cuidado al borde de la estructura.
Los dedos de sus pies se asomaban al vacío. Únicamente la mano de Niall, que permanecía en su hombro, evitaba que sufriera un desvanecimiento.
– A la de tres -le murmuró él al oído-, y no te olvides de gritar.
Capítulo Tres
Niall observó a Romana volar por los aires. Había sido un salto espectacular en todos los aspectos. La sospecha de que ella estaba realmente asustada lo había impulsado a subirle la tarjeta. Viéndola en la plataforma, se convenció de que estaba completamente perdida, que las bromas eran sólo para la cámara. Pero todo parecía formar parte de su actuación. Romana había dado un gran espectáculo a sus patrocinadores. Sólo se le había olvidado gritar.
Alguien descorchó una botella de champán y le puso un vaso entre las manos. Romana no se atrevió a llevárselo a la boca: se habría estrellado contra sus dientes apretados. Se limitó a sujetarlo mientras la multitud coreaba a su alrededor la cuenta atrás para el siguiente salto. Empezaba a encontrarse mejor, pero cuando el siguiente participante se precipitó al vacío, su estómago se revolvió como si estuviera repitiendo la experiencia. Depositó el vaso en las manos de la persona que tenía más cerca y se encaminó hacia la caravana para dar rienda suelta a su mareo.
Después de lavarse la cara y la boca, se dio cuenta de que su teléfono, que seguía en la silla en la que ella lo había dejado, estaba sonando. Era Molly.
– Romana Claibourne, ¿estás bien? Tenemos una televisión aquí, y en cuanto te he visto me he preguntado sí…
– ¿Si desayunar ha sido un error? Pues sí, lo ha sido. ¿Está pidiendo todo el mundo que le devuelvan el dinero? -acertó a decir con un escalofrío-. No los culpo. Ni siquiera he sido capaz de gritar como es debido. Parecía como si tuviera piedras calientes en la garganta.
– No te preocupes por eso. Has estado magnífica. Y las bromas han estado muy bien. No creo que nadie se haya ni imaginado lo asustada que estabas. No sé cómo vas a superarte al año que viene, a no ser que inventes algo para que Don Guapo se quite la camiseta -añadió esperanzada-. Yo misma lo patrocinaría.
A Romana se le secó la boca sólo de pensarlo. Una oportuna llamada a la puerta le evitó tener que responder.
– Está abierto -dijo.
Se dio la vuelta y vio a Niall con un ceño que podría parecer de preocupación. No quería que se compadeciera de ella.
– ¿Has venido a pagar? -preguntó.
Romana se arrepintió al instante de su falta de tacto cuando él depositó sobre la mesa un cheque, su barra de labios y el espejito.
– Muy generoso -le dijo-. Gracias.
Niall se encogió de hombros, quitándole importancia.
– No quisiera interrumpir tu conversación.
– Es Molly. Ha visto el salto y está pensando en la manera de superarlo el año que viene. Cree que si tú te quitaras la camiseta podría ser un buen reclamo -sugirió mientras escuchaba las protestas de su ayudante-. ¿Por qué no lo hablas con ella? Necesita también tu dirección para mandarte un coche esta noche. Seis en punto. Corbata oscura.
– ¿A las seis? -repitió él-. ¿No es un poco pronto para ir al teatro?
– Estoy trabajando, no de fiesta. Me ocupo de la organización de la velada y de que todo transcurra en orden. Y, cuando ha terminado, procuro que la gente se marche contenta.
Niall no contestó, pero agarró el teléfono para facilitarle a Molly su dirección. Cuando acabó, Romana recogió sus bolsas y abrió la puerta de la caravana.
– ¿Dónde vas ahora? -preguntó él mientras la seguía.
– ¿Por qué no lo compruebas por ti mismo?
Él la miró dando a entender que había aprendido la lección: le estaba preguntando antes de actuar.
– Primero voy a ir a casa a colgar mi vestido. Lo habría hecho antes, pero estaba citada contigo. Luego voy a ir a la peluquería de los grandes almacenes a arreglarme el pelo -dijo mientras caminaba con paso ligero por la calle.
– ¿Y la comida?
Sólo de pensar en comer se ponía enferma.
– No hay tiempo -contestó mirando el reloj-. Tenemos que irnos.
– Gracias, pero creo que me voy a saltar la peluquería.
– Sabia decisión. Yo puedo prescindir de casi todo -dijo sonriendo-, pero no de un encuentro con George en una noche de gala. Te veré en el teatro.
– ¿No crees que sería más lógico que compartiéramos coche?
¿Compartir? Trabajar con él ya era suficiente, no veía la necesidad de ampliar el tiempo que tenían que pasar juntos.
– ¿Te preocupa el medio ambiente o es una cuestión económica?
– Ninguna de las dos cosas. Pensé que me podrías ir contando los pormenores de la gala por el camino. Por cierto, esta tarde has tenido una gran actuación. Casi haces que me lo crea.
– ¿Casi?
– ¿Cuántas veces has hecho «puenting»?
Ella sonrió mientras paraba un taxi. Le gustaba comprobar que no era tan inteligente como él se creía.
– Te veré en el teatro, Niall -dijo.
Romana subió al taxi y cerró con fuerza la puerta.
Envuelta en una bata de peluquería de color rojo oscuro, Romana se contempló en el espejo, buscando en vano qué había en ella que irritaba tanto a Niall Macaulay. No podía tratarse sólo del incidente del café. Había sido un accidente, muy poco oportuno, es cierto, pero sin ninguna importancia. Eso era lo que habría dicho si hubiera sido un hombre amable, pero él no era amable, ni generoso. Pretendía serlo, como cuando se apresuró a patrocinar su salto, pero cuando se tenía dinero, esa clase de generosidad carecía de mérito. El padre de Romana estaba siempre dispuesto a estampar su firma en un cheque por Navidad o en su cumpleaños, cuando lo único que ella deseaba era que la abrazara y le dijese que la quería. Pero aquello era demasiado difícil para él.
George apareció detrás de ella.
– Un gran día, Romana -dijo.
– Un mal día. La primera vez que hago «puenting», ahora un corte de pelo… ¿Qué más me puede pasar?
– Ningún sacrificio es suficiente para promocionar la tienda.
– Esto es todo lo lejos que estoy dispuesta a llegar -le aseguró.
El corte de pelo formaba parte del programa de la semana, y había sido planeado hacía meses. Romana sabía que cortarse su famosa melena en la peluquería de los grandes almacenes sería la mejor demostración pública de su compromiso con la empresa.
El estilista vaciló. No tenía ganas de provocar un amargo llanto de arrepentimiento.
– ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Te advierto que aunque a tus amigas les va a encantar…
– De eso se trata. Vamos allá.
Pero él seguía dudando.
– Venga, George. No tengo todo el día.
– ¿Eres consciente de que a los hombres de tu vida no les va a gustar nada?
– ¿Quién tiene tiempo para hombres?
– Amigos, conocidos, tu padre…
– Dejé de ser la niñita de papá cuando cumplí cuatro años.
Fue entonces cuando su madre conoció a un hombre más joven, más guapo y, además, con título nobiliario.
– Bueno, pues cualquier hombre que conozcas. Cualquiera que haya visto tu foto en las revistas del corazón. La mitad de los hombres de Londres están enamorados de tu pelo. Querrán lincharme.
– Todo sea por salir en los periódicos.
Pero él seguía dudando.
– Por el amor de Dios, George, es sólo pelo. Córtalo.
Y por segunda vez en el mismo día, Romana cerró los ojos.
Niall Macaulay observó la impresionante fachada de Claibourne & Farraday. Lo que una vez fue una selecta cafetería reservada exclusivamente para la aristocracia, se había convertido con el tiempo en uno de los patrimonios más valiosos de Londres. Jordan estaba obsesionado con reclamarlo en aras del orgullo familiar.
Un acuerdo más justo podría poner fin a la disputa que había prevalecido en generaciones anteriores, desde que el control de la tienda había pasado de los Farraday a los Claibourne. Romana tenía razón. Ellos solo querían hacerse con el control para liquidar los activos y reinvertir el dinero en algo que dependiera menos del capricho del público.
Niall le hizo una breve inclinación de cabeza al portero y atravesó el umbral. Habían pasado más de cuatro años desde que pisara los grandes almacenes por última vez.
Había ido con Louise para elegir la vajilla, ropa de cama… Visitaron todos los departamentos haciendo la lista de boda. Él la había dejado tomar todas las decisiones. Iba a ser su casa y quería que todo fuera de su gusto. Lo único que deseaba era poder contemplarla, estar con ella, observar su maravilloso rostro cuando se giraba para preguntarle su opinión, sabiendo que su respuesta sería siempre la misma: «como tú quieras». Aquella felicidad había quedado muy atrás.
Ésa era la última oportunidad que tenía de reencontrarse con los grandes almacenes y comprobar los cambios como si fuera un cliente más. A partir del día siguiente, todo el mundo sabría quién era.
Intentaría sacar provecho. Y, ya que se había quedado sin comer, comenzó por inspeccionar los restaurantes.
Romana se estremeció cuando su mano encontró el vacío en el lugar que antes ocupaba su pelo.
– Cómete esto y deja de preocuparte, Romana. Tu pelo está estupendo -la increpó Molly mientras le alcanzaba un sándwich, tratando de tentarla con un almuerzo tardío-. George es un genio.
– Ya lo sé. Me acostumbraré, supongo. ¿Hay algún imprevisto de última hora? ¿Cómo van las cosas en el teatro?
– Relajadas. Ya han llegado los programas, los floristas están ultimando detalles y los camareros están todos preparados. No ha habido ninguna cancelación. Todo va como la seda. Te preocupas demasiado.
– Nunca es demasiado.
– Por cierto, he visto a tu chico en la cafetería donde te he pedido el sándwich.
– ¿«Mi chico»? -Romana frunció el ceño-. ¿Desde cuándo tengo chico?
– Bueno, llámalo como quieras -replicó Molly con malicia-. Llámalo tu James Bond. Alto, moreno y guapísimo. Si me estuviera supervisando a mí, no habría comido solo.
– ¿Cómo? -saltó Romana, cayendo en la cuenta-. ¿Me estás diciendo que Niall Macaulay está en la tienda?
– Sí. Creí que habíais venido juntos. ¿No sabías que estaba aquí?
– No, claro que no. ¿Te ha visto?
– No creo. Estaba hablando por su móvil.
– Llama a seguridad, Molly.
– No se te ocurrirá hacer que lo echen…
– Claro que no. Sólo quiero saber qué pretende.
Romana sabía que seguramente estaba aprovechando su último día de anonimato para echar un vistazo por su cuenta. Después de todo, eso era exactamente lo que ella habría hecho en su lugar. Pero no quería llevarse ninguna sorpresa.
– Necesito saber dónde va, con quién habla y qué mira. Todos los detalles. Quiero un informe completo en mi mesa mañana a primera hora de la mañana.
Niall comprobó que cada restaurante y cada cafetería eran distintos. Había incluso un local japonés, y todos estaban llenos. Había comido en la cafetería más pequeña porque parecía la peor de las opciones. Puntuando, le daba un seis sobre diez. Luego comenzó a pasear por los grandes almacenes. No habían cambiado mucho desde la reforma de principios de siglo. Seguían anclados en el antiguo lujo de caoba y alfombra de color grana que los hacía inconfundibles. Sin embargo, la clientela era más joven de lo que había supuesto.
Las Claibourne debían estar haciendo algo bien. Pero Jordan no querría oír hablar de eso, sólo le interesaban sus fallos.
Cuando llegó a la sección de libros, pensó que se hacía un uso muy pobre de un espacio tan valioso. Era un departamento que había sido en su momento muy popular, pero que estaba en franco declive. No podía competir con las grandes cadenas de librerías y sus precios rebajados.
Fue en esa sección cuando se dio cuenta de que llevaba una «cola» arrastrando. Se detuvo a escribir algo en su agenda y el hombre que lo seguía se giró demasiado rápido, llamando así su atención.
Había visto a la ayudante de Romana en la cafetería. Ella no pareció darse cuenta de su presencia, y él pensó que no lo había visto. Tal vez estaba dando demasiadas cosas por supuestas. La vida le había enseñado a fiarse de la primera impresión, ese destello de la verdadera personalidad que muestran las personas antes de darse cuenta de que están siendo observadas. Romana Claibourne se había bajado del taxi con un montón de bolsas, caminando sobre unos tacones demasiado altos y una falda demasiado corta para alguien que esperaba ser tomado en serio. Por no hablar de su mata de pelo, capaz de enmarañarse en cualquier momento. Lo primero que Niall había pensado era que se trataba de una atolondrada dispuesta a hacer uso de su aspecto para obtener lo que quisiera. Y seguro que lo conseguía.
En cualquier caso, no había dudado en enviarle un guardia de seguridad para que tenerlo vigilado. Sin duda, tenía valor.
Niall miró su reloj y se encaminó a la puerta de los grandes almacenes. Tenía que regresar a casa, ducharse y ponerse elegante en las dos horas que le quedaban libres antes de la gala. Pero el caso era que no podía permitir que ella creyera que había sido más lista que él…
Romana se estaba marchando cuando Molly se encontró con ella en el ascensor.
– Tengo que irme.
– Esto te interesa -dijo su ayudante mientras le extendía una caja envuelta en papel de regalo de Claibourne & Farraday.
– ¿Qué es?
– El guardia de seguridad que mandaste a seguir a tu sombra acaba de traerlo a la oficina. El señor Macaulay le pidió que te lo entregara con un saludo de su parte.
– ¿Lo ha descubierto? -preguntó Romana con un gruñido.
– Parece que sí -contestó su ayudante con una sonrisa burlona.
Abrió el paquete. En su interior había una caja con la nueva fragancia que habían estado promocionando esa semana: Sombra de verano.
– Me encantan los hombres con sentido del humor, ¿y a ti? -preguntó Molly.
Niall se abrochó los botones de la camisa y se colocó la corbata al cuello. Louise solía decirle en broma que sólo se había casado con ella para que le hiciera el nudo.
Cuatro años. Hacía cuatro años que se había marchado. Cuatro años de un vacío tan intenso como el eco de una habitación sin muebles.
Tomó la fotografía del marco de plata que había sobre la mesilla y acarició suavemente el hermoso rostro que le sonreía. Morena, de porte aristocrático… El polo opuesto a la pequeña de las Claibourne en todos los sentidos, se dijo.
De pronto sintió los ojos azules de Romana inmiscuyéndose entre ellos. Y durante un segundo no supo a qué atenerse.
Romana se puso un collar de platino muy elegante alrededor del cuello y los brazaletes a juego, en las muñecas. Formaban parte de la colección africana que Flora había encargado tras su viaje de investigación por ese continente, y ahora se vendía en sus grandes almacenes. Su sencillez contrastaría con los diamantes que su Alteza Real llevaría en la gala, pero no había ninguna forma de competir con ellos.
Su vestido tampoco era ostentoso. Esa noche formaba parte del equipo de apoyo, pues India se ocuparía del papel principal. Aun así, tenía que estar impecable: manicura, peluquería y maquillaje. Todo de la tienda, menos el vestido.
¿Tendría razón Niall en ese punto? ¿Debería ponerse algo de su propia colección de moda? Los hombres lo tenían mucho más fácil: una chaqueta bien cortada y una corbata a juego… y listo. Podrían llevar el mismo traje durante años y nadie notaría la diferencia.
Romana había trabajado muy duro para crear una imagen más fresca de los grandes almacenes, y todavía le quedaba mucho por hacer. Por primera vez consideró la posibilidad de perderlos, y cómo le dolería si eso llegaba a ocurrir. No podía permitirlo.
Tomó en sus manos la colonia que Niall le había enviado y se preguntó si no lo habría subestimado. No intelectualmente, estaba segura de que era inteligente con mayúsculas. Pero ¿podría ser que además comprendiera el negocio? ¿Y que tuviera sentido del humor?
Siguiendo un súbito impulso, Romana roció sus muñecas con la fragancia. Era muy fresca, casi tanto como Niall Macaulay, pensó sonriendo. Desde luego, aquel hombre sabía ser muy sutil llegado el caso. Y no siempre se mostraba tan frío, pensó recordando lo segura que se había sentido con sus brazos alrededor en lo alto de la grúa.
El timbre de la puerta la devolvió a la realidad, y arrojó sobre la cama el frasco de colonia como si quemara. Lo cierto era que Niall Macaulay era un enemigo que reclamaba Claibourne & Farraday para él. Romana recogió el chal y el bolso y se encaminó a la puerta, diciendo en voz alta:
– No lo permitiré.
Capítulo Cuatro
Niall atravesó la zona acordonada tras la que se habían instalado las cámaras de televisión y los paparazzi. Nadie reparó en su presencia. Enseñó el pase que Molly le había enviado con el chofer que habría ido a recogerlo, y entró en el teatro. Todas y cada una de las columnas del vestíbulo estaban adornadas con flores y pequeñas luces blancas. Era un prodigio de arte floral. Y en medio de la escena estaba Romana Claibourne, en el lugar exacto en el que suponía que estaría, dirigiendo la colocación de una mampara.
Llevaba puesto un sencillo vestido de satén azul oscuro, una pieza de alta costura que se ajustaba a sus curvas sin que pareciera que nada lo sujetaba. No necesitaba ningún adorno. Era impresionante en su sencillez; un diseño creado para volver locos a los hombres.
Niall había vivido en un limbo sexual desde la muerte de la mujer que amaba, indiferente a cualquier llamada del deseo. Pero los gráciles encantos de Romana Claibourne no le pasaron por alto, y eso le extrañó. No era sólo su vestido ajustado, también le había llamado la atención su pelo. La melena rebelde había desaparecido y un manojo de suaves rizos enmarcaba ahora su rostro, dejando al descubierto una hermosa nuca. Romana realzaba su aspecto con una gargantilla formada por docenas de piezas de platino. Parecía una reina africana.
Había pasado de tener el aspecto de una rubia atolondrada a convertirse en una mujer impresionante por la que cualquier hombre podría perder la cabeza. Y el corazón.
Instintivamente, Niall dio un paso atrás, como si se sintiera amenazado. Pero eso no era posible. No tenía corazón, así que no podía perderlo. Se lo había entregado sin reservas a la única mujer que podría amar.
Pero los operarios que trataban de colocar la pesada mampara donde ella quería, si parecían haber perdido el suyo, y se desvivían para complacerla mientras ella coqueteaba.
Niall permaneció donde estaba, observando cómo les hacía cambiar la mampara de sitio cuatro veces hasta que estuvo totalmente satisfecha con el resultado. Durante toda la operación se mostró amable y encantadora, y cuando consiguieron exactamente lo que ella quería, les dedicó una sonrisa angelical. Eran sus esclavos.
Niall cruzó la alfombra roja para salir a su encuentro antes de que ella lo descubriera espiando entre las sombras.
– Buenas tardes, Romana -saludó, mirando con curiosidad la mampara.
– Ah, Niall, has venido -contestó Romana dando media vuelta.
Niall se dio cuenta por su tono de voz que ella había notado su presencia desde antes.
– Llegas cuando el trabajo duro ya está hecho.
Su aspereza la delató: la atracción era mutua. Niall sintió una oleada de poder, el olvidado placer de enfrentarse a una mujer hermosa, sabiendo que el duelo sólo podía terminar de una manera. El hecho de que en ese caso fuera imposible añadía cierta dosis de emoción.
– No creas, he estado observando todo el proceso con el mismo interés que tú -dijo levantando una ceja, dando a entender que lo único que ella había hecho era dirigir la operación.
– Eso es lo que tienes que hacer, observar -dijo ella señalando la mampara.
Niall se dio la vuelta y contempló un panel repleto de fotografías de los proyectos financiados por la semana solidaria. El ejemplo perfecto de que una imagen valía más que mil palabras.
– Impresionante -comentó mientras la observaba enderezar una fotografía torcida-. Y un gran golpe publicitario.
– Qué sarcástico eres, Niall.
– ¿Me equivoco?
Romana lo miró como si quisiera demostrarle lo confundido que estaba, pero en lugar de hacerlo, contestó:
– No, no te equivocas.
– ¿Y qué haces el resto del año? -preguntó-. Supongo que hacer «puenting» una vez cada temporada es suficiente.
– Es suficiente para siempre -replicó ella mirándolo de reojo.
Niall entrevió por segunda vez un rastro de miedo en sus ojos. Pero fue sólo un instante, no iba a engañarlo de nuevo.
Ella terminó de poner bien la fotografía y dio un paso atrás para admirar el efecto final mientras se recobraba. No necesitó mucho tiempo. Se dio la vuelta inmediatamente, sonriendo para demostrar que había superado el miedo. Su sonrisa era muy misteriosa.
– Lo siento, Niall, he olvidado darte las gracias por la colonia. La llevo puesta esta noche -dijo Romana, levantando el brazo.
El brazalete de platino lanzó destellos de luz mientras ella le ofrecía su fina muñeca.
Él había comprado la fragancia sólo por el nombre, pero de pronto sintió el deseo de tomar su mano, llevársela hacia los labios y depositar en ella un beso. Quería abrazarla y decirle que nunca, nunca jamás debería hacer nada que la asustara.
Sin duda, eso era lo que ella quería que él sintiese. Era experta en el arte del coqueteo.
– ¿La llevas puesta como una penitencia? -preguntó, haciendo caso omiso de su muñeca-. No era necesario. De hecho, la dependienta me dijo que era una fragancia de día. ¿Estaba equivocada, o crees que era una incompetente?
Estaba muy confundido si pensaba que se iba a enfadar por oírle criticar al personal de la tienda, o porque la hubiera dejado con la muñeca extendida sin acercarse a olería.
– ¿Me permites? -preguntó ella.
Y sin esperar respuesta, se acercó hasta su corbata y le arregló el nudo, estirándola hasta colocarla en su sitio con el más suave de los movimientos.
El gesto, cargado de intimidad, llevó a la memoria de Niall los recuerdos más agridulces de Louise, y la certeza culpable de saber que en ese momento estaba pensando únicamente en Romana Claibourne.
– Así está mejor -dijo ella dando un paso atrás-. Incluso las sombras tienen que estar perfectas hasta el último detalle.
Parecía satisfecha. Entonces lo miró, decidida a responderle.
– Estoy segura de que la dependienta sabía perfectamente lo que hacía. Normalmente no me pongo colonia para ir al teatro, no hay nada peor que estar sentado al lado de alguien que lleva un perfume fuerte, ¿verdad? Pero éste es muy suave. Bastante inofensivo.
Romana acercó la muñeca a su propio rostro para comprobarlo ella misma. Pero no se la ofreció a él por segunda vez.
Niall pensó de pronto que tal vez se había sentido ofendida por el detalle. Regalar perfume era algo muy personal, pero él nunca pensó que Romana se lo pondría.
– No era mi intención ofenderte.
– Buen trabajo, entonces -replicó ella gravemente-, porque no lo has hecho.
Romana sonrió abiertamente. La muy cara dura había estado tomándole el pelo. Una vez más.
– Romana…
Su hermana acababa de llegar. Romana se dio la vuelta, evitándole a Niall la necesidad de responder.
– Todo está maravilloso.
– Así es, India. Molly ha hecho un gran trabajo. Te presento a Niall Macaulay. Como ves, ya ha comenzado la ardua misión de ser mi sombra.
India Claibourne era más alta que su hermana. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba peinado con un impecable corte a lo garçon. No se parecía en nada a Romana. India se giró y le ofreció la mano a Niall con una sonrisa.
– Pone usted mucho interés, señor Macaulay -dijo India sin poder evitar la frialdad en su voz.
– Yo no diría tanto, señorita Claibourne. Romana me dijo que no trabajaba de nueve a cinco, así que intento ajustarme.
– Ninguna de nosotras trabaja de nueve a cinco -replicó India antes de girarse para atender el saludo de alguien-. Ya lo descubrirán usted y sus socios, si es que pueden mantener nuestro ritmo.
Niall se la quedó mirando un instante antes de volverse hacia Romana.
– Nadie diría que sois hermanas -dijo-. No os parecéis en nada.
– En nada -reconoció Romana-. Las tres somos de distinta madre. Así que lo siento, Niall -dijo mientras un ligero temblor recorría sus pálidos hombros desnudos.
– ¿Qué es lo que sientes?
– Ella es la que tiene más estilo, y la hermana inteligente. Yo soy la del pelo rebelde y la que no puede controlar los vasos de café.
Niall captó un tono discordante en las notas irónicas de su voz. ¿Se sentía quizá la pequeña de las Claibourne inferior a su elegante e inteligente hermana?
– Creo que Jordan se las apañará mejor con India. Yo no me habría perdido esta diversión por nada del mundo.
– ¡Diversión! -repitió Romana mientras levantaba las cejas.
– Se supone que esto es divertido, ¿no? -respondió con una sonrisa.
Ella no era la única capaz de bromear. Lo extraño era que él creía que se había olvidado de cómo hacerlo.
Romana se sentó en el coche y exhaló un suspiro de alivio.
– Bueno, una cosa menos.
– ¿Estabas preocupada?
– ¿Estás de broma? -contestó mirando a Niall mientras se abrochaba el cinturón-. Ni te imaginas la cantidad de cosas que podían haber salido mal.
– ¿Cosas como que en lugar de dos coches aparezca sólo uno?
Romana se sintió molesta por la crítica implícita. Molly había pedido un coche extra para llevar a Niall, pero se había olvidado de recordarle al chófer que tenía que volver a buscarlo. El fallo era comprensible, teniendo en cuenta la cantidad de cosas que Molly tenía en la cabeza.
– No creo que sea para tanto. Yo podría haber tomado el metro -se defendió Romana.
– Yo no te lo aconsejaría -replicó él-, y menos con ese vestido.
Aunque a ella le costara reconocerlo, en ese caso tenía razón.
No le hacía ninguna gracia tener que compartir tiempo extra tan cerca de ese hombre. Tenía la impresión de que él sabía exactamente lo que ella estaba pensando en cada momento, y Romana no tenía ni idea de por dónde iban los pensamientos de él. Aquello era muy frustrante.
– Además, tal vez yo no tenga inconveniente en compartir el coche -dijo él de repente, pillándola de sorpresa.
Había sido consciente de que Niall la observaba a lo largo de la velada, mientras ella procuraba que nada estropease una noche perfecta. Durante la gala había tenido presente el olor de la colonia que él le había regalado. Sutil, indefinible, evasiva. Y también inquietante, igual que el repentino calor que había observado en sus ojos cuando le dio a oler su muñeca.
– Para ser sincero, creo que te habría gustado que surgiera alguna complicación -dijo él, sacándola de pronto de sus pensamientos-. Así habrías tenido la oportunidad de demostrar tu eficacia durante una emergencia.
Estaba claro que no podía evitar discutir. Y en esa ocasión, ella tenía argumentos de sobra para rebatirle.
– Tendría que haber previsto alguna pequeña calamidad, nada demasiado grave: algún contratiempo con una bandeja de canapés, quizá, o un camarero borracho con intenciones inconfesables hacia su Alteza Real.
Romana hizo una pausa lo suficientemente larga para que él supiera lo que estaba pensando, y continuó:
– Di por hecho que la calidad de un espectáculo de esa magnitud, con una total ausencia de errores sería lo que más te impresionaría.
Esperó cortésmente a que él admitiera que así había sido.
– Estoy impresionado -reconoció Niall al instante.
– Gracias. Y ahora, dime, ¿dónde te dejo?
– Me sentiría mejor si te dejáramos a ti primero.
– Esa galantería no es necesaria, Niall. Esto no es una cita, es trabajo, y en Claibourne & Farraday no hacemos distinciones por razón de sexo. ¿Dónde quieres ir?
– Vivo en Spitalfields -contestó él-. Pensé que no te pillaría de camino.
Claro que no. Estaba a muchos kilómetros. Por eso había sugerido llevarla a ella primero. No era galantería, era sentido común. Romana se alegró de que la parte trasera del coche estuviera sumida en la oscuridad. Así él no notaría cómo se sonrojaba por haber dicho que aquello no era una cita. Nada podía estar más lejos de las intenciones de ambos, así que no sabía por qué se le había ocurrido semejante tontería. Sería el cansancio, o el hambre. No había comido desde que le diera un mordisco a aquel sándwich a media tarde, y había estado demasiado ocupada para probar las exquisiteces servidas por el catering de Claibourne & Farraday durante el intermedio.
Era demasiado tarde para lamentarse por haberle llevado la contraria, sólo le quedaba una salida.
– A Spitalfields, por favor -dijo dirigiéndose al conductor-. ¿Llevas mucho tiempo viviendo allí? -le preguntó mientras el coche enfilaba suavemente hacia la carretera.
– Cuatro años.
– Qué raro. Te imaginaba en Kensington o en Chelsea. Tal vez en alguno de esas casitas de las callejuelas de King's Road… ¡Ya sé! Vives en uno de esos caserones antiguos del siglo XVIII -dijo Romana, que había visto un reportaje en televisión sobre esa zona-. Fueron construidos por los hugonotes, y la clase alta los está recuperando ahora tras muchos años de abandono.
– La casa estaba prácticamente en ruinas cuando la compré. Todavía queda mucho por restaurar -reconoció-. El trabajo está un poco estancado, la verdad. Louise formaba parte de un grupo que rehabilita casas antiguas, y la verdad es que sin ella…
Niall se calló, como si ya hubiera hablado demasiado.
– ¿Louise? ¿Era tu mujer?
– Sí. Era restauradora. La conocí cuando su grupo estaba buscando financiación para comprar la casa y arreglarla. Así que la compré.
– ¿Así de fácil? -preguntó Romana.
– Me pareció una buena inversión.
– Ya veo.
– Y quería que Louise disfrutara restaurándola, devolviéndole su antiguo esplendor. Siendo yo el dueño, no tendría límite de tiempo.
– Te enamoraste de ella.
– Desde el momento en que la vi -admitió-. Un año después le entregué la casa como regalo de boda.
– ¿Antes de que terminara la restauración?
– Yo no podía esperar tanto.
– Pero eso es tan…
Él la miró con severidad. Iba a decir «romántico», pero se detuvo a tiempo.
– Lo siento -dijo en su lugar.
– ¿Por qué? -preguntó Niall con el ceño fruncido.
– Porque daba por hecho que estabas divorciado. Y si sigues viviendo en la casa que le regalaste, está claro que ése no es tu caso -respondió-. Pero perdona, no es asunto mío.
Niall cerró por un instante los ojos, como si los recuerdos todavía le causaran un dolor físico.
– No hay nada que perdonar. Louise murió hace cuatro años. Fue en el océano Índico. Una mañana, aunque ella no estaba muy convencida, la llevé a hacer submarinismo, con tan mala suerte que se arañó con unas algas venenosas que había en un arrecife de coral.
Niall levantó las manos con gesto de impotencia.
– Fue sólo un rasguño, nada más. Una semana más tarde estaba muerta.
– Lo siento -acertó a decir Romana tragando saliva.
Las fechas coincidían. Habían pasado cuatro años, y él llevaba cuatro años viviendo en la casa que le había regalado por la boda. Por lo tanto, había sucedido cuando estaban de luna de miel.
– Por eso la restauración no avanza. Me mataría si supiera que no he terminado lo que ella empezó.
Sin pensarlo, Romana extendió un brazo y agarró el de él.
– Claro que no. Debe ser una situación muy difícil. Seguro que ella lo entendería.
– ¿Tú crees? India me la ha recordado mucho esta noche: los mismos ojos oscuros y el pelo negro, el mismo tipo delgado. La misma franqueza.
Niall guardó silencio mientras la miraba sin el menor asomo de la angustia que ella había imaginado. Sin ninguna emoción, como si hubiera decidido enterrar sus sentimientos.
Avergonzada por lo impetuoso de su gesto, Romana le soltó el brazo. Estaba claro que él no quería su consuelo.
– Háblame de mañana -dijo de pronto Niall, cambiando de tema-. ¿Qué emocionante plan me tienes preparado?
Pronunció la palabra «emocionante» de un modo tan seco que Romana se olvidó de su vergüenza.
– ¿Emoción? ¿Quieres emoción? Pues estás de suerte esta semana. Mañana hay una visita a un local de juegos infantiles que financiamos el año pasado. Ya sabes: inauguración oficial, rueda de prensa, fotos de los niños para la página web…
– Y todos llevando la sudadera de Claibourne & Farraday, claro.
– Por supuesto. No olvides la tuya.
Él la miró, reticente. Bueno, India preferiría que permaneciera en el anonimato. Nadie repararía en un hombre de traje oscuro observando entre bastidores. La prensa no le prestaría atención.
– Eso si decides venir -dijo ella-. No es obligatorio.
– ¿Y por la tarde? -preguntó Niall.
– Una subasta de objetos de famosos en los grandes almacenes: pelotas de fútbol firmadas por los principales equipos, ropa interior de las estrellas de cine… Ese tipo de cosas. Si las cosas salen como espero, vendrán todos los medios de comunicación.
– No te importará que deje la chequera en casa, ¿verdad?
– Ya has sido suficientemente generoso, Niall. Te prometo que tu dinero será bien utilizado. Lo comprobarás por ti mismo mañana por la mañana.
– ¿Y por la noche? -preguntó él sin hacer más comentarios.
De ninguna manera iba a sugerirle que se uniera a la diversión programada para la noche siguiente.
– Nada -contestó rápidamente-. Yo iré derecha a casa, pondré los pies en alto y me quedaré dormida frente al televisor. Tú puedes ponerte al día en la restauración de tu casa -concluyó antes de taparse la boca con las dos manos.
Niall tomó una de sus manos por la muñeca y se la separó de la boca.
– Dime, Romana…
– ¿Qué?
– ¿Tienes hambre?
¿Hambre? Ésa era la última pregunta que se hubiera esperado.
– Llevas en pie desde las seis de la mañana, asegurándote de que todo el mundo lo está pasando bien. El catering era exquisito, pero no te he visto probar bocado. Y te has saltado la comida. Así que me preguntaba si tendrías hambre -dijo mientras una especie de sonrisa se dibujaba en su rostro.
– Estamos llegando a Spitalfields, señor -dijo el conductor.
Niall le dio el nombre de la calle y se volvió hacia ella.
– Tal vez… -comenzó dubitativo-. Tal vez te gustaría ver la casa. Yo prepararía algo de cenar para los dos.
– Pero es muy tarde. El conductor…
– Seguro que agradecerá una hora extra. Si tu presupuesto puede permitírselo.
Estaba cansada y no le apetecía en absoluto sentarse a comentar con Niall Macaulay frente a unos huevos fritos, pero reconsideró su propuesta. Tenía que aprovechar cualquier oportunidad de conocer mejor a aquel hombre. El éxito de las Claibourne dependía de ello en gran medida. Toda la energía que había puesto, tantos años de su vida…, de ninguna manera iba a entregárselos a aquel banquero con una cartera por corazón.
– Mi presupuesto está muy equilibrado -replicó acercándose al conductor-. ¿Le parece a usted bien? ¿Puede regresar dentro de una hora?
– Sí, señorita -contestó el conductor.
Niall ascendió por una pequeña escalinata y abrió la puerta delantera. Encendió una luz y se apartó para dejarla pasar. Las paredes del vestíbulo estaban decoradas con gran cantidad de flores de todo tipo de formas y colores, pintadas sobre un fondo verde. Se trataba de un fresco digno de figurar en un museo.
– ¿Es auténtico? -preguntó asombrada.
– Sí, por suerte se mantuvo resguardado bajo una capa de pintura. En una de las habitaciones de la planta alta encontramos también la decoración original, cubierta por un viejo papel pintado. Ya te la enseñaré luego, primero vamos a comer algo. Ven a la cocina, está más caliente.
Niall le indicó un sofá antiguo colocado en uno de los muros de la cocina, una estancia cómoda y espaciosa, sin ninguna concesión a la modernidad. Era la clásica cocina en la que podrían reunirse más de doce personas tras una larga jomada de restauración para comer, beber y charlar durante la noche. Y cuando todos se hubieran ido, aquel sofá parecía suficiente para dos.
– Estás en tu casa. Pon los pies en alto mientras yo preparo una sopa casera de C &F.
– ¿Y bien? -preguntó Jordan-. ¿Qué tal tu primer día con Romana Claibourne?
– Interesante. Y largo -bostezó Niall.
– ¿Estuviste con ella por la noche?
– Sólo por trabajo.
Niall observó la fotografía del marco de plata en la que Louise le sonreía. El trabajo había terminado en el momento en que el coche se había detenido en la puerta de su casa, y él lo sabía. Y era la casa de Louise. Nunca había invitado a una mujer a atravesar el umbral, sentarse en su sofá y comer en sus platos.
Pero Romana le había parecido pálida y cansada, y estaba seguro de que no se tomaría la molestia de comer cuando llegara a su casa. Por supuesto que podría haber alguien esperándola con un vaso de cacao caliente antes de llevarla a dormir. Pero había aceptado la invitación, lo que sugería que ese alguien no existía.
A lo mejor, Romana había aprovechado la oportunidad para intentar sacarle información. Contempló fijamente la fotografía de Louise, tratando de borrar la imagen de Romana. Niall tuvo la dolorosa certeza de que su esposa estaba cada día más lejos de él. Volvió a colocar la fotografía en su sitio.
– ¿Trabajo? -le espetó Jordan-. ¿Fuiste a la gala? Estuve viéndola por televisión, y no te vi en la cola para presentar tus respetos a la realeza.
– Tampoco estaba Romana. Se mantuvo fuera de escena, comprobando que todo funcionaba como un reloj. Yo estaba a su lado. Observándola.
– ¿Y bien?
– La velada fue todo un éxito, bien organizada y entretenida. Romana Claibourne no es tan alocada como parece.
No se había manoseado el pelo ni una sola vez en toda la noche. Niall observó un par de veces cómo intentaba enroscarse un rizo, hasta que había caído en la cuenta de que no había nada que enroscar. Sin darse cuenta, Niall sonrió recordando cómo su nuevo peinado enmarcaba su rostro mientras dormía.
– Es una pena -dijo Jordan reclamando su atención.
– La pena es que tú no estuvieras allí también. India estaba en su papel de directora. Deberías haber estado a su lado -dijo para provocar.
Niall se estiró la corbata y la levantó hacia su rostro, intentando captar las reminiscencias del perfume de Romana.
– Ya le llegará su turno a India Claibourne -dijo Jordan con acritud-. ¿Qué vas a hacer hoy?
– Voy a un local de juegos infantiles.
Lo que no sabía era dónde estaba, pensó. Romana no se lo había dicho. Tenía que telefonear a Molly para que le mandara un fax con todas las actividades de la semana.
– Ayer di una vuelta por los grandes almacenes. Tienes razón. Necesitan un cambio total -dijo Niall.
– Claro que sí -asintió Jordan-. Peter Claibourne ha estado viviendo en el pasado. Peor todavía, ha descuidado el futuro.
– Quizá sabía más de lo que crees. El cambio costará una fortuna.
– El progreso nunca es barato. Seguimos en contacto.
Capítulo Cinco
– ¿Y bien? -preguntó India en cuanto dejaron atrás el tráfico de Londres-. Háblame de Niall Macaulay. ¿Cómo es?
¿Cómo era? Romana había estado durante toda la noche sumida en un mar de dudas y confusión. Frío. Inteligente. Un misógino sarcástico que consideraba a las mujeres seres para mirar pero no para escuchar. Un hombre de una presencia impecable que podía volver loca a una mujer sin mover un dedo. Un hombre al que Romana desearía poner de rodillas y obligarlo a admitir que ella era su igual. Había estado segura de tenerlo catalogado, pero de pronto, en un instante, él había trastocado todas sus opiniones al empezar a hablar de su mujer.
– ¿Qué es lo que busca? -insistió India.
– Por favor, India, mantén los ojos en la carretera. Y conduce más despacio. Ya he pasado suficiente miedo esta semana -dijo Romana por toda respuesta.
India la miró.
– ¿Qué te pasa hoy?
– Nada. No he dormido mucho esta noche, eso es rodo.
India volvió a mirarla, esa vez con simpatía.
– Yo no he dormido bien desde que los abogados arrojaran la bomba de la participación mayoritaria. Pero, dime, ¿qué pasó anoche?
– ¿Anoche? Anoche no pasó nada.
Algo le dijo en su interior que había contestado demasiado deprisa, poniendo un énfasis excesivo en la respuesta.
– Estaba demasiado cansada para dormirme, supongo. O tal vez muy tensa. Me he pasado la noche reviviendo el momento en el que salté al vacío.
Se ponía enferma sólo de pensarlo.
– No tenías por qué haberlo hecho, Romana.
– Tal vez no. Pero ha salido en todos los periódicos de la mañana.
– Lo he visto. Habría estado mejor si Niall Macaulay no hubiera aparecido en la foto con su brazo sobre tu hombro, y un titular que dice: «Claibourne y Farraday saltan por la alegría». ¿En qué estabas pensando?
– Quería impresionarlo con mis dotes para las relaciones públicas.
– Eso va a ser difícil de evitar -contestó tratando de evitar el recuerdo de Niall sujetándola, del calor que había sentido con la proximidad de su cuerpo-. Están entre nosotras.
– No por mucho tiempo. Cuando se haya acabado este lío, voy a reestructurar la empresa y a cambiarle el nombre. Se llamara simplemente Claibourne's -dijo mirando a Romana-. Corto, sencillo y moderno, ¿no crees?
Romana contempló el perfil decidido de su hermana y cayó en la cuenta de que lo tenía todo planeado. Probablemente llevaba mucho tiempo trabajando en ello. Por eso odiaba tanto a Jordan Farraday.
– Creo que debes quitarte esa idea de la cabeza y, por supuesto, no contársela a nadie. ¿Lo sabe alguien más?
– No. Por ahora es algo entre tú y yo.
Romana preferiría no haberlo sabido.
– Mejor que siga siendo así. Deberías olvidar semejante idea hasta que puedas llevarla a cabo. Créeme, si Jordan Farraday se entera de lo que estás tramando…
– Tú mantén a los Farraday apartados de la prensa.
– Haré lo que pueda -prometió Romana.
Pero no podía ofrecerle ninguna garantía. Había invertido semanas en conseguir una buena publicidad de la semana solidaria de la alegría. Pero ahora se había abierto la caja de Pandora, y los Farraday serían unos estúpidos si no usaban ese esfuerzo en su propio beneficio. No conocía a sus primos, pero podía asegurar que Niall Macaulay no era ningún estúpido.
– Los grandes almacenes son más importantes que una disputa familiar heredada que lleva cociéndose ciento cincuenta años. Espero que los Farraday lleguen a darse cuenta de que lo mejor es dejar las cosas como están -continuó India.
– Lo veo difícil si llegan a enterarse de que estás planeando quitar su nombre de la puerta principal.
– Si este asunto acaba en los tribunales podremos al menos demostrar que somos competentes y sabemos triunfar. Y que tenemos visión de futuro.
– Competentes, de acuerdo. En cuanto al éxito… -dijo Romana dubitativa-. Niall está al tanto de que las ventas no han sido muy boyantes los dos últimos años. Y por lo que respecta a la visión de futuro…
La única razón por la que las cosas no habían ido a peor era que su padre había permitido hacía unos años que India se encargara del día a día de la empresa. Pero se había resistido a los planes de modernización que su hija mayor le proponía, insistiendo en que el atractivo de sus grandes almacenes residía en su atmósfera anticuada. El argumento era válido para animar a los turistas, pero dirigían unos grandes almacenes, no un patrimonio histórico.
– No es necesario que me recuerdes a Niall Macaulay. Simplemente asegúrate de que nos vea como un equipo invencible -dijo India.
– Lo intentaré.
A Romana no le pareció oportuno contarle que, mientras Niall estaba calentando la sopa, ilustrándola con la historia completa de su mansión, ella se había quedado dormida en el sofá de su acogedora cocina, y que él la había despertado una hora más tarde, tras el regreso del coche que la llevaría a casa.
Romana había regresado de un profundo sueño, sin saber dónde estaba, y lo primero que había visto era el rostro de Niall inclinándose sobre ella. Había sentido entonces la suave presión de su mano sobre los hombros y, durante un instante, había dejado de ver al hombre frío que había estado siguiendo sus pasos durante todo el día. Se convirtió en alguien que podría llegar a gustarle. Más que a gustarle.
Menuda impresión le habría causado ella. Seguro que estaba roncando. O babeando. O quizá las dos cosas. Romana emitió un incontrolable gemido de vergüenza.
– ¿Qué pasa? -le preguntó su hermana.
– Nada. Tenía algo en la garganta -mintió.
Al menos no tendría que enfrentarse a él aquella mañana. No había llegado a decirle la dirección de la sala de juegos infantiles, y él tampoco había preguntado. La idea de tener docenas de manitas pringosas tirando de sus impecables pantalones no le habría parecido atractiva.
«Un hombre inteligente», pensó mientras India enfilaba hacia el garaje, colocando después su Mercedes descapotable entre un Aston Martin negro y un Rolls. Por lo menos, los invitados eran puntuales.
Tal vez Niall tampoco acudiría a la subasta de por la tarde. La idea no había parecido impresionarle, y además tendría sus propios compromisos laborales. Romana dejó a India hablando con un grupo de invitados y se dirigió al enorme local preparado para proporcionar un espacio de juegos seguro y confortable. Había varios puestos en los que se repartían las sudaderas que tanto molestaban a Niall, y un equipo de camareros dispuesto a servir refrescos a niños y mayores.
Molly ya estaba allí, trabajando con algunos miembros de su equipo para asegurarse de que las banderas de C &F ondeaban en la dirección correcta y que el logo de la empresa resaltaba en la mayor cantidad de sitios. También recopilaba todas las manos extra que encontraba para que fijaran los globos en cualquier soporte posible. Un par de esas manos extra pertenecía a Niall Macaulay. Estaba claro quién había llegado en el Aston, un coche negro, peligroso y seductor, que le quedaba como anillo al dedo.
– Niall, no esperaba verte esta mañana.
– Llevo aquí desde las diez y media. Según tu agenda, ésa es la hora a la que tú deberías haber venido.
– La culpa la tiene India -intervino Molly-. Es una tortuga conduciendo. Por nada del mundo supera los ochenta kilómetros por hora, ni siquiera en la autopista.
Romana apretó los labios para evitar que se le escapara una risa histérica, tanto por la mentira de Molly como por la visión de Niall Macaulay en pantalones vaqueros y con una sudadera de Claibourne & Farraday. Los vaqueros se ajustaban a sus piernas como un guante y su pelo tenía un aspecto desenfadado, como si se lo acabara de despeinar con los dedos. Parecía una persona totalmente distinta a la que había conocido veinticuatro horas antes. Romana trató de concentrarse en el trabajo.
– No te di la dirección porque tú tampoco me la preguntaste.
Aquello no le cuadraba a Niall. Romana había intentado librarse de él aquella mañana, y no la culpaba por ello, pero ése era un juego en el que no bastaba con participar. Tenía que ganarlo.
– Telefoneé a tu oficina esta mañana y no estabas -dijo Niall, esperando una respuesta que no se produjo-. Pero claro, la noche de ayer fue muy larga -concluyó dando por válida la explicación.
Una oleada de sangre golpeó las mejillas de Romana.
– Para tu información, estaba en el hotel Savoy a las siete y media de la mañana para asegurarme de que todo estaba bajo control en el pase de modelos de esta…
Romana se interrumpió. Acababa de cometer un gran error.
– … noche -concluyó.
En su afán por aclarar que no había permanecido en la cama hasta las diez de la mañana, Romana había confesado lo que tanto trabajo le había costado ocultar. Que en lugar de irse a casa y colocar los pies en alto frente a la televisión, esa noche tendría que controlar a todos los medios de comunicación que acudirían a un pase de modelos a gran escala.
En otras palabras, le había mentido.
– ¿Se trata tal vez del pase de modelos de trajes de novia? -preguntó Niall, por si quedaba alguna duda de que sabía que ella le había mentido-. Molly me envió amablemente por fax una lista con todas las actividades de esta semana. Aunque no lo parezca, yo tengo un trabajo que ajustar al tuyo.
– Lo siento -acertó a decir Romana.
La verdad era que no podía decir mucho más. Le había mentido. Él sabía que le había mentido y ella sabía que él sabía…
– ¿Pudiste descansar algo más, aparte de la hora que te quedaste dormida en mi casa? -preguntó de pronto sin contemplaciones.
Molly sonrió abiertamente con una mueca de satisfacción.
– Se te escapa un globo -respondió Romana con tanta frialdad como si se hubiera abierto la puerta de la nevera.
Se había acabado el trato personal. Tenía que mantener las distancias. Se acabaron las cenas a última hora. Se acabaron las confianzas.
Romana tomó a Molly por el brazo y la llevó a uno de los cuartitos.
– No digas ni una palabra -dijo cuando Molly intentó abrir la boca-. Ni una palabra. Me quedé dormida en el sofá, ¿de acuerdo? Esto es pura y simplemente trabajo, así que deja a un lado tu calenturienta imaginación. Niall sólo se estaba haciendo el conquistador.
Eso era lo que más la había sorprendido. Aunque hubiera pasado algo entre ellos, Niall no era el tipo de hombre que presumía de sus conquistas con los amigotes. ¿Lo habría hecho deliberadamente para molestarla? Tendría que haber imaginado su reacción, así que ¿por qué hacerlo, si tenía más que ganar siendo amistoso, ganándose su confianza?
La cabeza de Niall asomó entonces por la puerta.
– Te está buscando un equipo de la televisión local, y acaba de llegar un autobús cargado de niños. Pensé que te interesaría saberlo. ¿Puedo ayudarte en algo?
Él había mostrado su verdadera cara, y Romana pensó que no se había equivocado en su primera impresión.
– Limítate a tu papel, Niall. Mirar y aprender. Y procura no pisarme los talones.
Y sin esperar respuesta, se dirigió al equipo de televisión para darles instrucciones de los planos que debían filmar cuando India cortara la cinta del local, además de sacar imágenes de los niños divirtiéndose.
Tenía que asegurarse también de que no grabaran ningún plano de aquel aspirante al consejo de administración de Claibourne & Farraday.
Niall decidió que sería más útil ayudando a los niños a ponerse las sudaderas, pero no podía apartar los ojos de Romana mientras ella hablaba con la prensa, respondía preguntas y presentaba a India. Era capaz de hacer una docena de cosas a la vez sin parecer agobiada. Era una lección magistral sobre cómo mantener la calma bajo presión.
Una niña tiró de sus pantalones, reclamando su atención. Niall se colocó a su altura y la ayudó a ponerse la sudadera.
– Romana me ha dicho que se quedó dormida en tu sofá -comentó Molly, poniéndose a su lado.
– Yo no he sugerido otra cosa.
– Creo que sí. Tengo que decir que me has decepcionado. Esperaba algo más cuando me las arreglé para que tuvierais que volver juntos a casa.
Así que el único error de toda la velada no había sido tal.
– Nuestra relación es meramente profesional, Molly -dijo con firmeza.
Niall trató de olvidar el tacto de la piel de Romana bajo sus dedos cuando la despertó; su ternura cuando trató de apartar de él cualquier recuerdo doloroso de Louise. Una ternura que él había rechazado.
– Eso es lo que dice ella. Pero no tiene por qué ser así. Y, personalmente hablando, creo que deberías invitarla a comer para disculparte por tu total falta de caballerosidad de esta mañana.
– Personalmente hablando, creo que no aceptaría -replicó Niall. Pero la idea le parecía muy atractiva-. De todas formas, si reservas una mesa en el Weston Arms, veré qué puedo hacer.
– Eso está hecho.
Romana colocó la cinta de la inauguración en su lugar y se concentró con gran interés en anudar los lazos de los extremos. Se había prometido a sí misma no mirar en aquella dirección, pero sus ojos seguían de reojo a Niall mientras este permanecía entre las madres, animando a los niños a jugar. No quedaba nada del hombre de negocios en aquel joven dispuesto a echar una mano. Y no pudo por menos que notar cómo lo miraban todas las mujeres del local.
En cualquier otro lugar y en cualquier otra circunstancia, ella también lo estaría mirando.
– Romana, tenemos un problema en la cocina -dijo alguien tirándole del brazo para llamar su atención.
– ¿Qué tipo de problema? -respondió ella sin apartar la mirada de Niall.
El fotógrafo de Celebrity avanzaba hacia él. Tenía que detenerlo.
– Del tipo que no puede esperar.
Era el mismo fotógrafo que estaba el día anterior en la grúa cuando Romana se había lanzado al vacío.
– Señor Farraday, me gustaría hacerle una foto con los niños si no tiene usted inconveniente.
Niall miró en dirección a Romana, esperando que pusiera algún impedimento. Pero ella había desaparecido.
– Ningún inconveniente -dijo.
– ¡No me lo puedo creer!
Arrodillada sobre dos centímetros de agua, era incapaz de aflojar la llave de paso del fregadero. Estaba húmeda y escurridiza, y la estúpida a la que había pedido un trapo había salido huyendo como pollo descabezado y todavía no había vuelto. Desesperada. Romana se quitó la sudadera para intentar detener el desastre. La llave de paso comenzó poco a poco a moverse. Estaba empapada, empezaba a tener frío y no podía ver si estaba haciendo algún progreso.
– ¿Puede alguien decirme si esto está parando? -chilló.
– ¿Algún problema?
Romana soltó un improperio mientras Niall se colocaba a su lado en el suelo.
– No, hago esto para divertirme.
– Ah, si es así me voy -replicó él, haciendo amago de marcharse.
– ¡No! -gritó Romana agarrándole instintivamente el brazo-. Lo siento, no quería ser tan brusca. El camarero se ha quedado con el grifo en la mano cuando iba a abrirlo.
Un silencio repentino le confirmó que al menos el agua había dejado de inundar la cocina. Romana se dio cuenta de que estaba aferrada a la muñeca de Niall como un náufrago a un bote salvavidas.
– Niall, respecto a lo de anoche… -esperaba que él dijera algo así como «olvídalo, estabas cansada». Pero no dijo ni una palabra-. No tenía que haberte hablado de ese modo esta mañana, pero estaba tan… bueno, me sentía tan…
– ¿Avergonzada?
– Sí. Normalmente no me quedo dormida cuando me invitan a cenar. Pero llevaba muchas horas trabajando -respondió a la defensiva.
Se suponía que aquello era una disculpa, así que lo intentó de nuevo.
– Y no debería haberte mentido respecto al pase de modelos. Pero pensé que no querrías…
Se quedaba sin palabras. Era mucho más sencillo decir exactamente lo que pensaba cuando hablaba sin pensar.
– ¿No querías que fuera tu sombra durante el pase de modelos?
– No. Al menos no en éste en concreto. No quería que…
– ¿Que recordara el pasado?
– Supongo que hay cosas que no se pueden olvidar.
Romana dejó de apretar con la sudadera.
– ¿Qué ocurre con las llaves de paso? -preguntó, intentando desviar la conversación hacia un terreno neutral-. ¿Tú crees que les pagan un plus a los fontaneros por apretarlas hasta que no se puedan mover? ¿O lo hacen para que las mujeres con menos fuerza les tengan que llamar y cobrarles así esas facturas tan elevadas?
– Desde luego es un buen negocio si eres fontanero -dijo Niall-. Buscaré un trapo.
Niall se puso en pie, ofreciéndole una panorámica completa de sus piernas.
– Y un cubo -añadió Romana andando muy despacio para no provocar una ola.
– Quítate esa ropa mojada.
– Por el amor de Dios, Niall. Un poco de agua no acabará conmigo -dijo mientras abría los armarios de la cocina en busca de un trapo.
– Ponte esto.
Niall se sacó la sudadera por la cabeza, alborotándose todavía más el pelo, y se la dio a Romana.
– No es necesario -replicó ella, resistiendo la tentación de envolverse en un una prenda impregnada del calor de su cuerpo.
– Sí lo es. Tienes que quitarse esa ropa mojada ahora -dijo Niall poniéndole la sudadera en las manos.
– Pero…
– Pero nada. Puede que no sepa mucho de relaciones públicas, pero puedo enfrentarme sin problemas a un suelo inundado.
Capítulo Seis
A Romana le molestó la insistencia de Niall, pero no tenía tiempo para discutir, así que tomó la sudadera que le ofrecía y se dirigió al cuarto de baño. Cuando se miró al espejo emitió un chillido.
Su camisa blanca de seda estaba empapada, y a través de ella se le veía claramente el sujetador, que también era transparente. Parecía que estuviera desnuda.
Sabía que tenía que agradecerle a Niall no haber aparecido de esa guisa en las páginas de Celebrity. El fotógrafo no habría desaprovechado una ocasión como aquélla.
Se sacó la camisa y el sujetador, los enrolló y los guardó en su bolso. Luego se secó el cuerpo y el pelo. Y se puso encima la sudadera de Niall.
Estaba suave y calentita. Olía a cuero y a brisa fresca, y a ese algo indefinible que era Niall Macaulay. Pero no tenía tiempo de pararse a analizarlo. Los camareros necesitaban la cocina, así que abrió la puerta, dispuesta a enfrentarse a la inundación.
No hizo falta. Niall había usado un cubo y una fregona para recoger el agua. El suelo estaba completamente seco.
– ¿Todo bien? -preguntó él incorporándose junto al armario donde estaba guardando el cubo.
– Sí, gracias. Has hecho un gran trabajo. Y gracias por esto -dijo señalando la sudadera.
– Ha sido un placer.
– De eso estoy segura -Romana deseó no haber dicho esa tontería-. No sé dónde se ha metido mi ayudante -añadió rápidamente para cambiar de tema.
– Tal vez no quiso mojarse los pies -replicó él moviendo la comisura de los labios en un amago de sonrisa-. Es un riesgo estar cerca de una dama tan peligrosa como tú -añadió, esa vez sonriendo con franqueza.
– Somos tres damas peligrosas -respondió ella con acritud-. Díselo a tus compañeros. Bueno, voy a avisar a los camareros de que ya pueden venir.
– Espera un par de minutos y arreglo el grifo.
– ¿Sabes hacerlo?
– Observa y aprende -dijo él, imitándola-. Se aprende mucho cuando vives en una casa antigua. Siempre te quedas con algo en la mano.
– Bien, yo iré a asegurarme de que no ocurre ninguna desgracia más -contestó Romana, retirándose los rizos detrás de las orejas.
Se dio la vuelta para marcharse. Niall ya estaba agachado hurgando en el fregadero, pero ella no podía irse así.
– Gracias por tu ayuda. Esto va mucho más allá de las labores propias de una sombra.
Niall se puso de pie. No quedaba el menor atisbo de sonrisa en su rostro.
– ¿Qué esperabas, Romana, que me sentara a mirar cómo te las apañabas? ¿Y que tomara notas, tal vez? ¿O que puntuara tus habilidades como fontanero del uno al diez?
– Por supuesto que no -respondió, sorprendida por lo airado de su reacción.
También él estaba sorprendido. No podía creer que ella lo considerase tan frío.
– Quería decir que… -Romana no pudo continuar.
– ¿Qué querías decir? Esos niños son más importantes que nuestras pequeñas rencillas y, desde luego, mucho más que el arreglo de un fregadero -dijo Niall -y realmente lo pensaba. Pero eso no cambiaba nada-. Por supuesto, si el incidente hubiera tenido lugar en los grandes almacenes, no habría estado tan dispuesto a colaborar.
– Ya veo. ¿Y por qué no estás allí con un equipo de supervisores, comprobando las hojas de balance? ¿Qué haces en un local de actividades infantiles para niños con necesidades especiales?
En eso tenía razón. No estaba aprendiendo nada de cómo llevar un negocio de primera magnitud en ese pequeño local. Pero estaba aprendiendo mucho de Romana Claibourne. Cosas que a Jordan no le gustaría nada saber.
– Romana, tengo que volver a la ciudad -dijo India mirando en dirección a Niall Macaulay-. ¿Crees que lo hemos impresionado?
– ¿Impresionado?
Niall estaba hablando con Molly. En ese momento, le tocó el brazo a su ayudante a modo de despedida, y Romana sintió una punzada de algo parecido a los celos por la complicidad que parecía haber entre ellos.
– ¿Romana?
– ¿Qué? ¡Ah! No es de los que se impresionan con facilidad.
Había decidido que no era el mejor momento para contarle a su hermana que aquel hombre había salvado el día. Tal vez nunca habría un buen momento para decírselo.
India subió a su coche. Niall levantó la mirada, como si se hubiera dado cuenta de que estaban hablando de él, y avanzó hacia ellas.
– Mantenlo vigilado, Romana. Le he visto hablar con el fotógrafo de Celebrity en cuanto te has dado la vuelta.
Niall se aproximó a Romana cuando India ya enfilaba su coche hacia la salida.
– Vas a necesitar que te lleven a la ciudad -dijo.
– Iré con Molly.
– Me ha dicho que tenía que llevar a mucha gente y me ha preguntado si no me importaba encargarme. Dice que te verá en la subasta.
– Menudo día -gruñó Romana, mirando el reloj-. ¿A qué hora podemos irnos?
– También me ha dicho que me asegure de que comes como Dios manda.
Su ayudante se estaba pasando de la raya.
Romana prefería no pensar que quizá estaban hablando de ella cuando los vio tan compinchados.
– Gracias, hombre-sombra, pero soy una niña mayor y sé usar solita los cubiertos. Seguro que tu banco te necesita más que yo.
– Me he ocupado de mis asuntos a primera hora de la mañana. Y los banqueros, igual que las directoras de relaciones públicas, también comemos.
– De verdad, tengo que volver al trabajo.
– Tengo instrucciones: acercarte a la ciudad, llevarte a comer y disculparme.
– ¿Disculparte? ¿Por qué?
– Creo que esta mañana he suspendido en caballerosidad -dijo mientras le indicaba cuál era su coche-. ¿Llevas todo contigo?
Tenía su bolsa de cuero al hombro, así que no había escapatoria. Niall abrió el coche con el mando a distancia y le ofreció a ella las llaves.
– Quizá deberías conducir tú. Las sombras somos seres pasivos.
¿Pasivo? Aquel hombre no había sido pasivo en toda su vida, no había más que ver cómo había dominado el desastre de la cocina. Romana miró de reojo las llaves del Aston Martin.
– ¿No lo dirás en serio? -dijo ella. Y aunque le habría gustado verlo sudar de miedo, se apiadó de él-. No te preocupes, Niall, tu maravilloso coche está a salvo. No llevo el carné de conducir.
– ¿No tienes coche? -inquirió él mientras le abría la puerta del copiloto.
Niall sintió una ráfaga del perfume que le había regalado mientras Romana entraba en el vehículo. Tenía los pantalones húmedos, y se amoldaron perfectamente a sus piernas y a las caderas cuando se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad.
El cinturón le separaba los pechos, destacándolos bajo la enorme sudadera, y resultaba difícil no acordarse de su aspecto con la camisa fina y empapada que los había cubierto. Niall hizo un esfuerzo para no pensar que estaba desnuda bajo la sudadera que él había llevado. Aquello era casi como tocarla.
Pensó que era increíblemente femenina. Las curvas de su cuerpo eran suaves y apetecibles, y no podía olvidar el tacto sedoso de su piel. Su cuerpo reaccionó ante estos pensamientos con una urgencia que lo dejó casi sin aliento. Cayó entonces en la cuenta de que ella lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, como si esperara una respuesta.
– Perdón, ¿qué me decías?
– Digo que no es obligatorio tener coche.
Niall continuaba aturdido por la manera en que sus pensamientos fluían, como si Louise nunca hubiera existido.
– Daba por hecho que papaíto habría aparcado para ti un coche en la puerta de tu casa cuando cumpliste los dieciocho años. Un modelo de color rosa, como tu lápiz de labios -dijo Niall.
Le sentaba de maravilla el color de labios rosa, aunque no se lo había retocado desde por la mañana. Sus labios, suaves y sensuales, estaban también estupendos sin él.
– En realidad sí que tengo carné de conducir, pero no lo uso. Y tienes razón acerca del coche, aunque era rojo, no rosa. Pero llevo toda mi vida viviendo en Londres y conducir por la ciudad supone un estrés que no puedo soportar.
– ¿Me estás diciendo que devolviste el regalo? -preguntó Niall mientras maniobraba para sacar el coche del aparcamiento.
– Por supuesto que no, habría sido de muy mal gusto. Se lo di a alguien que lo necesitaba más que yo.
Niall la miró. Tenía esa manera de hacer y decir las cosas que lo obligaba siempre a mirarla.
– ¿Y a tu padre no le importó?
– ¿Por qué iba a importarle? El coche era mío. No dijo nada. Yo creo que no se dio ni cuenta -dijo Romana mientras intentaba inútilmente poner orden en sus rizos.
Niall tuvo la impresión de que, sin ser consciente de ello, Romana había expuesto una parte de su yo más íntimo. Pero él no quería implicarse con ella en ese nivel, ni en ningún otro.
– Bueno, una mujer menos en la carretera sólo puede ser motivo de regocijo -bromeó.
– Empezaba a creer que te estabas convirtiendo en un ser humano, Niall Macaulay -respondió Romana con tono jocoso.
– No te dejes engañar por los pantalones vaqueros -replicó Niall.
Romana los observó de arriba abajo.
– Me gustan -contestó.
Él era plenamente consciente de lo que ella llevaba puesto, pero se resistió a hacer ningún comentario, porque eso era lo que ella estaba esperando. Ambos permanecieron en silencio hasta que Niall puso el intermitente a la izquierda al llegar a un cruce.
– ¿Dónde vamos?
– A comer -replicó Niall-. Tengo una mesa reservada en el Weston Arms.
– Espero que no te refieras al que está a la orilla del río -dijo Romana con una carcajada capaz de derretir un iceberg-. Pantalones vaqueros, una camiseta sin cuello y las suficientes huellas de manos como para montar una fábrica de pintura. Por no hablar de mí: tengo los pantalones completamente arrugados, y mira mi pelo… Olvídalo, Niall. No nos dejarían entrar a ninguno de los dos.
– Puede que tengas razón.
Un almuerzo romántico a la orilla del río era lo último en lo que debería estar pensando. La culpa era de Molly.
– Además, no tengo tiempo para disfrutar de una comida en el Weston como se merece.
– Yo nunca he ido allí a la hora de comer -respondió Niall lanzando el anzuelo.
– Inténtalo un domingo. Tendrás más tiempo -replicó Romana.
Niall dejó de insistir. No iría con ella al Weston Arms ni en ese momento ni nunca.
– Podrías llamar y cancelar la reserva -dijo él, señalando el teléfono del coche-. ¿Se te ocurre algún sitio en el que podamos comer sin que nadie levante las cejas y arrugue la nariz al vemos? -preguntó cuando ella colgó el teléfono.
– Hay un Mac-Auto en la siguiente rotonda. Y después de una mañana como esta, el cuerpo me pide una hamburguesa doble con queso y patatas fritas.
– Y un gran refresco de cola lleno de cafeína, ¿verdad?
– La felicidad completa.
– No sé qué es eso, pero supongo que un poco de conversación educada comiendo en el coche no nos hará ningún mal.
– ¿Estás pensando en ser educado? -preguntó ella fingiendo sorpresa-. Tal vez debería haber elegido la opción del restaurante.
– Demasiado tarde -contestó Niall enfilando el coche hacia el Mac-auto.
Una vez allí, paró en la ventanilla, pidió la comida y llevó el coche hasta el aparcamiento.
– Bueno, esto es diferente -comentó mientras sacaba las hamburguesas de una bolsa de plástico marrón.
Romana abrió la caja que contenía su hamburguesa y, chupando un poco de mayonesa que le había caído en un dedo, comenzó a hablar.
– Hay mucho que decir sobre la comida basura. Ahora podrían estar sirviéndonos en una de las mesas del Weston Arms, un sitio bueno donde los haya, pero esto está…
Mientras mordía la hamburguesa, todo su contenido se desparramó hacia los lados, manchándole las manos.
– Esto está buenísimo.
Niall hizo un esfuerzo por apartar la mirada de sus manos manchadas de mayonesa. Tenía unas manos muy finas, de dedos largos, y las uñas pintadas del mismo rosa que la barra de labios. No llevaba ningún anillo.
– Tal vez podríamos intentar algo más civilizado después del pase de modelos -sugirió él-. Ya que estaremos en el Savoy, quizá podríamos cenar en su restaurante.
– Pareces masoquista. ¿No crees que para entonces ya estarás harto de mí?
– A lo mejor tienes otros planes -insinuó Niall, ofreciéndole una vía de escape. O la oportunidad de demostrar que le daba miedo.
– Debes estar de broma. No tengo tiempo para hacer vida social esta semana.
– Esto no sería social. Sería una cena de trabajo, totalmente deducible de impuestos.
– Gracias, pero las cenas no son lo nuestro. No me gustaría quedarme dormida con la cara en el plato.
Romana seguía interesada en conocerlo mejor, saber qué estaba buscando, pero un sitio público, con una mesa entre ellos, propiciaría el distanciamiento físico y mental.
– Lo que sí me gustaría es ver el resto de tu casa en algún momento.
– ¿Estás sugiriendo que intentemos cenar de nuevo allí?
No podía resistirse a recordarle aquello, ¿verdad?
– No, la verdad es que no -dijo mirando el reloj del salpicadero para disimular-. Tenemos que irnos.
Romana colocó los restos de su improvisado picnic en la bolsa y chupó la salsa del dedo pulgar.
– Voy a tirar esto -dijo.
– Espera.
Se dio la vuelta para agarrar la servilleta que Niall estaba sujetando, pero él se inclinó hacia delante y la tomó suavemente por el cuello mientras le limpiaba la comisura de los labios. Luego le hizo girar la mejilla con las yemas de sus dedos y repitió la operación en el otro lado.
Por un momento, pareció que sus ojos de piedra gris se habían suavizado, convirtiéndose en los ojos que ella había visto cuando la había despertado la otra noche, un segundo antes de volver a convertirse en el hombre de hielo. Romana aguantó la respiración mientras le mantenía la mirada, hasta que estuvo segura de que iba a besarla. Los labios le ardían y supo que quería que lo hiciera. Pero Niall le soltó la mejilla y sujetó la servilleta entre sus largos dedos.
– Mayonesa -dijo antes de arrojarla dentro de la bolsa.
Romana descendió del coche y tiró la bolsa en la papelera más cercana. «Mayonesa», repitió para sus adentros mientras daba una gran bocanada de aire. ¿Es que no podían ir peor las cosas? Estaba segura de que iba a besarla. Peor aún, ella quería que lo hiciera… cuando lo único que Niall estaba pensando era limpiarle la mayonesa de la boca.
¿Y qué habría visto él en sus ojos? ¿Un reflejo de lo que ella había descubierto en los de él? La idea le puso la piel de gallina.
Romana regresó al coche y se concentró en abrocharse el cinturón de seguridad sin mirarlo mientras él arrancaba el coche.
– Yo te aconsejaría que bajaras la capota.
– No estamos precisamente en verano.
– Ya, pero hace sol. Claro, que si prefieres que tu coche huela a patatas fritas durante una semana, a mí no me importa.
Romana resistió la tentación de tocarse la mejilla para borrar la irritante sensación que le había dejado al tocarla. «Mayonesa», se dijo de nuevo mientras se ponía colorada en el momento justo en que él se daba la vuelta para hablar.
– ¿Te pasa algo?
– No -respondió ella rápidamente.
Niall pareció dudar, pero no dijo nada.
– ¿Tienes un pañuelo para la cabeza? -preguntó él.
– ¿No sabías que los hombres que conducen coches descapotables tienen que llevar uno en la guantera para que lo usen las mujeres?
Romana no esperó a que él le contestara que en su vida no había ninguna mujer. No quería oírlo. Abrió la guantera y lo comprobó por sí misma. No había nada más que un pequeño botiquín de urgencia y una linterna. Nada que sugiriera que alguna mujer había estado allí y marcado su territorio.
– Supongo que tendré que instalar aire acondicionado.
– No será necesario -dijo Romana mientras sacaba un pañuelo de seda de su bolsa y se lo colocaba en la cabeza-. No he dicho que no tuviera uno, sino que deberías ir preparado.
Por toda respuesta, Niall apretó el botón que bajaba la capota del coche.
Capítulo Siete
Conducir con la capota bajada tenía la ventaja de impedir la conversación. Pero eso no evitaba que Romana siguiera pensando en aquel amago de beso, o lo que hubiera sido aquello.
Le encantaba su trabajo. Cuando se acostaba tarde…, al levantarse temprano…, siempre. Vivía para Claibourne & Farraday. Aquel hombre estaba intentando arrebatarle todo y ella había estado a punto de dejar que la besara. Pero es que Niall era especial. Respiraba poder por los cuatro costados, y eso la asustaba un poco, pero al mismo tiempo le parecía sumamente sensual.
– Déjame en la esquina -dijo bruscamente Romana cuando se metieron en el intenso tráfico de primera hora de la tarde-. Puedes atajar por allí y ahorrarte el atasco. La subasta empieza a las cuatro, pero te puedo dar la tarde libre por tu buen comportamiento de esta mañana. No se lo diré a nadie -concluyó con una sonrisa falsa.
– Eres muy amable, pero no me la perdería por nada del mundo -contestó Niall con otra sonrisa igual de falsa.
– Debes estar loco. ¿O es que has leído en la prensa que subastamos los ajustadísimos vaqueros de…?
Romana murmuró en su oído el nombre de una famosa estrella de cine.
– Aunque parezca increíble -replicó Niall en tono confidencial-, la noticia no ha llegado hasta el Financial Times.
– No te preocupes. Cuando los pantalones sean adjudicados por una elevadísima suma, tendrán que hacerse eco.
– Ojalá sea así. Te deseo suerte.
– Esto no tiene nada que ver con la suerte. Se trata de rogar y suplicar para conseguir objetos que despierten interés y, por lo tanto, publicidad. Y hace falta tener muchos contactos.
– Estoy seguro de que yo no podría implicarme personalmente en semejante tontería.
– Tienes que implicarte personalmente, Niall, ahí está la clave. Esas personas ofrecen desinteresadamente sus cosas y su tiempo porque me conocen. La subasta empieza a las cuatro, pero te sugiero que vayas un poco antes si quieres encontrar asiento. Dejaré un pase para ti en la garita del aparcamiento.
– No hace falta -contestó Niall, dirigiéndose a la calle que daba a la parte trasera de los grandes almacenes-. He traído ropa para cambiarme. Sólo necesito un cuarto de baño.
– Lo siento, Niall, pero India tiene la llave del lavabo de Presidencia colgada en la muñeca. Me temo que tendrás que ponerte a la cola y usar el mío -añadió para molestarlo.
Por suerte para ella, Niall estaba en ese momento concentrado en hablar con el portero del garaje, que trataba de enviarlo al aparcamiento público. Romana se inclinó sobre Niall para hablar con aquel hombre.
– Está bien, Greg. El señor Macaulay está trabajando conmigo temporalmente. Me encargaré de que le den una tarjeta.
– Lo siento, señorita Claibourne. No la había reconocido con ese pañuelo.
El portero hizo una seña y la barrera de seguridad se levantó.
– Al fondo a la izquierda. No puedes hacer uso del cuarto de baño de Presidencia, pero la plaza de mi padre está libre. Puedes utilizarla mientras seas mi sombra. Si los Farraday llegan a hacerse con el control de la tienda, tu primo Jordan la querrá sólo para él.
– Agradecerá la plaza de garaje. Yo me encargaré de los asuntos financieros de la tienda desde mi oficina actual.
El teléfono de Niall sonó en ese momento. Un asunto necesitaba la atención personal del jefe. Romana se dirigió a los ascensores a esperar a Niall, que continuaba dando instrucciones a su interlocutor.
– ¿Lo tienes todo ya bajo control? -preguntó cuando él colgó-. Tal vez sea un buen momento para pasarte por la tienda.
– No, no creo -dijo Niall-. Tengo cosas más importantes que hacer que ir de compras.
– Menos mal que no tenéis la mayoría de las acciones. Si no, estaríamos todos sin trabajo.
Romana había llegado a creer que Niall estaba comenzando a comprender que los grandes almacenes eran mucho más que un negocio, que tenían alma y corazón. Que no se trataba sólo de dinero, sino de una comunidad de empleados y clientes.
Pero estaba claro que se había equivocado.
Igual que con el beso que nunca llegó a existir. Otra desilusión. Tal vez era el momento de volver a la realidad.
Romana subió al ascensor y colocó un brazo en la puerta, impidiéndole la entrada.
– Entonces dime, hombre-sombra, ¿qué hacías ayer paseándote por los grandes almacenes? ¿Comprobar que no había polvo en los mostradores?
– Lo pensé, pero como no quería que me echaran, resistí la tentación de pasar un dedo por los muebles.
Siempre hacía lo mismo. Primero la enfadaba y después la hacía reír. O llorar.
– ¿Y qué me dices de los dependientes? Seguro que todos te parecieron unos inútiles.
Niall no contestó, y Romana se colocó una mano detrás de la oreja.
– Perdona, no te oigo.
– Estoy seguro de que todos los vendedores de Claibourne & Farraday son unos seres humanos maravillosos, dispuestos a morir por la empresa -contestó Niall sonriendo sólo con los ojos-. Simplemente estaba intentando captar el espíritu de la tienda.
– Pues fallaste.
– No sabía que me estuviera examinando.
– ¿Ah, no? Tú puedes ponernos a prueba, pero nosotras tenemos que creer que puedes llevar unos grandes almacenes sólo porque tú lo digas, ¿no?
Romana no le dejó defenderse. Sabía cuál sería su respuesta: no se trataba de unos grandes almacenes, sino de un negocio multimillonario.
– Muy bien, Niall. Ya que tienes media hora libre mientras yo me doy una ducha, podrías intentarlo de nuevo. Pero esta vez fíjate en la gente. En el personal, en los clientes. Observas sus caras. Y cuando te hayas contagiado del encanto que hace de Claibourne & Farraday un lugar único, avisa a algún dependiente para que llame a mi despacho y te vengan a buscar. Pero si no puedes captar la magia, te aconsejo que vuelvas a tu oficina de contables y dejes la vida real en manos de expertos.
– La vida real.
– Sí, la vida real -repitió ella.
En un impulso súbito, Romana se inclinó hacia él y colocó sus labios junto a los de Niall en un beso corto, simplemente para recordarle en qué consistía la vida real. Y para recordárselo a sí misma. Le sorprendió el calor de sus labios, y por un instante estuvo a punto de perder el control. Hizo un esfuerzo por apaciguar sus hormonas y concentrarse en el trabajo.
– Puedes aprovechar para ir preparando la disculpa que me debes. Todavía no has cumplido ese punto -dijo Romana mientras apretaba el botón del ascensor-. Pero por si acaso no vuelves, gracias por la comida. Ha sido muy especial -concluyó cuando la puerta se cerraba, separándolos.
Mientras el ascensor subía, Romana apoyó la espalda en la pared y miró al techo. No tenía muy claro lo que acababa de ocurrir, por qué le había soltado aquel discurso.
Sabía que mientras los Farraday continuaran viendo la tienda como un trofeo que había que ganar a toda costa, sus hermanas y ella estaban perdidas. Se dio cuenta de lo mucho que le importaba ganar, y no sólo por librar a Claibourne & Farraday de las garras de unos contables, sino porque quería que Niall viera lo que ella veía. Que sintiera lo que ella sentía, porque tenía la sospecha de que aquel hombre llevaba mucho tiempo sin sentir nada en absoluto.
Niall se quedó unos instantes donde estaba, tomándose su tiempo para poner en orden su mente y recobrarse de aquel amago de beso que le había recordado sensaciones que creía olvidadas. Sus pensamientos habían vagado durante todo el día, haciéndole olvidar por qué estaba siguiendo los pasos de una rubia empalagosa. Lo habían distraído sus largas piernas, la ropa mojada sobre sus pechos y la dulce suavidad de sus labios color de rosa.
Recordó que Romana se había empapado luchando con un fregadero, enfrentándose a la avería en lugar de llamar al primer hombre que pasara por allí. Había comprobado que era una profesional en toda regla, pero su mente se negaba a abandonar la primera impresión que tuvo de ella. El caso es que no la había tomado demasiado en serio.
Pero, entretanto, aquella rubia de caramelo había permanecido concentrada en su objetivo, sin levantar la vista de la bola ni una sola vez. Bueno, una vez sí. Al calor de su cocina, en su sofá, se había quitado los tacones, acurrucándose con la mano apoyada en la mejilla. Se había quedado dormida como un bebé. Inocente e indefensa.
Louise solía dormir de ese modo.
Trabajaba todo el día en la casa, y cuando él regresaba de la oficina la encontraba allí, en el sofá. Entonces la despertaba y hacían el amor. Luego hablaban sobre el futuro mientras preparaban la cena.
Había esperado pasar el resto de su vida así.
Una mujer vestida con el uniforme dorado y grana pasó en ese momento a su lado.
– Este es un ascensor privado. Sólo lleva a los despachos. Encontrará los ascensores para el público doblando la esquina -dijo amablemente.
Niall le dio las gracias y volvió a sumirse en sus pensamientos. Romana no era Louise, nunca habría otra como ella.
En otras circunstancias habría mantenido sus pensamientos en el terreno laboral, teniendo en cuenta lo que se jugaba. Estaba acostumbrado a hacer negocios guardando las distancias, pero eso era distinto. Puede que Romana durmiera como un bebé, pero no lo era, por muy suave que tuviera la piel. Era una profesional inteligente con una agenda muy apretada. Igual que él, y le agradecía que ella le hubiera recordado sus prioridades.
Niall pulsó una clave en el ascensor. Romana no había tapado con su mano el código, y él era de los que se fijaban en esos detalles. Nunca se sabía cuando pueden resultar útiles.
Romana se quitó los mocasines para comprobar los daños causados por el agua. Era su par favorito, y parecía que habían sobrevivido a la inundación. Pero sus pantalones no volverían a ser los mismos. Atravesó la moqueta con los pies descalzos para escuchar los mensajes en el teléfono de su mesa. Había docenas.
Tendrían que esperar. Romana tomó un vestido negro del armario y se metió en la ducha. El agua caliente la ayudó a liberarse de los recuerdos de aquella mañana. Luego se secó el pelo, disfrutando de la novedad de tenerlo seco en apenas unos minutos. Después de maquillarse, se puso el vestido como si fuera un caballero entrando en su armadura, dispuesto a enfrentarse a la batalla.
Quería tenerlo todo bajo control cuando Niall entrara en el despacho. Se acabaron las chiquilladas con la ropa empapada como si se tratara de un concurso de «Miss Camiseta Mojada». Ella era una profesional.
Mientras se ajustaba el cinturón se dio cuenta de antes de media hora estaba a punto de acabar. Cuando llamara Niall desde la tienda, lo estaría esperando sentada en su mesa, revisando los mensajes. Sonrió, imaginándolo sentado, mirando como una buena sombra.
Romana abrió la puerta del baño para salir y descubrió que Niall se le había adelantado otra vez. Había regresado su aspecto de banquero: traje, camisa blanca y corbata perfectamente anudada al cuello. Tenía el pelo ligeramente mojado, como si acabara de salir de la ducha. Y estaba utilizando su mesa, aunque no su teléfono: hablaba por su propio móvil. Pero Romana sabía que no era una concesión, simplemente no quería que ella comprobara luego a quién había llamado. Se trataba de una demostración que quería decir: «Dentro de tres meses, todo esto será mío».
Niall levantó la vista cuando Romana cruzó la habitación.
– Ya era hora. Pensé que te habías ahogado -dijo colgando el teléfono móvil.
Ella no estaba dispuesta a demostrar su irritación, pero le costó mucho sonreír.
– No te esperaba. ¿Forzaste la cerradura del cuarto de baño de India?
– No hizo falta. Tu hermana se apiadó de mí.
– ¿India?
– No, la otra. Flora, se llama, ¿no? La he conocido al salir del ascensor. Tenía prisa, pero me ha llevado hasta tu despacho, y, como seguías en la ducha, me ha ofrecido su cuarto de baño. Es una chica muy simpática y muy abierta, que no esconde sus cartas.
– No es una chica, es una mujer. Y muy inteligente -respondió Romana-, Y ninguna de nosotras tiene ases ocultos en la manga. No sabía que anduviera hoy por la tienda.
– Ha venido sólo para recoger unas notas que le estaba transcribiendo su secretaria. Me ha dicho que no pasa mucho tiempo aquí.
– No tiene necesidad. Ella no es administradora, contribuye de otra manera.
Maldita fuera, aquello era ponerse a la defensiva.
– Pero tiene un despacho, secretaria… e incluso su propio cuarto de baño privado. ¿Cuánto cuesta el metro cuadrado de oficina en esta parte de la ciudad? -insistió él.
Romana sabía que Niall nunca preguntaba nada de lo que no supiera la respuesta. Igual que un abogado examinando a un testigo.
– Demasiado dinero. Y nunca hay suficiente sitio. Siempre estamos buscando más.
– Quizá deberíais suprimir vuestros lujos. No necesitas todo esto -dijo Niall señalando la oficina con un gesto-. Ni baños particulares. Podríais trasladar aquí el departamento de contabilidad y habilitaros en la planta de abajo un espacio para vosotras.
A Romana le entró un escalofrío. Las mejores ideas eran siempre las más sencillas. ¿Por qué no se les habría ocurrido a ellas? Por primera vez desde el comienzo de aquel asunto, Romana pensó que tal vez los Farraday serían capaces de ver las cosas con más claridad.
– Corrígeme si me equivoco, pero ¿no fueron los Farraday los que pusieron sus despachos en la planta alta la última vez que tuvieron el control?
– De eso hace más de treinta años. Los tiempos cambian. Y si hay problema de espacio, yo recomendaría que se cerrara la sección de libros también.
– Ya la hemos reducido.
– Eso sólo convierte una situación mala en peor.
– ¿Tienes alguna otra sugerencia? -preguntó.
No era tan estúpida como para dejar pasar la oportunidad de aprovecharse de sus buenas ideas.
– ¿Sugerencias? -repitió Niall, como si le hubiera leído el pensamiento-. Yo sólo estoy aquí para mirar y aprender. Vosotras sois las expertas.
– Me alegro de que te hayas dado cuenta -dijo Romana mientras se dirigía a su mesa-. Cuando hayas terminado de probar mi silla, Niall, me gustaría ponerme a trabajar. Y por cierto, ¿por qué no estaban Molly o mi secretaria esperándote? ¿No te has dado al final una vuelta por la tienda?
– Ya lo hice ayer, y me pareció suficiente. Y no creí oportuno molestar a tu secretaria, ya que podía subir en el ascensor utilizando tu código.
Romana volvió a quedarse sin palabras. Últimamente le estaba ocurriendo demasiadas veces.
– Gracias por dejarme tu silla -dijo Niall, levantándose-. Cuéntame algo más de la subasta de esta tarde.
– Veo que sigues empeñado en venir -repuso Romana echándole una ojeada a su traje-, pero así vestido van a tomarte por un comprador.
– No te enfades porque vaya ganando, Romana. Lo estás haciendo muy bien, pero yo llevo más tiempo jugando a esto.
– Esto no es un juego, Niall. Es la vida real.
Romana recordó entonces que su manera de demostrarle lo que era la vida real no había sido una gran idea, así que se sentó para empezar a devolver las llamadas de teléfono. Niall contempló cómo se colocaba los rizos por detrás de las orejas mientras sostenía el auricular con una mejilla, buscando algo en los cajones de la mesa. La suavidad de sus labios se quebró con el sonido de su voz mientras hablaba en voz baja tomando de vez en cuando notas, totalmente inmersa en su tarea.
Era muy fácil mirarla, pensó Niall. Tan pronto estaba mordiéndose el labio inferior como asentía con la cabeza, sonriendo cómo si su interlocutor pudiera verla. Se reía y se enfadaba con facilidad, era rápida tomando decisiones y no le gustaba perder el tiempo.
Niall no quería que levantara la vista y lo pillara observándola, así que siguió su ejemplo y llamó para arreglar un par de compromisos a primera hora de la mañana siguiente, y así poder estar más tiempo en los grandes almacenes. Después, como Romana seguía hablando, tomó uno de los catálogos de la subasta de famosos. Aquello era una locura; recetas escritas a mano por cantantes, vestidos de estrellas de cine, balones firmados por los principales equipos de fútbol… Tenía que haber supuesto un gran esfuerzo reunir semejante colección, esfuerzo que se vería recompensado por el gran eco que tendría la subasta en los medios de comunicación.
Romana tenía razón en una cosa: él nunca podría hacer su trabajo. Seguramente nadie podría hacerlo. Ella era única, una criatura socialmente relevante a la que todo el mundo parecía querer conocer y que se desvivía por los grandes almacenes. Iba a ser difícil remplazaría.
Podría haberle sugerido a Jordan que la incluyera en su equipo, pero sabía que era una pérdida de tiempo. Seguramente usaría su talento para crear su propia empresa.
– ¿Encuentras algo por lo que te gustaría pujar?
Niall alzó la vista y se dio cuenta de que Romana había terminado sus llamadas y lo miraba con exasperación, como si no pudiera creer que siguiera todavía allí.
– La verdad es que no.
– Ah, no. Si vas a venir, tienes que participar activamente. A lo mejor puedes comprar algo para…
Romana se interrumpió. No podía imaginarse a quién podría comprarle Niall un regalo extravagante.
– ¿Para tu madre? ¿Tienes madre? -preguntó finalmente, dubitativa.
– Tengo todo el pack: madre, padre, dos hermanas casadas y un ejército de sobrinos -contestó Niall encogiéndose de hombros-. Tienes razón, intentaré por todos los medios tirar el dinero por una buena causa.
– Entonces vamos. Puedes llevarte ese catálogo.
– Me extraña que no estés ya allí hablando con la prensa.
– Molly se encarga de eso. Yo soy la subastadora.
– ¿Lo has hecho más veces?
– No -contestó mientras atravesaba la puerta que él le sujetaba-. Estoy deseando que acabe esta semana.
– ¿Qué harás luego? ¿Tomarte otra de descanso?
– Estás de broma, ¿no? ¿Qué pondrías entonces en el informe para Jordan Farraday? -preguntó Romana, e imitando la voz de una locutora de radio, dijo-: «La señorita Romana Claibourne coordinó durante una semana varios actos de solidaridad con cierto éxito, y a continuación, aparentemente agotada por el esfuerzo, se tomó dos semanas para hacer relaciones públicas en el sur de Francia».
– ¿El sur de Francia?
A la mente de Niall acudió la imagen de Romana en biquini, tumbada en una hamaca sobre la cubierta de un yate.
– ¿Se te ocurre un sitio mejor en esta época del año? -preguntó ella.
¿Qué diablos pasaba con Romana Claibourne? La cabeza de Niall no había vuelto a estar donde debía desde que ella le había tirado encima un vaso de café.
– Pues vete. No se lo diré a nadie. De verás.
Romana alzó las cejas en una mueca de desconfianza.
– Ya hemos llegado -dijo ella, señalando una puerta.
Niall abrió la puerta del restaurante principal, el espacio más amplio de toda la tienda. Lo habían transformado para la subasta, colocando filas de sillas en las que ya había sentada mucha gente. Los reporteros y las cámaras de televisión ocupaban el pasillo central, para deslumbrar con sus flashes a los famosos que vendrían en busca de publicidad gratis. El ruido era ensordecedor.
Romana se puso de puntillas y colocó una mano sobre el oído de Niall.
– Aún no es demasiado tarde para salir corriendo, Niall -dijo rozándole la mejilla con la boca.
Estaba tan cerca que podía sentirla respirar suavemente contra su cara. Podía ver las comisuras de sus labios, aquéllas que convertían su sonrisa en algo especial. Pero en ese momento no sonreía. A pesar de su desparpajo, Niall se dio cuenta de que estaba nerviosa como un gatito. Era como si hiciera «puenting» otra vez, enfrentándose con bromas a su miedo. ¿Por qué se ponía en esa situación? ¿Qué estaba intentando probar?
Cualquiera que fuera la razón, esa vez él no iba a empeorar las cosas.
– Soy tu sombra, Romana. Donde vayas tú, voy yo -dijo, tomándola de la mano.
Y entonces quiso demostrarle que, a pesar de las apariencias, estaba de su lado, que era un apoyo más que un crítico. Y se dispuso a besarla en la mejilla.
Trató de que fuera el más leve de los besos, sólo un gesto para tranquilizarla. Pero algo falló. Los labios de Niall se dirigieron directamente hacia la boca, culminando el deseo que lo había poseído desde el momento en que casi la había besado en el coche, cuando se contuvo justo a tiempo. Fue también la consumación del instante en que los labios de ella habían rozado los suyos después de decirle que era momento de dejar de pensar y empezar a sentir.
Ése era un beso que contestaba a las preguntas que había tenido miedo de hacerse, y también un gesto que le decía a Romana que todo iba a salir bien. Debía de haber durado un segundo. O un minuto, Niall no lo sabía. Sólo sabía que había terminado demasiado pronto.
Cuando se enderezó, vio que los ojos de Romana estaban abiertos de par en par, sorprendidos.
– Todo va a salir bien -dijo él en tono tranquilizador.
Y sabía que era cierto.
– ¿Bien? -preguntó Romana, soltándole la mano.
Por un instante, Niall pensó que iba a darle una bofetada. Tal vez la presencia de los fotógrafos le hiciera pensárselo dos veces antes de montar un espectáculo.
– Claro que saldrá bien, Niall. No necesito que ningún Farraday me tome de la mano y me lo diga.
Capítulo Ocho
– No está mal -dijo Molly mientras se reunía con ella en el estrado-. No hay muchos hombres que sepan dar un beso tan suave y que, sin embargo, parezca puro fuego.
– ¿Beso? -repitió Romana con el corazón latiéndole como una locomotora-. ¡Ah!, ¿te refieres a Niall? Eso no ha sido un beso, sino un gesto para desearme buena suerte.
– A mí me la habría dado.
– Seguro. ¿Y qué tal anda tu maridito últimamente?
– De maravilla. Preparado para una noche inolvidable. Hoy me siento inspirada.
Mientras Molly regresaba a su sitio, Romana bebió un sorbo del vaso de agua y sacó sus notas.
Había mentido. Aquel beso había significado algo más. Era lo que había visto en sus ojos cuando creyó que iba a besarla, y la corriente eléctrica que sintió cuando ella misma lo besó. Todavía en ese momento, los labios de Romana ardían, deseosos de más.
Bebió otro sorbo de agua para enfriarlos. Luego tomó sus notas y las golpeó contra el atril del pódium, evitando buscarle con la mirada. Niall estaba apoyado en la pared, mirándola con tanta atención que no veía los gestos de Molly llamándolo para que se sentara en la silla que había conseguido reservarle.
La sala estaba en silencio, pero Molly seguía haciendo aspavientos con su catálogo para atraer la atención de Niall. Romana miró en su dirección, y los ojos de todos los presentes la siguieron.
– Por favor, señor Macaulay, siéntese para que podamos empezar -dijo Romana indicando con un gesto el lugar que su ayudante había guardado para él.
Niall inclinó ligeramente la cabeza y cruzó la sala para sentarse en la primera fila. Cuando iba a mitad de camino, Romana preguntó en tono simpático:
– ¿Acaso ha tenido problemas para aparcar?
Niall tomó su asiento. Ninguna expresión cruzaba su rostro, pero Romana podía leer en él: «Ya me las pagarás luego».
– ¿Sabía usted que hay una multa de cien libras para los que llegan tarde? -continuó Romana.
– ¿Desde cuándo? -preguntó Niall con aparente inocencia.
– Desde ahora. Acabo de decidirlo -replicó Romana.
El publico soltó una carcajada que Romana cortó pidiendo silencio con el martillo.
– Y además le penalizo con otras cincuenta libras por cuestionar la autoridad del subastador.
Se escucharon más risas. Ya estaban todos pendientes de ella, y consiguió acallarlos con un leve mentó de su mano.
– ¿Tiene usted algo que decir? -preguntó Romana.
Niall levantó las manos en actitud de rendición mientras negaba con la cabeza.
– Tome nota, por favor -dijo Romana dirigiéndose al secretario-. El señor Farraday Macaulay, ciento cincuenta libras. Y no sientan lástima por él, damas y caballeros -continuó mientras miraba al público-. El señor Macaulay es uno de nuestros accionistas, así que puede permitirse ser generoso.
Sentado al final de la primera fila, mientras se convertía en el centro de atención de los fotógrafos, Niall sonrió. Puede que hubiera convencido a las cámaras, pero no a ella.
Romana no pensó en lo mucho que podría molestarle ser puesto en ridículo en público. Con un poco de suerte, los periódicos hablarían de ella. Y si sacaban la foto de Niall, Jordan Farraday se pondría furioso.
Así aprendería Niall Macaulay a no tratarla con condescendencia. Y en cuanto al beso…, tal vez la próxima vez tendría más cuidado en elegir el sitio y el momento. Ahora había mucho trabajo por delante.
– Bien, todos sabemos por qué nos hemos reunido aquí, así que, si está usted preparado, señor Macaulay, podemos empezar.
La subasta se desarrolló a un ritmo trepidante. Romana charló con los famosos que habían ido a apoyar con su presencia el objeto que habían donado. Un equipo entero de fútbol, el hombre del tiempo y un par de actores consiguieron una sonrisa y un beso por su contribución sin tener que pagar ciento cincuenta libras por semejante privilegio.
Niall sólo consiguió una mirada esquiva cuando pagó una enorme suma de dinero por una camiseta firmada por un equipo de fútbol para uno de sus sobrinos. El original de una tira cómica para su padre y una entrada del Royal Ballet para su madre no consiguieron ni siquiera una inclinación de cabeza.
Pero cuando recogió lo que había comprado y se dispuso a pagarlo, supo que Romana no se había olvidado de él.
– Era sólo una broma -le dijo el secretario-, no tiene que pagar la multa.
– Ya lo sé -dijo Niall mientras sacaba su tarjeta de crédito para pagar el total-. Pero quiero hacerlo. Ahora me toca a mí gastarle una broma a la señorita Claibourne.
Romana no se quedó después de la subasta. Necesitaba tomar el aire, pero sobre todo necesitaba estar sola.
Se quitó los zapatos y se deshizo del vestido. Tenía unos minutos libres mientras Niall pagaba por las cosas que había comprado y quería aprovecharlos. Iba a dar un paseo, y su sombra no estaba invitada.
Su secretaria levantó la vista del ordenador.
– ¿Qué tal ha ido? -preguntó a través de la puerta abierta que separaba los dos despachos.
– Ha sido una locura. No puedo creer la cantidad de dinero que se ha gastado la gente.
Incluido Niall. Pero no quería pensar en él. Sospechaba que iba a tener problemas en ese frente. Romana sacó una camiseta del armario y se la puso.
– ¿Algún problema por aquí? -preguntó a su secretaria.
– Nada que no haya podido solucionar.
– Gracias a Dios -dijo Romana mientras se metía en unos pantalones de lino gris y se calzaba unos mocasines-. Voy a dar un paseo hasta casa y a poner los pies en alto durante diez minutos antes del desfile. Si alguien pregunta por mí, dile que he ido al dentista -ordenó Romana, refiriéndose a Niall sin nombrarlo.
No había tenido un momento para ella desde las siete y media de la mañana, y necesitaba escaparse durante al menos media hora. Tenía que olvidarse de la tienda y de todo.
Romana abrió la puerta de su despacho para salir. Niall estaba apoyado en la pared de enfrente con los brazos cruzados. Parecía que hubiera adivinado su intento de escapada.
– ¿Vas a alguna parte sin tu sombra? -preguntó con una sonrisa helada.
Cuando estaba a punto de soltar la excusa del dentista, Romana se lo pensó mejor. Sin duda no se lo creería, e insistiría en acompañarla de todas formas. Sería más inteligente decir la verdad.
– Necesito tomar el aire -dijo sin esperar respuesta-. Voy a cruzar el parque hasta casa y descansar un rato. Gracias por apoyar la subasta tan generosamente.
– Es una manera muy cara de comprar -respondió él sin moverse del sitio.
– ¿Quieres algo más, Niall?
– He venido a recoger una de las cosas por las que he pagado.
Romana miró, confusa, las bolsas de plástico que él tenía a los pies.
– Estás en el sitio equivocado -dijo.
– Yo creo que no.
Con un rápido movimiento, Niall colocó los brazos en la pared a ambos costados de Romana, dejándola cercada.
– Yo la he besado y usted me ha hecho pagar por ello, señorita Claibourne. Pues bien, estoy aquí para hacer una reclamación, porque no he obtenido lo que he pagado.
Romana sacudió la cabeza mientras reía nerviosamente.
– No seas tonto, Niall. Le dije al secretario que se trataba de una…
– De una broma, ya me lo dijo. Pero yo pagué de todas maneras.
Romana cerró los ojos para que él no pudiera ver en ellos el deseo. La manera que tenía de besar la había llevado hasta aquella situación. Si había sentido antes tanta pasión-, no quería ni pensar lo que podría ocurrir si la volvía a besar, esa vez en un lugar privado.
– Me encargaré de que te devuelvan lo que has pagado -acertó a decir mientras intentaba zafarse de su prisión.
– ¿Y negarles a esos pobres niños los beneficios de mi dinero? Te faltó tiempo para decirle a todo el mundo que podía permitírmelo. Venga, Romana. Tú eres la que dice siempre que es por una buena causa. Demuéstrales a esos niños cuánto te importan.
Ella sabía que no era el tipo de hombre dispuesto a ser humillado públicamente sin tomar represalias. Por eso había tenido tanta prisa en salir de los grandes almacenes. Quería darle tiempo para que se calmara antes del pase de modelos.
Pero allí, capturada entre sus brazos, a Romana se le ocurrió pensar que si él le daba un beso, un beso de verdad, ella saldría ganando. Acabaría con esa fachada de «mírame y no me toques», ganaría su propia batalla personal. Si Niall la besaba, ella probaría que era como todos los demás hombres, dispuestos a perder el rumbo por una falda corta o un vestido de noche ajustado a sus curvas…
Eso le encantaría. Tener a Niall Macaulay a sus pies la haría verdaderamente feliz.
Su boca estaba a escasos centímetros de la suya. En sus ojos se dibujaba un deseo desenfrenado que él se había negado a admitir, pero al que parecía no poder resistirse. Romana sintió que los labios le quemaban. Se sentía ligera, como si tuviera los brazos de Niall alrededor de su cuerpo, como si sus labios estuvieran ya apoyados en los de ella. Escuchó el sonido ahogado que salió de su propia garganta, un sordo gemido que suplicaba que la besara en el cuello.
¿Era ésa la manera en que hombres y mujeres se volvían esclavos del amor? ¿Con el triunfo del cuerpo sobre la mente? A ello no le pasaría. Sabía que esas sensaciones eran tan efímeras como las burbujas del champán. Pero aun así, cerró los ojos y esperó.
Y siguió esperando.
Y cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió que Niall no había movido ni un músculo. Romana no dijo nada, no se atrevía ni a respirar. Finalmente, como si volviera de lo más profundo de su pensamiento, Niall dejó caer los brazos.
– Gracias, Romana -dijo.
– ¿Por qué? -contestó ella arrastrando las palabras.
– Por establecer un punto de partida.
Niall dio un paso atrás y, recogiendo sus bolsas del suelo, se encaminó hacia el ascensor.
– ¿Era eso? -replicó ella a su espalda-. ¿No quieres…?
Romana iba a decir «besarme», pero se contuvo a tiempo.
– ¿No quieres llegar a un acuerdo total? -improvisó sobre la marcha.
– El beso puedo esperar -contestó Niall sin dejar de andar, como si quisiera poner tierra por medio entre ellos-. No te preocupes, ya te avisaré cuando sea el momento.
Y desapareció de su vista mientras doblaba la esquina para dirigirse al ascensor.
Niall estaba decidido a asistir al pase de modelos aquella noche. Habían cambiado las tornas a su favor y quería ver a Romana pasar un mal rato. A partir de aquel momento, cada vez que estuvieran juntos en público ella estaría en alerta, temiendo el momento en que él decidiera cobrarse su beso de ciento cincuenta libras. Y arrepintiéndose de cada carcajada que había arrancado del público a su costa.
Pero eso no era lo que le importaba. Lo que lo había enfadado era que se había preocupado de verdad por verla meterse una y otra vez en situaciones que la aterrorizaban. Y ella se había mofado de su preocupación, como si no creyera que pudiera ser real.
Niall había pensado que estaban más allá de todo eso. Era lo que le hubiera gustado.
Pero ella había estado a punto de ceder. Había esperado más resistencia. Cuando ella levantó sus ojos hacia él, leyó en ellos el deseo, y sus labios se separaron ligeramente mostrándole sus bellos dientes. Le había costado un gran esfuerzo controlarse.
Casi se había lanzado a tomar todo lo que ella le ofrecía, y más.
Nadie había estado tan cerca de tocarle el corazón desde que perdiera a Louise. Había creído que podía jugar con Romana Claibourne sin salir herido. Se había equivocado.
Por eso sabía que nunca podría reclamar su beso, porque un beso no sería nunca suficiente. Y porque un simple beso sería una traición total a la mujer que había muerto porque él la había obligado entre bromas a hacer algo que le daba miedo.
Pero por el momento, su decisión permanecería en secreto.
Por una vez, Romana no prestó atención a la ropa. No podía competir con las modelos en belleza, así que, para contrastar, se puso unos pantalones negros, una camisa de seda negra y unos sencillos pendientes de plata. Ella iba a estar en la parte de atrás, coordinando, y de negro sería más fácil reconocerla entre los vestidos de novia.
Demasiado fácil.
Niall la vio de inmediato y atravesó el inmenso camerino común en su busca, obviando los cuerpos medio desnudos de las modelos. Sus ojos eran sólo para ella.
A Romana se le hizo un nudo en el estómago, aunque el sentido común la tranquilizaba diciendo que él buscaría un lugar menos agitado para cobrarse su beso. Un lugar que le produjera a ella mayor vergüenza. En medio de los miles de besos de cortesía que había allí, un beso más, aunque fuera de lo más apasionado, pasaría inadvertido.
Romana se dio cuenta de que Niall llevaba la corbata torcida. No quería que él pensara que le tenía miedo, así que se dirigió hacia donde estaba para enderezársela.
– Tal vez deberías rendirte y comprarte las corbatas con el nudo hecho -sugirió mientras la colocaba en su sitio-. Llamaré a la sección de complementos para que te envíen algunas.
Romana se decidió entonces a levantar los ojos hacia él. Su cara era un poema, pero no por algo que ella hubiera dicho. No la estaba mirando, estaba absorto en algo que había detrás de ella.
– Niall, ¿estás bien? -preguntó.
Como no contestaba, Romana se dio la vuelta para ver qué miraba. Una modelo se estaba poniendo en un vestido de novia clásico, riéndose con alguna broma de su compañero, vestido de chaqué. Durante un instante, la escena pareció real. El novio y la novia felices para siempre.
– No puedes quedarte aquí. Las chicas van a protestar -dijo Romana.
Era la primera excusa que se le había ocurrido. Lo tomó del brazo y lo llevó directamente hacia la puerta.
– Molly debe estar en alguna parte. Ella te buscará un sitio.
– No -contestó Niall, esforzándose en sonreír-. Creo que tenías razón, Romana. Por hoy ya me he divertido suficiente. ¿Te importa que dejemos lo de la cena?
– Encantada -respondió ella con algo de tristeza-. Para serte sincera, estaba deseando que se te hubiera olvidado. Tengo que volver -dijo señalando el camerino.
Romana se giró y le dio la espalda. Estaba a punto de llorar. ¿Por qué era tan doloroso ver a un hombre mostrando las heridas de su corazón? Debería alegrarse de haberse librado de él al menos durante la velada. Pero la imagen de Niall regresando a aquel caserón vacío con la imagen de una joven novia en su cabeza la torturaba.
Romana sacudió sus rizos para evitar pensar y se encaminó a poner orden en el camerino.
– ¿Romana?
Una de las modelos la estaba mirando como si esperara una respuesta.
– Digo que vamos a ir a cenar y luego tal vez a tomar una copa. ¿Quieres venir con nosotras?
– Gracias, pero ha sido un día muy largo. Creo que me iré a casa y me tiraré en la cama.
– Si es con el guapetón con el que estabas hablando antes, lo entiendo.
No se molestó en aclarar la confusión. Recogió su chaqueta y caminó hacia la puerta principal.
– ¿Taxi, señorita Claibourne?
– Sí, por favor.
El portero paró uno y abrió la puerta para que ella entrara.
– ¿Dónde vamos, señorita? -preguntó el taxista cuando salieron de la rampa del hotel.
¿Adónde iba? Romana recordó su confortable apartamento, el olor a lavanda de sus sábanas…
– Lléveme a Spitalfields.
No estaba segura de lo que decía, pero tenía que ir. Durante todo el desfile se había comportado como la perfecta directora de Relaciones Públicas de Claibourne & Farraday, resolviendo cualquier contratiempo. Pero su mente no había estado allí.
Estaba en una inmensa y solitaria cocina, con un hombre al que debería estar pateando aprovechando que estaba en sus horas bajas. Pero en vez de eso, la idea de Niall a solas con sus recuerdos la había perseguido toda la noche. Y sabía que no se dormiría hasta que se hubiera asegurado de que se encontraba bien.
– Hemos llegado, señorita.
Romana levantó la vista hacia la casa. Las ventanas parecían estar en penumbra, pero una débil luz se filtraba desde algún punto de la parte de atrás. El silencio era sólo aparente: por detrás del viejo mercado se escuchaba la música procedente de los numerosos restaurantes que habían proliferado en la zona.
– ¿Puede esperarme? No tardaré mucho.
El taxista dejó el contador en marcha mientras ella cruzaba la acera hasta llegar a los escalones de la puerta principal. Romana agarró la aldaba y la sujetó durante un instante, dudando. Luego la dejó caer y se escuchó un sonido que pareció multiplicarse por toda la casa.
Esperó. Pero no pasó nada. Romana tomó de nuevo la aldaba y, antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió, poniendo en peligro su equilibrio.
– ¿Qué pasa?
Era Niall. Llevaba puesta la misma camisa, pero tenía la corbata suelta y algo parecido a una telaraña sobre su cabello despeinado.
– ¿Romana? ¿Qué demonios haces aquí?
Había muchas respuestas para esa pregunta:
«Pasaba por aquí y me acordé de tu ofrecimiento de enseñarme la casa».
«Ha habido un cambio de planes para mañana».
«No encuentro las llaves de mi casa y necesito un sitio para dormir».
Romana se decidió por la verdad.
– Estaba preocupada por ti, Niall. Parecías tan triste cuando te marchaste del Savoy…
– ¿Pensabas encontrarme ahogando mis penas en una botella de whisky? Eso habría sido una munición excelente para la guerra entre los Farraday y las Claibourne, ¿no? India te habría puesto un diez.
– ¿Estás ahogando tus penas? -repuso Romana, pasando por alto su sarcasmo.
– Será mejor que entres -dijo él mientras sujetaba la puerta.
– Tengo un taxi esperando.
– Deja que se vaya. Yo te llevaré a casa. Y no te preocupes, todavía no sé de ningún problema que haya encontrado solución en el fondo de una botella.
Niall fue hasta el taxi y le pagó la carrera al taxista. Luego regresó a su lado y la invitó a entrar.
– Estaba en la cocina. Siempre estoy en la cocina. El resto de la casa está… como sin terminar.
– Enséñamela -dijo Romana-. Quiero verlo todo.
Capítulo Nueve
Niall la contempló con incredulidad.
– ¿Ahora? -preguntó.
– ¿Por qué no? ¿Tienes algo mejor que hacer, o te parece más atractiva la idea de la botella?
Niall se encogió de hombros y encendió un interruptor, iluminando el pasillo y las escaleras. Romana comenzó a desabrocharse la chaqueta, pero él la interrumpió.
– Es mejor que no te la quites. El sistema de calefacción de la parte de arriba es un tanto básico. Necesita carbón.
Niall se dio la vuelta, señalando las escaleras.
– Empecemos por arriba.
La casa constaba de cuatro plantas. La parte más alta consistía en una serie de pequeñas habitaciones abuhardilladas en las que se acumulaban objetos atesorados durante años, ya inservibles, pero de los que costaba deshacerse.
Niall le indicó la salida hacia la siguiente planta.
– Este era el despacho de Louise.
La habitación miraba a la parte trasera de la casa. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, como si hubiera permanecido intacto tras su muerte.
Romana estuvo a punto de recomendar una buena limpieza, pero por una vez se mordió la lengua.
– No hay mucho más que ver aquí arriba, a no ser que te interesen los métodos de construcción del siglo XVIII -dijo Niall-. Ésta era la parte del servicio y las habitaciones de los niños. En aquellos tiempos se reservaban los lujos para los salones.
– Me dijiste que habíais recuperado parte de la decoración original. Enséñamela.
Descendieron hasta el siguiente piso. Niall abrió una puerta y encendió la luz. Romana no estaba muy segura de lo que esperaba encontrarse, pero aquella pintura floreada no la impresionó demasiado.
– Louise investigó la historia de la casa y descubrió que esta habitación fue pintada en 1783, con motivo de la boda del dueño con su segunda esposa. Debió costarle una fortuna -explicó Niall mientras pasaba una mano por la pared-. Las flores fueron pintadas a mano por un artista local.
– ¿De veras? ¿Y fue tan caro que nadie ha podido costear su restauración?
– Louise habilitó la parte de la esquina y decidió dejar lo demás como estaba -replicó Niall sin reparar en su sarcasmo.
Romana miró a su alrededor. La habitación era tan espaciosa, de techos altos y con tres enormes ventanales con balaustrada que miraban hacia la calle. Tal vez fuera una ignorante, pero pensó que lo que aquellas paredes necesitaban era una buena pintura en algún tono alegre.
– ¿Es todo así?
Romana comenzó a abrir puertas, echando un vistazo rápido al resto de las habitaciones de la planta principal. La única estancia habitable era el dormitorio. Incluso un hombre tan enamorado como para vivir en semejante sitio tenía que tener un lugar cómodo para dormir y un cuarto de baño bien surtido.
Romana se fijó en el marco de plata con la fotografía de una mujer joven de pelo negro y ojos chispeantes. Comprendió entonces por qué la visión de aquella modelo en el desfile le había cambiado el color de la cara. El parecido era superficial, pero con un vestido de novia y un velo…
– ¿Qué te parece? -preguntó Niall desde el pasillo.
Romana cerró la puerta de la habitación tras ella.
– No creo que quieras saberlo -replicó con un ligero escalofrío.
– Vamos, Romana, no seas tímida. No te va contigo.
– Es el momento de hablar de lo que tus mejores amigos no se atreven a decirte, ¿verdad? Muy bien. Pues creo que deberías mudarte.
– ¿Qué?
– Estoy segura de que históricamente todo esto es fascinante. Pero sólo un historiador sería capaz de vivir aquí.
– Pero Louise era…
– Ya lo sé. Era restauradora. Pero tú no, tú eres un hombre de tu tiempo, y sabes que cuando el dueño decoró esta casa lo hizo para presumir. Utilizó el estilo más avanzado de entonces, las últimas técnicas para demostrarle al mundo que era un hombre importante. Louise te habría animado a que hicieras tú lo mismo. La vida sigue, Niall. No puedes vivir en un museo.
– ¿Es ésa tu opinión? ¿Contratar a unos decoradores y dejar que se encarguen ellos?
– No.
Era una casa construida para una gran familia, para ser vivida desde el desván hasta el sótano. Un hogar maravilloso. Pero incluso sin polvo y con las paredes pintadas, seguiría sin ser el hogar de un viudo atrapado en un hoyo cada vez más profundo.
– Mi opinión es que deberías comprarte un ático luminoso con vistas al río y mudarte.
Niall la miró como si no tuviera la menor idea de lo que estaba diciendo. Pero sí la tenía.
– Compraste esta casa para Louise porque estabas enamorado de ella y tenías el poder de hacer su sueño realidad. Pero te equivocaste al pensar que ella te mataría por no acabar lo que había empezado.
– ¿Has terminado ya?
– No, todavía no. Por lo que Louise te mataría es por quedarte aquí y no seguir tu instinto natural para los negocios. Esta zona se está revalorizando mucho, sacarás un gran beneficio a tu inversión.
– Gracias por recordarme que soy un banquero con una cartera por corazón.
Nada iba a detenerla.
– Y lo peor de todo, Niall, lo que realmente le parecería a Louise, es que no estás haciendo nada. No en la casa, no la restauras. Sólo dejas que se enfríe mientras tú te entierras en ella. Ya he terminado -dijo Romana exhalando un hondo suspiro-. Tú me preguntaste.
– Efectivamente. Y creo que es el momento de buscar esa botella.
Romana lo siguió hasta la cocina. Encima de la mesa había varios sobres y papeles desperdigados. Rápidamente, Niall los metió en una caja y la colocó en el suelo antes de acercarse al armario y sacar una botella de brandy y un par de vasos.
– Muy bien, y ahora que has arreglado mi vida, por qué no te quitas la chaqueta, acercas una silla y me cuentas que lleva a Romana Claibourne a hacer cosas que le dan tanto miedo. Y por qué no está ahora mismo durmiendo al lado de un hombre que la adore.
Por toda respuesta, Romana abrió la nevera.
– ¿Has cenado? Y por cierto, yo prefiero vino en vez de brandy -dijo ella.
Romana echó un vistazo al interior del frigorífico. Había un cartón de huevos que habían sido comprados en el supermercado de C &F.
– Al menos no compras la comida en otro sitio -dijo, sacando una bolsa de ensalada preparada y un trozo de queso.
– Me traen el pedido a casa. Trabajo muchas horas, sobre todo ahora, que tengo que encargarme de un banco y ser tu sombra. ¿Blanco o tinto? -preguntó Niall.
– Blanco, por favor.
Niall le sirvió el vino mientras Romana batía los huevos con más fuerza de la que era estrictamente necesaria.
– Y dime, Romana, ¿qué se siente al ser la menor de tres hermanas, todas de madre diferente? ¿Cómo transcurrió vuestra infancia?
– ¿Estás buscando algún trapo sucio, Niall? Si lo que quieres es enfrentamos, no lo conseguirás.
– Ya lo sé. Estáis muy unidas.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Ha estado Jordan hurgando en nuestro pasado y te lo ha contado?
– Los matrimonios de Peter Claibourne no son ningún secreto. En su momento no se habló de otra cosa en las revistas de chismes. A mí me interesa la realidad. Quiero decir, que puede ser mala suerte que a una de vosotras la abandonara su madre, pero a las tres…
– Puede que mi padre no fuera muy buen marido, pero logró quedarse con todas sus hijas. Tenía dinero suficiente para pagar a los mejores abogados. Hemos crecido todas juntas bajo el cuidado de una larga sucesión de niñeras.
Romana se encogió de hombros, como había hecho toda su vida, fingiendo que no le importaba que su madre no hubiera sido lo suficientemente fuerte como para llevarla con ella cuando se marchó. Había preferido una suma de dinero, seguramente muy elevada, a cambio de perder a su hija. Pero no había tardado en reponerse, según mostraban las fotos de las revistas, en las que aparecía su madre con sus nuevos hijos.
Romana nunca había permitido que nadie adivinara su dolor.
– Creo que ya has puesto suficiente queso. A no ser que pretendas que me dé un ataque al corazón por tener el colesterol alto.
Romana miró el trozo de queso. Lo había cortado entero.
– Aquí tienes -dijo Niall pasándole el vaso de vino-. Relájate y tómalo despacio. Yo cocinaré.
Romana se apoyó en el respaldo de la silla y lo contempló. La camisa remangada dejaba al descubierto unos brazos fuertes y poderosos. Seguía despeinado, y continuaba llevando la telaraña en la cabeza.
– ¿Qué estabas haciendo cuando llegué? -preguntó mientras bebía lentamente su vaso de vino-. Tengo la impresión de que has estado hurgando en el armario de debajo de la escalera.
Romana se incorporó y le quitó la telaraña con la mano. Niall miró la telaraña y luego a ella, y de pronto, Romana fue consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Lo suficientemente cerca para que él viera lo que estaba tratando desesperadamente de ocultar.
No veía al enemigo que estaba dispuesto a apartarla de su mundo, sino a un hombre por el que valdría la pena perder un mundo.
– ¿Encontraste lo que buscabas? -preguntó para romper la tensión que los mantenía inmóviles, separados sólo por unos centímetros.
– ¿Quién ha dicho que estuviera buscando algo? -preguntó a su vez Niall, esquivando su mirada.
Romana se echó hacia atrás mientras Niall colocaba la tortilla en la sartén y le añadía un poco de queso, como si estuviera muy concentrado en tal actividad.
Romana le echó un vistazo a la caja que estaba en el suelo. Papeles y sobres. Un sobre grande con el nombre de una empresa especializada en reportajes fotográficos.
Niall siguió con su mirada los ojos de Romana, por un momento pareció dudar.
– Necesitaba…necesitaba encontrar las fotos después de lo de esta noche. Aquella chica vestida de novia se parecía tanto…
Romana tomó la caja del suelo y la colocó encima de la mesa. Luego sacó el sobre.
– Vamos a ver.
– ¡No! -gritó Niall, sujetándole la muñeca para impedir que lo abriera-. No creo que sea el momento.
– Huele a quemado -dijo Romana señalando el fuego.
Niall se dio la vuelta y movió la sartén, rescatando la tortilla antes de que se quemara. Luego, manteniendo como siempre el control de la situación, la partió por la mitad y la colocó en dos platos.
Romana entendía ahora por qué sus ojos parecían de piedra gris. Tenía el control de su vida sujeto con pinzas. Se negaba a enfrentarse al dolor, y por eso no se arriesgaba a concederse ninguna emoción.
Niall se sentó en la mesa y comenzó a comer, actuando como si no pasara nada. Pero ella ya sabía que era todo una farsa. Había visto el destello de algo más, algo cálido y vivo, un corazón que seguía latiendo detrás del muro que él había construido a su alrededor.
Romana apartó su plato y comenzó a revisar el contenido de la caja. Se sentía como una mirona hurgando en los entresijos de vidas ajenas, pero estaba decidida a provocar una reacción.
La caja estaba llena de cartas y notitas, ese tipo de cosas que guardan los enamorados y que nadie más debería ver. Romana no pudo continuar. Se dio la vuelta y probó un bocado de tortilla. Ella también estaba actuando como si no pasara nada.
– Mis hermanas limpiaron la casa antes de que yo regresara. Metieron su ropa y los regalos de boda en cajas para guardarlos hasta que yo estuviera en condiciones de enfrentarme a ello.
– No deberías haber esperado tanto.
– No sabía que hubiera un calendario fijo para estas cosas.
– No puedes enterrar el dolor. Tienes que enfrentarte a él. Cuando hablamos de la gente que queremos y hemos perdido, los mantenemos vivos. Tienes que mirar las fotografías, recordar aquel día, las cosas que te dijo…
– ¡Basta ya! -gritó Niall con los ojos encendidos-. No sabes de lo que estás hablando. Y le pido a Dios que no lo sepas nunca.
Se concentró en su plato, como si este pudiera protegerle. Pero no podía comer. Ella se lo retiró y lo tomó de la mano.
– Al menos has tenido a alguien que te ha amado por encima de todo. Eso no te lo puede quitar nadie.
Niall tenía razón. Ella no podía imaginar su pena, pero estaba sintiendo algo que le dolía, algo así como un cuchillo en la garganta, viéndolo llorar la muerte de su esposa. Por eso estaba allí, en su cocina, en vez de en su propia casa. Y estaba dispuesta a ayudarlo a enfrentarse con sus demonios.
Con todo el cuidado del mundo, Romana sacó una fotografía de Louise llegando a la iglesia y la contempló. Louise reía mientras el viento sacudía el velo de su vestido de novia. Estaba pletórica, llena de vida.
Torció la fotografía para que Niall pudiera verla, pero él mantuvo fija la mirada fija en Romana.
– La amaste con todo tu corazón. Y ella a ti. Eso no va a cambiar, esto no es más que un recuerdo de papel.
Romana se acercó hasta él, le tomo la mano y colocó en ella la fotografía.
– Mírala y recuerda lo que tuviste, no lo que has perdido.
Niall continuaba sin bajar la vista.
– No puedo hacerlo.
– ¡Mírala!
El sonido de un viejo reloj de pared era lo único que se escuchaba. Tras una pausa interminable, Niall dejó que su mirada resbalara hacia la fotograba que tenía en la mano. La miró durante largo rato. Y durante largo rato, su cara no cambió de expresión. Luego recogió las fotografías esparcidas por la mesa y las llevó con él hasta el sofá. Comenzó a mirarlas una a una muy lentamente en medio de un silencio absoluto. Sin hacer ruido, Romana se colocó a su lado.
Había más fotos de la llegada de Louise a la iglesia con su padre, y de Niall y Jordan vestidos de chaqué. Niall parecía mucho más joven, como si en lugar de cuatro años hubiera pasado un siglo.
– ¿Jordan fue tu padrino?
Él asintió con la cabeza.
Había también un grupo de damas de honor con trajes de color albaricoque, y una pareja que debían ser los padres de Niall al lado de dos jóvenes muy guapas.
– ¿Son tus hermanas? -inquirió Romana, forzándolo a responder.
– Cara y Josie -confirmó Niall-. La camiseta de fútbol la compré para el hijo de Josie.
Como si de pronto se hubieran abierto las compuertas, Niall comenzó a hablar, señalando los personajes más importantes, la familia, los amigos, todos juntos celebrando el más feliz de los días. En una de las fotografías se veía a Louise y a Niall, sonriendo a la cámara y saludando.
Una lágrima mojó la foto. Romana pensó por un momento que era de ella, pero Niall levantó la vista y se dio cuenta de que por sus mejillas resbalaban también gruesos lagrimones.
No había nada más que decir. Lo único que podía hacer era abrir los brazos y estrecharlo entre ellos mientras él dejaba salir el dolor guardado durante cuatro largos años.
Capítulo Diez
– Está bien, Niall. Suéltalo todo.
No importaban las palabras que ella murmuraba. Sólo quería que supiera que entendía su dolor, la desesperación de saberse solo y abandonado.
Romana lo besó en la cabeza y luego en las sienes, abriendo su propio corazón mientras lo consolaba, diciéndole cosas que había guardado desde siempre en su interior. Y no dejó de abrazarlo, apretando la cabeza de él contra su pecho mientras le acariciaba el pelo con una mano y la cara con la otra.
– No estás solo -susurró mientras le besaba las lágrimas de los ojos y la línea del mentón, acariciándole suavemente el cuello-. Yo estoy aquí.
– Romana…
Niall pronunció su nombre como si se lo arrancado de las entrañas, mientras se abrazaba a ella. Parecía que no quisiera dejarla marchar nunca.
Ella también murmuró su nombre, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás para ofrecerse, rendida, como se entrega una mujer enamorada a un hombre que está sufriendo. Le entregaba sus brazos, su cuerpo un refugio en el que pudiera olvidarlo todo sin pedir nada a cambio.
Niall levantó la cabeza y la miró, murmurando de nuevo su nombre con una nueva intensidad en su voz.
– Romana -repetía Niall una y otra vez, como si nunca antes lo hubiera pronunciado, como si hubiera abierto de pronto los ojos para descubrir un mundo nuevo.
– Estoy aquí -dijo.
Y se desabrochó el primer botón de la camisa, y después el segundo.
Niall se incorporó y, por un instante, ella creyó que le iba a decir que se detuviera, pero en lugar de hacer eso, le acarició la mano antes de posar suavemente los dedos sobre su frente, como si estuviera intentando averiguar sus más profundos pensamientos. Luego la miró a los ojos y tomó su cara entre las dos manos para besarla con dulzura. Con los labios iban buscando su consentimiento en cada movimiento.
Ella respondía con los labios, la lengua, las manos, animándolo sin palabras a continuar. La boca de Niall se volvió más ansiosa. Romana se dejó caer sobre los cojines.
– Quiero tocarte -dijo Niall-. Quiero desnudarte.
Ella se incorporó y comenzó a desabrocharle la camisa. Tras una pausa que pareció interminable, Niall quedó libre para acariciar su cuello lentamente mientras deslizaba las manos hasta la suave curva de sus pechos. Entonces se detuvo un instante, preguntándole sin palabras si quería que siguiese. Por toda respuesta, Romana se desabrochó el sujetador.
– Seda, pura seda -murmuró Niall mientras abría las manos para encontrarse con la calidez de su piel.
Entonces la reclinó con suavidad sobre los cojines, para continuar explorando con la boca lo que acababan de conocer sus manos.
Cada caricia, cada movimiento, cada beso era lento y seguro. Romana se estremecía con el contacto de sus labios, el fuego de su mirada. La íntima presión de su cuerpo la llenaba de sensaciones casi dolorosas de puro placenteras.
Todo era nuevo y excitante para ella, y Romana contuvo la respiración, temerosa de romper el hechizo. Entonces se incorporó y colocó los brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia sí.
– Quiero tocarte -musitó Romana, repitiendo las palabras que él le había dicho-. Quiero desnudarte.
Y despacio, con ternura, ambos cumplieron su deseo, aprendiendo las necesidades del otro poco a poco, hasta que la pasión lo envolvió todo y perdieron el sentido del tiempo y del espacio.
Podría haber sido perfecto si el nombre que él pronunció en el momento culminante hubiera sido el de Romana.
El nombre de Louise había borrado de un plumazo la magia del momento después de hacer el amor. Ninguno de los dos respiraba. El silencio era tan denso que retumbaba en sus oídos.
– Romana -dijo Niall demasiado tarde-. Yo no… no estaba pensando en…
No sabía en qué estaba pensando. Había tomado a Romana en sus brazos y le había hecho el amor con una pasión desconocida para él. Era la mujer que necesitaba. La seguía necesitando. Sólo a ella.
Pero Louise había estado con ellos. La habían recordado, hablado de ella. Sus fotos seguían esparcidas sobre la mesa. Louise estaba aún allí, esperando que Niall le dijera adiós.
– No pasa nada, Niall. Lo comprendo.
– ¿Sí? Pues yo no.
Lo único que sabía era que la había herido de una manera que tenía difícil solución. Intentó abrazarla, tranquilizarla, pero ella lo rechazó, incorporándose y recogiendo su ropa.
– Necesitabas a alguien, Niall, y yo estaba aquí. No hagamos un drama de esto. ¿Puedes llamar a un taxi mientras paso al baño?
– Yo te llevaré.
No era una pregunta, sino una afirmación. Creyó que ella se iba a negar, pero quizá prefirió no enfrentarse a un incómodo silencio mientras esperaban el taxi. Romana asintió con la cabeza. Se estaba muriendo por dentro. Mientras observaba a Niall recoger su ropa del suelo, pensó que nunca había visto a un hombre tan pálido. Le rompía el corazón pensar que ella le había provocado ese sentimiento de culpa por haber traicionado la memoria de su mujer.
Había pensado que podía ayudarlo a solucionar sus problemas, pero lo único que había conseguido era empeorarlos.
Niall se levantó tras encontrar su camisa debajo de sofá, y Romana aprovechó para escapar escaleras arriba hacia el cuarto de baño.
Cuando terminó, encontró a Niall en la habitación. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros y un jersey, y tenía las llaves del coche en la mano.
– ¿Vas a ir mañana a la tienda? -preguntó ella, tratando de parecer formal.
Esperaba que él le diera cualquier excusa, pero no lo hizo.
– Claibourne & Farraday es mi primera preocupación en este momento. A no ser que India se haya rendido…
– Ni lo sueñes.
Romana le siguió el juego, llevando poco a poco la relación hacia el trabajo, donde siempre debería haberse quedado, aunque ambos lo hubieran olvidado en medio de una atmósfera cargada de pena y recuerdos. Las cosas ya eran demasiado complicadas como para además hacer un drama porque él siguiera enamorado de su mujer.
– ¿Estarás bien solo?
– ¿Y si te digo que no, te quedarás?
Romana frunció el ceño mientras se tomaba su tiempo antes de contestar.
– Una y no más, Niall. Lo que ha ocurrido ha sido la respuesta inevitable a un exceso de emoción. No te confíes. Si se repitiera, sería la demostración de que te estoy utilizando para minar tu posición -dijo Romana, ofreciéndole la posibilidad de culparla a ella de lo que había ocurrido.
– No creo que tengas ni una gota de cinismo en tu cuerpo -replicó Niall, desdeñando su sacrificio.
Si Romana no hubiera cometido ya el error de enamorarse de él, lo habría hecho en ese momento.
– ¿Y qué me dices de ti? -preguntó ella-. ¿Cuánto tienes tú de cínico?
Conocía de antemano la respuesta. Un cínico no se habría confundido de nombre, ni se habría dejado llevar de ese modo en medio de un mar de deseo.
Niall no respondió. Introdujo un CD en el aparato de su Aston, escogiendo la música en vez de una conversación en el camino hacia Londres.
Una vez en su casa, Niall insistió en acompañarla hasta la puerta, y esperó hasta que la abrió.
– Romana…-comenzó a decir.
Pero no encontró las palabras adecuadas.
– No, por favor, no te disculpes. No es necesario. Tú amas a Louise, eso no ha acabado con su muerte.
Romana hizo ademán de marcharse, pero algo la retuvo un instante.
– Niall -dijo colocando una mano sobre su brazo-, déjame decirte algo. Creo que honrarías más a Louise si vivieras tu propia vida. No creo que le gustara verte compadeciéndote, si te quiso tanto como tú a ella.
– Pareces saber mucho sobre el amor para ser una chica abandonada por su madre a cambio de un cheque.
– Vaya novedad -contestó ella con un escalofrío.
– Para mí sí lo ha sido, no me lo habías dicho hasta ayer. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
Romana enarcó una ceja por toda respuesta.
– Ya veo. Yo tengo que vivir mi vida, pero tú puedes compadecerte a ti misma, ¿no? Si quieres saber mi opinión, creo que tu madre fue la que salió perdiendo.
Romana se tragó las lágrimas.
– No sabes de qué estás hablando.
– Y en cuanto a Peter Claibourne, pienso que es un hombre que conoce el precio de todas las cosas, pero el valor de ninguna. Tuvo mujeres hermosas y luego a sus hijas como meras posesiones. No aprendió a querer a los objetos de su deseo.
– A India sí la quiere.
Las palabras le salieron sin pensar, aunque siempre habían estado en su subconsciente, ocultas incluso para sí misma.
– Olvídalo, por favor. Nos quiere a todas igual.
– Si tu padre se hubiera tomado la molestia de conocerte y construir una relación contigo, no se le habría ocurrido regalarte un coche cuando cumpliste dieciocho años. Por eso lo regalaste a tu vez, porque estabas dolida, no por ningún gesto altruista.
Romana iba a contestarle, furiosa, cuando Niall colocó los dedos de una mano sobre su boca.
– Sabes que tengo razón. Y si de verdad quisiera India, como tú dices, no la habría dejado al frente de este enredo. Piénsalo. Te veré mañana, Romana.
Niall le dio un beso en los labios y se dio la vuelta. Ella cerró tras él y, con la mano sobre sus labios aún calientes, se apoyó contra la puerta. Luego fue a su dormitorio, se quitó la ropa y se metió en la cama, pero no pudo librarse del calor que le habían dado sus caricias, ni del dolor de haber perdido la sensación que tuvo durante unos minutos de ser alguien importante para él.
Romana se levantó de la cama y se lavó la cara con agua fría. No se enamoraría de él, se repitió una y otra vez. No se enamoraría de nadie.
Niall se sentó durante largo rato en la cocina, pensando en Romana Claibourne, en cómo había derribado las barreras que él había construido para no volver a sentir nada nunca más. Recordó su manera de abrazarlo, sus besos, y cómo habían hecho el amor en el sofá de Louise.
Pero no era el sofá de Louise. Su mujer estaba muerta, y él también lo había estado hasta que Romana Claibourne, atractiva, inteligente y capaz de encender la noche con su sonrisa, le había arrojado un vaso de café a los pies.
Niall comenzó a recoger las fotografías una por una, observándolas con atención durante largo tiempo antes de meterlas de nuevo en la caja. Nunca olvidaría a Louise, pero Romana tenía razón. Nada podía cambiar el pasado; el remordimiento y la culpa no se la devolverían. Y esa noche, viendo las fotos de la boda, había acabado por aceptarlo.
Había pronunciado su nombre, pero no en un intento de imaginarse que la mujer que tenía en sus brazos era Louise. Había sido una despedida.
Romana lo había liberado de su cárcel y él la había herido sin querer. Tenía que hacer algo, demostrarle cuánto le importaba. Abrió la documentación que le había dado Jordan sobre ella y empezó a buscar algo que pudiera darle una pista.
– ¿Estás sola? ¿No te acompaña tu sombra?
Romana levantó la vista hacia India, que la contemplaba desde la puerta del despacho.
– Tienes una cara fatal, Romana. ¿Te fuiste de fiesta después del pase de anoche?
– No, me fui en cuanto acabó.
– He oído que Niall Macaulay tampoco perdió mucho tiempo en el desfile -insinuó India, sugiriendo que podían haber estado juntos.
– ¿Ah sí? -replicó Romana-. No sabía que Molly te tenía al día de todos los chismorreos.
– Me ha costado sacarle la información, pero como tú no me cuentas nada…
– No hay nada que contar. Estoy cansada, y tú parece que también. ¿Has olvidado que tienes que llevar el equipo de atención neonatal al hospital esta mañana?
– Voy para allá. ¿Te llevo?
– No. todo está organizado. Molly se apañará sin mí -dijo Romana mientras recogía su bolso-. Yo llevaré a la hora de comer.
– No te olvides de esto -replicó India dándole el móvil que estaba encima de la mesa-. Necesito tenerte localizada en todo momento.
Romana cayó en la cuenta de que los problemas de su hermana con la tienda eran mucho más importantes que los suyos.
– ¿Has hablado con papá? -preguntó.
– No responde a mis llamadas -contestó India.
Niall tenía razón. Su padre había emprendido un largo viaje de placer, dejándolas solas ante el peligro de los Farraday mientras él se atiborraba de cócteles y coqueteaba con cuanta mujer bonita se le pusiera por delante.
– ¿Tienes algún plan nuevo para poner a Jordan Farraday de rodillas? -preguntó Romana.
– Tengo a mis contactos trabajando para encontrar trapos sucios. Tiene que haber alguno.
– Ten cuidado. Ellos tienen recortes de prensa nuestros desde que nacimos.
Sabía lo que estaba diciendo, a juzgar por lo que guardaba en su bolso. Niall había deslizado un sobre bajo su puerta mientras ella dormía. Al abrirlo, Romana descubrió un artículo de una revista sobre su madre con una nota que decía: «Nada es tan simple como parece a primera vista. Dile a tu madre que te cuente su historia».
Cuando era adolescente, Romana solía telefonear a su madre para oír su voz. Pero nunca contestaba ella.
Bajó del taxi y contempló la elegante mansión mientras tomaba aire para tranquilizarse. Recorrió las baldosas de la entrada y llamó a la puerta. Le abrió una mujer alta y morena que llevaba a un niño de unos siete años pegado a las piernas. La mujer sonrió con timidez.
– ¿Quién es, Charlie? -preguntó una voz desde una habitación lejana.
– Soy Romana Claibourne -contestó, sacando el recorte de la revista-. ¿Puede darle esto a lady Mackie y preguntarle si me recibiría?
La madre de Romana hizo su aparición al fondo del pasillo. Su impresionante figura se había ensanchado ligeramente con el paso de los años y los embarazos, y algunas arrugas bordeaban sus ojos, pero seguía siendo una gran belleza. Su piel mantenía aquella luminosidad que las fotografías que su hija recortaba siendo niña no conseguían transmitir.
Luego Romana se hizo mayor y dejó de escuchar aquella vocecita que le decía que algún día su madre volvería. Dejó de leer las revistas y guardar las fotografías en una caja de cartón. Hizo una pequeña pira funeraria y prendió fuego a sus fantasías.
– Es Romana Claibourne -dijo la niñera antes de subir las escaleras con el niño en brazos.
– ¿Romana? -dijo su madre con voz temblorosa-, ¿eres tú de verdad?
Romana se contuvo para no dejarse llevar por la emoción.
– Un amigo me dio esto, y tenía que comprobar si era verdad lo que dices aquí sobre cometer errores. ¿Estás de verdad arrepentida de…?
Pero su madre no la dejó terminar. Avanzó hacia ella y la tomó de las manos.
– ¡Oh, mi niña querida! Casi había perdido la esperanza. Pensé que ya nunca vendrías.
Capítulo Once
Romana miró a su alrededor, intentando encontrar a Niall entre la multitud mientras escuchaba el discurso de India.
– ¿Va todo bien? ¿Dónde está Niall?
Molly levantó las cejas.
– Creí que estaría contigo.
Romana supuso que Niall estaría en su oficina, ocupándose de sus propios asuntos. Salió del hospital para llamarlo desde el móvil. La secretaria parecía estar esperando su llamada, y le dijo que Niall estaría fuera de la oficina durante unos días.
Romana lo llamó al móvil, pero le saltó el contestador. No podía dejarle un mensaje. Algunas cosas eran demasiado importantes.
La noche anterior no habría encontrado ninguna razón para regresar a Spitalfields, pero aquella mañana… aquella mañana, todo era posible.
Romana paró con la mano un taxi. El intenso atasco de media mañana le dejaba tiempo para pensar. Imaginó a Niall regresando a aquella casa vacía, con aquellas fotografías. En lugar de culparla por enfrentarlo con su dolor, se había dedicado a buscar un artículo que hablaba de la labor de su madre al frente de una organización para hijos de parejas divorciadas. En él hablaba con tristeza de los errores que había cometido y del dolor de haber perdido a su propia hija.
Lo había metido por debajo de la puerta durante la noche. Niall había cruzado todo Londres en medio de la oscuridad para que ella conociera la verdad, para devolverle algo que ella creía perdido para siempre.
Romana pagó al taxista y, cuando llegó a la puerta, perdió por un momento la confianza en sí misma. Tal vez él no quería verla. Y además, ¿qué iba a decirle?
– ¿Romana?
Niall había aparecido por detrás. Llevaba puesto un par de pantalones viejos y una camiseta totalmente cubierta de manchas de pintura blanca. Romana pensó que estaba guapísimo.
– He venido sólo a darte las gracias. Ahora tengo que volver a la oficina.
– Entra y come algo antes -dijo Niall mientras depositaba en el suelo dos botes de pintura y buscaba la llave en el bolsillo-. Y cuéntame, ¿qué tal esta mañana?
– ¿Y qué me dices de ti? ¿Sabe Jordan que te has tomado la tarde libre?
– Ya sé todo lo que tengo que saber sobre ti. Además, yo he preguntado primero. Pasa, ya sabes aquí está la cocina.
– Niall, he venido a darte las gracias. He hecho…
– Pues hazlo otra vez -contestó él.
Niall colocó un brazo alrededor de su cintura para asegurarse de que no escapara y la besó hasta que dejó de notar su resistencia. No podía luchar contra esa boca de color rosa, ni contra aquellos ojos azules, por no hablar de su cuello… Tras el beso, Niall se paró, esperando que llegara la culpa. Pero no llegó.
– No debiste cortarte el pelo -dijo entonces-. Podría haberme contenido si llevaras aquella espantosa melena. Y ahora, dime, ¿la has visto? -preguntó, relajando un poco la presión alrededor de su cintura.
Romana ya no necesitaba ponerse a la defensiva al hablar de su madre. Y todo gracias a Niall. Sin él, nunca habría descubierto la verdad.
– Sí, la he visto. Y me ha contado algunas cosas. Bueno, Niall, me tengo que ir…
– Deja que se ocupe Molly. Tú siéntate y procura mantenerte apartada del café por si acaso.
– No te vas a olvidar de eso nunca, ¿verdad?
– No -contestó él-. Es uno de esos momentos que te cambian la vida. Nunca se olvidan.
– ¿Sabías quién era yo cuando me bajé del taxi?
– No. Me esperaba a la típica ejecutiva mayor embutida en traje de chaqueta. Tu vestido en cambio era de lo más seductor.
– Se supone que era discreto.
– La próxima vez inténtalo con un saco -advirtió Niall, cambiando de tema antes de que la excitación que comenzaba a sentir se le fuera de las manos.
«La próxima vez» haría las cosas mejor. Quería amanecer con ella dormida a su lado en la cama.
– Háblame de tu madre -dijo entonces, aproximando una silla a la mesa de la cocina, en la que ya estaba sentada Romana.
Cualquier cosa con tal de no recordar la manera en que ella se desabrochaba la blusa. Ahora la tenía lo suficientemente cerca como para quitarle los botones con sólo estirar una mano.
– Hemos hablado mucho. Me contó que mi padre perdió el interés por ella al año de casados. Ella aguantó sus infidelidades por mí. Luego conoció a James y supo lo que era realmente el amor.
– ¿Y por qué no te llevó con ella?
– Mi abuela investigó su vida antes de que se casara con papá, y descubrió que había tenido una aventura con un hombre mayor, una figura conocida. Él tuvo suerte: su mujer lo perdonó y la prensa lo hizo un gran escándalo. Mi madre se retiró, sintiéndose tremendamente culpable por el daño que había causado.
– ¿Y tu padre se aprovechó de aquello?
– No, fue más bien mi abuela. A ella no le importaba mi madre, sólo quería conseguir mi custodia. Amenazó con enviar a la prensa detalles de aquel romance si mi madre no renunciaba a mí. El hombre en cuestión era alguien muy conocido, y mi madre no quería destrozarle la vida.
– Podía haberte buscado.
– No, era parte del acuerdo. Y ella creyó que se merecía el castigo, que no tenía derecho a mí. Esperaba que algún día yo le preguntara por qué lo había hecho y poder explicármelo todo. Durante ese tiempo se dedicó a su marido y a sus hijos, esperándome. Pero sin el recorte de prensa, yo nunca habría dado el primer paso. Siempre te lo agradeceré -dijo Romana rozando tímidamente su mano-. Y tú, ¿qué estabas haciendo cuando he llegado? ¿Pintar?
– Sí, el techo de la habitación de arriba. Es una estupidez, porque no puedo hacerlo todo. Pero es un gesto, un compromiso con el futuro. He estado pensando en lo que me dijiste anoche, en mudarme, pero no me veo en otro sitio. A pesar de mi negligencia, ésta es mi casa y aquí quiero quedarme, aunque cambiando la decoración. Contrataré a un par de estudiantes de Arte y les daré libertad.
– Eso suena bien -dijo Romana-. ¿Mantendrás la pintura del vestíbulo?
– ¿A ti te gusta?
– ¿Y eso qué más da?
– Repito, ¿a ti te gusta?
– A mí sí.
– Entonces se queda.
Romana tuvo el presentimiento de que algo importante acababa de suceder sin que ella se hubiera dado cuenta. Pero no iba a quedarse sin averiguarlo.
– ¿Vas a venir al baile solidario del sábado por la noche? Te lo pregunto porque como has dicho que ya lo habías aprendido todo sobre mí… -dijo Romana, sonriendo con coquetería.
– Mentí. No sé cómo bailas. Resérvame una lenta.
– ¿Sabes bailar?
– Eso es mucho decir. Más bien necesito alguien que me haga de percha.
– Me aseguraré de que Molly te ha incluido en los planes, hombre-sombra.
– No olvides que las sombras tienen que estar muy pegadas -dijo Niall mientras le acariciaba suavemente el cuello con los dedos.
Capítulo Doce
El pelo de Romana formaba un halo dorado que le enmarcaba el rostro, resaltando la elegante curva de su cuello. Llevaba puesto un vaporoso vestido de seda negra que le dejaba al descubierto los tobillos. En el cuello, una gargantilla de azabache rivalizaba en belleza con el resto del conjunto.
– Niall, ¿qué haces aquí?
Alguien había llamado a la puerta de su apartamento, y cuando lo vio, casi se quedó sin respiración. No lo esperaba.
– He venido a llevarte al baile, Cenicienta -repuso Niall, a punto de quedarse también sin aliento al verla tan hermosa-. Tu calabaza te espera.
Romana pensó que Niall tenía algún motivo secreto para mostrarse tan amable, y no le faltaba razón. No la había visto durante dos días, y quería estar a solas con ella, pasar diez minutos en su compañía antes de llegar al baile. Quería sentarse con ella en la oscuridad y tomarle la mano.
– Pero he alquilado un coche -protestó Romana mirando el reloj-. Estará aquí en un minuto.
– Le dije a Molly que cancelara la reserva. Me pareció un gasto superfluo pagar dos vehículos para ir al mismo sitio.
– Todavía no estás a cargo de Claibourne & Farraday -replicó Romana-. Además, no pareces un hada madrina.
– Bueno, es que más que la Cenicienta, ésta es una variación del cuento de La Bella Durmiente.
Sólo que en este caso, la Bella lo había despertado a él con su beso.
– Además, Cenicienta nunca se habría puesto ese vestido -prosiguió Niall.
– ¿No te gusta?
– No he dicho eso. Pero espero que no quisieras pasar inadvertida, porque no lo has conseguido -dijo Niall quitándole el chal que llevaba en la mano.
Romana no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios mientras él colocaba el echarpe sobre sus hombros.
– Nadie quiere pasar inadvertido en un baile de gala, Niall. La revista Celebrity quiere que a sus lectores se les pongan los dientes largos. ¿Qué tal estoy?-preguntó mirándolo de frente.
Le había dado la oportunidad de hacer algún comentario sarcástico, pero el calor de los ojos de Niall por poco la quema.
– Creo que deberían encerrarte para que no provoques un motín -repuso Niall-. Pero a lo mejor soy muy fácil de impresionar.
Ella sabía que no era cierto. Viniendo de un hombre como aquél, ese piropo era todo un triunfo.
Una vez en el coche, los dos se sentaron juntos en el asiento trasero. Niall puso su mano sobre la de ella y no la retiró en todo el trayecto.
– ¿Qué tal van las reformas? -se interesó ella.
– La habitación está terminada. Ahora van a empezar con la cocina. Creo que me marcharé unos días mientras trabajan. Hace tiempo que necesito unas vacaciones.
– Es una buena decisión -dijo Romana, sintiéndose de pronto menos segura de sí misma.
El coche se paró, pero ni siquiera entonces apartó Niall su mano de la de ella.
– Guárdame el primer baile -dijo.
– No tendré tiempo para el primero, estaré muy ocupada. Pero tal vez luego…
– Nada de peros. Quiero el primero -repitió él mientras apretaba su mano con más fuerza.
No le dio tiempo a responder. Niall bajó del coche y ofreció su brazo a Romana para ayudarla. Una vez dentro, ella se reunió en un aparte con Molly para concretar los últimos detalles de la gala. Por su parte, Niall se marchó en busca del maestro de ceremonias.
– Eres totalmente predecible, Niall Macaulay -dijo Romana sentándose a su lado en la mesa después de haber recorrido el salón saludando a todo el mundo.
– Entonces deberías haberme reservado este sitio desde el principio. Sólo desde aquí puedo oler el delicioso perfume que llevas puesto -contestó Niall, inclinándose peligrosamente hacia su escote-. ¿Bailamos?
Romana miró hacia la pista. Estaba vacía.
– India debería inaugurar el baile -protestó ella-. No estarás tramando algo…
– Por supuesto que sí -contestó Niall mientras le retiraba la silla para que se levantara.
El maestro de ceremonias, que había estado pendiente de sus movimientos, se acercó al micrófono mientras Niall y Romana llegaban al centro de la pista.
– Damas y caballeros, demos por favor la bienvenida a la señorita Romana Claibourne y al señor Niall Farraday Macaulay, miembros de las dos familias fundadoras de los grandes almacenes, que abrirán el baile con un vals.
Se escucharon aplausos, e incluso algunos silbidos.
– Pero antes, el señor Macaulay quiere reclamar un regalo muy especial que adquirió en la subasta de esta semana. Un beso de la adorable señorita Claibourne.
Romana no daba crédito. Pensaba que su relación estaba ya por encima de todo aquello. Y él iba a arruinarlo todo por un golpe efectista de publicidad sólo para demostrarle que podía ir más lejos que ella en todo. Al fin y al cabo, era un Farraday.
Y tenía razón. Nada podría evitar que Celebrity publicase esa foto en portada.
Niall le rodeó la cintura con sus brazos y la atrajo hacia sí, mirándola fijamente. Nada podría detenerlo, había ganado.
La gente comenzó a aplaudir y Niall la besó. Un beso suave y delicioso que siguió y siguió en medio de un concierto de aplausos. Pero eso no era lo peor.
Lo peor era que los labios de Romana respondían con calor. Al devolver la caricia, estaba traicionando todo lo que era importante. No quería que acabara nunca, porque después de aquello no le quedaría nada, ni siquiera el respeto a sí misma.
Pero finalmente terminó, y con él, sus sueños, toda su esperanza. Todo lo que quedaba eran las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
Comenzó la música y ellos bailaron porque era lo que todo el mundo esperaba. Romana se sentía tan débil que creyó que se iba a romper. Pero la gente no se rompía, y en realidad los corazones tampoco.
Niall había mostrado su verdadera cara. Durante unos instantes, ella había creído que podría nacer algo especial entre ellos.
La música seguía sonando, pero él dejó súbitamente de mover los pies. Romana levantó la vista y lo miró a los ojos.
– ¿Ya está? ¿Es suficiente para saldar mi deuda?
– Esto no es un cobro, Romana. Es una declaración pública de intenciones, para que todos los Claibourne y los Farraday del mundo sepan que no permitiré que una antigua disputa nos separe. Esto es un acto público de fusión entre tú y yo, con mi garantía personal de que Louise no se interpondrá entre nosotros. Te quiero, Romana, y quiero que sepas que voy a cobrarme los intereses de este beso durante los próximos cincuenta años.
– ¿Cincuenta años? -preguntó Romana, secándose las lágrimas.
– Si me aceptas, sí. Eres la princesa de mi cuento, me has despertado de mi letargo. Y ya sabes cómo acaban los cuentos, ¿no?
La música había dejado de sonar. La gente los rodeaba, esperando que pasara algo.
– Te ofrezco mi corazón, Romana. ¿Lo quieres?
Había dudado de él, pero eso no volvería a ocurrir.
– Sí -repuso Romana-. Sí.
Y mientras sus labios se unían de nuevo, lo único que se escuchó fue un multitudinario aplauso.
– Una cosa más -dijo Niall-. Quiero que sepas que la rendición es incondicional. Alma, corazón, y… grandes almacenes. Cualquiera que sea el futuro de Claibourne & Farraday, mi voto está en tus manos. Estoy seguro de que tomarás la decisión correcta.
Seguían siendo el centro de atención de cientos de ojos clavados en la pista.
– ¿Qué más quieres? ¿Me pongo de rodillas?
– ¿Lo harías?
– Sí. Si tú quieres.
Romana pareció dudar un instante, pero luego se giró, lo tomó de la mano y lo guió hacia la salida.
– ¿Y qué hacemos con esto? -preguntó Niall señalando el bullicio.
– Molly puede arreglárselas sola -repuso Romana.
– Hemos hecho lo que debíamos -dijo Romana.
– No podía estar más de acuerdo -repuso Niall.
Romana elevó su mano para poder contemplar el brillo de su anillo de casada a la luz de la luna. Niall entrelazó sus dedos con los de ella, dejándolos caer sobre la almohada.
– Si se lo hubiéramos dicho a todo el mundo, habrían esperado una boda por todo lo alto. Eso habría sido un regalo para el departamento de Relaciones Públicas de Claibourne & Farraday, pero no quería que nuestra boda se convirtiera en un circo. Aunque tendremos que contárselo a la familia…
– ¿Volvemos a casa y nos enfrentamos a ellos? -propuso Niall sin mucha convicción.
– De acuerdo, pero primero disfrutemos de nuestra luna de miel. ¿Por qué no les mandamos un correo electrónico?
– Excelente idea.
Sentada ante el ordenador de un cibercafé, Romana contempló por enésima vez el brillo de su anillo.
– ¿Qué les decimos?
– Algo corto y simple -contestó él-. A ver qué te parece esto:
Sólo unas líneas para deciros que la supervisión ha sido todo un éxito.
Nos casamos ayer.
Romana y Niall.
Liz Fielding