Kathleen Woodiwiss
Shanna
ESTAMOS EN EL SIGLO XVIII.
Shanna, mujer joven, aristócrata y hermosa, se enamora del audaz e intrépido Ruark, un hombre que desea poseerla totalmente para vengarse de antiguos fantasmas. Shanna se le entrega con toda la candidez de su espíritu y, a la vez, con toda la sensualidad de un corazón ardiente.
Su matrimonio tendrá que pasar por duras pruebas y vencer numerosos obstáculos -entre ellos, el que opone el padre de Shanna- como medio para conquistar su felicidad y el amor eterno, que no obstante llegará a ser traicionado.
La historia es apasionante, no sólo por el desbordamiento de emociones sino por el marco en que se desarrolla: las exuberantes plantaciones del Caribe, los mares infectados de piratas y la colonia inglesa de Virginia.
De estilo romántico, la novela está escrita con prosa moderna y ágil, que obliga a leerla de un tirón.
Sus tormentosas aventuras, su ritmo ágil y bien sostenido podría perfectamente ser llevado a la gran pantalla.
CAPITULO PRIMERO
Medianoche, 18 de noviembre de 1749
Londres
La noche ceñía a la ciudad con una oscuridad fría y brumosa. Pesaba en el aire la amenaza del invierno. Un humo acre irritaba las fosas nasales y la garganta porque en todos los hogares los fuegos eran alimentados y atizados para combatir el frío, traído por el mar, que penetraba hasta los huesos. Nubes bajas dejaban caer finas gotas de humedad que se mezclaban con el hollín arrojado por las incontables chimeneas de Londres ames de depositarse en una delgada película sobre todas las superficies.
La inhospitalaria lobreguez ocultaba el paso de un carruaje que rodaba por las calles estrechas como si huyera de un terrible desastre. El vehículo se sacudía y equilibraba precariamente sobre el empedrado y sus ruedas lanzaban a los lados cataratas de agua y lodo. En la calma que seguía al paso del coche, el sucio líquido volvía a acumularse lentamente en charcos como espejos negros, quebrados por la caída de gomas o surcados por nítidas ondulaciones paralelas. El cochero, ominosa mente corpulento, embozado en su capote, tiraba de las riendas y profería juramentos contra los dos caballos rucios, pero su voz se perdía entre el pesado golpear de los cascos y el ruido de las ruedas sobre las piedras desiguales. El estrépito retumbaba en la noche con mil ecos que parecían venir de todas partes. La forma oscura del carruaje cruzaba raudamente los sectores débilmente iluminados por las linternas de las fachadas barrocas frente a las que pasaba. Desde lo alto, gárgolas agazapadas en los aleros hacían muecas sardónicas y soltaban una baba de hilos de lluvia por sus bocas de granito, como si tuvieran hambre de la presa que pasaba debajo de sus nidos de piedra.
Shanna Trahern se afirmó contra los mullidos cojines de terciopelo rojo del carruaje, buscando un poco de seguridad contra la alocada velocidad. Poco le preocupaban las tinieblas más allá de las cortinillas de cuero o, en realidad, cualquier otra cosa que no fueran sus propios pensamientos. Iba sola, silenciosa. Su rostro estaba desprovisto de expresión, aunque de tanto en tanto la linterna del carruaje iluminaba el interior y revelaba el fulgor vidrioso de sus ojos de color azul verdoso. Ningún hombre que ahora los mirara habría encontrado en esos ojos una traza de calidez para animado o un indicio de ternura para confortar a su corazón. La cara, tan arrebatadoramente joven y hermosa era indiferente. Sin, el habitual público de ansiosos admiradores no había necesidad de presentar una imagen encantadora o graciosa, aunque, por cierto, era raro que Shanna Trahern se empeñase en ello más allá de lo que duraba un capricho momentáneo. Si estaba de humor podía subyugar a cualquiera, pero ahora su mirada mostraba una severa determinación que habría arredrado hasta el espíritu más heroico.
Suspiró y una vez más analizó sus razonamientos en busca de una falla. Ni su belleza, ni las riquezas de su padre la habían ayudado. Tres años en los mejores colegios de Europa y Gran Bretaña la habían aburrido hasta el hartazgo. Los así llamados colegios para damas se ocupaban más de modales cortesanos, modas y las diversas y tediosas formas de labores de aguja que de las técnicas de escritura o de hacer números. Allí se había visto perseguida por su hermosura y expuesta ala doblez de jóvenes libertinos que buscaban extender sus reputaciones a expensas de ellas. Muchos sintieron el aguijón del desdén de ella y en seguida, descorazonados, se alejaron malhumorados. Cuando se supo que ella era la hija de Orlan Trahern, uno de los hombres más ricos que jamás frecuentara el mercado, todos esos jóvenes en situaciones apuradas vinieron a buscar su mano. A estos petimetres ella no pudo Soportados más que al resto y desbarató cruelmente sus sueños con palabras dolorosas como la hoja de una daga.
Su decepción con los hombres motivó el ultimátum de su padre. Empezó muy simplemente.
Cuando ella regresó de Europa, él la regañó por no haber encontrado marido.
– Con todos esos potros jóvenes y vehementes a tu alrededor, muchacha, ni siquiera has podido conseguir un hombre con un apellido para que tus hijos sean aceptados.
Las palabras picaron el orgullo de Shanna y arrancaron lágrimas a sus ojos. Indiferente a su desazón, el padre continuó, clavando más hondamente la espuela.
– ¡Maldición, muchacha! ¿Para qué he acumulado una fortuna, si no para mis descendientes? Pero si por ti fuera, no llegaría más lejos que tú tumba. ¡Diantre, yo quiero nietos! ¿Te has propuesto convertirte en una solterona que rechaza a todos los hombres que se le acercan? Tus hijos podrían ser potencias en la corte si tuvieran un título que los ayudase. Necesitarán sólo dos cosas para tener éxito en este mundo y ser aceptados por la realeza. Yo les doy una: riqueza, más riqueza de la que se puede gastar en toda una vida. Tú puedes darles la otra: un apellido que nadie se atreva a cuestionar, un apellido con un linaje tan puro y fino que necesite un buen torrente de sangre plebeya para fortalecerse. Un apellido así puede hacer tanto como las riquezas para abrir puertas. Pero sin otro apellido que Trahern, ellos serán poco más que mercaderes. -Su voz se elevó con ira-. Tengo la desgracia de haber traído al mundo una hija con un aspecto como para elegir entre las estirpes más azules, capaz de hacer que barones, condes y hasta duques se peleen por tenerla. Pero ella sueña con un caballero de plata montado en un blanco corcel y que pueda estar a la altura de su intacta pureza.
El error de Shanna fue responder a su padre bruscamente y con i palabras acaloradas. Pronto se trabaron en una tormentosa discusión que terminó abruptamente cuando él golpeó la mesa con su pesado puño y la desafió a que siguiera hablando. La cólera de él relampagueó y ardió dentro de ella.
– Tienes un año para terminar con tus fantasías -rugió él-. Tu período de gracia termina cuando cumplas veintiún años, el día que marca tu nacimiento. Si para entonces no te has casado con un miembro de la aristocracia, yo designaré al mozo dispuesto que encuentre primero, y que sea suficientemente joven para que te dé hijos, y ese será tu marido. ¡Y así tenga que arrastrarte al altar en cadenas, me obedecerás!
Shanna quedó atónita, sumida en incrédulo silencio ante esta amenaza, pero supo que él hablaba muy en serio. Una promesa de Orlan Trahern jamás dejaba de cumplirse.
Su padre continuó en tono un poco más calmo. -Puesto que estos días estamos enfadados uno con el otro, no te obligaré a soportar mi presencia. Ralston zarpa para Londres por negocios míos. Irás con él, y también con Pitney. Sé que con Pitney tú puedes hacer lo que quieras… lo has hecho desde pequeña. Pero Ralston cuidará de que ustedes dos no hagan travesuras y no se metan en problemas. Puedes llevar a tu doncella Hergus, también. El segundo día del próximo mes de diciembre termina tu plazo y regresarás a Los Camellos, con o sin esposo. Y si no has encontrado marido para entonces, el asunto quedará en mis manos.
OrIan Trahern había tenido una vida dura en su juventud. A los doce años vio cómo su padre, un salteador galés, era colgado de un árbol junto al camino por sus delitos. Su madre, obligada a trabajar de fregona, murió de fiebres palúdicas pocos años después, debilitada por el exceso de trabajo, la mala comida y los fríos del invierno. Orlan la sepultó y juró que se abriría camino y construiría una vida mejor para él y sus descendientes.
Con el perenne recuerdo del roble donde habían colgado a su padre, el muchacho trabajó duramente, sabiamente, cuidando de ser escrupulosamente honrado. Su lengua era rápida, lo mismo que su ingenio, y su mente era ágil. Pronto aprendió los usos del dinero, rentas, intereses, inversiones y, sobre todo, el riesgo calculado para obtener altos beneficios. El joven Trahern primero pidió prestado para sus empresas pero pronto estuvo usando dinero propio. Los otros empezaron a acudir a él. Todo lo que él tocaba aumentaba su fortuna y empezó a adquirir propiedades rurales, casas en la ciudad, mansiones y otras propiedades. A cambio de billetes redimibles por la Corona aceptó el título de propiedad de una pequeña y verdeante isla del Caribe, donde se retiró inmediatamente para disfrutar de sus riquezas y disponer de más tiempo para administrar el flujo de dinero en sus cuentas.
Sus éxitos le valieron el título de Lord Trahern que empezaron a otorgarle vendedores de caras sucias y comerciantes taimados, porque él era, indudablemente, el lord, el señor del mercado.
Los aristócratas usaban el título por necesidad cuando acudían a pedirle prestado, aunque por considerarlo inferior a ellos lo rechazaban socialmente. Orlan anhelaba que ellos lo aceptaran como a un igual y le resultaba difícil aceptar ese deseo en sí mismo. No era un hombre de arrastrarse y aprendió a manejar a los hombres. Ahora trataba de hacer lo mismo con su única hija. Los desaires que había recibido durante los años pasados acumulando su fortuna eran en gran parte responsables del rompimiento que ahora hacía que su hija se retrajera dentro de sí misma.
Pero Shanna tenía el mismo carácter de su empecinado y sincero padre. Mientras Georgiana Trahern vivía, ella había suavizado las diferencias y acallado las discusiones entre su marido y su hija, pero con su muerte, hacía cinco años, ellos se quedaron sin la dulce mediadora. Ahora no había nadie que pudiera disuadir gentilmente al terco de Trahern o hacerle entender a la hija sus obligaciones.
Sin embargo, con Ralston para garantizar que ella se plegara a los deseos de su padre, Shanna no tuvo oportunidad de hacer otra cosa. Después de regresar a Inglaterra no le llevó mucho tiempo encontrarse perdida entre una multitud de apellidos acompañados de diversos títulos, barón, conde y cosas así. Desapasionadamente, pudo encontrar defectos en cada uno de los pretendientes: una nariz de entremetido en éste, una mano atrevida en este otro, un ceño hosco, una tos sibilante, un orgullo pomposo.
La visión de una camisa gastada debajo de un chaleco o de una bolsa vacía y arrugada colgando de un cinturón la enfriaban abruptamente ante las ofertas de matrimonio. Consciente de que una jugosa dote la acompañaría y de que ella eventualmente heredaría una fortuna lo bastante grande para satisfacer los caprichos del más imaginativo, los pretendientes se mostraban celosos y atentos, excesivamente considera dos ante el menor de los deseos de ella, excepto el que ella declaraba más a menudo: ignoraban sus pedidos de que desaparecieran de su presencia y a veces debía hacerse ayudar por el señor Pitney. Frecuentemente, entre los solteros cortejantes estallaban reyertas que terminaban en insultos y golpes, y lo que había empezado como un tranquilo acontecimiento social o un simple paseo, a menudo se disolvía en ruinas y Shanna debía ser escoltada hasta la seguridad de su casa por Pitney, su guardián: Algunos pretendientes eran sutiles y arteros mientras que otros eran audaces y prepotentes. Pero en la mayoría ella veía que el deseo de riquezas excedía al deseo que sentían de ella. Parecía que a ninguno le interesaba una esposa que, con amor en su corazón, estuviera dispuesta a compartir la pobreza, sino que todos veían primero el oro de su padre.
También había otros que trabajaban activamente para llevarla a la cama sin la ceremonia del casamiento, usualmente por la sencilla razón de que ya tenían una esposa. Un conde quiso hacerla su querida y le juró apasionadamente amor eterno hasta que sus hijos, seis en total, interrumpieron la declaración. Estos encuentros superaban ampliamente a los buenos y con cada uno Shanna quedaba con menos entusiasmo por los hombres.
No fue el menor, de sus problemas el hecho de que su año en Londres estuvo a punto de terminar desastrosamente en cuanto a la mera existencia. El Tratado de Aix-la-Chapelle había dejado sueltos en la ciudad a numerosos soldados y marineros y una buena parte de ellos, envalentonados con el falso coraje de la ginebra, se dedicaron al robo para sobrevivir y volvieron la noche peligrosa para quienes paseaban inocentemente por las calles. Shanna lo hizo, pero sólo una vez, y esa ocasión bastó para disuadirla de nuevas salidas. Si no hubiera sido por la rapidez y la fuerza de Pitney que hizo huir a los delincuentes, ella hubiese sido despojada de sus joyas, y también de su virtud. En abril, estuvo a punto de morir pisoteada cuando fue al Templo de la paz para escuchar un concierto con música de Händel para los Reales Fuegos de Artificio. En realidad, fueron los fuegos de artificio los que causaron la conmoción al incendiar el edificio rococó.que el rey había ordenado construir para celebrar el Tratado de Aix. Horrorizada, Shanna vio cómo ardían las faldas de una muchachita. La joven fue despojada rápidamente de sus ropas y su vestido fue pisoteado hasta que el fuego se apagó. Momentos después, la misma Shanna escapó a supuestas lesiones cuando su acompañante de la noche la aferró y la arrastró al suelo. Ella hubiera podido creer que lo hacía solamente para salvada de un cohete extraviado, si él no hubiera tratado de desprenderle el corpiño del vestido en el proceso. El estampido del cañón fue suave en comparación con la furia de Shanna, e indiferente a la multitud que se congregó a su alrededor, sin saber si cubrirse el pecho semidesnudo o escapar a.las llamas, Shanna dio al vizconde una bofetada que lo hizo caer de rodillas. En seguida caminó entre la gente, llegó a su carruaje y recuperó una apariencia de recato. Pitney, con su corpulencia, impidió que el joven lord la acompañara y Shanna regresó sola a la casa de la ciudad.
Pero ahora todo eso estaba en el pasado. Lo que importaba era que su período de gracia casi había terminado y ella no había encontrado una pareja aceptable.
Sin embargo, era una mujer de recursos y con ideas propias. Como su padre, Shanna podía ser astuta e inteligente. Esta era una de esas ocasiones que requerían toda su sagacidad. Y estaba lo suficientemente desesperada para intentar cualquier cosa a fin de escapar al destino que el viejo Trahern planeaba para ella. Es decir, cualquier cosa menos huir. La honradez prevalecía cuando ella admitía que, pese a sus diferencias, amaba profundamente a su padre.
Esta misma tarde, sus desmayadas esperanzas revivieron cuando Pitney, un amigo verdadero y leal, le trajo el aviso tan esperado. Hasta estaba libre de la presencia del siempre vigilante Ralston. Por una buena suerte excepcional, él fue llamado en las primeras horas de la mañana para que investigara los daños sufridos por un barco mercante de Trahern que había encallado cerca de la costa escocesa. Como Ralston estaría ausente por lo menos una semana, quizá más, Shanna confió en que podría dejar este asunto arreglado antes de que él pudiera regresar. Entonces, si todo salía bien, él encontraría el hecho consumado y no podría modificarlo.
Confiarse en Ralston hubiera sido igual que informar al mismo Orlan Trahern y Shanna tuvo que poner cuidado especial en asegurarse de que el señor Ralston quedara convencido de la sinceridad y validez de las acciones de ella. Si su padre llegaba a sospechar que había procedido con trapacerías, ella tendría que enfrentarse con algo más que la cólera de él. Orlan Trahern haría efectiva inmediatamente su amenaza y ella no tenía ningún deseo de soportar la consecuencia, quienquiera que fuera el individuo.
Empezó a sentirse ansiosa en el protegido interior del lujoso Briska, y con la voz de las ruedas como protección, ensayó en voz baja el nombre tan nuevo para sus labios, tan lleno de promesas.
– Ruark Beauchamp. Ruark Deverell Beauchamp.
Nadie hubiera podido negar la fina distinción de ese nombre, ni la aristocracia de los Beauchamp de Londres.
La invadió un ligero remordimiento de conciencia. Con cada momento que pasaba, el carruaje la acercaba más al instante decisivo. Pero Shanna reunió todo su coraje en defensa de sí misma.
‹ ¡Esto no está mal! Este arreglo nos beneficia a los dos. El hombre tendrá alivio en sus últimos días de vida y. será sepultado en una tumba honorable por su servicio temporario. Dentro de dos semanas, mi año habrá terminado.›
Empero, los escrúpulos empezaban a corroer los bordes de su resolución mientras preguntas por docenas se lanzaban sobre ella como murciélagos en la noche. ¿Serviría este Ruark Beauchamp para sus propósitos? ¿Y si era un hombre bestial, jorobado, con dientes podridos?
Shanna apretó la mandíbula, hermosa en cualquier estado de ánimo, con la determinación de una Trahern y buscó una distracción para aventar la multitud de temores que amenazaban con envolverla. Apartó la cortinilla de cuero de la ventanilla y miró hacia la noche. Jirones de niebla empezaban a filtrarse en las calles y ocultaban a medias las tabernas y posadas a oscuras por las que ahora pasaban..Era una noche lúgubre; pero Shanna podía soportar la niebla y la humedad. Eran las tormentas lo que temía y la inquietaba cuando se desataban sobre la tierra.
Shanna dejó caer la cortinilla y cerró los ojos, pero no encontró alivio para sus tensiones. En un intento de detener el temblor que, la poseía, hundió profundamente sus finas manos en un manguito de piel y las enlazó con fuerza. Tantas cosas dependían de esta noche. No podía esperar que todo saliera bien, y la duda frustraba sus esfuerzos por calmarse.
¿Este Ruark se reiría de ella?, Shanna había conquistado los corazones de muchos hombres. ¿Por qué no conquistaría también a este? l. ¿Rechazaría él su pedido con una burla cruel?
Shanna se sacudió los escrúpulos de su mente. Preparó sus armas, arregló el atrevido escote del vestido de terciopelo rojo que había escogido. Nunca había desplegado completamente sus artes de seducción, pero sospechaba que un hombre normal difícilmente se negaría ante una gran andanada de lágrimas.
– En alguna parte tocó una campana en la noche.
Las ruedas del carruaje saltaban sobre el empedrado y el corazón de Shanna parecía seguir el rápido ritmo.
El tiempo permanecía inmóvil mientras la incertidumbre picoteaba los límites exteriores de su mente, y en alguna parte, hondamente en su interior ella se preguntaba qué locura la había espoleado a empezar este asunto.
Un grito interior emergió hasta la conciencia. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Su padre había perdido el sentido y la ternura del amor en su codicia y deseo de aceptación en la corte? ¿Era ella solamente un peón útil en algún gambito más grande? El había amado profundamente a su esposa, sin dar importancia al hecho de que. Georgiana era hija de un herrero plebeyo. ¿Por qué, entonces, tenía que empujar a su única hija a una relación que ella aborrecería?
No era que ella no se hubiera esforzado. Desde su arribo a Londres habíase visto constantemente asediada por cortejantes, pero en todos encontró defectos. Quienes más le desagradaron fueron los que se le acercaron con un deseo de riquezas que excedía al deseo que sentían por ella. ¿Su padre no podía comprender que ella quería un esposo al que pudiera admirar, amar y respetar?
Ninguna voz daba las respuestas que buscaba Shanna. Sólo estaba el ruido regular de los cascos de los caballos que la acercaban cada vez más a su prueba.
El carruaje redujo su velocidad y dobló en una esquina. Shanna oyó la voz de Pitney cuando se detuvieron frente a la siniestra fachada de la cárcel de Newgate. La respiración pareció atascársele en la garganta y su corazón empezó a latir a un ritmo caótico. El sonido de las pisadas de Pitney golpeando pesadamente el empedrado resonó dentro de su cabeza. Como una prisionera condenada, esperó hasta que él abrió la portezuela y se asomó al interior del coche.
El señor Pitney era un hombre gigantesco, de anchas espaldas, con una cara amplia y llena, de acuerdo con su tamaño. Un duro mechón de cabellos castaños estaba atado en su nuca debajo de un tricornio negro. A sus cincuenta años, podía enfrentar y vencer a dos hombres menores o mayores que él. Su pasado era un misterio y Shanna nunca lo había investigado, pero sospechaba que podía rivalizar con el de su abuelo. Sin embargo, no se preocupaba por su seguridad con Pitney cerca de ella. El era como una parte de la familia, aunque algunos lo hubieran considerado un sirviente contratado, porque su padre lo empleaba como guardia personal de Shanna cada vez que ella viajaba al extranjero. En Los Camellos era independiente de Orlan Trahern y su riqueza y pasaba el tiempo tallando madera y construyendo muebles. El hombre servía a la hija tanto como al padre y no era inclinado a llevar a su empleador cuentos sobre las infracciones más ligeras de ella. Ella admiraba en algunas cosas, la aconsejaba en otras, y cuando, Shanna sentía necesidad de contar sus problemas, era Pitney quien más la consolaba. El había sido cómplice de ella en otras ocasiones que el padre no habría aprobado.
– ¿Está decidida? -preguntó Pitney con una voz profunda y áspera-. ¿Tiene que ser así, entonces?
– Sí, Pitney -murmuró ella quedamente, y con más decisión, agregó-: Tengo que hacerlo.
A la luz mezquina de las linternas del coche, los ojos grises de él se encontraron con los de ella. Tenía el entrecejo arrugado en un gesto de preocupación-. Entonces será mejor que se prepare -dijo él.
Shanna tranquilizó su mente y con fría determinación bajó un espeso velo de encaje sobre su cara y acomodó el capuchón de su capa de terciopelo negro a fin de ocultar aún más su identidad y cubrir sus largos bucles dorados.
Pitney abrió la marcha hacia el portal principal y Shanna lo siguió y sintió un impulso casi irresistible de huir en dirección opuesta. Pero se contuvo y pensó que si esto era una locura, casarse con un hombre al que odiara sería el infierno.
Cuando ellos entraron, el portero de la cárcel se puso de pie con una ansiedad nacida de la codicia y se adelantó a saludada. Era un hombre grotescamente gordo, cuyos brazos parecían arietes. Sus piernas eran tan inmensas que, él tenía que caminar con los pies bien separados, lo cual lo hacía andar tambaleándose de un lado a otro. Empero, pese a su volumen, era bajo y su altura apenas alcanzaba la. de Shanna, quien para una mujer era más baja que alta. Su respiración sibilante, acelerada por el esfuerzo de levantarse de la silla, llenó la habitación con un aroma de ron rancio, puerros y pescado. Rápidamente, Shanna apretó contra su nariz un pañuelo, perfumado para contrarrestar el repugnante olor del aliento del hombre. -Mi lady, temí que usted hubiera cambiado de opinión -cloqueó- el señor Hicks mientras trataba de tomarle la mano para plantar un beso en ella.
Shanna reprimió un estremecimiento de asco, retrocedió antes de que los labios de él pudieran tocarle los dedos y puso sus manos a salvo dentro del manguito de piel. No hubiera podido decidir qué era peor: si tener que soportar el fétido hedor que flotaba como una nube invisible alrededor de él, o sentir el repulsivo contacto de esos labios en su mano.
– Estoy aquí como dije que estaría, señor Hicks -replicó ella con severidad.
El olor ofensivo fue demasiado y ella sacó nuevamente el pañuelo de encaje del manguito para agitarlo ante su rostro velado.
– Por favor… -dijo, semi ahogada- permítame ver al hombre a fin de que podamos seguir con lo convenido.
El carcelero se demoró un momento y se rascó pensativo el mentón, preguntándose si habría posibilidad de ganar algo más de lo que le habían prometido. La única otra vez que la dama había estado en la prisión fue casi dos meses atrás, y también entonces estaba velada, como para ocultar perfectamente su identidad. El había sentido picada su curiosidad, pero ella no se extendió sobre la razón por la cual deseaba conocer a un condenado. La perspectiva de una bolsa bien llena lo tentó, y proporcionó obedientemente los nombres de prisioneros destinados a la horca al hombre ceñudo que la acompañaba. En la primera visita, Hicks tomó nota cuidadosamente del anillo que ella llevaba en un dedo y del corte discreto pero elegante de sus ropas. No era difícil adivinar que ella no era la hija de un pobre. Ajá, ella tenía fortuna, muy bien, y él no tenía inconveniente en apropiarse de una porción mayor de la que le habían prometido… si podía. Y allí era donde estaba la dificultad. El no se atrevía a pedirle nada cuando ella estaba acompañada de su servidor, y el gigantón no parecía dispuesto a dejada sola.
Sin embargo, parecía una vergüenza que una mujer que olía tan tentadora y dulce como ella, perdiera un momento de su vida hablando con un condenado. Ese individuo, Beauchamp, era un alborotador, el peor prisionero que él hubiera tenido jamás en una celda. Hicks se frotó pensativamente la mejilla, recordando el puño del hombre contra ella. Qué no daría por ver castrado a ese bellaco. Se lo tendría bien merecido. Pero el bribón iba a morir y él tendría su venganza, aunque hubiera preferido una muerte lenta.
El señor Hicks emitió un largo suspiro y en seguida eructó ruidosamente.
– Tendremos que vedo en su celda. El obeso carcelero tomó una argolla llena de llaves que colgaba de un gancho-. Tenemos que encerrarlo separado de los otros porque si estuvieran juntos los sublevaría contra nosotros. -Encendió una linterna mientras hablaba-. Vaya, fue necesario un pelotón de casacas rojas para encadenado cuando lo agarraron en la posada. Es un colonial y por lo tanto es semisalvaje.
Si Hicks quiso asustada, Shanna no se dejó influenciar. Ahora estaba serena y sabía lo que debía hacer para solucionar sus propias dificultades. Nada la detendría, ahora que había llegado tan lejos.
– Abra la marcha, señor carcelero -ordenó ella firmemente-. No recibirá ni un cuarto de penique hasta que yo haya decidido personalmente que el señor Beauchamp se ajusta a mis necesidades. Mi hombre, Pitney, nos acompañará para que no haya problemas.
La sonrisa desapareció e Hicks se alzó de hombros. Como no encontró otra excusa para demorarse, tomó la linterna para iluminar el camino. Con su peculiar andar tambaleante, los precedió a través de las pesadas puertas de hierro que llevaban a la prisión principal y después por un corredor débilmente iluminado. Los pasos resonaban en los peldaños de piedra mientras la linterna lanzaba sombras fantasmagóricas alrededor de ellos. Un silencio ultraterreno envolvía al lugar porque la mayoría de los prisioneros dormían, pero de tanto en tanto se oía un gemido o un llanto apagado. De una fuente invisible goteaba agua y sonidos rápidos y escurridizos en los rincones oscuros hacían estremecer a Shanna y la llenaban de extraños presentimientos. Tembló llena de recelo y apretó su capa a su alrededor, pero no dejó de sentir lo siniestro del lugar.
– ¿Cuánto tiempo ha estado el hombre aquí? -preguntó y miró inquieta a su alrededor. Parecía imposible que nadie pudiera conservar la cordura en un agujero como este.
– Cerca de tres meses, mi lady.
– ¡Tres meses! -exclamó Shanna-. Pero su nota decía que es un condenado reciente. ¿Cómo es eso?
Hicks soltó un resoplido.
– El magistrado no sabía exactamente qué hacer con el hombre, mi lady. Con un apellido como
Beauchamp, hay que tener mucho cuidado. Hasta el mismo lord Harry teme a la marquesa Beauchamp. El viejo Harry vacilaba, puedo decirlo, pero como él es el magistrado, tuvo que hacerlo él y no otro. Entonces, hace una semana, dio su sentencia: ahórcalo. – los pesados hombros de Hicks subieron y bajaron como si fuera una carga demasiado pesada para él-. Supongo que se debe a que el individuo es de las colonias y, por lo que sé, no tiene parientes cercanos aquí. El viejo Harry me ordenó que colgara al individuo sin hacer ruido, a fin de que los otros Beauchamp y la marquesa no se enteren del hecho. Siendo inteligente como soy, cuando me dijeron que manejara el asunto discretamente, pensé que el señor Beauchamp era el hombre para usted. -Hicks se detuvo ante una puerta de hierro-. Usted dijo que quería un hombre destinado al cadalso y yo no podía entregárselo hasta que el viejo Harry se decidiera a colgarlo.
– Hicks se detuvo ante una puerta de hierro-. Usted dijo que quería un hombre destinado al cadalso y yo no podía entregárselo hasta que el viejo Harry se decidiera a colgarlo.
– Ha hecho bien, señor Hicks -repuso Shanna, con un poco más de amabilidad. ¡Resultaba todavía mejor de lo que ella había esperado! Ahora, en cuanto a la apariencia y el consentimiento del hombre…
El carcelero metió una llave en una cerradura y empujó una puerta que se abrió con un fuerte chirrido de goznes oxidados. Shanna intercambió una rápida mirada con Pitney, sabiendo que había llegado el momento en que su plan terminaría o comenzaría.
El señor Hicks levantó la linterna para alumbrar mejor la pequeña celda y la mirada de Shanna se posó sobre el hombre que estaba allí. Se hallaba acurrucado sobre un estrecho camastro, con una frazada muy gastada sobre los hombros como única protección contra el frío. Cuando le llegó el resplandor de la vela, se agitó y se cubrió los ojos como si le dolieran. Por un desgarrón de una manga. Shanna vio un feo magullón. Tenía las muñecas en carne viva donde habían estado las esposas. Una cabellera negra en desorden y una barba espesa. Ocultaban la mayor parte de las facciones y al p1irarlo Shanna no pudo dejar de pensar en una criatura diabólica que se hubiera arrastrado desde las entrañas de la tierra. Se estremeció cuando sus peores temores parecieron hacerse realidad.
El prisionero se apretó contra la pared y después se sentó y se protegió los ojos con una mano..
– Maldición, Hicks -gruñó-. ¿Ni siquiera puedes dejarme disfrutar de mi sueño?
– ¡Ponte de pie, bellaco maldito!
Hicks se acercó y lo empujó con el grueso bastón de madera dura que llevaba, pero cuando el prisionero obedeció, retrocediendo rápidamente varios pasos.
Shanna ahogó una exclamación, porque el cuerpo enflaquecido se desplegó hasta que el hombre, de pie, resultó muy alto. Ahora vio la espalda ancha y, debajo de la camisa abierta, el pecho cubierto de un ligero vello y un vientre plano y caderas estrechas.
– Aquí hay una dama que viene a verte -dijo Hicks, en tono notablemente menos exigente que antes-. Y si piensas hacerle daño, déjame advertirte que…
El prisionero se esforzó por ver en la oscuridad detrás de la linterna.
– ¿Una dama? ¿Qué locura te traes entre manos, Hicks? ¿O quizá se trata de una sutil tortura?
Su voz sonó profunda y suave, agradable a los oídos de Shanna. Fluía con más facilidad y menos entrecortada de lo que ella estaba acostumbrada a oír en Inglaterra. Un hombre de las colonias, había dicho Hicks. Esa era, sin duda, la razón de las sutiles cualidades de su forma de hablar. Empero, había también algo más, una divertida burla que parecía mofarse de todo lo relativo a la prisión.
Shanna permaneció en las sombras un momento más mientras estudiaba atentamente a este Ruark Beauchamp. Las ropas del hombre estaban tan desgarradas como la frazada y ella notó que en varias partes estaban desgarrados casi hasta la cintura en uno de los lados, y el precario remiendo dejaba ver buena parte de la línea delgada de su flanco. Una blusa de lino, quizá alguna vez blanca, estaba ahora manchada y apenas reconocible.
Colgaba en andrajos de los hombros y revelaba unas costillas que todavía eran musculosas pese a las privaciones. El cabello era desparejo y estaba mal cortado, pero sus ojos brillaron alerta cuando él trató de distinguir la silueta de ella. Al no conseguirlo, se irguió y en seguida se inclinó hacia las tinieblas que rodeaban a Shanna. Habló en tono satírico.
– Le pido disculpas, mi lady. Mi alojamiento nada tiene de recomendable. Si yo hubiera sabido que me visitaría, habría limpiado un poco este lugar. Por supuesto -sonrió y señaló a su alrededor no hay mucho que limpiar.
– ¡Ten quieta esa sucia lengua! -interrumpió Hicks oficiosamente-. Esta dama viene por negocios y tú la tratarás con todo respeto, o yo… -Se golpeó sugestivamente la palma abierta con el puño del garrote y rió de su propia astucia.
El convicto clavó una mirada ceñuda en Hicks y la mantuvo hasta que el gordo carcelero empezó a agitarse inquieto.
No habiendo encontrado hasta ahora obstáculos a su plan, Shanna se sintió más animada. Todo parecía desarrollarse fluidamente, como si lo hubiera planeado toda la vida cuando en verdad ella no había hecho mucho. Renacieron en ella la confianza y el coraje, y con un movimiento desenvuelto y gracioso, avanzó hasta quedar iluminada por la linterna.
– No tiene necesidad de provocar a este hombre con sus bravuconadas, señor Hicks -dijo gentilmente.
El sonido de la voz de ella, profunda y suave como la miel, hizo que el prisionero le dedicara toda su atención. Shanna caminó lenta, completa, deliberadamente alrededor de él, estudiándolo como lo haría con un animal de exposición. Los ojos del hombre, de un desusado color ámbar moteado s con chispas doradas, la siguieron con divertida paciencia. La envolvente capa negra y el amplio tontillo que Shanna llevaba debajo de su vestido dejaban mucho librado a la imaginación, sin permitir calcular su edad o apreciar su figura.
– He oído decir que las viudas de la corte practican extraños placeres -comentó él y cruzó los brazos sobre el pecho-. Si de verdad hay una mujer debajo de esas ropas, yo veo pocas pruebas de ello. Perdóneme, mi lady, pero es tarde y mi mente está embotada por el sueño. Por mi vida, no puedo determinar qué propósito la ha traído hasta aquí.
Su sonrisa era sólo levemente burlona pero su voz era abiertamente desafiante. Deliberadamente, Shanna se acercó más hasta que estuvo segura de que el hombre podía detectar la fragancia de su perfume.
El primer asalto estaba lanzado.
– Tenga cuidado, mi lady -le advirtió Hicks-. Es un verdadero bellaco, eso es. Ha matado a una muchacha encinta. La golpeó hasta dejarla convertida en una pulpa ensangrentada, eso hizo.
Pitney avanzó hasta ubicarse detrás de su ama, protectoramente cerca. Su inmensa silueta se erguía amenazadora en los pequeños confines de la celda y hacía que los demás parecieran enanos. Shanna vio apenas una chispa de sorpresa en los ojos del prisionero.
– Ha venido muy bien acompañada mi lady. -Su tono no fue menos audaz-. Tendré cuidado de no hacer movimientos bruscos para no equivocarme Y privar al verdugo de su paga.
Ignorando la ironía. Shanna sacó un frasco de plata de los pliegues de su capa y se lo tendió.
– Un brandy, señor -dijo suavemente-. Si gusta.
Lentamente, Ruark Beauchamp estiró una mano y cubrió un momento los dedos de ella con los suyos antes de tomar el frasco. Sonrió lentamente al rostro velado.
– Muchas gracias.
En otra ocasión, Shanna hubiera regañado al hombre por su atrevimiento, pero ahora permaneció cautamente en silencio. Lo observó mientras él quitaba el tapón y se llevaba el frasco a los labios. Después, él se detuvo y trató nuevamente de descubrir las facciones de ella a través del encaje negro del velo.
– ¿Desea compartirlo conmigo, mi lady?
– No, señor Beauchamp, es todo suyo para que lo beba a su placer. Ruark bebió otro largo sorbo antes de suspirar complacido. -Muchas gracias, mi lady. Casi había olvidado que existen estos lujos.
– ¿Está usted acostumbrado a los lujos, señor Beauchamp?
– preguntó Shanna suavemente.
El colonial, por toda respuesta, se alzó de hombros y señaló con una mano lo que le rodeaba.
– Ciertamente a más que esto -dijo.
Una respuesta sin compromisos, pensó Shanna despectivamente. Después de tres meses en ese lugar, el hombre debería mostrarse más agradecido por su compañía. Nuevamente retiró la mano de los pliegues de su capa y esta vez ofreció un bulto pequeño.
– Aunque sus días están contados, señor Beauchamp, mucho puede hacerse para aliviar su situación. Aquí tiene esto, para su hambre.
El no aceptó hasta que Shanna se vio obligada a abrir ella misma la gran servilleta y mostrar una hogaza de pan endulzado y una generosa porción de sabroso queso. Ella miró con curiosidad pero no hizo ningún movimiento por tomar lo que le ofrecían.
– Mi lady -imploró-, yo deseo este presente pero siento recelos, porque no sé qué desea usted a cambio y nada tengo para ofrecerle.
Una sombra de sonrisa bailó por los labios de Shanna. Al mirarla directamente, Ruark creyó ver una boca curvándose suavemente debajo del espeso velo. Ello estimuló bastante su imaginación.
– Su atención por un momento, señor, y su consideración, porque tengo un asunto que discutir -replicó suavemente Shanna y dejó la comida sobre una tosca mesa que estaba cerca de la cama. Shanna enfrentó resueltamente al señor Hicks y su orden fue dicha quedamente pero con firmeza.
– Ahora déjenos. Quiero hablar en privado con este hombre. Se percató del creciente interés del prisionero.
Desde abajo de sus cejas oscuras, él los observaba a todos con mucha atención y esperaba pacientemente, como un gato ante una cueva de ratones.
Pitney se acercó más, con su ancho rostro lleno de preocupación. – ¿Está segura, señora mía?
– Desde luego -repuso ella y señaló la puerta con su mano delgada-. Acompañe al señor Hicks fuera de la celda.
El obeso carcelero protestó dolorido.
– ¡El bellaco le torcerá el cuello si lo dejo! -dijo Hicks, preocupado, porque si la joven sufría algún daño ¿quién le pagaría a él? Con voz plañidera, dijo-: No me atrevo, mi lady.
– Es mi cuello el que corre peligro, señor Hicks -replicó secamente Shanna, y agregó como si leyera los pensamientos del carcelero-: Y lo mismo se le pagará por sus servicios.
Las mejillas abotagadas de Hicks enrojecieron casi hasta volverse de color púrpura y sus labios balbucientes parecieron temblar cuando expelió el aliento. Dirigió una mirada llena de desconfianza al prisionero. Después, con un oloroso suspiro, levantó la linterna sobre su cabeza. Tomó un cabo de vela de la tosca mesa y lo encendió acercándolo a la llama de la linterna.
– Es un tipo rápido, mi lady -advirtió sombríamente-. Y manténgase a distancia de él. Si él trata de acercársele, grite.
– Su mirada pareció atravesar al colonial-. Intenta algo, maldito bribón, y haré que te cuelguen antes que salga el sol.
Hicks salió murmurando amargamente para sí mismo. Pitney se quedó, inmóvil como una roca, mientras la indecisión cincelaba profundas arrugas en su frente.
– Pitney, por favor -dijo Shanna, aguardando pacientemente, y cuando él no hizo ademán de retirarse, levantó implorante la mano y señaló la puerta de hierro-. Es bastante seguro. ¿Qué podría hacer él? Nada sucederá.
El hombre gigantesco habló por fin, pero dirigiéndose solamente a Ruark.
– Si no quieres morir antes de que pase esta hora -dijo en tono amenazador- cuida de que ella no sufra el menor daño. Si eso llegara a suceder, lamentarás haberlo hecho. Te doy mi palabra y no dudes de que la cumpla.
La mirada de Ruark midió el cuerpo del otro y asintió respetuosamente para indicar que estaba de acuerdo. Todavía con un ceño de descontento, Pitney dio media vuelta, salió de la celda y cerró la puerta tras de sí, pero dejó abierto un pequeño postigo que había en la misma. Desde el interior se pudo ver su espalda pues el quedó allí de guardia contra oídos curiosos.
El prisionero seguía sin moverse, aguardando que Shanna hablara. Ella cruzó la celda caminando lentamente y ahora se puso cuidadosamente fuera del alcance de él. Bajó su capuchón, lo enfrentó y apartó lentamente el velo de encaje al que dejó flotar hasta la mesa que tenía a su lado.
La segunda salva fue disparada.
Dio en el blanco con una efectividad de la que Shanna poco se percató. Ruark Beauchamp no se atrevió a hablar. La belleza de ella era tal que le temblaron las rodillas. Súbitamente, sintió el llamado hambriento de su largo y forzoso celibato. El cabello de claro color miel de Shanna, arreglado en una masa de bucles sueltos, le caía sobre los hombros y por la espalda como una luminosa cascada. Era abundante y sedoso, dispuesto en estudiado desorden. Hebras doradas, sin duda aclaradas por el sol, brillaban entre los sueltos rizos. Ruark sintió una fuerte tentación de acercársele y acariciar la copiosa y sedosa cabellera y pasar suavemente sus dedos por los delicados pómulos tersos como pétalos. Las facciones de ella eran perfectas, la nariz recta y finamente formada. Las suaves cejas de color castaño curvábanse sobre unos ojos que eran claros, de color verde mar, brillantes contra el espeso marco de pestañas muy negras. Esos ojos lo miraban directamente, abiertos aunque inescrutables como cualquier mar que él había visto en su vida.
Los labios, suavemente rosados, eran tentadores y graciosamente curvos, vagamente sonrientes. Bajo la intensa mirada de él, la piel alabastrina se coloreó levemente. Con una voluntad de hierro, Ruark se contuvo y guardó silencio.
Shanna murmuró, recatadamente: -¿Soy tan fea, señor, que se ha quedado sin palabras?
– Al contrario – respondió Ruark con una aparente desenvoltura que no sentía-. Su belleza me ciega tanto que temo que tendrán que conducirme de la mano hasta la horca. Mi mente no puede absorber semejante esplendor después de la sordidez de esta mazmorra. ¿Se supone que debo conocer su nombre, o eso es parte de su secreto?
Shanna se percató de que había dado en el blanco y ahorró el resto de sus armas para más tarde. A menudo había oído declaraciones similares, casi con esas mismas palabras, y ello la había irritado. Que ahora este andrajoso es él quedó allí de guardia contra oídos curiosos.
El prisionero seguía sin moverse, aguardando que Shanna hablara. Ella cruzó la celda caminando lentamente y ahora se puso cuidadosamente fuera del alcance de él. Bajó su capuchón, lo enfrentó y apartó lentamente el velo de encaje al que dejó flotar hasta la mesa que tenía a su lado.
La segunda salva fue disparada.
Dio en el blanco con una efectividad de la que Shanna poco se percató. Ruark Beauchamp no se atrevió a hablar. La belleza de ella era tal que le temblaron las rodillas. Súbitamente, sintió el llamado hambriento de su largo y forzoso celibato. El cabello de claro color miel de Shanna, arreglado en una masa de bucles sueltos, le caía sobre los hombros y por la espalda como una luminosa cascada. Era abundante y sedoso, dispuesto en estudiado desorden.
Hebras doradas, sin duda aclaradas por el sol, brillaban entre los sueltos rizos. Ruark sintió una fuerte tentación de acercársele y acariciar la copiosa y sedosa cabellera y pasar suavemente sus dedos por los delicados pómulos tersos como pétalos. Las facciones de ella eran perfectas, la nariz recta y finamente formada. Las suaves cejas de color castaño curvábanse sobre unos ojos que eran claros, de color verde mar, brillantes contra el espeso marco de pestañas muy negras. Esos ojos lo miraban directamente, abiertos aunque inescrutables como cualquier mar que él había visto en su vida. Los labios, suavemente rosados, eran tentadores y graciosamente curvos, vagamente sonrientes. Bajo la intensa mirada de él, la piel alabastrina se coloreó levemente. Con una voluntad de hierro, Ruark se contuvo y guardó silencio.
Shanna murmuró, recatadamente: -¿Soy tan fea, señor, que se ha quedado sin palabras?
– Al contrario – respondió Ruark con una aparente desenvoltura que no sentía-. Su belleza me ciega tanto que temo que tendrán que conducirme de la mano hasta la horca. Mi mente no puede absorber semejante esplendor después de la sordidez de esta mazmorra. ¿Se supone que debo conocer su nombre, o eso es parte de su secreto?
Shanna se percató de que había dado en el blanco y ahorró el resto de sus armas para más tarde.
A menudo había oído declaraciones similares, casi con esas mismas palabras, y ello la había irritado. Que ahora este andrajoso miserable las usara era casi una afrenta a su orgullo. Pero siguió el juego. Agitó la cabeza y sus bucles se sacudieron seductores. Rió con algo de melancolía.
No señor, yo se lo diré, a1 aunque le pido discreción porque allí está el mayor peso de mi problema. Soy Shanna Trahern, hija de Orlan Trahern.
Hizo una pausa, aguardando la reacción de él. Ruark levantó las cejas y no pudo ocultar su sorpresa. Lord Trahern era conocido en todos los círculos, y entre los jóvenes Shanna Trahern era a menudo tema de acalorados debates. Ella era la reina de hielo, el premio inalcanzable, la rompedora de corazones de muchos mozos y la meta declarada de incontables candidatos, el sueño de la juventud ambiciosa.
Satisfecha, Shanna continuó:
– Como usted ve, Ruark -usó el nombre de pila con despreocupada familiaridad- yo tengo necesidad de su nombre.
– ¡Mi nombre! -exclamó él con incredulidad- ¿Ruark Beauchamp? ¿Necesita el nombre de un asesino convicto cuando el suyo podría abrirle cualquier puerta que usted desee?
Shanna se le acercó para dar más peso a sus palabras. Con los ojos muy abiertos e implorantes, lo miró fijamente y habló casi en un susurro.
– Ruark, estoy en aprietos. Debo casarme con un hombre de apellido ilustre y usted debe estar al tanto de la importancia que tiene en Inglaterra el apellido Beauchamp. Nadie sabrá, excepto yo; por supuesto, que usted no es pariente de ellos. Y puesto que usted tiene poca necesidad futura de su apellido, yo podría usado muy bien.
La confusión de Ruark le embotó el ingenio. No podía imaginar los motivos de ella. ¿Un amante? ¿Una criatura? Ciertamente no se trataba de deudas, porque ella tenía tanto dinero que ninguna deuda podría molestarla. Miró desconcertado esos ojos azul verdosos.
– Seguramente, señora, usted está bromeando. ¿Propone de matrimonio a un hombre a quien van a colgar dentro de poco? Le doy mi palabra de que no veo la lógica de esta situación.
– Es una Cuestión de cierta delicadeza -dijo Shanna, y le volvió la espalda como si se sintiera embarazada. Hizo una pausa y después habló lentamente por sobre su hombro-. Mi padre OrIan Trahern, me dio plazo de un año para encontrar marido y fallando eso me entregará como prometida a quien él escoja. Me considera una solterona y quiere tener nietos que hereden su fortuna. El hombre tiene que ser de una familia estrechamente relacionada con el rey Jorge. Todavía no he encontrado al que yo hubiera elegido, aunque ya casi ha terminado mi plazo. Usted es mi última esperanza de evitar un casamiento arreglado por mi padre. -Ahora venía la parte más difícil. Tenía que regatear con este sucio y harapiento colonial. Mantuvo la cara vuelta hacia otro lado para ocultar su desagrado-. He oído -dijo cuidadosamente- que un hombre puede casarse con una mujer para llevarse las deudas de ella a la horca en retribución por un alivio en sus días finales. Yo puedo darle mucho, Ruark… comida, vino, ropas adecuadas Y frazadas abrigadas y seguramente mi causa…
Ante el persistente silencio de él, Shanna se volvió y trató de verle la expresión en la penumbra, pero él había maniobrado astutamente hasta que ahora, cuando lo enfrentó, ella recibió en la cara toda la luz de la vela. El sigiloso mendigo se había movido tan silenciosamente que ella no se había dado cuenta.
La voz de Ruark sonó algo tensa cuando por fin habló.
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– Mi lady, usted me somete a una prueba dolorosa. Mi madre trató de enseñarme a ser un caballero respetuoso de las mujeres.
– Shanna contuvo el aliento cuando él se le acercó-. Pero mi padre, hombre de considerable sabiduría, me enseñó en mi primera juventud una regla que he seguido siempre.
Caminó lentamente alrededor de ella tal como ella hiciera con él unos momentos antes y se detuvo cuando estuvo a sus espaldas. Casi sin respirar, Shanna aguardó, sintió su proximidad y, sin embargo, no se atrevió a moverse.
– Nunca… -el susurro de Ruark sonó cerca de su oído y le produjo un estremecimiento de temor-…nunca compres una yegua con una manta sobre el lomo.
Shanna no pudo reprimir un respingo cuando él le puso las manos sobre los hombros y empezó a desatar las cintas que aseguraban la capa
– ¿Puedo? -preguntó él y su voz, aunque suave, pareció llenar todos los rincones de la celda.
Ruark aceptó el silencio de ella como consentimiento Y Shanna se hizo fuerte mientras los finos dedos de él desataban los lazos de terciopelo. El le quitó la capa y ella tuvo un momento de arrepentimiento. Su ataque cuidadosamente planeado habíase malgastado con una precipitación proyectada. Pero ella no imaginaba la victoria que estaba cosechando. A aunque carente de adornos esplendorosos y de delicados encajes, el vestido de terciopelo rojo oscuro resaltaba divinamente su hermosura. Ella era la gema, la joya de rara belleza que hacía que el vestido fuera más que un vestido una obra de arte. Arriba de los anchos tontillos que enanchaban la falda a los lados, el corpiño apretadamente ceñido mostraba la fina cintura y al mismo tiempo levantaba sus pechos que se exhibían atrevidamente por el escote cuadrado. En el dorado resplandor de la vela, su piel brillaba como rico, cálido satén.
Ruark seguía inmóvil, su respiración tocaba suavemente el cabello de ella, su cabeza llenábase con el delicioso perfume de mujer. Pasaron unos instantes que volaron con alas silenciosas y él siguió sin moverse. Shanna sentíase sofocada por la proximidad de él. El aroma del brandy le llenaba los sentidos y podía sentir los ojos hambrientos que se paseaban lentamente sobre ella. Si su situación hubiera sido otra, habría huido disgustada. En verdad, tuvo que luchar para no hacerlo ahora. Comprendió amargamente que tenía que permanecer en exhibición para que él la observara a su placer. Pero como su padre, con una alta ganancia en juego, no ponía límites a su paciencia, solo podía elegir entre la determinación paterna o su astucia.
Con todos sus sentidos completamente dedicados a ella, Ruark sintió un deseo abrumador de tomar a Shanna en sus brazos. Su perfume parecía llamarlo, sus curvas suaves, maduras, lo hacían sufrir de deseo. Su arrebatadora belleza lo conmovía hasta el fondo del alma y llenaba su mente con imaginarias visiones de los encantos que estaban ocultos a la vista. Sentía la necesidad de tener el calor de ella debajo de él, de rodearla con sus brazos temblorosos y descargar la lujuria de sus riñones. Pero era dolorosamente consciente de sus harapos y su suciedad.
y estaba, además, ese desconcertante fulgor debajo de la superficie de la belleza de ella, ese indicio de algo que él no alcanzaba a captar, una sugerencia de sarcasmo, un fugaz relámpago de insinceridad, un extraño toque de arrogancia. Sin embargo, estaba convencido de que si ella hubiera podido elegir otra cosa no se encontraría aquí. El sabía que Orlan Trahern era un hombre poderoso pero le resultaba difícil imaginar que fuera capaz de imponerse en esa forma a su, única descendiente.
Shanna no pudo seguir soportándolo y se volvió rápidamente para hacerle frente.
– ¿Entonces le resulta desagradable compartir su apellido? ¿Su respuesta es no?
¿Por qué, cielo santo, tenía ella que regatear con este rústico canalla?
Ruark aspiró profundamente y con un extremado esfuerzo de voluntad respondió en tono despreocupado:
– Hay muchas cosas que considerar… ¿Shanna? -la miró interrogativamente, arqueó una ceja oscura y como ella asintió, continuó-: Mi nombre es todo lo que me queda y hay quienes se sentirían contentos de verlo deshonrado todavía más.
– Le prometo, Ruark, que no tengo intención de deshonrarlo -se apresuró ella a replicar-: Lo tomaré prestado por un tiempo y cuando haya encontrado a aquel a quien pueda amar, todo terminará. Si usted accede, será sepultado con todo respeto en una tumba bien identificada en el cementerio de una iglesia. ¿Acaso aquellos que le preocupan podrán entonces recordar su vergüenza?
– ¿Y me promete alivio para mis últimos días, Shanna? -dijo él, como si no la hubiera escuchado-. Pero eso me quitará mi única diversión… el desafío al señor Hicks.
Como si se sintiera muy perturbado, Ruark empezó a caminar de un lado a otro de la celda, en apariencia sumida profundamente en sus pensamientos. Se detuvo junto a la cama y nuevamente su mirada adquirió una expresión inquisitiva.
– ¿Puedo sentarme, Shanna? Perdóneme si no hay un asiento para usted. Si lo desea, puede sentarse aquí conmigo
– No…no, gracias -respondió ella rápidamente. Miró el sucio jergón de paja Y no pudo contener un estremecimiento.
Ruark se sentó en un ángulo de la cama, apoyó la espalda en la húmeda pared de piedra, levantó una rodilla y apoyó en ella su brazo y dejó caer blandamente la mano. Fijó la mirada en ella y Shanna se preparó para el último acto. Tenía que hacerlo bien. Por lo menos, él no se había reído todavía de ella abiertamente.
– ¿Cree que yo tomo esto a la ligera, Ruark? Mi padre es un hombre de voluntad de hierro, y aunque lo han llamado muchas cosas, nunca oí que nadie cuestionara su palabra. No tengo ninguna duda de que él hará como ha dicho y que me obligará a casarme con un hombre al que yo despreciaré.
Ruark siguió contemplándola pero – ni una palabra salió de sus labios. Le tocó a ella ponerse nerviosa y caminar de un lado a otro; y al hacerlo su causa resultó favorecida en grado considerable. Shanna Trahern movíase con -la gracia natural de alguien que lleva una vida activa y sin nada de la afectada gazmoñería tan a menudo exhibida en los salones y la corte por las beldades de la época. Había en su andar una seguridad que daba a sus movimientos una gracia fluida y desenvuelta. Ruark admiró cada ángulo de ella y la mayor, parte de las palabras de Shanna se le escaparon, porque en su mente ya había fijado el precio y ahora sólo aguardaba el momento.
Shanna se detuvo, apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él. El vestido se entreabrió tentador y ella vio que los ojos de él iban hacia donde ella quería.
– Ruark -dijo firmemente, y él levantó de mala gana los ojos hasta encontrar los de ella-. ¿Hay algo en mí que encuentre desagradable?
– Nada, Shanna, amor mío. -Su voz sonó suavemente, pero con mucha claridad, en la celda-. Usted es hermosa más allá de mi imaginación. Y he disfrutado tanto de este espectáculo que no desearía que terminara. Pero, por favor, considere esto. Si su situación es realmente tan apremiante yo le prestaré mi apellido, pero el precio será elevado, Shanna. Y le pido que me diga sí o no antes de marcharse, porque yo no podría soportar este suspenso.
Shanna contuvo el aliento temerosa de lo que él iba a decir. -Mi precio es este. -Sus palabras resonaron en el cerebro de ella-. El casamiento será tan válido como un voto. Estoy condenado a la horca y quiero la oportunidad de dejar un heredero. El precio es que usted pase la noche conmigo y consume los votos matrimoniales tanto en hechos como en palabras.
– Ella soltó el aliento y sus, ojos se encendieron de cólera. Ahogó una exclamación de rabia ante esta afrenta. ¡Vaya atrevimiento el de este hombre! Shanna estuvo a punto de abofeteado pero la risa de él resonó en la celda y la ira de ella se apagó rápidamente.
Ruark puso ambas piernas sobre la cama, enlazó las manos detrás de su cabeza y se relajó como si estuviera en una taberna bebiendo ale.
– Ah, sí -rió despectivamente-. Pensé que tenía que saber el verdadero precio para salir de sus apuros. Usted busca mi apellido por un motivo apremiante, este apellido que es mi última y única posesión y que yo solo puedo darle. Cuando pido lo mismo de usted, un precio que usted sola puede pagar, entonces le parece demasiado. De modo que no acepta el precio, rechaza el pacto y terminará plegándose a la voluntad de su padre.
Ruark tomó el frasco, lo levantó y brindó.
– Por su casamiento, Shanna, amor.
Bebió abundantemente y quedó mirándola con una vaga sonrisa, consciente de, que había perdido. Shanna le devolvió la mirada con poco calor en sus ojos.
¡Ese tonto sucio y maldito! ¿Creería que podría vencerla?
Se le acercó, meneando las caderas como una bailarina gitana, con el cabello suelto y los ojos llenos de un fuego verde. Había sentido el aguijonazo de él y necesitaba hacérselo pagar. Se impuso la cólera donde el temor. La hubiera hecho temblar. Se detuvo frente a él, con los pies separados y los brazos en jarra, y lentamente estiró una mano y pasó un dedo por la línea recta de la nariz de él.
– Mire -dijo en tono despreciativo y burlón-. Me atrevo a tocarlo, sucio como está, puerco, aunque se burla de mi situación. Y si me acuesto con usted ¿qué gano? ¿Salvarme de la voluntad de mi padre y soportar su contacto?
Ruark echó la cabeza hacia atrás y se rió de la furia de ella.
– La voluntad de su padre, amor mío, parece una cosa tan segura como la muerte, a la cual no podrá escapar. ¿Y qué pasará cuando el marido dificultosamente encontrado despose a la viuda y compruebe que ella todavía es virgen? ¿Qué dirá? ¿Que ella mintió a su padre? Y en cuanto a mí, puede tomarme o no. Así lo quiere Dios. Si no acepta, usted no pierde nada y gana mucho. Si acepta, entonces será una viuda verdadera que ningún padre podrá negar. -Suspiró profundamente-. Pero no todo es tan malo, porque veo que usted no quiere correr riesgos. Usted quiere mi apellido y todos los beneficios mientras que yo nada tengo que ganar, por lo menos nada que pueda atesorar hasta mi aliento final, un recuerdo que aliviaría verdaderamente mis últimos momentos de vida. Pero vamos, ya basta de esto. Ciertamente, Shanna, usted es sumamente cautivante.
Apoyó una mano en el brazo de ella, en tierna caricia.
– ¿Sabe que usted es mía hasta que yo muera? Este es el precio que paga una mujer por buscar a un hombre y proponerle casamiento. Así lo dicen los que saben, ella debe pertenecerle hasta que él muera.
Shanna lo miró con incredulidad, consciente de la trampa que se cerraba lentamente sobre ella.
– Pero mi necesidad es grande -susurró ella y reconoció algo de verdad en lo que decía él. Ella no se sentiría libre hasta que él muriese-. He venido dispuesta a implorar. -Su voz sonó grave y ronca-. No he venido para rendirme pero me rendiré. Entonces, trato hecho.
La mandíbula de Ruark cayó un brevísimo instante. El no esperaba esto. Súbitamente sintió se eufórico. Casi valdría la pena ser ahorcado. Se puso de pie frente a ella, aunque todavía no se atrevió a tocarla, de modo que apretó las manos contra sus muslos como para reprimir el impulso. Su voz sonó gentil, casi como un susurro.
– Un pacto. Sí, un pacto. Y que se sepa que el primero que se casa contigo, mi bella Shanna, compró ese derecho con el precio más elevado que se pueda imaginar.
Shanna miró a esos ojos tiernos y ambarinos y no pudo encontrar una respuesta o palabras que pronunciar por el momento. Tomó su capa y aceptó aturdida la ayuda de él para ponérsela. Acomodó el velo y levantó el capuchón a fin de cubrir cuidadosamente su cabello.
Por fin, lista para marcharse, lo enfrentó pero casi retrocedió cuando él levantó una mano para tocarla. Se sorprendió cuando él se limitó a tomar entre sus dedos un rizo suelto y a cerrar lentamente el broche que aseguraba el capuchón.
Shanna lo miró a la cara. Los ojos de él eran suaves, hambrientos, y parecían tocarla en todo su cuerpo
– Debo hacer los arreglos necesarios -dijo ella firmemente, reuniendo coraje-. Después enviaré a Pitney por usted. No será más de un día o dos. Buenas noches..
Con una compostura duramente controlada, Shanna se volvió y se marchó. En ese momento, Ruark hubiera podido gritar de alegría. Ni siquiera Hicks hubiese podido estropear su alegría cuando más tarde, una vez más en la oscuridad, Ruark se tendió sobre la cama y se entregó a su pasatiempo recientemente adquirido: cazar pulgas.
CAPITULO DOS
El día se arrastraba interminablemente, cosa acerca de lo cual Ruark Beauchamp hubiese hecho algo de hallarse en circunstancias normales. Dentro de los confines de su estrecha celda nada podía hacer fuera de aguardar el final. Los restos de su comida de la mañana secábanse sobre una bandeja, pero él conocía una saciedad raramente experimentada detrás de las puertas de hierro de Newgate. Eso mismo habría aliviado la situación de cualquier pobre infeliz que hubiese tenido la mala fortuna de ser encerrado en la prisión, ya fuera que estuviera condenado por una deuda impaga o un delito peor que lo llevaría finalmente al nudo corredizo de un verdugo en Tyburn. Era un melancólico viaje de tres horas desde Newgate hasta el cadalso de Tyburn, y en ese tiempo se podía pensar en toda una vida, aunque habitualmente el camino estaba flanqueado por curiosos y burlones sedientos de muerte.
A Ruark no le habían permitido tener una navaja; por eso una barba espesa le cubría la mayor parte de la cara, pero con las ropas limpias que le había traído Hicks tenía una apariencia más prolija. Una camisa de lino, calzones, medias y un par de zapatos de cuero resultaban reconfortantes después de tres meses miserables con los mismos andrajos sucios. En ese tiempo su cubo de agua, con el agregado de un poco de ron para impedir que se descompusiera, había sido usado tanto para calmar su sed como para asearse lo mejor posible. Pero desde la visita de Shanna, le proporcionaban abundante agua fresca y una botella de vino acompañaba a las viandas de la tarde. Era imposible imaginar nada que fuera capaz de mejorar el carácter de Hicks o de hacer que se moviera su grotesca mole con la excepción de la promesa de dinero, poco o mucho. La llegada de ropas y comida y los buenos modales del carcelero eran una clara indicación de que no todo se había perdido.
Empero, en la celda oscura y solitaria, Ruark caminaba inquieto de un lado a otro. La sombra del lazo corredizo oscurecía los días que pasaban y la duda y el temor atormentaban su mente. No tenía forma de saber si Shanna Trahern cumpliría su palabra y enviaría por él. El solo ver nuevamente el mundo exterior sería un trago fuerte, pero sus pensamientos estaban ocupados por una visión de esa hermosa muchacha en sus brazos. Quizá ella cambiara de idea y decidiera ceder a la voluntad de su padre antes que pasar una noche con él. ¿O él lo habría imaginado todo? ¿Era un sueño que él había conjurado de las profundidades de la desesperación? ¿Shanna Trahern, una deliciosa figura de mujer y la etérea meta de todos los mozos solteros de aquí y de afuera, había entrado realmente en su celda y concertado semejante pacto con él? La única visión que lo eludía totalmente era la de esta orgullosa mujer entregándose a un hombre tildado de asesino.
Ruark se detuvo ante la puerta de su celda y apoyó la frente en el hierro frío. La imagen atormentadora de esas facciones suaves, perfectas, bucles de color miel y oro cayendo sobre hermosos hombros, y pechos maduros y llenos que casi asomaban completamente fuera de un vestido de terciopelo rojo estaba grabada en su memoria con todos los detalles y le producía una impaciencia torturante que sólo podría ser aliviada cuando ella fuera realmente suya… si es que ese momento llegaba alguna vez. El comprendía que donde la brutalidad' de Hicks había fracasado, la ilusión de Shanna estaba cerca de triunfar y quebrantarlo. No obstante, él atesoraba esa visión y se solazaba con ella, porque cuando desaparecía era reemplazada por la macabra imagen del árbol de una horca y su fruto.
El caminaba. Se sentaba. Se lavaba. Esperaba.
Finalmente, lleno de frustración, se tendió sobre su jergón, cansado de la agonía de la incertidumbre. Se pasó la mano por la barba y se sobresaltó al pensar en su miserable aspecto. Lo mejor que Shanna pudo pensar de él es que era un bárbaro.
Se puso un brazo sobre los ojos como si quisiera impedir que lo acosaran esas ilusiones torturantes y dormitó agitadamente. Aun así no tuvo paz y despertó empapado en sudor frío y con un dolor en la boca del estómago.
Todavía estaba luchando por contener sus emociones cuando resonaron pisadas en medio del pesado silencio. Ruark despertó completamente cuando el sonido se detuvo, frente a la puerta de su celda. Una llave giró en la cerradura y Ruark pasó sus piernas sobre el borde de la cama cuando la puerta se abrió violentamente. Dos corpulentos guardias, con pistolas en las manos, entraron y le hicieron señas de que saliera. Contento por la interrupción a su aburrimiento, Ruark se apresuró a obedecer.
Salió de su celda y se encontró cara a cara con el señor Pitney.
– El ha venido por ti, bribón -dijo Hicks y clavó entre las costillas de Ruark su largo bastón-. No me gusta que tipos como tú se mezclen con la gente decente, pero la dama está decidida a casarse. Irás con el hombre y con mis propios muchachos que aquí ves, John Craddoc y el señor Hadley. -Se rió burlonamente cuando Ruark levantó las cejas desconcertado-. Sólo para cuidar, por supuesto, que no se te ocurran algunas fantasías y se te dé por retozar.
El corpulento carcelero rió mientras aseguraban gruesos hierros a las muñecas de Ruark. Los extremos de las cadenas' fueron entregados al señor Pitney, quien los aferró con su puño grande como un jamón. Con un gesto para que lo siguieran, Hicks condujo a la procesión a través de la cárcel y sólo se detuvo cuando llegaron a un carro que esperaba y que fue acercado a la puerta exterior. El vehículo se, parecía mucho aun gran cajón de madera de roble can refuerzos de hierro y tenía una sola ventanita en la puerta lateral. Un tercer guardia estaba ya en el asiento del cochero con, las riendas entre sus gruesos dedos. Se había envuelto apretadamente en su capa a fin de protegerse de la helada llovizna que caía en esos momentos y saludó a los otros nada más que bajando su tricornio sobre los ojos.
– Ahora hagan lo que diga el señor Pitney -dijo Hicks a sus hombres-. Y tráiganme de vuelta a este bribón vivo o muerto. -Sus ojillos negros se clavaron en el prisionero-. Si éste hace un solo movimiento para escapar, vuélenle la cabeza.
– Su, amabilidad es superada solamente por su gracia, señor carcelero -le dijo Ruark en tono de chanza. En seguida se irguió-. ¿Podemos atender nuestros asuntos o hay algo más que usted desee discutir con estos caballeros? Hicks lo empujó hacia el carro.
– Sube, maldito bribón. Espero que el buen señor Pitney impida que hagas a la dama lo que le hiciste a esa muchacha en la posada y a la criatura que llevaba en su vientre. Los ojos de Ruark se endurecieron cuando el carcelero sonrió burlonamente, pero el joven permaneció mudo aun bajo la mirada ceñuda e inquisitiva de Pitney. Sin ofrecer ninguna explicación, Ruark pasó a su lado y subió con sus cadenas al carro. En el interior oscuro y desnudo de la caja prisión se tendió en un rincón, tratando de acomodarse lo mejor posible. Cerraron y aseguraron la puerta e Hicks golpeó con su bastón los costados de la caja.
– Tengan mucho cuidado con este pájaro -advirtió dirigiéndose a todos-. Y no me importará si lo traen herido o moribundo con tal de que no lo dejen escapar.
Con una violenta sacudida, el pesado carro se puso en marcha. Era casi mediodía. Ruark no podía saber cuánto duraría el viaje o hacia dónde se dirigían. Trozos de cielo plomizo y de tejados mojados por la fría llovizna pasaban fugazmente por la estrecha abertura del ventanuco. Atravesaron las afueras de Londres y los caballos fueron azuzados para que aceleraran el paso. A través de los barrotes de hierro, Ruark alcanzó a ver en la distancia casas de granja con techos de paja y campos con los restos de las cosechas de otoño, separados por bajos cercos de piedra. El serpenteante camino de lodo pasaba frente. A chozas y a mansiones campestres pero apenas se veía a persona alguna porque la lluvia impedía que la gente trabajase en los campos y no los alentaba a que salieran a la calle: El carro seguía avanzando sin que nadie presenciara su paso, salvo algún cerdo que escapaba corriendo y chillando del camino y caballos que se alimentaban tranquilos de la hierba mojada.
Cierto tiempo más tarde el carro salió súbitamente del camino. Y entró en un pequeño claro después de pasar dificultosamente entre los árboles que Crecían muy juntos a los costados. El brusco giro casi arrojó a Ruark de su rincón pero él consiguió afirmarse contra los sacudones. Su cuerpo tenso se relajó sólo cuando el carro se detuvo junto a un verde charco de agua estancada.
– Ahora estamos bien escondidos, compañeros -dijo la voz resonante del cochero-. Saquen al hombre.
Pitney se apeó por el otro lado mientras los dos corpulentos guardias saltaban al suelo y sacaban a Ruark tirando de sus cadenas, sin darle oportunidad de oponerse o resistirse. Durante un fugaz momento, Ruark fue aplastado entre ellos y gruñó de dolor cuando los codos de los dos hombres se clavaron en sus costillas. Después, con un brusco empujón lo hicieron resbalar y caer en el lodo pegajoso que rodeaba al estanque. Riendo a carcajadas, llenos de perverso regocijo, se palmearon uno a otro en la espalda..
– Levántese, su señoría -gritó el más grande y le dio un puntapié-. Su dama lo está aguardando.
Con los ojos color ámbar lleno de furia en su cara embarrada, Ruark se puso de pie, tomó sus cadenas y las hizo girar como un lazo, en abierta amenaza. El guardia más pequeño, John Craddock, retrocedió sorprendido y llevó la mano a la pistola que tenía en el cinturón.
– Vean, compañeros -rugió Ruark en tono de decidida advertencia- yo ya tengo una cuerda alrededor de mi cuello y no me ahorcarán dos veces si me llevo conmigo a unos cuantos de ustedes. Puede usar esa pistola, pero yo no tendré que explicar al señor Hicks por qué no ha cobrado su recompensa. Pueden divertirse con cualquier otro, porque si vuelven a ponerme una mano encima les romperé las cabezas con estos eslabones y que el diablo me lleve después.
Ellos eran hombres simples y miraron a su prisionero con un nuevo respeto. El tenía una forma desagradable de estropearles la diversión. Empero, Craddock siguió con la pistola preparada mientras Ruark pisaba terreno sólido y una vez más asumía el papel de cautivo. El señor Pitney, apoyado contra la parte trasera del carro, había presenciado todo el episodio. Rió para sí cuando reconoció que aquí había un hombre que podía estar a la altura de Shanna Trahern en cuanto a su carácter. Podría resultar muy interesante ver a su ama frente a frente con este individuo. Por lo menos, más interesante que lo que acababa de presenciar. A él lo enfurecía ver castigar a un hombre encadenado.
Pitney empezó a buscar la llave en el bolsillo de su chaleco y fue hacia Ruark, pero al pasar detrás de Craddock pareció tropezar. Cuando un sólido hombro lo golpeó en medio de la espalda, Craddoc soltó una exclamación y cayó hacia adelante, tratando de conservar el equilibrio mientras sus pies resbalaban en el lodo. Gruñendo, cayó contra su compañero, Hadley, y ambos terminaron zambul1éndose de cabeza en el estanque. Escupiendo y tosiendo, salieron del agua mientras Pitney los contemplaba calmosamente.
– ¡Demonios! Los tres se ven iguales. Ahora cuál es el de… Uhmmmmm, supongo que el que tiene cadenas es mi hombre. -Su regocijo provocó miradas furibundas de los dos guardias. Señaló hacia el agua:-. Vaya, compañero, ha dejado caer la pistola del señor Hicks.
Cuando John Craddock cayó de rodillas y empezó a buscar a tientas en el lodo, Pitney se acercó a Ruark. Hadley empezó a caminar hacia la orilla hasta que su compañero lo tomó de las piernas.
– ¡Mira dónde caminas! -gritó John Craddock-. ¡Esa cosa estaba cargada y amartillada y si se dispara podría volarte un pie!
Pitney sonrió y cuando Ruark lo miró, hizo señas con el pulgar por encima de su hombro.
– Allí, en el camino, hay una posada dónde podrá lavarse y vestirse para la boda. Estos muchachos demorarán un tiempo en secarse. -Su voz se volvió más áspera y advirtió.' severamente-: No diga nada acerca de por qué está aquí y de dónde ha venido. Y no diga nada acerca de mi ama a nadie que no sea yo. ¿Ha entendido?
Ruark se quitó un poco de lodo de su mentón cubierto por la barba y miró al hombre con ojos entrecerrados.
– Ajá -dijo.
– Después le quitaré esos hierros y nos pondremos en camino; Se hace tarde y mi señora está esperando.
Entraron a la posada por una escalera trasera y nadie supo de su llegada. Se dirigieron a una pequeña habitación que estaba inmediatamente debajo de las vigas del tejado. Después de tender sus ropas frente al fuego para que se secaran, los dos guardias se apostaron de mala gana junto a la puerta, del lado de afuera, y dejaron a Ruark al cuidad de Pitney. Pitney señaló una tina de madera en un ángulo de la habitación.
– La criada traerá agua para un baño. Hay un espejo para que usted pueda mirarse. -Abrió un pequeño -cofre de cuero y exhibió el contenido ante Ruark-. La señora envía ropas adecuadas para la ocasión. Le ruega que se vista y arregle con cuidado a fin de no avergonzarla.
Ruark miró de soslayo al musculoso individuo y rió sin humor. -Su señora espera mucho de alguien que ha sido mendigo -dijo.
Pitney no dio muestras de haber oído. Sacó su reloj del bolsillo de su chaleco. -Tenemos no más de dos horas para demoramos aquí -dijo.
Guardó el reloj, ladeó ligeramente la cabeza y miró a Ruark con una extraña sonrisa.
– En caso de que esté pensándolo, hay dos caminos para salir -de aquí. Por esa puerta, donde esos dos buenos hombres están esperando la oportunidad de echársele encima, y esta ventana. -Llamó a Ruark con un ademán y abrió los postigos.
Era una caída directa desde tres pisos hasta una pila de piedras de bordes filosos-. Sólo tengo que disparar mi pistola y el otro guardia traerá el carro a toda velocidad.
Ruark se alzó de hombros y el hombre cerró la ventana para no dejar entrar la helada llovizna y se acercó al hogar encendido.
– Pero cualquiera que sea el camino que elija, primero tendrá que pasar sobre mí. -Pitney abrió su pesado abrigo y su chaqueta para mostrar un par de enormes pistolas metidas en su cinturón.
Después de una breve -reflexión, y con completa sinceridad, Ruark le aseguró que esas ideas estaban muy lejos de su mente. La criada era una muchacha pequeña pero regordeta, no del todo fea, no del todo bonita. Si hubiera dicho cuántos años tenía habría mentido en cuatro, y su poca edad se revelaba en su obvia renuencia a acercarse al sucio cliente. Pero habiendo completado todos los preparativos, sólo pudo demorar un minuto más.
– Lo afeitaré en un minuto, señor. Pero mi navaja está un poco embotada buscaré un asentador.
Sus ojos claros vacilaron sobre las ropas sucias y desgarradas de Ruark y subieron hasta su barba sucia de lodo. En su cara se hizo demasiado evidente una expresión de disgusto y su nariz pecosa se arrugó cuando sintió el olor a suciedad que salía de él. Rápidamente se marchó en busca del asentador de navajas.
– Puede ser que la moza dude de que soy humano -comentó Ruark secamente..
Pitney soltó un gruñido, se tendió en la cama, apoyó la espalda en la tabla de la cabecera y bebió de un jarro de ale.
– No tiene por qué, preocuparse -dijo-. No tendrá tiempo para ponerla a prueba.
Ruark lo miró fijamente.
– Esa no fue mi intención -dijo. Observó al servidor un momento y añadió-: Es el día de mí boda ¿lo ha olvidado?
Pitney arrugó el entrecejo, se puso de pie y fue hasta la ventana, desde donde podía mirar el cielo gris.
– Yo tampoco me inquietaría mucho por eso -rugió por encima del hombro. Estiró sus largos brazos, flexionó los dedos en un lento movimiento de pinzas, se volvió y sonrió a Ruark-. Estoy aquí por orden de mi señora, me guste o no. Mi primera tarea es, siempre, cuidar de su bienestar, pero eso lo juzgo yo mismo. Yo no lo tomaría a bien si usted me diera motivos para dudar de que la causa de ella esté bien servida. Ruark midió cuidadosamente su respuesta.
– Yo sé muy poco de la fechoría de que me acusan. En realidad, no recuerdo más que haber acompañado a la moza hasta su habitación en la posada. Puedo decir con seguridad que la criatura que llevaba en su vientre no era mía. Yo no había estado, ni quince días en el país y la mayor parte de ese tiempo lo había pasado en Escocia. En realidad, era mí primer día en Londres. Por lo tanto, si me acosté con ella fue en la misma noche de su muerte. Pero ni siquiera tengo recuerdos de eso. A la mañana siguiente, cuando el posadero vino a despertar a la criada para que se pusiera a trabajar, me encontró dormido en su habitación. De modo que usted ve, amigo, que yo no puedo negar que me acosté con ella y que la asesiné, porque ella estaba muerta, golpeada y ensangrentada, y allí me encontraba yo, durmiendo pacíficamente en la cama de ella. Sin embargo, puedo negar, y niego, que la criatura era mía.
Bajo la atenta vigilancia de Pitney, Ruark se quitó sus inútiles chaleco y camisa y se puso una toalla sobre los hombros. Se sentó en una silla para esperar el regreso de la criada y pensar en las palabras de su silencioso compañero. Era muy posible que la dama, Shanna, no hubiera contado al hombre nada de su acuerdo. Si ella pensaba traicionado o si ello se debía a simple precaución, Ruark no podía adivinado. Pero Cualquiera de las dos cosas, como Pitney lo había expresado con claridad, presagiaba mal.
La criada regresó y Ruark se sometió a sus torpes manos mientras ella le cubría la barba con toallas calientes para quitar el barro seco. Si esta pobre muchacha lo encontraba tan repulsivo, pensó él, entonces la elegante dama, Shanna, debía considerado una bestia. Ella debía de estar en una situación sumamente apremiante, por cierto, para haberse sometido a este pacto.
– Sin embargo, fue para Ruark un placentero interludio que había disfrutado muy raramente en los últimos meses, aunque la muchacha no se mostró nada gentil en su prisa por terminar con él. Empero, su única herida fue un pequeño corte hecho con la última pasada de la navaja cuando la muchacha, al contemplar su obra, vio por fin la cara sobre la que había trabajado.
– ¡Vaya, señor! -exclamó ella y sonrió, mientras presionaba la toalla mojada sobre el pequeño corte.
La criada enrojeció ante la mirada divertida de él y se puso bastante agitada. Pitney se volvió cuando ella volcó el recipiente del agua y derramó gran parte de su contenido sobre el regazo de Ruark.
Ignorando la incomodidad del hombre, Pitney comentó despreocupadamente:
– Usted parece trastornar a la muchacha. Se ha puesto tan nerviosa como un gorrión asustado. La criada se volvió rápidamente hacia Pitney.
– Disculpe, señor, pero no fue culpa de él. Fue culpa mía. La joven tomó la toalla de los hombros de Ruark y empezó a secarle el regazo hasta que él la tomó de las muñecas y la apartó con firmeza.
– No tiene importancia:-dijo él secamente-. Yo haré eso. La- muchacha apenas podía apartar los ojos de ese pecho desnudo, ancho y musculoso, mientras recogía la navaja y la correa de asentar
– Córtale el cabello con esas tijeras, muchacha -ordenó Pitney y se alzó de hombros ante la mirada furiosa que le dirigió Ruark.
La joven sonrió complacida y balbuceó otra cortesía.
– En seguida, señor, lo haré con gusto, señor. Por su extraña conducta, Pitney dirigió a la muchacha una mirada divertida. Agitó la cabeza, murmuró algo para sí mismo y se puso de espaldas al fuego mientras bebía lentamente su ale. La criada se dedicó al cabello de Ruark con renovado celo, como si quisiera cortar cada hebra del mismo largo, y de ningún modo era una
Melena rala. De tanto en tanto se detenía para que él pudiera mirarse en un espejo que ella sostenía entre sus pechos, sin tocarlo con las manos, con sorprendente resultado.
La muchacha se puso petulante ante la falta de interés de él y aceptó con evidente mala gana las seguridades de él de que no necesitaba que lo ayudaran a bañarse. Finalmente recogió sus tijeras y demás instrumentos en su delantal y se retiró.
Ruark no perdió tiempo, se quitó sus malolientes calzones y se metió en la tina con un largo suspiro de deleite. Se frotó concienzudamente y varias veces con un fuerte jabón para quitarse la suciedad y los parásitos de la prisión y también se enjabonó la cabellera. Estaba ansioso por ponerse en camino y se secó rápidamente con la toalla antes de ponerse las medias y los calzones oscuros. Pero se detuvo lo suficiente para notar que los últimos le ceñían apretadamente los muslos. Quizá Shanna Trahern lo había observado más de lo que él creía, murmuró con una melancólica sonrisa. El, ciertamente, la había observado muy bien..
Rechazó los polvos perfumados que habían dejado a su disposición y peinó sus cabellos negros en una coleta en la nuca y los cepilló frente al espejo. De pie delante de su imagen, se puso la camisa color crema con volantes de encaje en los puños, aseguró la chorrera de encaje y se puso el chaleco de seda que armonizaba con sus ceñidos calzones. Se puso después la chaqueta de terciopelo lujosamente ornamentada con hebras de oro que dibujaban elaborados adornos en los anchos puños y en la parte delantera. El cuero de los zapatos castaños estaba suavemente pulido y adornado con hebillas de filigrana de oro. Un tricornio de terciopelo bordado en, oro completaba el atuendo.
Ruark pensó, mientras se miraba con ojo crítico al espejo, que Shanna no había mirado en gastos para hacer que él vistiera como un hombre con título de nobleza. Por encima del hombro de su imagen reflejada, Ruark vio que Pitney lo observaba atentamente. Pitney apreció el cambiado aspecto de su prisionero y logró sonreír débilmente.
– Creo que mi señora se sentirá agradablemente sorprendida. – Terminó su ale de un solo trago y miró su reloj-. Será mejor que nos pongamos en marcha.
Era una pequeña iglesia rural cubierta de hiedra, pero con los fríos del inminente invierno las hojas estaban oscuras y quebradizas contra las grises paredes de piedra. La llovizna había cesado y brillantes rayos de sol atravesaban las nubes y encendían con mil colores los cristales de las ventanas de la rectoría.
Shanna estaba bañada en la luz que entraba por un camón. Su rostro, cuando ella miraba hacia los campos ondulados, tenía la sonrisa de alguien que está seguro de las metas que se ha fijado en la vida. Había llegado temprano a la iglesia, en un coche alquilado, porque su carruaje tenía que llevar, a Pitney a la posada que quedaba a más de una hora de viaje y esperar allí mientras él viajaba a Londres en otro coche, alquilado y regresaba con Ruark Beauchamp. Pero el reverendo y la señora Jacobs se mostraban amables y hospitalarios y Shanna se las arreglaba para soportar la espera.
La rolliza esposa del buen clérigo estaba sentada junto a ella, sorbiendo su té sin dejar de observar a Shanna. No era frecuente que personas de fortuna se detuvieran en su pequeña y tranquila aldea y mucho menos que entraran en la humilde rectoría, y con atuendos tan lujosos como la señora Jacobs no había visto en toda su vida. Una capa de muaré de seda color malva, forrada lujosamente con suaves pieles de zorro gris, estaba sobre el brazo de un sillón, olvidada como si la hubieran descartado. La mujer ni siquiera podía imaginar el precio del vestido de seda del mismo color con sus volantes de encaje rosa grisáceo que caían en cascada por la parte delantera de la falda entre fruncidos volantes paralelos de seda. Vueltas de encaje adornaban las mangas donde terminaban, a mitad del brazo. Encaje plegado se abría como un abanico desde un punto en la cintura muy ceñida y hacia arriba, hasta donde quedaba expuesta la piel tersa y alabastrina. Una fina cinta de color malva estaba atada alrededor de la esbelta columna del cuello de la joven, y el intrincado peinado, sin empolvar, se veía glorioso con el magnífico color natural del cabello. El efecto de hebras doradas entre el tono aleonado hubiera desafiado los mejores esfuerzos del más artista de los peinadores.
La señora Jacobs admiraba reverentemente esta belleza porque la envidia no tenía cabida en su alma. En lo hondo de su corazón era una romántica y obtenía gran placer en lo que para ella era el serio arte de concertar casamientos. El novio, como ella lo veía con los ojos de la mente, tendría que ser guapo y encantador, porque nadie que no lo fuera hubiera podido tener una novia como ésta.
Shanna se inclinó para mirar por la ventana y su movimiento hizo que la señora Jacobs se le acercara.
– ¿Qué sucede, querida? -preguntó la amable mujer con mucho interés-. ¿Ya vienen?
Los ojos azules de la señora Jacobs miraron hacia el camino distante y, como ella había adivinado, un carruaje estaba subiendo la colina y pronto llegaría a la iglesia.
Shanna, con una multitud de explicaciones en la punta de la lengua, lo pensó mejor y no habló. Si daba excusas por su futuro esposo los defectos de él serían más evidentes. Era mejor dejar que la mujer creyera que, el amor la había cegado.
Shanna se alisó el cabello y se preparó mentalmente para encontrarse con el miserable novio.
– Esta usted radiante, querida.-La señora Jacobs pronunció la, “r ” arrastrándola, con un fuerte acento escocés. No se preocupe por su aspecto. Vaya a recibir a su prometido. Yo le traeré su capa.
Shanna obedeció graciosamente, agradecida de poder encontrarse con Ruark antes de que lo vieran el clérigo y su esposa, con la esperanza de poder mejorar la apariencia de él a último momento. Cuando corrió por el sendero cubierto que iba de la rectoría a la iglesia, un millar de razones para preocuparse se agolparon en su mente y ella se insultó a sí misma, usando varios de los juramentos favoritos de su padre, y enseguida rechinó los dientes al pensar en el cuidado que debía poner un caballero para vestirse.
– Ese rústico colonial -dijo entre dientes-. ¡Por lo menos veré que no se haya puesto los calzones al revés!
Los caballos rucios levantaron sus finas y nobles cabezas y se detuvieron nerviosos frente a la iglesia. Pitney metió cuidadosamente su pistola debajo de su chaqueta mientras el señor Craddock saltaba a tierra y, como cualquier buen cochero, abría la portezuela para que ellos bajaran. Aceptando el gesto de advertencia de Pitney, Ruark se apeó del carruaje y miró pensativamente hacia los páramos.
Sintió un gran deseo de echar a correr por los campos sólo para tener la sensación de libertad que ello hubiera podido producirle, pero sabía que no llegaría más allá de ese bajo muro de piedra. Pitney era fuerte pero su tamaño le restaba velocidad, y el señor Craddock y Hadley no parecían muy rápidos ni de piernas ni de mente. Ruark estaba convencido de que ellos no hubieran podido alcanzarlo, pero la pistola de Pitney y sus balas de plomo eran muy capaces de detenerlo. Estaba, además, la cuestión de un pacto que él se sentía ansioso por ver cumplido. Esto lo contuvo más efectivamente que la amenaza de muerte. Últimamente, esa sombría señora había sido muy a menudo su compañera.
Caminó lentamente hacia la escalinata de la iglesia pero se encontró en el centro de un grupo cerrado. En el primer escalón, Ruark se detuvo y miró a los tres hombres, todos los cuales se mantenían muy cerca de él.
– Caballeros. -Una débil sonrisa jugó en un ángulo de su boca-. Si yo intentara escapar ustedes, sin duda, usarían las armas que ocultan tan ostentosamente. No les pido que sean remisos en sus obligaciones sino que se queden un poco más atrás, como si fueran realmente sirvientes contratados.
Ante una señal de Pitney, los dos hombres regresaron al carruaje y se apoyaron en él, aunque siguieron con la atención puesta en Ruark porque habían comprendido muy bien el hecho de que sólo obtendrían su recompensa si hacían bien su trabajo.
– ¿Y ahora qué, Pitney? -preguntó Ruark-. ¿Entramos o aguardamos aquí a mi lady?
El sirviente frunció los labios, pensó en la pregunta y se sentó en un escalón, Con su voz áspera, dijo rotundamente:
– Ella ha oído al carruaje. Saldrá cuando esté dispuesta.
Ruark subió varios escalones hasta el portal cubierto y allí se dispuso a aguardar. Estaba pensando seriamente en iniciar una conversación con su estoico escolta cuando la pesada puerta de madera se abrió y salió su presunta novia. Ruark ahogó una exclamación", porque a plena luz del día Shanna Trahern era la beldad más extraordinaria que él había visto jamás. Parecía casi frágil en el fino vestido color malva. No había señales de la muchacha audaz que había visitado la cárcel para buscar un marido.
Shanna pasó junto a él casi sin mirarlo y ni siquiera por cortesía se detuvo cuando el hombre se quitó el sombrero y descubrió su oscura cabellera. En cambio, levantó sus amplias faldas para bajar corriendo los escalones.
Ruark se apoyó en el muro de piedra y sonrió admirado mientras sus ojos acariciaban la bien formada espalda de ella. Súbitamente, Shanna se detuvo y casi tropezó con los escalones. Pitney se volvió y la miró fijamente. Entonces, sorprendida, giró para mirar a Ruark con sus ojos color verde mar dilatados por la incredulidad. El tenía su gruesa capa echada sobre los hombros, y al ver las ropas que había comprado ella comprendió la verdad. Un color oscuro, pardo. Lo había elegido cuidadosamente. Ese color podría cubrir una cantidad de defectos y quizá diera al colonial cierta dignidad, había pensado ella; pero ahora resultaba maravillosamente apropiado y mucho más agradable de lo que se había atrevido a esperar.
El era muy guapo, indudablemente, con magníficas cejas oscuras que se curvaban nítidamente dibujadas; una nariz fina y recta; una boca firme pero casi sensual. La línea de su mandíbula indicaba fuerza y se flexionaba con los movimientos de los músculos. Entonces los ojos de Shanna encontraron los de él, y si quedaba alguna duda, inmediatamente desapareció cuando miró esos profundos ojos ambarinos enmarcados por pestañas espesas y oscuras.
– ¿Ruark? -preguntó.
– El mismo, amor mío. -Ahora, con toda la atención de ella, él se llevó nuevamente el tricornio al pecho y se inclinó con exagerada cortesía-. Ruark Beauchamp a sus órdenes.
– Oh, entregue esa cosa a Pitney -estalló ella al percibir el tono burlón de él.
– Como tú lo desees, amor mío- dijo él, rió con ligereza y arrojó el sombrero a Pitney quien casi lo aplasto al apretarlo contra su pecho. Entregó el sombrero al señor Craddock con tanta firmeza que el guardia ahogó un quejido.
– Llévelo al carruaje -ordenó Pitney secamente-. Y manténgase a una distancia respetuosa.
Shanna puso los brazos en jarra y golpeó irritada el suelo con el pie. No hubiera podido explicar los motivos de su irritación, pero Ruark Beauchamp era mucho más de lo que ella había esperado. Había, algo insufrible en un hombre condenado que se mostraba tan completamente seguro de sí mismo. Probablemente era del tipo que iría al cadalso como un héroe jactancioso, pensó torvamente.
– Bueno, puesto que está aquí no veo motivos para demorarnos más -dijo en tono cortante, y calculó mentalmente la edad que tendría él. No más de diez años mayor que ella, como máximo, aunque en su primer encuentro ella había pensado que él le llevaba por lo menos veinte-. Empecemos de una buena vez.
– Soy su servidor más obediente. -Ruark sonrió y después rió cuando ella lo fulminó con una mirada. Se llevó ansiosamente una mano a su chorrera de encajes y se inclinó ligeramente-. Señora mía, estoy tan ansioso como usted porque nos casemos.
Claro que lo está, pensó ella en silencio. Sin duda, mañana se jactaría de la mujer que se, había acostado con él. ¡El canalla desvergonzado!
Antes de que pudiera desechar sus pensamientos se abrió nuevamente la puerta y la señora Jacobs apareció con su alto y flaco marido. Los ojos azules de la mujer se posaron tiernamente en Ruark y parpadearon con evidente complacencia.
– Oh, querida, trae a tu joven frente al fuego -le dijo ansiosamente a Shanna-. Realizaremos la ceremonia cuando él se haya calentado y beberemos un poco de jerez para combatir el frío.
Shanna musitó que ella ya se había calentado lo suficiente. Pero por atención a la anciana pareja se acercó a Ruark, le apoyó una mano en el pecho y sonrió dulcemente a ese rostro entre divertido y burlón. Le hubiera gustado muchísimo borrar esa sonrisa de una bofetada en ese rostro hermoso.
– Ruark amado mío, estos son el reverendo y la señora Jacobs. Ya los había mencionado ¿verdad? Han sido muy amables.
La charla insustancial sonó extraña en sus propios labios. Shanna sentía en sus dedos el lento palpitar del corazón de Ruark, mientras que su propio pulso, por una extraña razón, se aceleraba.
Ruark, hombre de aprovechar todas las oportunidades que se le presentaban, deslizó sus manos alrededor de la cintura de ella, la estrechó suavemente y sonrió a esos ojos profundos que lo miraban sin calidez. En los de él había un fuego que la tocó como un hierro al rojo.
– Espero que el buen Pitney no se haya olvidado de publicar las amonestaciones -dijo él-. Me temo que moriría si no nos casamos inmediatamente.
Si Ruark creyó que había obtenido una victoria sobre Shanna cuando ella pareció derretirse y apoyó sus pechos contra él, fue rudamente traído a la realidad. Shanna no rechazaba ningún desafío y como una gata arrinconada se puso a la altura de éste. Debajo de los amplios pliegues de su falda, apoyó su pie sobre el empeine de él.
– Cesa de preocuparte, querido mío -dijo, y apoyó en su pie todo el peso de su cuerpo-:-. Las amonestaciones han sido publicadas. -Fingió una expresión de aflicción-. Pero pareces algo dolorido. ¿No te sientes bien? ¿O es esa vieja herida que nuevamente te está atormentando?
Shanna retrocedió un poco, pero no lo suficiente para que él sintiera alivio, y sus finos dedos empezaron a desprender los botones del chaleco de Ruark.
– Cuánto te he rogado, Ruark, que te cuides más. Siempre eres tan descuidado.
En otras circunstancias, Pitney le hubiese advertido al colonial que ésta no era la clase de mujer con la que convenía entrometerse demasiado. Desde el escalón inferior, cuando la falda de ella subió levemente, él alcanzó a ver el pequeño pie apoyado descuidadamente sobre el otro más grande. Su risa resonó suavemente dentro de su pecho y él cruzó sus macizos brazos y aguardó.
Los ojos del reverendo Jacobs se habían dilatado detrás de sus espejuelos al ver que la dama parecía apunto de desvestir a su prometido, y él sólo pudo suponer que no sería la primera vez que lo hacía. La señora Jacobs, con las mejillas regordetas de color escarlata, súbitamente se puso muy inquieta y no supo qué hacer con las manos, fuera de retorcérsela nerviosamente.
Ruark paró el ataque a su modo, dobló la rodilla y al mismo tiempo levantó el dedo gordo del pie sobre el que ella estaba apoyada. Con la mayor 'parte de su peso apoyado en ese pie, Shanna se tambaleó precariamente y súbitamente perdió el equilibrio.
Con una exclamación ahogada cayó contra él y uno de sus brazos lo rodeó por el cuello para evitar caer al suelo mientras que con la otra mano la aferraba de una manga. Oyó que él reía por lo bajo junto a su oído mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio.
– Shanna, amor mío, contrólate. Pronto estaremos en casa – la provocó Ruark.
La expresión divertida de él la enfureció y hubiera querido arañarle la cara pero se contuvo. Sintió la fuerte tos de Pitney; como si estuviera ahogándose, Y su rabia aumentó aún más.
– Será mejor que celebremos este matrimonio-sugirió el clérigo con convicción y los miró con desaprobación por encima del borde de sus espejuelos.
Ruark miró a la hermosa Shanna, quien le devolvió una mirada incendiaria. Ella podía ser la cosa más bella que él había visto jamás, pero también había en ella algo de bruja.
– Ajá -dijo Ruark-. Sería conveniente hacerlo, antes de que la criatura sea bautizada..
Shanna dejó caer la mandíbula y. sintió fuertes deseos de matarlo. En otro momento le hubiera- dado al atrevido una fuerte bofetada pero ahora sentía que no tenía más remedio que soportar sus bufonadas. Se volvió furiosa cuando oyó la risa baja de Pitney que quebró el pesado silencio Y dirigió a su servidor una mirada que hubiera podido congelar la sangre en las venas. Pero el hombre soportó la mirada con dignidad y luchó por controlar su hilaridad.
La ceremonia fue rápida y sin pretensiones. Era evidente que el reverendo Jacobs quería enderezar cualquier trasgresión que pudiera haber cometido esta joven pareja antes de la unión. Fueron hechas, y respondidas, las preguntas de rigor. La voz profunda y rica de Ruark sonó firme, sin vacilaciones, cuando prometió amar, honrar y cuidar hasta la muerte a su esposa. Mientras repetía 'sus propios votos, Shanna tuvo una sensación de condenación casi paralizante. Fue como un aviso, una premonición de que su estratagema fracasaría. Con renuencia, sus ojos cayeron en la delgada sortija de oro sobre la página abierta de la Biblia y ella sólo pudo pensar, mientras el ministro pronunciaba las palabras que los convertían en marido y mujer, en los años de devoción que su madre había dedicado a su padre. En contraste, este casamiento era una farsa y era un sacrilegio prometer amor para siempre ante un altar de Dios. Era una mentira y podría resultar condenada por decirla.
Pese a todos sus intentos, las manos de Shanna temblaban cuando Ruark le deslizó el anillo en el dedo y fueron dichas las palabras finales.
– Por la autoridad que me ha sido conferida y en el nombre de Dios Todopoderoso, os declaro marido y mujer.
Ya estaba hecho. La altanera Shanna estaba casada. Vagamente, oyó que el reverendo Jacobs daba su consentimiento para un beso nupcial y fue vuelta abruptamente a la realidad cuando Ruark la tomó en sus brazos. Eso bastó para borrar el pequeño remordimiento de conciencia. Deliberadamente, Shanna apartó de sí las manos de él, se puso en puntas de pie y muy recatadamente plantó un beso fraternal en la mejilla de su esposo.
Ruark retrocedió y miró, levemente ceñudo, el rostro exquisito que tenía adelante. Esa sonrisa atormentadoramente dulce no era lo que él esperaba a manera de apasionada respuesta… El deseaba algo más substancioso que ligeros picotazo s de gratitud. Ya había llegado a la conclusión -de que su esposa tenía mucho que aprender en materia de amor. Sólo deseaba disponer de las horas suficientes para poder conseguir el deshielo.
– Vamos, hijos míos-dijo el reverendo Jacobs, con su jovialidad totalmente recuperada.
Hay documentos donde poner sus nombres y me temo que tendremos encima muy pronto otra tormenta.
¿Oyen la lluvia?
Shanna miró a las ventanas y experimentó una nueva ansiedad. Afuera se acumulaban nubes oscuras y casi parecía sería de noche. Su miedo a las tormentas la angustiaba desde que era una niñita y aun ahora, ya mujer, no podía superar sus temores. Oyó el retumbar lejano de un trueno y se estremeció interiormente. ¡Si por lo menos lo peor no llegara hasta que hubiera terminado con este asunto!
Shanna volvió la espalda a los cristales de la ventana que mojaba la lluvia, como queriendo sacarse la tormenta de la mente, pero empezó a dominarla el pánico cuando siguió al ministro a la sacristía.
Una mano sobre su brazo la detuvo. El contacto era gentil pero firme, como una banda de hierro, y la hizo preguntarse qué fuerza se ocultaba en los dedos largos y delgados de Ruark Beauchamp.
– Mírame- murmuró él cuando ella se negó a reconocerlo. Involuntariamente, Shanna levantó unos ojos fríos e inquisitivos hacia los de él y encontró una sonrisa lenta y perezosa que parecía burlarse de ella. Lentamente, Ruark pasó un nudillo por el frágil pómulo de ella mientras sus ojos dorados se zambullían imprudentemente en las peligrosas profundidades del océano verde.
– Shanna, amor mío, lo tomaré muy a mal si me privas de esta noche contigo.
Fastidiada por este rudo recordatorio, Shanna echo la cabeza hacia atrás y levantó su fina nariz.
– Dudo de que esta buena gente tenga comodidades para huéspedes por una noche. Me temo, señor, Beauchamp, que tendrá que refrenar sus ardores hasta que tengamos más intimidad.
– ¿Y tendremos intimidad, querida mía? -insistió él-. ¿O dejarás pasar el, tiempo hasta que no quede nada?
– No puede esperar queme sienta ansiosa por meterme en la cama con usted, señor Beauchamp -replicó ella con petulancia-. Usted puede estar acostumbrado a las conquistas, fáciles, pero a mí la idea resulta desagradable.
– Es posible, señora mía -repuso él-. Pero el pacto fue por una noche completa en mis brazos, no menos.
– Ustedes un desvergonzado que se aprovecha de mi situación -declaró ella-. Si fuera u caballero…
Ruark rió suavemente y sus ojos color ámbar la desafiaron.
– ¿Acaso tú no te aprovechaste de mí? -dijo-. Dime, querida mía, ¿quién fue a esa miserable mazmorra a seducirme con modales arteros? Sí o no, dímelo sinceramente. ¿No fuiste tú quien se aprovechó de un pobre desgraciado, sabiendo que él estaba hambriento por la visión de una mujer? ¿No fuiste tú quien casi desnudó sus pechos para seducirme?
Shanna saltó como si la hubiera picado una avispa y su boca se abrió para expresar su indignación, pero no encontró palabras para castigar a este desvergonzado aunque repasó todo su vocabulario.
Ruark le puso un dedo debajo del mentón y lo levantó muy suavemente hasta que ella cerró los bellos labios.
– ¿Lo niegas? -se burló.
Shanna cerró los ojos y habló con los dientes apretados. – ¡Usted, mendigo vulgar, deberían colgarlo por vejar a las mujeres! los ojos de él brillaron y se endurecieron.
– Señora -dijo Ruark-_ creo que eso es lo que piensan hacer. Shanna tragó con dificultad. Casi había olvidado que él era un asesino. Trató de apartarse mientras el corazón le latía alocadamente en el pecho, pero él la retuvo con firmeza. Miró temerosa a su alrededor, en busca de Pitney, pero él estaba charlando con los guardias. A menos que hiciera una escena, no podría llamar su atención.
Sus palabras salieron torpemente de sus labios -Yo… fui una tonta al aceptar.
La expresión de Ruark era inescrutable pero algo brillaba en esos ojos con una luz que parecía vacilar por momentos.
– De modo -dijo con una lenta sonrisa- que ahora que tienes mi apellido, dices que el pacto es nulo.
La punzada del miedo se hizo más fuerte. Algo le advertía a ella que estaba arriesgando demasiado con su abierto desdén. Ruark rió despreocupadamente, la soltó y retrocedió un paso. Shanna, desconcertada, alzó la vista. El levantó una mano y llamó a través de los bancos vacíos de la iglesia.
La punzada del miedo se hizo más fuerte. Algo le advertía a ella que estaba arriesgando demasiado con su abierto desdén. Ruark rió despreocupadamente, la soltó y retrocedió un paso. Shanna, desconcertada, alzó la vista. El levantó una mano y llamó a través de los bancos vacíos de la iglesia.
– Buen señor…
El reverendo Jacobs, que estaba sentado cante un escritorio bajo, escribiendo los documentó s matrimoniales, se detuvo y levantó la vista. Pitney miró a su alrededor con expresión alerta.
– Señor, un momento, por favor -dijo Ruark-. Parece que mi señora…
Shanna ahogó una exclamación y se apresuró a interrumpirlo.
– No necesitamos molestarlo, amor mío. Ven, discutámoslo entre los dos.
Cuando el clérigo continuó escribiendo Shanna tomó un brazo de Ruark y lo apoyó firmemente contra su pecho. Con los ojos, lo desafió a que la rechazara.
– Usted es un grosero -dijo con los labios dulcemente curvados.
La llama ambarina de la mirada de él se intensificó y la quemo con su brillo. Los músculos del brazo de Ruark se tensaron contra el pecho de ella. Ruark se inclinó para besada en la mejilla y su boca ardiente se acercó demasiado a la de ella.
– No, no, Shanna. Sé amable. Mis días están contados y aquellos con alegría son todavía menos. Aparentemos, por lo menos, que estamos enamorados, aunque más no sea, por la señora Jacobs. Trata de fingir más ardor, querida mía.
Shanna trató de reprimir cualquier manifestación exterior de repulsión mientras él la besaba suavemente en la boca, pero ella siguió rígida, como si esperara su condenación.
– Tienes que aprender a relajarte -la regañó Ruark, respirando suavemente sobre los labios de ella.
Se irguió, deslizó el brazo alrededor de la cintura de Shanna y la atrajo posesivamente. Y la muchacha, de mala gana, aceptó las atenciones mientras él la acompañaba a la sacristía.
Mientras el ministro completaba laboriosamente los documentos y las anotaciones relativas al acontecimiento en el libro de registro, la señora Jacobs fue a buscar refrescos.
Mientras esperaban, Pitney concentró su ceñuda atención en el colonial, quien, en su opinión, mostraba por la novia más celo que el que era necesario. Un brazo apoyado ligeramente en el hombro de ella, una suave caricia por sus costillas, una palmada en el brazo donde la manga no lo cubría; los dedos largos, delgados, la exploraban con atrevimiento. Pitney podía imaginarse la trampa en la que se encontraba su joven ama al tener que soportar ese no deseado manoseo.
El ceño de Pitney se acentuó cuando su mirada se cruzó con la de Ruark, y le hizo al hombre una seña para que se le acercara
– Será mejor, que nos demos prisa -dijo Pitney-. Se aproxima la tormenta y podría sorprendemos aquí.
Ruark se detuvo para escuchar el sonido del viento que soplaba alrededor de un Ángulo de la iglesia y a medida que aumentaba silbaba de manera fantasma). Gotas de lluvia golpeaban los cristales de las' ventanas y caían en pequeños torrentes. Se encendieron velas para iluminar, la penumbra gris causada por la tormenta.
Ruark estudió cuidadosamente al otro hombre cuando éste replico, -Ajá, se lo diré a su ama.
Pitney puso tensa su fuerte mandíbula. -No le ponga las manos encima, muchacho -dijo-. Ella no es para tipos como usted..
– Usted es un sirviente leal, Pitney -repuso Ruark midiendo sus palabras-. Quizá demasiado leal. Ahora yo soy el marido.
– Solamente de nombre -replicó el otro-. Y ese hecho seguirá así hasta que acabe su vida.
– ¿Aun si usted debe acabar mi vida antes de que me llegue la hora? -preguntó Ruark.
– Se lo he advertido, muchacho. Ella es, una buena niña, y no de la clase que puedes encontrar en una Posada dando placer a los hombres.
Ruark unió sus manos detrás de su espalda, y miro a Pitney directamente a los ojos. Habló con mucha convicción.
Es mi esposa -dijo- aunque usted piense otra cosa. Ahora bien, no soy hombre de empezar una pelea con otro en un lugar como este, pero le advertiré esto: si intenta detenerme e impedir que dedique a Shanna mis atenciones, sería mejor que saque ahora mismo su pistola y termine conmigo. Nada tengo que perder y ella vale cualquier riesgo.
Con eso, Ruark dio media vuelta y fue hasta la ventana para mirar el paisaje barrido por la lluvia y dejó a Pitney con un ceño pensativo. Shanna también observaba a su flamante esposo. Había una actitud serenamente alerta en él, como en un gato o un lobo, con su fuerza lista para explotar pero dócil, por el momento. Ella pensó en una gran pantera negra que había visto en uno de sus viajes. En reposo, los músculos del animal eran largos y gráciles; empero, cuando la bestia se movió, los tendones se flexionaron y tensaron con un ritmo fantástico de vida que resultaba mesmerizante. Ruark era esbelto pero fuerte y se movía con una gracia casi sensual. Había en su andar una seguridad como si planeara cuidadosamente dónde pondría el pie en cada paso que daba. Por el momento parecía relajado y sereno, pero Shanna sintió que él era perfectamente consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.
El se volvió nuevamente hacia ella y se le acercó con ese andar seguro y elástico. Shanna no pudo dejar de admirar la hermosa figura de él en las costosas ropas que llevaba. Ella lo había descrito al sastre como un hombre delgado, musculoso, de espaldas anchas y caderas estrechas, fina cintura y vientre plano. Era satisfactorio comprobar que los resultados se acercaban mucho a la perfección. En realidad, los calzones habrían sido indecentes si el sastre los hubiese hecho un poco más ceñidos, porque ajustaban perfectamente.
Shanna se percató súbitamente de dónde se habían detenido sus ojos y levantó rápidamente la vista para encontrar la mirada divertida de Ruark quien no había dejado de observarla ni un solo instante. Se le acercó más y le murmuró al oído en voz tan baja que solamente ella pudo escucharlo:
– ¿Curiosidad de esposa, amor mío?
Shanna enrojeció intensamente y se volvió confundida. El la abrazó por la cintura y ella se sobresaltó ligeramente cuando él le apoyó en la espalda su pecho firme.
La voz profunda de Ruark pareció resonar en todos los rincones de la estancia cuando anunció suavemente:
– Parece que nuestro día de bodas será con agua.
En ese momento los pensamientos de Shanna estaban lejos de la tormenta que se desataba afuera y centrados en la tempestad que rugía en su interior. Un blanco relámpago de duda sacudió su confianza y súbitamente se sintió insegura de su capacidad para poder tratar debidamente a Ruark Beauchamp.
CAPITULO TRES
Los documentos quedaron listos y los testigos pusieron sus marcas pues no sabían escribir, de modo que los guardias pudieron salir a preparar el carruaje. Pitney indicó que era el turno de Ruark y Shanna contuvo el aliento pues había olvidado preguntarle si sabía firmar. No hubiera debido preocuparse. El firmó con mano rápida y segura. A continuación el ministro tendió la pluma a la novia. Shanna puso su nombre primero en el registro y después en una cantidad de documentos para la parroquia, el condado y la corona. Después vino una copia de los votos matrimoniales tal como fueron pronunciados. Cuando acercó la pluma al pergamino, sus ojos cayeron sobre una frase: "A mi esposo amaré, honraré y obedeceré". Acallando los gritos de su conciencia, Shanna puso su nombre al pie del documento y cuando trazaba su elaborada rúbrica final un relámpago iluminó el interior de la iglesia con una luz blanca y fantasmal. Antes de que se apagara, un trueno retumbó rápidamente y terminó con ruido ensordecedor. Los cristales de las ventanas vibraron y las tejas del techo parecieron bailar.
Con los ojos llenos de pavor, Shanna miró el pergamino que acababa de firmar, consciente de la mentira al pie de la cual había puesto su nombre. Se levantó, dejó la pluma a un lado como si le quemara los dedos. Ahora la tormenta rugía todo a su alrededor. Densas cataratas de lluvia golpeaban la iglesia y el viento aullaba como un espíritu de mal agüero en las sombras crecientes del día que moría.
Viendo su quietud, el reverendo Jacobs la llevó aparte.
– Pareces preocupada y alterada, criatura. Quizá esté bien que tengas dudas, pero debo decirte esto. Según se han desarrollado los acontecimientos, me he convencido de que lo que ha sucedido hoy aquí está verdaderamente bendecido y dará un largo y perdurable testimonio de la voluntad de Dios. Mis plegarias te acompañarán, hija mía. Tu esposo, parece un joven bueno y no dudo de que sepa comportarse.
Ruark levantó la mano y animó gentilmente a su esposa a que se llevara la copa a los labios mientras la miraba tiernamente a los ojos.
– Bebe, amor mío, ya tendríamos que ponernos en camino.
Después que bebieron el jerez y dejaron sus copas, la señora Jacobs corrió a buscar sus capas. Ruark tomó la prenda forrada en pieles y la envolvió alrededor de Shanna y se echó la suya descuidadamente sobre los hombros la condujo a ella hacia la puerta, precedido por Pitney. Se despidieron y el ministro expresó sus buenos deseos.
Fuertes ráfagas de viento los envolvieron e hincharon sus capas cuando se abrió la pesada puerta. Gruesas gotas de lluvia les cayeron encima. Pitney corrió a abrir la portezuela del carruaje y bajar la escalerilla plegadiza mientras Ruark esperaba con Shanna al abrigo del portal. Los dos guardias ya estaban encaramados en el asiento del conductor, acurrucados entre los pliegues de sus capotes para protegerse de la lluvia. Pitney llamó por señas a los recién casados, pero cuando ellos salieron al aire libre, una ráfaga de viento cargado de lluvia helada les golpeó en las caras. Shanna ahogó una exclamación, se volvió y se encontró luchando por respirar contra el pecho de Ruark. El la abrazó y la cubrió a medias con su propia capa. En seguida se inclinó, la levantó en sus fuertes brazos y corrió directamente hacia el carruaje. La depositó en el abrigado interior, subió inmediatamente detrás de ella y se sentó a su lado. Pitney plegó rápidamente la escalerilla, subió de un salto y se sentó en el asiento frente a la pareja.
– Hay una posada sobre el camino, no lejos de aquí -dijo con voz áspera- donde podremos cenar.
Ruark miró al hombre con atención.
– ¿Cenar? -preguntó.
– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza, y a la luz mortecina del oscuro crepúsculo sus ojos grises se encontraron con los de Ruark-.A menos que quiera regresar a la cárcel sin nada en la barriga hasta mañana por la mañana.
Ruark miró a Shanna, -quien parecía muy pequeña y silenciosa en su rincón.
El carruaje tomó el camino surcado por torrentes de agua.
Continuamente estallaban relámpagos y los truenos retumbaban entre las colinas. Entre los voluminosos pliegues de su capa, Shanna daba un respingo con cada ensordecedora explosión de sonido. Los rayos zigzagueantes atravesaban el cielo sombrío y sólo Pitney se daba cuenta de la inquietud de ella.
Ruark hizo una pregunta a Pitney: – ¿Regresará a Londres, esta noche?
– Ajá-respondió Pitney, casi en un gruñido.
Ruark pensó un momento en la breve respuesta del hombre antes de preguntar: – ¿Por qué no se queda en la posada? Será un viaje de tres horas, por lo menos, antes de llegar a Londres.
– Un viaje bastante largo, en una noche como esta -dijo Shanna secamente.
Su marido enarcó una ceja ante el tono de ella y miro, los llameantes ojos verdes que taladraban la oscuridad.
– Parece que has recobrado tu coraje ahora que estás lejos del buen reverendo Jacobs -dijo en tono ligeramente burlón.
Shanna respondió como hacía rato que deseaba hacerlo:
– Canalla descarado, cuide, su lengua o lanzaré a Pitney sobre usted. Pitney bajó su sombrero sobre su, ancha frente y apoyó la cabeza en el respaldo, de su asiento como si fuera a dormirse. Parecía que su joven ama nuevamente sería capaz de defenderse sola.
Ruark observó a su hosco compañero y después dirigió nuevamente toda su atención a Shanna, quien casi retrocedió cuando él estiró una mano hacia ella.
El le tomó una mano que estaba crispada sobre el regazo y la aterró con fuerza. Sonrió despreocupadamente y trató de llevársela a 'los labios mientras Shanna se agitaba nerviosamente, en su asiento y dirigía rápidas miradas a su protector para ver si realmente dormía.
– Eres realmente una flor, Shanna -:-dijo Ruark y sus ojos se posaron fugazmente en Pitney -pero hieres, me hieres dolorosamente. Ciertamente, Shanna, eres una rosa, una belleza del bosque de suave y dulce textura, tentadora, implorando que te tomen, pero si una mano descuidada trata de hacerlo, sólo encontrará una cantidad de agudas espinas. -Rió suavemente y ello aumentó la inquietud de Shanna. Aplicó sus labios en un punto sobre la delicada muñeca de ella-. Pero además hay alguien que visita el jardín y no recibe las punzadas de las espinas. Con mano cuidadosa, toma el capullo y gentilmente quiebra el tallo donde crece. Entonces la rosa es para siempre suya.
Shanna retiró violentamente la mano.
– Compórtese, señor -dijo secamente-. No diga tonterías.
Shanna se afirmó resueltamente en su rincón y él levantó la cabeza y la estudió. Ella no sabía exactamente qué podría hacer ese asesino convicto. Lo que no podía soportar era esa sonrisa lenta, burlona que exhibía constantemente, como si ella sólo sirviera para divertido. ¿Dónde estaba la cólera de este hombre? Si él levantaba una mano para golpearla Pitney estaba allí para impedirlo. Entonces no había necesidad de fingir ni siquiera un poco de tolerancia hacia él ni de soportar su presencia en el coche. Tendrían que encadenarlo y obligarlo a viajar arriba, con los guardias.
Una violenta sacudida del carruaje envió a Ruark casi encima de ella y Shanna retrocedió súbitamente asustada y levantó un brazo como para protegerse del ataque de él. Ruark rió divertido cerca de' su oído, lo' cual hizo que ella recuperara el coraje en un relámpago de orgullo herido, y él le apoyó una mano en el muslo. Shanna se estremeció de furia. Fingiendo torpeza, pensó ella, los largos dedos de él, intencionadamente o no, la tocaron a través del vestido donde ningún hombre se había atrevido a tocada.
¡No me toque! -dijo ella, casi sofocada por la cólera, y lo empujó con todas sus fuerzas-. Vaya a acariciara sus remeras en la cárcel.
Pitney los miró debajo de su tricornio y Shanna se acomodo nerviosamente la falda.
– ¿Y dónde está esa posada? -preguntó ella con impaciencia-. ¿Cree que llegaremos antes de que muera de tantas sacudidas?
– Cálmese, muchacha -dijo Pitney con una.risita-. Pronto llegaremos. Aunque duró apenas unos minutos más, el resto del viaje hasta la posada fue intolerablemente larga para Shanna. Aun con la, mirada cautelosa pero tranquila de Pitney sobre ellos, la proximidad, ciertamente la mera presencia de su esposo colonial le resultaba sofocante y la hacía dolorosamente consciente de la artimaña que había perpetrado.
Por fin el carruaje se detuvo frente a la posada. Un letrero debajo del portal se sacudía violentamente en el viento y los árboles se inclinaban casi hasta tocar el suelo, como si sus ramas desnudas buscaran en la tierra empapada un refugio contra la tempestad. Los guardias expuestos a toda la fuerza de la lluvia y el viento durante el viaje, no se demoraron atendiendo a los pasajeros y corrieron a protegerse, dejando a Pitney a cargo de la tarea.
Ruark se apeó, apretó su capa alrededor de su cuello, bajó el tricornio sobre su frente y cuando Shanna se asomó a la portezuela se volvió y la tomó en brazos, aunque ella protestó con indignación por este ultraje.
– El la cargó y la llevó sin hacer caso de sus protestas. Shanna.apretó los dientes disgustada y odió el atrevimiento de él y el estrecho contacto contra ese pecho duro y musculoso.
Como siempre, Pitney los siguió muy de cerca y cuando llegaron al portal cubierto, la gran masa de su cuerpo los protegió de la violencia de la tormenta. Una linterna de sebo colgada junto a la puerta, y a su luz vacilante pudo verse la cara de Shanna hermosamente encendida por el resentimiento.
– ¡Jamás había sido tan insultada en mi vida! -dijo casi ahogada con la furia-. ¡Déjeme!
Obedientemente, Ruark sacó el brazo que la sostenía por debajo de las rodillas y dejó que los pies de ella se deslizaran hasta el escalón; pero su otro brazo siguió sosteniéndola contra su pecho. Shanna lo empujó indignada para apartado. Atónita, se percató de que el encaje del corpiño de su vestido se había enganchado en un botón del chaleco de él.
– ¡Oh, mire lo que ha hecho! -gimió.
Le era imposible retroceder ni un solo paso. El tenía los pies ligeramente separados y ella estaba como atada a él, obligada a permanecer de pie en el espacio entre las piernas de él, o apartarse y desgarrar el corpiño de su vestido. Sintió los muslos duros y nones de él contra los suyos y la situación le resultó sumamente comprometedora y humillante. El brazo de Ruark rodeándola flojamente, su cabeza cerca de la de ella y su tibio aliento acariciándole la mejilla no facilitaban los intentos de Shanna por recuperar su compostura. Pitney, incómodo, se ¡aclaró la garganta pero siguió mudo. Los dedos de Shanna temblaban.
y aunque ella trató de desenredar el encaje enganchado en el botón se encontraba en tal estado que sólo consiguió enredarlo más. Furiosa, emitió un gemido de frustración ella.
– A ver, déjame a mí -dijo Ruark riendo y apartó las manos de Shanna se sintió sofocada y sus mejillas ardieron cuando los nudillos de Ruark se apretaron contra sus pechos y rozaron, por casualidad, los pezones mientras él trataba de desenredar el encaje. Sentíase sofocada por la proximidad de él y no podía respirar con esas manos en su pecho. Finalmente no pudo tolerar más ese manoseo.
– ¡Oh, basta ya, tonto chapucero! -gritó y perdiendo la paciencia lo empujó con fuerza.
Ruark retrocedió casi tropezando y su movimiento fue acompañado por el ruido de la tela al desgarrarse y una exclamación ahogada de Shanna. El encaje y su forro de seda habían cedido a la tensión. Un trozo pequeño de encaje quedó firmemente adherido al chaleco de Ruark. muda de horror, Shanna bajó la vista y vio que ahora sus pechos estaban apenas cubiertos por la delicada camisa de batista. Sus pechos redondos presionaban retozones con la delgada tela y los pezones suaves y rosados parecían ansiosos de reventar la camisa. Con la luz de la vela de sebo bañando la piel satinada, era un espectáculo excitante para Ruark, cuya forzada castidad de las últimas semanas habíale ofrecido muy poco alivio, fuera de las visiones conjuradas por su imaginación, dentro de las cuatro paredes desnudas de la celda de una prisión.
Ruark sintió que la boca se le secaba de repente y la respiración se le atascaba en la garganta con un doloroso nudo. Como un hombre famélico, miró las llenas, maduras delicias que tenía delante y casi no pudo resistir un impulso de tomar esos pechos en sus manos.
– ¡Usted, colonial idiota! -exclamó Shanna.
Al oír el grito Pitney se acercó preocupado, ignorante del motivo del disgusto de su ama.
– ¡No! -gritó Shanna, y tomando el corpiño desgarrado de su vestido, le volvió la espalda.
El pánico en la voz de ella hizo que Pitney se volviera inmediatamente porque creyó que el daño era mayor que un ligero desgarro. Se retiró varios pasos para no ponerla en una situación aún más embarazosa.
Shanna metió el extremo del trozo desgarrado entre sus pechos y al hacerlo su escote bajó de modo que la reparación Resultó casi más reveladora que el desgarrón. Ruark casi se ahogó de deseo y atrajo la atención y la mirada fulminante y acusadora de Shanna. No podía apartar los ojos de la piel desnuda, no podía dejar de absorber con la vista las deliciosas curvas, como si temiera que lo privaran de un momento a otro del espectáculo. Shanna se había sentido deseada con anterioridad, pero nunca tan completamente devorada. El deseo ardía en esos ojos dorados y la dejaba sin, aliento. Sólo pudo murmurar, con un poco menos de rencor:
– Si tiene algo de decencia, vuelva la cabeza.
– Shanna, amor mío -dijo Ruark, con voz torturada y cargada de tensión-. Soy un.hombre que pronto va a morir. ¿Me negarías hasta una visión fugaz de tanta belleza?
Shanna lo miró subrepticiamente, extrañada porque ahora no sentía repugnancia de él. Esa mirada audaz agitaba algo profundo dentro de ella y la sensación no era desagradable. Empero, se cubrió con su capa.
Hubo un momento de silencio mientras Ruark luchaba con sus propias emociones. Debajo de su flotante capa, se llevó las manos a la espalda y las enlazó con fuerza.
– ¿Preferirías regresar al carruaje ahora? -preguntó con amable solicitud.
– Hoy he comido poco pues he estado muy inquieta -replicó Shanna en un arranque de sinceridad-. Todavía puedo disfrutar de lo que resta de mi orgullo.
Los ojos. de Ruark centellearon con humor demoníaco y sus labios se curvaron lentamente en una delicada sonrisa.
– Eres la luz y el amor de mi vida, Shanna. Ten piedad de mí. Shanna levantó su fino mentón.
– ¡Ja! Se me ocurre que usted es un libertino y que ha tenido muchas "luces y amores" en su vida. No creo que yo sea la primera.
Ruark abrió gentilmente la puerta para que ella pasara.
– No puedo negar que no eres la primera, Shanna, porque antes no te conocía. Pero eres mi único amor y seguirás siéndolo mientras
– viva. -Sus ojos adquirieron una expresión seria y parecieron sondearla-. Yo no exigiría de una esposa más de lo que esté dispuesto a darle. Te aseguro, amor mío, que desde ahora no pasará un solo día sin que estés permanentemente en mis pensamientos.
Confundida por la gentil calidez de esa mirada y la franqueza de esas palabras, Shanna no supo qué responder. Era imposible determinará si él estaba burlándose o diciendo la verdad. El era diferente a todos los hombres que había conocido cuando ella hablaba para insultarlo, ofenderlo o tratar de infligirle una afrenta más profunda, él lo tomaba con buen humor y seguía haciéndole cumplidos. ¿Cuándo se le acabaría la paciencia?
Perdida en sus cavilaciones, Shanna pasó junto a él y entró en la posada. Mientras él se quitaba y sacudía su capa y su tricornio empapados por la lluvia, ella aguardó, aparentando por el momento ser una dócil esposa. El regresó, le rodeó la cintura con un brazo y la guió a una mesa que Pitney le había señalado. La misma estaba metida en un oscuro rincón de donde no había forma de escapar.
El señor Hadley y John Craddock, que los habían precedido, ahora estaban sentados ante la larga mesa común que llenaba el centro de la estancia. La posada estaba vacía salvo el posadero y su esposa, porque los clientes locales habían huido a sus casas cuando empezó la tormenta. Un fuego crepitaba acogedor en el hogar y lanzaba sombras danzarinas hacia las toscas vigas de madera que sostenían el techo, además de proporcionar calor a los mojados huéspedes. Después de una larga y torva mirada de advertencia a Ruark, Pitney se unió a los dos guardias y vació rápidamente un pichel de ale.
Ruark se sintió muy aliviado al hallarse en una mesa solo con su esposa. Hizo sentar a Shanna y se sentó muy cerca, a su lado. Pronto les sirvieron a todos una comida apetitosa: jugosas carnes asadas, pan, legumbres, y un vino exquisito para la pareja. Consciente de la mirada de su marido, Shanna vio que le temblaban los dedos y sintió que no tenía tanto apetito como había dicho hacía unos momentos. El empezaba a ponerla nerviosa. Nunca había conocido a un hombre tan persistente y concentrado en un solo propósito. Adivinaba muy bien lo que él pensaba cuando se apoyaba en el respaldo de su silla y la contemplaba. Y no deseando responder a ninguna pregunta que pudiera hacerle él, ella misma hizo una.
– ¿Quién era la muchacha que lo acusan de haber asesinado? ¿Era su querida?
Ruark la miró y enarcó una ceja.
– Shanna -dijo- ¿tenemos que discutir esto en nuestra noche de bodas?
– Tengo curiosidad -insistió ella- ¿No quiere contármelo? ¿Por qué lo hizo? ¿Ella le era infiel? ¿Fueron los celos que lo impulsaron a matarla?
Ruark se inclinó hacia adelante, apoyó los brazos sobre la mesa, agitó la cabeza y rió ásperamente.
– ¿Celoso de una criada con quien apenas hablé unas pocas palabras? Mi querida Shanna, ni siquiera conocía su nombre y estoy seguro de que ella tuvo muchos hombres antes que yo. Me encontraba allí, en el salón de una posada donde ella trabajaba, y ella dejó a otro hombre para venir a mí mesa. Me invitó a su habitación…
– ¿Así de simple? Quiero decir ¿no hubo nada más entre ustedes dos? ¿Usted nunca la había visto antes?
Ruark arrugó el entrecejo y estudió pensativo el líquido de su copa a la que inclinó de un lado a otro.
– Ella reconoció el color de las monedas de mi bolsa cuando yo pagué la comida. Fue suficiente para que nos hiciéramos amigos. El tono amargo de su voz dijo mucho que Shanna no comprendió.
Está arrepentido de haberla matado ¿verdad? -preguntó Shanna.
– ¿Matarla? -Ruark rió brevemente-. Ni siquiera recuerdo haberme acostado con ella y mucho menos haberle puesto una mano encima. Ella me robó mi bolsa y me dejó sin nada, aparte de mis calzones, para enfrentar a los casacas Rojas, los soldados que a la mañana siguiente me arrancaron de su cama. Me acusaron de haberla asesinado porqués ella llevaba en su vientre un hijo mío, pero Dios sabe que eso es mentira. Es no era posible porque yo había llegado de Escocia y alquilado un cuarto en esa posada esa misma tarde. Nunca había visto a la muchacha. Pero me llevaron ante el magistrado, lord Harry se llamaba – Ruark rió despectivamente- y me dieron solamente un momento para, defenderme antes de que me acusaran de mentir y me arrojaran a la más oscura mazmorra, hasta que el mismo lord Harry decidió cuál era mi culpa. Asesinato, declaró, para no casarme con la muchacha. ¿Puede imaginarse, con todos los bastardos que hay en el mundo, cómo podría ser verdad una cosa así? Habría sido más fácil abandonar el país. Y todavía más simple, si en un momento de locura yo hubiese matado a la muchacha, huir de su habitación antes de que el posadero fuera a despertarla para que empezara su trabajo del día. Pero como un perfecto tonto, me quedé dormido en su cama hasta el día siguiente. Por Dios, yo no la maté ¡Sé que yo no lo hice!
Furioso, derramó el vino y aparto su plato.
– ¿Pero cómo es posible que no recuerde? -preguntó suavemente Shanna.
Ruark se serenó un poco y se alzó de hombros.
– Oh -dijo-, he pensado mucho en eso y todavía no logro comprenderlo.
"Un hombre culpable siempre se, declara inocente", pensó Shanna con desconfianza. No era probable que él estuviera diciendo la verdad porque solamente un loco sería capaz de olvidar un asesinato y ella no creía que Ruark Beauchamp estuviera loco. Sin embargo, le pareció mejor cambiar de tema pues percibió que él estaba poniéndose meditabundo.
Aceptó que él volviera a llenarle la copa con Madeira y bebió, dejando que el vino la ayudara a relajar sus tensiones. Casi podía felicitarse por el éxito del día. Hasta ahora todo había resultado como ella lo había planeado. Empezó a sentirse animada y jovial.
– ¿Y qué hay de ti mi adorable Shanna? – Ruark nuevamente la miraba con fijeza y con toda la ternura que un hombre puede dedicar a su novia.
– Oh -rió ella nerviosamente. En, este lugar público, donde Ralston, cuando regresara de su viaje y se enterara de su casamiento, podría hacer averiguaciones sobre la pareja de recién casados, Shanna no se atrevía a mostrarse desagradable-. ¿Qué le interesaría saber?
– ¿Por qué decidiste casarte conmigo cuando hubieras podido elegir a cualquier hombre que se ajustara a tus preferencias?
– ¿Que se ajustara a mis preferencias? -dijo Shanna, con ligero tono de burla-. Ninguno lo hacía. Y mi padre es muy empecinado. Hubiera sido muy capaz de obligarme a aceptar al hombre -que él eligiera. Vaya -agitó la mano en gracioso gesto- si ni siquiera le pidió a mi madre que se casara con él.
Rió alegremente y Ruark la miró con dudas y una sonrisa encantadora le iluminó la cara.
– Oh, no, no es lo que usted piensa. Mi padre es una persona muy autoritaria. Le dijo. a mi madre que ella se casaría con él y la amenazo con raptarla si ella se negaba. Yo. nací como corresponde, un año después que ellos se casaron.
El siguió sonriendo en forma seductora.
– ¿Y tu madre no tuvo nada que decir en el asunto?
– Oh, ella estaba convencida de que el sol salía y se ocultaba porque Orlan Trahern así lo quería. Lo amaba profundamente. Pero él mismo era un bribón. Mi abuelo fue ahorcado por bandolero.
– Por lo menos tendremos algo en, común -comentó secamente Ruark.
Se produjo un momento de silencio. Por fin Ruark habló.
– ¿Piensas cumplir con lo convenido? -preguntó.
Shanna, desconcertada por esa pregunta que tanto había tratado de evitar, buscó a tientas una respuesta.
– Yo…yo… -balbuceó.
Ruark apoyó un brazo en el respaldo de la silla de Shanna, puso el otro sobre la mesa, se inclinó y la besó en la oreja.
– ¿Sólo por esta noche, Shanna -murmuró suavemente- no podrías fingir que sientes algo por mí?
Shanna sintió que el aliento cálido de él la hacía estremecerse de pies a cabeza y en sus pechos experimentó un curioso cosquilleo. Deben de ser los efectos del vino, pensó atónita, porque sus sentidos giraban como embriagados de placer.
– ¿Es tan difícil imaginar que somos dos enamorados que acaban de casarse? -insistió Ruark, respirando muy cerca del cuello de ella.
Le rodeó los hombros con el brazo y Shanna tuvo que luchar para que su mundo no se convirtiera en un caos cuando los labios húmedos y entre abiertos de él la besaron en la boca. Trató de apartarlo y de liberar su boca. ¿Tanto vino había bebido que eso le causaba vértigos? ¿Qué le estaba sucediendo? Ella no era una borrachina ni una mujer de virtud fácil. ¡Por Dios, si era una virgen! ¡Y sólo bebía té!
– Seré muy suave contigo -dijo Ruark suspirando, como si le hubiera leído los pensamientos, y apretó sus labios contra el tentador ángulo de la boca de Shanna- Déjame tomarte en brazos, Shanna, y amarte como yo quiero. Déjame que te toque… déjame que te posea…
– ¡Señor Beauchamp! -exclamó ella casi sin aliento y evitó su beso-. Ciertamente, no tengo intención de entregármele aquí, en el salón, para diversión de todos. Déjeme -rogó, y agregó, con más severidad-:
Si no me deja, gritaré…
El aflojó un poco el abrazo y Shanna se puso de pie precipitadamente y anunció, con voz trémula:
– Será mejor que nos pongamos en marcha. Shanna corrió hacia la puerta mientras Ruark se detuvo para recoger su capa y su tricornio, y cuando trató de correr en pos de ella, Pitney y los guardias lo tomaron de los brazos.
Indiferente a la intensa lluvia y a los charcos del camino, Shanna salió corriendo de la posada. Ruark la hubiera seguido pero se produjo cierta demora mientras el posadero, temeroso de perderse el costo de las comidas, empezó a discutir vivamente con Pitney, quien estaba más interesado en mantener a Ruark a su lado. Una pesada bolsa arrojada al posadero terminó con la discusión y por fin Pitney permitió a Ruark que lo precediera hacia el carruaje.
Ahora la lluvia caía como un tamborileo regular sobre el techo del carruaje. Empapada, y temblando por el frío y por sus propias emociones, Shanna se había acomodado en un rincón del asiento, dejando la mayor parte del mismo a quienquiera que quisiera ocuparlo. Con dedos temblorosos consiguió, después de encontrar el pedernal y la Yesca, encender la linterna de sebo que colgaba de la pared interior del carruaje.
Ruark subió y Pitney plegó la escalerilla. El mismo quiso subir pero encontró súbitamente cerrado el camino par el brazo del joven.
– ¿Usted no tiene compasión, hombre? ¡Unas pocas horas de casado y destinado a que me ahorquen antes de una semana! Suba al asiento de los, guardias.
Antes de que Pitney pudiera protestar,¡ Ruark le cerró la portezuela en la cara. Sin embargo, Pitney difícilmente iba a dejarse amedrentar por un jovenzuelo atrevido, enamorado de su señora. En realidad, era todo 1o contrario. La puerta del carruaje fue abierta con tanta fuerza que rebotó contra el costado del coche con un fuerte ruido, que hizo que Shanna saltara asustada.
Ruark no estaba dispuesto a permitir esta intromisión sin por 1o menos una breve lucha y nuevamente puso su brazo a través de la abertura de la portezuela para impedir que el otro entrara.
Pitney estiró un brazo para arrancar al ardoroso novio del carruaje, pero 1o detuvo una sorprendida exclamación de Shanna. Ciertamente, no fue el temor por su marido 1o que produjo esta reacción en la joven sino la presencia del posadero y su esposa que estaban en la puerta de su establecimiento y estiraban los cuellos para ver qué sucedía.
– Está bien, Pitney, suba con los guardias -ordenó ella en voz baja pero con tono imperioso.
Pitney miró hacia atrás y vio la razón de la preocupación de su ama. Se irguió, retrocedió un paso y se acomodó el chaleco.
Ruark sonrió con benevolencia.
– Así está bien, amigo -dijo-. Y no se quede ahí holgazaneando. Dé se prisa. Partamos de una buena vez.
Pitney levantó obstinadamente su poderoso mentón y bajó las cejas en un gesto ominoso. La lluvia helada le caía en la cara pero él parecía no notado. Sus ojos grises y penetrantes midieron a Ruark a la luz de las linternas del carruaje.
– Si le hace daño a ella… -la amenaza fue formulada en voz baja pero llegó claramente a los oídos de Ruark.
– Vamos, hombre -dijo Ruark riendo burlonamente-. No soy tan idiota. Valoro mucho el poco tiempo que me queda sobre la tierra. Le doy mi palabra de que ella será tratada con todo afecto y con mucho respeto.
El ceño de Pitney se acentuó ante las palabras de Ruark.
Hubiera querido aclarar un par de cosas pero Shanna vio la amenaza de una escena en público en esta aldea donde los actos de unos desconocidos serían rápidamente notados y comentados. Tan cerca de la iglesia donde se habían casado, los rumores se extenderían y Ralston no tendría ninguna dificultad en enterarse de ellos.
– Veámonos, Pitney, antes de que usted desbarate todos mis planes.
Finalmente el hombre cedió y aunque sus palabras estuvieron dirigidas a ella, no dejó de mirar fijamente a Ruark.
– Cerraré la puerta por fuera. El no tendrá posibilidad de escapar
– Entonces hágalo de prisa -dijo Shanna-. y tenga cuidado de que el posadero y su esposa no vean 10 que está haciendo.
Pasaron unos instantes antes de que el lujoso carruaje se pusiera en marcha por el lodoso camino a Londres. La lluvia caía monótona sobre el techo apagando todos los otros sonidos, mientras las linternas lanzaban solamente una luz débil, vacilante, hacia las profundas tinieblas que iban atravesando. Aunque el mullido interior era cómodo y abrigado y estaba bien protegido de la desapacible noche, Shanna no se sentía a sus anchas. Su carrera hasta el coche había sido una locura. Sus zapatos estaban empapados, sus medias hasta la rodilla estaban húmedas casi en toda su longitud y el borde mojado de su falda se adhería, frío y molesto, a sus tobillos. Se arrebujó en la amplia capa y no pudo impedir un estremecimiento ni que sus dientes entrechocaran de frío.
– Vaya, Shanna, estás temblando -dijo Ruark. Le tomó una mano y se le acercó más
Ella 1o apartó irritada.
– ¿Siempre tiene que decir 1o que es evidente? -dijo, pero en seguida adoptó un tono más suave-. Tengo los pies fríos..
– Ven, amor, déjame calentarlos.
Antes de que ella pudiera protestar, él se agachó, le tomó las piernas y las puso sobre su regazo. Levantó el borde mojado del vestido y le quitó los escarpines embarrados. Shanna ahogó una exclamación cuando él le tocó atrevidamente las rodillas y le quitó rápidamente las medias y las ligas adornadas con encaje, que dejó en un pequeño montón con los zapatos en el suelo del coche. Después puso los pies de ella debajo de su chaqueta y cubrió su regazo y las piernas de ella con su capa. Con una mano sostuvo los pies bien apretados contra él y con la otra empezó a masajearle las esbeltas pantorrillas. Shanna dejó de sentir frío. Tenía muchas cosas en qué pensar mientras él le prodigaba sus cuidados con tanta familiaridad. Nunca le había ocurrido encontrarse sola con un hombre encerrada en un lugar tan pequeño y ello estimulaba su imaginación. Había estado con muchos loores y hombres con título pero siempre adecuadamente acompañada. Nunca había conocido a un colonial hasta que conoció a Ruark Beauchamp. Y ahora él estaba a solas con ella y tenía sobre ella los derechos de un esposo, por más que esa condición duraría muy poco. Fue natural que ella se preguntara cuál sería la reacción de él si 1o sometía a sus femeninas artes de seducción. Hacía bien en permitir que este rústico individuo de las colonias saboreara su belleza, pensó, porque pronto él estaría camino del cadalso. No haría ningún daño si afilaba sus armas con él.
Se acomodó en el rincón con la espalda contra el costado del carruaje y 1o miró de frente. La pequeña linterna alumbraba suavemente y ella vio que esos ojos ambarinos la observaban silenciosamente con un fervoroso brillo. Los dedos de Ruark le masajeaban suavemente las piernas desde los tobillos hasta las rodillas y le producían una agradable sensación. Shanna curvó los labios casi en una sonrisa, suspiró, y estirándose como una gata satisfecha, se apoyó en el asiento. Su capa se le abrió hasta la cintura pero ella fingió no notarlo, cruzó los brazos debajo de sus pechos y estos- se elevaron hasta que casi salieron completamente del vestido desgarrado y de la delgada camisa. En realidad, ella no sabía cómo brillaba su piel con un lustre satinado a la luz de la vela de la linterna ni podía medir hasta dónde llegaba la pasión de Ruark. Sólo vio que los ojos de él descendían lentamente y sintió que el vientre de Ruark se ponía tenso contra su pierna y que una arteria del muslo empezaba a latir aceleradamente debajo de su pie.
Al ablandarse su actitud, su belleza se acentuó y Ruark la miró con atrevimiento. Cuando él habló, su voz no traicionó el nudo que sentía en la garganta.
– ¿Te sientes mejor? -preguntó Ruark.
– Si -suspiró Shanna, cerró a medias los ojos, echó la cabeza hacia atrás y dejó que él contemplara su cuello largo Y suavemente curvado.
Ahora él le diría en cualquier momento cuanto la deseaba Y le rogaría que se le entregase Y ella seguiría el juego hasta que llegara el momento de separarse. A través de los párpados entrecerrados no dejó de
Observado y se sintió picada por el desencanto cuando él pareció inmune a sus encantos.
Ruark buscó dentro de su chaqueta Y sacó los documentos atados con la cinta escarlata.
– Estos son los documentos matrimoniales -informó él Y le enseñó el paquete-. Los necesitarás para probar que estás casada.
Shanna se incorporó Y estuvo por tender la mano para tomados, pero él los puso fuera de su alcance.
– Ah, ah -lujo Ruark- el precio aún no ha sido pagado. Con algo parecido al horror en los ojos, Shanna lo miró fijamente. ¿La amenazaría con destruidos si ella no se rendía? Si los arrojaba al camino lleno de lodo quedarían tan estropeados que no servirían de nada.
– ¿Ruark? -:-preguntó, y retiró los pies- no irás a…
– Oh, no, Shanna. El pacto está hecho Y aceptado.
La miró de pies a cabeza con atrevimiento y Shanna se preparó para lo peor. El sonrió lentamente.
– y no cuestionaré tus intenciones ni tu honor. Pero esto es algo nuevo. Exigiré de ti… -hizo una pausa Y se golpeó el mentón con los documentos-…un beso -dijo súbitamente, con decisión-. Un amoroso beso como debe darle una esposa a su flamante esposo. ¿Es un precio demasiado elevado?
Levantó las cejas en un gesto burlón.
Shanna sintió cierto alivio, se cubrió con la capa para protegerse de los ojos hambrientos de él y sintió con irritación que sus rodillas rozaban los muslos de él.
– Muy bien -suspiró, como de mala gana-. Si insiste. Estoy demasiado cansada para resistirme. -Se inclinó ligeramente hacia adelante-. Cuando guste, señor. Estoy lista.
Cerró los ojos para esperar Y los abrió nuevamente cuando oyó la risa suave de él. Ruark no se había movido. Mientras ella lo miraba, él se abrió despreocupadamente la chaqueta Y se desabotonó el chaleco antes de recostarse en su rincón del asiento.
– Shanna -dijo con una sonrisa provocativa- lo convenido fue que tú darías el beso. ¿Necesitas ayuda o instrucciones especiales?
Shanna se enfureció Y le dirigió una mirada asesina. ¿Creía él que ella era una simple sirvienta incapaz de descubrir sus trapacerías? Se incorporó sobre sus rodillas, decidida a demostrarle lo que sabía. ¡Le daría un beso digno de llevárselo a la tumba!
Tímidamente, le puso los brazos sobre los hombros. Nuevamente la mirada de él descendió hasta donde ella quería. Lo haría retorcerse de frustración antes de que esto terminara. Le acarició ligeramente la nuca con los dedos y se acercó más. Entonces, él levantó súbitamente la cabeza, la miró a los ojos y sonrió con cierta preocupación.
– Trata de hacerlo bien -advirtió-. Comprendo que puede faltarte experiencia, pero un beso de esposa a esposo tiene que ser motivo de orgullo y no de vergüenza.
Shanna se puso un momento rígida por la furia que le causaron las palabras de él y sintió deseos de arañarlo en la cara.
– ¿Cree que nunca he besado a un hombre? -siseó al ver la mirada divertida de él.
Ruark enarcó las cejas y se alzó levemente de hombros. -En verdad, Shanna -dijo, y movió su cuello contra las manos de ella- estaba preguntándome eso. Un besito infantil en la mejilla sólo estaría bien para un tutor paternal.
Shanna, deliberadamente, se inclinó hasta que sus pechos descansaron en el pecho de él, y echando mano a toda su imaginación, acercó sus labios a la boca entreabierta de él y empezó a moverlos lentamente, cálidamente. Sus ojos se dilataron cuando la boca de él se abrió y se retorció sobre la de ella. El la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza. El mundo de Shanna giró locamente cuando él se volvió lentamente hasta que la tuvo a medias sobre su regazo, con la cabeza apoyada en su hombro. La boca de Ruark era insistente, exigente, implacable, y la dejaba sin aliento y le hacía perder la compostura. Sintió se atrapada en el centro de una batalla que no podía tener esperanzas de ganar. Su armadura fue atravesada, embotadas sus armas y su ingenio. Este beso quemante hubiera debido resultarle repulsivo, pero, en realidad, ella lo encontraba sumamente excitante. El pecho firme, musculoso de Ruark, apretábase contra sus pechos apenas cubiertos y Shanna sentía los fuertes latidos del corazón de él mientras el suyo palpitaba con un nuevo y frenético ritmo.
Lentamente, Ruark apartó su cara. Trémula por el esfuerzo, Shanna trató de recobrar su compostura. El la miró fijamente y ella soltó un profundo y entrecortado suspiro. Trató de librarse de los brazos de él, lo logró y en seguida se encontró sentada sobre el regazo de Ruark..
– ¿No ha sido cumplido el pacto, señor mío? -preguntó Shanna con voz temblorosa..
Sin comentarios, Ruark le entregó los documentos y ella los guardó dentro de su manguito de pieles. Entonces quiso levantarse pero él la retuvo sobre su regazo. Como su tontillo le estorbaba los movimientos no pudo escapar de él.
– ¿Acaso espera más de lo que dijo de nuestro pacto? -preguntó Shanna y miró las llamas doradas en los ojos de él.
– No -repuso Ruark y sonrió lentamente-. Pero ahora quiero que se cumpla nuestro pacto anterior, el primero.
Shanna luchó por liberarse pero él la retuvo estrechamente contra su cuerpo Y le habló al oído con un ronco susurro.
– Shanna, piensa un poco y trata de imaginar lo que es permanecer en una habitación pequeña y gris y contar las piedras por milésima vez, conocer de memoria su largo, su ancho y su altura, ver nuevamente los días que han pasado como marcas en la puerta de hierro y saber que mañana habrá que añadir otra marca y que cada instante que pasa te acerca a la horca y preguntarse, sin ninguna esperanza, si el dolor será terrible o si tendrás una muerte rápida. Y entonces, en ese mundo tan estrecho, irrumpe una belleza como tú y provoca sueños y esperanzas. Sí, Shanna, esposa mía, deberé regresar a mi mazmorra -dijo Ruark y acercó su cara a la de ella- pero antes de que la puerta se abra otra vez, tú serás mi esposa en todo sentido.
Y Shanna sintió que la mano de él ya estaba debajo de sus faldas y atrevidamente apoyada en la parte superior de su muslo. Ahogó una exclamación, lo tomó de la muñeca y trató de apartar esa mano pero entonces se percató de que él, con su otra mano, estaba desatando los lazos de su vestido.
– ¡Ruark! -Se retorció y apartó el brazo de él.
Súbitamente pareció que él tenía una doble, cantidad de manos. Shanna se veía en dificultades para conservar su recato. Finalmente le tomó ambas manos y las apretó contra su pecho en un esfuerzo por tenerlas quietas. Y entonces cayó en cuenta de otra cosa. En la lucha, sus faldas habían sido levantadas y ahora sus nalgas desnudas descansaban directamente sobre los muslos de él. Debajo de los calzones cortos de seda, la virilidad de Ruark se apoyaba, atrevida y erecta, contra la carne de ella. Y ahora él conseguía liberar sus manos y la estrechaba con más fuerza.
– ¡Ruark, tú no eres un caballero! -exclamó indignada.
– ¿Esperabas encontrar un caballero en un calabozo?
– ¡Eres un grosero! -jadeó ella, tratando de apartar las manos de él.
Ruark rió suavemente y su respiración rozó el cuello de ella. -Soy nada más que un marido -replicó él- ardiente y bien dispuesto.
Shanna trató de alcanzar la ventanilla a fin de abrirla y gritar, pero él se lo impidió con firmeza. Ella se resistió con renovadas energías.
El le apoyó una mano sobre el pecho desnudo y ella trató de abofeteado pero él la detuvo a tiempo aferrándola con una mano de hierro, aunque sin causarle dolor. Shanna aspiró profundamente para gritar enfurecida pero él le tapó la boca con sus labios.
Shanna sintió que su cabeza empezaba a girar en un torbellino cada vez más rápido y trató de resistir la embriaguez que le producía el beso de Ruark.
– ¡Ruark! ¡Aguarda! -jadeó cuando él apartó un poco su boca.
Mientras tanto, los dedos de él se afanaban con las delicadas cintas de la camisa y dejaban los pechos de Shanna completamente ex puestos.
– Vamos, Shanna, amor mío, entrégate a mí ahora -murmuró él roncamente contra su cuello, y su cara bajó. Su boca pareció quemar el pecho de ella. Shanna Sintióse devorada por una llama abrasadora que la atravesó como un ardiente relámpago.
– Oh, Ruark -jadeó en un susurro-. Oh, no, por favor… -casi no podía respirar-. Oh, Ruark, basta…
El calor se difundió por su cuerpo hasta que su piel pareció resplandecer. Ahora tenía las manos libres pero sólo podía aferrar la cabeza de él y apretarla contra sus pechos. El se movió y ella lo sintió entre sus muslos, duro y caliente. Tenía los labios resecos y se los humedeció con la lengua. En un último y débil esfuerzo trató de protegerse de la ardiente virilidad de él..
– Oh, amor, amor mío -jadeó él, le tomó una mano y la llevó hasta su sexo-. Soy un hombre de carne y hueso. No, soy un monstruo, Shanna..
La besó nuevamente y su lengua insistió hasta que ella la recibió con la suya, primero con hesitación y después decidida, con pasión. El la apretaba contra el asiento de terciopelo.
¡Su cordura trataba de luchar contra esta locura! ¡Su pasión parecía susurrarle taimadamente: déjalo hacer!
Y él lo hizo. Primero, un dolor desgarrante, agudo, la hizo soltar una exclamación pero en seguida sintió muy profundamente una calidez que la hizo sollozar de placer. El empezó a moverse sin deJar de besarla, de acariciada, de amarla…
Súbitamente llegó desde afuera un grito de Pitney y la velocidad del carruaje cambió. Ruark soltó una maldición, levantó la cabeza y se percató de que estaban deteniéndose. Entonces oyó otra voz que respondía al grito de Pitney y la reconoció como la voz del tercer guardia, el que había quedado con el carromato prisión.
– ¡Ahhh, maldición! -exclamó Ruark lleno de frustración-.
¡Maldita perra tramposa! -Se apartó rudamente de ella y la empujó con violencia-. ¡Sabía que no cumplirías tu pacto!
Con mucha urgencia, Ruark empezó a poner en orden su ropa mientras la miraba con una mueca cargada de desprecio.
Shanna se encogió en su rincón y se tapó los oídos mientras él daba rienda suelta a su cólera con palabras quemantes. En la penumbra, sus ojos la miraron llenos de crueldad y parecieron quemarle los pechos suaves y temblorosos Y sus hermosos muslos, todavía desnudos.
– Cúbrete -gruñó despectivamente. y en seguida, con voz más dura, agregó-: ¿O quieres que los guardias tomen mi lugar?
Shanna se envolvió apretadamente con la capa como si quisiera protegerse de la mirada despreciativa Y penetrante de él.
Un segundo después la portezuela se abrió violentamente Y la negra boca de la enorme pistola de Pitney apuntó amenazadora al pecho de Ruark.
– Fuera.
En Ruark, todo se rebeló. Lo habían empujado, usado, enardecido, provocado, engañado y finalmente traicionado en un momento de lo más degradante. Un áspero rugido brotó de su garganta y antes de que nadie pudiera reaccionar, apartó la pistola con un violento puntapié y se arrojó, con los pies primero, contra el pecho de Pitney. La fuerza del ataque hizo que ambos cayeran sobre el lodo del camino. Los guardias dieron gritos de alarma.
– ¡Atrápenlo, o Hicks nos hará cortar las cabezas!
Shanna se estremeció cuando cayeron sobre él. Juramentos y gritos sofocados de dolor acompañaban a la lucha. Los guardias eran corpulentos, pesados y musculosos; Hicks los había elegido por, su fuerza a fin de asegurarse de que el prisionero volviera a su celda.-Cada uno superaba a Ruark en varios kilogramos y Pitney era más grande que cualquiera de ellos, pero Ruark demostró poseer amplios conocimientos de luchador y se resistió como un poseído.
Lograron dominarlo momentos más tarde y aun entonces él apenas estaba más golpeado que sus captores, dos de los cuales ahora lo tenían sujeto contra el barro entre sus rodillas mientras el tercero se apresuraba
a sujetarle las muñecas con las esposas.
Pitney observaba de pie y. trataba de limpiarse un poco de lodo de su capa. Se masajeaba un hombro como si le doliera y flexionaba un brazo. Cuando alzó la vista, se detuvo al ver la cara de Shanna iluminada por la linterna y siguiendo esa mirada los guardias también se detuvieron. El tercero se acercó y murmuró una humilde disculpa.
– Sentimos habernos demorado, señora, pero el carro se atascó en el barro cerca del estanque. De otro modo hubiéramos llegado antes, como usted quería. Ruark levantó lentamente la cabeza y la miró fijamente a los ojos. Tenía la cara magullada y manaba sangre de un ángulo de su boca.
La garganta de Shanna se contrajo convulsivamente. La joven se retrajo hacia las sombras del interior del coche y se cubrió la cara con el capuchón de su capa para no tener que soportar la mirada alucinada de Ruark.
– Si Dios Todopoderoso llegara a apiadarse de mí -gritó él con furia- me ocuparé de que se cumpla completamente nuestro pacto…
Su promesa fue silenciada por el golpe de un enorme puño. Shanna dio un respingo cuando oyó el golpe. Cuando pudo mirar otra vez, Ruark colgaba fláccidamente, sostenido por los guardias. Ellos terminaron de encadenarlo y lo arrojaron brutalmente dentro del carro. La puerta se cerró y el rostro ensangrentado de él apareció fugazmente en la pequeña ventanilla, hasta que también cerraron el postigo.
Shanna se hundió contra el mullido asiento y empezó a acomodarse la ropa con dedos temblorosos. Excepto el hecho de que había perdido su virginidad, sus planes se habían realizado de acuerdo con sus deseos. Pero le fue imposible sonreír con satisfacción. En cambio, ahora sentíase envuelta en un vacío abrumador y su traición le pesaba sobre la mente como un peso muerto. Su cuerpo joven ardía con una vehemencia que nunca había sentido antes, pero ahora no encontraba alivio para ello porque debajo de la capa que la envolvía sus brazos estaban dolorosamente vacíos.
La portezuela del carruaje fue, cerrada con suavidad y el peso de Pitney hizo que el coche se bamboleara ligeramente cuando él ocupó el asiento del cochero.
El carruaje se puso en movimiento. Cuando pasaron junto al carro prisión chapaleando, en el lodo y envueltos en las profundas tinieblas de la noche, de la caja con barrotes emergió un aullido desgarrante, casi inhumano, acompañado por los golpes repetidos contra la pesada puerta de madera. Súbitamente, Shanna creyó que. Ruark Beauchamp estaba loco.
Cerró con fuerza los ojos, se tapó los oídos con las manos. Pero la imagen de la cara golpeada y magullada de él seguiría grabada en su cerebro y nada podría borrarla.
CAPITULO CUATRO
Un silencio sepu1cral flotaba en los sórdidos corredores de la cárcel. Pero entonces una puerta fue cerrada violentamente y ¡eso rompió la quietud. Hicks despertó sobresaltado. Sintió que la frente se le cubría de sudor frío y miró con ojos asustados el rostro sombrío y contorsionado que se inclinaba sobre él.
– ¡No, no! balbuceó ímplorante mientras trataba de librarse de las frazadas y de los fantasmas de sus pesadillas.
– ¡Hicks, despierte de una vez!
La sombra se irguió e Hicks vio que se trataba de un hombre. Parpadeó y enfocó sus ojos en el grupo que estaba de pie frente a él.
Finalmente despertó por completo y su rostro adquirió una expresión de completa sorpresa cuando notó el estado en que llegaban los otros. John Craddock señaló al prisionero.
– El condenado mendigo trató de escapar -dijo el hombre con dificultad-. Nos dio mucho trabajo- sujetarlo.
– ¡Trabajo! -dijo Hicks, resoplando despreciativamente. Se puso dificultosamente de pie y examinó a sus corpulentos guardias.
Craddock tenía un labio partido, Hadley exhibía un ojo negro y el tercer guardián se tocaba la mandíbula dolorida.
– ¡Que Dios los asista si él llega a escapar! -advirtió Hicks.
Sus gruesos labios se abrieron en una sonrisa de satisfacción cuando vio el estado lamentable en que se encontraba Ruark.
– ¡Vaya! ¿Así que quisiste burlarte del verdugo?-preguntó el carcelero, y en sus ojillos apareció un fulgor de crueldad-. Puedes apostar tu vieja ramera que en este momento no me importaría romper mi bastón contra tus costillas.
Ruark miró al carcelero con una expresión de mudo desafío. Tenía la cara golpeada, magullada y ensangrentada, pero sus ojos no habían perdido su expresión indomable.
El señor Hadley se tocó delicadamente su ojo hinchado.
– Ah, ella no era una vieja ramera, compañero. Era una verdadera beldad y él pareció muy entusiasmado. Yo no me habría perdido por nada del mundo un bocado así.
Hicks miró a Ruark.
– ¿Ella hizo que se te calentara la sangre, eh? y terminaste casado pero no en la cama. Bien merecido lo tienes, bribón. -Levantó su bastón y golpeó al prisionero en un hombro-. Vamos, dinos su nombre. Quizá ella esperaba un hombre mejor que tú. Vamos, cuéntanos.
La desdeñosa respuesta de Ruark fue amarga, dura:
– Señora Beauchamp, creo.
El obeso carcelero miró a Ruark un largo momento mientras se golpeaba una palma con el bastón, pero el otro siguió mirándolo con expresión amenazadora.
– Lleven a su señoría a sus habitaciones -ordenó Hicks-. Y déjenlo encadenado. No quiero que nadie salga lastimado. Pronto se encargarán de él.
Dos días más tarde, a la mañana temprano, unos fuertes golpes en la puerta interrumpieron nuevamente los sonoros ronquidos del carcelero. Hicks se incorporó en la cama y eructó ruidosamente. Se puso furioso por haber sido despertado tan rudamente.
– ¡Voy, voy! -gritó-. ¿Quiere arrancar esa puerta de sus goznes? Ya voy.
Hicks metió sus piernas cortas y gruesas en sus calzones y sin acomodarse la larga cola de su camisa de dormir, cruzó la habitación, quitó la tranca de la puerta de hierro y abrió.
El guardia se hizo a un lado e Hicks quedó boquiabierto al ver al señor Pitney, cuyo enorme cuerpo llenaba el estrecho corredor. El hombre traía en sus fuertes brazos un atado de ropa y un cesto bien cargado del que salía un aroma tan delicioso que al carcelero se le hizo agua la boca.
Pitney entró en la habitación.
– Me envía la señora Beauchamp para cuidar del bienestar de su esposo. ¿Usted lo permitirá?
Aunque fue dicho como pregunta sonó más como una orden, e Hicks supo que no tenía otra alternativa que asentir y tomó las llaves.
En seguida miró a su visitante y su cara se contorsionó en una mueca, desagradable.
– Cualquier cosa que le hayan hecho al bribón, se lo tenía merecido -dijo.
Pitney alzó las cejas en gesto de interrogación e Hicks rió tontamente.
– Tuvimos que encadenado a la pared. Vino enloquecido, furioso. No ha tocado un solo bocado de la comida que ustedes le han estado enviando. Sólo acepta el pan y el agua que comía antes y permanece
sentado Y nos mira como si quisiera matamos cuando le llevamos lo que ustedes envían. Si pudiera nos mataría o se haría matar por nosotros.
– Lléveme con él-dijo Pitney.
– Ajá -dijo el carcelero, alzándose de hombros-. Eso haré.
El escurrirse y los chillidos de las ratas asustadas por la luz rompió el silencio de la celda débilmente iluminada. Pitney esperó a que la forma inmóvil diera alguna señal de vida y notó inmediatamente
las cadenas aseguradas a los delgados tobillos y otra más larga asegurada a la pared y a un anillo de hierro alrededor del cuello del prisionero.
– ¿Se encuentra bien, muchacho? -preguntó Pitney.
No hubo respuesta ni señales de vida y el hombre corpulento se acercó más.
– ¿Está mal herido?
La forma se incorporó y los ojos dorados brillaron en la penumbra.
– Mi ama envía para usted ropas limpias y desea saber si hay algo que podamos hacer por usted.
El colonial se puso de pie y tomó en su mano la larga cadena a fin de que no pesara sobre el grueso collar de hierro. Su cuello estaba en carne viva donde la piel había sido lastimada y había en su cara y su cuerpo marcas demasiado recientes para haber sido hechas la noche del casamiento. La camisa desgarrada dejaba ver feas señales en la espalda, como si hubieran usado un látigo. El prisionero no dio señales de haber oído ninguna de las palabras de, Pitney. Parecía un animal enjaulado y por un momento Pitney, pese a su corpulencia y su fuerza, sintió cierto temor.
Pitney sacudió su cabeza, desconcertado. Había visto a este Beauchamp como un hombre y sabía lo valeroso que era. Resultaba penoso vedo en el estado actual.
– ¡Vamos, hombre! Tome la ropa. Coma la comida. Lávese. Actúe como un hombre y no como una bestia.
Ruark, medio agachado, lo miró como un gato arrinconado.
– Dejaré esto -dijo Pitney y depositó el atado sobre la mesa-.
No necesita ser…
Un gruñido de furia lo puso sobre aviso y Pitney retrocedió en el momento que los brazos encadenados se levantaban amenazantes. La cadena golpeó la mesa.
– ¿Cree que aceptaré la caridad de ella? -dijo Ruark, escupiendo las palabras. Aferró el borde de la mesa y la cadena de su cuello se puso tirante cuando él se inclinó hacia adelante.
– ¿Caridad? -preguntó Pitney-. Este fue el pacto que ustedes hicieron y mi ama piensa cumplir su parte.
– ¡Eso fue un ofrecimiento de ella! -rugió Ruark, enloquecido de cólera-. No fue parte del pacto. -Golpeó la mesa con un puño y la partió en dos. Bajó la voz y dijo, en tono despectivo e insultante-: Dígale a esa perra que no tranquilizará su conciencia con la limosna que me envía.
Pitney no podía tolerar que insultaran a Shanna en esa forma. Se volvió para retirarse.
– ¡Y dígale a esa perra -gritó Ruark- que aunque sea en el infierno yo me ocuparé de que cumpla completamente con su parte del pacto!
La puerta se cerró ruidosamente y la celda quedó nuevamente en silencio salvo el sonido de las cadenas al arrastrarse cuando el reo caminaba.
El mensaje de Ruark, repetido crudamente, provocó un grito de indignación en Shanna. Empezó a caminar nerviosamente de un lado a otro del salón mientras Pitney aguardaba pacientemente que amainara la tormenta.
– ¡Entonces que se vaya al demonio! -dijo ella, abriendo los brazos-. He tratado de ayudarlo todo lo que me ha sido posible. Ahora esto ya, no está en mis manos. ¿Qué importancia tendrá dentro de unos pocos días?
Pitney hizo girar lentamente su tricornio en sus manos.
– El joven parece creer que usted le debe algo más – dijo.
Shanna giró y sus ojos azul verdosos despidieron llamas.
– ¡Ese mequetrefe engreído! ¡Qué me importa lo que piense él! ¡ Si es tan orgulloso, que lo cuelguen y acabe de una buena vez! El mismo se lo ha buscado… -Se detuvo abruptamente. Enrojeció y se volvió para que Pitney no pudiera verle la cara-. Quiero decir… después de todo, ¿acaso él no asesinó a esa muchacha?
– Está como enloquecido -comentó Pitney y suspiró profundamente-. No quiere tomar la comida y solamente acepta pan yagua.
– ¡Oh, basta! -gritó Shanna y empezó nuevamente a caminar de un lado a otro-. ¿Cree que no lo he escuchado? Yo no soy responsable de su condena, eso sucedió antes de que yo lo conociera. Será bastante desagradable enfrentar el sepelio sin que me recuerden constantemente cómo murió. ¡Desearía estar en casa! ¡Detesto este lugar!
Súbitamente Shanna interrumpió su agitado caminar y enfrentó a Pitney.
– ¡El Marguerite zarpa antes de que termine esta semana! Vaya a informar al capitán Duprey que deseamos pasajes para regresar a casa.
– Pero usted ya arregló para regresar en el Hampstead -dijo Pitney, ceñudo-. El Marguerite sólo es un mercante pequeño…
– ¡Sé lo que es el Marguerite! -interrumpió Shanna-. Es el más pequeño de los barcos de mi padre. Pero es suyo y zarpará pronto. Y a mí no me negarán pasaje. El Hampstead no zarpará hasta mucho más tarde ¡y yo quiero regresar ahora!
Golpeó la espesa alfombra con su zapato y sonrió, con un brillo calculador en los ojos.
– Y si el señor Ralston desea enfrentar a mi padre cuando yo lo haga, tendrá que, darse prisa con sus negocios. Ello le dejará muy poco tiempo para averiguar la verdad acerca de mi casamiento. ¡Dios nos asista a todos si llega a descubrirlo!
Cuando Pitney se marchó y los sirvientes continuaron desempeñando silenciosamente sus tareas, Shanna Sintióse extrañamente sola. Estaba desanimada y se dejó caer en la silla, del pequeño escritorio, inquieta y fastidiada. La imagen de Ruark tal como lo había descrito Pitney -harapiento, flaco, golpeado, encadenado, furioso- contrastaba notablemente con el hombre que ella había visto en la escalinata de la iglesia. Se preguntó qué había hecho cambiar tanto a un hombre. Y la respuesta le llegó cuando pensó en un rostro contorsionado contra los barrotes de la ventanilla del carro prisión y el aullido desesperado que la siguió a través de la noche. Ella conocía demasiado bien la causa.
Su mente le hacía jugarretas. Se imaginaba a sí misma golpeada, insultada, encadenada, indefensa, condenada, desesperada, traicionada.
Un pequeño grito escapó de sus labios y en un momento fugaz sintió el amargo sabor de la furia que ahora debía llenar a Ruark. Irritada, desechó esos morbosos pensamientos y no permitió que su mente volviera a ellos a fin de evitarse desagradables remordimientos.
El sol entraba a raudales por las ventanas. El día era despejado, fresco, desusado para Londres en esta época del año con un cielo profundamente azul. Una refrescante brisa marina se había levantado con el sol y barrido las nubes bajas y el humo, dejando el aire limpio y con un leve dejo salino. Sin embargo, Shanna apenas notaba la belleza del día. Distraídamente tomó una pluma y una hoja de vitela y empezó a escribir su nombre sobre las hojas blancas.
Shanna Beauchamp.
Shanna Trahern Beauchamp. Shanna Elizabeth Beauchamp.
– ¡Señora Beauchamp!
"¿Señora? ¿Señora Beauchamp?"
Lentamente, se percató de que estaba siendo llamada por una voz fuera de sus pensamientos. Alzó la mirada y vio a su doncella que estaba en el vano de la puerta sosteniendo varias prendas de ropa, en su mayor parte prendas de abrigo para el tiempo frío.
– ¿Hergus?
– Me preguntaba, señora, si querrá que empaque estas cosas para el viaje a casa. Aquí parece haber suficiente, ¿o prefiere dejadas para la próxima vez?
– ¡No! Si tengo algo que decir al respecto, no regresaré en mucho tiempo. Ponlas en uno de los baúles más grandes.
La criada escocesa asintió con la cabeza, hizo una pausa y dirigió a Shanna una mirada de preocupación. ¿Se siente bien, señora? -preguntó-. ¿No desea descansar un poco?
Hergus habíase mostrado desusadamente afligida por ella desde el difícil momento cuando Shanna, con Pitney a su lado, anunciara su casamiento y su viudez a los atónitos sirvientes de la casa.
– Estoy bien, Hergus -dijo Shanna, desechando la ansiosa preocupación de la mujer, hundió la pluma en el tintero y agregó, por encima del hombro-: Regresaremos en el Marguerite antes de fin de semana. Sé que tendrás que darte prisa pero yo deseo regresar lo antes posible.
– Ajá, y tratará de consolarse junto a su padre.
Cuando las pisadas de la sirvienta se alejaron por el corredor Shanna llevó nuevamente la pluma al pergamino. Pero su mente no fluía en la dirección de los trazos decididos que hacía sino que se demoraba en sus propios y cavilosos caminos. Enrojeció al recordar los labios húmedos de él contra su pecho, los ojos color ámbar mirándola como hasta el fondo del alma y la penetración final que tanto la había satisfecho.
Con un,gemido de frustración, Shanna hundió la pluma en el tintero, se puso de pie y pasó su mano por la parte delantera de su vestido de terciopelo como si quisiera sacudirse una imperfección o el recuerdo de un cuerpo duro y fuerte apoyado contra ella con acalorado fervor.
Se inclinó con intención, de tomar el pergamino y hacerlo pedazos pero sus ojos vieron la obra que habían hecho sus manos mientras sus pensamientos flotaban á la deriva, el rostro entre adornos y trazos, ¡el boceto de Ruark Beauchamp! Los labios, bellos y sensuales aunque un poco severos, le sonreían burlones y divertidos mientras que los ojos… No, los ojos no estaban muy bien y ella dudó de que aun un gran maestro de pintura pudiera dibujados con una pluma.
Irritada consigo misma, se rebeló contra el dominio que ejercía sobre su mente el recuerdo de él, y murmuró, con vehemencia:
– ¡El grosero desvergonzado! El sólo lamentó que yo no le diera la posibilidad de escapar. Esa era su verdadera intención, quedarse a solas conmigo y después escapar. -Arrojó el trozo de pergamino-. Eso era lo que él quería y yo no me atormentaré por lo que hice.
Casi aliviada, Shanna suspiró después de haberse defendido adecuadamente ante el alto magistrado de su mente, su conciencia.
– ¡No volveré a pensar en él! -decidió firmemente.
Empero, cuando se acercó a la ventana, en los rincones más íntimos de sus pensamientos, atrincherada contra los ataques, la vaga amenaza de unos ojos de color ámbar la privaron de su victoria.
El encuentro de Shanna con Ralston tendría lugar más pronto de lo que ella esperaba, porque pocas horas más tarde, cuando ella se detuvo nuevamente en la tibia luz del sol que entraba por la ventana, un landó se detuvo frente a la casa de la ciudad y de él se apeó J ames Ralston. Quedó de pie un momento, golpeándose el muslo con una fusta de montar que siempre llevaba consigo, y alzó la vista hacia los niveles superiores de la mansión donde estaban sus habitaciones.
Shanna arrugó disgustada la nariz, profundamente fastidiada por este arribo antes de que ahorcaran a Ruark. Cruzó apresuradamente la habitación y trató de asumir una expresión compungida, sin dejar un momento de jurar entre dientes. Se acomodó frente al hogar en un gran sillón, alisó sus amplias faldas y acomodó los volantes de encaje de sus codos. Hubiera querido mostrarse llorosa ante el hombre pero no lo conseguía. Entonces recordó que cuando Pitney tomaba rapé, sus ojos quedaban húmedos durante un tiempo. Si no estaba – equivocada, él había dejado su caja de rapé sobre la mesilla del té.
– ¡Ah, allí está! -dijo ansiosamente- y tomó la diminuta caja.
Ralston estaba dando órdenes a los sirvientes que bajaban sus maletas del carruaje, de modo que ella tenía tiempo suficiente. Como lo había visto hacer a menudo a Pitney, Shanna tomó una pizca, la acercó a su nariz y aspiró profundamente.
– ¡Dios- mío! -exclamó. Era como si estuvieran metiéndole un hierro ardiente por la garganta. Estornudó, estornudó y volvió a estornudar..
Así fue, tal como ella lo quiso, que cuando James Ralston entró en el salón, Shanna se encontraba en un estado de acongojado dolor, le rodaban las lágrimas por las mejillas y tenía los ojos tan enrojecidos como si hubiera pasado horas llorando. Se secó delicadamente la nariz con un pañuelo y estornudó ruidosamente.
– ¿Señora? -Ralston se acercó un paso, sus delgadas facciones tensas mientras él trataba de controlar su ira, la mano apretando el mango de su fusta.
Shanna alzó la vista y enjugó sus lágrimas con el pañuelo de encaje. Su pecho le ardía y sentía dificultad para respirar. -Oh, Ralston, es usted. Yo no esperaba…
La respuesta de él la interrumpió.
– Me apresuré a fin de no encontrar las cosas empeoradas…
– Oh, si hubiera venido usted antes… -lloriqueó Shanna en tono apenado.
– Señora -el tono era cortante, seco- me dirigí al Marguerite, escoltando algunas de las preciosas mercaderías que rescatamos del navío encallado y allí me esperaban sorprendentes noticias. Usted ha pedido al capitán Duprey que la reciba a bordo para regresar a casa y en el curso de los acontecimientos he comprobado que usted se ha casado y enviudado. ¿Es esto correcto o he sido engañado por ese francés descarriado?
Shanna aplicó su pañuelo a los ángulos de sus ojos y un sollozo le levantó el pecho.
– Todo es verdad -dijo.
– Señora…
– Señora Beauchamp. La señora de Ruark Deverell Beauchamp -declaró Shanna.
Ralston se aclaró nerviosamente la garganta.
– Señora Beauchamp -dijo-¿debo entender que en el breve tiempo de una semana usted ha podido escoger un marido después de todo un año durante el cual ningún hombre le resultó soportable?
– ¿Considera ese hecho imposible, señor Ralston? -Le era difícil ocultar su irritación.
– Señora, tratándose de cualquier otra mujer yo no dudaría de la posibilidad de ese hecho.
– ¿Y conmigo, señor Ralston? -Shanna enarcó las cejas y Sus ojos adquirieron un brillo duro-. ¿Me considera incapaz de amar?
– No, señora -respondió él cuidadosamente, aunque recordó la gran cantidad de caballeros que él mismo le había presentado para que ella los considerara, esperando que uno de ellos pudiera desposada y que después compartiera con él un porcentaje de la dote de Shanna-. Solamente es que me parece que usted es más selectiva que la mayoría.
– Así es -replicó ella finalmente-. De otro modo hubiera podido traicionarme a mí misma eligiendo alguien que me fuera menos querido que mi amado Ruark. Es irónico que lo que fue encontrado tan,tarde se perdiera tan pronto. No deseo detenerme en los detalles de su muerte, porque me fue arrebatado rápidamente. Un desliz del carruaje y perdí a mi amado Ruark.
– y usted compartió efectivamente una ca…
Shanna levantó la cabeza en altanero despliegue de indignación.
– ¡Señor Ralston! ¿Trata de insultarme con groserías? ¿O le parece desusado que un esposo y una esposa duerman juntos en su noche de bodas?
– Le pido perdón, señora. -Las mejillas de Ralston enrojecieron cuando comprendió el peligro de su pregunta.
– No tolero que duden de mi palabra y me desagrada que usted me presione de este modo. Pero puesto que ha exhibido tan descaradamente su curiosidad, permítame calmarla. Le aseguro, señor, que ya no soy doncella Y que puedo estar esperando un niño.
Después de hacer esa declaración como hubiera podido hacerla cualquier indignada viuda, Shanna se volvió, con expresión preocupada, porque en realidad se preguntaba si podría llevar en su seno la simiente de Ruark. Había sido un encuentro muy breve pero la posibilidad era real. No deseaba criar a un hijo sin padre. Contó mentalmente los días que tendrían que pasar hasta poder saber la verdad. Solamente el tiempo podría poner fin a su inquietud.
Ralston interpretó erróneamente la actitud de ella. Shanna podía muy bien perjudicar la lucrativa relación de él con el padre de ella y ahora él habló sinceramente preocupado.
– Señora, no fue mi intención disgustada.
Shanna lo enfrentó nuevamente y se detuvo cuando vio a Hergus más allá de él. Advirtió la expresión de disgusto en la cara de la escocesa cuando Ralston también se volvió. Como llevaba con la familia Trahern casi veinte años, Hergus solía tomarse confianza y a menudo se expresaba con una franqueza completa que no era necesariamente adulonería. Ella no había aprobado – a los hombres que el señor Ralston le presentó a su joven ama y su disgusto, por Ralston fue creciendo juntamente con el desdén que le inspiraban los candidatos que él traía. Era a Shanna a quien ella entregaba su lealtad, y cualquiera que dudara de ello como para amenazar a Shanna no tardaría en comprobar su error.
– ¿Qué sucede, Hergus? -preguntó Shanna, agradecida por la interrupción.
La sirvienta se acercó más.
– No quise interrumpir -dijo- pero como usted me dijo que me diera prisa me pareció mejor preguntarle. ¿Qué desea que haga con esto?
Shanna quedó sin aliento cuando Hergus le mostró la capa y la chaqueta que Ruark dejara en el carruaje. Ralston arrugó la frente cuando vio que eran prendas de hombre y miró inquisitivamente a Shanna. Con un esfuerzo de voluntad, ella se puso de pie, suspiró pensativa y tomó las prendas. Acarició casi con ternura la suave tela de terciopelo de la chaqueta.
– Era de Ruark -murmuró tristemente-. El era guapo, varonil, encantador, y con la más persuasiva de las sonrisas. Temo que jamás podré olvidarlo.
Shanna devolvió las ropas a su criada.
– En uno de mis baúles, Hergus. Las conservaré como recuerdos. Pero ya estaba pensando cómo se libraría de ellas porque los recuerdos que le traían eran cualquier cosa menos reconfortantes.
Ralston apretó el puño alrededor de su fusta y su mandíbula se puso rígida.
– Su padre me interrogará sobre el asunto, señora Beauchamp. Yo debo darle respuestas. Debo conocer el lugar donde se celebró la boda y examinar los documentos. El apellido Beauchamp es muy conocido aquí en Londres pero hay cosas de las cuales debo asegurarme y no puedo presentarme en la casa de esa familia a preguntar por su pariente, especialmente ahora que están de luto. Sin embargo, debo. comprobar la viudez del matrimonio para tranquilidad de su padre.
Shanna experimentó una fugaz tentación de lanzar la cáustica acusación de que él haría cualquier cosa con tal de engordar su bolsa. Sin embargo, consiguió aparentar que se sentía sólo levemente herida.
– Pero desde luego, señor. Supongo que mi padre no se conformaría con mi palabra. Fue hasta el escritorio y tomó el paquete de documentos que se había ganado al precio de un beso y de su virtud-. Aquí, tiene la prueba.
Ralston, quien ya estaba a su lado, tomó el paquete y desató rápidamente la cinta escarlata. Pero cuando sus ojos fueron hasta la hoja de pergamino que estaba sobre el escritorio, su interés cambió y quedó mirando fijamente el dibujo. Shanna siguió su mirada y vio, impotente, que el hombre levantaba? el- boceto para inspeccionarlo más de cerca. No pudo soportar que los ojos de él escudriñaran en sus pensamientos secretos, porque ciertamente de eso se trataba, de una grosera y descarada invasión de su intimidad, como si él hubiera presenciado lo que sucedió con Ruark en el interior del carruaje.
Irritada, Shanna trató de apoderarse del boceto pero Ralston lo puso rápidamente fuera de su alcance.
– Señora, sus talentos son muchos. No estaba enterado de que llagaban a la capacidad de dibujar retratos de las personas en pergamino. -La miró con desconfianza-. ¿Su difunto esposo?
Shanna asintió de mala gana.
– Démelo -ordenó.
– Su padre sentirá curiosidad…
Con un rápido movimiento Shanna le arrebató el dibujo y lo rompió en pequeños pedazos.
– ¿Por qué destruye un retrato de su marido, señora-? Se diría que él tenía todas las cualidades que usted ha declarado. Ciertamente, fue dibujado con amor. Quizá, como usted dice, le será imposible olvidarlo.
Shanna gritaba interiormente: ¡farsante! Pero respondió en tono manso, sereno y humilde:
– Así es, Y me siento tan apenada que no puedo soportar la vista de su imagen.
El día siguiente amaneció con el mismo tiempo despejado y estimulante. El viento frío soplaba entre los edificios cuando Ralston se apeó del landó y se envolvió apretadamente con su capa. Golpeó la gran puerta con su fusta hasta que le respondieron desde el interior.
– Tengo que hablar con el carcelero. Abra la puerta -ordenó. Después de un breve sonar de llaves, la puerta de hierro se abrió y él entró. Un guardia lo condujo por los corredores hasta que llegó donde se encontraba el carcelero.
– Ah, señor Hicks -empezó en tono jovial-. Debo regresar- a la isla antes de lo esperado. He venido a ver qué buena mercadería tiene para mí.
– Pero señor… -el hombre obeso se puso de pie con dificultad y empezó a frotarse las manos- pero señor Ralston, no tengo nada más de lo que usted a ha elegido.
– Oh, vamos hombre -rió Ralston sin mucho humor, se quitó los guantes de cuero, los envolvió en el mango de su fusta y empezó a golpearse el muslo con ella-.
Debe tener algunos buenos deudores jóvenes o aun un par de ladrones que podrían verse redimidos y con una oportunidad de salir de este agujero.
Usted sabe que mi amo paga bien a quienes les sirven. -Tocó la barriga de Hicks con su fusta y sonrió torcidamente-. Eso significaría algo de dinero para su bolsa.
– Pero señor… -el carcelero sonrió preocupado-. Le juro que no hay ninguno.
– ¡Oh, vamos! -dijo Ralston ahora con cierta irritación-. El ultimo grupo apenas durará un año o dos en los campos de caña de azúcar. -Golpeó impaciente su muslo con la fusta_. Usted debe de tener algunos nuevos. y por supuesto, usted sabe que las mujeres sanas y los niños crecidos no carecen de valor en el Caribe. -Sus facciones adquirieron una expresión ominosa'-. Mi amo me tratará muy mal si no le muestro algo mejor por su dinero.
– ¡Pero señor! -gritó Hicks y empezó a sudar aún más-. Aquí hay simplemente…
Los interrumpió una conmoción fuera de la habitación y la puerta de la celda principal se abrió violentamente. Entró un guardia trayendo una larga cadena que estaba asegurada al prisionero, quien mostraba señales de haber sido muy maltratado recientemente. Un ojo hinchado y un labio partido y ensangrentado le deformaban la cara. Los grilletes que llevaba en los tobillos lo hicieron tropezar y por esa torpeza recibió un fuerte golpe en las costillas. De la boca magullada salió un gruñido de dolor. Los dos guardias se disponían a llevar al prisionero a través del patio exterior cuando Ralston, buen juez de carne humana, levantó una mano para detenerlos.
– ¡Deténganse! -dijo y miró fieramente a Hicks-. Cerdo astuto -dijo-, me lo estaba ocultando para obtener un precio más alto.
Ralston se acercó para examinar mejor al prisionero, y después de un momento se volvió irritado hacia el carcelero.
– No perdamos tiempo, hombre -dijo-. Lo necesito. Dígame el precio. ¿Cuánto pide?
– ¡Pero señor mío! -dijo el pobre Hicks, casi apoplítico-. No lo vendo… quiero decir que no puedo venderlo. El ha estado en un calabozo y ahora se lo llevan a la celda común, con los demás, para ser colgado.
Ralston, sin dejar de golpearse el muslo con su fusta, miró largamente a Hicks. Por fin se irguió y cruzó los brazos. Sus ojos sombríos eran como los de un halcón fijos en un gordo conejo.
– Vamos, Hicks-… El gordo saltó con el sonido de la voz.
– Lo conozco y sé de algunas de… las maravillas que ha realizado, en el pasado. Una bonita suma por un joven como este…
El carcelero tembló y pareció a punto de caer de rodillas.
– Pero… no puedo. Es un asesino, condenado a la horca. Yo debo certificar que lo cuelguen… Y este es su apellido. -Las palabras no alcanzaron a salir de la garganta de Hicks.
– No me importa su apellido. Llamémoslo con uno nuevo. Ante eso, los ojos del carcelero adquirieron una expresión taimada y Ralston no perdió un momento.
– Vamos, hombre, decídase. Use su cabeza. -Su voz se hizo más persuasiva-. ¿Quién tiene que saberlo? Vaya, esto podría significar tanto como… -Se alzó de hombros y casi susurró al oído del carcelero-: Bueno, doscientas libras en su bolsillo, dos peniques para estos guardias y nadie se enterará.
La codicia de Hicks empezó a brillar en sus ojillos porcinos.
– Ajá -murmuró suavemente, casi para sí mío-. Hasta hay un cadáver, un viejo que ha estado años aquí, olvidados, y que murió anoche en su celda. Sí, es posible. ¡Ajá!
Se acercó a Ralston y habló en voz baja para que ningún otro pudiera oído.
– ¿Doscientas libras? ¿Por un tipo corno él?
– Sí, hombre. -Ralston asintió-. Es joven y fuerte. Partiremos dentro de pocos días pero usted debe mantenerlo oculto. ¿Habrá parientes que lo reclamen? -Hicks asintió y Ralston agregó-: Entonces déles el otro cuerpo mañana, en un ataúd cerrado y con el sello del magistrado para que no se atrevan a abrirlo. Yo lo recogeré con el resto de los hombres el día antes de zarpar.
Ralston atravesó a Hicks con su penetrante mirada.,.
– Espero. -dijo- que el hombre será cuidadosamente tratado para cumplir con nuestro pacto. ¿Comprende?
Hicks asintió enérgicamente y los rollos de grasa alrededor de su cuello temblaron con un movimiento ondulante.
Concluido el negocio, Ralston regresó al landó sonriendo y haciendo cálculos mentalmente: doscientas para Hicks, y Trahern pagaría quince mil por un hombre como éste de modo que quedaban trece mil para Ralston. Sonrió satisfecho y se puso los guantes. Empezó a canturrear desafeadamente, se acomodó en el asiento y disfrutó del viaje de regreso a la casa de la ciudad
Era el veinticuatro de noviembre cuando Pitney se dirigió a Tyburn. No le agradaba presenciar ejecuciones y sintió la necesidad de alguna cosa para fortificarse. Con esto en la mente entró a una taberna y pidió a gritos un pichel de ale para animarse. Las ejecuciones atraían siempre grandes multitudes y la taberna estaba llena de individuos que aguardaban el comienzo del espectáculo. Pitney ocupó el único asiento disponible junto a un escocés pequeño, nervudo y pelirrojo que casi lo doblaba en edad. El hombre ya estaba bien lleno de ginebra y le dirigió una sonrisa tímida. Pitney no tenía intención de conversar pero el escocés se encontraba evidentemente afligido por una gran tragedia, de modo que Pitney escuchó en silencio, asintiendo de tanto en tanto mientras el otro relataba la historia de su vida. Momentos más tarde Pitney se puso súbitamente de pie, soltó un juramento, tomó un tricornio y salió de la taberna para dirigirse al cadalso. La multitud era densa y más de una vez Pitney estuvo a punto de arremeter contra grupos de personas que parecían inclinadas a cerrarle el paso Se abrió camino con los codos y llegó cerca de donde los guardias que estaban descargando a los prisioneros del carromato. A ninguno de los condenados lo reconoció como a Ruark Beauchamp. Pasó uno de los hombres del carcelero y Pitney lo tomó de la chaqueta.
– ¿Dónde está el colonial, Ruark Beauchamp? -preguntó-. ¿No Iban a colgado hoy?,
– ¡Suélteme, entremetido! Tengo cosas que hacer. Con una mano enorme y poderosa, Pitney atrajo al guardia hacia sí hasta que quedaron casi tocándose las narices.
– ¿Dónde está Ruark Beauchamp? -rugió Pitney-. ¿O quiere que le arranque la cabeza?
El guardia dilató los ojos y tragó ruidosamente.
– Ha, muerto. Se lo llevaron en el carro y lo colgaron al amanecer, antes de que se juntara la multitud.
Pitney sacudió al hombre hasta hacerle rechinar los dientes.
– ¿Está seguro?
– ¡Sí! graznó el guardia-. Hicks lo trajo de vuelta en una caja sellada para los parientes. ¡Suélteme!
Lentamente, las manos de Pitney se abrieron y el hombre, aliviado, volvió a tocar el suelo con los pies. Pitney se golpeó furioso una palma con un puño y soltó una maldición. Giró sobre sus talones, regresó rápidamente a la taberna, abrió la puerta de un golpe y sus ojos grises, entrecerrados, recorrieron atentamente todo el salón. Pero no vio al escocés.
El viaje de regreso a Newgate fue largo y Pitney lo disfrutó todavía menos que el que hiciera anteriormente. Hicks le relató la misma historia acerca de la muerte de Ruark de modo que nada pudo hacer fuera de aceptar el ataúd cerrado con' el nombre de Ruark Beauchamp grabado a fuego en la tapa. John Craddock lo ayudó a poner la caja en un carro tirado por un caballo y Pitney viajó hasta un pequeño establo abandonado, en las afueras de Londres. Allí, después de asegurar bien las puertas, empezó a trabajar. Arrastró hasta el carro un ataúd más pesado y ornamentado y lo colocó cerca del de la prisión.
Mucho más tarde Pitney tomó un cincel y alisó las cabezas de los tornillos de la tapa del ataúd ornamentado a fin de que no pudiera ser abierto sin gran dificultad. Su contenido quedé bien protegido de miradas indiscretas. Mientras Pitney trabajaba, una extraña sonrisa le cruzaba la cara de tanto en tanto, como el vuelo caprichoso de una polilla alrededor de una vela.
Pitney llevó el ataúd a un cementerio lejano, lo dejó junto a una tumba abierta e informó al rector que sería sepultado por la mañana. Después se dirigió a toda prisa a informar a su ama.
Ralston se encontraba en la casa y Shanna parecía impaciente. Pitney empezó a sentirse incómodo al no saber cómo decírselo a ella sin que Ralston oyera.
Finalmente, Pitney habló:
– Su esposo -hizo girar su tricornio en sus manos mientras Shanna ahogaba una exclamación y lo miraba con gran atención-…su esposo… el señor Beauchamp…
Ralston levantó las cejas con interés.
– Me he ocupado de lo necesario y el prior fijó el sepelio para dos horas después del mediodía de mañana.
Shanna empezó a suspirar aliviada pero terminó con un sollozo, se cubrió el rostro y huyó. Subió la escalera, entró en su dormitorio y cerró violentamente la puerta tras de sí. Un dolor sordo se le anudó dentro del pecho. Miró fijamente la cama y casi deseó que las cosas fueran diferentes. Ahora su papel de viuda era verdadero. Se contempló tristemente en el alto espejo, aguardando una sensación de triunfo, pero extrañamente la misma no llegó.
El Marguerite, como la flor cuyo nombre llevaba, era pequeño y construido modestamente, con sencillez. Era un bergantín de dos Palos, hecho en Boston, más largo, más bajo y más esbelto que el barco inglés que estaba amarrado a su lado. La carga que no cabía en sus bodegas estaba amarrada en todos los lugares disponibles. El peso de la carga hacía que el casco estuviera hundido hasta que la cubierta principal del bergantín quedaba solamente a pocos centímetros por encima de la superficie empedrada del embarcadero. Su capitán, Jean Duprey, un francés, bajo y fornido, tan rápido para sonreír como para ponerse ceñudo y con un ingenio muy rápido, era muy apreciado por su tripulación. Llevaba seis años al servicio de Trahern y si tenía algún defecto era su debilidad por las mujeres. Conocía cada tabla de su barco, cada hendidura y cada rincón bajo cubierta y se ocupaba que todo el espacio estuviera completamente lleno. El Marguerite era pequeño pero tenía un aspecto limpio, recién pintado, que sugería muchos cuidados y su velamen, aunque remendado en partes, era muy adecuado.
Este era el final de la temporada comercial en los climas septentrionales. Las mercaderías destinadas a Los Camellos, acumuladas en el depósito de Trahern, tenían que ser divididas entre Marguerite y un barco mucho más grande, el Hampstead, que zarparía en diciembre. Rollos de cuerda, brea y alquitrán irían en el barco más pequeño, junto con otras mercaderías necesarias cotidianamente. De interés especial eran cuatro barriles largos y delgados, cuidadosamente embalados y tratados con mucho respeto por los cargadores. El capitán Dupray verificó que fueran debidamente asegurados en la bodega principal. Trahern había encargado cañones á un fabricante alemán y se rumoreaba que los mismos podían disparar dos veces más lejos que cualquier otro cañón fundido hasta entonces. El capitán la pasaría muy mal si esos cañones sufrían algún daño.
El pálido sol ya se había puesto y empezó a hacer más frío. De las aguas del Támesis se elevaban jirones de vapor. Se aceleraron los preparativos finales para zarpar al día siguiente porque esos vapores se unirían y formarían una densa y peligrosa niebla que pondría fin a la labor. Los baúles de Shanna fueron subidos a bordo y los más grandes quedaron en la bodega mientras que los más pequeños que contenían las cosas necesarias para el viaje fueron depositados en su cabina, recientemente desocupada por el primer oficial y el piloto. Estas comodidades resultaban insuficientes; la cabina apenas proporcionaba espacio para que Shanna y Hergus pudieran moverse al mismo tiempo. Como únicas mujeres a bordo, ellas compartirían la pequeña cabina. Pitney había colocado en la puerta, del lado de adentro, un sólido pasador de hierro para limitar, la posibilidad de visitantes indeseables. Cualquier idea que los marineros hubieran podido tener acerca de las dos mujeres fue rápidamente disipada, porque el servidor colgó su hamaca sobre cubierta, cerca del pasadizo que llevaba a la cabina de ellas. Aunque ahora Pitney no estaba a la vista, Shanna y Hergus no tenían duda de que su seguridad a bordo del barco estaba garantizada, tanto por el conocimiento de la justicia que el mismo Trahern aplicaría a cualquiera que lastimara u ofendiera seriamente a su hija y la criada, como por el hecho seguro y cierto de que la venganza de Pitney caería mucho más rápidamente sobre el culpable.
La niebla había hecho que disminuyera gran parte de la actividad a bordo y empezó a percibirse una sensación de; impaciencia. Shanna, de pie con Hergus junto a la borda, notó el humor de la tripulación y también del capitán, pero siguió sintiéndose ansiosa por marcharse de Londres y partir de regreso a su casa. La asistencia al sepelio de Ruark había sido sumamente desagradable. Le resultó difícil explicar, a Ralston la ausencia de la familia Beauchamp y finalmente insistió en que ella había deseado un servicio privado y que como estaría solamente unos pocos días en Inglaterra, la familia Beauchamp accedió a sus deseos y concedió a la reciente novia este último privilegio con su esposo.
Era a Ralston a quien esperaban ahora, a Ralston y a loS' siervos que había ido a buscar. Desde hacía tiempo era costumbre del acepte recorrer los callejones y las posadas hasta último momento, en busca de quienes aceptaran., entrar en servidumbre como una posibilidad de librarse de la miseria de la vida en Londres. En esta época de relativa paz había abundancia de mano de obra, aunque poca de algún valor. En el pasado, algunos habían sido comprados de la prisión por deudas pero los buenos trabajadores eran aquellos que trataban de progresar y mejorar su situación. Eran éstos los que más apreciaba el patrón y a menudo él había expresado objeciones a que pusieran a un hombre en servidumbre en contra de su voluntad y severamente instruyó a Ralston este sentido. Empero, había nuevos campos de caña de azúcar que cosechar y la necesidad de más mano de obra era urgente y aguda.
La última parte de la carga ya estaba estibada y se cerraron las escotillas para Zarpar al día siguiente. Cuando la densa niebla se extendió sobre la cubierta, el suave crujir del barco y el golpear del agua contra el muelle pareció el único contacto con la realidad. En el muelle, las linternas eran pálidas islas de luz en la oscuridad circundante, las linternas que colgaban en la proa del barco disminuían y aumentaban su luz como estrellas titilantes. De alguna parte, entre los jirones de niebla, la risa de un hombre y una aguda risita femenina sonaron fantasmales y extrañas en la oscuridad. Pero cesaron esos sonidos, el silencio volvió a cerrarse como una cosa tangible.
Aterida por el frío que atravesaba su traje de lana, Shanna se envolvió apretadamente en la capa de terciopelo verde, levantó un mechón de cabello, y 1o acomodó en el rodete que había hecho en la
nuca. Después se cubrió la cabeza con el capuchón para protegerse de la humedad.
De abajo llegó un ruido de ruedas sobre el empedrado y Shanna se inclinó sobre la borda. De la espesa bruma surgió un carro que se detuvo cerca del barco. El landó de Ralston venía pocos metros más atrás pero los dos vehículos eran solamente sombras oscuras en medio de la niebla. Shanna tuvo que esforzar la vista para reconocer la silueta delgada y huesuda del agente de su padre, quien dirigía la descarga de los siervos. Un ruido de cadenas hizo que Shanna se pusiera alerta y cuando vio que los hombres venían encadenados unos a otros, soltó, una exclamación. Las cadenas presentaban una gran dificultad porque no eran 1o suficientemente largas para permitir que un hombre descendiera solo. Se producían tropezones y caídas a medida que abandonaban el carro. Los guardias que los empujaban con sus bastones no servían para aliviar la situación, ni tampoco los insultos que proferían y que herían considerablemente los oídos de Shanna.
– ¿Por qué tiene que encadenarlos? -preguntó Shanna mientras Hergus se inclinaba sobre la borda para mirar mejor.
– No 1o sé, señora.
– Bueno, veremos si tiene una buena razón.
Shanna descendió por la planchada, muy irritada, y caminó hacia donde estaba Ralston con deseos de dar rienda suelta a su cólera.
– ¡Señor Ralston! -llamó con tono iracundo.
El -agente giró rápidamente y al ver que Shanna se acercaba, se apresuró a interceptada.
– Señora -dijo- no se acerque. Estos no son los habituales…
– ¿Qué significa esto? _preguntó Shanna Indignada, y sólo se detuvo cuando él estuvo frente a ella-. No veo la razón para tratar como cerdos a hombres buenos, señor Ralston. ¡Quíteles las cadenas! -Pero señora, no puedo.
– ¡No puede! -repitió Shanna, incrédula. Puso los brazos en jarras debajo de la envolvente capa-. ¡Usted olvida su lugar, señor Ralston! ¡Cómo se atreve a decirme no!
– Señora -imploró él-, estos hombres…
– No fastidie mis oídos con excusas -replicó ella secamente-.
Si estos hombres han de ser de alguna utilidad a mi padre, no pueden ser golpeados, heridos y lastimados con cadenas. El viaje ya será bastante duro para ellos. El hombre flaco medio objetó y medio imploró:
– Señora, no, puedo dejados libres aquí, en el muelle. He pagado por ellos con buen dinero de su padre y la mayoría huirían si se les diera la oportunidad. Por lo menos, déjeme que los…
– Señor Ralston -dijo Shanna en tono firme, pero autoritariamente calmo-. He dicho que los suelte. ¡Ahora!
– ¡Pero, señora Beauchamp!
Súbitamente, uno de los siervos encadenados se detuvo en mitad de un paso y los otros que iban con él cayeron cuando sus cadenas les tironearon de los tobillos. Un guardia gritó y corrió hacia él.
– ¡Eh, tú, maldito mendigo! Muévete. ¿Crees que estás dando un paseo por Covent Gárden?
Levantó su bastón para castigar al encadenado y su mirada se cruzó con la de Shanna. Ella giró furiosa, el capuchón cayó sobre sus hombros y el siervo retrocedió y Se cubrió la cabeza con los brazos, como si le temiera más a ella que a cualquier garrote que pudiera usar su torturador.
– ¡Usted está maltratando la propiedad de mi padre! dijo Shanna, indignada por la audacia del guardia. Dio un paso como si fuera a intervenir personalmente pero Ralston la tomó de un brazo
– Señora, no se confíe en estos hombres-dijo él, con preocupación sincera porque sabía que sería severamente castigado si la hija de Trahern sufría algún daño-. Son unos desesperados s Y podrían…
Shanna, hirviendo de furia, enfrentó al agente. Su tono.fue grave e hiriente.
– ¡Quíteme la mano de encima! -exigió.
Con un gesto de impotencia, Ralston asintió y obedeció.
– Señora Beauchamp -dijo- su padre me encargó de su seguridad…
– Mi padre lo expulsaría de Los Camellos si supiera la forma en que trata usted a estos hombres -replicó Shanna-. No me tiente a informar a mi padre, señor Ralston.
Ralston endureció su mandíbula.
– A la señora le han crecido espuelas desde su casamiento -dijo.
– Ajá -repuso Shanna con decisión- Y son filosas. Tenga cuidado de que no lo hieran.
– Me intriga, señora, el?echo de que siempre se muestre dispuesta contra mi. ¿Acaso no sigo las instrucciones de su padre?
– Sólo que demasiado bien -respondió e a cáusticamente.
– Entonces, señora, ¿qué tiene ello de malo? -dijo él, con sus ojos de halcón fijos en los de ella.
– Lo malo está en lo que usted hace para cumplir las órdenes de mi padre -dijo ella vivamente-. Si tuviera usted un poco de decencia…
Ralston enarcó las cejas burlonamente.
– ¿Cómo su difunto esposo, señora?
El primer impulso de Shanna fue abofetearlo. Sentíase llena de un desprecio casi incontrolable hacia ese hombre y las palabras no hubieran bastado para expresar lo que ella quería decir.
Miró severamente al guardia que estaba detrás de Ralston, en actitud ahora menos amenazadora y con los brazos colgando a los lados. Al ciervo encadenado apenas se lo veía pues se había retirado hacia donde estaban sus compañeros, como para ponerse fuera de peligro.
Un grito llegó desde el barco y el capitán Duprey saltó por la planchada y se reunió con ellos. Shanna se volvió.
– ¡Mon Dieu! ¿Qué es esto? -preguntó el capitán.
Vio a los hombres encadenados que parecían aguardar en silencio y rápidamente comprendió la situación.
– ¡Ustedes! -dijo agitando los brazos hacia los guardias!. Lleven estos hombres a bordo. El piloto los dirigirá. ¡Váyanse ahora!
El rostro trigueño del capitán Duprey se iluminó con una amplia sonrisa cuando enfrentó a Shanna. Se quitó el tricornio emplumado y se, inclinó ceremoniosamente.
– Señora Beauchamp, usted no debería estar aquí, en el mulle
– la amonestó muy tiernamente-. ¡Y ciertamente, no cerca de estos sucios miserables!
Shanna imploró taimadamente, tanto con el tono de su voz como con la mirada:
– Capitán Duprey, no puedo tolerar las cadenas y querría ver que estos pobres hombres sean tratados más razonablemente.-Hizo una pausa hasta que el último de los encadenados hubo subido a bordo; y entonces continuó-: Ahora ellos están en, su barco, capitán. Le ruego que haga cortar las cadenas y que se asegure de que serán bien tratados.
– ¡Madame! -El fino bigote negro apuntó hacia arriba cuando él sonrió, y sus ojos negros se encendieron con cálidas luces-:
No puedo negarme. Me ocuparé de ello inmediatamente.
– ¡Señor! -El cortante ladrido de Ralston lo detuvo-. ¡Se lo advierto! Están a cargo mío y yo daré las órdenes…
El capitán Duprey levantó una mano para interrumpirlo y miró nuevamente esos ojos suaves e implorantes de color azul verdoso.
– ¡La señora Beauchamp tiene razón! -dijo galantemente-.
Ningún hombre debería ser cargado con cadenas de hierro. Con la sal los eslabones herirían la piel y las llagas demorarían semanas para sanar.
El francés tomó impulsivamente la pequeña mano de Shanna y la besó con fervor.
– Me ocuparé de satisfacer sus deseos, madame -dijo y se alejó a toda prisa.
Ralston resopló disgustado pero supo que había perdido. Giró sobre los talones y se alejó.
Contenta con su victoria, Shanna lo vio alejarse y una sonrisa de satisfacción curvó, sus hermosos labios. Pero al percatarse de que ahora se hallaba sola en el muelle, recogió su falda y empezó correr hacia el barco. Unas fuertes pisadas la siguieron y cuando ella, con el corazón palpitándole violentamente, se volvió, encontró a Pitney a sus espaldas. Después de todo, no había nada que temer, pero fue la sonrisa lenta y divertida de Pitney mientras miraba alejarse a Ralston lo que le dio motivos de desconcierto.
Mucho antes del amanecer Shanna fue despertada por el sonido de voces en la cubierta principal. Todavía amodorrada por el sueño, levantó la cabeza de la almohada pero no vio luz de la mañana por las pequeñas ventanas de la cabina.
Más gritos llegados desde arriba le indicaron que el barco estaba siendo llevado, por medio de la cadena del ancla, hacia la corriente principal del Támesis. Con un ligero balanceo, el barco quedó libre y en seguida se afirmo cuando fueron izadas las velas para aprovechar la brisa de, la madrugada que soplaba hacia el mar. Con el suave balanceo del barco, Shanna pronto volvió a hundirse profundamente en el sueño..
La primera noche de la travesía, Shanna fue formalmente invitada a compartir la mesa del capitán con varios de los oficiales y Ralston. Durante las semanas siguientes ello se convirtió en una rutina y muy a menudo en el mejor momento del día. Servía para romper la monotonía del viaje. cada vez que el grupo se reunía para la comida de la noche, compartir unas copas de vino de la fina y variada provisión y charlar un poco. El cocinero francés era un hombre de considerable talento y las comidas eran servidas con una agradable nota de decoro por un joven muchacho inmaculadamente vestido de blanco. Habiéndose relacionado con el capitán y sus oficiales durante varios días, Shanna disfrutaba de esos momentos y desplegaba su ingenio más vivo y encantador frente a las caballerescas atenciones de ellos. Sin embargo, Ralston mostrabas renuente a participar en estas reuniones. Hubiera podido abstenerse completamente pero sus únicas otras opciones eran cenar con la tripulación o a solas sobre cubierta. Solía gruñir en protesta ante la abundancia de la comida y tuvo la grosería de comentar, después que hubieran sido servidos siete platos de deliciosas viandas y cuando estaban disfrutando de un postre de frutas abrillantadas y almendras azucaradas, que él hubiera preferido un buen guiso de riñones galés. Su comentario fue recibido con miradas en blanco de los otros comensales.
Era la noche del tercer domingo de viaje, después de un día hermoso y radiante. El bergantín navegaba ligeramente a sotavento y una brisa regular llenaba sus velas. Shanna se sentía alegre cuando se dirigió a la cabina del capitán para la acostumbrada comida nocturna. Con el pequeño navío cada vez más cerca de su casa, ella sentía una creciente expectativa. El sol se había puesto pero lo reemplazaba una brillante luna nueva. El aire era tibio y perfumado, porque se encontraba cerca de los climas del sur.
Desde alguna parte bajo cubierta podía oírse una voz que cantaba en un rico registro de barítono. La canción seguía el ritmo lento y suave balanceo del Matguerite, que seguía tejiendo millas con su quilla. La brisa se llevaba las palabras de la canción y las dispersaba sobre el mar, pero a veces los versos llegaban claramente a cubierta, a los oídos de Shanna.
Shanna miró pensativa el cielo estrellado mientras la melodía iba invadiéndola, y casi pudo imaginar al amor de su propio corazón, sin rostro y sin nombre, llamándola mientras se le acercaba sobre las aguas. Cierta extraña cualidad de esa voz la fascinaba con su magia y ella se dejó acunar por ese hechizo a medida que las palabras eran en tonadas:
Cuando estoy solo con mi corazón
En la negra noche. O el inmenso mar
Mis pasos encuentran a la luz del amor
El camino que me lleva hacia ti.
Unos brazos tibios y fantasmales parecieron rodearla y Shanna cerró extasiada los ojos. En su mente oyó un ronco susurro: "Entrégate a mí. Entrégate a mí", y sus sentidos giraron en vertiginoso deleite. La visión se agigantó y se convirtió en unos ojos ambarinos y un rostro hermoso. " ¡Maldita perra tramposa!".
La ilusión destrozada, Shanna abrió los ojos. Juró entre dientes, dio media vuelta y se dirigió a la cabina del capitán llamó a la puerta y la misma se abrió inmediatamente y el hombre moreno se inclinó en una extravagante reverencia.
– Aaahhh, madame Beauchamp! Está usted demasiado radiante para describirla con meras palabras -exclamó el capitán Duprey-. Soy su humilde servidor, madame, ahora y siempre. Entre. Entre.
Shanna se obligó a sonreír y entró. Pero en seguida se detuvo sorprendida al percatarse de que ella y el capitán estaban solos en la cabina, con la excepción del muchacho que aguardaba pacientemente para servirles.
– ¿No hay nadie más esta noche? -preguntó extrañada.
Jean Duprey la miró con ojos brillantes y se acarició su oscuro bigote.
– Mis oficiales tienen obligaciones que los retienen en otra parte, madame Beauchamp.
– ¿Y el señor Ralston? -Shanna lo miró con cierta irritación y se preguntó qué pretexto tendría el capitán para la ausencia de Ralston.
– Ah… él… -Jean Duprey rió y se alzó de hombros-. Descubrió que la tripulación estaba comiendo carne salada y frijoles y convenció al cocinero de que le enviara un plato.
De modo, que madame… ah… -Aparentó tener dificultades con el nombre de ella Y, en seguida trató de tomarle una mano Y dijo, en tono zalamero-: ¿Puedo dirigirme a usted por su apellido de soltera, Shanna?
Con una sonrisa triste, Shanna retiró firmemente la mano. Sintió curiosidad por lo que pensaría madame Duprey de las inclinaciones amorosas de su marido y su evidente imparcial afición a las mujeres. Prefirió dejar la dura disciplina a cargo de esa mujer en vez de hacer una escena embarazosa, se mostró indulgente con el hombre Y habló con gracia.
– Capitán Duprey, conocí a mi esposo sólo por muy breve tiempo Y lo perdí hace menos de un mes. El trato que usted propone me resultaría demasiado penoso. Por favor, discúlpeme. Vine aquí buscando la compañía de muchos a fin de enmascarar mi dolor. Le ruego que perdone mi duelo. Mi marido tenía modales encantadores Y usted ha despertado recuerdos de momentos felices que compartimos, aunque fueran tan breves. Si me excusa esta noche, señor, debo buscar tranquilidad en otra parte.
Jean hizo ademán de seguirla pero Shanna alzó una mano para detenerlo.
– No, capitán. Hasta para la soledad hay momentos. -Su voz tembló tristemente mientras el aroma que flotaba en la cabina la hizo recordar el hambre que sentía-. Pero hay una cosa…
El capitán Duprey asintió ansiosamente con el cabeza, deseoso de complacerla.
– ¿Podría enviar más, tarde, a mi cabina, un plato de cualquier cosa? Sin duda, para entonces podré soportar la vista de la comida.
Hizo una deliciosa reverencia Y cuando se irguió los ángulos de su hermosa boca sonrió traviesa mente.
– Déle saludos míos a su, esposa cuando lleguemos a Los Camellos, capitán.
Antes de que él pudiera recobrarse, Shanna huyó Y cerró violentamente la puerta tras de sí. El sonido de sus pisadas apresuradas resonó en la quietud del pasadizo pero ella respiró aliviada cuando estuvo nuevamente sobre cubierta Y vio a Pitney.
El estaba alimentándose con una buena porción de carne salada, galletas marineras y frijoles. Cuando apareció ella, él levantó la vista de su plato, la miró un momento Y en seguida asintió, sin necesidad de explicaciones para comprender la razón de la huida de ella de la cabina del capitán. La fuerte inclinación de Jean Duprey hacia las mujeres no era un secreto entre los hombres de Los Camellos.
Shanna caminó pensativamente a través de la cubierta hacia el lado de sotavento de la nave. Las nubes adquirían tonos oscuros con bordes de plata cuando pasaban entre la alta luna y el mar suavemente ondulado. Las leves brisas acariciaron a Shanna. La noche era serena, silenciosa salvo por el ruido del agua al pasar debajo del casco, Y el crujir de cordajes y mástiles. El barco parecía cantar una canción propia, un rítmico susurro de sonidos acompasado con el ligero subir y bajar del casco cuando pasaba sobre las olas.
Shanna soltó un largo suspiro Y se apartó de la borda. Pese a todo su previo buen humor, ahora sentíase pensativa Y solitaria, como si la noche hubiera perdido su sabor. La voz proveniente de abajo le había arrebatado su felicidad y ahora sólo pudo preguntarse cómo hubiera sido compartir un lecho nupcial durante toda una larga noche.
CAPITULO CINCO
Era como si una nube alta e hinchada hubiera dado nacimiento a un lugar de color verde esmeralda. Varias colinas bajas amontonaban sé sobre un barranco junto a una playa que separaba el vivido verde de las revueltas rompientes y las olas que lamían la costa desnuda con lenguas de espuma coronadas de blanco. El azul profundo del mar abierto dejaba lugar, en los bajíos cerca de la isla, a un brillante verde iridiscente que armonizaba con los ojos de Shanna.
El Marguerite salió de debajo de su propia nube y sus velas blanqueadas por el sol resplandecieron en el día radiante.
Una columna de humo elevábase del pico de la colina más alta de Los Camellos y momentos más tarde, el sordo estampido del cañón de señales llegó hasta los pasajeros del barco. El bergantín se acercó a su
Meta. Largos y verdes brazos rodeaban una espaciosa caleta en cuyo vértice se levantaban los resplandecientes edificios blancos de la aldea, Georgiana. Un matiz más oscuro en las aguas señalaba el canal de acceso que pasaba entre esos brazos para llegar al puerto. Había pocos en la isla que no dejaron cualquier cosa que estuviesen haciendo al escuchar el cañón de señales y corrieron al muelle para recibir a los recién llegados. Habría chulerías para hacer trueque, favores especiales largamente esperados y, más importantes, las últimas noticias y murmuraciones del mundo exterior.
El mismo Orlan Trahern era mucho más un comerciante que un plantador, Y ciertamente hubiera debido estar sumamente ocupado para no subir a su carruaje y venir al puerto a fin de comprobar cómo lo había
favorecido la fortuna. Si se trataba de una nave desconocida, habría el regateo y las discusiones que tanto le agradaban por el desafío que representaban, y alas que se entregaba como si fuera un juego.
Shanna aguardó con impaciencia mientras se arriaban las velas y el Marguerite amarraba en el muelle. Varios otros barcos que estaban en el puerto se hallaban anclados a cierta distancia del muelle. Durante los meses de invierno, los más grandes serían calafateados y reparados mientras los más pequeños recorrerían las islas del sur y el oeste, trocando las mercaderías del continente por las materias primas del Caribe.
Se colocó la planchada y los cables quedaron firmemente asegurados. El corazón de Shanna se elevó casi tan alto como las gaviotas que volaban sobre el barco y sus ojos buscaron ansiosamente entre la multitud el rostro familiar de su padre..
Pitney apareció a su lado con dos de los baúles más pequeños bajo sus brazos y la siguió cuando ella descendió. Cuando Shanna dejó la planchada, allí estaba el capitán Duprey ofreciéndole el brazo, después de haberse asegurado de que su esposa no se encontraba entre los presentes. Sus ojos oscuros imploraron una demostración más cálida del hermoso rostro ovalado pero quedó decepcionado, porque Shanna apenas advirtió su presencia en su prisa por alejarse del barco. Como si él fuera solamente un sirviente para tareas menudas, ella le puso en las manos un quitasol de encaje y miró ansiosamente a su alrededor. Más allá del grupo de curiosos, el birlocho descubierto de Trahern aguardaba vacío. Pero entonces la multitud se abrió para dejar paso al patrón, quien venía -apresuradamente a recibir a su hija. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando la vio pero él rápidamente refrenó' esa demostración de placer.
Orlan Trahern era ligeramente más bajo que los hombres que lo rodeaban pero tenía espaldas anchas y un cuerpo sólido y fornido. Se movía con pasos lentos y llevaba su peso con facilidad, porque aunque no era delgado poseía mucha fuerza. Shanna le había visto vencer a Pitney en una competencia de fuerza por un jarro de ale. Cuando se entregaba a la risa todo su cuerpo se sacudía, aunque las carcajadas no duraban demasiado.
Shanna soltó un grito de alegría, corrió hacia su padre y le echó los brazos al cuello. Durante un fugaz momento los brazos de Trahern rodearon la esbelta cintura de su hija pero en seguida él la apartó un poco, se apoyó en su largo y nudoso bastón y la examinó con atención. Shanna emitió una carcajada clara, cristalina, recogió sus amplias faldas de linón -azul claro, bailó en un lento círculo frente a él y después lo miró nuevamente, de frente e hizo una lenta reverencia.
– Su sirvienta, señor.
– Vaya, hija. -El apretó los labios y la contempló como si la viera por primera vez-. Se diría que te has puesto aún más hermosa en este año que ha pasado.
Se volvió a medias, se caló el ancho sombrero que siempre usaba y sus ojos se posaron en el capitán Duprey.
– y como siempre -agregó- tienes hombres que corren en pos de ti para ofrecerte sus servicios.
Jean Duprey daba vueltas en sus manos al quitasol, como si buscara un lugar donde arrojado, pero finalmente se lo entregó a Shanna. Inmediatamente balbuceó una excusa acerca de que tenía que ocuparse de su barco y se retiró bajo la mirada divertida de Trahern.
– ¿Te has vuelto más tolerante con las incomodidades, muchacha? No hubiera creído que te rebajarías hasta viajar en un barco tan modesto. Es más propio de ti disfrutar de los lujos de la vida.
– Vamos, papá -dijo Shanna, sonriendo-. Sé amable. Estaba ansiosa por regresar. ¿No estás contento de verme?
Orlan Trahern aclaro ruidosamente su garganta y después miró a Pitney, quien parecía tener dificultad para mantener una expresión seria. El hacendado tendió la mano al hombre cuando éste hubo dejado los baúles en el suelo..
– Veo que se encuentra bien -dijo Trahern-. Nada le ha sucedido por haber tenido que escoltar a esta muchacha durante un año. A menudo me pregunté si había hecho bien al enviar a Ralston para que los guiara a ustedes dos, pero ahora están aquí, sanos y salvos, Y supongo que
No ha sucedido nada indebidamente desastroso.
Shanna abrió nerviosamente jul sombrilla, la hizo girar rápidamente sobre su cabeza y dirigió a su padre una sonrisa brillante.
– Vamos, hija -ordenó casi él-. Se acerca el mediodía y compartiremos unos bocados mientras me das las novedades.
Orlan palmeó a Pitney en la espalda.
– Supongo que estará ansioso de encontrarse en su casa. Refrésquese un poco y más tarde lo visitaré para jugar una partida de ajedrez primero me ocuparé de esta muchacha
El hacendado acompañó a su hija sin aparatosidad a través de la multitud que los rodeaba Y de la cual surgían manos tendidas Y gritos de saludo para Shanna. Se había corrido la voz de su arribo y todavía ahora llegaban rezagados que se unían a los curiosos. Shanna reía llena de gozo cuando veía a viejos amigos que se le acercaban. Las mujeres de la aldea se apretujaban ansiosas de observar el vestido Y el peinado de la joven a fin de enterarse de la última moda, mientras que los niños estiraban las manos para tocarle el borde del vestido. También había hombres presentes, pero los que no eran amigos de la hija de Trahern se quedaban unos pasos atrás para contemplar admirados su fabulosa belleza. Fue una marcha lenta pero llena de excitación y de la renovación de antiguas amistades.
Ayudada por su padre, Shanna subió por fin al carruaje Y el birlocho se alejó rápidamente del muelle. Shanna se apoyó en el asiento y observó las casas y los árboles que le eran tan familiares. Interiormente se preparó para lo que sabía que vendría.
Estaban lejos de la aldea y en el camino que llevaba a la mansión cuando Trahern, sin mirarla, mencionó el tema. Su voz fue tan abrupta que ella dio un leve respingo.
– ¿Ya has tenido bastante de cavilar y vacilar, hija mía? ¿Has elegido marido?
La mano atezada estaba apoyada en la gruesa rodilla y fue allí donde Shanna apoyó su mano a fin de que la sortija de oro quedara bien a la vista.
– Puedes llamarme señora Beauchamp, papá, si no quieres usar mi apellido de soltera. -Sus párpados aletearon y ella se aventuró a mirarlo por el rabillo del ojo-. Pero oh, Dios mío -agregó y trató de que su tristeza se trasluciera en su voz también hay algo que debo contarte y que es muy penoso.
Shanna sintió una sensación extraña, porque los ojos de él, del mismo color que los de ella, la miraron en silenciosa interrogación.
Incapaz de soportar esa mirada, tuvo que volver el rostro. Las lágrimas llegaron, aunque en gran parte por la vergüenza de su engaño.
– Conocí un hombre, muy gallardo, muy guapo… nos casamos. – Tragó con dificultad, como si la mentira le dejara un sabor amargo en la lengua-. Después de una breve noche de dicha… -se deshizo en llanto un momento Y en seguida se obligó a continuar él bajó de nuestro carruaje y cayó al torcerse un pie en una piedra. Antes, de que los cirujanos pudieran hacer nada, murió.
Orlan Trahern golpeó su bastón contra el piso del birlocho, con una maldición no pronunciada.
– Oh, papá -sollozó Shanna-. Tan tarde me convertí en una novia amada y tan pronto quedé viuda.
Trahern soltó un resoplido, se apartó un poco de ella y quedó en silencio, mirando a la distancia, sumido en sus pensamientos. El camino pasó entre espesos grupos de palmeras y nuevamente se extendió bajo la intensa luz del sol. La hija silenció su llanto y sólo un sollozo ocasional interrumpió el silencio hasta que llegaron a la gran mansión blanca. Violentos colores inundaban el prado de césped donde las pincianas desplegaban sus capullos escarlatas, y macizos de franchipanieros embalsamaban el aire con su dulce fragancia. La hierba, prolijamente cortada, extendiese hasta donde alcanzaba la vista, interrumpida a intervalos regulares por los grandes troncos de los altos árboles que extendían muy arriba su espeso follaje. Sólo raros rayos de luz atravesaban las ramas e iluminaban los amplios pórticos que se extendían interminablemente a lo largo del frente y de las alas de la mansión. Arquerías cubiertas, de ladrillo blanqueado, daban sombra á la terraza elevada que bordeaba la planta principal de la casa, mientras que en el primer piso, ornamentadas columnas de madera sostenían enrejados que daban intimidad a las habitaciones. La mansión tenía un tejado empinado, adornado con gabletes. Amplias puertas francesas daban fácil acceso a los pórticos desde la mayoría de las habitaciones de la casa y los pequeños cristales cuadrados del interior de las puertas brillaban con la luz e indicaban el cuidado y la atención de muchos sirvientes.
Trahern permaneció en silencio cuando el birlocho se detuvo y Shanna lo miró con cierta vacilación, temerosa de un estallido de cólera. Bajó sola del carruaje, subió la amplia escalinata de la terraza y ahí se detuvo, insegura, y miró hacia atrás. Su padre seguía inmóvil pero volvió la cabeza y la miró con expresión ceñuda. Se levantó lentamente, se apeó y subió la escalinata como si fuera dejándose llevar por su bastón. Shanna fue hasta la puerta principal, la abrió y 1o esperó. El se detuvo a varios pasos de ella y nuevamente la miró con fijeza. El asombro abandonó lentamente su rostro y fue, reemplazado por la cólera. Súbitamente levantó su bastón sobre su cabeza y 1o arrojó lejos.
– ¡Maldición, muchacha!
Shanna llevase una mano a la garganta y se apartó de él con los ojos dilatados por el temor.
– ¿Tan poco cuidas, a tus hombres? -rugió él ¡Por lo menos me hubiera gustado ver al joven!-En tono ligeramente más bajo pregunto; ¿No hubieras podido mantenerlo vivo! hasta quedar encinta?
Respetuosa de su padre, Shanna replicó suavemente: -Todavía existe esa, posibilidad, papá. Pasamos nuestra noche de bodas juntos. Enrojeció ligeramente ante la mentira, porque ahora estaba segura,
Como puede estarlo una mujer, de' que no llevaba en su seno la simiente de Ruark.
– Bah! -gruñó Trahern, pasó junto a ella pisando Fuerte y dejó que la puerta golpeara. a sus espaldas, sin molestarse en recoger su bastón.
Shanna, levantó mansamente el bastón y siguió a su padre al interior de la casa. Se detuvo un momento en e1hall de entrada cuando todos los recuerdos de los años transcurridos en la función cayeron precipitadamente sobre ella. Casi pudo imaginar que nuevamente era una chiquilla que gritaba de excitación cuando bajaba corriendo la escalera que parecía curvarse para envolver la gran araña de cristal que colgaba del, alto techo. Los prismas centelleantes de la araña, que iluminaban el salón miríadas de arco iris danzarines siempre habían sido motivo de fascinación para ella. Y recordó muy bien las veces que buscó, arrastrándose sobre pies y manos entre los helechos y plantas que adornaban el salón, el inquieto 'gatito que Pitney le había-regalado, o cuando alzaba la vista llena de respeto hacia retrato de su madre que colgaba cerca de la puerta del salón de recibir, o cuando trepaba, llena de infantil impaciencia, al gran cofre tallado que estaba debajo del retrato, mientras aguardaba que su padre regresara de los campos.
Ahora, como mujer, Shanna contempló la madera clara de la balaustrada y los paneles tallados de las puertas que daban a otras habitaciones y que brillaban con toques dorados. Aquí, y en toda la casa, abundaban los muebles franceses estilo Regencia. Ricas alfombras de Aubusson o de Persia, lacas, jade y marfil de oriente, mármoles de Italia y otros tesoros' provenientes de todo el mundo embellecían las habitaciones con muy buen gusto.
Largos corredores partían desde el vestíbulo en sentidos opuestos, hacia las alas.
A la izquierda estaban las grandes habitaciones de su padre, incluidos el estudio y la biblioteca donde trabajaba, un salón de estar, su dormitorio y una habitación donde se bañaba y vestía con la ayuda de un criado.
Las habitaciones de Shanna estaban subiendo la escalera y a la derecha, bien lejos de las de su padre. Allí, antes de llegar al dormitorio, había que pasar por el salón donde las paredes, cubiertas de suave muaré de color crema, armonizaban con los sutiles tonos de castaño, malva y vibrante turquesa de las sillas, butacas y sofá. Una lujosa alfombra Aubusson combinaba todos esos- colores en un ornamentado diseño. Las paredes del dormitorio estaban cubiertas de rica seda color malva y una alfombra malva y castaño cubría el piso. Sobre la cama colgaba un dosel de seda color de rosa y un canapé de color castaño claro aguardaba que alguien se tendiera perezosamente encima.
Los recuerdos se borraron cuando su padre se volvió y la miró con severidad. Gritó con. tanta fuerza que la araña de cristales tembló.
– ¡Berta!
La respuesta fue inmediata:
– ¡Sí! ¡Sí! ¡Voy!
Los pasos ligeros del ama de llaves sonaron rápidamente en la escalera hasta que ella apareció, sin aliento y con las mejillas encendidas. La mujer, holandesa, apenas le llegaba a Shanna a los, hombros y era regordeta, redonda, con cutis claro. Nunca parecía moverse de otra forma que n_ fuera trotando Y siempre llevaba metido en el bolsillo de su delantal un plumero de plumas de avestruz. Era principalmente merced a sus esfuerzos y a su supervisión de los sirvientes que la casa se mantenía impecablemente limpia.
Berta se detuvo a un paso de Shanna y la miró maravillada. Después de la muerte de Georgiana, el ama de llaves se había hecho cargo de la casa con sus fumes modales holandeses y en más de una ocasión había observado llorosa, junto a la puerta, a su protegida que partía hacia Europa. Aunque había transcurrido apenas un año, la joven, era casi todavía una niña cuando se alejó por última vez, pero ahora se la veía majestuosa, segura de si misma, desenvuelta y aplomada, una agraciada joven de sorprendente belleza; Por eso la vieja sirvienta ahora no estaba muy segura de cómo debía tratada. Pero fue Shanna quien resolvió el problema. Abrió los brazos y al segundo siguiente las dos, muy juntas, compartían lágrimas de alegría y se besaban en las mejillas. Finalmente Berta se apartó un paso.
– Ah, mi pobre criatura. ¿Por fin has venido para quedarte? -Sin aguardar respuesta, Berta continuó hablando precipitadamente-: Sí, ese tonto de Trahern envió lejos a su propia hija. Es como para cortarle esa nariz que tiene en la cara. Y dejó que ese bobalicón de Pitney cuidara de una muchachita. ¡Ese buey enorme, bah!
Trahern se puso aún más furioso al oírla y gritó llamando a Milán para que le trajera ron y bitter pues sentía necesidad de libar copiosamente. Berta chasqueó la lengua y sus ojos azules bailaron de alegría cuando volvió a mirar a la joven.
– Déjame mirarte. Sí, apostaría un guilder a que los, has enloquecido a todos. Estás hermosa, querida, y te eché mucho de menos.
– ¡Oh, Berta! -exclamó Shanna, extasiada-. ¡Me siento tan feliz de encontrarme en casa!
Jasón, el portero, llegó desde la trasera y a la vista de Shanna su rostro moreno se iluminó de placer.
– ¡Vaya, la señorita Shanna! -Corrió hacia ella y le tomó las manos extendidas. Como siempre, la voz bien educada de él sorprendió a Shanna-. Señor, esta criatura ha traído el sol con su regreso. Su padre estaba muy deseoso de verla.
Un sonoro carraspeo indicó que Trahern todavía estaba donde podía oírlos, pero Shanna igualmente rió dichosa. Por fin estaba en su casa y nada podría estropearle esa felicidad.
La necesidad de depósitos cerrados no era crítica en este clima benigno y las construcciones que rodeaban el área del muelle eran en su mayor parte solamente techos sostenidos por columnas de madera. Debajo de uno de esos cobertizos, John Ruark y sus compañeros aguardaban sentados en cuclillas. Sus barbas habían sido afeitadas y sus melenas cortadas bien cortas. Después de entregarles un fuerte jabón de lejía fueron llevados al castillo de proa y bañados con las mangas de las bombas del barco. Algunos de los hombres gritaron cuando el fuerte jabón tocó las heridas que tenían, pero Ruark disfrutó del baño. Había pasado casi un mes entero tendido en su cubículo con sólo ejercicios ocasionales en la cubierta para estirar los músculos acalambrados. La comida durante el viaje había sido abundante, pero empezó a resultar desesperante cuando pareció que en el mundo no quedaba para comer otra cosa que carne salada, frijoles y galletas acompañadas, de agua maloliente.
John Ruark sonrió lentamente y se pasó la mano por la nuca para familiarizarse con su corto cabello negro. Estaba vestido como los demás, con pantalones nuevos de dril, y calzado con sandalias. Las ropas eran todas de una misma medida y uniformemente grandes para él y sus ocho compañeros. Junto con los artículos provistos había un ancho sombrero de paja; una camisa blanca suelta y un pequeño saco de lona. Este último permaneció vacío hasta que llevaron al grupo a la tienda de Trahern donde les dieron un tazón y una brocha para afeitarse, un cortaplumas con mango de madera, dos mudas más de ropa y varias toallas, junto con una cantidad del fuerte jabón y una admonición para que lo usaran con frecuencia.
Cuando cesó la leve brisa el calor se hizo intenso bajo el techo del cobertizo. Un solo supervisor los vigi1aba y hubiera sido muy fácil escapar. Pero John Ruark pensó que hubiese sido necesario muy poco esfuerzo para capturadlos, porque tarde o temprano un hombre habría tenido que salir de la jungla y no había otro lugar adonde ir.
Observó atentamente todo cuanto lo rodeaba mientras tironeaba distraídamente de la floja rodillera de sus pantalones de lona. Esperaban al hacendado Trahern; les habían informado que él tenía la costumbre de inspeccionar y dirigidas la palabra a todos los recién llegados. Ruark estaba ansioso de conocer al famoso "lord" Trahern pero aguardaba pacientemente con los demás, manteniéndose cuidadosamente en el último lugar de la fila. Todavía estaba vivo y en el único lugar en el mundo donde quería estar, es decir, en el mismo lugar donde se encontraba Shanna Trahern. ¿O debía llamada Shanna Beauchamp?
Rió para sí mismo. Ella se había ganado el apellido mientras que él, por la misma serie de acontecimientos, lo había perdido; yeso era otro asunto que tendría que arreglar.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por el arribo del birlocho abierto que se había llevado a Shanna del muelle. El hombre alto y flaco llamado Ralston fue el primero que se apeó, y tras él lo hizo el hombre
a quien Ruark viera horas antes saludando a Shanna. Dedujo que éste era el temido hacendado Trahern.
Ruark observó con interés mientras el hombre se acercaba. La actitud del hacendado era autoritaria. Era un hombre corpulento, majestuoso, y había a su alrededor un halo de poder. En marcado contraste con las ropas oscuras de su magro compañero, tenía medias inmaculadamente blancas y zapatos de cuero negro con hebillas de oro. Sus calzones eran de lino blanco, prácticos y frescos. Su largo chaleco era de la misma tela y blanco, como la camisa, en la cual llamaba la atención la ausencia de volantes y bordados. Un sombrero de paja inmenso, de alas anchas, copa baja; finamente tejido, daba sombra a su rostro. Llevaba en sus manos un bastón largo, evidentemente muy usado, como si fuera su insignia de mando.
Los dos hombres se acercaron al cobertizo y después de saludarlos, el supervisor que los vigilaba ordenó a los recién llegados que se pusieran de pie y formaran una fila. El hacendado tomó un paquete que le tendió. Ralston, desplegó un papel que estudió un momento y se acercó al primer hombre de la fila.
– ¿Su nombre? -preguntó bruscamente. El siervo respondió con un murmullo y su nuevo amo hizo una marca en su papel y procedió a inspeccionar cuidadosamente su compra. Palpó el brazo del hombre, apreció su musculatura y estudió las manos en busca de callosidades.
– Abra la boca -ordenó Trahern-. Veamos sus dientes. El hombre obedeció y el hacendado sacudió la cabeza casi con tristeza e hizo varias anotaciones en su libreta. Se acercó al segundo siervo y repitió el ritual. Después del tercero, se volvió hacia Ralston.
– ¡Maldición, hombre! -exclamó Trahern-. Me ha traído un grupo lamentable. ¿Estos fueron los mejores que pudo conseguir?
– Lo siento, señor -dijo Ralston, acobardado bajo la mirada ceñuda del otro.-
Fueron todo lo que pude conseguir por amor o dinero. Quizá los habrá mejores en primavera, si el invierno es lo suficientemente duro.
– ¡Bah! -replicó Trahern_. Un precio muy alto, ciertamente y todos de la prisión de deudores.
Ruark enarcó levemente las cejas cuando oyó el comentario del hombre. El hacendado no estaba enterado de que había comprado a un reo condenado a muerte. Ruark pensó esto un momento y el efecto que podría tener en él. Levantó la mirada y sorprendió a Ralston mirándolo ceñudo. Ajá, esto fue obra del señor Ralston, dedujo Ruark, y si no quería regresar a Londres para que lo ahorcaran, tendría que seguir el juego.
Después de un atento examen del octavo hombre, Trahern llegó frente a Ruark y se detuvo repentinamente. Sus ojos se entrecerraron cuando examinó al último del grupo. Los ojos color ámbar de Ruark revelaban un nivel de inteligencia superior al término medio y la sonrisa que le bailaba en los labios era extrañamente inquietante. Notablemente diferente del resto, éste era esbelto y musculoso, con espaldas anchas y brazos fuertes, erecto, con las piernas rectas de un hombre joven. No había flaccidez en él y el vientre, plano y duro, indicaba salud y juventud. Era raro que un joven como éste pudiera ser hallado en una subasta de condenados por deudas.
Trahern consultó su lista y encontró el nombre que quedaba.
– Usted es John Ruark -declaró más que preguntó y se sorprendió de la rápida y fluida respuesta del individuo..
– Sí, señor. -Ruark fingió un ligero acento para disimular su origen. Demasiados isleños se mostraban desconfiados de los originarios de las colonias de tierra firme-. Y sé leer, escribir y calcular.
Trahern ladeó la cabeza, como absorbiendo cada palabra.
– Mi espalda es fuerte y mis dientes son sanos. -Ruark abrió la boca y Por un momento exhibió un relámpago de blancura-. Puedo levantar mi propio peso, bien alimentado, por supuesto, y espero demostrar que soy digno de todo lo que su familia ha invertido en mí.
– Mi esposa está muerta. Solo tengo una hija -murmuró Trahern distraídamente y en seguida se reprochó silenciosamente por haber dialogado con el hombre-. Pero usted es un colonial, de Nueva York o de Boston, supongo. ¿Cómo fue que llegó a que lo subastaran por deudas?
Ruark aspiró profundamente y se rascó el mentón.
– Un leve malentendido con varios soldados. El magistrado no tuvo ninguna consideración y prefirió creerles a ellos y no a mí. No era del todo falso. Ruark no había tomado bien que lo arrancaran violentamente de su profundo sueño y reaccionó instintivamente, rompiéndole la mandíbula al capitán, como se enteró después.
Trahern asintió lentamente con la cabeza y pareció que había aceptado la explicación, hasta que habló:
– Usted es un hombre de cierta sabiduría y creo que hay muchas cosas más en su historia, pero -se alzó de hombros- eso ya pertenece al pasado. Poco me importa lo que usted fue, sólo lo que es.
El siervo, John Ruark, reflexionó silenciosamente sobre su amo y se dio cuenta de que tendría que proceder con mucho cuidado cuando tratara con él, porque el hombre era inteligente y astuto, tal como se
Rumoreaba. Empero, la verdad tenía una forma de salir a la luz y puesto que no pudo encontrar palabras dignas de su esfuerzo, Ruark contuvo la lengua.
Trahern se apartó de él y se ubicó frente a la fila de hombres, con las piernas bien separadas y las manos apoyadas en el pomo de su largo bastón. Los observó lentamente.
– Esto es Los Camellos-empezó-. El nombre fue puesto por un español pero me fue cedido a mí. Yo soy alcalde, alguacil y juez aquí. Ustedes me han sido vendidos en servidumbre por deudas impagas. Serán informados de esas deudas y de su disminución cuando lo soliciten a mi tenedor de libros. Se les pagará los domingos y los días de fiesta pero las ausencias por enfermedad serán por cuenta de ustedes. Su paga será de seis peniques por cada día de trabajo.
El primer día de cada mes recibirán, por cada día que hayan trabajado, dos peniques para sus necesidades, dos peniques contra sus deudas y dos peniques que serán devueltos por su manutención.
Si trabajan duro y adelantan, recibirán más y podremos, ajustar los pagos como crean conveniente. -Hizo una pausa Y miró a Ruark-. Espero que algunos de ustedes paguen sus deudas nada más que en cinco o seis años. Entonces podrán trabajar por su pasaje de regreso a Inglaterra o donde prefieran marcharse, o podrán, si 1o desean, establecerse aquí. Se les ha dado 1o necesario para que se vistan y se mantengan limpios. Cuiden su ropa, porque cualquier otra cosa que reciban tendrán que pagarla. Pasará un tiempo antes de que puedan tener algún dinero y aun entonces será muy poco.
Trahern hizo una pausa y mantuvo el silencio hasta que todos le prestaron atención.
– Aquí hay dos formas de meterse en serias dificultades. La primera es maltratar o robar cualquier cosa de mi propiedad, Y aquí casi todo es mío. La segunda es molestar o fastidiar a cualquiera de las personas que
ya están aquí. ¿Alguna pregunta?
Esperó, pero nadie habló. El hacendado relajó su postura y continuó.
– Se les darán tres días de tareas livianas para que se recobren del viaje. Después de eso se esperará que ustedes pasen las horas de luz diurna en trabajo productivo. Empezarán a trabajar el día después de Navidad. Buenos días a todos.
Sin mirar atrás, subió a su carruaje y dejó a Ralston a cargo de ellos. El hombre flaco se les acercó cuando el birlocho partió. Golpeó la palma de su mano enguantada con la siempre presente fusta y empezó a hablar.
– Esta es la forma que tiene el hacendado Trahern de mostrarse blando con sus esclavos. -Su tono despectivo fue apenas detectable-. Tengan la seguridad de que yo no seré así, pero ahora debo ocuparme de otros asuntos. Serán alojados en un viejo establo cerca del pueblo hasta que vayan a los campos, y se les dará trabajo liviano en el muelle o en la plantación. Este hombre -señaló al que los custodiaba- será el capataz de ustedes. El informará de cualquier cosa a mí o a Trahern. Hasta que hayan sido considerados dignos de confianza, se mantendrán cerca del establo todo el tiempo que no estén trabajando. Si todavía no lo han notado -señaló con su fusta las colinas y después la playa aquí no hay lugar donde esconderse, por 1o menos por mucho tiempo. -A continuación, pareció casi apenado y dijo-: Se les dará tiempo para que descansen Y se los alimentará bien. -Con las palabras siguientes pareció animarse más-: Pero se esperará de ustedes que se ganen 1o que coman y algo más.
Bruscamente, hizo un gesto al guardia.
– Lléveselos. A todos menos a éste. -Señaló a Ruark.
Cuando los otros se marcharon, se acercó a Ruark y le habló en voz baja.
– Usted parece abrigar algunas dudas sobre su posición aquí. Ralston esperó pero Ruark le devolvió la mirada en silencio, y los labios del agente se curvaron en una mueca despectiva.
– A menos que desee regresar a Inglaterra para que lo cuelguen, le advierto que le conviene mantener la boca cerrada. Los ojos de Ruark no vacilaron ni él hizo ningún comentario. El hombre le había hecho un gran favor, aunque seguramente no se daba cuenta de hasta qué grado.
– Vaya con los otros -dijo Ralston, y señaló con la cabeza hacia la fila de hombres que se alejaban. Ruark se apresuró a obedecer y no le dio motivos de irritación.
Los barcos de Trahern surcaban las aguas del sur y se mantenían alejados del Atlántico Norte, donde rugían fuertes tormentas y los témpanos de hielo tornaban peligrosos los viajes. Llevaban a las islas vistosas chucherías, coloridas sedas y otros productos del continente europeo y regresaban con materias primas que en el verano eran enviadas al norte. En las laderas meridionales de la isla se despejaban nuevos campos y los troncos así obtenidos eran arrojados al mar desde los acantilados para que los recogieran barcos pequeños que los llevaban a puertos más grandes, donde en los aserraderos los convertían en la tan necesaria madera aserrada.
Grupos de trabajadores se trasladaban de un campo a otro a medida que el trabajo lo requería.
Habitualmente, sus primeras tareas eran rehabilitar o construir alojamientos para los capataces y ellos mismos. La regla eran sencillas chozas con techo de paja y media pared, lo bastante sólidas para proporcionar protección de la lluvia o del constante sol.
John Ruark fue entregado rápidamente a, uno de estos capataces. Mostrase diligente en su labor y ofreció muchas ideas para mejorar el trabajo. Fue bajo su dirección que un arroyo fue desviado hacia un canal, y ya no fue necesario arrastrar laboriosamente los troncos hasta el borde del acantilado sino que se los hizo deslizar por el canal, merced a su propio peso, de modo que llegaban rápidamente al mar, ahorrando así muchas fatigas a hombres y a mulas. El capataz quedó muy agradecido a este brillante joven, porque los trabajadores hábiles eran bastante escasos y hasta las mulas se cansaban rápidamente en el aplastante calor. El capataz mencionó el nombre del siervo en su informe a Trahern.
John Ruark fue destinado a otro grupo encargado de cosechar la caña de invierno antes de que llegaran los meses secos. Allí, les enseñó a quemar los campos, lo cual reducía la planta a un tallo chamuscado, todavía rico en jugos, a la vez que eliminaba arañas e insectos ponzoñosos que hubieran reducido aún más la cantidad de trabajadores. Modificó el pequeño trapiche para que pudiera hacerlo girar una mula en vez de la media docena de hombres -que se necesitaban habitualmente. Nuevamente el nombre de Ruark apareció en los informes.
No pasó mucho tiempo antes de que sus conocimientos de maquinarias se hicieran conocidos en la isla y los capataces se lo empezaran a pasar unos a otros para que resolviera sus problemas. A veces la tarea era fácil, a veces difícil, y como sucedió con la quema de los campos, él tenía que probar la validez de sus ideas. Empero, progresaba continuamente. Su paga fue duplicada y pronto triplicada. Sus posesiones aumentaron a una mula que le entregó un comerciante de la aldea por trabajos realizados en sus momentos libres.
Por encima de todos sus talentos poseía un don especial para los caballos, y el brioso semental Attila le fue traído cojeando por un tendón desgarrado en una pata delantera. Cuando John Ruark supo que el animal era el favorito de la hija de Trahern lo cuidó amorosamente, frotó con linimento el miembro lesionado y aplicó una apretada venda. Con paciencia, hizo caminar y mimó al animal hasta que éste aprendió a comer azúcar de su mano, algo que ni siquiera había conseguido la joven ama. Le enseñó a acudir cuando el lo llamaba con un silbido especial y entonces lo declaró sano y lo envió nuevamente a la joven.
Para Shanna, el regreso del caballo fue motivo de gran alegría. Ella pasaba los días cabalgando o nadando en el mar de cristal, zambulléndose bajo su superficie y en ocasiones arponeando algunos peces comestibles para añadidos a la mesa de la mansión.
Shanna renovaba su amistad con la gente de Los Camellos y se ocupaba del bienestar de las familias más necesitadas. Una de sus mayores preocupaciones era que en los últimos años no habían podido encontrar un maestro para los niños, y la pequeña escuela que había construido su padre permanecía vacía. En su mayor parte, sus días deslizábanse en un perezoso idilio, como perlas en un collar. Otros barcos se detenían en Los Camellos para comerciar y sus oficiales habitualmente cenaban en la mansión y daban a Shanna una excusa para vestirse apropiadamente y agasajarlos con su ingenio efervescente. Ella era la señora de la isla, la hija de Trahern, y casi daba trabajo recordar constantemente a todos que ahora era la señora Beauchamp.-Era para ella una época dichosa, un interludio de paz con obligaciones suficientes mezcladas con el placer a fin de que no llegara a aburrirse. Los recuerdos desagradables que la habían acosado empezaban por fin a borrarse.
Una tarde, ya bien entrado febrero, Shanna pidió que le preparasen a Attila. y se dispuso a realizar una agradable cabalgata. Tomó el camino central entre las colinas, cerca de los campos de caña de azúcar, muy cerca de los grupos de hombres que su padre le había advertido a menudo que eran peligrosos, aunque pocos en Los Camellos se hubieran atrevido a molestar a la hija de Trahern. Sin embargo, no era prudente tentar al destino y aquí, en los cañaverales, los hombres trabajaban día por medio.
Sin embargo, Shanna era muy de aventurarse donde le diera la gana, sin pensar mucho en las consecuencias.
Era un día caluroso y los cascos de Attila levantaban nubeci1las de polvo que quedaban flotando perezosamente sobre el camino.
Después de haber pasado entre las colinas, Shanna empezaba a descender la cuesta del norte cuando vio a un hombre que venía con una mula.
Por sus ropas era uno de los siervos, aunque su vestimenta había sido curiosamente alterada. llevaba el familiar sombrero de alas anchas y su camisa estaba cruzada sobre el lomo de la mula, pero tenía los pantalones arremangados por encima de las rodillas. Su espalda estaba tostada por el sol y los músculos vibrantes indicaban una fuerza ágil y pronta.
Attila resopló y sacudió la cabeza. Shanna hubiera querido hacer desviar a su montura a fin de dejar paso al hombre, pero cuando se cruzó con el siervo este tendió un brazo tostado por el sol y aferró firmemente
Las riendas del caballo. En cualquier otra ocasión, Attila se hubiese revelado y apartado violentamente del desconocido, pero ahora se limitó a relinchar- y a acariciar con los belfos el brazo extendido. Shanna, momentáneamente atónita por la reacción del corcel, al principio sólo pudo observar con ojos dilatados mientras el caballo acariciaba al individuo. Pero en seguida se recobró y se sintió furiosa por esta incursión en su libertad. Abrió la boca para exigir que soltara la rienda. El hombre se volvió y la ira de ella desapareció. Dejó caer la mandíbula mientras una incredulidad abrumadora le atontaba el cerebro.
– ¡Tú! -dijo, semiahogada.
Los ojos color ámbar la miraron burlones.
– Sí, Shanna. Soy el bueno de John Ruark, a tu servicio. Se diría que tu, amor mío, has ganado un nombre mientras que yo perdí el mío.-Sonrió con confianza-. Pero es claro que no sucede muy a menudo que un hombre pueda burlar tanto al verdugo como a su esposa.
Shanna recobró algo de cordura pero con ella había cierta dosis de pánico.
– ¡Suelta! -estalló y tiró de las riendas. Hubiera querido huir, pero el peso de Ruark mantuvo al corcel inmóvil. La voz de Shanna se quebró por el miedo que sentía-. ¡Suelta!
– Tranquila, amor mío. -Los ojos color ámbar relucieron como metal duro-. Tenemos un asunto que discutir.
– ¡No! -dijo ella, casi en un chillido, casi en un sollozo. Levantó la fusta como para golpearlo pero la misma le fue arrancada de las manos y sintió que la tomaban con fuerza de la muñeca.
– Por Dios, Shanna -dijo él, en tono amenazante- tú tendrás que escucharme.
Las manos de él la tomaron de la cintura Y la levantaron de la silla como si fuera una criatura, para dejarla en seguida en el suelo frente a él.
Shanna luchó frenéticamente Y empujó con sus pequeñas manos enguantadas el pecho moreno y velludo que parecía llenar toda su visión. El le dio una brusca sacudida que hizo que el sombrero de Shanna cayera al suelo, sobre la hierba, y que el prolijo rodete de cabellos dorados se deshiciera en una cascada que cayó sobre la espalda.
Shanna finalmente se calmó y miró con fijeza dentro de esos ojos llameantes.
– Así está mejor -dijo Ruark y aflojó un poco la mano con que la tenía de la muñeca.
Shanna reunió unas fuerzas que no sentía del todo y levantó su tembloroso mentón.
– ¿Crees que tengo miedo de ti? -,-dijo desafiante.
Los blancos dientes relampaguearon contrastando con la piel bronceada cuando él rió, y Shanna no pudo deJar de notar el parecido que él tenía con un atezado pirata. LA palidez de la cárcel había desaparecido, y en su lugar la piel tostada brillaba con el saludable sudor de alguien que ahora goza de su libertad.
– Sí, mi amada esposa -se burló él-. Y quizá tengas motivos. Hicks me declaró loco después que tú me traicionaste y yo sentí un violento deseo de vengarme de mi bella esposa.
El color desapareció de las mejillas de Shanna cuando las palabras de él le hicieron recordar 1o que había dicho Pitney. Con un sollozo ahogado, renovó sus esfuerzos por escapar pero debió resignarse, en silenciosa agonía, cuando los dedos de él se cerraron como una cruel tenaza.
– Quieta -ordenó Ruark, Y Shanna no tuvo más remedio que obedecer.
Estaba lejos de someterse aunque seguía temblando violentamente de miedo.
– ¡Si no me sueltas, gritaré hasta que te cuelguen! ¡Y esta vez no fallará! ¡Maldición! ¡Haré que toda la isla acuda a mis gritos!
– ¿De veras, querida? -dijo él despreocupadamente-. ¿Y qué dirá entonces tu padre de nuestro casamiento?
Picada por el tono de él, ella replicó: – ¿Entonces qué te propones hacer? ¿Violarme?
Ruark rió cáusticamente.
– No temas, Shanna -dijo-. No tengo ninguna clase de urgencia. por tumbarte entre esta enmarañada maleza.
Ella estaba desconcertada. ¿ Qué quería él? ¿No sería posible comprado?
Como si le hubiera leído los pensamientos, Ruark aclaró las cosas:
– y no quiero nada de las riquezas de tu padre -dijo- así que si piensas sobornarme, perderás el tiempo.
Levantó su frente atezada, miró las mejillas enrojecidas y la boca trémula de ella. Bajó la mirada y la fijó en el pecho agitado, hasta que Shanna se preguntó si él podía ver a través de su traje de amazona. Bajo la mirada fija y penetrante de él, sintió que los pechos ardían y no pudo controlar su rápida respiración. Llena de vacilación, cruzó los brazos sobre, el pecho como si estuviera desnuda ante esa mirada. Ruark sonrió perversamente y la miró otra vez a los ojos.
– En la cárcel -dijo- mi mente era torturada por tu belleza y no pude olvidar ni el más pequeño.detalle de ti en mis brazos. Esa imagen quedó grabada en mi memoria como si tú me hubieras marcado a fuego.
La miró un largo momento con un brillo semienloquecido en los ojos que hizo que Shanna dudara de su propia cordura por haberlo buscado una vez. Entonces él sonrió y se mostró más gentil.
– Encontraré la forma de pasar entre las espinas y, arrancar la rosa -prometió.
Su mano subió por la espalda de ella hasta los rizos sedosos y los tocó suavemente. Su sonrisa se amplió
en una mueca disoluta, más propia del Ruark que Shanna conoció en el coche. Súbitamente, ella pensó que él no estaba loco sino inclinado a la venganza..
– No tengo intención de revelar tu secreto, Shanna, pero te he dado todo lo, que me correspondía darte según el pacto. Lo único que falta es tu parte del acuerdo y, querida mía, no descansaré hasta conseguirla.
– La mente de Shanna giraba sin rumbos en círculos cada vez más amplios,
– ¡Nada de pactos! -gritó, irguiéndose ante él-. ¡No hay pacto! ¡Tú no has muerto!
– ¡El pacto sigue vigente! -replicó él-. Tienes mi apellido y todo lo que deseabas. Yo no tengo la culpa de que Hicks sea codicioso. Pero quiero mi parte del convenio, toda una noche contigo como mi esposa, a solas, y sin nadie que abra la puerta para arrancarme de tu lado. -La miró fijamente-. Creo que a ti también te gustará.
– No -susurró Shanna, avergonzada por el recuerdo de su propia respuesta a las caricias de él-. El matrimonio se consumó. Conténtate con eso.
Ruark rió despectivamente.
– Si no eres suficiente mujer para saberlo, mi adorada inocente, apenas habíamos comenzado y de ninguna manera se consumó. Una noche entera, no menos, Shanna. ¡Eso es lo que deseo!
Era mejor seguirle el juego y no irritarlo, pensó ella, por lo menos hasta que pudiera escapar, y entonces Pitney…
Ruark entrecerró los ojos en gesto de advertencia.
– Aunque tu feminidad es lastimosamente escasa, Shanna, yo he burlado al verdugo para encontrarte. Si lanzas en pos de mí a los perros o a ese gandul de Pitney o a tu padre, yo me les escaparé. Y te juro que vendré a reclamar lo que me debes. Y ahora, mi amante esposa…
La soltó y tomó a Attila de la brida haciéndolo volverse. Se agachó y unió las manos para que ella pisara para montar; Shanna, ansiosa de alejarse, no vaciló. Puso una mano sobre el hombro musculoso de él, y se acomodó sobre la silla. Ahogó una exclamación cuando él levantó atrevidamente una mano y calzó la rodilla de ella alrededor del arzón. Shanna tomó las riendas, hizo volver al caballo y lo azuzó con el talón hasta que salieron al galope por el camino. La risa baja y burlona de Ruark siguió sonando en sus oídos hasta mucho después de haberlo perdido de vista.
Frente a la gran mansión blanca, Shanna detuvo el caballo y se dejó caer de la silla. Un sirviente tuvo que correr por el prado de césped hasta alcanzar al animal.
Shanna pasó corriendo junto a Berta -quien se detuvo sorprendida- subió la escalera, entró en su saloncito y cerró la puerta violentamente. En seguida le echó llave para evitar cualquier intromisión. y se apoyó de espaldas, casi sin aliento.
– ¡Está vivo! -exclamó.
Arrojó sus guantes de montar sobre el pequeño escritorio y fue a su dormitorio. Dejó las botas y el traje de amazona en un descuidado montón sobre la espesa alfombra. Cubierta solamente con la delgada camisa, empezó a caminar nerviosamente de un lado a otro.
– ¡Está vivo! -exclamó-. ¡Está vivo!
Había una terrible, desagradable sensación en la boca de su estómago; sin embargo, cerca de su corazón, que palpitaba con fuerza en su pecho, florecía una curiosa sensación de júbilo, hasta de liberación. Tras el remolino de sus pensamientos, se le ocurrió que se había sentido encadenada. por la muerte de un hombre por su propio beneficio. El sueño recurrente de ese cuello musculoso retorcido por una cuerda fue borrado de su mente y la visión de un cadáver corrompiéndose en una caja de madera desapareció para no volver jamás.
– ¿Pero cómo? Yo vi cuando lo sepultaron. ¿Cómo… puede… ser? Con expresión de profundo desconcierto, siguió caminando por su dormitorio y pensando en este enigma.
¿Un siervo? Ralston era el responsable de todos los siervos que llegaban a Los Camellos. ¿Pero cómo llegó Ruark? ¿En el Hampstead? No, en ese barco no llegaron siervos. ¡Solamente en el Marguerite!
¡Santo Dios! ¡Directamente debajo de sus narices! Sintió la amenaza de una risa histérica y se arrojó de espaldas a través de la cama. Se cubrió los ojos con el brazo como si quisiera anular la visión de esos sonrientes ojos color ámbar.
CAPITULO SEIS
Shanna se mantenía lejos de las colinas y de la meseta de la parte sur de la isla. Cuando los siervos eran traídos de los cultivos, ella se imponía la obligación de estar en otra parte. Cada vez que montaba a Attila tenía cuidado de permanecer cerca de la aldea o en los terrenos de la mansión. Pero cuando pasaron los días y no vio más a Ruark, sus aprensiones disminuyeron.
Había pasado casi una quincena cuando su padre la invitó a dar un paseo en el carruaje pues él tenía que atender unos asuntos en los cañaverales.
– Llevaremos una cesta con comida -dijo mirándola y casi sonriendo-. Tu madre y yo… nos gustaba merendar en el campo, y a ti también. Solía gustarte mordisquear un trozo de caña de azúcar.
Incómodo con su nostalgia, Orlan Trahern se aclaró ruidosamente la garganta.
– Vamos, muchacha. No dispongo de todo el día y el carruaje está esperando.
Shanna no pudo negarse y sonrió ante los modales súbitamente bruscos de su padre. Una vez en el birlocho, cuando ya estaban en el camino, pensó en su progenitor. Desde el regreso de ella él se mostraba
más tratable. ¿O era ella misma? Cuando él empezaba a protestar por una futesa, ella ya no 1o desafiaba ni le discutía sino que lo dejaba desahogarse hasta que pasara su ira; entonces, sonriente y amable,
asentía calmosamente o disentía si era necesario, firmemente pero sin el abierto antagonismo de antes. Y él rezongaba y gruñía un poco si ella se le ponía en contra o sonreía de mala gana si ella le daba la razón.
Shanna casi podía creer que él apreciaba las opiniones de ella y que reconocía que, a menudo, su hija era más perspicaz que él.
– El aire en las colinas era más fresco, la brisa vigorizante. Shanna esperó pacientemente cuando el carruaje se detuvo aquí y allí mientras su padre hablaba con los capataces o se ausentaba un momento para atender alguna insignificancia. Se detuvieron para comer y después reanudaron el paseo. Llegaron a un gran campo desmontado en el medio del cual había un extraño carromato arrastrado lentamente por mulas. Amplios toldos de tela se extendían desde cada lado del carro como las alas de un pájaro y debajo de los mismos, dos filas de hombres, con talegos de semillas y largos palos, caminaban haciendo agujeros en el suelo y arrojando semillas en ellos y después apretaban la tierra sembrada con los pies desnudos.
Trahern se irguió en su asiento y observó con gran atención el curioso artefacto. Aguardó ansiosamente al capataz quien ya se acercaba apresuradamente al carruaje.
– Sí, señor, ese tipo es muy listo -respondió el capataz a la pregunta de Trahern-. Despejamos el campo en muy poco tiempo, sólo cortamos los árboles grandes y al resto los quemamos. El dijo que las cenizas fertilizarían la tierra. Y después, esa cosa que usted ve allí. Antes un hombre tenía que tomar un talego del cobertizo y antes de que pasara una hora volvía por más semillas, a descansar y a beber. Pero ahora eso les da sombra y el carro lleva semillas y agua, de modo que el campo está casi todo sembrado. Despejado y sembrado en una semana. Esto está bien ¿verdad, señor?
– Ajá-asintió Trahern. Largo tiempo quedó observando la siembra.
Shanna vio que un hombre se mantenía apartado del resto y que no trabajaba como los otros. Tenía la espalda desnuda y aunque ella no podía verle la cara, había en él algo extrañamente familiar.
Trahern se dirigió al capataz.
– ¿Y dice usted que todo fue idea de ese individuo, John Ruark?
Shanna ahogó una exclamación y por un momento le pareció que el mundo se había detenido. ¡Por supuesto, era él! ¡Esos calzones acortados!
El mundo empezó a girar otra vez y ella aspiró profundamente y aquietó el temblor de su cuerpo.
Entonces lo miró subrepticiamente. Ruark caminaba lentamente, inspeccionando los resultados. El sudor brillaba en los firmes músculos de su espalda y sus piernas, largas, atezadas, eran rectas y fuertes…Shanna casi volvió a sentir nuevamente el atrevido sexo de él entre sus muslos y se ruborizó intensamente por sus pensamientos.
Se inclinó y tironeó de la manga de su padre.
– Papá -imploró-, he estado demasiado en el sol y me duele la cabeza. ¿Podemos regresar ahora?
– En un momento, Shanna. Quiero hablar con ese hombre.
Shanna sintió que su corazón se le iba a la garganta. No podría soportar un encuentro cara a cara con Ruark. ¡No aquí! ¡Ahora no! ¡No delante de su padre!
– Lo siento muchísimo, papá, pero casi estoy enferma. Un poco mareada. ¿Podemos irnos, por favor? -insistió, desesperada.
Trahern miró un momento a su hija con preocupación y cedió al pedido de ella.
– Muy bien. Puedo verlo más tarde. Nos iremos.
Habló a Maddock, el cochero negro, y el carruaje dio media vuelta y tomó el camino hacia la mansión. Shanna dio un largo suspiro, se apoyó en el asiento, cerró los ojos y Sintióse tremendamente aliviada. Pero cuando abrió nuevamente los ojos vio que su padre la miraba fijamente con una curiosa semisonrisa en los labios. Su mirada era insistente y ella empezó a inquietarse.
– ¿Puede ser, Shanna, que estés encinta? -preguntó suavemente Trahern.
– ¡No! -dijo ella bruscamente-. Quiero decir, creo que no. Es decir que el tiempo fue tan corto… Nosotros apenas… -Cerró la boca de golpe.
– ¿Quieres decir que no lo sabes? -insistió Trahern-. Ha habido tiempo suficiente. Seguramente, tú sabes de estas cosas.
– Creo… no lo creo, papá -repuso Shanna y vio el desencanto en los ojos de él-. Lo siento.
Bajó la vista hacia sus manos fuertemente enlazadas. Trahern miró hacia adelante y no pronunció palabra durante todo el viaje de regreso.
Berta los recibió en la puerta. Su mirada inquisitiva pasó rápidamente sobre los dos y en seguida se fijó en Shanna. Pero Shanna, que ya había tenido demasiadas preguntas para un día, pasó rápidamente junto al ama de llaves y subió casi corriendo la escalera hacia sus habitaciones. Esta vez tuvo la presencia de ánimo suficiente para guardar sus ropas como era su costumbre, y cubierta solamente por una camisa ligera, cayó a través de la cama y fijó la vista en las copas de los árboles que se veían más allá de su balcón. Las puertas francesas se mantenían abiertas para dejar entrar las refrescantes brisas vespertinas y el aire hacía ondular suavemente la seda del dosel de su cama. El dulce aroma de una enredadera florecida que trepaba por la barandilla llenaba la habitación y Shanna pensaba… pensaba… pensaba.
Tiempo después Berta llamó a la puerta. Anunció la comida de la noche y Shanna dijo, como excusa, que no se sentía bien. El crepúsculo se convirtió en oscuridad y nuevamente Berta llamó a la puerta con suavidad. Pero esta vez, la mujer no permitió que la despidieran e insistió en que Shanna abriera. Cuando por fin entró, la bondadosa mujer llevó hasta la cama una bandeja con una fuente cubierta y un gran vaso de leche fría
– Esto te hará bien para el estómago, Shanna -insistió Berta-. ¿Quieres que te traiga alguna otra cosa?
Cuando Shanna insistió en que lo único que tenía era que había tomado demasiado sol, Berta chasqueó la lengua y murmuró acerca del descuido de "esta nueva generación" y se retiró.
Shanna picoteó la comida y bebió la leche fría. Sintió sueño, se puso un camisón corto y se deslizó entre las sedosas sábanas. Estaba medio dormida cuando de alguna parte de su mente surgió un recuerdo de manos acariciándole los pechos y de una boca, cálida y suave, besándola en la boca y el cuello, de brazos fuertes estrechándola contra su cuerpo firme, nuevamente esa primera quemante penetración y después…
Shanna despertó completamente, llena de pavor, y después se relajó lentamente sobre su almohada cuando comprendió que se encontraba sola en la habitación. Las sombras familiares caminaban por las paredes pero no encontró consuelo para el doloroso vacío de su interior. Acercó otra almohada y se apretó contra ella. ¿Fue otra mala jugada de su mente cuando, poco antes de volver a dormirse, sintió los músculos duros de la espalda de un hombre, debajo de sus dedos?
La mañana no le trajo ninguna respuesta. La almohada era solamente una almohada. Pero el sueño de la noche hizo maravillas. Se levantó y bañó y se puso un vestido de color turquesa pálido. Hergus le ciñó apretadamente la cintura. Con su escote cuadrado, el vestido exhibía las curvas superiores de sus pechos redondeados.
Shanna contempló su Imagen en el alto. espejo y se acarició distraídamente el cabello, que estaba peinado tirante hacia atrás y caía sobre la nuca en una cascada de rizos. Adquirió una expresión de petulancia cuando recordó las provocativas palabras de Ruark. ¿Falta de feminidad? ¿Cómo? ¿En qué me encuentra él carente de feminidad? ¿En mi apariencia? ¿En estatura? ¿En ingenio? ¿Dónde? El espejo no podía darle una respuesta y Shanna dejó sus habitaciones para reunirse con su padre y desayunar tarde, según costumbre que habían adquirido desde su regreso.
Orlan Trahern tenía el hábito de levantarse al amanecer, pero ahora, a menos que hubiera alguna tarea urgente, prefería esperar para poder tomar la comida de la mañana en compañía de Shanna. Generalmente era un momento placentero aunque intercambiaban pocas palabras.
Pero esta mañana, cuando descendía las escaleras, Shanna oyó voces en el comedor. Ciertamente, no era raro que el hacendado tuviera huéspedes en la mesa del desayuno y por lo general la conversación giraba alrededor de negocios y trabajo. Pero Shanna, con algo de aprensión y preguntándose quién podría ser el visitante, bajó cautelosamente. Fue Berta quien precipitó las cosas.
– Buenos días, Shanna -la saludó alegremente el ama de llaves-.
¿Hoy te sientes mejor?
Desde el comedor llegó la voz del padre.
– Aquí está ella. Mi hija, Shanna.
Crujió una silla y en seguida la gran silueta de Trahern llenó el vano de la puerta. El la tomó del brazo y la condujo a la habitación fresca y ventilada donde las blancas persianas dejaban entrar la brisa pero no el
sol y su calor.
– Lo siento, hija, pero yo quería hablar con este hombre -se disculpó el hacendado.
Shanna se detuvo súbitamente cuando vio al hombre y retiró la mano del brazo de su padre. El color huyó de sus mejillas y sus labios se entreabrieron por la sorpresa. Trahern se volvió para tomarle nuevamente la mano y la miró con expresión preocupada. Le habló en voz baja, casi en un susurro.
– Sí, es un siervo. -Su tono era de reproche-. Creo, sin embargo, que no nos rebajaremos si compartimos una mesa con él. Si quiere ser la señora de esta casa, deberás mostrarte amable y graciosa con todos los
que yo traiga como invitados.
– Vamos, Shanna -continuó Trahern, ahora en voz alta, y le acarició afectuosamente la mano-. Ven a conocer al señor Ruark, a John Ruark, hombre de cierta educación y may inteligente. Se ha desempeñado muy bien con nosotros y ahora debo escuchar sus consejos sobre unos asuntos.
John Ruark se puso de pie y sus ojos de ámbar le sonrieron y la tocaron en todo el cuerpo cuando Trahern se volvió para hablar con Berta. El rubor retornó rápidamente a las mejillas de Shanna y se intensificó cuando experimentó otra vez la sensación de hallarse desnuda ante esa mirada de oro. Murmuró inexpresivamente un saludo mientras su propia mirada se posaba desdeñosamente en los cortos pantalones que estaban limpios pero no por eso resultaban menos objetables para el estado mental de ella. Sin embargo, agradeció que por lo menos él se hubiera puesto su camisa. Al verlo sin el sombrero de paja, notó por primera vez que él llevaba el cabello muy corto. Unos mechones cortos y gruesos curvábanse ligeramente en torno a su cara y acentuaban las facciones finas y hermosas. La sonrisa burlona brillaba con sorprendente blancura en contraste con la piel tostada por el sol. De mala gana, Shanna admito para sí misma que el hecho de que fuera un siervo no parecía sentarle mal. Ciertamente, había en él una salud y una vitalidad que resultaban casi hipnotizantes.
En realidad, se lo veía aún más guapo que el día de la boda.
– Un placer, señora -repuso él cálidamente.
Shanna le dirigió una sonrisa amenazadora.
– ¿John Ruark ha dicho? -preguntó-. Conocí a unos Ruark en Inglaterra. Gente muy despreciable, asesinos y matones. Sucios y miserables. ¿Por casualidad usted es pariente de ellos, señor?
La dulzura de su tono no ocultó el desprecio qué ella quiso transmitir. El la miró con una sonrisa divertida pero Trahern carraspeó ruidosamente y dirigió al joven una mirada llena de simpatía.
– Debe perdonarme, señor Ruark -dijo Shanna-. No muy a menudo me veo en la situación de tener a un esclavo en mi mesa.
– Shanna -dijo su padre en tono amenazador.
Shanna se sentó en su silla. Ignoró a Ruark cuando él se sentó frente a ella y en seguida se volvió al anciano negro de cabellos grises que aguardaba para empezar a servirles y le dirigió la mejor de sus sonrisas.
– Buenos días, Milán -dijo en tono jovial-. Tenemos otro hermoso día ¿verdad?
– Sí, señorita -dijo el criado sonriendo-. Un día hermoso y radiante, como usted, señorita Shanna. ¿Y qué desea tomar esta mañana? Tengo guardado para usted un jugoso melón.
– Eso me gustaría mucho -dijo ella, sin dejar de sonreír.
Cuando el criado, después de poner frente a ella una taza de té, fue hasta un aparador, Shanna se atrevió a enfrentar la mirada divertida de Ruark, quien la observaba desde el otro lado de la mesa.
Mientras la conversación de los hombres giraba alrededor de muchos temas, Shanna bebía su té y escuchaba en silencio a Ruark, quien se expresaba con seguras opiniones en respuesta a las preguntas del hacendado. El joven tomaba rápidamente una pluma y hacía croquis cuando era necesario. No actuaba como un esclavo sino de igual a igual. Se inclinaba con el hacendado sobre pilas de dibujos que cubrían uno de los ángulos de la mesa y explicaba en detalle el funcionamiento mecánico de los diseños.
Shanna de ninguna manera se sentía aburrida escuchándolo. Se percató de que él era inteligente, de mente penetrante como su padre, y de que no parecía ignorar los trabajos de la plantación. En realidad, a medida que avanzaba la conversación, se fue haciendo evidente que podía enseñar mucho a su amo.
– Señor Ruark -interrumpió ella en una pausa, mientras Milán volvía a llenar las tazas- ¿Cuál era su oficio antes de convertirse en siervo? ¿Capataz, quizá? Usted es de las colonias ¿verdad? ¿Qué hacía en Inglaterra?
– Caballos… y otras cosas, señora -dijo él lentamente y con una amplia sonrisa, dedicando a ella toda su, atención-. Trabajé bastante con caballos.
Shanna arrugó ligeramente el entrecejo mientras pensaba en la respuesta de él.
– Entonces usted debe ser el que curó a mi caballo Attila. -No era sorprendente que el semental no le temiera. El maldito lo había cuidado-. ¿Quiere decir que entrenaba caballos? ¿Para qué, señor? ¿ Y por qué estaba en Inglaterra?
– Sobre todo para silla, señora. -Se alzó de hombros-. Y a algunos les gusta correr carreras con sus caballos. Fui primero a Escocia para seleccionar caballos de raza para cría.
– ¿Entonces su patrón confiaba en usted para conocer una buena línea de sangre con sólo ver el animal? -insistió ella.
– Así es, señora, y sin duda que para eso soy muy capaz. -Las luces de sus ojos refulgieron con destellos dorados cuando él recorrió lentamente con la vista las formas de ella. La insinuación fue muy clara.
La mirada de Trahern seguía fija en Shanna de modo que no se percató del lento examen y del gesto de asentimiento que lo siguió. El hacendado probó su té y frunció los labios al saborear la perfumada tibieza de la infusión
– Yo envié a mi hija allí en una misión muy similar -dijo Orlan Trahern -pero ella regresó viuda, con una cuna vacía. Ni siquiera llegué a conocer al joven yeso me corroe el corazón. Habiendo visto que ella rechazaba a tantos pretendientes, sentía gran ansiedad por conocer al flamante elegido.
Shanna se dirigió a su padre pero sus ojos siguieron fijos en Ruark, y sonrió detrás de su taza de té.
– Poco puedo contarte de él, papá. Pero fue solamente el destino lo que decretó que yo no tuviera hijos de él. Sabe, señor Ruark -Shanna dirigió abiertamente a él sus comentarios- mi padre me envió para que encontrara un marido digno que engendrara hijos para su dinastía. Pero no tenía que ser así, pese a mis esfuerzos. Sin embargo, no dudo que encontraré otro hombre, quizá más inteligente como para evitar el mismo final que el primero.
Levantó las cejas muy levemente para acentuar sus últimas palabras y miró directamente los ojos ambarinos, los cuales bajaron momentáneamente como reconocimiento a la respuesta de ella.
– En verdad, señora Beauchamp -dijo Ruark en un tono que indicaba interés y preocupación-, sólo puedo afirmar que un hombre tan excelente habría hecho que su vida fuera mucho más rica. Sin embargo, a menudo compruebo que lo que es atribuido al destino suele tener otros motivos. A veces un capricho o infatuación, un bajo deseo, pueden estropear los planes mejor trazados. Mi propio caso, por ejemplo. Aunque me encontraba en desesperante necesidad, me fue negada mi mejor oportunidad por la misma persona que propuso el pacto.
– Sí, he sufrido mucho por esa persona -continuó en tono meditabundo-. Pero la justicia, aunque a menudo se demora, habitualmente termina por llegar. Tengo deudas que pagar y las que tengo con su padre no son las únicas. Sin embargo, también a mí se me deben cosas que espero cobrarme con grandes expectativas.
Shanna reconoció la amenaza en esa afirmación y replicó con cierto despliegue de cólera:
– Señor, encuentro desacertada su referencia a la justicia porque usted, obviamente, es víctima de la misma y se encuentra donde tiene que estar ¡Mi padre puede tener interés en sus consejos pero a mí me resulta odiosa la presencia de un salvaje semidesnudo en mi mesa de desayuno!
Ante este vengativo estallido, el hacendado dejó su taza y miró fijamente a -su hija, razón por la cual no pudo ver la expresión socarrona y maliciosa de Ruark que contradecía el tono de suave disculpa de su voz
cuando dijo:
– Señora, sólo espero que usted cambie de opinión.
Shanna no se atrevió a replicar. Turbulentas emociones se agitaban en su interior y ensombrecían el verde de sus ojos. Se puso de pie, alzó orgullosamente el mentón y abandonó la habitación con paso majestuoso y decidido.
Sólo después que Ruark se marchó, Shanna se atrevió a encarar a su padre, y lo hizo llena de aprensión, porque no recordaba que el hacendado se hubiera tomado tanto interés por un siervo como el que evidentemente le inspiraba este colonial.
Trahern se encontraba en su estudio, revisando unas cuentas que había preparado Ralston, cuando Shanna entró en la habitación, las manos enlazadas en la espalda y una expresión de angelical inocencia en su rostro.
– ¿Crees que lloverá antes de que termine el día, papá? -preguntó, mirando por las ventanas abiertas al brillante cielo azu1.
Trahern gruñó una respuesta pero siguió con la atención fija en las páginas de los libros. de contabilidad. Sumido en sus pensamientos, recorría las cifras que tenía ante sus ojos y apenas se percató de que su hija se había sentado en la silla que estaba junto al escritorio.
– Me pregunto si el señor Hawkins habrá capturado hoy algunas langostas en sus trampas. Quizá le preguntaré a Milán si podríamos tenerlas para la cena. ¿Te gustaría, papá?
El hacendado dirigió a su hija una mirada con la que apenas se dio por enterado de su presencia y volvió a su trabajo. Pero Shanna no se dio por vencida tan fácilmente. Se inclinó y miró el trabajo que él intentaba terminar.
Con una -suave vocecita, preguntó:. – ¿Estoy interrumpiendo algo, papá?
Trahern lanzó un suspiro, empujó su silla hacia atrás, miró a su hija en la cara, cruzó las manos sobre la barriga y hundió la cabeza entre los hombros, como un halcón cansado.
– Veo que no tendré tranquilidad hasta que hayamos discutido lo que te traes entre manos. Adelante, muchacha.
Shanna se alisó la falda y se encogió levemente de hombros.
– Ah, padre… ese hombre, Ruark -empezó vacilante y adoptando inconscientemente una manera más formal de dirigirse a él-. ¿De veras nos conviene tenerlo aquí en Los Camellos? ¿No podríamos deshacemos de él? ¿Cambiarlo por otro? ¿O quizá vender sus papeles de servidumbre? Cualquier cosa con tal de que se marche de la isla.
Shanna hizo una pausa, levantó la vista y vio que su padre la miraba fijamente, con los labios fruncidos, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Antes que él pudiera responder, ella se apresuró a continuar.
– Quiero decir que el señor Ruark parece demasiado atrevido y arrogante para ser un siervo. Ciertamente, es como si estuviera más acostumbrado a ser un amo que un esclavo. ¡Y sus ropas! ¡Vaya, son sencillamente espantosas! Nunca antes había visto un hombre paseándose semidesnudo como hace él. Y a él ni siquiera, le importa lo que pueda decir la gente. Y hay otra cosa. He oído el rumor de que la mayoría de las muchachas de la isla están simplemente locas por él. Probablemente estarás manteniendo a varios hijos de él antes que termine el año.
– Hum -gruñó Orlan Trahern-. Quizá deberíamos castrar a ese semental para proteger a las damas de nuestro hermoso paraíso.
– ¡Santo Dios, padre! -Shanna mordió el anzuelo como un rodaballo muerto de hambre-. ¡Es un hombre, no un animal! No puedes hacer una cosa así.
– Ah, ya veo. -La voz de Trahern sonó pesada, lenta, y él se meció en la silla como para acentuar sus palabras-. ¡Un hombre! No un animal! Es excelente que admitas eso, Shanna. Excelente.
Shanna casi respiró aliviada pero súbitamente se percató de que su padre la miraba con los ojos entre cerrados y que le hablaba en un tono extrañamente inexpresivo, señal segura de un inminente estallido de cólera. Su mente trató desesperadamente de recordar las últimas palabras que acababa de decir y su respiración casi se detuvo mientras se preparaba para la próxima tormenta. Dio un salto cuando él golpeó violentamente el escritorio, haciendo temblar la pluma. en el tintero.
– ¡Por Dios, hija, me alegra que admitas eso!
Trahern se inclinó hacia adelante y aferró los brazos de su sillón como si fuera a levantarse.
– Yo tengo sus papeles y él me servirá Como esclavo hasta que estén pagados. No sé cual fue su pecado pero reconozco que es inteligente y que posee una comprensión más profunda que yo de los trabajos de esta plantación. Yo podré saber de mercados y comercio pero él conoce a los hombres y sabe cómo obtener 1o mejor de ellos. En el poco tiempo que lleva aquí ha probado 1o que vale para mí y yo lo respeto como hombre más de lo que tú podrás respetarlo jamás. No es una bestia a la que se pueda domeñar o entrenar para una tarea sencilla. Es un hombre digno de trabajar y producir donde rinda más y te apostaría lo que quieras a que él pagará su libertad en forma centuplicada. Por ejemplo -buscó entre los papeles que tenía sobre el escritorio y arrojó sobre el regazo de Shanna uno cubierto de croquis y cifras- ha sugerido la construcción de un gran trapiche y una destilería que incrementarán diez veces o más la producción de jarabe y de ron. Eso requerirá menos hombres de los que ahora trabajan en los cultivos.
Orlan le arrojó otra hoja de papel.
– Después de eso, ha sugerido construir un embalse en el río para impulsar la maquinaria de un aserradero, a fin de que podamos aserrar nuestros propios árboles y vender el exceso de madera elaborada. Ya ha indicado una docena de formas de ahorrar hombres y animales. Ajá, mi poderosa y altanera hija, yo lo aprecio mucho y no estoy dispuesto a deshacerme de él como un animal sólo porque no satisface tus exigencias con su comportamiento.
El orgullo de Shanna quedó al desnudo con esta réplica. Se irguió y frunció la nariz con altanería.
– Si no puedes entender mis razones -dijo- entonces tengo ciertamente derecho de pedir que, por 1o menos, no 1o invites a mi mesa de desayuno donde él pueda cometer torpezas, mirarme descaradamente
y hasta insultarme con sus agudezas..
Trahern extendió el brazo y apuntó Con el dedo hacia el pequeño salón comedor.
– ¡Eso es mi mesa y mis sillas, tal como ésta es mi casa! -gritó, y continuó, apenas un poco más calmado-: Yo te invito a ti a compartir mi desayuno y es allí donde empiezo mi jornada de trabajo. Si quieres intimidad, entonces búscala en tu habitación.
Shanna 1o miró fijamente, atónita por este estallido, pero probó una vez más.
– Padre, si mi madre te hubiese pedido que no trajeras a esta casa a alguien a quien ella detestaba o que le era desagradable, tú no se 1o hubieras negado.
Esta vez Trahern se levantó y se irguió dominante ante su hija. Su voz y su gesto fueron duros.
– Tu madre era la señora y ama de esta casa y de todo lo que yo poseía. Nunca, que yo, haya sabido, ella rechazó a alguien a quien yo había invitado a comer. Si deseas ser aquí la señora tendrás que conducirte como una anfitriona amable con todos. A ese hombre, Ruark, lo tratarás como a un huésped de mi casa cada vez que venga. Poca importancia le doy a los oropeles, la pompa y los refinamientos. Ciertamente, vine aquí huyendo de esas cosas. Y valoro mucho más la honradez, la lealtad y un buen día de trabajo. Todo eso me ha dado el señor Ruark. Y me atrevo a decir, hija, que a ti él te ha dado no menos de lo que te mereciste. Pero basta de tonterías. Debo terminar con estos libros de Ralston. -Descargada su ira, su voz se volvió casi implorante-. Ahora sé buena con este viejo, criatura, y déjame terminar mi tarea.
– Como quieras, padre -dijo Shanna rígidamente-. He dicho lo que tenía que decir.
Satisfecho, Trahern se sentó, tomó la pluma y pronto estuvo nuevamente absorbido por su trabajo. Shanna no hizo ademán de retirarse y quedó un momento considerando este giro de los acontecimientos. Aquí no podía hacer nada más, pero tampoco era el final de sus recursos. Con súbita determinación, se puso de pie y apoyó una mano en el hombro de su padre, hasta que él levantó la vista.
– Ahora saldré a caballo, papá. Tengo varias diligencias que hacer en la aldea y también debo comprar unas cosas. Quizá regrese tarde, así que no te preocupes por mí.
Dio un rápido beso en la frente de su padre y se retiró. Orlan Trahern la vio alejarse y sacudió lentamente la cabeza, desconcertado.
– Demasiada instrucción para una mujer -murmuró, y en seguida se encogió de hombros y volvió a la pila de papeles que estaban sobre su escritorio.
Promediaba la tarde cuando Shanna detuvo a Attila y lo ató al poste frente a la casa de Pitney. Era un cottage de encantador estilo antiguo, erigido un poco sobre el pueblo y similar a los que pueden encontrarse en la parte occidental de Inglaterra. Detrás de la casa había un pequeño cobertizo donde Pitney habitualmente se encontraba entregado a la fabricación de hermosos muebles con las maderas preciosas que traían los capitanes de los barcos de Trahern de dondequiera que los llevaran sus viajes. De niña, Shanna había pasado muchas horas aquí, observando cómo las manos hábiles de él convertían toscas tablas en bellas y sólidas sillas, mesas y cofres: Las piezas más grandes eran embellecidas por diseños originales de Pitney. Fue aquí donde Shanna lo encontró dibujando cuidadosamente un plano sobre una delgada pieza de madera, con sus grandes pies hundidos en rizadas virutas. El la vio llegar y se irguió para saludada mientras enjugaba el sudor de su frente con un trozo de descolorida tela azul.
– Buenas tardes, muchacha -dijo él amablemente-. Hacía mucho tiempo que no venía a visitarme.
Pero venga, nos sentaremos en el porche. Tengo un buen ale refrescándose en el pozo.
Pitney bebía los vinos de Trahern por buena educación pero su preferencia por el ale amargo inglés era bien conocida. Trajo una silla con cojín para Shanna y mientras él daba vueltas a la manivela del pozo, ella se sentó.
– Para mí solamente un vaso de agua -dijo-. No me gusta su ale.
El pozo en sí era una rareza. Pitney había encontrado hacía unos años un manantial de agua helada cuando estaban construyendo la mansión de Trahern y el pueblo consistía apenas de unas pocas casitas
Dispersas, y construyó su morada alrededor del manantial. La pared de piedra de la fuente formaba el extremo de su porche. El agua podía izarse desde el porche o por una ventana del cottage.
Pitney trajo un jarro de peltre lleno de agua helada que hizo doler los dientes de Shanna cuando la probó.
Pitney se sentó en la barandilla, bebió un sorbo de su ale espumoso y oscuro de su propio jarro y esperó pacientemente que ella estuviera dispuesta a hablar.
La casa miraba hacia el oeste, donde podían verse todos los brillantes colores del crepúsculo, y desde la altura Shanna veía los tejados del pueblo que se extendía más abajo. Esta era la morada de un hombre, sólida, de paredes gruesas y bastas y con puertas un poco más grandes que 1o habitual, en general muy parecida al mismo Pitney. Hasta donde Shanna sabía, solamente tres mujeres habían puesto el pie aquí: su madre, ella el1a misma y una anciana de la aldea que hacía la limpieza una vez por semana.
Finalmente Shanna dejó de soñar y dirigió sus pensamientos al asunto que la traía aquí. Miró a Pitney en la cara y fue directamente al grano.
– Ruark Beauchamp vive y está aquí en la isla. Es un siervo de mi padre y se hace llamar John Ruark.
Pitney puso su jarro sobre la barandilla y asintió con la cabeza.
– Ajá -dijo. Todo eso ya lo sé.
Su voz sonó tranquila y Shanna lo miró fijamente y no supo qué decir.
– Yo sabía que no 1o colgaron -continuó Pitney y que sepultamos otro hombre, a un anciano muerto de vejez. Se lo hubiera contado inmediatamente, pero Ralston estaba allí con usted. Y después no vi en ello nada malo y no quise preocuparla. También sabía que él venía con nosotros, en el Marguerite. Seguí a Ralston hasta la cárcel, porque sabía que es allí donde él consigue a sus hombres y no en la subasta de deudores,- donde dice siempre. Yo se lo hubiera contado pero había demasiada gente que se lo habría dicho a su padre. Si con esto le hice un daño a usted, no es menos que el daño que le hice a ese muchacho. Usted no lo hubiera reconocido cuando lo trajeron al barco, tan golpeado estaba. En realidad, muchacha, fue el que usted salvó de que lo apalearan la noche antes de zarpar. En verdad, no sé cómo el hombre soportó todo sin quedar mutilado de por vida o por lo menos con cicatrices. Yo mismo he estado allí.
Pitney no explicó cuál había sido su propia odisea ni Shanna se lo preguntó pues pensó que él se lo contaría a su debido tiempo. Pero sintió que su causa no progresaba y tuvo que hacer, otro intento.
– ¿Hará que él se marche de aquí? -preguntó severamente, sabiendo ya cuál sería la respuesta-. ¿No puede sacarlo de la isla y enviarlo de regreso a sus colonias, o donde quiera que él desee ir?
Pitney miró largamente hacia la caleta antes de mirar a Shanna directamente a la cara.
– Señora Beauchamp. -Pareció ensayar el título por algún capricho propio. Sus palabras fueron estudiadas y lentas-. Yo la tuve a usted en mis rodillas cuando usted no era más grande que mi mano, y la he visto crecer y convertirse en una hermosa mujer. Ha tenido problemas con su papá y no siempre he estado de acuerdo con él. La he acompañado en sus viajes jurándole a él que cuidaría de usted y la traería de regreso sana y salva. No estoy seguro de haber hecho lo primero cuando cedí a sus ruegos acerca de este casamiento en contra de los deseos de Orlan, pero lo segundo lo he cumplido bien. Ahora nada me perturba salvo el haberme sumado a los enemigos de un hombre y haberlo maltratado sin ninguna razón.
– Sin ninguna razón! -Shanna se puso furiosa ante las excusas de Pitney-.
Pero el hombre estaba acusado de asesinato y condenado a la horca. Un asesinato brutal de una mujer encinta. Vaya -agitó una mano en dirección a la aldea-, la próxima podría ser cualquiera de las de allí, o hasta yo!
– Muchacha -dijo Pitney, volviendo a una forma más familiar de tratamiento-, no crea todo lo que llegue a sus oídos. Yo diría que el hombre no pudo hacer semejante cosa. Y según lo que he oído de él, muchos creerían 1o mismo.
Shanna se puso de pie con irritación, incapaz de encontrar la mirada de Pitney, y se alisó nerviosamente su traje de amazona.
– ¿Entonces no me ayudará? -dijo.
– No, muchacha. -Su voz fue ronca y firme-. Ya he lastimado bastante a ese hombre. No volveré a levantar mi mano contra él sin una causa más grave.
– ¿Qué tengo que hacer, entonces? -susurró ella, casi tímidamente.
Pitney pensó un momento y cuando volvió a hablar había en sus ojos una extraña semisonrisa.
– Vaya y hable con el hombre, con John Ruark, como hizo en la cárcel. Le daré instrucciones para encontrarlo. Quizá pueda convencerlo de que se marche. Si él quiere irse, yo lo ayudaré.
Con un tono algo angustiado, Shanna preguntó: – ¿Lo ayudaría a él y no a mí?
– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza-. Lo suyo es nada más que un capricho. Lo de él sería una necesidad.
La noche descendió para ocultar el paso de Shanna a través de la aldea; La gente había buscado refugio en sus hogares después del día de trabajo y las calles estaban silenciosas y desiertas. Shanna dejó a Attila frente a la tienda, donde no llamaría indebida atención, y caminó por los callejones manteniéndose en la oscuridad y en las sombras. Cuando vio la residencia de Ruark se detuvo asombrada. Era poco más que un colgadizo apoyado contra la pared posterior de un depósito de adobe. La luz de una débil linterna se filtraba por numerosas hendiduras entre las tablas que lo cubrían y por la puerta que estaba entreabierta.
Shanna se acercó cautelosamente y, espió el interior, cuidando de no revelar su presencia..Por un momento creyó que él estaba desnudo lavándose los hombros y brazos con una esponja yagua de una pequeña jofaina, pero cuando él se ubicó más a la luz, se percató de que todavía llevaba esos infernales pantalones recortados. Preparada para la confrontación, estiró el brazo y golpeó la puerta, que en seguida se abrió sola. Ruark se volvió instantáneamente y ahogó una exclamación.
– ¡Shanna! -Su primera palabra brotó con algo de sorpresa pero él se recobró rápidamente, sonrió y le tendió la mano invitándola a entrar-. Perdóname, amor mío. No esperaba visitas, y menos una encantadora.
Se pasó una mano por su mentón sin afeitar.
– Si hubiera sabido que vendrías habría hecho algunos preparativos.
En la escasa luz sus ojos brillaron suavemente cuando se clavaron en los de ella.
Shanna miró nerviosamente la pequeña y atestada habitación, incapaz de soportar la atención que él tan libremente le prodigaba. La presión de la mano de él en la cintura era leve pero ella la sentía como una trampa de acero. Empezó a dudar seriamente de su prudencia al haber venido sola.
El olor a vinagre y al fuerte jabón de lejía que se había usado para fregar las tablas del lugar le producía escozor en las fosas nasales. Aunque las instalaciones eran muy pobres, estaban limpias y bien reparadas. Una estrecha cama con un colchón de paja llenaba un rincón y sobre una mesa pequeña y rústica había una pila de dibujos, pluma y tintero. Los únicos otros muebles eran una silla rota y reparada con un trozo de cuerda y un alto estante. En el estante había varios libros, una hogaza de pan, un trozo de queso, una botella de vino y algunos platos, todos diferentes.
El delgado cobertor de la cama estaba deshilachado y muy remendado, pero se encontraba prolijamente doblado, mientras las sábanas, muy gastadas, estaban impecables, evidentemente blanqueadas al sol.
Viendo la dirección de la mirada de Shanna, Ruark sonrió.
– Un lugar no muy adecuado para una cita, Shanna, pero es lo mejor que pude conseguir. No me costó dinero, sólo mis servicios de vigilancia contra los vándalos. -Rió ligeramente y sonrió cuando los ojos de ella se encontraron con los suyos-. No creía que vendrías tan pronto para cumplir tu promesa.
Shanna ahogó una exclamación, atónita ante la sugerencia de él. – ¡No he venido aquí a pasar la noche contigo!
– Qué lástima -suspiró él tristemente, apartó un rizo de la mejilla de ella y se inclinó, acercándosele más-. Entonces tendré que sufrir más torturas. Ah, Shanna, amor mío, ¿no comprendes que el solo verte basta para causarme dolor?
Su voz sonaba grave y ronca en los oídos de ella y Shanna debió echar mano a todas sus reservas de voluntad para evitar el lento embotamiento de sus defensas.
– ¿Sabes que mis brazos sufren por no poder llenarse de ti? Estar tan cerca y no tocarte es para mí una agonía terrible. -Sus dedos la acariciaron levemente entre los omóplatos-. ¿Acaso eres una bruja decidida a hacerme sufrir el infierno en la tierra? Sé compasiva, Shanna, sé mujer, sé mi amor.
Se acercó más, sus labios quedaron peligrosamente cerca.
– ¡Ruark! -dijo Shanna bruscamente, se apartó de él y ordenó-: ¡Compórtate!
– Lo hago, amor mío. Yo soy un hombre. Tú eres una mujer. ¿De qué otro modo podría comportarme? -Hizo ademán de tomarla en brazos.
– ¡No me presiones así! -Shanna eludió su abrazo-. ¡Sé un caballero por una vez!
– ¿Un caballero? ¿Pero cómo, amor mío? -dijo, haciéndose el tonto-. Solo soy un colonial, ignorante de los modales de la corte, formado solamente en la honradez y en la verdad de un pacto acordado de buena fe. No puedo tolerar verte aquí, sola conmigo, y no tocarte.
– De acuerdo. -Shanna retrocedió más y siguió moviéndose mientras él la seguía-. Deberíamos limitar nuestros encuentros.
Shanna 1o miró y súbitamente se sintió como una gallina frente a un zorro salvaje y esperó ser devorada en cualquier momento.
– Si dejas de tratar de ganarte a mi padre y accedes a mantenerte lejos de la casa, eso facilitará las cosas. ¡Ahora basta!
Apartó la mano que intentaba acariciarle el cabello pero su rodete se deshizo y cayó en suaves rizos sobre la espalda. Shanna trató sin éxito de volverlo a acomodar.
– ¡Muéstrate serio por un momento! -1o regañó-. Controla tu lujuria. No vine aquí a acostarme contigo sino a apelar a tu honor. ¡Déjame! -Levantó la voz y 1o amenazó con la fusta-. ¡No volveré a dejar que me toque alguien como tú!
Ruark retrocedió y se apoyó contra la pared, junto a ella.
– Ah, Shanna -dijo tristemente-. ¿De veras debo pensar que tú no cumplirás con 1o pactado?
– ¡Lo pactado! -Shanna golpeó la puerta entreabierta con su fusta, exasperada-. Eres un…
– Sshh -dijo él llevándose un dedo a los labios. Su cara estaba en la sombra pero sus ojos parecían resplandecer, reírse de ella, burlarse de ella-. Harás que toda la aldea venga a ver qué sucede.
Ruark fue hasta la alacena, tomó la botella de vino y un jarro y sirvió un poco de la bebida.
– Quizás una pequeña libación tranquilice tus nervios, Shanna. ¿Un poco de jerez?
– ¡Mis nervios! -las palabras salieron como un latigazo. Pero aceptó el jarro que él le tendía, probó un sorbo, arrugó la nariz y 1o miró a los ojos-. -Descaro es lo que te sobra, Ruark.
– Me insultas, Shanna. -Tendió la mano hacia los rizos de ella pero se detuvo cuando ella volvió a levantar la fusta, y se alzó de hombros-. Yo sólo sé 1o que quiero y entonces 1o busco.
– Estimado Ruark -dijo Shanna en tono venenoso-, cuando me entregue a un hombre será bajo los votos del matrimonio y con todo el amor de que yo sea capaz..
Ruark rió, puso un pie sobre la cama y apoyó el codo en la rodilla.
– ¿No te bastan mi amor eterno y un pacto concertado de buena fe? Y podría añadir que los votos ya han sido…
– ¡Oh, grosero! -Shanna casi no podía hablar ante la actitud descarada de él-. Tuve un sueño…
– ¡Ningún sueño! -estalló él-. Una barrera levantada contra un hombre de carne y hueso.
– ¿Tan poco sentido del honor tienes que me exiges el cumplimiento de un pacto tan vil?
– ¿Sentido del honor? Sí, lo tengo. -Echó la cabeza hacia atrás y la miró fijamente con sus ojos ambarinos y brillantes-. ¿Y tú qué tienes? ¿Te ofreces por un capricho y, cuando se te ha pagado según lo acordado, reniegas del pacto?
Lágrimas de cólera asomaron a los ojos de Shanna.
– ¡Soy bien nacida y tiernamente criada, pero no me inclinaré a la voluntad de otro!
– Ajá. -El tono de él fue despectivo-. La virgen Shanna, cruelmente traicionada.
– ¡No aceptaré imposiciones! -Rígida de furia, con lágrimas turbulentas corriéndole por las mejillas, lo miró con odio.
– ¿Ajá? – Ruark fingió sorpresa-. Así que ésta es la reina Shanna, majestuosa, dominante. Escondida detrás de tu espinoso trono, amor mío. ¡Nunca una mujer!
– ¡Oh, sucio grosero!
– Shanna. -Su voz sonó dura, mordiente-. Crece.
La fusta cortó el aire y lo golpeó en el pecho. Shanna la levantó para golpear otra vez pero él apartó la fusta de un golpe y la misma voló de la mano de ella. La cólera de Shanna había aumentado a proporciones violentas. Lo golpeó en una mejilla con la palma de la mano, que volvió para golpeado con el dorso en la otra mejilla, mientras sus ojos echaban chispas de odio. Súbitamente el la tomó de la muñeca, le torció el brazo detrás de la espalda y la atrajo contra su pecho desnudo, que exhibía dos marcas lívidas dejadas por la fusta. Shanna se enfureció tanto con esto que trató de levantar la otra mano para arañar esa cara que tenía ante ella, pero el la rodeó con el brazo y le impidió moverse. Estaba atrapada contra él, su aliento salía sibilante entre sus dientes y su pecho subía y bajaba contra el de él.
– Basta, Shanna, amor mío -dijo él enérgicamente-. Has abofeteado mis dos mejillas antes que yo tuviera tiempo de volver la otra.
El abrazo de él se hizo más fuerte hasta que Shanna dejó de tocar el suelo con los pies y se encontró apoyada contra él, luchando por respirar. La boca de él descendió sobre la de ella, retorciéndose, exigiendo, explorando, su lengua como un hierro al rojo, marcándola a fuego, poseyéndola. Shanna luchaba débilmente, trataba de encontrar algo de lógica en el caos que giraba en su mente. El placer se filtraba por la barrera de su voluntad. El contacto brutal de esos labios contra los de ella, esos brazos fuertes que la estrechaban contra ese pecho endurecido por el trabajo se convirtieron en algo soportable y ella empezaba a responder, ya no luchaba, sentíase acalorada.
Entonces el aflojó los brazos y ella quedó libre, apoyada contra la puerta abierta. Los ojos ambarino s la miraron un momento con expresión intrigada; después se llenaron de ira.
– Armate, Shanna. Ninguna treta de muchachita te librará de mí. Yo te tendré cuando se me dé la gana.
Ella sintió temor, no de él sino de sí misma, porque pese a sus palabras, ahora deseaba atraerlo hacia la estrecha cama Y mostrarle una vez más que era más mujer de lo que él podía imaginar.
Temblorosa, Shanna se mordió el dorso de la mano tratando de despertar su voluntad por medio del dolor. Corrió muy agitada fuera de la cabaña y no se detuvo hasta que llegó jadeante a apoyarse en el flanco de Attila. Tuvo que esperar que le volvieran las fuerzas antes de poder saltar a la silla. Le ardía la cara donde el mentón sin afeitar de él había raspado su tierna carne.
Tomó nuevamente por el oscuro callejón, sintiéndose derrotada.
¿Se había percatado él? ¿Había detectado el súbito deseo desnudo que debió brillar en los ojos de ella?
La cabalgata de regreso a la casa fue muy larga.
CAPITULO SIETE
Shanna galopaba a 1o largo de la playa hasta que Attila empezaba a resollar con dificultad, pero las agotadoras carreras no le producían ningún placer. Por las tardes iba a nadar, pero el agua estaba tibia y llena de algas; tampoco allí encontraba placer. En las semanas que pasaron puso especial cuidado en quedarse sola y hasta evitaba a su padre a menos que él estuviera solo. La expresión y las preguntas preocupadas de él empezaban a cansarla. Pero no podía arriesgarse a enfrentarse con ese hombre, John Ruark, de modo que evitaba las compañías.
Una tarde llena de sol Shanna buscó la intimidad de una pequeña caleta oculta debajo de los riscos en la costa occidental de la isla. Por precaución, dio con Attila un largo rodeo a fin de cabalgar por la playa
y evitar el camino que atravesaba la isla. Fustigó al semental hasta que olas le llegaron a la barriga, evitó unas rocas puntiagudas y llegó a su destino. Los acantilados se elevaban en tres de los lados. El único acceso era desde el mar. Sintiéndose segura, Shanna ató al animal Y lo dejó que ramoneara la hierba tierna que crecía al pie del acantilado.
En una estrecha franja de arena tendió una manta en la sombra y se quitó toda la ropa excepto la camisa corta. Aquí, por fin, había una privacidad que nadie podía profanar. Por un tiempo estuvo tendida, leyendo un libro de sonetos y pasándose distraídamente los dedos por el cabello mientras leía. Con el calor del día empezó a amodorrarse. Puso un brazo sobre los ojos y se durmió.
Cuando despertó 1o hizo con un sobresalto, sin poder determinar qué la había alarmado. Su mente estaba intranquila pero no parecía haber motivos para preocuparse. Los acantilados estaban desiertos y desnudos como antes. Allí no había nadie.
Más serena, Shanna trató de distraerse para ordenar sus pensamientos, se levantó y entró chapaleando en el agua. Se zambulló limpiamente y con largas y elásticas brazadas nadó una buena distancia internándose en el mar. Después empezó a jugar un juego de su infancia de buscar conchas y estrellas de mar y se zambulló para bucear contra el fondo. Por un tiempo flotó de espaldas, subiendo y bajando con las suaves olas, el cabello extendido como un abanico gigante, como alguna tímida criatura marina que desplegara su gloria solamente ante unos pocos. Un enorme petrel gris de alas inmóviles llegó sobre ella y allí quedó, acercándose para ver mejor esta extraña ninfa del mar.
Cansada del juego, Shanna regresó a la angosta playa oculta. Se secó vigorosamente con una toalla, envolvió la tela alrededor de su cabellera y se tendió de espaldas. Empezó a observar una nube algodonosa que pasaba por el cielo, la siguió hasta que tocó el borde superior de un acantilado y…
Ahogando un grito, Shanna se puso de pie. En el borde del acantilado había un hombre. Un ancho sombrero de paja le hacía sombra en la cata, tenía la camisa descuidadamente puesta sobre un hombro. Unos pantalones blancos cortos le cubrían los muslos y debajo se veían unas piernas rectas y musculosas. Shanna supo que unos ojos dorados la miraban sonrientes, burlones, desafiantes, consumiéndola.
El grito que ahora subió a su garganta esta vez no fue ahogado. Fue un grito de pura cólera. ¿No había ningún lugar donde estuviera libre de él? Furiosamente se quitó la toalla de la cabeza y la arrojó a sus pies.
– ¡Vete! -gritó y su voz resonó en la caleta- ¡Vete de aquí! ¡Déjame sola! ¡No te debo nada!
Las carcajadas de Ruark flotaron hasta ella mientras él caminaba siguiendo el borde del acantilado que rodeaba a la caleta. El empezó a cantar con rica voz de barítono y los versos, tontos y pueriles, seguían una melodía que ella había oído antes:
La altanera reina Shanna no encuentra el amor.
La altanera reina Shanna flirtea con un palomo.
El la observaba tan atentamente como ella a él. Shanna se dio cuenta con un sobresalto de que su camisa estaba empapada y se adhería a su piel como una sutil película de nieve, sin dejar ningún detalle librado a la imaginación..
Otro grito furioso ahogó la voz de él cuando ella se puso su vestido por la cabeza, sin detenerse a abrocharse la espalda. Arrojó sus otras prendas sobre la manta, a la que ató en un lío que arrojó sobre el lomo de Attila. Montó y obligó al animal a meterse en el agua.
– Buenas tardes, amor.
El grito de Ruark hizo que ella incitara al semental y una vez más las carcajadas de Ruark siguieron sonando en sus oídos hasta que, en casa por fin, ella escondió la cabeza debajo de la almohada, en su habitación.
El aire era pesado, la noche calurosa. La sábana estaba húmeda y Shanna la arrojó a un lado. No lograba conciliar el sueño y encendió una vela que dejó sobre la mesa de noche. Empezó a caminar por la habitación, buscando y verificando las sombras familiares, pero en cada una le parecía ver esa figura solitaria sobre el borde del acantilado.
Hacía mucho tiempo su madre le había enseñado que por más calor que hiciera no debía dormir desnuda. Era una orden que Shanna no se atrevía a violar, pero llegó a una solución tomando unos pocos de sus camisones más livianos y cortándolos de modo que le llegaran apenas debajo de los muslos. Una de estas prendas era la que llevaba ahora.
Aun este calor era mejor que la húmeda y brumosa Londres, musitó Shanna y tiró de la prenda que se adhería a su piel húmeda.
Salió a la galería y apoyó un muslo contra la madera fresca de la balaustrada.
La noche era serena pero ella extendió los brazos y giró lentamente con todo el cuerpo, tratando de aprovechar cualquier soplo de brisa que llegara. Levantó los brazos sobre su cabeza, se estiró, arqueó la espalda y sintió que el camisón se ponía tenso contra sus pechos.
Soltó un largo suspiro. Le gustaba nadar en las claras aguas azules, correr entre los árboles y montar en el lomo de un caballo brioso para correr con el viento por los prados. En Inglaterra no se consideraba apropiado que una dama hiciera tanto ejercicio y Shanna, aquí, disfrutaba de tener la libertad de hacerlo.
Pero últimamente algo parecía faltarle, como si hubiera otra actividad que pudiera satisfacerla más. Ella no sabía cuál era pero cuando tenía esa sensación, habitualmente le venía acompañada por el recuerdo de unos ojos cálidos y dorados que sonreían a los suyos.
Shanna apoyó las manos en la balaustrada, se inclinó hacia afuera y miró hacia la noche. Nubes aborregadas pasaban impulsadas por ráfagas de viento en las alturas. La luna, brillante, en cuarto menguante, asomaba de tanto en tanto para ocultarse en seguida tímidamente, y ponía halos de plata a las nubes.
Shanna trepó a la barandilla, apoyó en ella un pie descalzo y levantó la rodilla. Su mirada recorrió el parque. Grandes parches de oscuridad se juntaban debajo de los bananos, cuyas copas altas y extendidas daban densas sombras. Manchas de luz aparecían en el terreno pintadas por el rápida paso del pincel de la luna. Una de esas manchas de luz pasó debajo de un árbol. Shanna ahogó una exclamación, porque allí, junto a un viejo tronco, había una sombra más oscura y con más figura de hombre que el resto. Shanna se puso de pie, se inclinó contra la barandilla Y miró fijamente la figura agachada. La sombra se incorporó y el hombre se puso de pie, y ella vio que estaba desnudo excepto unos pantalones blancos, cortos.
– ¡Ruark! -El susurro salió entre sus labios entreabiertos.
El le volvió la espalda, pateó la hierba con un pie calzado con sandalia Y se alejó despreocupadamente, silbando una tonada que pareció quedar flotando detrás de él. Ahora Shanna estuvo segura. Conocía ese andar, esos pasos llenos de una gracia casi animal.
– ¡Maldito bribón! -susurró.
Shanna dio media vuelta y entró en el dormitorio con el orgullo súbitamente picado porque él no había venido a detenerse debajo de su balcón para rogarle ardientemente que le concediera sus favores. Sopló la vela, se tendió en la cama.
¿Cómo podría dormir sabiendo que él está siempre cerca, deslizándose bajo mi balcón, espiándome en todo momento?
Fastidiada, giró hasta quedar boca abajo Y apoyó el mentón en sus brazos cruzados.
¿Qué quería de ella el canalla? ¡Ja! Eso no era ningún misterio.
¡El pacto! ¡Ah maldito pacto! y él estaba empecinado en salirse con la suya. ¿El precio? Una noche con él, cuando él lo quisiera.
Shanna trató de sentirse ultrajada Y ofendida pero el pensamiento de una noche así le provocó algo similar a…
– Es solamente curiosidad -murmuró-. He probado apenas ese licor y ahora quiero probarlo más ampliamente. Es 1o que desearía cualquier mujer y yo soy una mujer Y me encuentro bien y en condiciones de poner seriamente a prueba el ardor de ese bribón. El dice que yo soy menos que una mujer que no quiero entregarse a ningún hombre. Es un tonto, porque ansío fervientemente encontrar un hombre noble que venga y me tome en sus brazos Y así doblegue toda mipasi6n a sus encantos.
Shanna cerró los ojos y trató de imaginar a ese hombre. La imagen acudió, con cabello renegrido y una mirada sonriente Y de color ámbar. Shanna abrió los ojos y frunció el ceño fastidiada.
“¡El hasta espía mis pensamientos!”
Furiosa, arrojó una almohada al suelo. ¿Qué clase de hombre era este Ruark Beauchamp que se introducía subrepticiamente en sus sueños?
Pasaron quince días y en la tarde del sábado Shanna montó a Attila sin silla ni brida y galopó siguiendo la playa hasta una distancia más allá de la aldea. Llevaba un vestido liviano y un sombrero de paja de anchas alas que protegía su piel de los ardientes rayos' del sol. Ningún calzado cubría sus delicados pies. Llevó al animal hasta el agua, subió el borde de sus faldas hasta arriba de sus rodillas y lo metió debajo de sus muslos. El viento jugó con su cabello hasta que quedó completamente libre en una masa de rizos dorados que volaban detrás de ella. Shanna se caló el sombrero y rió alegremente.
Súbitamente, un silbido atravesó el aire y el caballo redujo el paso. El agudo llamado llegó otra vez, y pese a sus esfuerzos por controlar a. Attila, Shanna debió dejar que el animal la llevara hacia un grupo de árboles que crecía al borde de la marisma. Sin brida no podía imponer su voluntad al semental.
Ruark salió a la luz del sol y silbó otra vez, ahora suavemente, y tendió una mano al caballo. Attila resopló y se acercó para tomar el azúcar que le ofrecían.
Shanna apretó la mandíbula y dirigió una mirada penetrante a los ojos divertidos y burlones de Ruark. El acarició afectuosamente la nariz de Attila mientras sus ojos se demoraban atrevidamente en los muslos de ella y en el vestido mojado que se le adhería a los pechos. -
¡Has arruinado a un buen semental! -gritó Shanna, enfurecida al ver que él se había ganado la confianza de Attila.
Ruark sonrió lentamente. -Es un caballo hermoso y listo. Con otro me hubiera llevado muchos meses. Yo solo le enseñé a venir cuando le silbo. Es más de lo que harías tú.
Shanna hervía de furia y su pecho subía y bajaba, trémulo de indignación.
– ¡Si crees que yo alguna vez acudiré a tu llamado, entonces eres un estúpido!
Fue como si él no hubiera oído esas palabras. Su lenta mirada se movía acariciadora sobre el cuerpo escasamente vestido de ella. Ruark sentía que su deseo se aceleraba. Recordaba muy bien la morbidez de la piel desnuda de ella.
– ¿Quieres dejar de mirarme así? -gritó Shanna, sintiéndose devorada por esos ojos quemantes.
Sin decir palabra, Ruark dio un salto y montó, sentándose detrás de ella. Shanna ahogó una exclamación de indignación, luchó brevemente, pero los brazos de él la rodearon y sus manos tomaron las crines del caballo.
– ¡Baja! ¿Estás loco? -protestó ella, pero su mente se sintió invadida por la presión del pecho duro y desnudo de él contra su espalda y los muslos largos y atezados contra los suaves y blancos de ella La entrepierna de él presionaba íntimamente las nalgas de ella y Shanna sintió se sofocada al sentir el contacto de esa virilidad.
– ¿Qué te propones? -Shanna trató de liberarse-. Si esto es una violación, haré que te persigan hasta matarte. Juro que lo haré.
El le habló roncamente al oído.
– Quédate quieta, Shanna y déjame cabalgar un trecho contigo. Estás acostumbrada a una silla de mujer, Attila también. El necesita que le enseñen a obedecer a su jinete, quienquiera que sea. Entonces serás capaz de contenerlo cuando yo silbe. Ahora observa y a los dos les enseñaré cómo cabalga un hombre.
Shanna se puso rígida ante el humor del tono de él. Se quitó el sombrero Y preguntó:
– ¿Y si nos ven, Ruark?
– ¿Con la marisma de un lado Y el arrecife de coral del otro?
– Rió por 1o bajo-. Yo 1o dudo, Y tú también. Ahora tranquilízate, Shanna. Conmigo, tu virtud está a salvo. ¿Quién la cuidaría mejor que tu esposo?
Su risa baja tenía un tono agudo, cortante.
– ¡A salvo! -dijo ella en tono despectivo- Cuando tú estás cerca de mí, constantemente me siento amenazada y me parece que en tu mente hay un solo pensamiento.
– Porque hay un solo pensamiento en la tuya, mi amor. -El susurro le acarició el oído y ella se alisó el cabello para tratar de aflojar la tensión – y tú- sabes cuál será el resultado. Lograré mi parte del pacto a su debido tiempo, a mi modo y completamente.
– ¡Eres un bribón para obligar así a una dama!
– ¿Bribón? ¡No! -Ruark se alzó de hombros-. Sólo deseo que me paguen lo prometido por un servicio prestado. En cuanto a obligarte… ¡jamás! No deseo lastimarte, Shanna. Más bien, diría que deseo compartir un momento maravilloso e introducirte a las delicias de la pasión.
Shanna se volvió para mirarlo a la cara con una expresión de asombro y de cólera.
– ¡Basta! -Ruark la rodeó con sus brazos Y aferró con fuerza las crines-. Hoy estás a salvo. Esto es nada más que una lección de equitación que quiero enseñarte. Observa. Sube un poco tus rodillas Y deja que el caballo sienta tus talones contra sus flancos. Entonces…
Golpeó los flancos de Attila con sus talones Y el caballo se movió lentamente, al trote. Ruark se inclinó hacia adelante y el animal aceleró el paso. Ruark le hizo hacer una serie de maniobras y Shanna quedó fascinada. Ella podía sentir los movimientos del hombre y el caballo que le respondía como si los dos fueran uno solo. Entonces, las rodillas de él se apretaron debajo de las de ella, Attila salió disparado y empezaron a galopar con el viento.
Ruark le susurró algo al oído y Shanna se volvió y le dirigió una mirada de interrogación.
– Pregunté si tu padre te espera pronto.
Shanna negó con la cabeza y su cabello voló sobre el hombro de él. Ruark la estrechó contra él.
– Bien -dijo-. Te llevaré por un sendero que he descubierto en el pantano. No estás asustada ¿verdad?
Shanna 1o miró a los ojos y encontró allí una suave y sonriente calidez. Sintió que no tenía miedo. Su curiosidad estaba excitada por la evidente habilidad de él de cambiar las circunstancias en su beneficio. Aquí estaba el hombre que había tomado su virginidad, que había escapado al verdugo y aceptado esta servidumbre con una ligereza desusada.
– Estoy a tu merced. -Se resignó quizá un poco más alegremente de 1o que había querido-. Sólo espero que seas leal a tu palabra.
– No hay razón para traicionarte, Shanna. Yo tendré mi noche.
Ruark se inclinó levemente hacia atrás y dejó que su cuerpo se moviera fácilmente con el ritmo de la poderosa bestia que tenían debajo. Attila corrió más velozmente y sus cascos levantaron pequeños géiser de arena húmeda y agua.
Shanna nunca se había atrevido a dejar que el animal corriera tan libremente, pero con esos brazos fuertes a su alrededor se sentía extrañamente segura.
Con un chasquido de la lengua y una presión de las rodillas, Ruark hizo que el caballo redujera la velocidad y entrara en un estrecho sendero que no parecía llevar a parte alguna sino solamente internarse más profundamente en el pantano. Pero pronto salieron a un claro soleado donde una alfombra de suave hierba de color esmeralda estaba rodeada de fragantes capullos de fucsia, y altos árboles doblaban humildemente sus ramas ante la belleza del lugar.
Ruark se apeó y ayudó a Shanna a descender.
– Tenías razón -murmuró ella-. Sabes manejar a los caballos. Ruark frotó afectuosamente el cuello de Attila.
– Me gusta trabajar con ellos. Un buen semental siempre reconoce a su amo una vez que el hecho ha quedado bien establecido.
Shanna miró a Ruark hasta que él alzó la vista con una expresión interrogativa.
– ¿Tú conoces a tu amo? -preguntó ella bruscamente-. En realidad, ¿reconoces a algún hombre como?
– ¿Y qué hombre, amor mío, podría ser mi amo? -Se puso junto a ella y le sostuvo los ojos con una decidida mirada ambarina. Cuando continuó su voz sonó suavemente, pero con una nota de determinación que la asustó y la irritó al mismo tiempo-. Te digo, Shanna, mi amor, que ningún hombre será mi amo excepto aquel a quien yo se lo permita.
– Tampoco ninguna mujer -replicó Shanna.-. ¿Rechazarías mis órdenes Y negarás mi derecho a dadas?
– Ah, amor mío, eso nunca -sonrió Ruark-. Sólo soy tu humilde servidor como tú eres mi bellísima esposa.
Yo siempre trato de servirte y de obtener el favor de tus ojos.
Incapaz de soportar el peso de la ardiente mirada de él, Shanna se inclinó, cortó un frágil capullo y se lo prendió en el cabello, sujetando la larga cascada de rizos en la base de su cuello.
Ruark completamente fascinado, se apoyó en un grueso tronco y cruzó los brazos para entregarse en lo que últimamente se había convertido en su pasatiempo favorito: contemplar a Shanna. Ella no podía
Imaginar la intensidad de la tortura que le causaba, porque debajo de ese exterior a veces burlón, a veces gentil, él se consumía de deseo. De noche se revolcaba, insomne, en su estrecha cama mientras visiones de ella flotaban a su alrededor: Shanna, blanda Y entregándosele en el carruaje; Shanna, bella Y altanera del otro lado de una mesa; Shanna, hermosa Y tentadora en una prenda mojada y delgada que era más tentadora que la carne desnuda. El era siempre consciente de ella Y cada vez que el birlocho de Trahern pasaba por los campos o las calles de la aldea, Ruark se volvía con la esperanza de verla sentada aliado del hacendado. Comparada con la corpulencia del padre, ella parecía menuda y frágil como una rosa en capullo; pero cuando estaba cerca de ella, Ruark era dolorosamente consciente de que aunque Shanna no era muy alta ni con curvas demasiado pronunciadas, era toda una mujer y él la deseaba.
Quedaba en su mente el aroma de ella, la fragancia de flores exóticas aplastadas contra una piel satinada, y debajo el dulce olor a mujer mezclado con un leve dejo de jabón que era un fuego que ardía en su sangre y él no encontraba forma de apagarlo porque el pensar en otras mujeres le amargaba la mente cuando las comparaba con Shanna. Era como ver el cielo Y en seguida considerar al infierno como un substituto cuando uno consideraba a alguien como Milly Hawkins, la hija del vendedor de pescado, para desahogar sus ardores. La muchacha se mostraba dispuesta Y no era fea, pero olía un poquito a pescado.
Súbitamente Ruark estalló en carcajadas y Shanna se volvió para mirarlo intrigada. Ruark señaló las flores que ella había cogido. -Una india lleva una flor así cuando quiere indicar su deseo a su marido.
Shanna enrojeció y se arrancó la flor para ponérsela sobre la otra oreja. Ruark sonrió.
– Yeso significa que una doncella soltera está disponible.
Shanna quitó el adorno de su cabello y empezó a entretejer sus rizos con otras flores. Después de un momento se dio cuenta de que Ruark la miraba con una extraña y tierna sonrisa en los labios.
– Mi lady Shanna, tu belleza hace empalidecer a este cielo radiante -declaró él.
– ¿Por qué me cortejas, Ruark? -preguntó Shanna, ligeramente desconcertada. Su boca se curvó en una sonrisa atormentadora y ella se le acercó con una gracia casi sensual y se detuvo tan cerca de él que le bastó extender un dedo para tocarle el pecho velludo-. Nunca había sido cortejada por un siervo. Esta es la primera vez. No hace mucho fue uno que estaba destinado al cadalso. Ese fue el primero, también. Pero en su mayoría fueron loores y nobles caballeros de las cortes.
– Me parece que estás tentándome, mi hermosa Shanna -repuso él inmediatamente-. Ah, amor, ¿tratas de acabar con mi paciencia a fin de tener motivos para odiarme?¿Quedaría entonces librada tu conciencia de la palabra que no has cumplido? -Sonrió perversamente-. Si ese es tu juego, sigámoslo. Acepto tu atención y tu desafío.
Chispas de ira brillaron en los ojos azul verdosos. Shanna retiró su mano.
– Eres muy arrogante -dijo.
Con lo que quiso ser una demostración de desdén, los ojos de ella recorrieron el cuerpo esbelto de él, apenas cubierto por los cortos pantalones, pero su mirada vaciló cuando ella comprendió que en toda esa desnudez nada había de lo que pudiera burlarse. ¡Nada! El era musculoso y esbelto, no flaco, pero con músculos largos y firmes debajo de la piel tostada por el sol. Súbitamente ella se preguntó cómo sería yacer contra ese cuerpo fuerte durante una larga noche.
– Me marcho -anunció Shanna abruptamente, avergonzada por sus pensamientos-. Ayúdame a montar.
Le dirigió una sonrisa radiante y Shanna se irguió, altanera. Ruark la siguió, contemplando apreciativamente las caderas que se movían graciosamente provocativas. Junto a Attila, se inclinó, cruzó las manos para que ella apoyara su pie desnudo y la izó sobre el lomo del semental. Shanna incitó al animal con sus talones y partió a toda velocidad. Ruark quedó mirándola alejarse, con los brazos en jarras.
Shanna había llegado al borde del pantano cuando le vino el recuerdo de un aullido desesperado en una noche de tormenta. Soltó un gemido y jurando entre dientes hizo dar la vuelta al caballo y tomó nuevamente el sendero que la llevaba hacia donde había quedado Ruark. El venía caminando lentamente, pero cuando apareció el caballo galopando hacia él, alzó la vista sorprendido. Tendió el brazo y lo apoyó en el cuello de la bestia cuando Attila se detuvo junto a él.
– Tranquilo, tranquilo -dijo Ruark para calmado y le acarició la nariz aterciopelada, y miró a Shanna en silenciosa interrogación.
– Necesitaremos tus habilidades en los cultivos por la mañana -dijo ella a manera de excusa-. Si caminas casi toda la noche para regresar a la aldea nos serás de poca utilidad.
– Acepta mi eterna gratitud, Shanna -dijo él y a ella no se le escapó la inflexión de la voz de él.
– Bribón. -Sonrió de mala gana-. Yo estaba segura de que el señor Hicks te colgaría. Parecía bastante ansioso de hacerlo.
– No tan ansioso de eso como de dinero, Shanna -dijo Ruark, y saltó Y montó detrás de ella-. y por eso estoy muy agradecido.
Sus brazos vigorosos la rodearon otra vez. Ruark golpeó ligeramente los flancos de Attila con los talones Y el animal partió al trote.
Ruark conducía como un jinete consumado y Shanna lo dejó hacer y se apoyó contra él, pero con el estrecho contacto tuvo conciencia de la sensación dura, masculina que él le causaba y del cosquillearte
calor que se difundía por todo su cuerpo..
Cuando casi llegaron al lugar de donde él había silbado, él preguntó:
– ¿Volveremos a encontrarnos aquí?
– ¡Claro que no! -Nuevamente era la orgullosa Shanna que ignoraba la excitación que había empezado a crecer dentro de ella. Se sentó erguida y apartó la mano de él que se apoyaba en su muslo-. ¿De veras
me crees capaz de ir, a espaldas de mi padre, a encontrarme con uno de sus siervos para retozar en el bosque? Eres odioso al hacer esa sugerencia.
– Ajá, te ocultarás a la sombra de tu padre -replicó Ruark secamente-. Como una criatura, temerosa de ser una mujer.
Shanna puso rígida la espalda y se volvió encolerizada.
– ¡Baja, descarado! -exigió-. ¡Apéate Y déjame en paz! No sé por qué accedí a cabalgar contigo. ¡Tú… asesino despiadado de una criada fregona!
La risa baja de él la irritó más pero Ruark detuvo a Attila; se apeó y miró a Shanna con esa expresión deliberada que medio se burlaba de ella y medio la devoraba. Esta vez Shanna incitó al caballo con los talones y partió por la playa, sin volverse.
Habiendo fallado su falsa solicitud, Shanna se entregó a una intensa actividad. Sin haberlo planeado, se convirtió en escribiente de su padre. Lo acompañaba en sus viajes por la isla, tomaba notas importantes cuando pasaban por los cultivos y las zonas desmontadas. Escuchaba cuando los supervisores Y capataces hacían sus informes y convertía sus comentarios en cifras llevaba registros de las horas de los hombres necesarios para completar una tarea y de las cosechas producto de su labor.
Era evidente que dondequiera que se presentaran dificultades ella vería a una mula con su jinete con pantalones cortos en el lomo, observando el trabajo de los hombres, explicando alguna innovación con gestos de las manos y dibujando con la pluma y el papel que siempre llevaba consigo.
Shanna debió admitir, con la prueba de una cantidad de cifras y de la frecuente mención del nombre de él, que donde estaba Ruark los hombres eran más felices y el trabajo se hacía más rápidamente.
Aunque Shanna estaba muy ocupada con sus nuevas tareas era imposible, pese a un esfuerzo considerable, ignorar al hombre. Como comentara su padre una tarde, riendo, John Ruark era tan conocido como él mismo en la isla y aparentemente más estimado. Pero Shanna debía luchar y se las arregló para sumergirse en el trabajo. Cuando el hacendado estaba ocupado en otra parte y ella no tenía trabajo en la mansión, repasaba sus diversos intereses, comprobaba los libros de contabilidad, la calidad de las mercaderías, o se limitaba a escuchar a la gente y prestar atención a sus problemas.
Sumergida en esta actividad una tarde del viernes estaba en la tienda de la aldea revisando las cuentas de los siervos. Cuando pasaba la hoja del libro de contabilidad sus ojos cayeron sobre el nombre de John Ruark y la curiosidad impulso a mirar las columnas de su cuenta. Las cifras la sorprendieron
La columna de compras era muy breve. Aparte de útiles de escritura, una pipa y un jabón, había solamente una rara botella de vino y un ocasional paquete de tabaco. La columna más larga era la que contenía los cambios en su paga y aquí -la siguió hacia abajo con la punta del dedo- vaya, la misma había sido incrementada una y otra vez, triplicada, no, más de diez veces los seis peniques de un siervo nuevo. Continuó con la cuenta de créditos y con un rápido cálculo mental comprobó que para fines de mes él habría casi llegado a las cien libras de crédito. Entonces otro detalle llamó la atención de Shanna. Había dineros que no provenían de su paga. Al ritmo en que él estaba sumando créditos, probablemente sería libre en un año o dos.
La puerta trasera, por donde el tendero, señor MacLaird, saliera momentos antes, cerróse con fuerza y Shanna oyó ruido de pasos que se acercaban.
– Señor MacLaird -dijo ella por encima del hombro- aquí hay una cuenta que quisiera discutir con usted. ¿Quiere venir…?,
– El señor MacLaird está ocupado afuera, Shanna. ¿Hay algo en que pueda ayudarte?
Shanna giró en el alto banquillo porque esa voz era inconfundible. Ruark la miraba con su sonrisa resplandeciente.
– ¿Estás fastidiada, amor mío? -dijo él-. ¿Tanto tiempo he estado lejos que ya no me reconoces? Tal vez pueda brindarte algún servicio, o quizá -levantó una sarta de conchas- ¿una chulería para mi dama?
Bajó las cuentas y Sonrió tristemente. -Perdóname, Shanna. Lo había olvidado. Tú eres la dueña de la
Tienda. Una lástima… Y otro de mis talentos desperdiciados.
Shanna no pudo contener una sonrisa ante los modales alegres de el.
– De eso estoy segura que tienes muchos; Ruark. Mi padre me dice que has empezado a construir un nuevo trapiche. Parece que lo has convencido de que es necesario y de que será más eficiente del que ya tenemos.
Ruark asintió.
– Ajá, Shanna. Eso he dicho.
– ¿Entonces por qué estás aquí? Yo creía que estarías muy ocupado para andar de un lado a otro. ¿Acaso últimamente eres tu propio capataz y vigilas tus propios horarios de trabajo?
Ruark enarcó las cejas y la miró.
– Yo no estoy estafando a tu padre, Shanna. No temas. -Señaló con el pulgar hacia la trastienda-. He comprado un cargamento de ron tuve que venir a terminar unos dibujos para tu padre. El señor MacLaird está ahora revisando los barriles. Si lo que deseas es una compañía que nos vigile, él vendrá en seguida.
Shanna señaló el libro con la pluma.
– Para ser un conductor de carros pareces muy bien pagado. y aquí hay otras- sumas que me intrigan..
– Eso es muy simple -explicó él- En mis horas libres trabajo para otras personas de la isla. En retribución ellos me hacen algún servicio, o me pagan con dinero. En la aldea hay una mujer que lava mi ropa por…
– ¿Una mujer? -interrumpió Shanna, picada su curiosidad. Ruark la miró con una sonrisa torcida..
– Vaya, Shanna, amor mío, ¿estás celosa?
– ¡Claro que no! -estalló ella, pero su rostro se ruborizó intensamente-. Simple curiosidad. ¿Decías…?
– Sólo es una pescadera, Shanna. -Ruark no cedió-. Nada tienes que temer.
Los ojos azul verdosos se entre cerraron furiosos.
– ¡Eres intolerablemente presumido, Ruark Beauchamp!
– Sshh, amor -la amonestó gentilmente él y sus ojos brillaron intensamente-. Alguien podría oírte.
– ¿Y qué haces para el señor Hawkins? -preguntó Shanna, irritada con su sola presencia. ¡Hubiera querido gritarle, golpeado en el pecho con los puños! Cualquier cosa para borrar la sonrisa de esa cara.
Ruark se tomó tiempo para responder; dejó el sombrero sobre una pila de mercaderías, se quitó la camisa y la puso sobre el sombrero.
– En su mayor parte lo que podría hacer el mismo señor Hawkins si se lo propusiera… reparar los botes y esa clase de cosas.
– Al ritmo que se está acumulando tu dinero, no estarás mucho con nosotros -comentó Shanna.
– El dinero nunca ha sido problema para mí, Shanna. Considerando los últimos acontecimientos, yo diría que mi problema es uno: las mujeres, o mejor dicho la mujer.
La mirada de Ruark ahora era directa, desafiante, casi insultante, y la recorrió desde los finos tobillos adornados con medias de seda blanca. que asomaban debajo de la falda, pasó por la delgada cintura ceñida por el vestido a listas blancas y rosadas y se detuvo perezosamente en los senos redondeados. El escote del vestido estaba bordeado por un encaje delicado y espumoso que llegaba hasta la garganta. Sin embargo, Shanna sintió se desnuda bajo la mirada de él.
– ¿Entonces me consideras tu problema?
– Ocasionalmente, Shanna. -Su rostro se puso serio cuando sus ojos se encontraron con los de ella-. La mayoría de las veces, a ti te considero la más hermosa mujer que vi jamás.
– Por mi vida no puedo creer que yo sea tu problema, Ruark -dijo Shanna: Apenas te he visto en estas últimas semanas. Yo diría que estás exagerando..
Los labios de él no dejaron escapar una sola palabra pero sus ojos expresaron claramente sus deseos. La atrevida mirada hacía que ella sintiera como si tuviera fuego por dentro. Le encendía las mejillas y le hacía temblar los dedos. El estaba bañado en la luz del sol poniente y quedaba envuelto en un resplandor de profundos colores dorados. Era Apolo fundido en oro y ella no se sintió menos conmovida por la visión de él que por esa lenta y hambrienta mirada.
– Debes haberte criado entre salvajes -dijo ella, a la defensiva-. Pareces enemigo de usar ropas.
Ruark rió suavemente.
– A veces, mi amada Shanna, la ropa puede ser una molestia. Por ejemplo… -Sus ojos la acariciaron nuevamente de pies a cabeza-…A un hombre le resultan muy fastidiosas cuando su esposa las lleva en la cama. -Su sonrisa se hizo perversa-. Ahora, eso que tú te pones para dormir es casi nada. No sería muy difícil quitárselo a una mujer.
El color de las mejillas de ella se acentuó.
– ¡Has tenido el atrevimiento de espiarme desde abajo de mi balcón!
Shanna se volvió abruptamente hacia el escritorio, como despidiendo a Ruark, y se puso a mirar una página que bien hubiera podido estar en blanco por lo que ella vio de la misma.
Una luz suave entraba por una ventana pequeña y alta abierta en la pared sobre el escritorio Y envolvía el perfil de ella en una aureola que la hacía parecer casi angelical. Los ojos de Ruark tocaron el cabello
que caía en cascadas veteadas de oro sobre la espalda. El solo estar tan cerca de ella le resultaba embriagador. La sangre de Ruark le palpitaba en los oídos y sus pies parecieron moverse por voluntad propia hasta que estuvo inmediatamente detrás de ella.
Shanna podía sentir su proximidad con cada una de las fibras de su cuerpo. Los olores masculinos de sudor, cuero Y caballos invadieron sus sentidos. Su pulso se aceleró y su corazón empezó a volar. Ella quería decir algo, hacer algo para distraer la atención de él. Pero era como si estuviera paralizada y sólo pudiera esperar a que él la tocara. La mano de él se adelantó, le tocó el cabello…
Se oyeron pasos apresurados en la tablazón del porche delantero y la silueta de una mujer pequeña pasó frente a la ventana, Ruark se irguió y se apartó rápidamente y cuando Milly Hawkins cruzó la puerta él fingió estar acomodando una pila de sombreros. El escritorio quedaba oculto a la vista detrás de una pila de barriles pequeños y cuando entró por la puerta delantera la muchacha, en su prisa por mirar en el interior de la tienda, no advirtió la presencia de Shanna. Vio la espalda bronceada de Ruark Y corrió hacia él, llevando apretado contra el pecho un lío de ropas del siervo. El no tuvo más alternativa que mirada de frente cuando ella empezó una precipitada explicación..
– Lo vi venir a la aldea, señor Ruark, Y pensé que me ahorraría tener que llevarle la ropa suya que he lavado.
– Yo paso cerca de su casa cuando voy a la mía, Milly podría haberlas recogido entonces. -Sonrió tímidamente cuando por encima del hombro de la muchacha vio que Shanna los miraba severamente.
– Oh, señor Ruark, no es nada. No tenía nada que hacer y pensé que así le ahorraría trabajo a usted.
Milly sacudió coquetamente sus rizos negros Y sus ojos grandes y oscuros tocaron el cuerpo de él en todas partes. Estiró atrevidamente una mano Y la deslizó por las costillas de él.
La mirada de Shanna se hizo más que penetrante cuando vio que la joven acariciaba con sus dedos la piel bronceada de él. Con expresión distraída, Ruark apartó la mano de la joven.
– ¿Está desocupado esta noche, señor Ruark?
Ruark rió de la indiscreta propuesta de la muchacha.
– Sucede que tengo tareas que me ocuparán la mayor parte de la noche -dijo.
– ¡Oh, ese viejo, Trahern! -gritó Milly, exasperada, y apoyó las manos en las caderas-. i Siempre está dándole trabajo!
– Vamos, Milly -dijo Ruark, a quien no se le escapó el alzarse de las cejas de Shanna. Ya tenía dificultades para contener su propia risa y ello interfería en su tono de voz-. El patrón no me ha exigido nada más de lo que yo le he ofrecido. -Tomó el lío de ropa-. Pero déle las gracias a su madre por esto.
En la aldea era bien sabido que Milly era una de las mozas más perezosas. Ella y su padre eran inclinados a mentir durante la mayor parte del día y a quejarse de su pobre estado económico mientras que la señora Hawkins trabajaba duramente como único sostén de su familia. Pero el dinero que ganaba lo malgastaba el padre a quien le gustaba mucho el ron. Ruark sabía que no era la muchacha quien lavaba sus ropas y no era hombre de expresar gratitud donde no era merecida, porque entonces la moza probablemente se presentaría muy pronto en su cabaña con la débil excusa de encargarse de la limpieza.
– Mi madre dice que usted debe ser el hombre más limpio de todo Los Camellos -dijo Milly gravemente-. Ella lo ve cuando todas las noches usted va hacia el arroyo y después regresa y le trae sus ropas sucias. Mi padre dice que no es bueno tanto bañarse, señor Ruark. Vaya, aquí no hay nadie que pierda tanto tiempo lavándose, exceptuando a esa altanera y poderosa perra Trahern y los que viven en la casa grande.
La carcajada de Ruark hizo que la muchacha se volviera abruptamente. Shanna permanecía tiesamente sentada en el banquillo y miraba a Milly con una expresión que nada tenía de afectuosa. La jovencita se encontró de pronto bajo la mirada de Shanna, la cual era suficiente para paralizar a cualquiera. Milly dejó caer la mandíbula como un peso muerto y ahogó una exclamación.
– Ahora soy la señora Beauchamp, Milly -dijo Shanna en tono glacial-. La señora de Ruark Beauchamp, si lo prefieres, o si eso no te gusta, la perra Beauchamp.
Milly gimió angustiada y volvió los ojos hacia Ruark, quien estaba un poco más calmado. Shanna cerró violentamente el libro de contabilidad, arrojó la pluma a un lado y bajó del banquillo.
– ¿Hay aquí algo más que desees, Milly, además de este buen hombre, el señor Ruark? -preguntó Shanna en tono desafiante-. El no está en venta, pero todo lo demás que ves aquí tiene un precio.
Ruark, quien estaba disfrutando intensamente del espectáculo, fue hasta el banquillo que había desocupado Shanna, apoyó una cadera en él y se dedicó a observar a las dos mujeres. Shanna permanecía majestuosamente erguida y altanera, encendida de cólera. Brillaban relámpagos en los lagos azul verdoso de sus ojos. Milly, por su parte, fue hasta el otro extremo de la habitación contoneando las caderas y golpeando el suelo de madera con sus pies descalzos. Era más baja que Shanna, de cuerpo esbelto y con una piel olivácea oscurecida por el sol. Era bastante bonita pero no resultaba difícil imaginaria dentro de pocos años con una bandada de chiquillos de caras sucias prendidos de sus faldas mientras
que uno mamaba perezosamente de su pecho.
– Según la ley de su padre, un siervo es libre de casarse con cualquier esposa que esté dispuesta a entregársele -afirmo Milly, aunque en un tono bastante suave. Los Camellos pertenecía a los Trahern. Irritar a uno de ellos podía ser tentar al destino-. Vaya, el señor Ruark hasta podría escogerme a mí. No hay muchas otras en esta isla.
La sorpresa de Shanna se notó durante un momento fugaz.
– ¿Sí? -Arqueó las cejas Y miró interrogativamente a Ruark -. ¿El ya te lo ha pedido?
Ruark ni asintió ni hizo un gesto de negación, sino que sonrió perezosamente bajo la mirada de Shanna.
– Vaya, él no ha tenido mucho tiempo con todo el trabajo que hace..
– Para eso mi padre lo compró -dijo Shanna suavemente, fastidiada con la muchacha- y no para semental, como tú pareces creer, y ciertamente no para que engendre una sarta de chiquillos malcriados.
Antes que Shanna pudiera continuar con su tirada el anciano señor MacLaird entró por la puerta trasera Y le dijo a Ruark:
– Ajá, el ron es bueno llévalo abajo por mí, ¿quieres, muchacho?
Se detuvo abruptamente al ver a Milly.
– Oh, no sabía que había un cliente. Shanna, sé buena y ve lo que desea esta muchacha. El tabernero está muy ocupado y yo tengo que sumar sus cuentas.
Shanna asintió graciosamente al hombre, pero por alguna razón que se le escapaba sintió un creciente resentimiento contra la muchacha.
– ¿Hay alguna mercadería que desees, Milly?
– Ajá. -La muchacha podría jactarse más tarde ante sus amigas de que por lo menos por un momento la altanera Shanna la había servido-. El señor MacLaird tiene unos perfumes que dice que vienen de lejos. Me gustaría olerlos un poco para ver cómo son.
Como Milly evidentemente no traía bolso ni monedas, no fue difícil adivinar el pretexto. Pero Shanna fue de todos modos hasta donde estaban guardados los perfumes. Milly jugueteó con los frascos de perfume hasta que Ruark volvió a entrar por la puerta trasera, trayendo un barrilito sobre un hombro Y otro debajo de un brazo. Con el esfuerzo, sus músculos y tendones sobresalían como cuerdas tensas Y sus brazos
y su cuerpo relucían con una película de sudor, como si los hubieran untado con fino aceite. Milly ahogó una exclamación y el deseo brilló en sus ojos oscuros mientras ella murmuraba una observación:
– ¡Vaya! ¡Igual que una estatua griega, eso es él!
Una línea de piel blanca, no tocada por el sol, se veía sobre el borde superior de los calzones cortos de él y el vientre duro y plano exhibía una fina línea de vello oscuro que descendía desde el pecho velludo. La mirada de Milly estaba tan atrapada por esa exhibición de desnudez que Shanna hubiera querido pellizcar a la muchacha hasta causarle dolor.
Shanna tomó las llaves y corrió a abrir la puerta de la bodega para que Ruark pudiera bajar. Encendió un cabo de vela y precedió al joven para alumbrarle el camino. Usó las llaves para abrir la puerta inferior. La bodega era fresca y seca, y una vez adentro Ruark dejó los barriles en el suelo y se detuvo a descansar un momento. Después levantó uno de los barriles y miró interrogativamente a Shanna, quien señaló un espacio en el extremo de una estantería.
– Allí se añejará mientras se usan los otros.
Ruark regresó para levantar el otro barril y Shanna, con una mueca, enganchó un dedo en el borde superior de los calzones y atrajo una mirada asombrada e intrigada de él. Con tono sarcástico, ella 1o amonestó:
– Milly es una muchacha simple y muy excitable -dijo ella-. Si tú le muestras un poco más, ella podría ser incapaz de controlarse y tú te encontrarías en la posición del violado.
– Pondré cuidado, Shanna -gruñó Ruark, mientras ponía el otro barril en el lugar correspondiente-. Por 1o menos, es bueno saber que contigo estoy a salvo -agregó con una sonrisa relampagueante.
Meses de agravios y tensiones se habían venido acumulando debajo del exterior supuestamente sereno de Shanna. La joven, muy cerca de Ruark, habló con voz grave, casi en un susurro, aunque cada sílaba salió cargada de cólera.
– He llegado al final de mi resistencia -dijo ella-. Me insultas cada vez que nos encontramos y dices que soy menos que una mujer. Me echas en cara mi falta de honor, pese a que yo me he negado a tus groseras propuestas.
– Tú accediste -replicó él-. Tú diste tu palabra y yo exijo que la cumplas.
– El pacto ya no existe -siseó ella llena de ira-. Tú ibas a morir y yo no me siento obligada por el hecho de que no hayas muerto..
– ¿Qué artimañas de mujer te servirán, Shanna? Yo cumplí plenamente con mi parte. Seguí tu juego y confié en ti. Cuando pude haber huido, o por 10 menos haberlo intentado, fue tu parte en el pacto 1o que me retuvo. -Mantuvo su voz en un ronco susurro-. He probado ese bocado delicioso, Shanna, tu dulce; calidez, y desde entonces siento hambre de lo que es mío por derecho de matrimonio. Y 1o tendré.
Shanna apretó los puños y los golpeó lentamente contra el pecho duro Y desnudo de él.
– ¡Vete! -sollozó- ¡Déjame en paz! ¿Qué puedo decir para convencerte de que no quiero saber nada contigo? ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡No puedo tolerar tu presencia!
Shanna luchó contra sus lágrimas y apoyó sus brazos en él. Ruark le habló al oído, lentamente y en tono duro.
– ¿Y yo qué soy? ¿Menos que humano? ¿Inferior a cualquiera porque me encontraste en una mazmorra Y yo elegí pagar a tu padre una deuda que no contraje? Pero te digo esto… -Bajó su cara hasta muy cerca de la de ella y la miró fijamente a los ojos-. Tú eres mi esposa.
Shanna dilató los ojos Y empezó a sentir miedo.
– No -dijo en un susurro.
– ¡Eres mi esposa! -repitió él lentamente y la tomó de los hombros para impedir que ella se volviera.
– ¡No! ¡Jamás! -exclamó Shanna, levantando la voz.
– ¡Eres mi esposa!
Shanna empezó a luchar. El cerró sus brazos alrededor de ella y le impidió los movimientos. Sollozando, Shanna lo empujó en vano en el pecho. Con el esfuerzo, inclinó la cabeza hacia atrás y él la besó en la boca. En forma de amor, la cólera se convirtió en pasión. Los brazos de Shanna subieron Y se cerraron alrededor del cuello de él en frenético abrazo. Sus labios se retorcieron contra los de él y todo el calor de su pasión tanto tiempo contenida inundó a Ruark hasta que su mente empezó a girar enloquecida ante la respuesta de Shanna. El había esperado lucha Y en cambio encontraba la furia de una pasión devoradora en los labios de ella.
Se separaron jadeantes, ambos atónitos por el fuerte golpe de su ardor. Trémula, Shanna se apoyó contra la pila de barriles, sin fuerzas.
Cerró los ojos. Su pecho subía y bajaba agitadamente.
Ruark, controlándose apenas, la tomó nuevamente en brazos pero un pensamiento se le impuso. ¡No en una sucia bodega! Ella era digna de mucho más que eso para él. y si llegaba a venir alguien, él sería encerrado nuevamente. ¡Paciencia, hombre, paciencia!
Ruark reprimió su sensualidad con una voluntad de hierro. Lentamente se volvió y empezó a subir la escalera, con la esperanza de que se enfriaran su sangre Y su mente. Cuando abrió la puerta se encontró con la mirada del señor MacLaird, se alzó de hombros Y se adelantó a su pregunta.
– Ella está contando los barriles -dijo.
Cuando Ruark entró nuevamente en la bodega, Shanna también había recobrado su compostura pero sus ojos lo siguieron hasta que él regresó a su lado. Entonces, ella susurró:
– Gracias.
– No me agradezcas todavía -murmuró él y le limpió gentilmente una marca de polvo del brazo-. Habrá una ocasión mejor y un lugar mejor que éste.
Ruark fue por más barriles y cuando traía los últimos a la tienda Shanna salía por la puerta delantera acompañada del señor MacLaird.
Milly todavía estaba allí curioseando y con los ojos llenos de hambre. Para no enfrentarse con su provocativa atención, Ruark cerró violentamente la puerta de la bodega, tomó su camisa y sombrero y se marchó con lo que hubiera podido describirse como una prisa indebida.
CAPITULO OCHO
La mañana nacía con vibrantes colores que se reflejaban y cambiaban el color de las aguas y daban a las olas los tonos rosados y dorados del amanecer. El aire mismo parecía cargado con una niebla rosada y los verdes de los prados y los árboles extendíanse interminablemente hasta que se unían al azul del mar suavemente ondulante.
Shanna estaba sola en su balcón, bañada en el oro pálido, suave del sol naciente. Su bata de tono pastel era como una nube que se agitaba alrededor de su cuerpo con las brisas caprichosas que traían la fragancia de la florecida planta trepadora que se enroscaba en la balaustrada. Su cara tenía una expresión pensativa, su mirada era anhelante y sus hermosos labios se entreabrían como anticipándose a. un beso. Rodeábase la cintura con los brazos como si tratara de reemplazar el abrazo de un amante que ahora era nada más que un recuerdo de ayer.
La gloria del amanecer se diluyó en hi brillante luz del día cuando el sol se separó del horizonte y comenzó su vuelo a través del cielo. Shanna regresó suspirando a su cama y trató una vez más de dormir antes de que el calor llegara a su habitación y ella se viera obligada a levantarse. Cerró los ojos y sintió otra vez el dulce dolor, como si sus pechos estuvieran aplastados contra el duro pecho de Ruark y sintiera en su mejilla el calor del aliento de él; una vez más vio la urgencia en esos ojos dorados cuando él bajó sus labios para besada.
Shanna abrió los ojos, porque el despertar del placer dentro de ella fue fuerte y turbador. Y así había sido toda la noche. Cuando se relajaba, el recuerdo de su propia reacción le quemaba el cerebro e inundaba su cuerpo con una excitación cálida y palpitante.
¿Cuál era la cura para esta enfermedad? ¿Por qué estaba ella tan afectada? ¿Sería ella una mujer que andaría siempre ansiosa de hombres pero que en ninguno encontraría satisfacción? Antes se había visto acosada por las atenciones de hombres mucho más encumbrados y su corazón no se había ablandado, pero ahora su mente veía constantemente la cara del que la obsesionaba, de este Ruark, este demonio, este dragón de sus sueños.
Sus párpados estaban pesados por la falta de sueño. Lentamente, ella sucumbió a ese peso y su mente voló inquieta sobre un agitado mar de sopor. El estaba allí, con su cuerpo reluciente, resplandeciente, de
Bronce aceitado, aguardándola antes de que ella pudiera alcanzar sus sueños, y ella supo que si lo tocaba, él sería sólido y real.
Sus ojos encontraron la cara de él y quedaron atrapados por una satánica seducción. Esos ojos la aferraron como garras doradas y los labios se abrieron y emitieron un Susurro grave, entrecortado:
"Ven a mí. Entrégate a mí. Ríndete. Ven a mí".
Ella se resistió con toda la fuerza de su miedo. Entonces la cara empezó a cambiar. La nariz creció hasta convertirse en una larga trompa de dragón por cuyas fosas nasales salían ondulantes nubecillas de humo.
La piel se volvió verde y escamosa y los ojos resplandecieron como dos linternas doradas que brillaban con hipnótica intensidad. Las orejas sobresalieron como pequeñas alas de murciélago. La blanca sonrisa se convirtió en una mueca estereotipada con amenazadores colmillos. Entonces, con un rugido aterrador, él despidió una bocanada de llamas que la envolvió completamente, privándola de sus fuerzas, debilitando su voluntad, hasta que ella empezó a retorcerse, indefensa y aterrorizada, y a rogar a la bestia que se apiadara de ella.
Shanna despertó temblorosa y con frío aunque el calor de la habitación la hacía transpirar. Su camisón y las sábanas estaban mojados. Ella luchaba por respirar, trataba de aspirar aire con dificultad, como si una presencia pesada, invisible, le tapara la cara. Presa de pánico, se arrojó de la cama y corrió hacia el balcón. Allí le volvió la cordura y se calmó. El mundo estaba en su lugar de siempre, el sol se encontraba un poco más alto y el día era apenas más caluroso.
Shanna empezó a caminar por su habitación, tratando de distraerse y no rendirse a las fantasías de su mente. Tendría que tomar medidas drásticas a fin de aliviar esta locura que la dominaba. No podía dormir. No podía comer. Su vida era un caos. El dormitorio cerrabas a su alrededor y en cada rincón oía la risa sardónica de Ruark y veía su rostro atezado y burlón.
Para escapar a esta tortura huyó a la planta baja, en busca de su padre. Orlan Trahern detuvo la cuchara con melón a mitad de camino a su boca. Era necesario un acontecimiento extraordinario para interrumpir su comida, pero la visita de su hija esta mañana lo hizo. Ella tenía el cabello enredado y en desorden, los ojos enrojecidos e hinchados, pálidas las mejillas y no estaba vestida y preparada para iniciar el día. Era inaudito que se presentara en ese estado. El hacendado dejó la cuchara en el plato y aguardó una explicación.
Bajo la mirada preocupada de su padre, Shanna se inquietó y comprendió que él estaba desazonado cuando lo vio dejar la cuchara. Se percató de que él esperaba que ella hablara pero no pudo encontrar palabras para responder a la muda pregunta de su progenitor. Endulzó demasiado la taza de té que le pusieron adelante y después dio un respingo cuando al probar la bebida se quemó la lengua.
– Lo siento, papá -empezó tímidamente-. Pasé una mala noche y todavía no me ciento bien. ¿Me disculpas si hoy no salgo contigo?
Orlan Trahern levantó su cuchara y masticó mientras consideraba el pedido de su hija.
– Últimamente me he acostumbrado a tu compañía, querida. Pero supongo que podré arreglármelas si no vienes conmigo un día o dos. Llevo aproximadamente una década en este negocio.
Se levantó, la tocó en la frente y encontró un poco de fiebre.
– Me apenaría muchísimo si te enfermaras -continuó él-. Sube a tu habitación y descansa por hoy. Enviaré a Berta para que te llévelo que desees. Ahora tengo que ocuparme de algunas cosas urgentes. Vamos, criatura, hazme caso y sube a tu cuarto.
– ¡Oh, papá, no! -Shanna no podía soportar la idea de volver a su dormitorio-. No tienes que preocuparte. Tomaré algún bocado y después subiré.
– ¡Tonterías! -dijo él-. Quiero verte acostada y atendida antes de marcharme. Sube ahora.
Shanna suspiró cansadamente, se apoyó en el brazo de él y supo que se había equivocado porque ahora estaba atrapada y tendría que pasar el día en sus habitaciones.
Trahern vio a su hija acostada y arropada antes de despedirse y marcharse. Shanna no tuvo tiempo de levantarse porque en seguida llegó Berta, sumamente preocupada por su estado. La frente de Shanna fue nuevamente tocada, le miraron la lengua y le tomaron el pulso.
– No estoy segura, pero podría ser la fiebre. Estás un poco caliente. Creo que un poco de caldo y un té de hojas de laurel te harán bien.
Antes de que Shanna pudiera negarse, la mujer se retiró y poco después regresó con una bandeja con la infusión. Shanna se estremeció de disgusto cuando probó el té pero el ama de llaves le ordenó que bebiera todo el pocillo. Cuando por fin quedó nuevamente sola, hundió la cabeza en la almohada y golpeó la cama con los puños, llena de frustración.
– ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! -gimió. Llegó la tarde, pero la batalla interior continuaba. La mente de Shanna estaba agotada por la lucha y parecía yacer, dentro de su cráneo, completamente inmóvil mientras todos los argumentos la atravesaban por senderos bien trillados. La razón y la innegable lógica de sus propios motivos desaparecían bajo la abrumadora fatiga, mientras que la multitud de amenazas derivadas del hecho de que Ruark no había sido colgado la golpeaban hasta el atontamiento. Cansadamente, se sentó en una mecedora y apoyó la cabeza en el alto respaldo. Sabía con seguridad que no se veda libre de Ruark Beauchamp. Con cada día que pasaba él se volvía más audaz y cada vez que se encontraban la encaraba más abiertamente. Pocos motivos le quedaban para enorgullecerse de la forma en que había burlado la voluntad de su padre. De todos sus más allegados, Pitney era el único a quien no había engañado y las mentiras no la hacían feliz. La habían criado dentro del culto a la verdad y le habían enseñado a hacerle frente, y cada vez que cerraba los ojos, una visión de un rostro en penumbras detrás de la ventanilla enrejada la atormentaba y en sus oídos resonaba el aullido en la noche. Ya no podía seguir luchando. Tenía que librarse de este conflicto interior.
Con un sollozo, Shanna se arrojó sobre la cama. Su gemido de desesperación fue ahogado por la almohada..
– Está decidido. Está decidido. Cumpliré con el pacto. Me rendiré. Shanna cerró los ojos casi con temor, pero allí había una oscuridad suave y cálida. Entonces el sueño la envolvió como una. ola silenciosa y la sumió en un refugio de paz.
Hergus, la escocesa, era leal y de confiar. La mujer guió a Ruark en la oscuridad, deteniéndose a menudo para asegurarse de que él la seguía pero manteniéndose varios pasos adelante de él. Rodearon la casa de la plantación y tomaron un estrecho sendero que corría entre los árboles de la parte posterior. Pasaron por una cabaña sin uso y después por otra. El sendero atravesó un denso seto de arbustos y los llevó a un pequeño claro. Allí, en profundas sombras, había otra cabaña más grande y espaciosa que las demás. Una luz brillaba débilmente en una de las ventanas.
Ruark sabía que estas eran las casas de huéspedes de la mansión. Sin embargo, se las usaba muy poco pues la mayoría de los invitados preferían el lujo de la casa grande. Pero Ruark nada sabía del motivo por el cual lo habían ido a buscar. La mujer había llegado a su humilde cabaña y sólo dijo que era Hergus y que él debía venir con ella. El sabía que ella era miembro de la servidumbre de la casa de Trahern pero no pudo imaginar que el hacendado lo hiciera venir en esta forma tan discreta.
Su curiosidad despertó y siguió a Hergus vistiendo solamente sus calzones cortos Y sus sandalias. Ella 1o llevó hasta el porche de la cabaña y abrió la puerta para que él entrara. Después cerró la puerta y Ruark oyó sus pisadas que se alejaban. Desconcertado, Ruark miró a su alrededor un pequeño salón iluminado solamente por una única vela que lanzaba una luz apenas más brillante que la luna llena. El cuarto estaba costosa y cómodamente alhajado. La alfombra hubiera bastado fácilmente para pagar varias veces su libertad de la servidumbre.
Un sonido leve interrumpió el silencio y se abrió una puerta. Ruark miró sorprendido. Era Shanna y el nombre escapó de sus labios en una susurrada pregunta. Como un pálido fantasma nocturno, ella se adelantó. Vestía tina larga bata blanca y llevaba el cabello sujeto con una cinta de modo que caía sobre su espalda. Cuando habló lo hizo con voz ronca.
– Ruark Beauchamp. Bribón. Descarado. Asesino. Condenado a la horca. Me has vejado mucho estos últimos meses. Hablas de un pacto que yo desconozco. Pero yo 1o cumpliré y pagaré mi deuda a fin de que no tengas nada más que reclamarme. En esta forma seré libre. De modo que, como tú dice, por esta noche y hasta las primeras luces del amanecer, seré tu esposa. Después no quiero saber nada más contigo.
Ruark la miró con total incredulidad. Recorrió la habitación y bajo la atenta mirada de Shanna revisó la antecámara, el comedor y hasta detrás de los cortinados de seda. Se detuvo junto a ella y Shanna le devolvió la mirada con el mismo atrevimiento.
– ¿Y tu amigo Pitney? -preguntó él-. ¿Dónde se oculta esta vez?
– No está aquí. Estamos solos. Te doy mi palabra.
– ¡Tu palabra! -Su risa sonó con un tono despectivo-. Eso, Shanna, casi me asusta.
Shanna ignoró el mordaz comentario y señaló con la mano la puerta del dormitorio.
– ¿No vas a buscar debajo de la cama? Quizá tu hombría necesita un poco de aliento.
Ruark la miró, pensando en huir de ese lugar antes que se confirmaran sus peores temores. Pero la idea de ella entregándosele voluntariamente empezaba a dominado.
– Temo que el juego empiece una vez más -dijo roncamente- y ya he sobrevivido a tantas cosas que me inquieta el destino que puedes tenerme reservado.
Shanna rió suavemente, extendió una mano y lo acarició en la espalda, siguiendo sus músculos largos y poderosos. Ruark sintió que las rodillas se le debilitaban mientras esa mano lo tocaba y avivaba sus emociones. Apretó los dientes y exclamó:
– ¡Al demonio con las espinas!
Ella le acarició el ligero vello del pecho. Ruark se decidió. Ya vería ella a lo que la llevaba esta maniobra.
Empezó a desprender la bata y ella lo miró a los ojos y sonrió débilmente, mientras él terminaba de desabrochada. Shanna se alzó de hombros y la prenda cayó a sus pies, revelando lo que parecía un vestido griego antiguo. Un hombro suave y hermoso quedaba tentadoramente expuesto mientras que el otro estaba cubierto por los mismos lazos de seda que adornaban el vestido. El vestido no ocultaba nada y Shanna vio las intensas chispas de la pasión que se encendían en esos ojos dorados. Sus pechos llenos, maduros, tensaban la delicada tela de gasa que dejaba ver perfectamente los pezones pálidos, delicados, que sobresalían impúdicamente. Ruark sintió un nudo en la garganta y no pudo controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo. El ya se había percatado de que, debajo de todas sus ropas, Shanna era lo que soñaba todo hombre, una visión de incomparable belleza. Su piel relucía con el suave resplandor del satén y a través de la gasa del vestido él vio la curva interna de su cintura, sorprendentemente delgada, la seductora redondez de las caderas y la gracia exquisita de sus miembros.
– Tengo la intención -murmuró suavemente Shanna- de ser tu esposa en todo sentido, en cualquier cosa que tú desees.
La largamente contenida pasión de Ruark se encendió y fundió la cólera y dejó sólo una pequeña sospecha que roía el borde de su conciencia. A esto, también, lo descartó. Esta noche valía la pena correr todos los riesgos.
Sin embargo, no alcanzaba a comprender los motivos de ella. Pero sus ojos siguieron regodeándose con su belleza, buscando hasta los encantos más ocultos. Shanna se sintió devorada y le costó un esfuerzo de voluntad permanecer impasible bajo esos ojos hambrientos.
– Vamos -dijo ella con una voz que sonó extraña en sus propios oídos, y lo tomó de un brazo-. Tu baño está preparado.
Ruark se dejó conducir como un animal atontado al dormitorio, donde una cama grande ocupaba la pared más alejada. Junto a ella, sobre una: mesa, había un candelabro las llamas de cuyas velas se agitaban suavemente con la brisa que inflaba las cortinas de las ventanas. Había también en la mesa copas y botellones de cristal con varias bebidas. Un tul blanco y sutil estaba asegurado a los postes de la cama. Ruark vio que el cobertor y las sábanas habían sido doblados de modo que quedaban invitadoramente abiertos.
Shanna se detuvo junto a la tina. Cuando él se le acercó desde atrás, los ojos azul verdoso de ella se clavaron en los suyos y casi quedó abrumado por la proximidad de Shanna y por la fragancia dulce, exótica, que emanaba de ella.
– Pensé que te gustaría tomar un baño -murmuró Shanna-. Si no…
Ruark recorrió la habitación con la mirada pero no vio ningún lugar donde pudiera ocultarse algún atacante y ciertamente ninguno que pudiera esconder al corpulento Pitney. Las cortinas y las ventanas estaban abiertas y del exterior solamente llegaban los sonidos habituales de la jungla y la noche.
Devolvió la mirada a Shanna, quien esperaba pacientemente una respuesta.
– Tanto lujo podría adormecer mis sentidos -dijo él, quitándose las sandalias-. Pero probaré esta riqueza antes que caiga sobre mí cualquier desastre que me tenga reservado el destino.
– Todavía, no confías en mí -dijo Shanna, sonriendo suavemente, y tiró con sus dedos delicados del cierre de los calzones de él.
– Recuerdo nuestro último encuentro en Inglaterra -respondió secamente Ruark- y temo que otra interrupción como aquella pueda dejarme inútil para cualquier mujer.
Shanna pasó sus manos por las costillas de él pero mantuvo sus ojos fijos en los de él mientras él dejaba sus calzones sobre una silla.
– A la tina, mi impúdico dragón. Estoy aquí para cumplir con lo pactado y no debes temer nada de mí.
Ruark se metió en el baño tibio y se relajó un momento. Shanna le acarició suavemente un hombro y le ofreció una gran copa de brandy. Ruark vació la copa de un golpe. Shanna tomó la copa vacía, sirvió más brandy y se la ofreció nuevamente. Lo besó rápida y suavemente en los labios, como una mariposa que toca una rosa.
– Es mejor que bebas lentamente, amor mío, y que 1o saborees con plenitud.
Ruark apoyó la espalda en el borde de la tina, _erró los ojos y disfrutó de la sensación del agua tibia. Sus baños en el arroyo habían sido suficientes para la limpieza pero les faltaba comodidad y relajación. Ruark abrió un ojo y 1o que Shanna dejaba la copa a un lado.
– ¿De veras serás mi esposa?
Ella asintió.
– Solo esta noche.
– Entonces, frótame la espalda, esposa.
Le tendió una esponja y se inclinó hacia adelante. Shanna se acercó y empezó a enjabonarlo suavemente. Nuevamente pensó en un gato, esbelto, poderoso, y no pudo dejar de maravillarse ante la fuerza que yacía bajo sus manos. Curiosamente contenta con la tarea, Shanna enjabonó el cabello oscuro, 1o enjuagó, secó y cepilló. Le masajeó el cuello y los hombros para disolver toda fatiga que pudiera haber allí. Ruark no podía recordar otro momento de su vida en que se hubiera sentido tan a gusto.
Después ella le hizo apoyar la espalda contra el borde de la tina. Tomó una navaja y jabón y lo rasuró cuidadosamente. Para terminar, le pasó por la cara una toalla caliente.
– ¿Así hace una esposa? -preguntó Shanna, casi con vacilación-. He tenido muy poca práctica.
Ruark la miró a los ojos, la tomó de una mano y quiso atraerla hacia él pero ella se apartó y fue hasta la ventana abierta donde empezó a jugar con los flecos de las cortinas. Ruark se relajó para terminar su baño. Había captado la fugaz expresión de desconcierto en el rostro de Shanna y se preguntó qué extrañas circunstancias habían impulsado a la renuente mujer a llegar a esta situación. Ciertamente no había sido un ataque de él, porque él no pensaba arriesgarse a que lo apalearan o algo peor.
Shanna trató de dominar la vacilación que sentía y luchó contra las mareas de frialdad que surgían en su interior. Cuando su mirada se encontró con la de Ruark sintió un brusco choque, porque súbitamente comprendió que se acercaba rápidamente el momento para el cual había hecho todos estos preparativos. ¿Trataría él de vengarse cruelmente o se mostraría gentil? ¿Ella encontraría placer o dolor en brazos de él? Era demasiado tarde para volverse atrás. ¿Cómo pudo creer que un siervo, un colonial quien ya había demostrado que no era un caballero, respetaría su condición de mujer? ¿Cómo había podido ella entregarse tan temerariamente en manos de él?
Shanna se volvió al oír un sonido y vio que él salía de la tina.
¡Era demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!
Ruark había tomado una toalla y alcanzó a ver en los ojos de Shanna un relámpago de temor, antes de que ella pudiera ocultarlo. Se preguntó si ahora sufriría otra traición. ¿Huiría ella? ¿O llamaría a su corpulento acompañante? Ruark aguardó. Se sentía absolutamente vulnerable.
Shanna, ahora nerviosa, apartó la vista del hombre desnudo y se acercó a la cama para esperar. Ruark la observó receloso, se secó con la toalla y se le acercó. Los ojos de Shanna vacilaron bajo la mirada directa
de él. Súbitamente se sintió como una niña en un cuerpo de mujer plenamente madura.
Shanna echó mano a toda su determinación para hablar, pero la voz le salió aguda y débil.
– Ruark, quiero terminar con esto, quiero cumplir el pacto, se que tienes motivos para odiarme, pero, Ruark -le tembló el labio superior y lo miró con ojos llenos de lágrimas -por favor, no me hagas daño.
Ruark levantó un dedo y enjugó una lágrima que caía lentamente por la mejilla de ella.
– Estás temblando -murmuró asombrado.
Se volvió y arrojó la toalla a un rincón. Shanna dio un respingo y se preparó para el ataque de él, pero en vez de sentirse atacada oyó que él reía por lo bajo.
– ¿De veras me consideras una bestia, Shanna, un dragón dispuesto a hacerte daño? Oh, pobre Shanna, pobre niña atemorizada por los sueños. Este momento de amor no es un momento de tomar sino un momento de dar y compartir. Tú me das esta noche como yo te he dado mi apellido, libremente. Pero debo advertirte que acá puedes encontrar algo que te atará más eternamente que cualquier otra cosa en tu vida.
¿Se refería él a un hijo? Shanna arrugó el entrecejo y le volvió la espalda. Era una posibilidad en la que apenas había pensado… Y si… Ruark la abrazó con infinita delicadeza y ella 1o olvidó todo. Sabía que tenía que mostrarse cuidadoso a fin de que el temor de ella no destruyera el momento, pero ello le exigía un enorme esfuerzo de voluntad. Shanna acalló sus dudas y superó la tensión y la resistencia de su cuerpo pensando que él era, por 1o menos por esa noche, su esposo y que todo habría terminado con el amanecer y ella quedaría libre de él.
Levantó hacia un lado su dorada cabellera y le ofreció a él un hombro. Los largos dedos de él desataron los lazos de seda hasta que el vestido cayó alrededor de los pies de ella. La piel de Shanna contrastaba contra la más oscura de él como una perla traslúcida sobre un lecho de tierra tibia. Una vez más él la rodeó con sus brazos desde atrás y la atrajo contra su pecho. Shanna sintió el contacto duro y viril de él y cerró los ojos, mientras él le pasaba los labios por el cuello y el hombro. Empezó a acariciarla lentamente, a masajearle los pechos y pasarle las manos por el vientre. Una cálida marea de cosquilleante excitación la inundó. Sentía frío y calor y temblaba. Su mente giraba enloquecida y olvidó de repetirse que él era su esposo por esa noche.
Se le escapó un suspiro y apoyó la cabeza hacia atrás, en el hombro de él. Su cabello cayó sobre el brazo de Ruark. Los labios de él se apoyaron en su boca, posesivos. La hizo volverse y se unieron como hierros al rojo, ahora con besos feroces, salvajes, devoradores mientras las lenguas entraban una en la boca del otro con hambrienta impaciencia. El le acarició la espalda y la atrajo con más fuerza. La pasión de Ruark rugía voraz y el fuego del deseo ardía descontrolado en su interior.
Ruark apoyó una rodilla en la cama, la empujó suavemente y quedaron tendidos sobre las sábanas. Su boca abierta, caliente y húmeda, quemó los pechos de Shanna y sus blancos dientes la mordieron suavemente en la cintura y en la sedosa piel del vientre. Shanna cerró los ojos, casi sin aliento, completamente dúctil bajo las caricias de él. Con los ojos ardientes y llenos de deseo, Ruark descendió sobre ella, le separó los muslos y entró profundamente en ella. Shanna movió se para recibir la firme penetración, su cuerpo de mujer reaccionó instintivamente a esta nueva, indescriptible, arrolladora sensación que palpitaba en su interior. El placer aumentó tan intensamente que ella se preguntó, enloquecida, si podría tolerarlo.
Fue, un mágico, apabullante, hermoso estallido de éxtasis que la hizo arquearse contra él con un ardor tan intenso como el de Ruark. El salvaje éxtasis creció entre ellos hasta fusionarlos en el caldero de la pasión. Apretada fuertemente contra él, como si los dos quisieran convertirse en uno solo, Shanna sintió los latidos del corazón de Ruark contra sus pechos desnudos y oyó en su oído la respiración anhelante y ronca de él.
El tiempo pareció convertirse en una eternidad antes de que Ruark levantara la cabeza. Shanna lo miró con ojos dilatados y con una expresión de asombro.
– ¿El dragón te ha hecho feliz, amor mío? -preguntó él.
La besó suavemente, tiernamente, y Shanna respondió con besos rápidos, fugaces.
– Sí, mi dragón, Ruark, mi hombre feroz y bestial, tú exigiste que se cumpliera el pacto pero el premio no fue solamente tuyo. Ruark le acarició el cabello en desorden y pasó su boca por la esbelta columna del cuello de Shanna, saboreando la exótica fragancia que parecía ser parte de ella, ese perfume que 1o había obsesionado cuando estaba en la cárcel, en todas sus horas de vigilia, en todos los minutos de sus sueños.
– Estás arrepentida, amor mío? -preguntó él roncamente.
Shanna negó con la cabeza y extrañamente no le mintió. Todos los remordimientos que había esperado, todos los sentimientos de culpa que había imaginado que la atormentarían, no estaban allí. Más la asustaba la extraña sensación que sentía en brazos de él, como si fuera allí donde tenía que estar, tal como el mar está sobre la arena o el árbol sobre la tierra. Sí, esa sensación de realización la turbaba más que lo que jamás hubiera podido hacerla la culpa. Shanna llevó su mente por un sendero diferente. Era el cumplimiento de su palabra lo que satisfacía a su conciencia, nada más. Le rodeó el cuello con los brazos y fue como seda deslizándose contra la piel de él. Shanna rió suavemente y mordió con suavidad el lóbulo de la oreja de Ruark.
– ¿Ahora estás conforme, Ruark? -preguntó.
Ruark entreabrió los labios contra los de ella, y respondió:
– Sí, amor mío. Por las noches que pasé despierto pensando en ti y torturándome, por los días en que no pude sacarte de mi mente, por las torturas que he sufrido sabiéndote cerca y siendo incapaz de verte, de tocarte. Sí, he saboreado la rosa. -Arrugó el entrecejo-. Pero como el loto, profundamente dentro de esta flor hay una semilla que se apodera de la mente. -La miró a los ojos-. La noche aún no ha terminado, Shanna.
Gentilmente, ella pasó los dedos por el ceño de él y las arrugas desaparecieron.
– Por esta noche -murmuró- yo soy tu esposa.
Shanna se llevó la mano de él a sus labios y besó lentamente los nudillos delgados y oscuros mientras los dos se miraban a los ojos. Ella mostró unos dientes pequeños y perfectos en una sonrisa traviesa antes de clavados suavemente en el dorso de la mano de él.
– Por todas las horas que me has atormentado, mi dragón Ruark, haré que venga a rescatarme algún gallardo caballero. Has abusado perversamente de esta doncella en desgracia.
Ruark la miró con expresión de duda.
– ¿Entonces me consideras el terrible dragón de tus pesadillas, querida mía? ¿Seré expulsado por tu caballero de plata? ¿Y en verdad, amada, he abusado perversamente de ti? ¿O me he atrevido a tratarte como a una mujer y no como a una altanera dama encaramada en un pedestal, una reina virgen a quien ningún mortal puede tocar?
Shanna lo miró con los ojos entrecerrados.
– ¿Entonces, Ruark Beauchamp, por fin admites que soy una mujer? -preguntó.
– Sí, eres una mujer, Shanna -replicó Ruark roncamente-. Una mujer hecha para el amor y para un hombre, no para sueños de caballeros y dragones y damiselas en desgracia. Si yo soy tu dragón, Shanna, que se sepa que tu caballero de brillante armadura no podrá someterme fácilmente.
¿Estás amenazándome, monstruoso dragón? -Los ojos azul verdoso lo miraron casi asustados.
– No, Shanna, amor mío -susurró él-. Pero es que yo tampoco creo en fábulas.
Se apretó contra ella y su cuerpo respondió al contacto de la piel de Shanna. Su boca entreabierta le buscó los labios. Sus respiraciones se fundieron en una. Shanna perdió su último contacto con la realidad. Su mundo se sacudió locamente ante la urgencia salvaje de los besos exigentes de él y sintió se arrastrada al centro de una violenta tormenta de pasión. El bajó, una mano y la cerró alrededor de la suave redondez de un pecho antes de que su boca la siguiera. Shanna contuvo el aliento mientras volvía a sentirse inundada por el placer. Los besos ardientes, hambrientos de él cubrieron su carne desnuda y a la luz vacilante de la vela el cabello de él brilló como una mancha de satén negro contra la piel clara de ella. El cabello de Shanna extendiese sobre la almohada en relucientes ondas y sus ojos adquirieron un extraño, profundo tono de azul humoso. Fue nuevamente de él y sintió se inundada de felicidad.
En un momento de más calma, Ruark se separó un poco y se recostó contra la cabecera de la cama.
Sirvió una copa de Madeira de la botella que estaba sobre la mesa de noche y se la ofreció a ella. -Compartiremos una copa -dijo, y la besó en el cuello.
Shanna apoyó una mano en el pecho de él para detener el vertiginoso torbellino que rugía en su interior, y le respondió cuando los labios de Ruark encontraron los de ella.
Probaron el vino como amantes, bebiendo del mismo punto de la copa y en seguida besándose mientras el sabor persistía en sus bocas. El la devoraba con los ojos, bebía su belleza, la tocaba en todas partes. Su mano se movía audazmente, le acariciaba los muslos, trazaba intrincados dibujos sobre la piel de su vientre. Sus pechos llenos, tentadores y terminados en puntas rosadas, temblaban bajo las suaves caricias.
Shanna lo acariciaba con igual delicadeza. Sus dedos siguieron la línea media del vientre de él recorriendo la línea de vello que descendía desde la suave pelambre del pecho y nuevamente las ascuas de la pasión se convirtieron en llamas devoradoras.
Durante un tiempo durmieron y fue para ambos un sueño natural, sin perturbaciones. Shanna no soñó con lo que hubiera podido perderse y Ruark no tuvo pesadillas con lo que estaba seguro que se había perdido. Sintiendo esa varonil tibieza junto a ella, Shanna despertó de las profundidades del sueño y levantó la cabeza para mirar a Ruark. El yacía de espaldas, con un brazo a través de su cintura y el otro bien separado del cuerpo y su pecho subía y bajaba con la respiración lenta y regular. Shanna no pudo resistir la tentación y pasó la mano por el suave vello del pecho de. él. Con algo parecido al asombro, acarició las costillas y quedó sorprendida por la dureza de los músculos de la cintura. Entonces un dedo le tocó el mentón y lo levantó hasta que ella quedó mirando directamente esos suaves ojos ambarinos. Ahora no sonreían; la miraban con tal intensidad que ella casi se sobresaltó. Quedó sorprendida por su propio abandono porque se apretó contra él y respondió con ardor a la renovada pasión de él. Suspiró cuando él le besó los pechos y con sus manos estrechó contra ella la cabeza de él. El le pasó las manos debajo de los muslos y la levantó hacia él, y nuevamente saborearon la plena felicidad de la unión.
Mucho más tarde, Shanna yacía sobre el pecho de él con su mejilla apoyada en el cuello de Ruark. Las ventanas de la habitación se abrían hacia el este y allí ambos pudieron ver los primeros resplandores rosados que precedían al amanecer. Con un suspiro, Shanna se levantó. Ruark la observó en silencio mientras ella metía los pies en un par de zapatillas, se ponía el vestido y se cubría con la bata. En la puerta, ella se apoyó en el marco y lo miró.
– El pacto ha sido cumplido. -Su voz fue tan baja que Ruark apenas pudo oírla.
Shanna se volvió rápidamente y se marchó. Ruark se sentó en el borde de la cama y escuchó el sonido de las pisadas de ella que se alejaban hacia el porche. Su voz, también, rompió suavemente el silencio.
– Sí Shanna, amor mío, el pacto ha sido cumplido. ¿Pero qué hay, entonces, de los votos que intercambiamos?
Shanna estaba nuevamente animada y alegre, aunque en la noche pasada había dormido muy poco. Era como si la hubieran aliviado de una pesada carga y admitió sinceramente que el cumplimiento del pacto y la restauración de su honor habían obrado maravillas. Ruark no podría exigirle más, no importaban los razonamientos que intentara. El asunto pertenecía al pasado. Ella estaba libre. Había sido un interludio delicioso pero ahora estaba terminado. Shanna podría dedicar su mente a cosas más importantes.
En la actividad del día, Ruark desapareció de su mente. Sentíase alegre, dichosa y eficiente. Por la tarde, su padre hizo de juez para algunas de las querellas que surgían entre su gente. Shanna estuvo a su lado, tomando nota y aconsejando. Después hubo una inspección de los depósitos y los informes de varios administradores fueron debidamente registrados. La cosecha había sido abundante y grandes barriles ron negro y de los más ligeros dorados y blancos estaban apilados en grandes montones, listos para ser embarcados. Balas de cáñamo en bruto traído de otras islas llenaban varios depósitos. Había barriles de añil, muy apreciado por el rico tinte azul que proporcionaba, y una amplia variedad de tabacos, algodón nativo, lino y otras materias primas que Inglaterra necesitaba para sus fábricas.
Shanna y su padre compartieron la cena y ella se retiró con la conciencia tranquila y rápidamente se durmió. El día siguiente pasó en forma muy similar y su noche de pasión quedó olvidada en medio de la actividad.
El quinto día amaneció como los otros pero pronto empezó a nublarse y a soplar brisas caprichosas. Shanna y su padre, en el birlocho, recorrieron las colinas. Trahern decidió abruptamente visitar el lugar donde se construía el nuevo trapiche para verificar el adelanto de los trabajos.
Un extraño sonido temblaba en el aire mientras se acercaban al lugar un golpe sordo, pesado, se producía con intervalos de un minuto y cuando dieron vuelta en un recodo del camino vieron el origen del ruido. Troncos alisados de árboles estaban siendo clavados en el suelo por una gran roca que era elevada por poleas tiradas por varias mulas y a la que después se dejaba caer sobre los troncos.
El carruaje se detuvo y Trahern observó, sorprendido. El mecanismo era bastante sencillo. Sólo había sido necesaria una inteligencia despierta para hacerlo funcionar. Shanna hubiera podido nombrar al inventor antes de que el capataz llegara a recibirlos acompañado por el hombre. Ruark se acercó al birlocho por el lado donde estaba el padre de ella y ante las preguntas del hacendado empezó a explicar cómo los troncos soportarían el peso de enormes rodillos cuando el trapiche estuviera terminado y cómo los rodillos se encargarían de extraer el jugo de la caña de azúcar.
– El único problema es que el herrero tiene bastante trabajo para hacer las partes de hierro cómo le ha indicado el señor Ruark, señor Trahern -dijo el capataz, señalando con su sombrero hacia donde se desarrollaba el trabajo-. Si el hombre termina a tiempo, tendremos todo listo para cuando llegue la siguiente partida..
Trahern estaba escuchando las explicaciones del capataz cuando Shanna levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ruark. Una lenta sonrisa dibujóse en los labios de él, y la misma transmitió una extraña nota de confianza, sin amenazas, sin burlas, sin desprecio. Sólo una sonrisa que por alguna razón la turbó más de lo debido. Ella inclinó la cabeza en un fugaz saludo y volvió la cara hacia el otro lado, en 1o que esperó que fuera una clara demostración de rechazo. Su padre hizo una pregunta, pero la respuesta de Ruark no fue oída por Shanna, cuya mente se apartaba de este contacto.
Momentos más tarde reanudaron el paseo hacia la aldea y después hacia la casa. El incidente quedó olvidado y ella se sentía nuevamente libre de toda preocupación a la hora en que sirvieron la cena. Pitney se les unió y después él y el hacendado iniciaron una partida de ajedrez.
Shanna, sintiéndose satisfecha con 1o realizado durante el día, se retiró a sus habitaciones y rápidamente se durmió. Era aproximadamente una hora después de la medianoche cuando despertó de pronto y por completo y quedó mirando la oscuridad de su habitación. Una suave brisa agitaba las hojas de los árboles y las nubes, densas y bajas, daban a la noche una negrura extraña. Entonces comprendió qué la había despertado. Había conocido el calor de un cuerpo muy cerca de ella, labios ardientes que separaban los de ella y brazos que la estrechaban apasionadamente. Había sentido el contacto de una mano en sus pechos, suaves caricias en sus muslos y la virilidad dura y caliente de un hombre entre ellos.
Su confusión le venía de la intensa sensación de deseo que ahora le recorría el cuerpo. ¿Qué hechizo le había hecho Ruark que ella deseaba unirse nuevamente con él? Estaba sola en su cuarto pero tuvo la seguridad de que si él hubiera estado allí ella se le habría entregado, le habría exigido que le diera 1o que tanto ansiaba. Nunca se había sentido tan mujer como cuando jugó a ser su esposa. Aun ahora, mientras yacía en su cama en la habitación a oscuras, se sorprendía de que ningún sentimiento de culpa por esa noche, o por los deseos que ahora experimentaba, la atormentara. El recuerdo de aquella noche de amor, dejado añejarse y fermentar en su cuerpo de mujer, ahora resultaba más embriagador. No podía resistirse a las excitantes evocaciones y el recuerdo de los momentos que había compartido le causaba vértigos.
– Es nada más que un hombre -susurró en la oscuridad-. No tiene nada especial que no tengan otros. Encontraré un marido y con él compartiré las mismas sensaciones.
Cantidades de pretendientes sin rostro que Shanna había rechazado disgustada aparecieron ante su mente. Ninguno pudo despertar una sola chispa de fuego en su sangre, pero cuando en medio de esos rostros olvidados apareció la cara atezada de Ruark, el corazón de Shanna empezó a latir con una dulce violencia que la conmovió hasta el fondo del alma.
– ¿Por qué tiene que ser ese colonial el único capaz de excitarme? -siseó en medio de las sombras. Estaba furiosa consigo misma por haber permitido que él entrara nuevamente en sus pensamientos-. ¡No, 1º rechazaré! ¡El pacto está cumplido! ¡Nada más habrá entre nosotros dos!
Por más que se esforzó para poner toda su determinación en esta promesa, la misma le sonó hueca y cuando volvió a dormirse no tuvo el sueño tranquilo que había disfrutado antes.
A la mañana siguiente Shanna se reunió con su padre en el comedor y vio, por los platos usados, que otras dos personas habían desayunado con él. Trahern la saludó y pareció apresurado por terminar su comida.
– Hoy no es necesario que vengas conmigo, Shanna -informó él, mientras bebía una taza de fuerte café negro.
Shanna nada dijo sino que miró a su alrededor. Sentía una extraña presencia en la habitación y entonces vio un pequeño plato de porcelana junto a uno de los platos grandes, donde había un montoncito de cenizas negras de una pipa.
– El señor Ruark estuvo nuevamente aquí -dijo ella bruscamente, segura del hecho.
– Ajá -respondió su padre-. Pero no tienes que preocuparte, hija. Se ha marchado. En realidad -Orlan se limpió los labios con una gran servilleta, se levantó y tomó su bastón y su sombrero que le ofrecía Milán acabo de aumentarle nuevamente la paga, y como estimo que necesito tenerlo más cerca, le he dicho que escogiera una de las cabañas.
– Trahern soltó una risita-. El escogió la mejor, la que está más lejos, bajo los árboles. Trahern la miró un momento y su voz fue apenas un poco más firme cuando agregó: -Como señora – de mi casa, por supuesto, tú te ocuparás de que la cabaña esté presentable.
Shanna lo miró fijamente, temerosa, tratando de encontrar algún significado oculto en las palabras de su padre. No captó ninguno, asintió con la cabeza y dijo:
– Enviare a los sirvientes allí.
Su padre se puso el sombrero con algo de irritación.
– Espero que no hagas más desprecios a ese hombre. Tu disgusto hacia él es evidente, pero él me es extremadamente valioso y espero persuadirlo a que se quede con nosotros después de que haya pagado su deuda. Esta noche vendré a comer temprano.
Trahern se detuvo en el vano de la puerta y miró a su hija con una sonrisa, como si quisiera suavizar sus últimas palabras.
– Buenos días, hija -dijo.
Shanna quedó largo? rato mirando a su padre que se alejaba pero en su mente sólo veía la silueta esbelta y atezada de Ruark tendido sobre la cama.
"¡El estará aquí, en el lecho que compartimos! ¡Nuevamente usará el baño! “Una multitud de visiones le llenaron la mente, con una más brillante que las demás: la del alto dosel de la cama sobre ellos, mientras en su interior estallaba el intenso placer.
Si Milán hubiera regresado en ese momento la habría visto con el rostro encendido y los ojos distantes y soñadores.
La cabaña fue alistada y Ruark trasladó sus espartanas pertenencias a su nueva morada esa misma noche. Hizo uso de la tina de bronce y disfrutó de un baño caliente, mientras se entretenía con visiones de Shanna, envuelta en gasas blancas, que se inclinaba para susurrarle al oído, que se detenía, tímida como una criatura, junto a la cama, y que después se le entregaba desnuda y trémula en esplendoroso éxtasis.
Ruark se puso después sus cortos calzones y recorrió las habitaciones, abrió armarios y arcones vacíos, hojeó libros, siempre tratando de encontrar algo para distraer su mente. No lo logró porque nada podía hacerle olvidar a Shanna.
El día amaneció claro y radiante. Shanna despertó temprano de su inquieto sueño, cuando la luz invadió su dormitorio. Como acostumbraba levantarse tarde, no estaba Hergus para atenderla y ella misma arregló su cabello como pudo, mirándose al espejo pero sin pensar en lo que hacía. Después se puso una bata que ató flojamente alrededor de su cintura. Cuando dejó sus habitaciones no sabía adónde iría.
Empezó a bajar lentamente la escalera y había llegado a la mitad cuando oyó voces masculinas en el hall de entrada y reconoció la risa grave, profunda de Ruark en respuesta al jovial saludo del criado. Shanna se detuvo. Sus ojos perdieron la expresión distraída y ella, ahora muy atenta a lo que la rodeaba, escuchó el tono rico y confiado de la voz de Ruark y las sílabas entrecortadas de Jasón.
– El señor bajará en seguida, señor Ruark. ¿Quiere tomar asiento en el comedor y descansar mientras lo espera?
– Gracias, Jasón, pero aguardaré aquí en el hall. De todos modos, he llegado temprano.
– El señor Trahern querrá verlo cómodo, señor Ruark. Bajará de un momento a otro. Nadie se levanta más temprano que él. El señor Trahern ha trabajado duramente toda su vida y no parece dispuesto a cambiar. Yo estaré en la cocina, señor Ruark. Llámeme si me necesita.
Shanna escuchó el sonido de las pisadas de Jasón que se alejaba y después se inclinó contra la balaustrada y miró hacia el hall. Con su atuendo habitual de camisa blanca y pantalones cortos, Ruark estaba de pie frente al retrato de Georgiana y Shanna tuvo curiosidad por saber cuáles serían sus pensamientos. Había habido mucho parecido entre la madre e hija, aunque el cabello de Georgiana había sido más claro y los ojos habían sido de un color gris suave y sonrientes. Shanna se preguntó si Ruark la veía a ella en la imagen pintada al óleo de su madre, o si solamente estaba admirando el retrato.
Shanna no se dio cuenta de haber hecho ningún ruido, pero en ese breve espacio de tiempo algo sucedió entre ellos y Ruark se volvió y levantó la vista hacia la escalera, como si supiera que ella estaba allí. Shanna fue sorprendida y no pudo huir sin menoscabo de su dignidad. Aguardó mientras él, con paso mesurado, llegaba hasta el primer escalón y apoyaba allí su pie calzado con una sandalia. La miró y pareció tocarla con sus ojos en todo el cuerpo.
– Buenos días -murmuró él y su voz fue como una suave caricia.
– Buenos días, señor. -El tono de ella fue animoso y jovial, casi jocoso-. ¿Se quedará usted a desayunar?
– ¿Tú bajarás? -dijo él con expresión de interrogación, pero más pareció un ruego que una pregunta.
Shanna bajó la vista hacia su atuendo, lo señaló y repuso: -Papá no lo aprobaría estando tú aquí.
– Cámbiate de ropa, entonces -dijo Ruark-. Pero baja. ¿Vendrás?
Shanna asintió silenciosamente y en la cara de Ruark se dibujó una sonrisa radiante. Miró impúdicamente la bata entreabierta y la recorrió atrevidamente con la mirada.
– Pese a la opinión de tu padre, Shanna, yo apruebo ardientemente tu atuendo. Esperaré.
Abruptamente, sin dejarle tiempo para replicar, él se volvió y regresó donde había estado antes. Un momento más tarde la voz de Trahern llegó desde parte de la mansión -y Shanna subió apresuradamente la escalera.
De regreso en su dormitorio, Shanna revisó su guardarropa en busca de un vestido adecuado. Poco después llegó Hergus y la encontró entre una pila de vestidos descartados. Finalmente se decidió por uno de mangas abollonadas y amplia falda de delicado linón amarillo. El largo cabello veteado de dorado fue arreglado de modo que caía hacia atrás entre lazos de cinta amarilla.
Shanna entró en el comedor como una fresca brisa de primavera. Ruark rápidamente se puso de pie y le sonrió. El saludo de Trahern fue más abrupto. Había pasado su vida trabajando para hacerse de una fortuna, sin conocer las despreocupadas alegrías de la juventud. No había tenido un solo momento de frivolidad y en todo trataba de ver un propósito o una ventaja. Esto le ocasionaba cierta dificultad para comprender a su hija. Para él, ella carecía de objetivos aparentes en su vida y se contentaba con vivir sin marido y, por lo tanto, sin hijos. Ciertamente, ella parecía encontrar más placer en cabalgar sobre el lomo. de Attila o en dejarse mecer por las olas.
– Tengo que hablar de negocios, hija. No vengas a darte aires y siéntate.
Ruark se apresuró a apartar una silla para ella. Shanna sonrió agradecida y cuando Ruark volvió a sentarse, Trahern gruñó, ceñudo: – ¡Bah! ¡Jóvenes! ¡Pierden la cabeza ante cualquier cara bonita! Ruark enarcó las cejas y comentó:
– Señor, si ella no fuera su propia hija, no dudo que también usted perdería la cabeza..
Shanna replicó suavemente: -Sus lisonjas me halagan mucho, señor Ruark. -Dirigió la vista hacia su padre y levantó su hermosa nariz, como si estuviera profundamente ofendida-. Ciertamente, es raro que aquí se me dirijan palabras de elogio.
– ¡Ja! -ladró Trahern-. Si yo añadiera leña a ese fuego, ardería toda la isla. Ahora, con tu permiso, hija mía, ¿podemos hablar de nuestros asuntos?
– Pero por supuesto, papá. -Shanna levantó los ángulos de su boca y los ojos se le llenaron de picardía-. Dios no permita que yo interfiera con los negocios.
– ¡Maldición, si eso es precisamente lo que acabas de hacer! Ruark sonrió detrás de su taza de té y después de un momento logró ponerse serio.
– ¿Me repite su pregunta, señor? Temo que he perdido el hilo de nuestra conversación.
– ¡Hum! – Trahern se volvió hacia su invitado-. La repetiré una vez más. Acerca del trapiche. ¿Será 1o bastante grande para recibir la producción de todas las otras islas de los alrededores?
Ruark asintió y la conversación derivó hacia detalles del mismo tema. Shanna empezó a comer lentamente su desayuno mientras observaba disimuladamente a Ruark por el rabillo del ojo. La forma en que él hablaba de temas que a ella le eran completamente ajenos la fascinaba y le permitía apreciar la inteligencia que tanto intrigaba a su padre.
Esa tarde, en el salón, Trahern expresó sus esperanzas acerca del hombre, John Ruark.
– Como en mi vida he sido más un comerciante que un plantador, Shanna, no es necesario decirte que necesito una persona con conocimientos para que me aconseje acerca de cosechas y trapiches. Desde que el señor Ruark ha venido aquí, mucho ha hecho para incrementar nuestra fortuna. Cuando yo ya no esté, necesitarás alguien de confianza para que te guíe en esas cuestiones. Tú has estado mucho tiempo ausente y como yo soy un viejo no viviré lo suficiente para enseñarte todo lo que deberías saber. El señor Ruark puede aconsejarte muy bien y yo espero que tú se lo permitas.
Shanna se retrajo interiormente. Eso era lo que necesitaba, que Ruark se convirtiera en su consejero y hasta que tuviera derecho a aprobar a sus pretendientes. Seguramente, tendría que terminar sus días como viuda. Mentalmente suspiró, pero el sonido se le escapó.
– Pareces disgustada por mi sugerencia, hija. ¿Por qué te desagrada tanto el hombre?
– Papá -Shanna le tomó una mano y le dirigió una sonrisa fugaz y melancólica-, yo sólo quiero ser dueña de mi propio destino. No tengo intención de someterme a ese individuo.
Trahern abrió la boca para imponer su voluntad, pero ella se inclinó y le puso gentilmente un dedo sobre los labios. Le sonrió con los ojos y bajo esa mirada el viejo Trahern se ablandó. Shanna habló, casi en un susurro:
– Papá, no discutiré contigo y nunca volveré a hablar de eso. Lo besó rápidamente en la frente y se retiró entre un ondular de sedas. Trahern permaneció en su silla, preguntándose sorprendido cómo era posible que hubiera perdido una discusión y disfrutara de ello.
CAPITULO NUEVE
El viento traía el anuncio de tormenta en forma de olas pequeñas y coronadas de espuma mientras el sol se ocultaba y las sombras invadían el día. La noche descendía con su manto negro y frescas brisa barrían la isla y arrastraban los delicados aromas de la enredadera florecida que trepaba en el balcón de Shanna.
Por fin ella observó críticamente su imagen en el espejo y frunció ligeramente el entrecejo al pensar que tendría que mostrarse ingeniosa y amable ante los invitados a la cena cuando su mente estaba sumida en la confusión. Todo la disgustaba y hasta la perfección de su belleza, regiamente ataviada en rico satén color marfil y costosos encajes, no conseguía cambiar su mal humor y su descontento.
Desapasionadamente, seguía con la vista fija en el espejo mientras Hergus alisaba cuidadosamente las elaboradas trenzas de su peinado adornadas con sartas de perlas.
Shanna acomodó el escote cuadrado, bordeado también con lustrosas perlas. El vestido se ajustaba sobre las deliciosas curvas y parecía que sólo por milagro no revelaba las suaves puntas rosadas de sus pechos.
– Se ve estupenda, señorita -dijo Hergus.
Shanna era una de esas raras beldades que nunca se ven mal. Hasta por la mañana temprano, con el cabello en desorden y los ojos cargados de sueño, irradiaba una sensualidad que hubiera hecho hinchar el corazón de un marido, de orgullo si no de lujuria.
La escocesa gruñó con desaprobación.
– Al señor Ruark le será difícil apartar la mirada de ti aunque esté tu padre. Ajá, harás hervir la sangre de ese hombre. -Hergus suspiró-. Pero supongo que eso es lo que te propones pues has elegido este vestido sabiendo que él estará allí.
– Oh, Hergus, no me sermonees -rogó Shanna-. En los salones franceses las damas se presentan con mucho menos que esto. ¡Y ciertamente, no he elegido este vestido por complacer al señor Ruark!
– ¡Claro! ¿Por qué ibas a hacerlo? -dijo Hergus, en tono de chanza.
– Basta, Hergus. Has estado insistiendo con eso desde que te envié a buscar al señor Ruark a su cabaña. Es hora de que hables de una vez sin reservas.
Hergus asintió con firmeza.
– Ajá -dijo- eso es lo que haré. He estado con usted desde que era una criatura y la he cuidado aunque yo misma no era más que una niña. La he visto crecer y convertirse en la cosa más hermosa que un hombre pueda imaginar. He estado a su lado en las buenas y en las malas. Me he puesto de su parte cuando su padre quiso casarla con un apellido en vez de un hombre. Pero no puedo entender que se escabulla como una ramera para encontrarse subrepticiamente con el señor Ruark. Ha tenido la mejor educación y los mejores cuidados. Todos hemos deseado lo mejor para usted, hasta su papá, por más empecinado que sea. ¿No entiende que necesita casarse y tener hijos? Oh, yo puedo entender el amor. Cuando era muchacha estuvo mi Jaime y llegamos a estar prometidos, pero él fue apresado en uno de los barcos de Su Majestad. Mis familiares murieron y yo tuve que conseguir trabajo para sostenerme y nunca volví a ver a mi Jaime aunque pasaron muchos años. Y comprendo que esté usted prendada del señor Ruark pues él es guapo y más hombre que cualquiera de los que osaron cortejarla. Pero lo que hace está mal. Usted lo sabe, señorita. Renuncie a él antes de que su padre lo descubra y la obligue a casarse con algún lord viejo y baboso.
Shanna gimió irritada y caminó hasta el otro extremo de la habitación. No podía confiarse en la mujer por temor a que si su padre se enteraba y la despidiera. Pero la reprimenda de Hergus la fastidió.
– No hablaré más del señor Ruark -declaró con determinación.
La doncella insistió, decidida a poner algo de buen sentido en esa hermosa cabeza.
– ¿Y si tiene un hijo de él? ¿Qué diría su padre de eso? Haría castrar al señor Ruark y usted nada podría hacer para evitado.
Ajá, sería la madre de un hijo de él, pero no ha pensado en eso ¿verdad? ¿Por qué? -insistió Hergus-. Espera que no quedará encinta de él. Ah, muchacha, está engañándose. El es todo un hombre. El pondrá su simiente en usted y usted se hinchará como un melón y no tendrá marido.
Shanna se mordió el labio para contener el flujo de palabras que amenazaba con salir de su boca. Era raro que permaneciera callada ante una reprimenda porque tenía una lengua rápida y respondona para cualquiera, con la única excepción de su padre.
– Si ya no ha sucedido, será solamente cuestión de tiempo. ¿Quiere poner fin a esta insensatez, antes que sea demasiado tarde? Si no puede hacerlo, entonces iré yo y le pediré a él que la deje. Aunque dudo de que lo haga, pues está loco por usted y no le importa arriesgar su vida. El será quien sufrirá más si su padre llega a enterarse.
Hergus se llevó las, manos a la cabeza, levantó los ojos al cielo y exclamó:
– ¡Ah, qué vergüenza! Y usted, una viuda tan reciente. ¡Su propio marido, el pobre, apenas enfriándose en la tierra y usted retozando con un plebeyo siervo! ¡Oh, qué vergüenza!
– ¡Basta! esto ha terminado! -gritó Shanna-. Ya no lo veré más.
Hergus la miró con los ojos entrecerrados. -Eso dice ahora, ¿pero es sincera?
Shanna asintió vigorosamente. -Sí, es verdad. No volveré a acostarme con él. Está terminado Hergus se irguió satisfecha.
– Es lo mejor para los dos. Encontrará un hombre del gusto de su papá y tendrá hijos. Olvidará al señor Ruark.
Shanna quedó mirando la puerta cerrada mucho después que Hergus se retiró y preguntándose si realmente esta relación con Ruark estaba terminada. Sí, Ruark, tan confiado en sus habilidades. El conocía mejor que ella los secretos de su cuerpo de mujer. ¿Con cuántas doncellas inocentes se había acostado para adquirir tanta experiencia? ¡El vulgar descarado! ¿Era eso el azúcar que ella tenía que tomar de su mano? ¿Creía él que ella acudiría corriendo cuando le silbara?
Su mente se rebelaba. Ella no era una bestia tonta para dejarse domar por un hombre y acudir a su llamado.
– ¿Acaso cree que me tiene dominada -siseó para sí misma- y que yo iré a implorarle sus favores como una de esas remeras vulgares que él encontraba tan dispuestas en las tabernas de mala reputación?
Súbitamente recordó a Milly, quien lo miraba con la boca abierta, como aguardando cualquier pequeño bocado que él se dignara concederle. ¿A cuántas otras mozas de la isla había seducido?
– Ajá, dragón flamígero, si crees que puedes llevarme con una traílla, sentirás mis uñas en tu escamosa piel. – Entrecerró los ojos llena de venenosos pensamientos-. Ven aquí, mi dragón Ruark, y te enseñaré las trampas que puede tenderte la rosa espinosa. Te tendré arrastrándote a mis pies antes que termine esta noche, implorando una migaja de mi bondad.
Decidida, con su objetivo claramente delineado en la mente, Shanna reacomodó el escote de su vestido y se puso un poco de perfume en el profundo valle entre sus pechos y detrás de cada oreja.
– Quizá permitiré que me toque murmuró astutamente, y ante ese pensamiento sintió que una excitación quemante le recorría los pechos-. Ajá, saldré sola al porche y conociendo al impúdico canalla, sé que él me seguirá con cualquier excusa. -Saboreó la escena en su imaginación y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras sus ojos refulgían como los de un impío duendecillo-. Me mostraré dispuesta… por un tiempo y después me ofenderé y lo rechazaré. Entonces él implorará, rogará que lo trate con más consideración.
Pero primero lo haría avergonzarse hasta los tuétanos por su salvaje indumentaria ante los oficiales de la fragata española que estaba en el puerto, a fin de que nunca. más pudiera ponerse esos calzones cortos sin recordar el bochorno que tuvo que soportar. Grosero colonial.
Ella le enseñaría una dura lección sobre elegancia.
En la mesa de desayuno de su padre él se había conducido bastante bien, pero esta sería la primera vez que asistía a una cena, a una ocasión formal. Habría suficientes mujeres para admirarlo porque ya casi todos los capitanes de barcos de Los Camellos estaban navegando, y sus esposas e hijas mayores estarían presentes. Pero las matronas eran generalmente mayores que él y sus hijas un poco tontas. Claro que en cuestión de gustos… ¿acaso él no había corrido en pos de esa moza en la posada? Tal vez hasta pudiera lograr una o dos conquistas virginales.
Shanna pasó por el comedor fonnal y examinó el arreglo de la mesa. El salón resplandecía con las luces deslumbrantes de miríadas de velas que ponían chispas en los prismas de cristal de las arañas y en las copas y la porcelana sobre la larga mesa. Ramilletes de flores despedían una suave fragancia que parecía magnificada en las suaves brisas levemente cargadas con el olor de la promesa de lluvia que se colaba por las ventanas abiertas. Era costumbre del hacendado agasajar a la gente de la isla, cuando cenaban en la mansión, con todo el decoro de sus señoriales pares. A veces se trataba solamente de capataces y supervisores con sus esposas, pero siempre se les ofrecía un festín digno de la realeza. Esta noche habría un grupo variado; aunque Ruark sería el único siervo presente, unos pocos de los supervisores más antiguos habían sido invitados. Cuando se cenaba en la mesa de Trahern nunca se sabía quiénes podrían ser sus compañeros, y tanto se podía esperar un duque como un esclavo.
Shanna se detuvo en la puerta del salón de recibir y recorrió con la mirada el grupo de invitados. Las puertas francesas estaban abiertas de par en par para dejar entrar el aire fresco de la noche. Una pequeña orquesta tocaba música de cámara cuyos acordes flotaban por encima del bajo rumor de las voces. Los invitados lucían sus mejores galas, los oficiales españoles resplandecían en sus uniformes, las damas se veían hermosas en sus voluminosas faldas de sedas y satenes. Había un desconocido bien vestido que le daba la espalda y que le recordaba ligeramente a Ruark, pero a Ruark no se lo veía en ninguna parte. Quizá había tenido el buen sentido de excusarse.
Trahern se acercó a su hija y sonrió con orgullo.
– Bueno, querida, casi había perdido la esperanza de que te unieras a nosotros, pero como es habitual has reservado lo mejor para lo último.
Shanna rió alegremente ante este cumplido. Después, mientras él la llevaba del brazo hacia el centro de la habitación, abrió su abanico y habló tapándose la cara.
– Papá, no me habías dicho que habría otras personas -dijo, y señaló disimuladamente al desconocido. El sería el primero con quien provocaría a Ruark, pensó taimadamente-. ¿Me lo presentas?
Trahern la miró con una expresión extraña y Shanna se percató de que la estancia había quedado en silencio. Miró a su alrededor y vio que todos los ojos estaban puestos en ella. Los hombres la observaban fascinados mientras que las mujeres la miraban con un poco de envidia.
Unas cuantas matronas dirigieron miradas afligidas a sus poco atractivas hijas y. desearon intensamente que Shanna Beauchamp encontrara otro esposo y dejara al resto de los hombres para que fueran debidamente atrapados por las doncellas menos favorecidas por la naturaleza.
Shanna saludó con la cabeza y sonrió graciosamente y después, con modales de perfecta anfitriona, se volvió para saludar al recién…
– ¡Ruark!
El nombre brotó de sus labios y por un momento fugaz su rostro reveló sorpresa. Rápidamente ella logró dominarse y empezó a agitar nerviosamente su abanico mientras sentía que los ojos de él la recorrían lentamente, como desnudándola. Ruark estaba vestido de un color azul oscuro que acentuaba su silueta alta, esbelta, de ancha espalda. Sobre sus manos atezadas caía un poco de encaje de los puños de una camisa blanca como la nieve y las medias oscuras de seda y los. calzones perfectamente cortados revelaban sus caderas estrechas y las piernas largas y firmemente musculosas.
– Estaba seguro de que se conocían -dijo su padre junto a ella y Shanna adivinó, por el tono regocijado de la voz, que él estaba divirtiéndose.
“A mis expensas, pensó, pero Ruark no escaparía tan fácilmente”. Shanna recompuso su sonrisa, se adelantó graciosamente y tendió su mano.
– Señor Ruark -dijo en un tono brillante y limpio como una moneda nueva, e ignoró el leve temblor de placer que la invadió cuando él le tomó los dedos-. No lo reconocí con esas ropas. Me había acostumbrado a sus pantalones cortos.
La sonrisa de Ruark fue deslumbrante y sus modales desenvueltos y elegantes. Dobló una rodilla en cortés reverencia y aplicó sus labios al dorso de la mano que le ofrecían, a la que también tocó ligeramente con la lengua. Shanna ahogó una exclamación y retiró bruscamente la mano. Enrojeció cuando se dio cuenta de que tenían la atención de todo el salón. Ruark se irguió y le devolvió la sonrisa. Con esfuerzo, Shanna recobró la compostura mientras el hacendado, dirigiéndole una ceñuda expresión de advertencia, se reunía con ellos.
– Fue un presente de su padre, señora Beauchamp -comentó Ruark como si se lo hubieran preguntado. Su voz acarició el nombre como a una preciada posesión y sus ojos cayeron momentáneamente sobre los pechos de ella. En esa fugaz mirada, Shanna – se sintió casi marcada a fuego. Abrió recatadamente su abanico de encaje delante de su escote y deseó haberse puesto algo menos atrevido que la protegiera de los ojos de él.
– Con tan poco tiempo -continuó él sin dejar de mirada -creo que fue lo mejor que se pudo hacer con un poco de hilo y una pieza de tela.
– ¡Bah! -interrumpió Trahern-. Si es así, entonces mi sastre me ha estafado. -Continuó hablando para Shanna-. Este hombre decía que era pobre hasta que ofrecí pagarle un par de trajes; después revisé
su cuenta. Con sus costumbres austeras no pasará mucho tiempo antes de que sea dueño de la isla.
Ruark rió ante el jocoso comentario.
– Es más fácil ahorrar una moneda que ganar otra para reemplazarla -dijo.
– Y mi arte es saber cuándo hago un buen negocio, señor Ruark -replicó Trahern-. Es raro que me superen en ese juego. Usted puede contarse entre unos pocos..
– Perdone, señor -respondió Ruark en tono suave, pero como miraba a Shanna sus palabras parecieron estar dirigidas solamente a ella-, pero soy el único.
Fue como si anunciara claramente su intención de ser el único hombre en su vida. Bajo su mirada insistente, Shanna se contuvo y puso su mano en el brazo de su padre.
– Con tu permiso, papá, saludaré a los otros invitados.
Ambos hombres la miraron alejarse y cada uno quedó turbado por sus propios motivos..
– No es posible entender a esta joven generación -gruñó Trahern-. Creo que carecen de sentido común.
Detuvo a un criado que pasaba y le pidió que trajera ron y bitter para él y para Ruark.
Shanna, quien se había alejado lo más posible de Ruark, pidió a Milán una taza de té. Mientras lo bebía, reunió mentalmente sus fuerzas dispersas. Había perdido el primer encuentro pero lejos estaba de rendirse. Vio a madame Duprey y su marido charlando animadamente con varios oficiales españoles. Sí, pensó Shanna, aquí lanzaría su campaña. Que ese tonto supiera que ella no era ningún objeto que él pudiera reclamar con exclusividad.
Shanna bebió otro sorbo de té, dejó la taza y abrió su abanico antes de acercarse al grupo.
–
Fayme, querida- sonrió Shanna- qué hermosa estas.
Ciertamente, madame Duprey era hermosa. Shanna no podía entender la inclinación de lean por -otras mujeres cuando en su casa lo esperaba una joya tan rara. A Shanna le pareció que lean estaba un poco nervioso, y sus motivos tendría el desvergonzado.
– ¡Shanna! -Fayme la saludó alegremente, con ese acento tan peculiar-. ¡Y tú estas atractivamente perversa!
– Gracias -rió Shanna y saludó con una inclinación de cabeza a los españoles, quienes eran todo sonrisas y dientes y ojos hambrientos-¿No quieres compartir la compañía, Fayme?
Fayme echó, la cabeza hacia atrás con despreocupada gracia.
– Ah, Shanna, hablaremos de los menos afortunados. Pero tú no eres una de ellos. Pero en serio, me apenó mucho enterarme de tu desgracia. -Suspiró profundamente-. ¡Ah, tan joven y viuda! Pero ven, te presentaré a estos hombres. Parecen muy ansiosos de conocerte. Los oficiales y su capitán respondieron con ferviente entusiasmo y elaborados cumplidos sobre la belleza de las mujeres de Los Camellos.
– Shanna -dijo Fayme en una pausa- ¿quién es ese hombre que está allí? El hombre tan guapo que te besó la mano.
Shanna lo conocía muy bien. -El señor Ruark, siervo de mi padre.
– ¡Qué hombre! -exclamó Fayme, haciendo que su marido enarcara las cejas-. ¿Y dices que es un siervo?
– Oui, cherie -interrumpió Jean-. Lo trajimos en el viaje de diciembre del año pasado. Creo que lo compraron en la subasta de deudores..
– ¡Pero Jean, con esas ropas! Ciertamente, él ya no es…
– Oui, ma petite -respondió el francés, molesto porque su mujer encontrara tan fascinante a otro hombre. El no conocía las artimañas que usaba ella para darle celos; ella era una amante esposa pero estaba cansada de las aventuras de él. lean enderezó su chaqueta escarlata y se acomodó los puños-. El siervo se ha ganado la buena voluntad del señor Trahern y algunos dicen que se la ha merecido, aunque los rumores pueden estar equivocados. Vaya, algunos van tan lejos que dicen que es un hombre ilustrado y un hábil ingeniero. No creas en todo lo que oigas.
– Ah, pero es extraño, Shanna -dijo Fayme, pensativa-. ¡Cómo un hombre de ese talento puede llegar a ser un siervo! ¡Es un hombre magnífico!
Jean Duprey se puso encarnado de irritación. Shanna lo notó con satisfacción y se unió de buena gana a la conspiración. Quizá el francés se volviera un poco menos mujeriego si creía que también su esposa podía sentirse tentada. Para vengarse, y porque antes se había mostrado tan indulgente con el hombre, Shanna sintió deseos de aumentar la inquietud de Jean.
– Sí, Fayme -susurró detrás de su abanico, en voz lo suficientemente alta para que lean pudiera oírla-. He oído decir que tiene la costumbre de dormir sin nada de ropa.
Fayme ahogó una exclamación.
– ¡Qué hombre!
Jean enrojeció aún más y se aclaró la garganta. Llamó a un criado y se sirvió una copa de champaña. Mientras lo bebía miró atentamente a su esposa. Súbitamente la vio bajo una nueva luz y se percató de que ella no estaba privada de belleza.
– Capitán Morel -dijo Shanna, sonriendo graciosamente al alto español -cuénteme de España. Hace mucho tiempo que tengo ganas de ir allá, pero no he tenido tiempo de convertir ese sueño en realidad.
El hombre, flaco y nervudo y no demasiado apuesto, la miró. con admiración.
– Señora -dijo- yo mismo la llevaría allá.
Sólo tiene que pedírmelo e iré inmediatamente a preparar mi barco. Pero -agregó, volviéndose a su joven teniente- deberemos cubrir los ojos de todos los tripulantes para que la belleza de esta princesa no los ciegue ni los distraiga de su trabajo.
Shanna rió detrás de su abanico.
– Usted es encantador, capitán -dijo-, pero me temo que me halaga demasiado.
– ¿Halagarla demasiado, señora? En mi vida he hablado más en serio -declaró el hombre con vehemencia. Tomó una copa de champaña de la bandeja que le ofrecía un criado y la ofreció a Shanna con una leve reverencia-. Señora, usted hace que la gloria de los cielos empalidezca en comparación con su hermosura.
Shanna siguió coqueteando. Su risa tenía una suave dulzura que hechizaba a los hombres. Se mostraba alegre y encantadora pero limitó casi todo, su flirteo a los españoles porque ellos se marcharían pronto y ella no se vería fastidiada mucho tiempo con atenciones no deseadas. La cena fue servida y Ruark se sentó al lado de su padre, en el otro extremo de la mesa y lejos de ella.
Cuando volvieron al salón Shanna quedó un momento sola y recorrió lentamente con la mirada la habitación. Pitney y su padre se habían instalado en un rincón y discutían sobre el tablero de ajedrez que habían dejado la noche anterior. Allí cerca vio a Ralston quien, como era su costumbre, estaba solo. El agente la saludó con la cabeza y ella respondió con una sonrisa helada. Bebió un sorbo de su copa de Madeira y en seguida, tan súbitamente que le produjo un sobresalto, su mirada se encontró con la de Ruark. El la miraba fijamente entre- los hombros de dos hombres que discutían delante de él y ella comprendió que había estado observándola largo tiempo. Ahora sintió se casi desnuda ante los ojos hambrientos de él. Aunque Ruark no dijo una palabra, Shanna oyó sus pensamientos como si él se los hubiera gritado desde el otro extremo del salón.
¡Señor! Shanna le volvió la espalda y vació su copa de un golpe. Le temblaba la mano cuando dejó la copa en una mesa cercana. Súbitamente el salón le pareció atestado, sofocante, y empezó a sentirse mareada. Su buen humor desapareció y le vino la urgente necesidad de estar un momento a solas para ordenar sus pensamientos. El choque de esa mirada dorada y el mensaje que la misma transmitía la había dejado atontada y con la mente llena de confusión. Sintió un cosquilleo en sus pechos y dolor en los riñones, pero su mente se apartó horrorizada de las atrevidas e inequívocas urgencias de su cuerpo.
Fue como si se viera a sí misma desde lejos. La hermosa mujer, pálida pero serena, pasó entre la multitud respondiendo saludos y de alguna forma logró llegar a un rincón solitario de la veranda.
– Maldito bastando -murmuró entre dientes. Apretó fuertemente los puños, se apoyó en la barandilla y aspiró profundamente-. Viene a mí desde mil direcciones a la vez. ¡ Yo lo aplasto aquí y aparece triplicado allá! ¡ Sólo es un hombre! ¡Un hombre! ¡ Un hombre! -repitió, golpeando la barandilla con el puño.
Tratando de recobrar su serenidad, Shanna respiró profundamente varias veces. Consiguió tranquilizarse un poco y renovó su determinación de regresar y divertirse pese a él. Se volvió, dio un paso… y casi gritó.
– ¡El estaba allí! Apoyado tranquilamente. en una columna, y sonriéndole. Todo. el coraje que ella había logrado reunir se desmoronó en un instante.
– ¡Aléjate de mí! -sollozó Shanna-. ¡Déjame en paz!
Se llevó la mano a los labios y huyó. Pasó raudamente junto a Jasón y subió la escalera sin detenerse hasta que estuvo segura en su habitación.
Su dormitorio estaba caliente. Se quitó el vestido y se puso una ligera camisa. Enjugó la transpiración de su labio superior y se sentó en el borde de la cama, tratando de aquietar el temblor que le sacudía todo el cuerpo. Pero había algo de lo que no podía librarse: ella sabía lo que quería y sentía en su vientre la palpitación de ese deseo.
La noche quedó extrañamente silenciosa. Los sonidos de la reunión fueron disminuyendo hasta que se retiró el último de los invitados. El dormitorio de Shanna estaba sofocante y parecía cerrarse a su alrededor.
Shanna se levantó de la cama, sopló la vela y empezó a pasearse en la oscuridad, decidida a pensar en cualquier cosa menos en Ruark.
¡Attila! ¡Cabalgar sobre su lomo! ¡Correr veloz como el viento! ¡Attila! ¡Un silbido agudo y penetrante! ¡Ruark! Furiosa, Shanna agitó la cabeza y probó otra vez.
¡El mar! ¡Flotar sobre las olas! ¡Zambullirse para observar a los peces! ¡Caminar por la playa! Arena tibia y suave bajo sus pies. ¡Una silueta sobre el acantilado! ¡Ruark!
¡Un paseo en el carruaje de su padre! ¡Ruark!
Shanna cerró fuertemente los ojos y se llevó los puños a las sienes. ¡ En todas partes estaba Ruark!
Pero no aquí. Ahora estaba a salvo. Shanna se relajó, suspiró y abrió.os ojos. Salió de su habitación
a la terraza. El viento estaba más fresco y densas nubes pasaban delante de la cara de la luna. Un ancho halo brillaba alrededor del disco de plata, seguro indicio de lluvia inminente. Shanna se apoyó en la balaustrada y miró hacia abajo, un árbol por vez, aguardando hasta que la luna los iba iluminando uno por uno. Pero no había nadie.allí-. Ningún tronco ocultaba la silueta de un hombre.
¡Súbitamente; Shanna se puso rígida al darse cuenta de que estaba buscando a Ruark! El nombre pasó por su mente como un relámpago. Se puso furiosa por tener tan poco control sobre sus pensamientos.
Entró nuevamente y se arrojó sobre la cama. Se cubrió la frente con un brazo y cerró fuertemente los ojos, decidida a dormirse. Pero ya había saboreado el más dulce de los néctares; ahora ya conocía la larga y esbelta dureza de los muslos de él, el relieve de los músculos de su espalda, el vientre plano y firme, la fuerza con que se apretaba contra ella. Abrió los ojos y se encontró tendida, muy tensa, a través de la cama.
Lanzó., un gemido, se levantó y se vistió con una falda larga y una blusa suelta, indumentaria habitual de las mujeres de la isla. Se cubrió la cabeza con un pañuelo floreado. Su dormitorio había dejado de ser un paraíso y Shanna huyó de él, trepó la barandilla del balcón y se dejó caer al suelo. La hierba fría y húmeda bajo sus pies descalzos le trajo recuerdos de su infancia, cuando corría por los prados con despreocupado abandono. Lentamente se alejó de la mansión y suspiró cuando alzó la vista para mirar la luna. Las nubes habían aumentado en densidad y el viento soplaba más fuerte, haciendo ondear su falda campesina. Shanna vagó sin rumbo entre los árboles, disfrutando de la intimidad que le brindaba la oscuridad. De niña, cuando deseaba pasar inadvertida, a menudo se vestía de campesina. Pocos dedicaban atención a una muchachita ordinariamente vestida y con un poco de cautela podía evitar que la reconocieran. Ahora vagaba por los terrenos de la mansión a su placer, deteniéndose cuando un sendero o un árbol le traían algún recuerdo. Sólo cuando se encontró frente a un porche y vio la luz de una única lámpara brillando en un comedor, cayó en la cuenta de que había seguido el camino por el cual su mente tan a menudo la llevaba últimamente.
Un gran cansancio se abatió sobre Ruark en la quietud de la cabaña. La batalla por conseguir la atención de Shanna súbitamente parecía inútil y sin objeto. Ella siempre aceptaba gustosa las atenciones de otros hombres y rechazaba las de él. Las tareas del caluroso día, y la fiesta después, habían agotado sus fuerzas y su humor se hundió en las profundidades más negras de la desesperanza. Yacía desnudo sobre su cama en la habitación a oscuras y con la vista fija hacia arriba. Su mente estaba embotada y el aire que respiraba era denso y opresivo. Cerró los ojos y jirones de niebla de sueño flotaron a su alrededor. Era como si estuviera dentro de una densa bruma mientras linternas de colores se movían a lo lejos; entonces un único y brillante rayo de luz se encendió y él corrió hacia él hasta que llegó a un jardín con muros de piedra, bañado por el sol y desierto excepto por un único tallo en el que se abría una rosa de belleza tan grande que lo obligó a detenerse para tomar aliento. Mientras él miraba, el tallo se disolvió y la rosa flotó libremente entre nieblas luminosas que obscurecían todo lo demás. El capullo de un rojo profundo le llenó la mente y después pareció alejarse, encogerse, iluminarse, cambiar de forma. Era un par de labios, húmedos, suavemente entreabiertos; después, arriba de ellos, esmeraldas verde claro se convirtieron en ojos de color verde mar, bellos y tentadores, con una profundidad que parecía llamado. Las brumas se convirtieron en un rostro de frágil belleza formada con la maestría de un artista que hubiera gastado todo su talento en ese solo esfuerzo.
Los ojos lo tenían hipnotizado. Los labios formaban palabras sin voz que le llegaban al alma.
"Tiende la mano. Tómame. Córtame. Toma el capullo. Soy tuya".
Cuando estiró la mano, una espina larga, de punta negra, se clavó en su carne y él se retiró presa. de un dolor quemante. La cara rió y agitó brillantes rizos que flotaron a su alrededor en un salvaje desorden de miel silvestre veteada de oro.
La rosa se alejó hasta quedar flotando en medio de una jungla sin hojas y llena de espinas. El canto de sirena aumentó y se volvió intenso, cegándole la voluntad para todo lo que no fuera esa beldad que lo llamaba, que clamaba por que la tocara. El se adelantó descuidadamente. Sus dedos parecieron casi rozar los pétalos de color rojo sangre antes que las zarzas lo atraparan, lo envolvieran y, con perversa malignidad, las espinas se clavaran en sus miembros y su cuerpo hasta que él sollozó de dolor y la quemante blancura del dolor arrasó su visión. El trato de. alejarse, pero cada movimiento renovaba la extasiante tortura. Entonces empezó a caer, a hundirse a través de una selva verde, llena de flores…
Ruark abrió los ojos y quedó mirando la oscuridad hasta que despertó completamente. Maldijo a la rosa, encendió una vela y se puso sus calzones cortos. Se pondría a trabajar para dar paz a su mente y que lo condenaran si volvía a permitir que Shanna lo torturara con sus triquiñuelas.
Entró al comedor donde había estado trabajando y se sentó sobre el borde de la mesa. Una lámpara de aceite colgaba por medio de una cadena y a su luz él miró sin ver los los papeles y bocetos dispersos sobre la mesa. Aun así, Shanna estaba demasiado presente en su mente para dejado libre.
Lentamente, Ruark sintió una presencia en la habitación y levantó la vista para descubrir la sombra de una mujer isleña. Estaba apoyada silenciosamente contra la puerta. Con fluidos movimientos, la mujer se adelantó hacia la luz y Ruark se puso rápidamente de pie al reconocer a Shanna. Arrojó la pluma sobre la mesa, sin decir palabras fue hasta el aparador y sirvió una copa de Madeira. Volvió junto a ella, le ofreció la copa y no se atrevió a tocada. ¿Era esto otro sueño que se disolvería si él estiraba una mano para tomada?
Shanna tomó la copa con las dos manos y bebió mientras lo miraba a la cara con sus suaves ojos verdes. Shanna dejó la copa y bajó la vista mientras la confusión le llenaba la mente. No podía encontrar palabras para romper el silencio. Ruark estiró una mano y gentilmente le quitó el pañuelo de la cabeza, soltó las trenzas largas y gruesas y las dejó caer libremente sobre los hombros suaves y blancos. Después sopló la lámpara de aceite. Los labios de Shanna se entreabrieron en un gemido silencioso cuando él la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho. La besó en la boca, probó la suavidad de sus labios, jugó con la lengua e insistió hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos. Se inclinó levemente, le pasó un brazo debajo de las rodillas y la levantó del suelo. Shanna soltó un suspiro y apoyó la cabeza en el hombro de él. Ruark cruzó rápidamente las habitaciones hasta que llegó al dormitorio suavemente iluminado donde, sin detenerse, se volvió y cayó de espaldas a través de la cama, teniéndola a Shanna todavía abrazada. Entonces ella se incorporó apoyándose en un codo y lo miró a la cara, maravillada. Ruark volvió a besada, trazó con sus labios una huella ardiente en el cuello de ella y llegó al hombro desnudo. Mentalmente, Shanna quería apartarse de ese contacto pero.su mente tropezó y cayó bajo las insistentes caricias de él. Shanna se incorporó ligeramente y sacudió la cabeza hasta que su cabello formó un dosel resplandeciente sobre sus caras. Luego descendió, sin dejar de mirar esos hambrientos ojos dorados, y lo besó en la boca, lentamente, ardorosamente, mientras las puntas calientes de sus senos rozaban el pecho de él. Ruark llevó sus manos a la cintura de ella y la falda cayó. Un tirón al lazo de la blusa y la prenda cayó de los hombros. Como una gata salvaje, Shanna se puso de rodillas sobre él, tentándolo con un beso, con una íntima caricia, hasta que Ruark rodó hasta ponerla debajo de él. Entonces, con feroz y desnudo abandono, la poseyó, haciéndola remontar a alturas alucinante s y vertiginosas.
Emergiendo de las profundidades del sueño, Ruark despertó como de un trance y por un momento fugaz temió que todo hubiera sido un sueño. Pero entonces sintió el cuerpo suave y tibio entrelazado con el suyo y se relajó sobre la almohada. El recuerdo de la pasión de Shanna avivó los fuegos de su mente. Ella lo había provocado como una zorra, lo había tentado con su suavidad, había hecho el amor abiertamente con el como si fuera su amada esposa. El efecto sobre él era total y completo, devastador cuando el desearla lo llevaba solamente a la frustración y la agonía de cuerpo y mente, hermoso cuando se unían en el amor y ella era de él, por un momento, por un espacio. La fragancia de su perfume llenaba su cerebro y su cuerpo bellamente curvado se acurrucaba contra él, con un muslo tibio y suave descansando despreocupadamente entre los suyos y un brazo sobre su pecho. Ella se apretó más contra él y su aliento le hizo cosquillas en el cuello. Lo tocó allí con los labios y cuando él la miró ella le devolvió la mirada con ojos sonrientes.
Sus labios volvieron a encontrarse una y otra vez, como si cada beso fuera más dulce que el anterior. Se apartaron y en seguida volvieron a unirse con un ardor que los fundió en un solo ser, cada uno olvidado de todo lo que no fuera el otro. Todo 10 sucedido antes desapareció en el resplandor de la unión.
Un relámpago surcó él cielo de ébano y gotas de lluvia golpearon las hojas de los árboles fuera de la ventana. Brisas errantes trajeron el fresco olor de la tormenta que llenó la habitación. ambos estaban despiertos pero silenciosos y algo intimidados por la felicidad que juntos habían disfrutado. Shanna seguía acurrucada en los brazos de Ruark. Le pasó un dedo por el borde de la oreja.
– Debo pedirte que te marches antes que mi padre se entere -dijo ella quedamente-. Hergus teme que eso sucederá.
Ruark rió por lo bajo.
– ¿Y debo marchame, simplemente? Palabra, esa mujer debe de estar ciega, o hubiera visto cómo me has embrujado.
Shanna se volvió para contemplar el juego de los relámpagos a través de la amplia extensión de aterciopelada oscuridad. Era extraña la fuerte sensación de seguridad que sentía aquí con Ruark mientras la tormenta envolvía al mundo más allá de las ventanas. Ella siempre había dormido sola y de niña solía asustarse de las tormentas y los rayos y relámpagos que iluminaban fantasmagóricamente su habitación. En más de una ocasión había huido aterrorizada a la seguridad del dormitorio de sus padres, muy próximo al de ella. Ahora, con la tormenta rugiendo afuera, no podía decidirse a separarse de esos brazos que la rodeaban, reconfortantes.
Ruark le acarició suavemente el cabello. Shanna cerró los ojos, bañada en la paz de su dicha.
Se le escapó un largo suspiro. -Creo que tengo que irme antes que empeore la tormenta.
Ruark le rozó la sien con los labios y la besó en la mejilla. -Quédate hasta que amanezca-dijo contra su oído- y para entonces habrá pasado. Déjame tenerte en mis brazos unas pocas horas más.
Shanna se volvió de modo que su boca encontró la de él y empezaron a besarse con creciente ardor.
– Pero tú necesitas descansar -dijo ella-. ¿Qué sucederá mañana? Tienes que trabajar.
– Me las arreglaré. -La boca de él se volvió insistente-. ¿Te quedarás?
Shanna asintió ligeramente y su voz fue apagada por los besos de él.
– Sí -dijo-, hasta el amanecer.
La tormenta rugía contra la ventana y juntos miraron cómo los cielos bailaban sus relampagueantes danzas y pequeñas estrellas aparecían entre las nubes que corrían enloquecidas.
El carillón del reloj del hall dio las cuatro y Ruark se despert6 completamente, consciente de que Shanna yacía enroscada a su lado, profundamente dormida. La besó suavemente y la despertó diciendo su nombre. Ella gimió soñolienta y le rodeó el cuello con un brazo. El acarició con su boca los labios levemente entreabiertos y murmuró roncamente:
– Vamos, amor mío. No hay más remedio. Yo te llevaré de regreso.
Ruark buscó en la oscuridad, encontró pedernal y yesca y encendió una vela que iluminó la habitación. Se levantó y recogió del suelo las ropas de ella. Shanna se cubrió cuidadosamente con la sábana y evitó mirarlo a los ojos cuando él le alcanzó sus ropas.
– ¿Te pondrás los calzones? -preguntó ella suavemente, mirando recatadamente sus manos enlazadas en su regazo. Le dirigió una mirada rápida y furtiva y se alzó de hombros ante la expresión de interrogación
de él-. Te ves tan desnudo así… No me parece que seas muy modesto. Eres… eres tan despreocupado acerca de todo eso.
Ruark la miró con expresión dubitativa. ¿Llegaría a entenderla alguna vez? Pero cedió y se puso los calzones.
– Como debes recordar -dijo él mientras se ajustaba el cinturón- es muy difícil hacer el amor completamente vestido y yo prefiero hacerlo en forma más íntima. Me temo que tendrás que acostumbrarte a verme en cueros. Solamente una novia reciente puede manifestar tanto recato.
Ella lo miró con sus ojos verdes muy dilatados. – ¿No pensarás que esto puede continuar? -dijo. Ruark la miró ceñudo.
– ¿Y por qué, señora mía, debería pensar lo contrario? -replicó.
Shanna se puso abruptamente de pie, dejó caer la sábana al suelo y empezó a vestirse, indiferente a su propia desnudez y el efecto que la misma tenía en Ruark.
– Esto… anoche… pues, sucedió -insistió Shanna enfáticamente-. No debe continuar, por tu bien como por el mío. ¿No te conformas con que el pacto haya sido cumplido? ¿Tienes que ser un canalla que nunca queda conforme? Si fueras un caballero…
El estallido de risa de Ruark cortó abruptamente el torrente de palabras y Shanna se volvió con los ojos llenos de indignación.
– Qué rápidamente me castigas, como si te lo hubieras propuesto con empecinamiento. Difícilmente puedes culparme de todo lo que sucedió anoche, Shanna. Y ahí estás, hermosa, tentadora, desnuda. Y
me regañas por mirarte. Mujer veleidosa -bromeó Ruark-, me provocas y me rechazas como a todos esos hombres a los que has atrapado con tus lazos de seda.
– ¡Oh! ¡Ooohhhh! -exclamó Shanna furiosa y se puso apresuradamente la ropa-. ¡Eres despreciable!
– ¿De veras lo crees? -Ruark la tomó en brazos, la besó en el cabello, en la mejilla y en la boca. La llevó nuevamente a la cama y su boca descendió donde la blusa dejaba desnudas las curvas superiores del
pecho y después más abajo, aventurándose en los pezones. Shanna contuvo el aliento y los fuegos de la pasión empezaron a arder otra vez en su interior. Un contacto, un beso, una mirada y él podía dominarla.
¿Qué locura era ésta?
– Tu corazón late demasiado de prisa para que puedas decir que no tienes interés en mí, amor mío.
A Shanna le temblaron los labios y él los cubrió con los suyos. -Prométeme que vendrás más tarde -pidió él.
– No puedo. No me lo pidas.
– Te lo pido.
– No. No puedo. Debo volver a casa, Ruark. Déjame ir. -Shanna sintió vértigos bajo el asalto de los besos de él y su voz se hizo más débil-. Por favor… Ruark…
– Te has propuesto atormentarme -suspiró él.
Durante un largo momento él la besó apasionadamente en la boca. Después, súbitamente, la soltó y se incorporó de la cama con un rápido despliegue de elásticos músculos. Con los labios todavía palpitándole en demanda de los de él, Shanna se levantó de mala gana de la cama, habiendo perdido mucho de su deseo de marcharse. Lentamente caminó delante de él cuando dejaron la cabaña. De tanto en tanto él le acariciaba ligeramente el brazo desnudo.
Caminaron por la oscuridad hacia la mansión. Los pájaros ya estaban despertándose con las brisas refrescantes del inminente amanecer y probaban sus voces para la obertura, como las notas vacilantes de flautas, oboes y otras maderas de una orquesta. Shanna caminaba silenciosamente junto a Ruark. La hierba húmeda estaba fresca debajo de sus plantas desnudas y los árboles los rociaban con gotas de lluvia cuando la brisa agitaba el follaje mojado.
Manteniéndose en las sombras más densas, rápidamente cruzaron el claro hasta la casa y pronto estuvieron debajo del balcón de Shanna.
– Ahora será mejor que te vayas -murmuró ella-. Yo daré la vuelta y subiré por la escalera.
Ruark miró hacia la veranda.
– No sería difícil izarte hasta allí, si deseas aventurarte por este camino.
Shanna lo miró dubitativa.
– Probablemente me rompería el cuello -dijo.
– Confía en mí, amor mío -rió Ruark-. No eres muy grande. Puedo subirte en un momento. -Dobló levemente la rodilla-. Vuélveme la espalda, dame tus manos y pon tu pie aquí, sobre mi muslo. Puedes sentarte sobre mi hombro y estarás a mitad de camino.
Shanna hizo con hesitación lo que le decía y quedó sorprendida por la facilidad con que se realizó la maniobra. Lo miró desde arriba y el sonido de su alegría burbujeó en la quietud del alba.
Con cierto atrevimiento, comentó:
– Para ser un siervo, siempre pareces darme una mano en mis momentos de necesidad. Creo que te conservaré cerca por tus servicios.
Ruark le mordió jugando el muslo y provocó una apagada protesta de Shanna, quien se apresuró a terminar de subir. Con una mano en una nalga y la otra sosteniéndole una pierna, él la levantó hasta que ella pudo asirse de la parte inferior de la balaustrada; después la levantó más y ella apoyó un pie en la enredadera. Cuando estuvo segura en el balcón, Shanna rió suavemente y se inclinó para despedirlo agitando una mano.
– Muchas gracias, señor dragón -dijo en voz baja. Ruark rió por lo bajo y le hizo una profunda reverencia.
– Siempre a su servicio, señora mía -dijo.
Ruark se alejó con ese andar lento y elástico que a ella le hacía pensar en un animal silvestre. Fascinada, Shanna siguió mirándolo hasta que él se perdió entre los árboles. Se volvió lánguidamente, se levantó el cabello sobre la nuca y sonrió para sí misma, con los ojos soñadores e iluminados por un radiante resplandor. Entró en el dormitorio tirando de los lazos de su blusa y quedó paralizada cuando una figura se adelantó desde atrás de las cortinas.
– ¡Señor dragón, por supuesto! -La voz estaba cargada de disgusto.
– ¡Hergus! -exclamó Shanna y trató de aquietar el atemorizado palpitar de su pecho-. ¡Me asustaste terriblemente! ¿Qué haces levantada a esta hora y en mi habitación?
– Estaba preocupada por usted. Sé que teme a las tormentas y vine a acompañarla hasta que pasara.
Cuando vi que no estaba, aguardé, temerosa de que también viniese su padre. Estaba decidida a meterme en la cama y hacerle creer que era usted, profundamente dormida, como hubiera debido estarlo si tuviera algo de buen sentido.
Shanna, ansiosa por quedarse a solas con sus pensamientos y los recuerdos de las horas pasadas, no estaba de humor para discutir con la mujer.
– Me voy a la cama -declaró con firmeza-. Quédate o vete. No hay ninguna diferencia. Pero de cualquier modo frena tu lengua. No te escucharé a esta hora de la mañana.
Shanna pasó junto a Hergus y fue hasta la cama, donde había dejado su camisón. En el horizonte empezaba a romper el día pero ella se quitó sus ropas campesinas y le volvió la espalda a Hergus, quien la miraba con expresión agraviada, los brazos en jarras y el ceño fruncido. Por primera vez en su vida, Shanna se sintió incómoda, hasta avergonzada de su propia desnudez en presencia de la criada, aunque la escocesa la había ayudado a vestirse casi desde su primer vagido. ¿Eran las tonalidades magenta del sol naciente lo que pintaba, de rosa sus pechos y muslos, o era una marca dejada por el cuerpo de Ruark? Al recordar los momentos pasados, Shanna enrojeció intensamente y se apresuró a ponerse el breve camisón.
– Me iré -dijo Hergus, disgustada-. Pero no quedaré contenta hasta que haya terminado completamente esta locura. Qué vergüenza, dormir con un hombre, dejar que él haga 1o que quiera sin votos
Matrimoniales que los unan. Sí, sabía, que las cosas saldrían mal cuando quedó viuda tan poco tiempo después de- casarse, hermosa y de sangre caliente como es… eso puedo verlo claramente. Usted y el señor Ruark, los dos son iguales. Demasiados fuegos para apagar.
Shanna, sin decir palabra, se acomodó en el medio de la cama y observó a Hergus con los ojos entrecerrados mientras la mujer recogía las ropas descartadas y las guardaba en el armario. Cuando la criada se marchó, Shanna lanzó una última mirada de fastidio en dirección a la puerta. Después se volvió, se deslizó entre las sábanas de seda y se hundió feliz en el sueño, con el recuerdo de unos brazos vigorosos que la estrechaban y unos labios insistentes que la besaban en la boca fundiéndose con sus sueños.
CAPITULO DIEZ
Llegó el domingo. En la isla, una capilla servía a quienes se sentían inclinados a reunirse para rendir culto a Dios. Era costumbre de la familia Trahern asistir a los servicios y en ese aspecto este día no fue diferente. Esta mañana, la excepción era que Ruark estaba allí. Cuando entró en la iglesia rozó a Shanna al pasar y ella, por un instinto extraño, supo quién era antes de volverse. Su mirada se posó, como a la fuerza, en la espalda del hombre alto y esbelto vestido de seda color verde selva.
– Oh, señor Ruark -dijo jovialmente el hacendado y Ruark se volvió y lo miró como si se sintiera sorprendido de encontrarse tan cerca de la familia Trahern. Shanna admiró su frialdad. El se mostraba tan despreocupado acerca de todo que nadie, con la posible excepción de Hergus quien estaba varios pasos más atrás, hubiera podido adivinar que él había procedido con gran deliberación.
Ruark devolvió el saludo de Trahern antes que su mirada se posara en Shanna y se regalara, un momento fugaz con su belleza iluminada por un rayo de sol y vestida de linón color verde claro. Ella le sonrió fríamente debajo del ala de su sombrero.
– Vaya, señor Ruark, creo que usted está volviéndose civilizado ¿Vestido adecuadamente y viniendo a la iglesia? Apenas puedo creer lo que ven mis ojos.
El sonrió con picardía.
– No quise disgustar indebidamente al ministro con mis ropas escasas.
– ¿Sí? -repuso Shanna-. No creía que nada le importara, señor Ruark. Ciertamente, usted no ha mostrado ninguna vacilación en ponerse esas ropas, esos espantosos calzones, en la aldea, donde todas las muchachas lo miran boquiabiertas. Si fuera usted modesto, se diría que es la aldea el lugar más conveniente para empezar, a fin de no herir demasiado a mentes inocentes.
Trahern se apoyó en su bastón y los observó a los dos, preguntándose si la discusión terminaría en más palabras hirientes. No podía entender la irritación de su hija con ese hombre.
– Señora -dijo Ruark, apoyando una mano atezada sobre su corbatín de encaje blanco y en tono levemente burlón-, yo no quise herir a mentes inocentes. -La miró directamente a los ojos…,.-. Tampoco deseo confundir a las mentes sencillas. Pero siempre he respetado a un hombre de sotana y he creído debidamente en las palabras y los votos pronunciados en una iglesia.
Shanna entre cerró ligeramente los ojos. ¡El canalla! Ahora que el pacto estaba cumplido, él la reclamaría por derecho de matrimonio. Bien, eso creería él, pero ella tenía otras cosas en la mente y no sería la esposa de un siervo..
– Siéntese con nosotros, señor Ruark -invitó Trahern, tratando de evitar una escena en público. Shanna pareció fulminado con la mirada..
– Estoy segura de que el señor Ruark preferiría sentarse con Milly Hawkins -replicó secamente Shanna, y agitó el abanico en dirección a la joven, quien estiraba el cuello para ver a Ruark por encima del hombro de su madre-. Ella parece estar fascinada con sus nuevas ropas, señor Ruark.
Ruark miró fugazmente en dirección a la muchacha y Milly sonrió con expresión radiante.
– Muchas gracias, señor -dijo él, dirigiéndose a Trahern e ignorando a Shanna-. Me gustará muchísimo.
El hacendado los precedió con una risa suave que le hacía temblar la barriga. Ruark caminó a su lado y asintió cuando Trahern hablaba. En el banco de la familia, Shanna se ubicó silenciosamente al lado de su padre y se dedicó a ignorar a Ruark pues se vio severamente observada por Hergus.
Los asientos de la familia Trahern eran macizos, con altos respaldos, y estaban juntos de modo que todos los apoyabrazos tallados se tocaban, excepto el perteneciente al mismo Trahern. Los asientos restantes y unos más pequeños ubicados adelante, obviamente hechos para niños, estaban destinados a Shanna, su esperado esposo y sus descendientes. Shanna hubiera preferido ahogarse antes de revelar a Ruark que el asiento que él eligió estaba destinado a su marido.
El ya había reclamado demasiados derechos conyugales. Al mirarlo de soslayo, Shanna vio que la mirada de Ruark se posaba en los asientos más pequeños y que después pasaba sobre los tres asientos grandes ocupados por ellos. Como había una segunda hilera de asientos detrás de ellos reservados para los huéspedes y ella se encontraba entre su padre y él, sólo podía extraerse una conclusión. Shanna captó la sonrisa conocedora de él cuando miró los asientos.
Shanna bajó la vista y observó subrepticiamente la mano que descansaba cerca de la suya. Era oscura y contrastaba con el blanco deslumbrante del puño pero estaba limpia, con las uñas bien cortadas y cuidadas, fuera de carácter para un siervo ordinario. Sí, John Ruark era un hombre totalmente diferente de cualquiera que ella hubiera conocido. Aunque conocido como siervo, hubiera podido pasar como par en cualquier círculo de nobles y señores.
– ¿Cómo es que no ha encontrado esposa en las colonias, señor Ruark? -;-preguntó Shanna deliberadamente-. ¿Hay escasez de mujeres allí?
– No hay escasez, señora mía… Ciertamente, allí hay abundancia de mujeres hermosas. -Sonrió y sus ojos se encontraron con los de ella en cálida comunicación-. Aunque ninguna igual a usted, señora. Sucedió que el trabajo me dejaba muy poco tiempo libre para buscar la compañía de una dama. Ello no hacía muy feliz a mi padre, quien creía que yo me dedicaba demasiado a mis tareas. pero después, en Inglaterra, una joven muy dulce y hermosa me conquistó. Espero convencerla algún día de que yo puedo ser un buen marido.
– Aquí hay espacio suficiente para una familia grande -comentó Trahern, señalando los asientos-. Pero todavía tengo que ver estos bancos ocupados. Si ella llegara a encontrar un marido adecuado sería un milagro.
Shanna prestó poca atención a las palabras de su padre ya su mirada sugerente y hasta se negó a reconocer haber escuchado el comentario de Ruark.
– Todavía soy joven -dijo recatadamente-. y sin duda te daré muchos nietos en tu ancianidad, padre.
– Hum -replicó Trahern-. Ya soy viejo. Encuentra un marido, hija, y te ruego que lo hagas pronto.
– ¡Papá! -Shanna dirigió a su padre una rápida sonrisa que él aceptó más como una mueca de irritación-. Estoy segura de que estás aburriendo al señor Ruark. Ciertamente, él parece muy falto de descanso.
El hacendado miró a su siervo, quien trataba de ocultar su regocijo detrás de lo que parecía un penoso bostezo.
Salvada de más agravios por la iniciación del culto, Shanna agradeció la prontitud del ministro. Durante toda la ceremonia, sin embargo, fue consiste de la presencia de él a su lado. Cuando tocaron el clavicordio y la congregación cantó, la voz profunda y rica de barítono de Ruark le produjo un cosquilleo y ella pudo hacer poco más que seguir cantando.
Sólo después que hubieron abandonado la pequeña iglesia Shanna, respiró finalmente tranquila y se relajó un poco. La tensión de tener que cuidar cada mirada y tratar de no parecer afectada por la proximidad de Ruark y mostrarse 'a1 mismo tiempo cortés, en beneficio de su padre, había resultado muy desagradable. En el birlocho, cuando regresaban a la casa, llegó a cuestionar su propia cordura por haber tomado como esposo a Ruark Beauchamp. El era como una bestia salvaje, atrapado y domesticado en apariencia pero peligroso para los desprevenidos. Su una vez firme creencia de que podría controlarlo estaba siendo rápidamente reemplazada por un insístete temor de haber cometido un tremendo error.
Poco después del almuerzo, sintiendo necesidad de hacer ejercicio para cansar tanto su mente como su cuerpo, Shanna ordenó que ensillaran a Attila. Fue a buscar a su padre al estudio para invitarlo al paseo.
– Un trozo de cuero asegurado al lomo de un caballo -dijo él no tiene nada que atraiga a mi sentido de la comodidad. No tengo el menor deseo de molerme el trasero galopando por esta isla cada vez que tú decides hacerlo. -Pero para suavizar sus palabras, añadió-: Ve y diviértete, muchacha. Pitney vendrá pronto para jugar otra partida de ajedrez.
Así Shanna partió sola y cabalgó subiendo la colina hacia el lugar donde estaban construyendo el trapiche. En una de las estrechas calles de la aldea se cruzó con Ralston, pero cuando él se detuvo y se llevó la mano al sombrero a manera de saludo, Shanna hizo que su cabalgadura apurara el paso e ignoró al hombre.
El día era agradable, casi fresco, con ráfagas de viento que hinchaban la falda de su traje de amazona color gris paloma y agitaba los rizos de pelo alrededor de su cara. Cuando se acercaban al lugar de la construcción, Attila empezó a encabritarse. Shanna era una amazona experimentada pero esta tarde no prestó mucha atención al animal, cuyo nerviosismo, en cualquier otro día, hubiera sido una advertencia para ella. El sonido de una campanilla y un ruido entre los arbustos junto al camino resultaron ser una cabra que se había soltado de sus ataduras. Attila se asustó, se alzó sobre las patas delanteras, y Shanna soltó las riendas. Tuvo que luchar para no caer.
El caballo se lanzó a la carrera pero en seguida surcó el aire un silbido claro y agudo. Attila se detuvo de repente y empezó a caminar hacia el molino, tan tranquilo como un potrillo recién destetado.
El caballo respondía de esa manera solamente a una persona. ¡Ruark! Shanna se tomó de las crines de Attila, miró a su alrededor y lo vio aguardándola junto a una pared a medio construir. Una vez más vestía los calzones cortos y su torso musculoso y atezado contrastaba marcadamente con la blancura de la prenda. Al ver esos pantalones, Shanna sintió deseos de gritar de cólera.
Ruark tomó las riendas y las ató a un poste. Su propia ira se notó en su voz.
– Si tiene que montar este animal, señora, podría hacerlo poniendo más cuidado por su seguridad. Si prefiere cabalgar distraída y soñando despierta, búsquese una montura más mansa.
La reprimenda fastidió a Shanna y le resultó más irritante porque sabía que él decía la verdad. Attila no era lo que la mayoría de las jóvenes elegirían para cabalgadura. El animal era brioso, e inquieto y necesitaba en las riendas una mano firme y atenta.
– ¿Mi padre es un amo tan duro que lo obliga a trabajar en un domingo? -dijo Shanna-. ¿Qué esta haciendo aquí?
– Quería ver unas pocas cosas sin que estén aquí los obreros -dijo Ruark.
Se acercó más, la tomó de la cintura y la hizo bajar deslizándola contra su torso desnudo.
– Hasta que tú apareciste, amor mío, estaba seguro de que mi día estaba perdido.
La depositó en el suelo y se inclinó para besarla. Pero Shanna, como indiferente a su proximidad, se quitó el sombrero y lo puso entre ellos.
– ¿y cómo fue, señor, que yo le he salvado el día? -replicó ella fríamente. Se apartó un paso de él y puso su sombrero en el arzón de la montura. Todavía sentía en su cintura la presión de las manos de él-. Vine solamente para ver los progresos del trapiche. Si hubiera sabido que estarías aquí habría buscado un placer diferente.
Ruark sonrió y se alisó el cabello con una mano.
– Ah, amor mío, ¿es que todavía me temes? -dijo él. Shanna se irguió indignada y se apartó más.
– Es que prefiero no ser maltratada y ultrajada como parece que te sientes inclinado a hacerlo. El cumplimiento del pacto parece que no te bastó.
– Sí, amor, no me basta -confesó ligeramente Ruark y la atrajo hacia sí-. En realidad, ello ha aumentado mis deseos.
Shanna puso entre los dos su fusta de montar pero las manos de Ruark la tomaron con firmeza y ella no pudo impedir el temblor que le recorrió el cuerpo.
– Trata de controlarte, Ruark -advirtió ella-. No vine a acostarme contigo, sólo a ver el trapiche. Ahora me pregunto si debo quedarme. Tú nunca pareces conforme.
Los ojos de Ruark brillaron como ascuas doradas entre sus pestañas oscuras.
– Ah, tú me tientas irresistiblemente, Shanna.
La mirada de él hizo que se aceleraran los latidos de su corazón y Shanna apartó rápidamente los ojos. Nadie antes que Ruark la había hecho temblar por ninguna razón y mucho menos con una mirada o con meras palabras. ¿Qué tenía este colonial que la afectaba tan intensamente? Había habido otros hombres apuestos, algunos muy brillantes y atrevidos que le pidieron galantemente la mano. Esos la aburrían. A otros ella los había considerado inteligentes pero había admirado sus mentes y nada más. Otros eran muy jóvenes y faltos de madurez, aunque la idea de tener a un anciano como esposo le causaba repugnancia. Ruark era joven y de mente ágil, y el solo recuerdo de la forma en que le había hecho el amor la llenaba de una deliciosa excitación.
Turbada por sus propios pensamientos, Shanna se apartó. ¿Sería ella una zorra hambrienta de amor?
– ¿Me mostrarás el trapiche? -dijo desviando la mirada-. ¿Y te comportarás como un caballero?
– Te mostraré el trapiche -replicó Ruark, pero no hizo ninguna promesa acerca de la segunda pregunta.
Lentamente empezaron a caminar y él señaló y explicó los detalles de la construcción. Shanna estaba familiarizada con las operaciones de alimentar con caña las ruedas de un pequeño trapiche montado sobre un carro y que era llevado a los campos cuando se lo necesitaba. Pero miró con cierto respeto y asombro la estructura que estaba siendo erigida en ese lugar.
Los tres enormes rodillos habían sido terminados y aguardaban cargamentos enteros de caña y había una cuba gigantesca para recibir los jugos. Dos alas se extendían a los costados del trapiche propiamente dicho, una con grandes calderos de cobre para cocinar el jarabe y convertirlo en un líquido más denso, la otra con cubas de fermentación y alambique de bronce para producir diversos rones, el negro para abastecer a los barcos de Su Majestad, el más claro para servir en cualquier mesa.
Parte de la mente de Shanna seguía las explicaciones de Ruark mientras que el resto de su atención centrábase en el hombre. Aquí, pensó ella, él estaba en su elemento. Su voz tenía cierto tono de autoridad y su actitud era segura y confiada. Subió sobre una viga apenas más ancha que su pie y caminó despreocupadamente por ella mientras explicaba y señalaba los trabajos del trapiche. Shanna lo veía desde todos los ángulos desde atrás cuando él la ayudó a subir un tramo de escalera. sin terminar, desde los costados cuando él se apartaba un poco para enseñarle la sencillez de su plan, desde abajo cuando él subió a una plataforma elevada.
Shanna lo seguía en silencio y sentía el orgullo que a él le producía su obra. Comprendió que él era un hombre que sólo se conformaba haciendo las cosas lo mejor posible. Su asombro aumentaba a medida que lo estudiaba a él y su curiosidad se intensificaba.
Seguramente- pensó- él es más que un siervo. La respuesta le llegó sola. Por supuesto, ella siempre lo había sabido. El nunca había sido esclavo de ningún hombre ni de ninguna mujer.
Shanna trató de imaginar en qué clase de hogar había nacido un hombre así y qué manos lo habían criado.
La risa suave de Ruark interrumpió sus cavilaciones. Shanna lo miró intrigada.
– Me temo que he sido demasiado detallista en mis explicaciones, pero por lo menos podrás responder cualquier pregunta que te hagan acerca del trapiche.
– y a he visto antes partes del trapiche y he escuchado a otros describirlo. Realmente, es una maravilla..
Shanna se apoyó en una columna para sentirse más segura porque la altura le producía vértigos y también para preparar su mente, porque la puerta que estaba a punto de abrir con sus palabras podía ocultar muchas clases de espectros.
– ¿Y qué debo responder cuando la gente me pregunte cosas de ti, John Ruark? Sé muy poco de ti. ¿Y tu familia? Esta mañana mencionaste a tu padre. ¿El está enterado de ese incidente en Inglaterra?
– Espero que no. No, ruego que no. -Ruark miró a la distancia, con expresión preocupada-. Sus fuerzas serían puestas a prueba si llegaran hasta él esos rumores y me creyera muerto.
– ¿y tu madre? -insistió Shanna -. ¿Tienes hermanos? ¿Hermanas? No los has mencionado.
Ruark la miró sonriendo.
– ¿Cómo podría jactarme de ellos, Shanna, cuando son rústicos coloniales?
Shanna percibió la ironía Y. renunció a enterarse de más cosas de él. Se irguió y 1o miró a los ojos. Ruark estaba observándola intensamente.
– Tus ojos revelan tus pensamientos -1o acusó bruscamente-. Es una grosería mirar tan abiertamente, y peor aún hacerlo en la iglesia.
– Sólo estaba admirándote -dijo él-. Eras la más hermosa mujer que allí había, y yo, como la mayoría de los otros hombres, sólo admiraba tu belleza.
– Tú eres más atrevido que los otros -dijo ella-. Cada vez que me miras me siento desnuda.
– Lees muy bien mis pensamientos, Shanna. Frecuentemente sueño que te tengo desnuda en mis brazos.
– ¡Eres un canalla! ¡Un canalla grosero, mal pensado! -gritó Shanna y sus mejillas enrojecieron-. No sé en qué terminará todo esto. ¿Y si yo estoy encinta? ¡ Sería desastroso!
– Sólo si tú lo quieres así -replicó suavemente Ruark.
– ¡Oh, calla! -estalló Shanna-. ¿Qué te importa a ti mi problema? Yo tendría que enfrentar a mi padre mientras que tú, sin duda, encontrarías la forma de salvarte de una azotaina.
Ruark la miró fijamente.
– ¿Tienes alguna indicación de que estás encinta, Shanna? Quizá el mes se te ha retrasado.
Shanna sacudió la cabeza con irritación y apartó la vista de esa mi rada fija de él, algo avergonzada.
– No, aún no -dijo.
Ruark la tocó en un hombro.
– Entonces pronto, quizá, amor mío, y podrás estar más tranquila. Shanna se apartó de la caricia de él.
– ¿Debes espiar en mi vida privada? ¿No puedo tener secretos para ti?
Bajo los dedos de él, el suave rodete de cabello de su nuca quedó libre. Ruark tomó unos rizos y aspiró la deliciosa fragancia. Le habló al oído.
– Para tu esposo no, amor mío. Si la simiente ha sido plantada sólo nos queda aceptar el hecho.
Con franca irritación, Shanna se volvió bruscamente y Ruark supo que había llegado demasiado lejos.
– ¿Sí? -exclamó ella-. ¿Y qué harías tú si yo estuviera encinta? ¿Aceptarías al hijo de mis entrañas y le darías tu apellido?
– Ciertamente -le aseguró Ruark-. Pero allí está el problema.
¿Deberíamos darle el apellido Ruark; admitir que somos amantes, y después casarnos otra vez? ¿O le damos el apellido Beauchamp, como es su derecho, y confesamos todo, que desde el principio estuvimos casados, y nos entregamos a la misericordia de tu padre?
Shanna golpeó indignada el suelo con el pie. El estaba tomándolo todo a broma y burlándose de ella.¡Oh, cómo 1o detestaba!
– Eres grosero -dijo, magnífica en su furia, con los ojos echando chispas-. ¡Eres un bárbaro de la peor clase! Bromeas con mi orgullo y tomas mi honor a la ligera. Me privarías de 1o que tanto he trabajado para conservar: mi derecho a elegir esposo. ¿Acaso esperas que yo acepte mansamente ser la madre de tus bastardos?
– No serán bastardos, Shanna. Tú eres mi esposa.
Ella negó con la cabeza y trató de apartarse pero él tenía sus dedos en la nuca de ella y la miraba fijamente ti la cara.
– ¡El pacto ha sido cumplido! -dijo ella, casi sin aliento-. ¡Tú 1o has admitido!
– ¿Y qué hay de los votos matrimoniales! -replicó él-. ¿Crees que fueron pronunciados con ligereza y que puedes rechazarlos a voluntad? ¿Respetas lo que has jurado ante un altar menos que lo que prometiste en una oscura celda? ¿Cómo explicas que eres viuda cuando yo estoy vivo, con buena salud? -Sus palabras adquirieron un tono insultante, duro-. ¿Acaso has comprobado que me falta vigor para que tengas que buscar otro esposo y tenderte debajo de él a fin de gozar de los placeres que él pueda proporcionarte?
Shanna lo miró atónita y él rió cáusticamente.
– Tal vez -continuó él- prefieras casarte con un lord de ilustre apellido pero empobrecido y pasar el resto de tu vida deseando un hombre de verdad. ¿O me llamarás para complacerte en lo que no pueda complacerte tu elegante lord?
– ¡Bestia! -estalló ella y levantó la fusta como si fuera a golpearlo en el rostro-. Te muestras frívolo pues poco tienes que perder. Puedes huir muy bien y dejarme con el vientre hinchado. -Se apartó de él-. Como son los hombres, eres libre para satisfacer todos tus caprichos.
– ¡Libre! -dijo Ruark en tono despectivo-. No Shanna, soy un siervo y mi amo podría decidir venderme y yo nada podría decir. -Ahora se le acercó y su voz se elevó-. ¿Escapar? ¿Ser un renegado toda mi vida?
¡Shanna, déjame decirte que no haré eso!
– Sí, realmente eres un renegado -dijo Shanna, poniendo los brazos en jarras-. Pero yo tengo todo que perder.
– ¡Todo que perder! -replicó él-. ¿Y qué más que mi cuello puedo perder yo? ¿Crees que lo valoro tan poco que tomo tu estado a la ligera? ¿Crees que busco por padrino al verdugo?
Shanna repuso con voz aguda:
– ¡Creo que eres un asno pomposo!
– ¡Y tú eres una niña malcriada! -rugió Ruark-. Yo creo que debería hacer lo que hacía tu padre, ponerte boca abajo sobre mis rodillas y darte una buena azotaina.
Los ojos verdes lo miraron amenazadores.
– ¡Atrévete a tocarme, Ruark Beauchamp, Y te arrancaré la piel de tu cuerpo desnudo!
Estaban de pie en el trapiche a medio construir, sobre una estrecha plataforma que temblaba bajo la cólera de los dos, pero ninguno lo advertía. Una pequeña nube de tormenta entró en el valle arrastrando consigo a otras más.
– ¡Mequetrefe! -exclamó Shanna, ahogada bajo la mirada de esos ojos ambarinos-. ¡Eres un grosero cruel! Un bruto…
Hubo un relámpago cegador sobre sus cabezas. Al instante siguiente el estallido ensordecedor de un trueno los envolvió en una masa de sonido. Shanna se sobresaltó y presa de súbito pánico cayó sobre Ruark, con los ojos dilatados por el miedo. Inmediatamente estalló otro relámpago y pálida y temblorosa, se aferró a Ruark como una niña asustada. El no había pensado que pudiera haber algo en el mundo que la asustara tanto. Ella había demostrado gran coraje frente a diversas dificultades. La cólera de él desapareció rápidamente y le rodeó los hombros con el brazo y la condujo hacia la escalera. Ya caían las primeras gotas de lluvia y el viento agitaba las tablas sueltas bajo los pies de ellos.
– Ten cuidado, Shanna -dijo Ruark haciéndose oír entre las ráfagas y la lluvia-. El lugar es alto y el camino empinado.
El viento se llevó la respuesta de ella, que tuvo que detenerse para recobrar aliento. Empezó a descender detrás de Ruark. Cuando llegaron al rellano él tuvo que gritarle al oído.
– La choza del capataz. La cabaña junto al camino. ¡Corre!
La empujó y Shanna recogió su falda, cruzó corriendo la plataforma, bajó los escalones y atravesó el claro hacia la sencilla cabaña que él le había indicado. Shanna llegó a la puerta sin aliento. Ruark se inclinó sobre ella para protegerla de la fuerza ahora brutal de la lluvia mientras se afanaba con el cerrojo de la puerta.
Un relámpago cruzó el cielo y un trueno ensordecedor resonó en sus oídos. Shanna se estremeció y ocultó el rostro en el pecho del hombre. El pavoroso estallido se desvaneció y después de un largo momento Shanna se apartó un poco y miró a Ruark. El bajó lentamente la cabeza y la besó en la boca.
Por fin la puerta se abrió como dándoles la bienvenida al oscuro interior. Ruark la tomó en brazos. Entraron.
El viento aullaba, rugían los truenos, estallaban los relámpagos y la cabaña se estremecía, ya fuera por la tormenta interior o por la exterior.
Después quedaron, acostados juntos sobre el angosto catre que servía como cama ocasional. Las ropas de Shanna estaban sobre una silla frente al fuego que crepitaba en el pequeño fogón. Afuera seguía cayendo la lluvia. Los dos quedaron silenciosos, uno en brazos del otro, con sus emociones calmadas por el momento.
Shanna se incorporó y miró a Ruark en la cara.
– ¿Has estado enamorado? -preguntó suavemente, pasándole los dedos por los labios.
Ruark la miró sorprendido y sonrió lentamente.
– Shanna, ya te he dicho que tú eres mi único amor.
– Hablo en serio -lo regañó ella suavemente-. Sé que has tenido otras mujeres. ¿Alguna vez estuviste enamorado de una de ellas?
El se alzó ligeramente de hombros.
– Sólo un pequeño episodio cuando era muchacho, eso fue todo. – ¿Un muchacho? ¿De nueve años? ¿De diez?
– No tan joven. Tenía dieciocho años y ella era una viuda -joven con flamígero cabello rojo. Me enseñó mucho acerca de las mujeres.
La curiosidad de Shanna no quedo satisfecha.
– ¿Qué sucedió? ¿Le hiciste el amor?
– Shanna, Shanna, mi ratita inquisitiva. ¿Para qué quieres saberlo? Pasó hace mucho tiempo y ya está olvidado.
– Te dejaré si no me lo dices -amenazó ella-. Y puedes quedarte aquí hasta que te pudras
– Mala mujer -bromeó él-. Y también celosa, creo.
– ¿De la viuda? ¡Ja! -replicó Shanna-. Eres muy presumido. Pasó un momento de silencio y después ella insistió:
– Supongo que estuviste terriblemente enamorado de ella. ¿Era bonita?
– Bonita -admitió Ruark-. Alta, esbelta. Tenía veinticuatro años. Ella compró un semental y yo…
– Tú te convertiste en su semental -interrumpió Shanna, sin poder disimular su irritación-. ¿No fue así? ¿Ella era como tu pequeña golfa de la posada?
Ruark trató de distraer su atención y la abrazó. Pero ella se resistió y se sentó sobre sus talones.
– Maldición -gritó-. Dime. ¿Era como tu pequeña golfa de la posada?
– ¡Oh, demonios! -exclamó Ruark. Se arrodilló frente a ella, la miró ceñudo y la obligó a que apoyara la espalda en la pared-. Ni siquiera recuerdo la apariencia de ninguna de las dos.
Su mirada se suavizó cuando contempló la desnudez de ella. Suspiró y trató de explicarle.
– Yo era solo un muchacho, Shanna. La viuda era una mujer mundana. Si eres capaz de creerlo, ella me sedujo. Después crecí. Mucho de ese esplendor se desvaneció. Ella empezó a exigirme demasiado de mi tiempo. Yo entrenaba caballos y además trabajaba en otros lugares. Ella se casó con un lord rico y viejo y cuando yo me negué a continuar como su amante se puso furiosa y terminó la relación. En realidad, me sentí muy aliviado. Me alegré de verme libre de ella. Y si puedes creerme, Shanna, después no tuve muchas mujeres más. Lo que dije esta mañana es verdad. Mi padre me consideraba casado con mi trabajo y quizá lo estuve, hasta que tú…
Shanna rió perversamente y sus ojos brillaron llenes de picardía. – ¿Qué te propones ahora, mujer? -preguntó él-. Nada bueno, seguramente. Shanna pasó los dedos por el pecho velludo de él y habló en tono de broma.
– Supongo -dijo- que si quiero verme libre de ti, primero tendré que cansarte con constantes exigencias.
Ruark sonrió tranquilizado.
– Inténtalo -dijo-. Envía por mí cada vez que estés libre y ya verás si consigues cansarme. La idea me parece interesante. Pero existe cierto peligro, desde luego, y ambos somos susceptibles. ¿Qué sucederá si te enamoras de mí?
Shanna bajó la vista y se preguntó qué haría si eso sucedía.
El silencio se prolongó hasta hacerse incómodo, pero la mente de la muchacha estaba sumida en un caos. Ninguna respuesta salía a la superficie. Ella casi temía lanzarse a las turbulentas profundidades porque no sabía lo que encontraría allí. Nunca había estado enamorada salvo del hombre ideal de su imaginación y, en realidad, nunca se había sentido atraída por ninguno hasta conocer a Ruark.
Cesó la lluvia. Los pájaros estaban callados y el viento ya no rugía. El silencio era denso, casi como si se lo hubiera podido cortar con un cuchillo. Y Ruark seguía aguardando una respuesta.
El silencio fue roto por el sonido de cascos que se acercaban rápidamente. Ruark soltó un juramento y se incorporó de un salto. Rápidamente se puso sus calzones mojados. Parecía muy probable que la puerta se abriera de un momento a otro y Shanna nada pudo hacer fuera de acurrucarse debajo del cobertor en un rincón de la cama. Los cascos se detuvieron junto a la puerta. Shanna intercambió una mirada angustiada con Ruark. Entonces oyeron un extraño sonido, como si alguien raspara la puerta, y Ruark sonrió y miró a Shanna, se adelantó y abrió completamente la puerta mientras ella ahogaba una exclamación de protesta.
Allí, en el vano, iluminado por el sol, estaba Attila. Se había soltado de sus ataduras. El caballo agitó la cabeza, relinchó y golpeó el suelo con sus cascos. Ruark buscó su camisa y sacó algo del bolsillo.
– Es así como lo he entrenado -explicó y tendió la mano mostrando dos terrones de azúcar moreno-. Se ha aficionado mucho al azúcar y hoy olvidé darle su ración.
– Oh -suspiró débilmente Shanna y se apoyó nuevamente en la pared-. Me ha dado un susto tremendo.
El caballo mordisqueó el azúcar que le ofrecía Ruark y echó la cabeza hacia atrás con evidente placer. Ruark cerró la puerta, se apoyó contra ella y miró a Shanna. El cobertor había caído y Ruark devoró el espectáculo con tanta voracidad como Attila el azúcar. Shanna tomó su camisa, se la puso rápidamente y lo miró con ojos acusadores.
– Si buscas la comida con la misma voracidad con que me buscas a mí -dijo en tono humorístico- pronto tendrás una barriga como la de mi padre.
Ruark le pasó un brazo por la cintura y ella se levantó para buscar su vestido que estaba secándose.
– Si mi comida -replicó Ruark- viniera con la misma regularidad que tu amor, hace tiempo me habría muerto de hambre. Como con la comida, mi necesidad de ti es cosa de todos los días y estos ayunos tan largos no apaciguan mi hambre.
– ¡De todos los días! ¡Ja! -Shanna empezó a pasar distraídamente un dedo sobre el pecho de él, como si estuviera escribiendo algo-. Tu lujuria es un dragón esclavizante que devora en un momento todo lo que puedo ofrecerte. Me temo que nunca saldrías más allá de la puerta del dormitorio si viviéramos como marido y mujer.
Shanna frunció súbitamente el entrecejo cuando vio lo que había escrito su dedo. Contra la piel oscura de él, las marcas blancas se desvanecían ya mientras las miraba, pero quedaron grabadas a fuego en el cerebro de Shanna. Las palabras "Te amo" escapan sin terminar, pero lo mismo revelaban sus sentimientos. Rápidamente se deshizo del abrazo y empezó a vestirse con mucha prisa.
Confundido por el abrupto cambio de ella, Ruark la observó atentamente mientras tomaba uno de sus dibujos y jugaba con el cilindro de pergamino.
– Había pensado pasar la noche aquí -empezó él casi con vacilación-. El señor MacLaird me trajo hasta aquí cuando vino con provisiones para el trabajo de mañana pero yo dejé varios dibujos que necesitaré por la mañana. ¿Me llevarías de regreso?
Shanna se detuvo en el acto de ponerse el vestido.
– Te llevaré -murmuró. Una vez cubierta con las ropas se calmó, se levantó el cabello y le volvió la espalda-. ¿Quieres abrocharme el vestido?
Ruark así lo hizo, sin apurarse. No tenía ninguna prisa por terminar la tarde.
Shanna se estuvo quieta casi todo el tiempo que él demoró en abrocharle el vestido, pero una vez extendió la mano y tomó algunos de los dibujos que estaban sobre la mesa. Los estudió y reconoció la escritura de Ruark en la parte superior. Cuando él terminó con el vestido, ella se volvió.
– Has estado trabajando -comentó, y pasó el dedo sobre una mancha de tinta que él tenía en la atezada piel del pecho.
– Como no tenía esperanza de verte hoy -dijo él- puse mi mente a trabajar en algo menos atormentador que tú.
– Dime, por favor, ¿cómo te atormento yo? ¿Me consideras una bruja que sólo te busca para divertirse? ¿Cómo puedo yo, una simple mujer como me ves ahora, atormentarte tanto?
Ruark sonrió perezosamente, la abrazó y la besó en la frente.
– Sí, eres una bruja, Shanna. Has lanzado sobre mí un extraño hechizo que me hace pensar continuamente en ti cuando estoy despierto. -Su aliento rozó los finos rizos que rodeaban la oreja de ella-. Pero también eres un ángel, cuando estás tendida a mi lado, suave y cálida, y me dejas que te ame como deseo.
Shanna le tapó la boca con una mano temblorosa y reconoció la aceleración de su propio pulso. El efecto de esos ardientes ojos ambarinos era total y devastador.
– No hables más, por favor.
Ruark le besó la palma de la mano, los dedos ellos, la sortija que ella llevaba. Abruptamente se puso ceñudo, le tomó la mano y la miró fijamente.
– ¿Qué sucede? -preguntó Shanna.
El ceño de él se acentuó.
– Yo llevaba una sortija en una cadena al cuello y la tenía cuando visité a la moza de la posada. Desde entonces no la tengo más. Con todo lo que sucedió, lo olvidé completamente hasta ahora. La sortija que llevas me lo recordó. Mi sortija tenía que ser para ti.
– ¿Para mí? Pero si entonces tú no me conocías.
– Estaba destinada a mi esposa, quienquiera que fuera. Había pertenecido a mi abuela.
– Pero Ruark, ¿quién la tomó? ¿La muchacha de la posada? ¿O los soldados cuando te prendieron?
– No, yo desperté no bien ellos me tocaron. Debió tomarla la muchacha. Pero si lo hizo, entonces yo tuve que estar dormido.
– ¿Ruark? -preguntó Shanna quedamente-. ¿Qué significa todo eso?
– Aún no lo sé pero juraría que la pequeña ramera tuvo desde el principio intenciones de robarme. Quizá me dio alguna droga en el vino. -Ruark sacudió la cabeza-. Pero ella también bebió. -Inclinó la cabeza, como si tratara de recordar-. ¿O no bebió? ¡Qué tonto que fui al no haber sido más cuidadoso!
Después de un momento renunció a tratar de recordar los acontecimientos de aquella noche, recogió las medias y las ligas de Shanna y se las entregó.
– Será mejor que nos marchemos antes que tu padre venga a buscarte o La próxima vez podemos no tener la suerte de encontrar a Attila en la puerta.
Shanna se sentó nuevamente en la cama y bajo la mirada admirativa de Ruark se levantó la falda y se puso las medias de seda. Terminó, bajó la falda y lo miro sonriente.
– ¿Listo?
– Sí, amor mío -dijo Ruark.
Le puso una mano en la cintura y la llevó hasta la puerta. Salieron. ¡Ruark levantó a Shanna para que montara y le acomodó la rodilla en el arzón. Después puso su pie en el estribo, montó detrás de ella y tomó las riendas de sus manos. Shanna sonrió, se apoyó contra él y disfrutó de la cabalgata, lejos de la aldea y de miradas indiscretas. Una profunda paz descendió sobre ellos mientras compartían el brillante panorama que se extendía ante sus ojos y divisaban el azul verdoso del mar entre los altos árboles.
En ese momento eran solamente conscientes une del otro y nada supieron de la solitaria figura que los observaba desde cierta distancia.
Ralston tiró de las riendas de su caballo para que el animal no revelara su presencia y enarcó pensativamente las cejas cuando vio que la pareja intercambiaba un largo beso. Su sorpresa aumentó cuando el siervo, John Ruark, puso su mano sobre un pecho de Shanna. En vez de la bofetada que esperaba el agente, ella aceptó la caricia con naturalidad, sin siquiera intentar apartar la mano de Ruark.
– Parece que el señor Ruark ha conquistado a la dama y está retozando donde no debiera -murmuró Ralston para sí mismo-. Tendré que vigilar a este hombre.
CAPITULO ONCE
Las nubes parecían anunciar la proximidad de las velas hinchadas de un gran navío que se deslizaba sin esfuerzo sobre el mar ondulado, cortando las aguas azules y cristalinas con su alta proa. El cielo azul contrastaba con las velas blancas y contra el horizonte borroso el barco era como un águila en vuelo que se remontaba graciosamente con sus alas extendidas pero inmóviles.
– Es uno grande -dijo el señor MacLaird mientras Ruark levantaba un anteojo para observar mejor-¿Puede distinguir el nombre, muchacho? ¿Es inglés?
– Colonial. Enarbola el pabellón de la Compañía de Virginia -repuso Ruark-. Es el Sea Hawk.
– Una belleza -dijo MacLaird-. Un barco tan bueno como cualquiera de los de Trahern.
Ruark bajó el anteojo y mientras seguía mirando, el barco arrió parte de su velamen y se dirigió a la entrada del puerto. Ruark se volvió casi con ansiedad a su compañero, quien seguía mirando por la ventana por encima del borde superior de sus gafas pequeñas y cuadradas.
– Ese carro que tiene allí cargado de ron – Ruark señaló con el pulgar hacia el frente de la tienda-, ¿hay que llevarlo a bordo de alguno de los barcos?
El señor MacLaird levantó la nariz y miró a Ruark a través de los cristales de sus gafas de montura de acero.
– Sí, muchacho. Al Avalón. La goleta hará esta semana el recorrido de las islas. ¿Por qué lo preguntas?
– Estaba pensando si yo podría llevar el cargamento. Hace casi un año que abandoné las colonias y quiero ver si ese barco trae noticias de mi tierra.
El anciano tendero señaló la puerta con su nudoso pulgar y sus ojos azules se encendieron con un brillo de regocijo.
– Entonces ve de una buena vez, muchacho, antes que el ron se estropee por estar tanto bajo el sol.
Ruark le agradeció con una amplia sonrisa y ansiosamente puso manos a la obra. Bajó rápidamente, saltó al asiento del carro y azuzó a la pareja de mulas. Cuando tomó el camino hacia el muelle una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Empezó a silbar.
La tarde trajo una brisa refrescante y Shanna escapó del tedio de su trabajo con los libros de contabilidad y salió a cabalgar. Llevó a Attila a lo largo de la playa donde una vez había encontrado a Ruark y siguió el mismo sendero hacia el tranquilo claro entre los árboles. Los pájaros cantaban y aleteaban entre el follaje, las ranas croaban en el pantano. Flores de alegres colores tachonaban la espesa alfombra. de hierba verde y las mariposas, con sus alas de tonos vibrantes, tocaban las flores, se posaban en las hojas y trazaban un vistoso sendero en la brisa ligera y fragante..
Shanna suspiró, contenta con el día. Todos los temores habían quedado de lado cuando tuvo la seguridad de que no se hallaba encinta y de que sus placenteros interludios con Ruark no habían tenido consecuencias no deseadas. Con el tiempo, pensaba ella, habría otro hombre que le -diera tanto placer como el engreído colonial y ella tendría hijos de él, pero hasta entonces no correría más riesgos. Mantendría a Ruark a distancia y siempre le diría que no. No podía permitir que todo lo que había planeado se estropeara por un momento de pasión y debilidad. Sí, era debilidad lo que la hacía olvidar su determinación y meterse en la cama con Ruark, como cualquier moza lasciva. A él no lo había visto desde aquel tormentoso domingo de hacía casi una semana y ahora trataba de estar sola, de no cruzarse en su camino. Si algo había aprendido de sus relaciones con Ruark era que ella no podía manejarlo a él y tampoco a la situación. En cualquier encuentro con él sus planes quedaban olvidados y no podía correr el peligro de que un impulso de la naturaleza la arrojara en sus brazos sin pensar en las consecuencias. Por más que declarara con firmeza sus intenciones, era todavía mejor no tentar al destino.
En el sombreado lugar las flores eran las mismas de siempre, igual la variedad de colores, el penetrante perfume, la umbría frescura.
Attila caminaba inquieto sobre el terreno blando, ansioso de lanzarse a la carrera, pero los pensamientos de Shanna estaban en otra parte. Unos ojos de color de ámbar invadían su mente contra su voluntad y en su cuerpo iba extendiéndose lentamente un suave calor. Los ojos parecían mirar las profundidades de su ser y despertaban indeseados recuerdos mientras unos labios entreabiertos se acercaban, se acercaban…
– ¡Sal de mi mente! -les gritó a las copas de los árboles y espantó a una bandada de pájaros que estaban allí posados. Después golpeó la silla de montar con su guante. Apretó la mandíbula y dijo, entre dientes-: ¡Sal de mi mente, dragón bestial! ¡El pacto ha sido cumplido! ¡Yo no te he traicionado!
Shanna tiró de las riendas, el semental dio media vuelta y huyeron del lugar. Ya no había paz allí. Los cascos del caballo levantaron terrones de arena. El viento agitó los cabellos de Shanna. Corrió como si todo el bosque estuviera en llamas y ella fuera a consumirse si disminuía la velocidad de su cabalgadura. Ciertamente, en esos ojos color ámbar había un ruego que seguía atormentándola.
Pronto Attila empezó a jadear y Shanna supo que su resistencia estaba próxima a terminarse. Lo hizo andar al paso y siguió por la playa hasta que llegó a un punto donde un pequeño arroyo se abría paso hasta el mar Shanna llevó a su montura hasta el nacimiento del arroyuelo. El denso follaje se abrió y reveló un peñasco que subía muy alto y de cuyo borde superior el agua se precipitaba, riente como una joven virgen al caer de roca en roca hasta llegar a un estanque de color esmeralda en la parte inferior.
Shanna se apeó y Attila se metió en el agua, hundió media cabeza debajo de la superficie y sació su sed. Shanna ordenó un poco su cabello y se lavó el cuello con un pañuelo que mojó en el agua fría.
Cuando su excitación desapareció, la hija de Orlan Trahern montó nuevamente y llevó al caballo hacia la aldea. Attila había disfrutado la carrera y su sangre todavía corría en sus venas. Luchó contra la firme mano de Shanna y se hubiera echado a correr si ella hubiese cedido un poco.
Esta fue la aparición que entró en la aldea y se dirigió al muelle por el empedrado: el brioso semental gris con su cabeza más oscura, tascando el freno, la cola arqueada hacia arriba y las crines ondeando con cada movimiento. Y sobre su lomo una beldad como pocos hombres ven en toda una vida, fresca y relajada, controlando al animal con mano experta.
No debe sorprender que los marineros coloniales dejaran lo que estaban haciendo y detuvieran sus labores para mirar boquiabiertos. Shanna, para quien tanta atención no resultaba del todo desagradable, los saludó con una breve inclinación de cabeza y se dirigió al amarradero donde estaba el navío recién llegado. Entonces vio el birlocho de su padre y se acercó para preguntar a Maddock dónde estaba el hacendado.
– A bordo del barco, señora -respondió el hombre de color y señaló el gallardo navío-. Hablando con el capitán, – supongo
Cuando Shanna entregó las riendas al cochero y se dispuso a apearse hubo una inmediata conmoción. Se había congregado una pequeña multitud de marineros que ahora se disputaban el honor de ayudada a bajar. Ella aguardó pacientemente hasta que un joven gigante, que hubiera hecho parecer enano a Pitney, se abrió paso a los codazos y le ofreció la mano con una sonrisa. Shanna bajó, le agradeció graciosamente y se dirigió a la planchada dejando a su paso un coro de gemidos y suspiros semiahogados. Sus delicadas botas todavía no habían tocado la cubierta del barco cuando otro joven corrió a su encuentro y se detuvo ante ella casi tropezando. El hombre se irguió rígidamente y metió bajo su brazo un anteojo de bronce brillantemente pulido. Un tricornio flamante le cubría el cabello mal peinado. El joven recobró la compostura, se quitó el sombrero, casi dejó caer el anteojo y la saludó en alta voz, ansioso por sede útil.
– Buenas tardes, señora. ¿Puedo servirla en algo?
– Por favor -sonrió Shanna mientras el pobre mocetón parecía tragarse su lengua-. Llévele un mensaje a mi padre, dígale que si termina pronto lo que tiene que hacer acá, me gustaría regresar con él.
El joven empezó un saludo pero en seguida se volvió a medias y señaló con el brazo.
– ¿Es ese su padre, señora, el que está con el capitán?
Aferró su sombrero que una ráfaga amenazó con llevarse al agua y nuevamente evitó apenas que el anteojo cayera al suelo. Señaló con la cabeza hacia los dos hombres.
– ¿Es él, señora? -tartamudeó, un poco ruborizado.
Shanna asintió y sus ojos se 'posaron en la silueta corpulenta de su padre. El otro hombre le daba la espalda y ella sólo pudo ver una espesa mata de cabello castaño rojizo atada en una coleta sobre su torso vestido de azul.
– ¿A quién debo anunciar, señora? -preguntó el joven. -A la señora Beauchamp, señor -dijo Shanna.
– Señora Beau… -el joven oficial se interrumpió con indisimulada sorpresa y el hombre alto que estaba con su padre se volvió y le dirigió una mirada penetrante, como si esperara encontrar una bruja a bordo de su barco. Ante esa mirada ceñuda Shanna quedó paralizada, incapaz de moverse o de hablar.
La expresión del hombre se suavizó lentamente. Sus ojos recorrieron el cuerpo de ella rápidamente y volvieron a la cara. Después, el hombre sonrió levemente y asintió con la cabeza en lo que pareció un gesto de aprobación.
Shanna soltó un suspiro y se percató de que había estado conteniendo el aliento desde que él la mirara a la cara. Así su vida hubiera dependido de ello, no hubiese podido explicar por qué la aprobación de este hombre, a quien nunca había visto en la vida, debía complacerla.
Cuando el capitán se acercó caminando por la cubierta Shanna advirtió que era delgado, casi flaco, y se movía con el andar característico de un marino consumado. Su rostro era largo y un poco anguloso. Aunque en sus ojos castaños había un indicio de fino humor, los labios denotaban severidad o más bien la firme determinación de un hombre habituado a mandar. Se detuvo frente a ella, se llevó las manos a la espalda y se balanceó sobre los talones en el más fugaz de los saludos cordiales.
– ¿Señora Beauchamp? -Las palabras salieron de sus labios con un leve acento arrastrado.
Orlan Trahern se les acercó, apoyó ambas manos en el nudoso pomo de su bastón y los miró fijamente.
– Sí, capitán -dijo Trahern-, yo pensaba presentarle a mi hija, Shanna Beauchamp. -Algo extraño brilló en los ojos del hacendado y Shanna se preparó para cualquier cosa. Pero el choque fue lo mismo apabullan te-. Querida mía, éste es el capitán Nathanial Beauchamp.
Las palabras fueron lentas y deliberadas y él aguardó que todo el peso de ese apellido cayera sobre su hija. Shanna abrió la boca como para hablar pero no dijo palabra. Sus ojos se dirigieron interrogantes al alto capitán.
– Sí, señora -dijo él con su voz profunda-. Tendremos que discutir esto largamente, antes que mi propia esposa me acuse de bribón.
– Más tarde, quizá, capitán -interrumpió Orlan Trahern-. Debo ponerme en Camino. Si nos disculpa, señor. ¿Y tú, Shanna querida, me acompañarás de regreso a la casa.
Shanna asintió aturdida, incapaz de formular un comentario. Trahern la condujo gentilmente hasta la planchada y allí se volvió.
– Capitán Beauchamp -dijo.
Shanna dio un respingo al oír el apellido.
– Más tarde enviaré un carruaje por usted y sus hombres. Sin aguardar una respuesta, el hacendado abandonó el barco y se alejó llevando del brazo a su confundida hija. El capitán se acercó a la borda y contempló cómo se alejaba el birlocho y desaparecía detrás de un depósito.
Shanna se detuvo fuera del salón cuando reconoció la voz del capitán Beauchamp que respondía a Pitney. Ralston interrumpió en seguida, pero esa voz profunda, segura, era inconfundible. Shanna unió sus manos trémulas tratando de serenarse y lanzó una mirada hacia la puerta principal junto a la cual estaba Jasón, alto, silencioso.
– Jasón -dijo suavemente-. ¿Aún no ha llegado el señor Ruark? -No, señora. Envió una nota con un muchachito del trapiche diciendo que se ha presentado una dificultad y que tendrá que permanecer allí.
"¡El maldito pícaro!", pensó Shanna. "¡Me deja sola para las explicaciones! Ni siquiera sé si él es realmente un.Beauchamp. Muy bien podría. haber tomado prestado ese apellido. ¿Cuál es, entonces, el nombre de ese miserable? ¿Y el mío? ¿Señora de John Ruark?" Shanna gimió interiormente. " ¡No lo permita Dios!"
El pánico casi la hizo huir a sus habitaciones como una cobarde, pero finalmente logró dominar los corrosivos sentimientos que casi le hacen perder su compostura.
Shanna calmó sus caóticas emociones con el pensamiento "Yo soy la señora Beauchamp", alisó los varios metros de satén verde claro de su falda y empezó a arreglarse su elaborado peinado cuando el joven oficial que la había recibido a bordo del Sea Hawk se acercó a la puerta para dejar su copa en una mesilla. Cuando la vio, se detuvo bruscamente y casi soltó una exclamación.
– ¡Señora Beauchamp! -dijo-. ¡Qué hermosa… -sus ojos descendieron hacia las curvas de los pechos, tartamudeó, enrojeció y una vez más se recobró-…ah, qué hermosa casa que tiene usted!
La conversación en el salón cesó y Shanna, cuya presencia había sido anunciada, no pudo seguir demorándose. Se obligó a sonreír y entró graciosamente en el salón, apoyando delicadamente sus manos en la amplia falda para que no ondeara demasiado. Era una visión que a los hombres les costaba aceptar como realidad y fue evidente que el joven oficial del Sea Hawk estaba completamente hechizado. Orlan Trahern estaba obviamente lleno de orgullo de presentar su hija a sus invitados. Durante las presentaciones, Shanna se percató de que Nathanial Beauchamp la observaba con una mirada lenta y firme y quedó intrigada cuando él miró ceñudo a su joven oficial, quien se las compuso para ubicarse junto a ella. También se dio cuenta de que la atención de Ralston parecía más intensa que lo habitual, pero no le dio mucha importancia pues, en realidad, no le preocupaba lo que pudiera estar pensando ese hombre. Terminadas las presentaciones y segura del brazo de su padre, Shanna se detuvo ante el capitán colonial.
– Señor, me interesa saber cómo es que tenemos el mismo apellido. ¿Quizá tiene usted parientes en Inglaterra?
Nathanial Beauchamp sonrió y la miró con sus ojos castaños llenos de humor.
– Señora, yo adquirí ese apellido honradamente pues me lo dieron mis padres. Lo que realmente tendremos que discutir es cómo lo adquirió usted. Por supuesto, todos los Beauchamp somos parientes en una u otra forma. Aunque hemos tenido nuestros pícaros, piratas y salteadores, el nombre parece prolongarse con sorprendente regularidad.
– Perdóneme, señor -dijo Shanna-. No fue mi intención entrometerme. ¿Pero debo llamado tío, primo o alguna otra cosa?
– Lo que a usted más le plazca, señora -sonrió Nathanial-. Pero sea bienvenida a la familia.
Shanna asintió y rió pero no se atrevió a insistir en el tema porque su padre estaba dedicando demasiada atención al diálogo y parecía disfrutar de cada palabra.
La cena transcurrió en relativa calma pues el capitán Beauchamp y sus oficiales conversaron con Trahern acerca de las posibilidades comerciales entre Los Camellos y las colonias. Ralston no estaba a favor de ese intercambio y habló con atrevimiento.
– ¿Qué se puede obtener allí, señor, que no pueda obtenerse en Inglaterra y Europa? La corona no estaría muy complacida si usted extendiera sus negocios a otras partes.
El sobrecargo del Sea Hawk replicó:
– Nosotros_ pagamos buenos impuestos a la corona pero conservamos nuestro derecho de comerciar donde mejor nos convenga. Mientras se paguen los impuestos, ¿quien podría quejarse?
Ralston hizo un gesto despectivo pero su tono fue cuidadosamente cortés cuando se dirigió a Trahern.
– Seguramente, señor, usted no puede esperar obtener mucha ganancia comerciando con colonias atrasadas.
Edward Bailey, el primer oficial, se inclinó hacia adelante. Era un hombre bajo, apenas más alto que Shanna, pero fuerte y con hombros y brazos musculosos. Su cuello, cortó y grueso, sostenía una cara rubicunda, casi de querubín, continuamente iluminada por una sonrisa. Sus mejillas jamás perdían su vibrante color y cuando él montaba en cólera, como ahora, el color se acentuaba aún más.
– Es evidente que usted no ha pasado por las colonias en sus viajes, señor Ralston, pues ignora las riquezas que allí pueden obtenerse. En las regiones del norte se producen lanas y otras mercaderías que pueden rivalizar con las mejores de Inglaterra. Fabricamos un rifle largo con el que se puede acertar en el ojo de una ardilla a cien pasos de distancia. En las costas del sur hay cordelerías y aserradero s que producen cuerdas, tablas y vigas de calidad. El barco en que navegamos fue construido en Boston, y de ningún otro lugar han salido barcos semejantes.
Trahern empujó su silla hacia atrás.
– Sus palabras me fascinan, señor. Tendré que ir a ver todo eso. Con esa señal que indicaba el final de la cena, el joven oficial se apresuró a ponerse detrás de la silla de Shanna y casi derribó la suya en su apuro. Cuando se levantaba de su asiento, Shanna vio fugazmente que el capitán Beauchamp miraba a su joven oficial con expresión ceñuda. Pero cuando volvió a mirar. una vez más el hombre sonreía. Shanna se preguntó si el capitán se había molestado por la torpeza del joven o si había querido hacer una advertencia. En todo caso, el joven limitó en adelante sus atenciones al nivel de la cortesía común y pareció algo retraído.
La velada se acercaba a su fin y Shanna se retiró a sus habitaciones con una sensación de insatisfacción. Al no encontrar alivio a su descontento, se sentó en silencio ante su tocador mientras Hergus le cepillaba el cabello. La sirvienta percibió el mal humor de su ama y contuvo la lengua, consciente del esfuerzo de Shanna por evitar a Ruark en los últimos días.
Vestida con un camisón y una bata de seda y ahora sin la compañía de Hergus, Shanna empezó a caminar por sus habitaciones, iluminadas por una única vela. Su mente no se detenía en ningún punto fijo. Distintos nombres la presionaban desde todas partes y la acosaban a preguntas.
¿Shanna Beauchamp? ¿Señora Beauchamp? ¿Capitán Beauchamp? ¿Nathanial Beauchamp? ¿Ruark Beauchamp? ¿John Ruark? ¿Señora de Ruark Beauchamp? ¡Beauchamp! ¡Beauchamp! ¡Beauchamp!.
Por fin con un grito ahogado de frustración, Shanna sacudió la cabeza e hizo ondular su radiante melena. En busca de,aire fresco, salió a la veranda y trató de aventar sus cavilaciones caminando.
La noche era apacible, tibia, con una suave cualidad conocida solamente en las islas del Caribe. Muy alta, arriba de los árboles, la luna flirteaba con nubes blancas y onduladas y las besaba hasta que resplandecían con su luz plateada para después ocultar su rostro detrás de ellas. Shanna caminó por la veranda, pasó el enrejado que separaba su balcón de los de las habitación vecinas. Un rostro empezó a formarse en su mente y una mirada ambarina penetró la oscuridad. Shanna gimió para sí misma.
Ruark Beauchamp, dragón de sus sueños, pesadilla de sus horas de vigilia, ¿por qué la acosaba tanto? Antes de haberlo sacado de su calabozo, ella era frívola e ingeniosa, hasta alegré, pero ahora vagaba sin rumbo y soñando como una doncella enloquecida por la luna.
Shanna miró hacia el prado de césped moteado de sombras.
– Ruark Beauchamp -susurró tan suavemente como la brisa -¿estás allí en la oscuridad? ¿Qué hechizo has ejercido sobre mí? Siento tu presencia cerca de mí y la misma me toca con atrevimiento. ¿Mis pasiones tienen que atormentarme tanto cuando mi mente dice que no? Shanna se inclinó sobre la barandilla y trató de controlar su imaginación súbitamente exaltada.
– ¿Qué embrujo ejerce este hombre sobre mí? -se preguntó-.
¿Por qué no puedo liberarme y ver mis propios objetivos claramente? Me siento atrapada, como si yo fuera su esclava. Aun ahora él debe de estar sentado en su cabaña, murmurando un sortilegio para atraerme a su lado.
¿Acaso es un brujo o un mago que yo debo doblegarme ante sus exigencias? ¡No, no lo haré! ¡No puede ser!
Shanna se apartó de la barandilla y continuó su caminata con los ojos bajos y la mente ocupada en sus cavilaciones.
Súbitamente una sombra se movió a su lado y ella se sintió envuelta en una nube de humo fragante. El corazón le aleteó en la garganta.
¡Ruark! El nombre casi le brotó de sus labios pero ella lo contuvo a tiempo.
– Perdóneme, señora. La voz grave, profunda de Nathanial Beauchamp la sorprendió-. No quise sobresaltarla. Sólo estaba fumando una pipa al aire libre.
Shanna miró fijamente, tratando de penetrar las sombras que ocultaba la cara de él. Su padre había invitado al capitán a pasar la noche pero ella no había pensado en eso, ocupada como estaba en su obsesión por Ruark.
– Ese olor… tabaco -dijo vacilante- -. Mi esposo… solía…
– Un hábito bastante común, supongo. Cerca de mi casa cultivan tabaco. Los indios nos enseñaron a fumarlo.
Nathanial rió por lo bajo.
– No todos salvajes, señora.
Shanna se preguntó como haría para tocar el tema que ardía en su mente. Sumida en sus pensamientos, se sobresaltó cuando la voz rompió el largo silencio.
– Su isla es muy hermosa, señora. -Su mano con la pipa fue iluminada brevemente por, la luna y la larga boquilla trazó un arco abarcando las onduladas colinas más allá de los árboles y después descendió para señalar hacia la aldea-. Su padre parece haber construido casi todo.
– Los Camellos -murmuró Shanna distraídamente-. Los Camellos. El nombre lo pusieron los españoles.
Se volvió y miró directamente las sombras que rodeaban al capitán.
– Señor -dijo-, hay una pregunta que debo hacerle.
– A sus órdenes, señora. -Se metió la pipa en la boca, la chupó y sus facciones se iluminaron ligeramente.
Aunque su deseo de saber era fuerte, Shanna no sabía cómo formular su pregunta.
– Yo… yo conocí a mi esposo en una forma más o menos frívola, en Londres, y nos casamos pocos días más tarde. Estuvimos juntos muy poco tiempo hasta que… hasta que él me fue quitado. Nada sé de su familia, ni siquiera si tenía una. Me gustaría muchísimo saber si él ha… quiero decir… si dejó…
Su voz se apagó y la pausa se cargó de tensión mientras ella trataba de encontrar las palabras adecuadas. Fue él quien respondió la pregunta no formulada.
– Señora Beauchamp, puedo hablar de todos mis familiares cercanos y que yo sepa no tengo ningún primo ni pariente lejano llamado Ruark Beauchamp.
– Oh. -Su voz sonó empequeñecida por la decepción-. Yo había esperado… -Tampoco pudo terminar esta afirmación porque no sabía qué había esperado.
– Es un apellido muy difundido, y aunque Beauchamp habitualmente podemos rastrearlo hasta un origen común, no pretendo conocer a todos los de ese nombre. Quizá hay algunos a quienes yo no conozca.
– No tiene importancia, capitán. -Shanna se alzó de hombros y suspiró-. Siento haberlo molestado con mi impertinencia.
– De ninguna manera, señora, y ciertamente no ha sido una impertinencia.
Aplastó las cenizas de su pipa con el pulgar. Sus manos eran enormes y aunque parecían tener fuerza suficiente para partir en dos una bala de cañón, eran sorprendentemente suaves y la fina pipa de arcilla parecía entre ellas un frágil pájaro.
– Tenga la seguridad, señora, de que es para mí un placer y que hablar con una mujer en una noche de luna en una isla tropical jamás puede ser desagradable. Y con usted, señora Beauchamp -se inclinó levemente- ha sido un gusto incomparable.
Shanna rió y se llevó una mano a su cabello suelto y a su bata. -Usted es muy gentil, señor, para elogiar mi descuidada apariencia. Pero ahora debo retirarme. Buenas noches, capitán Beauchamp. Nathanial dejó pasar un momento antes de responder.
– En este momento, señora, considero que usted hace honor a su apellido. Buenas noches, señora Beauchamp.
Shanna todavía estaba reflexionando sobre las últimas palabras de él cuando comprendió que las sombras que la rodeaban estaban vacías. Sin: un sonido, él se había marchado.
Las brisas de la mañana entraban a través del intrincado enrejado y agitaban suavemente las plantas en tiestos del comedor informal. El aire, refrescado por el mar, traía consigo la fragancia de los jazmines que florecían a lo largo de la veranda, mezclada.con el aroma apetitoso de carne asada, pan, café recién preparado y jugosas frutas que engalanaban la mesa de la comida matutina y que el capitán Beauchamp, después de largos meses de alimentos de alta mar, aspiró con fruición.
– Buenos días, señor Trahern -saludó Nathanial.
Trahern dejó un ejemplar del Whitehall Evening Post, que recibía en pequeños paquetes traídos por sus barcos. El periódico era el único vínculo con Londres que le quedaba, después de años de separación.
– Tenga usted muy buenos días, señor -replicó jovialmente Trahern-. Siéntese y acompáñeme con un poco de comida. -Indicó a Nathanial que ocupara una silla a su lado-. Es malo empezar el día con la barriga vacía y le aseguro que hablo por experiencia.
– Ajá -dijo Nathanial, riendo suavemente, y aceptó de Milán una
taza de humeante café-. O con un trozo de carne salada rancia.
Orlan Trahern señaló el periódico que tenía adelante.
– La paz separa rápidamente a los verdaderos comerciantes de
los que alientan la guerra. -El capitán lo miró con expresión de interrogación y Trahern continuó-: Casi cualquiera puede obtener buenas ganancias durante una guerra pero solamente los buenos comercian
tes se mantienen a flote cuando reina la paz. Los qtir hacen dinero adul
terando mercaderías y mezclando con arena la pólvora de los barcos del rey no pueden competir en un mercado honrado.
– Aceptaré su sabiduría en el asunto -dijo Nathanial y se echó hacia atrás en su silla-. En las colonias la traición es castigada con gran severidad y aunque es necesario cierto grado de cautela, uno se encuentra raras veces con un estafador.
Ahora fue Trahern quien se apoyó en su silla para mirar al otro. -Cuénteme más de ese lugar, de sus colonias. La idea de ir allá me fascina..
El capitán jugó un momento con su taza antes de hablar.
– Nuestra tierra está en las colinas de Virginia. No tan colonizada
como Williamsburg o Jamestown, pero hay mucho que decir de allá. Colinas verdes y onduladas, bosques dé millas de extensión. La tierra es rica en oportunidades tanto para hombres pobres como ricos. Mis padres criaron una familia de tres muchachos y dos mellizas en lo que la mayoría de la gente consideraría una tierra incivilizada. A su vez, cada uno de nosotros, salvo el hijo menor y una de las muchachas, nos hemos casado y si Dios lo quiere criaremos nuestras familias con el mismo éxito. Nos han llamado vigorosos porque hemos sobrevivido. Quizá lo somos. Pero es el amor y el orgullo por nuestra tierra lo que nos hizo así. Si usted pudiera verlo, señor, estoy seguro de que entendería.
Trahern asintió pensativo.
– Iré -dijo; golpeó la mesa con la mano y se rió de su decisión-. Maldición, iré y lo veré todo.
– Me alegro, señor, pero dudo de que lo vea todo. -También Nathanial Beauchamp estaba eufórico-. Hay tanta tierra que un hombre no podría re correrla en un año. Me han hablado de praderas como el mar donde si un hombre no marca su camino se pierde, porque no puede ver otra cosa que hierba. En el oeste hay un río tan ancho que es difícil ver la otra orilla y animales como no se conocen en otras partes del mundo. Existe un extraño ciervo, más alto que un caballo y con astas como enormes palas. Le digo, señor, que en esa tierra hay maravillas que no se pueden describir.
– Su entusiasmo es sorprendente, capitán -dijo? Trahern-. Yo creía que la mayoría de los coloniales eran unos quejosos desconformes.
– No conozco otra tierra tan bella, señor, ni que tenga tantas promesas -repuso Nathanial, seriamente, y un poco embarazado por su propio entusiasmo.
Los dos hicieron una pausa cuando oyeron que se cerraba la puerta principal de la mansión. Unas pisadas se acercaban al comedor por el piso de mármol. El sonido -se detuvo en la puerta del comedor y Trahern se volvió en su silla. Ruark estaba con una mano apoyada en el marco, sorprendido por encontrar ocupado al hacendado. Murmuró una disculpa y medio se volvió para retirarse.
– No, John Ruark. Entre, muchacho -dijo Trahern y miró al capitán Beauchamp-. He aquí un hombre al que tiene que conocer. Un colonial como usted, señor. Se ha hecho sumamente valioso aquí.
Cuando Ruark se acercó a la mesa, Trahern los presentó. Se estrecharon rápidamente la mano. El capitán, con una sonrisa torcida, miró fijamente los calzones cortos que llevaba Ruark.
– Se ha adaptado muy bien al clima de aquí, señor. En ocasiones, yo también he acariciado la idea pero temo que mi esposa se sentiría muy disgustada al verme paseándome como un salvaje semidesnudo.
La barriga de Trahem se sacudió de risa contenida mientras Ruark se sentaba y lanzaba una mirada dubitativa al capitán.
– Es cierto que el señor Ruark ha trastornado a unas cuantas damas con su atuendo. Todavía hay que ver si ha sido por desagrado o aprobación. Cuando yo vea a cuáles de las jóvenes doncellas empieza a hinchársele la barriga, quizá tenga la respuesta.
Bajo la divertida mirada de Nathanial, Ruark se agitó incómodo en su silla. Aceptó prestamente una humeante taza de café que le ofreció Milán y prestó atención cuando el sirviente le llenó el plato. Mientras el hombre de color buscaba un bol de barro, Ruark cambió de tema y se dirigió a Trahern
– Vengo por los bocetos del aserradero si es que ha terminado de estudiarlos, señor. Queremos empezar a poner las primeras piedras esta tarde. La destilería estará terminada antes de fin de mes y no veo razón para demoramos.
– Muy bien -declaró Trahern-. Haré que un muchacho los traiga de mi estudio mientras usted come.
La conversación pasó a una cantidad de temas y el asunto de las colonias surgió otra vez. A las preguntas del hacendado, Ruark respondió en forma muy semejante a la del capitán. Cuando terminaron el desayuno, Nathanial se limpió la boca con una servilleta y se volvió hacia Trahern.
– Cuando vaya a las colonias, señor, le será conveniente tener con usted a alguien que conozca el país, como este hombre. Mi esposa y yo tenemos una casa en Richmond, pero el hogar de mis padres, y estoy seguro de que querrán conocerlo, está a unos dos días de viaje de allí. Si piensa seriamente en viajar, yo podría llevar antes a mi esposa a la de mi gente y enviar de regreso los carruajes para que lo recojan a usted. Los cocheros conocen el camino, por supuesto, pero usted podría desear tener a su lado uno de sus hombres.
Ruark frunció ligeramente el entrecejo. Su único pensamiento era Shanna y la posibilidad de separarse de ella. La perspectiva de ir a las colonias y dejarla en la isla no lo atraía mucho.
– ¡Claro! ¡Claro! -admitió Trahern con entusiasmo-. Es una buena idea. Sin duda, el señor Ruark le agradará visitar su tierra natal.
Ruark luchó contra la sensación de malhumor que empezaba a crecer en su interior y no logró disimular del todo su consternación.
Nathanial Beauchamp no prestó atención a Ruark y rió con ganas.
– y debe traer a su encantadora hija -dijo-. Seguramente con quistará a todos los mozos solteros de allí y también a muchos casados. Para mis padres será un placer tenerlos a ustedes dos como huéspedes en su hogar y a cualquier otra persona que quieran llevar con ustedes. Ciertamente, le pido que invite a quienes desee y que se quede el tiempo suficiente para satisfacer su curiosidad acerca del lugar.
– Octubre, quizá -pensó Trahern en alta voz-. Sería por esa fecha, después de las cosechas en las colonias, a fin de que yo pueda ver los productos que tienen disponibles. -Se incorporó de su silla y estrechó la mano de Nathanial, quien también se puso de pie-. Convenido. Allí iremos.
Cuando Trahern y el capitán cruzaron el vestíbulo y, salieron de la casa, Shanna se ocultó en la escalera y aguardó hasta que Jasón cerró la puerta tras ellos y regresó a los fondos de la casa. Entonces bajó corriendo la escalera con la esperanza de alcanzar a Ruark antes que se marchara. Su preocupación eran tanto la modestia como el secreto porque había despertado al oír que su padre hacía una pregunta a John
Ruark desde el hall de entrada, y en su prisa sólo se había puesto una delgada bata sobre su brevísimo camisón. Buscó esta oportunidad de hablar con Ruark y 1o encontró de espaldas a ella, silbando suavemente mientras reunía en una pila los dibujos que estaban sobre la mesa.
Ruark enrolló prolijamente los bocetos, metió el rollo bajo el brazo y se dispuso a marcharse. Se detuvo abruptamente cuando vio a Shanna que cerraba la puerta tras de sí y lo miraba con una expresión de firme determinación.
– ¡Cielos! -exclamó Ruark-. Una auténtica ninfa brotada de las paredes para llamar mi atención en el comedor. Y casi desnuda, además.
Shanna bajó rápidamente los ojos y se ruborizó cuando vio lo precario de su vestimenta. En su prisa por alcanzar a Ruark había dejado su bata abierta y la transparencia del camisón de batista no dejaba nada por adivinar. Sin embargo, él había visto más que esto y, ciertamente, había más que visto lo que ella exhibía, de modo que Shanna no sintió más que un fugaz embarazo ante la atenta mirada de Ruark.
– Bien, Ruark, te has vuelto mezquino con tu presencia. Anoche sentí tu ausencia.
Mientras hablaba, Shanna se acercó cautamente a él, como una gata hambrienta que acecha a un ánade grande y ve la deseada comida pero es consciente del peligro que representa acercarse demasiado.
Ruark sonrió perezosamente, con los ojos resplandecientes mientras contemplaba la abundante belleza y admiraba las curvas de los pechos debajo de la delgada prenda.
– Sólo por exigencias de mi trabajo, Shanna. El trapiche está casi terminado. Por más que deseaba estar cerca de ti, mi presencia era necesaria.
– Por supuesto. -Shanna lo miró con expresión de abierta sospecha-. Vi la nota que enviaste a mi padre. Una coincidencia muy conveniente, si es que hay algo entre tú y ese otro Beauchamp.
– ¿Cómo? -Ruark enarcó las cejas en expresión de interrogación.
– O quizá haya demasiado poco entre ustedes dos. -Shanna ladeó levemente la cabeza y lo miró-. ¿Soy en verdad la señora Beauchamp? ¿O fue sólo una elección que en su momento te convenía?
Ruark se alzó despreocupadamente de hombros.
– No hay forma de probártelo, Shanna, ¿pero el magistrado no habría verificado ese apellido? Y por supuesto, tú preguntaste mi nombre al buen señor Hicks antes de verme, de modo que yo no pude haber elegido entonces mi apellido. Considérate la señora Beauchamp, pero si no puedes aceptar eso como la verdad, entonces hazte llamar señora Ruark, o como más te plazca. Pero juro…
– ¡Basta! -Shanna levantó una mano-. No jures. No hagas más juramentos ni pactos conmigo. El último que hicimos juntos ya me ha costado mucho.
Ruark la estudió atentamente.
– Últimamente te has mostrado bastante distante, Shanna. ¿Quizá hay algo que quieres decirme?
El dejó flotando la pregunta pero bajó la vista hacia el vientre suave y plano debajo de la ligera prenda.
Shanna captó el significado.
– No te preocupes -dijo en tono levemente burlón-. No llevo un hijo tuyo en mi vientre. ¿Pero qué respondes a mi otra pregunta? ¿Has conocido a este capitán Beauchamp?
– Sí, amor. -Ruark sonrió-. Esta misma mañana hemos desayunado juntos.
– ¿Y dices que no son parientes? -Casi contuvo el aliento aguardando la respuesta. Ruark la miró tan fijamente como ella a él.
– Shanna, si lo fuéramos, ¿podrías darme una razón para que yo esté todavía aquí?
La curiosidad de Shanna transfórmese lentamente en perplejidad. Por fin bajó la vista y se volvió.
– No -dijo en voz baja-. Eso me confunde. Y por supuesto, tú te marcharías de aquí y serías libre… si pudieras.
Ruark se acercó y deslizó un brazo debajo de los pechos de ella Shanna no se resistió ni se apartó sino que emitió un suspiro trémulo.
– No me toques así, Ruark. No volveré a correr el riesgo porque nos traería problemas.
El le rozó la oreja con los labios y murmuró: -Entonces te dejaré, ninfa doncella, y me marcharé… por un precio.
Shanna se volvió entre los brazos de él y lo miró a la cara.
– Sólo un beso -pidió Ruark-. Un instante fugaz de tu tiempo. Un pequeño soborno. Una golosina dulce, pequeña, para saborear durante todo el día.
Shanna consideró el precio pequeño como una forma fácil de deshacerse de él. Se elevó en puntas de pie y le rozó ligeramente la boca con los labios, y se hubiera apartado pero él la retuvo firmemente.
Ruark suspiró, como si se sintiera decepcionado.
– Shanna, ni con la imaginación más miserable podría decirse que eso ha sido un beso. -La miró a los ojos, sonrió y dijo-: Veo que has vuelto a tus antiguos hábitos.
Shanna había jugado en muchas ocasiones á ser coqueta y la irritó que él la acusara de fría o ingenua. Por eso levantó los brazos que puso alrededor del cuello de Ruark y empezó a mover lentamente su cuerpo en una forma seductora, rozándole las piernas con sus muslos desnudos y acariciándole el pecho con sus pechos apenas cubiertos. Había aprendido mucho de él y ahora usó esos conocimientos en una forma sumamente provocativa y le dio un beso que hubiera podido incendiar a toda la Selva Negra. Bastó para que los miembros de Ruark perdieran toda su fuerza. Sin embargo, no todo fue unilateral, como Shanna había pensado, porque ella resultó víctima del ardiente beso como él. Era un néctar fuerte, embriagante, que una vez probado exigía que se repitiera. Cuando ella por fin apartó sus labios, no se separó de él sino que trató de calmar sus miembros temblorosos. Permanecieron así, cada uno disfrutando de la proximidad del otro.
– Ah, Shanna -dijo Ruark suavemente-. Un bocado de una comida tan rara, tan exquisita, es más una tortura que una delicia.
Shanna suspiró contra el cuello de él y le acarició con los dedos el pelo corto y rizado de la nuca.
– Entonces, pediste una tortura y una vez más el pacto ha sido cumplido. -Lo miró con ojos brillantes-. Pero como fue mi voluntad, te daré tres veces el precio que necesitas para no poner en peligro mi honestidad.
Volvió a besarlo con los labios entreabiertos. Debajo de la flotante bata, los brazos de Ruark se apretaron alrededor de ella.
– ¡Hum! -El sonido les produjo un gran sobresalto a los dos.
Shanna se apartó de Ruark. Su primera reacción fue de cólera por la brusca interrupción. Al momento siguiente sintió en su, estómago un helado nudo de temor. Lo que tanto había temido por fin había sucedido. Los habían descubierto. Cuando vio al capitán Beauchamp, el nudo frío creció y la fue llenando hasta hacerla temblar. Hubiera deseado estar cubierta con algo más substancial. Apretó alrededor de su cuerpo la delgada bata, agudamente consciente de su semidesnudez. Su mente se lanzó confusamente en busca de una excusa.
Pasó un momento fugaz antes que Nathanial hablara.
– Perdón, señor Ruark… señora Beauchamp. -Acentuó extrañamente los nombres-. Olvidé mi pipa y mi tabaquera.
Sin aguardar el asentimiento de ellos, cruzó la habitación hasta la silla que había ocupado, tomó los objetos mencionados de la mesa y después se detuvo nuevamente en la puerta. Su sonrisa tenía una cualidad extraña y sus ojos se posaron por turno en Shanna y en Ruark Se llevó las puntas de los dedos a la frente en un brevísimo saludo.
– Buenos días, señor Ruark -dijo, y con una rápida inclinación de cabeza hacia ella, agregó-: Buenos días, señora Beauchamp.
Sin más palabras se volvió y cerró suavemente la puerta tras de sí. Pasó un momento antes que Shanna recobrara el habla, y cuando habló fue como si estuviera segura de sus palabras.
– Se lo dirá a mi padre. Sé que lo hará. -Miró fijamente a Ruark con la desesperación marcada en su rostro pálido-. Esto ha terminado. Todos mis planes… para nada.
Una expresión de preocupación cruzó el rostro de Ruark pero trató de calmar la aflicción de Shanna.
– A mí me parece un tipo bastante bueno, Shanna, no de la clase de andar con murmuraciones. Pero hoy tengo cosas que hacer en el muelle. Me mantendré cerca y si se presentara la ocasión hablaré con él y trataré de explicarle… algo. -Se alzó de hombros-. No sé qué.
– ¿Lo harás? ¿De veras lo harás, Ruark? -Shanna pareció tranquilizarse un poco-. Quizá él comprenda si tú se lo explicas claramente.
– Trataré, Shanna. -Le tomó las manos trémulas y le besó los dedos-. Si todo sale mal, por lo menos trataré de enviarte un mensaje de advertencia.
– Gracias, Ruark -susurró ella agradecida-. Estaré aguardando.
Ruark se marchó y Shanna se dirigió lentamente a sus habitaciones.
Pasó el resto del día en nerviosa espera. A cada momento esperaba que llegara su padre golpeando las puertas y llamándola a gritos, o un mensajero de Ruark avisándole que tendría que huir, o el mismo Ruark para decirle que todo estaba bien, o todos ellos, incluido el capitán, para acusarla y descubrirlo todo.
Su imaginación trabajaba desenfrenadamente y ella ni siquiera pudo quedarse quieta el tiempo suficiente para que le peinaran el cabello. Hergus, con paciencia desusada, debió aguardar tres veces que su ama; se sentara antes de poder terminar la tarea.
Horas después Ruark regresó con Trahern pero su única señal fue un encogimiento de hombros cuando pasó junto a ella en la puerta principal.
Sólo cuando él se marchaba ella logró hablar un momento.
– ¿Y bien? -preguntó, llena de ansiedad.
– El capitán -repuso Ruark- me aseguró que ningún caballero andaría llevando cuentos.
Con un enorme alivio, Shanna estaba ya en sus habitaciones y vestida para acostarse antes de percatarse de que Ruark, deliberadamente la había dejado que se consumiera de inquietud hasta el último momento.
CAPITULO DOCE
El día de fines de agosto gemía bajo el despiadado calor del sol. La arena de la playa estaba demasiado caliente para caminar sobre ella; hasta los niños habían dejado de jugar para retirarse al refugio de sus hogares. La isla estaba silenciosa mientras sus habitantes hundíanse en el sopor de una larga siesta. Olas de calor se elevaban de los tejados y ondeaban en el horizonte distante como miles de escamas de agua agitada. El lánguido golpear del mar sobre la costa era el único movimiento que se veía, ninguna brisa agitaba las hojas. El cielo, desprovisto de nubes, parecía que había sido blanqueado hasta perder su color azul normal por el intenso calor del día
Suspirando, Shanna dejó su balcón y entró en la frescura de su habitación para quitarse la ligera bata que con el calor le resultaba insoportable. Su cuerpo firme y joven relucía con una ligera película de transpiración debajo de la fina camisa corta y su larga y densa cabellera estaba húmeda en la nuca. Pasó unos momentos dando puntadas distraídas en una tapicería pero después renunció a eso para tenderse sobre las. frescas sábanas de la cama. La labor de aguja era nada más que un recurso para mantener ocupadas sus manos y su mente. Esta pieza la había empezado hacía años y por eso la detestaba. En sus días de colegio la había detestado aún más pues era una habilidad cuyo dominio se exigía a todas las alumnas. Sus maestras la enseñaban con diligencia y no entendían sus suspiros de frustración. En estallidos de mal carácter, ella había destrozado más de una pieza pues detestaba sus errores y carecía de paciencia para corregirlos. Los ceños de reprobación de sus mentoras se hubieran convertido en bocas abiertas por la sorpresa si hubiesen conocido sus deseos de estudiar bajo la guía del pintor Hogarth, en la academia de Saint Martin's Lane.
– ¡Qué grosería! -habrían dicho, temblando-. ¡Vaya, se dice que allí los jóvenes dibujan modelos vivas! ¡Desnudas!.
Shanna rió para sí misma y se retorció en la cama. Las profesoras no se imaginaban que algunas de sus "niñas inocentes" se ofrecían voluntariamente para la tarea, o si lo sospechaban desviaban cuidadosamente sus pensamientos.
"Pero por lo menos la labor de aguja sirve para algo" pensó Shanna. "Me evita pensar en Ruark”..
Se puso boca abajo, apoyó el mentón sobre sus brazos cruzados y cerró los ojos. Ruark casi se había convertido en parte integrante de la casa. Estaba presente en casi todas las comidas y acompañaba a su padre en sus numerosos viajes. Shanna difícilmente podía bajar la escalera sin la perspectiva de encontrado, y cada vez que encontraba su mirada, los ojos de él la devoraban con una audacia que la hacía encolerizarse. Hasta eso podía tolerado. En realidad, casi disfrutaba de la ávida atención de él. Era durante los momentos de silencio, cuando nadie estaba mirando, que esos ojos dorados se volvían hacia ella con un hambre que casi le partía el corazón, un anhelo tan intenso que ella debía desviar su mirada. Después, si su mente estaba libre para vagar, ella recordaba el contacto excitante de sus manos, el calor de los labios contra los suyos, los susurros, un recuerdo de las veces que habían hecho el amor. Ella podía oír nuevamente los murmullos, las indicaciones que la dirigían gentilmente en las maniobras del amor y evocaba el placer de esa boca en sus pezones, exigente, devoradora, ardiente, excitante…
Shanna abrió los ojos.
– ¡Señor! -susurró- ¡Mi propia mente me traiciona!
Sus pechos palpitaban debajo de la delgada tela de su camisa y sentía un doloroso vacío en su vientre. Se levantó y tomó el bastidor de la tapicería pero un momento más tarde se chupó un dedo donde la aguja había hecho brotar una gota de sangre. Cerró lentamente las manos y miró fijamente la puerta de su habitación, sabiendo que si Ruark entraba ahora ella lo recibiría con todo el deseo de su maduro cuerpo de mujer. Lo deseaba y se odiaba a sí misma por esa debilidad. En las profundidades de su ser había una pasión que sólo Ruark podía calmar y hasta mantener viva su cólera representaba una lucha desesperada.
Súbitamente se sintió cansada, cansada de tener que evitar hasta el más breve momento a solas con él. El capitán Beauchamp los había sorprendido una vez. La próxima podría ser alguien menos comprensivo, quizá hasta el mismo Orlan Trahern. La mente de Shanna giraba en círculos interminables mientras ella trataba de resolver su problema. Nuevamente se tendió sobre la cama y cuando el sueño la dominó no había hallado ninguna solución.
La noche descendió sobre la isla y el calor del día disminuyó hasta un punto en que las ropas resultaban tolerables. Una brisa leve, caprichosa, contribuyó a reducir la incomodidad cuando fue servida la cena. Tal como el día anterior, una fragata inglesa que se dirigía a las colonias había entrado en el puerto y los huéspedes en la cena de esta noche incluían a personas del barco: su capitán, un mayor de los Royal Marines, y un caballero, sir Gaylord Billingsham, quien viajaba como emisario menor. Varios de los supervisores habían traído a sus esposas y Ralston, Pitney y Ruark también estaban presentes.
El grupo se congregó en el salón donde las mujeres se reunieron en un extremo mientras los hombres se juntaban en el otro para llenar sus pipas o encender sus cigarros. Después de charlar un rato, varias damas sacaron sus labores de aguja y comenzaron en voz baja a intercambiar recetas de cocina y chismorreos. Excepto cuando le hacían preguntas directamente, Shanna se mantenía callada y fingiéndose ocupada en su labor espiaba a Ruark, quien había sacado su pipa y conversaba con los otros hombres. Llevaba una chaqueta de color castaño sobre calzones oscuros y una camisa blanca con corbatín con volantes. Su fortuna seguía aumentando y poco después de la partida de Nathanial Beauchamp había gastado parte de la misma en ropas, más sencillas y no tan formales como las que le había- obsequiado Trahern pero no menos favorecedoras para su aspecto personal. Shanna volvió su atención a su trabajo cuando una de las mujeres se inclinó hacia ella.
– Digo yo, Shanna, ¿no es ese joven Ruark un hombre guapo? -susurró la mujer.
– Sí -murmuró Shanna-, ciertamente guapo. Sonrió complacida pues pese a su declarado disgusto hacia él,
sentía un orgullo, desusado cuando alguien elogiaba a Ruark.
Prestando parte de su atención a 1o que se decía, Shanna se enteró de que sir Gaylord Billingsham estaba soltero, sin compromisos, disponible. Viajaba a las colonias en busca de apoyo financiero para un pequeño astillero que su familia había adquirido -en Plymouth.
Es un tipo extraño, murmuró Shanna, observándolo ligeramente. Era más alto que Ruark, de huesos un poco más grandes, y se movía con una curiosa gracia desgarbada rayana en la torpeza pero que parecía, por alguna razón, apropiada para su tamaño. Tenía cabello castaño claro que se rizaba en torno de su cara llamando la atención hacia ese rostro alargado, y que llevaba atado en una coleta en la nuca. Sus ojos eran claros, azul grisáceos, su boca grande y de labios carnosos, expresivos. Sus actitud iba de una vacuidad pomposa a una altanera arrogancia, aunque era rápido para sonreír ante un chiste y parecía disfrutar del"
humor a veces un poco grueso de los capataces. Su mal genio se reveló fugazmente cuando fue informado de que compartiría la mesa con un siervo. Aunque se recobró rápidamente, desde ese momento se cuidó de hablar con Ruark. A Shanna ello le resultó extrañamente desagradable.
Mientras ella lo observaba, él criticó el "sucio hábito" de fumar y sacó del bolsillo de su chaleco una pequeña caja de plata, tomó una pulgarada de rapé en el dorso de su mano y la absorbió delicadamente por una fosa nasal. Momentos después estornudó ligeramente en su pañuelo de encaje, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
– Ah -dijo-, realmente así nos sucede a los hombres.
Cuando los otros lo miraron, explicó:
– Primero hay que recibir el aguijón y después el placer.
Aspiró fuertemente por la nariz y dirigió su siguiente comentario al capitán de la fragata.
– Pero a pesar de todo esto, señor, debo admitir que jamás seré un marino adecuado. Aborrezco la estrechez de una cabina cuando el barco se halla en alta mar y no puedo soportar su confinamiento cuando se encuentra en un puerto seguro.
Con un floreo de su mano, se volvió hacia Trahern.
– Mi estimado señor -dijo, y elevó la nariz arrogantemente-, me parece difícil que haya aquí una buena posada o taberna donde pueda alojarme durante los días que estaré aquí ¿Quizá alguna familia de la aldea tendría facilidades para recibirme en su casa?
Dejó flotando la pregunta.
Trahern sonrió. -No será necesario, sir Gaylord -respondió-. Aquí tenemos espacio de sobra y será un placer para mí que usted se aloje con nosotros.
– Es usted muy amable, caballero Trahern. -El caballero sonrió afectadamente ante el éxito de su estratagema-. Enviaré a un hombre por mis pertenencias.
Trahern levantó una mano y negó con la cabeza. -Nosotros podemos satisfacer sus necesidades más inmediatas, señor, y si usted deseara algo más,.podemos hacer que lo traigan por la mañana. Usted será
nuestro huésped todo el tiempo que desee.
y aunque Trahern sabía que lo habían usado, lo mismo sentíase complacido ante la perspectiva de ser anfitrión de un caballero con título.
Shanna, quien había escuchado el diálogo, llamó a un sirviente y le dijo en voz baja que preparara las habitaciones de huéspedes en el ala del hacendado. Cuando el sirviente se marchó, su mirada se encontró con la de su padre. Shanna asintió ligeramente con la cabeza y Trahern reanudó su conversación, tranquilizado y orgulloso de la eficiencia de su hija.
Shanna se concentró en su labor de aguja, levemente ceñuda ante una puntada difícil. Entonces, sintiendo que la miraban, levantó la vista y sus ojos se encontraron con Ruark, pero vio con sorpresa que él no la observaba a ella sino que miraba, ceñudo, al otro extremo del salón. Ella siguió la mirada de él y se encontró con los ojos de sir Gaylord Billingsham, llenos de interés y evidentemente admirando su belleza. Los gruesos labios se retorcieron y en seguida se abrieron en una lenta sonrisa que más se semejaba a una mueca. Fue suficiente para que Shanna se alegrara de haberle destinado una habitación lejos de las de. ella. Rápidamente apartó la mirada. Sus ojos recorrieron el salón y se detuvieron en Ralston. Con una enigmática sonrisa, el hombre estaba observando taimadamente a sir Gaylord.
Antes que terminara la noche, Orlan Trahern invitó a todos los presentes y a los hombres del barco a tomar parte en la celebración de la puesta en funcionamiento del trapiche. Explicó que puesto que todos los pobladores estarían allí, no habría otra cosa que hacer que unirse a las festividades del día siguiente.
La siesta que Shanna había dormido a primeras horas de la tarde le impidió dormirse en seguida y pasó una hora larga volviéndose sobre la cama, luchando contra una visión de Ruark acostado a su lado y combatiendo la insistencia de su propia mente que amenazaba con hacerla levantarse para correr hasta la cabaña de él. Pero perseveró y al final encontró la victoria en el sueño, aunque éste, también, estuvo lleno de visiones que la dejaron temblando entre sábanas humedecidas por la transpiración.
A la mañana siguiente bien temprano Ruark llegó al trapiche antes que los demás y ató bien su mula, Old Blue, lejos de donde serían atadas las demás cabalgaduras. La astuta mula tenía la costumbre de morder a los caballos en las orejas. Este juego habitualmente degeneraba en una pelea donde el venerable y taimado animal salía triunfante. De modo que a fin de preservar la paz con los cocheros y capataces, Ruark estaba obligado a encerrar a su cabalgadura.
Ruark miró hacia atrás cuando Old Blue bajó sus orejas y con una voz áspera e irritada lanzó su amenaza a los animales. Se caló el sombrero hasta las cejas, no muy deseoso de tomar parte en cualquier reyerta que se produjera, abrió la pequeña puerta que estaba debajo de la tolva y se retiró de la vista de la mula. Se detuvo un momento en el cuarto de acopio mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad y saboreó el aroma picante de la madera nueva que formaba la mayor parte de la estructura.
Los tonos ricos y cálidos de las superficies relucientes todavía llevaban las marcas de hachas y azuelas y reflejaban la luz dando al interior un tono dorado y misterioso. Había una atmósfera. de expectativa; todo era nuevo, todo estaba preparado, aguardando.
Aquí, donde se recogerían los jugos, estaban los enormes rodillos que exprimirían la caña. Seis enormes tinas estaban dispuestas sobre una plataforma circular que se haría girar a medida que cada una se fuera
llenando. Dejando vagar su imaginación, Ruark casi pudo ver las tinas, como gnomos gigantes tendidos sobre su mesa, aguardando el primer movimiento de vida del trapiche para llenar sus barrigas con el dulce néctar de la caña. Ruark golpeó con sus nudillos el costado abultado de la tina más cercana y escuchó el eco del hueco sonido en el lugar.
Arrugó ligeramente el entrecejo. ¿Pensaría Shanna que la construcción. del trapiche era un intento de él de ganarse la buena voluntad del padre?
Pasó a la sala de cocido y caminó ente dos filas de grandes marmitas de hierro. Ellas también parecían esperar, como elfos elefantinos con las barrigas distendidas sobre los fogones de ladrillo donde se encenderían fuegos para convertir los jugos en densa, oscura melaza.
¿Y cuál sería el humor de Shanna en este día? se preguntó Ruark ociosamente. ¿Se mostraría como la arpía de lengua venenosa cuyas palabras cortaban como cuchillos, o sería la doncella dulce y suave de los últimos tiempos?
Ruark llegó al extremo de la estancia, se detuvo, miró hacia atrás. Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios cuando le vino a la mente el recuerdo de una tarde, hacía varios días, cuando él y Trahern se habían retirado al salón después de comer y Shanna se había ubicado junto a la ventana para aprovechar la última luz del día y trabajar en su tapicería. Había sido un momento idílico con la paz de una aromática pipa, la suave belleza de ella allí cerca, donde él podía contemplarla, iluminada por el resplandor rosado del sol poniente. El se había imaginado a sí mismo en una escena similar, pero con una criatura en los brazos de ella. Era delicioso compartir una comida con Shanna, bella y silenciosa del otro lado de la mesa, aunque ello le producía una intensa ansiedad, pues a pesar de que ella parecía mucho más complaciente y dulce, él no había tenido ni un momento a solas con ella.
Suspiró, se golpeó el muslo con su fusta y continuó su viaje hacia el ala de la destilería. Casi la mitad del lugar estaba lleno de pared a pared con grandes barriles donde caería la joven savia verde que, con cuidadosos agregados, fermentaría hasta convertirse en ron nuevo. Aquí, arriba de los alambiques, serpentinas de tubos rojos se enroscaban en una frenética danza, inmovilizadas para la eternidad, y después descendían para verter los vapores enfriados en barriles donde se añejaría y sería vendido. Este era el lugar del maestro destilador, su reino donde su destreza y talento tratarían de extraer lo mejor de la caña de azúcar.
La ubicación del trapiche había sido elegida cuidadosamente. Estaba suficientemente lejos del pueblo a fin de que el olor de la fermentación no ofendiera las narices de los pobladores, pero centralmente situado, cerca de la alta meseta donde se extendían los cañaverales. Debajo de sus cimientos había sótanos donde los barriles de ron podían ser almacenados para su añejamiento. El agua se llevaba por canales desde manantiales de las cercanías y los bosques circundantes proporcionaban madera en abundancia para combustible. De todo esto no era lo menos importante que las instalaciones estuvieran en un valle pequeño y protegido, a salvo de las tormentas de firmes de verano que a menudo se abatían sobre las islas.
Ruark sintió que el pulso se le aceleraba cuando pensó en su inminente éxito, pero sintió dudas cuando pensó en los centenares de cosas que podían salir mal.
– No hay que anticiparse a los hechos -se dijo en voz baja-. Este día todo será puesto a prueba.
Una estrecha escalera conducía al desván y Ruark subió hasta una pequeña cúpula que había sido construida en la parte más alta del trapiche a fin de que un hombre pudiera ver la aproximación y partidla de carros durante los momentos de mayor actividad de la cosecha y dirigir a los carreteros por medio de señales para que evitaran los posibles atascamientos del camino. Desde este punto de observación, Ruark podía aguardar la llegada del carruaje de Trahern.
Ya venía desde la aldea una larga fila de carretas, carros y carruajes. Varios carros habían sido provistos para la tripulación de la fragata y él pudo ver los coloridos uniformes de los oficiales que venían en un carruaje. De uno de los campos cultivados, Ruark notó que se acercaban cinco carros cargados de cafia, y cerca del molino, en otro carro, estaban los siervos que se ocuparían de poner al molino en funcionamiento. A un grito de saludo del capataz, Ruark agitó la mano y después dirigió nuevamente la vista al camino de más abajo. No vio señales del birlocho de Trahern y menos del brillante toque de color que sus ojos aguardaban hambrientos.
– Mejor hubiera atado mi destino a la cola de un torbellino -musitó Ruark secamente- que comprometerme tanto a esa caprichosa mujer.
Esa dulce Circe lo había hechizado desde los primeros momentos en la cárcel. Quizá él había cometido en realidad ese crimen con la otra joven en la posada y éste era su castigo: saber que Shanna era su esposa pero no disfrutar de las alegrías del matrimonio. Si eso era verdad, entonces él debía aceptar su estado y las raras ocasiones mensuales de felicidad, resignándose a su esclavitud el resto del tiempo. Qué espantoso giro del destino. Como hombre sin compromisos, él se había movido entre tiernas y encantadoras doncellas y había tomado despreocupadamente lo que ellas le ofrecían, pero ahora, casado con una a quien con toda sinceridad hubiera elegido en cualquier circunstancia, se le negaba el estado de matrimonio y debía vivir constantemente sediento, disfrutando solamente de las horas ocultas entre media noche y el amanecer. Aun así, un mal pasó, una puerta equivocada podía separarlos y hacerles padecer el castigo que pudiera dictar el hacendado.
Un grito desde abajo interrumpió sus cavilaciones y Ruark se irguió y vio que el birlocho de Trahern se acercaba entre los árboles que flanqueaban el angosto camino. Dejó la cúpula, bajó rápidamente y cruzó el depósito vacío hasta la puerta por donde había entrado. Cuando vio a Shanna al lado de su padre, Ruark se animó pero su humor cambió rápidamente cuando advirtió que sir Gaylord estaba sentado frente a ella. Había pensado saludarlos, pero ahora, irritado y silencioso, se retiró a la sombra y vio que el odioso petimetre tendía una mano a su esposa para ayudada a apearse del birlocho. El disgusto de Ruark se acentuó cuando Gaylord tomó un codo de Shanna. Era doblemente difícil para él soportar eso cuando él mismo no podía tocarla en público. Ruark hundió en su cabeza el sombrero blanco de ala recta y se apoyó contra la pared del trapiche, lleno de frustración.
Una alegre multitud se había congregado alrededor del carruaje de Trahern y pronto el hacendado empezó a presentar a su huésped con título a los varios comerciantes y otras personas de importancia en la isla. Sir Gaylord viose obligado a apartarse de Shanna para recibir los cumplidos y saludos. Shanna se alisó el vestido y buscó entre la gente el rostro de Ruark. Lo vio en la sombra del edificio, con los brazos cruzados y un hombro apoyado en la pared. Tenía el sombrero echado hacia adelante, oscureciéndole el rostro, pero ella conocía las facciones finas, delicadas. Estaba informalmente vestido y ello, en ese día caluroso, parecía lo más sensato. Una camisa blanca, abierta en el pecho y con mangas abollonadas contrastaba marcadamente con su piel bronceada. El era moreno como cualquier español y su cuerpo esbelto y musculoso era acentuado por los calzones ceñidos y las medias blancas.
Shanna sonrió pensativa. El sastre debió derretirse de gozo ante la oportunidad de vestir a un tipo tan apuesto. La mayoría de los hombres de la isla que tenían dinero para pagar las telas más ricas y las últimas modas hacía tiempo que habían pasado la flor de la edad. Pero Ruark tenía la apostura y el cuerpo que embellecían la vestimenta más modesta, aun esos atrevidos calzones cortos. Empero, a Shanna la irritaba que esos calzones fueran tan ceñidos y que Ruark exhibiera descuidadamente su virilidad ante las miradas ansiosas de las muchachas enamoradizas. Sin embargo, sabía que él no era tan consciente de su apariencia como lo eran los petimetres de la corte, o hasta como sir Gaylord, quien estaba vestido de terciopelo y encajes y parecía tan acalorado como si estuviera a punto de explotar.
Viendo a Shanna momentáneamente sola, Ruark aprovechó la oportunidad Y empezó a acercársele entre la multitud. Su prisa y su distracción, sin embargo, fueron su perdición porque súbitamente se encontró con que tenía en sus brazos el cuerpo suave de una muchacha y bruscamente perdió el equilibrio. Un agudo grito femenino le perforó los oídos y Ruark giró y aferró a la joven para impedir que ambos cayeran cuan largos eran.
– Oh, señor Ruark -dijo Milly con su chillona vocecita-. Usted es demasiado brusco para una muchacha como yo.
Ruark tartamudeó confuso unas disculpas.
– Oh, perdón, MilIy, pero tengo mucha prisa.
Ruark se hubiera liberado de la muchacha pero ella le aferró el brazo y lo mantuvo firmemente contra sus pequeños pechos.
– Ajá, ya comprendo, John. -El empleo familiar de su nombre de pila le resultó molesto. Súbitamente la voz de ella sonó tan fuerte como para ser oída en toda la isla-. Últimamente parece que siempre tienes prisa. Pero no necesitas correr tanto, John Ruark. Quienquiera que ella sea, puede esperar.
Ruark trató de ocultar su irritación. Retorció su brazo en un esfuerzo por liberarse de ella y miró por encima de la cabeza oscura de Milly hacia Shanna, quien los observaba con cierta tensión.
Milly alzó una mano para acariciado en el pecho y le sonrió con sus ojos negros invitadores.
– Oh, John -suspiró-. Eres tan fuerte. Con solo mirarte, una muchacha pequeña como yo se siente débil e indefensa.
Ruark reprimió un rudo comentario sobre dónde podría estar la debilidad de ella y trató de apartar esos dedos de su camisa.
– Vamos, Milly, tengo prisa -casi gruñó.
Milly insistió.
– Preparé un buen cesto de comida-dijo- con una pierna de cordero, John. ¿Por qué no vienes a tomar un bocado con nosotros?
– Lo siento -se apresuró a decir Ruark-. El hacendado me ha pedido que comparta su mesa.
Casi consiguió liberar su brazo pero Milly todavía ensayaría otra treta para retenerlo.
– Oh -gimió Y se apoyó pesadamente en él Creo que me he torcido un pie. ¿Me ayudas a llegar a nuestro carro, cariño?
Una sombra corpulenta se les unió y ambos levantaron la vista y se encontraron con la señora Hawkins, de pie frente a ellos, con los brazos en jarras y mirándolos ceñuda.
– ¡Ajá! -exclamó la mujer antes que cualquiera de ellos pudiera hablar-. ¡Con que un pie torcido! Yo te llevaré hasta el carro. Vamos, muchacha desvergonzada, arrojándote así contra el señor Ruark.
Deberías sentir vergüenza.
La señora Hawkins tomó a su hija de un brazo, dirigió una rápida mirada de disculpas a Ruark y se alejó con la joven. Milly cojeó hasta que su madre le dio un bofetón y la hizo gritar. Olvidada de su pie dolorido, Milly se recobró sorprendentemente rápido y caminó sin dificultad hacia el carro.
Ruark rió divertido pero se puso serio cuando volvió a mirar a Shanna. Ella lo miraba con una expresión desconcertante. Ruark la conocía demasiado bien y sabía que se aproximaba una tormenta, de modo que se apresuró a calmar su cólera. Pero no tuvo suerte porque cuando llegaba junto a Shanna se interpuso Trahern, quien lo saludó con un grito. Nuevamente tuvo que ir hacia el trapiche, del brazo de Trahern. Miró rápidamente hacia atrás y vio que sir Gaylord volvía al lado de Shanna. El caballero la. tomó de un codo y se inclinó para murmurar algún comentario ingenioso al oído.
– Vamos, señor Ruark -dijo Trahern- pongamos este molino en marcha y dejemos que estas buenas gentes disfruten de su festín. Mi hija cortará las cintas de la inauguración pero me gustaría que usted compartiera este momento.
Ruark no oyó el resto de lo que dijo el hacendado pues a sus espaldas sonó la risa cristalina de Shanna. El sonido fue para su corazón como vinagre en la garganta de un hombre sediento.
En un brindis por el rey Jorge fueron levantados picheles de ale, ron y varias otras bebidas mientras que las mujeres prefirieron un vino más suave. La inauguración del trapiche fue motivo de una serie de brindis y cuando Shanna fue conducida hasta las amplias puertas principales del edificio, los espíritus estaban alegres. Ella no estaba afectada por esa alegría sino que su euforia provenía de una causa totalmente diferente. Unos pocos sorbos de vino difícilmente podían embriagada. Ella no podía imaginar la razón de sus emociones exaltadas mientras se dirigía hacia donde estaban las cintas, pero rápidamente comprendió la verdad cuando vio a Ruark de pie junto a su padre. Este trapiche era obra de Ruark y ella estaba extasiada de orgullo ante la proeza. Súbitamente sus ojos se llenaron de lágrimas y debió sonreír hasta que el llanto cesara. Riendo alegremente tiró con fuerza de la cuerda oculta que sostenía a las cintas inaugurales. Los nudos se soltaron y los muchos metros de telas de colores cayeron a la plataforma en una multitud de aleteos.
La mano de Ruark se unió a la de ella para abrir el pesado cerrojo, ante tanto público ambos trataron de ignorar el contacto.
Sus ojos se encontraron fugazmente antes que Ruark diera un paso y abriera las puertas, y Shanna fue la única que supo que su rubor no se debía enteramente a la excitación del momento.
Cuando las puertas se abrieron completamente, la gente miró el interior del depósito que estando vacío daba la impresión de una catedral. El ruido de la multitud se redujo a un murmullo de sorpresa; después su atención fue atraída por un grito desde las puertas de molienda. Dos carros ya estaban siendo acercados al lugar sobre la tolva que llevaba la caña hacia abajo. Otro grito atravesó el aire y una pareja de bueyes empezó a caminar en círculos, poniendo en movimiento un gran engranaje, el cual, a su vez, accionaba una gran rueda dentada que hacía girar un eje que entraba en el edificio. El hombre que manejaba a los
bueyes inclinó su espalda para mover una gran palanca. Un gran ruido sordo fue seguido de otro y en seguida los rodillos empezaron a girar con lento, majestuoso movimiento. El ruido pareció estremecer hasta al mismo suelo y produjo un sentimiento de euforia en el pecho de Shanna. Su corazón se hinchó hasta casi estallar y ella sintió deseos de reír y de llorar al mismo tiempo. Un murmullo de voces se elevó desde el público cuando la primera caña fue tomada por los rodillos. Aguardaron inquietos hasta que la palanca fue accionada nuevamente, ahora para detener el movimiento. El rugido sordo cesó, los bueyes se
detuvieron. El súbito silencio duró lo que a Shanna le pareció una eternidad y entonces surgió otro sonido del interior del trapiche. Lentamente, de a uno por vez, cuatro grandes toneles de jugo fueron sacados a la plataforma para que los miraran y cataran todos los que quisieran.
Fue un logro estupendo. Lo que a una cantidad de hombres le hubiera llevado toda una tarde había sido logrado en el tiempo que se demoraría en beber una taza de té. Un grito de aprobación se elevó desde el público reunido. Incluso Ruark sonrió, hasta que sir Gaylord cruzó la plataforma, se ubicó entre él y Shanna y tomó la mano tendida de ella.
Puesto que el trapiche era algo enteramente nuevo en la isla, a los aldeanos se les permitió que vieran el interior ahora que había quedado demostrado el funcionamiento. Durante muchas semanas los pobladores se habían hecho preguntas acerca de eso que estaban construyendo en las colinas sobre la aldea y ahora, por fin, su curiosidad quedaba satisfecha. Quedaron llenos de admiración por el ingenio con que había sido erigido y más de unos pocos se sintieron contritos porque una vez se habían reído incrédulos cuando les informaron que la producción del trapiche sería limitada solamente por la velocidad con que la caña pudiera ser arrojada en la tolva y que lo que antes exigía largos y tediosos meses de ardua labor ahora podría hacerse en una semana.
– ¿Puedo acompañarla, señora Beauchamp? -preguntó sir Gaylord-. Siento un poco de curiosidad por esta cosa. Debió de ser un inglés quien la concibió.
Shanna sonrió divertida al reconocer la típica mentalidad inglesa. Si era bueno, tenía que ser inglés.
– Nuestro siervo ya me ha mostrado detalladamente el lugar, sir Gaylord. Estoy segura de que al señor Ruark le interesaría su deducción, pero él es de las colonias, no de Inglaterra, como usted supuso.
– ¡No! ¡No me diga que él fue quien…! -Sir Gaylord estaba evidentemente atónito. Con expresión arrogante, estornudó ligeramente en su pañuelo-. Bueno, supongo que para ello bastan unos pocos conocimientos básicos acerca de la construcción de una destilería. Yo no puedo soportar esa bebida. Prefiero un buen vino a ese brebaje bestial. No es bebida para caballeros..
Shanna sonrió como una gata que acaba de comerse un ratón.
– Tendré que informar a mi padre de sus opiniones, sir Gaylord. En realidad, a él la bebida le resulta muy agradable.
Sir Gaylord cruzó sus grandes manos atrás de su espalda y pareció ponerse más pensativo.
– Quizá -dijo- a su padre le interesará una inversión más conveniente, señora. Beauchamp. Mi familia ha adquirido un astillero en Plymouth, muy prometedor, y con la fortuna de su padre…
Nuevamente el caballero se equivocó como tantos otros antes que él, pero sir Gaylord difícilmente entendió lo que había detrás de la mirada de soslayo de Shanna. En cambio, quedó súbitamente fascinado con las ventajas que le daba su altura. Como le llevaba a Shanna más que una cabeza, disfrutaba de una vista muy placentera de lo que había detrás del corpiño del vestido de ella cada vez que miraba en esa dirección, cosa que ahora sucedía muy a menudo.
– Viendo dónde se posaba la mirada del caballero, Ruark. sentíase cualquier cosa menos jovial. Ocultó su rabia detrás de un pichel rebosante de ale al que bebió hasta la última gota. Después de presenciar esta hazaña Shanna lo miró con expresión interrogativa pero sir Gaylord se interpuso nuevamente entre ellos y la tomó del brazo. Inclinándose sobre ella con algún comentario frívolo, la alejó disimuladamente de Ruark.
Ruark no tuvo tiempo de reaccionar porque su propio brazo fue aferrado por la enorme zarpa de Trahern. Mientras se dejaba llevar, oyó un torrente de ansiosas palabras que empezaron con:
– Ahora, en cuanto al aserradero. ¿Cuándo cree usted que…? Ruark no se dio cuenta de lo que respondió porque en su mente el resto de la conversación estuvo cubierto por una bruma de cólera a través de la cual solamente veía la espalda del amanerado sir Gaylord.
Trahern lo dejó cuando llegó un convoy de carros de la mansión. Los servidores de la casa. del hacendado bajaron de los vehículos y empezaron a preparar una larga fila de mesas que rápidamente fueron cubiertas con barriles de ale y cerveza y otros más pequeños de vinos seleccionados, dulces y secos, tintos y blancos. Un último carro se abrió y de él sacaron mitades todavía humeantes de cordero, cerdo asado, aves de todas clases y una gran variedad de pescados y mariscos, todo acompañado de salsas delicadas para complementar las carnes y estimular al paladar. Las damas de la isla trajeron sus propias preparaciones para sumarias al festín. Cuando Shanna llevó a sir Gaylord a inspeccionar las viandas, él extendió sus manos en gesto de rendición y rió frívolamente.
– Es gracioso que me vea abrumado por esta abundancia en una isla tan pequeña. Vaya, seguramente esto puede competir con las meriendas campestres que ofrecen en Inglaterra mis propios parientes.
No, advirtió las miradas indignadas de varias damas y tomó por alentadora la sonrisa divertida de Shanna. Trahern, quien se les había acercado a tiempo para oír este último comentario, se apresuró a enmendar el error de su invitado.
– Ah, sir Gaylord, es que usted no ha probado los magníficos platos preparados por las damas pues de haberlo hecho estaría de acuerdo en que ninguna merienda campestre del mundo podría competir con ésta.
Ruark, quien los había seguido lentamente, tomó sin muchas ganas otra ale para beberlo mientras observaba al afectado sir Gaylord. El caballero se secaba repetidamente la frente con un pañuelo de encaje y parecía sufrir mucho el calor. Ruark no perdía la esperanza de que el hombre se desplomara a causa de ello. Pero por lo menos con la cercana presencia de Trahern, sir Gaylord dirigía sus ojos a algo menos atractivo que el corpiño del vestido de Shanna.
– John Ruark.
Ralston lo señaló con su fusta y se le acercó. Ruark se detuvo para esperarlo aunque sus ojos no se despegaban.de ese pequeño toque de color rosado casi oculto por la alta y desgarbada silueta del caballero. Ruark no se daba cuenta de que Shanna también lo miraba por encima del brazo del inglés mientras sonreía y asentía ante la charla sin sentido del hombre. Ruark só10 se percató de que sir Gaylord la alejó nuevamente, hacia el extremo de una mesa separada donde los sirvientes estaban poniendo sus platos.
– John Ruark -dijo Ralston, llamándole la atención en tono cortante y enrojeciendo de ira cuando Ruark respondió lentamente y por fin se volvió para encontrarse con la mirada fría y penetrante-. Sugiero, señor Ruark, que trate de mantener bajo control sus deseos, aunque comprendo muy bien la causa.
– Ralston señaló despreocupadamente en dirección a Shanna-. Recuerde que ustedes un siervo y no piense que puede elevarse por encima de su posición mientras yo estoy aquí. Largo tiempo ha sido mi obligación mantener a la gentuza lejos de la puerta de Trahern. Ciertamente, usted parece descuidar sus obligaciones. Sugiero que vaya a ver la molienda a fin de vigilar que todo se haga como es debido. Sería una vergüenza que los jugos se perdieran, porque estos primeros deberían convertirse en un destilado especial.
– Con el debido respeto, señor -dijo Ruark entono mesurado y difícilmente controlado-, el maestro destilador aprobó la ubicación de cada piedra y ha demostrado su capacidad. No me parece que yo, con
menos experiencia en el asunto, tenga que supervisar su trabajo.
– Para mí es muy evidente, señor Ruark -el título fue dicho entono despectivo-
Que últimamente usted presume demasiado. Haga lo que le he dicho y no vuelva hasta que el trabajo esté terminado.
Pasó un largo momento hasta que Ruark asintió y se alejó a hacer lo que le decían.
Cuando todos los invitados estuvieron sentados en sus lugares, Shanna se encontró al lado de sir Gaylord y cuando miró alrededor de la mesa notó que el plato de Ruark había sido puesto lejos de su lugar habitual cerca de su padre y que todavía no le habían servido. Notó en seguida el arribo de Ralston y la sonrisa relamida que se dibujaba en sus labios habitualmente taciturnos.
Ralston se sentó en el medio de la mesa y miró con obvia satisfacción el lugar vacío de Ruark. "Por una vez" pensó, "ese bribón está donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer, trabajando a fin de que sus superiores puedan descansar”.
Al levantar la vista, el agente encontró la mirada de Shanna, quien lo miraba fijamente y ceñuda. Rápidamente Ralston volvió su atención a su comida, sin importarle que no fuera la sencilla comida inglesa que él prefería habitualmente.
El día de Ruark había llegado a su cenit con el éxito del trapiche. Después empezó a hundirse en una serie de rápidas caídas hacia su nadir. Sin embargo, este punto no fue alcanzado hasta más tarde, cuando al regresar del trapiche, oyó que la señora Hawkins y el señor MacLaird hablaban de las ventajas de que la hija del hacendado se casara con un lord. Escuchó un momento y después se alejó disgustado, para encontrarse nuevamente escuchando sin querer cuando Trahern se explayaba sobre las presuntas virtudes como yerno que podía presentar un caballero. El punto más bajo llegó, en verdad, cuando Ruark oyó que el capitán de la fragata y el mayor de los Royal Marines comentaban la decisión de sir Gaylord de viajar a las colonias con los Trahern. El caballero hasta había arreglado que parte de su equipaje fuera llevado a la mansión mientras que la porción más grande sería llevada a Richmond en la fragata para esperar allí su arribo con los Trahern. Ellos sospechaban que el caballero estaba buscando una esposa de fortuna y que había puesto sus ojos en la hermosa hija del hacendado.
Las palabras fatales no estaban escritas en la pared pero ardían furiosamente en la mente de Ruark. La escena estaba preparada para que ese relamido petimetre se ofreciera como esposo de Shanna. Mientras vaciaba su copa por duodécima vez, Ruark gruñó para sí mismo que ella no parecía demasiado a disgusto con el caballero y que se había mostrado llena de graciosa amabilidad durante toda la tarde.
Ruark no se disculpó y se retiró de la celebración. Tomó de la mesa una botella grande y llena, buscó su vieja mula y se alejó colina abajo.
Como era habitual, Shanna era el centro de atención. Los oficiales de la fragata se le acercaban a hacerle cumplidos y se demoraban para disfrutar unos momentos más la brisa refrescante de femenina pulcritud
después de largas semanas en el mar. Los músicos subieron a la plataforma y empezaron a tocar para entretener a la multitud. Un joven capitán bailó un rigodón con Shanna y alentó a los otros oficiales a solicitar el mismo favor. La fiesta hubiera debido alegrarla pues a Shanna le gustaba bailar y disfrutaba de la compañía de hombres alegres. Sin embargo, esta tarde había en su placer una nota extrañamente discordante Y cuando llegaban los raros momentos en que quedaba sola, se preguntaba intrigada por los motivos de su mal humor. La fiesta empezó a parecerle interminable y llegó a sentirse fastidiada por el tedio que le producía. Siguió sonriendo graciosamente pero su alivio fue inmenso cuando su padre sugirió por fin que dejaran que los pobladores se divirtieran a sus anchas e invitó a sus acompañantes a partir. A Shanna le pareció que el viaje de regreso no terminaría jamás y ni siquiera la espléndida vista de los rompientes iluminados por la luna logró conmoverla. Cuando llegó a la mansión se disculpó rápidamente con sir Gaylord, quien arrugó el entrecejo con desaprobación, y buscó el tranquilo refugio de sus habitaciones.
Ruark despertó sobresaltado. En un momento estaba dormido y al instante siguiente se halló completamente despierto. No pudo encontrar una razón para ello. Estaba alerta y parecía gozar de buena salud, aunque se había quedado dormido en un sillón donde había estado bebiendo de una botella. Ruark sacó el corcho, olfateó e hizo una mueca ante el olor picante del aceitoso ron negro. Nunca había llegado a gustarle esa bebida y prefería las variedades más claras y suaves.
El reloj que estaba a sus espaldas sonó una sola vez y Ruark vio que era la una de la mañana.
Se levantó de su sillón y fue hasta la ventana. Old Blue estaba en su pequeño corral, aunque la puerta se encontraba abierta, dormitando debajo del cobertizo que había construido Ruark.
Aflojó su camisa de lino, se la quitó y fue hasta el lavabo que había en su dormitorio donde, no teniendo otra cosa que hacer, se afeitó y lavó de su cuerpo el sudor del día. Se enjuagó la boca para quitarse el gusto amargo y se puso unos calzones cortos antes de salir al pequeño porche para aprovechar el fresco de la noche. Aunque ligeramente mareado, como si todavía persistieran en él algunos de los efectos del ron, tenía una sensación de bienestar y la mente despejada.
La luna estaba baja, como rozando las copas de los árboles. Donde atravesaba el denso follaje, iluminaba la fresca, pero extrañamente tensa noche, con un resplandor fantasmagóricamente gris. Ruark sintió en su interior un impulso que lo inquietó. La noche parecía llamarlo, las sombras invitarlo. Salió del porche y sintió la humedad del rocío en sus pies desnudos. Atravesó el cerco de arbustos y caminó entre los altos árboles. La mansión lo atraía. Su gran masa oscura recortabas debajo de los árboles más delgados. Ahora todas las luces estaban apagadas y él supo que los habitantes habían regresado y que estaban acostados.
Un bulto familiar apareció junto a él y Ruark tendió una mano para palpar el tronco y logró identificar el árbol que crecía delante del balcón de Shanna. Apoyo un hombro en la confortable columna de madera y miró hacia arriba, hacia las puertas abiertas de la habitación de ella. Su mente empezó a vagar hasta que llegó a una escena de Shanna dormida al lado de ese desgarbado caballero inglés. La visión fue sumamente desagradable y Ruark la expulsó rápidamente de su mente. Así liberados, sus pensamientos retrocedieron a una noche, cuando él la había observado durante el sueño, con su cabello dorado y miel extendido en cascadas a través de la almohada y enmarcando su rostro perfecto. Recordó después otras escenas de amor que con ella había compartido hasta que el ardor que sentía en su interior se convirtió en una exótica tortura y él se encontró debajo del balcón, estirándose hacia arriba, tratando de tomarse de, la enredadera."
Shanna flotaba en un sueño profundo, un limbo, un vacío interminable. Nadaba en un mar suavemente ondulante y de aguas color turquesa. Empezó a sentir un poco de miedo cuando advirtió que no había tierra a la vista, ni siquiera las nubes con tonalidades verdosas que reflejaban su presencia, pero entonces el miedo desapareció. A su lado, los brazos dorados de un hombre seguían las brazadas de ella. El hombre se volvió y ella vio el rostro de Ruark, con el blanco relámpago de una sonrisa. Los labios de él se movieron en un ruego silencioso y en seguida él arqueó su espalda musculosa y se zambulló debajo de las olas. Ella lo siguió riendo y se sumergió hasta donde la luz se desvanecía en una penumbra de color verde oscuro e interminables hilos de algas se enroscaron alrededor de los dos, uniéndolos en un beso interminable. Ella no sentía necesidad de respirar. Eran como dos ninfas flotando en un nirvana oceánico, cada vez más profundo, más profundo. Entonces, súbitamente, se encontró sola…
El rostro de Ruark volvió con proporciones gigantescas flotando sobre ella. Se acercó más pero ella no pudo tocarlo. Parpadeó, movió la cabeza tratando de borrar esa visión. Súbitamente sintió que estaba despierta y que él estaba allí. Tenía los brazos apoyados a cada lado de ella, sus labios se movían y su voz le decía, suavemente, como un niño que implorara un favor:
– Shanna… ámame… ámame…
Con un pequeño grito de bienvenida ella levantó los brazos y lo atrajo hacia ella. Se arqueó contra él, abrió los muslos y sintió que él la penetraba mientras su cuerpo tembloroso se entregaba sin reservas. Los dos eran uno, perteneciéndose y poseyéndose, dando y tomando.
Una vez saciados quedaron abrazados, Shanna tibia y segura en brazos de él, sintiendo esa extraña paz que no sentía en ninguna otra parte. No había vergüenza, ninguna sensación de ser ultrajada, ni el menor asomo de remordimiento por haberse rendido una vez más. Shanna suspiró de contento y besó a Ruark en el cuello. El lento redoblar del corazón de él la acunó hasta que se quedó dormida.
En la quieta y profunda oscuridad que precede al amanecer, Shanna despertó de repente y se dio cuenta de que Ruark estaba apartándose de su lado.
– Aguarda, encenderé una vela -murmuró ella semidormida. – Pensé que dormías -susurró él, besándola en la boca.
– Así era hasta que te moviste -repuso ella suavemente-. El amanecer llega tan pronto…
– Sí, amor mío. Demasiado pronto.
Ella era como una frágil avecilla apoyada contra él y Ruark casi temía moverse para que no huyera volando. Los suaves y delicados pezones le transmitían su calor, y sabiendo que pronto tenía que marcharse, Ruark se sintió atormentado.
Shanna se apartó para encender una vela. Después se volvió y le sonrió. Ruark medio gimió y medio suspiró de deseo al verla.
– Eres una hechicera, una hermosa y dulce hechicera.
– ¿Una hechicera? Vaya, tomas lo mejor que tengo para ofrecer y después me insultas. ¿Es así como guardas tus monedas, desahogando tu virilidad en inicuos burdeles y después protestando por que te han estafado?
Lo mordió suavemente en la oreja y levantó un puño amenazador.
– Por favor, señora, tenga piedad -dijo Ruark, con fingido terror-. Esta noche he sido maltratado.
– ¡Maltratado! -exclamó Shanna-. Ciertamente; bribón, pronto sabrás lo que es ser maltratado. Arrancaré de tu pecho tu perverso corazón y lo arrojaré a los cangrejos. Cómo te atreves a llamarme hechicera cuando la pequeña Milly es tan dulce, tonta y dispuesta. Juro que te arrancaré algo más que el corazón.
Una extraña nota de sinceridad en las bromas de Shanna hizo que Ruark la mirara intrigado, pero Shanna se limitó a reír perversamente y después le dirigió una mirada cargada de sugestión que lo hizo enardecerse nuevamente. Satisfecha con la rapidez de la respuesta de él, Shanna se sentó sobre sus talones.
– ¿Una simple mirada? ¿Milly puede jactarse de una cosa semejante? ¿Esa criatura sosa capaz de tentar al dragón Ruark? ¡Ja! He visto cosas mejores en mi vida.
Ruark se relajó sobre la cama y cruzó los brazos debajo de su cabeza.
– Eres una hechicera atrevida, Shanna Beauchamp. Tan atrevida como para domar a un dragón.
La abrazó, la atrajo hacia sí y, una vez más, el tiempo cesó de existir, aunque en el horizonte el cielo empezaba a aclararse.
Tarareando una alegre tonada, Shanna bajó llena de gozo las escaleras para desayunar. Sorprendió a Herta saludándola con un abrazo y la anciana casi quedó mirando a su joven ama con la boca abierta. Ciertamente, era raro que Shanna apareciera antes que Trahern bajara de sus habitaciones, y nunca tan alegre. Mezclando carcajadas con sus palabras, Shanna despidió a Jasón para hacer entrar en la mansión a John Ruark, el siervo. Intrigada, Berta se fue a los fondos de la casa, sacudiendo desconcertada la cabeza. Shanna apenas notó la confusa retirada de la mujer e hizo a Ruark una reverencia y aceptó su cálida mirada de admiración.
– Parece que no ha sufrido ningún daño en su cacería de brujas, señor Ruark -dijo Shanna- ¿Ninguna cicatriz? ¿Ninguna herida sangrante causada por las garras de la hechicera?
El sonrió lentamente, le tomó una mano y fingió estudiar sus uñas largas y cuidadas mientras Shanna lo miraba desconcertada.
– No, no se ve nada, mi lady. Solo se desprendió un pequeño trozo de piel cuando ella me arañó.
Shanna echó la cabeza hacia atrás y retiró su mano.
– Está diciendo tonterías, señor. Yo nada recuerdo…
– ¿Te digo lo que susurrabas en la oscuridad? -la interrumpió Ruark, hablando en voz baja e inclinándose ligeramente hacia ella.
– yo nada dije -empezó Shanna, a la defensiva, pero sintió curiosidad. ¿La habrían traicionado sus pensamientos? ¿Había pronunciado palabras comprometedoras?
– En sueños, suspirabas y decías "Ruark… Ruark…,
Shanna enrojeció ligeramente y en seguida se volvió para no sentir la mirada penetrante de él.
– Vamos, Ruark, creo que oigo a papá bajando la escalera. Y el señor Ralston estará aquí en cualquier momento. No tendrás que esperar mucho.
Shanna lo condujo al comedor y allí, momentos más tarde, saludó a su padre con un beso en la mejilla.
Sir Gaylord era de levantarse tarde. La conversación en la mesa del desayuno fue prolongada y bien salpicada de comentarios y diversas opiniones sobre el aserradero, pero él no se presentó hasta mucho después que Ruark y el hacendado hubieron partido para inspeccionar los trabajos del aserradero. De modo que sucedió que el señor Ralston, después de ser fríamente saludado por Shanna, quedó solo para dar los buenos días al inglés cuando éste entró en el comedor.
– Yo diría que hace un día espléndido -comentó Gaylord, tomando una pizca de rapé. Estornudó en su pañuelo de encaje-. Quizá invite a la viuda Beauchamp a dar un. paseo. Sin duda ella estará ansiosa de la compañía de un caballero después dé estos meses de viudez. Una mujer tan joven y hermosa. Estoy prendado de ese dulce rostro.
Ralston cerró sus libros de contabilidad y estudió al hombre. En sus ojos oscuros apareció un brillo calculador.
– Yo sugeriría un poco de cautela en ese asunto, señor. Conozco a la señora Beauchamp desde hace años y ella parece sentir una aversión natural hacia la mayoría de los hombres que la cortejan. Puedo decirle muchas cosas de ella, aunque me considero entre aquellos a quienes ella detesta.
Gaylord aplicó su pañuelo a su labio superior.
– ¿Cómo, entonces, mi buen hombre, me propone ayudarme si no puede ayudarse usted mismo?
la boca delgada de Ralston casi sonrió.
– Si usted consiguiera casarse con la viuda gracias a mis consejos, ¿estaría dispuesto, en retribución, a dividir la dote?
Ralston había adivinado. Gaylord estaba ansioso de llegar a cualquier acuerdo que le permitiera hacerse de una fortuna y restablecer la alicaída riqueza de su familia. El caballero no ignoraba la magnitud de la fortuna de Trahern y estaba decidido a sacarle el mayor provecho por medio de un casamiento con la viuda o de acuerdos con el hacendado. Su astillero heredado estaba en malas condiciones y necesitaba de una buena cantidad de dinero para recuperarse. Si Trahern aportaba lo suyo, él podría compartir una simple dote con este hombre.
– Como caballeros -dijo Gaylord, y tendió su mano. El pacto quedó concertado..
– Primero que nada, le sugeriría que impresione al hacendado con su importancia en la corte y su buen nombre -dijo Ralston-. Pero tiene que estar advertido. Si la señora Beauchamp sospecha que me ha tomado como consejero, todo estará perdido. Ni siquiera convenciendo de sus méritos al hacendado lograría enmendar ese error. De modo que tenga cuidado, amigo mío. Tenga especial cuidado cuando corteje a la viuda Beauchamp.
CAPITULO TRECE
Una pareja de águilas marinas tenía su nido sobre el acantilado que corría a lo largo de la costa oriental de la isla. Shanna las había observado a menudo, suspendidas de alas inmóviles y remontándose con las corrientes ascendentes de aire sobre la espuma de las rompientes. Su espíritu se remontaba con ellas. Aun con la renovada seguridad de que no se hallaba encinta, ella pensaba poco en las consecuencias de permitir que Ruark invadiera nuevamente sus habitaciones. Su mente estaba llena de placenteros recuerdos de la vez que él llegó hasta ella en lo más oscuro de la noche y el mañana dejó de existir. Ella contentábase con vivir el momento, rodeada por un etéreo castillo de felicidad. Estaba en armonía con el mundo y experimentaba una intensa sensación de paz y una extraña aura de confianza en que todo era como tenía que ser. La comprensión de que este estado debíase a la diaria presencia de Ruark en la mansión no parecía perturbarla como en el pasado. Como una flor, una rosa desplegándose bajo los tibios rayos del sol, ella se bañaba en el resplandor de los ojos de Ruark.
Había transcurrido casi una semana desde la visita de él a su habitación. El día había amanecido con densas nubes que amenazaban envolver en una tormenta a la verde ante isla. Shanna contemplaba desde su balcón el cielo ominosa mente oscuro que parecía presionar sobre las colinas en un maligno presagio.
Un fuerte y furioso relincho desgarró el aire y Shanna se volvió y vio, en el camino frente a la mansión, a varios hombres que luchaban por someter a un caballo que se alzaba sobre sus patas traseras. Desde donde estaba, Shanna alcanzó a ver las heridas ensangrentadas en el lomo castaño rojizo del animal. Montó en cólera al pensar que tan magnífico ejemplar había sido maltratado.
– Eh, mucho cuidado con la yegua. El animal ya está herido. La voz que gritó era desconocida para Shanna pero la indumentaria del hombre le permitió deducir que era un marino. El más grande llevaba una chaqueta con pasamanería mientras que los otros tres vestían como marineros comunes.
– ¡Eh, ustedes! -gritó Shanna mientras corría por la veranda-. ¿Qué significa esto? ¿No saben el valor de ese animal? ¿Acaso todos nacieron sobre las tablas de madera de una cubierta?
Bajó como un torbellino la amplia escalinata y se acercó al grupo. Hablando en tono tranquilizador, estiró una mano para acariciar el suave morro de la yegua y palmearle los flancos temblorosos. El animal se tranquilizó gradualmente bajo el suave contacto y accedió a quedarse quieto mientras los hombres quedaban boquiabiertos por la sorpresa. Todo el camino desde la aldea habían tenido que luchar con la yegua, quien se había resistido a dejarse llevar en carro o de la brida.
El hombre corpulento y de grandes patillas se adelantó y habló en tono de disculpas:
– Tuvimos un poco de mal tiempo después de dejar las colonias y el barco se sacudió tanto que la yegua se hirió contra las paredes del pesebre que construimos para ella. Le aseguro, señora, que no fue por malos tratos..,
Shanna contempló al hombre y decidió que él decía la.verdad. – ¿Cuál es su nombre, señor, y con qué propósito ha traído al animal aquí?
El hizo un rápido movimiento con su cabeza.
– Capitán Roberts, a su servicio, señora. De la Compañía de Virginia. El capitán Beauchamp me ordenó que trajera la yegua al señor Trahern o a su hija en retribución por la generosa hospitalidad que aquí le brindaron. ¿Es usted la viuda Beauchamp?
Shanna asintió con la cabeza.
– Sí, lo soy.
El capitán buscó en su chaqueta y sacó una carta sellada que le tendió a ella.
– Esto es para usted, señora, del capitán Beauchamp.
Shanna aceptó el paquete y observó un momento el sello de cera que exhibía una elaborada "B". Estaba abrumada por la generosidad del capitán, porque el presente que enviaba no era un presente de pobre. Hacía tiempo que ella había aprendido á conocer el valor de los caballos. La delicada cabeza de la yegua, sus ojos grandes y expresivos y el cuello graciosamente arqueado hablaban de sangre, árabe, y cuando leyó la carta Shanna tuvo la confirmación de esto porque Nathanial detallaba en la misiva la línea de sangre del animal. La yegua era tan valiosa como Attila y sin duda produciría excelentes potrillos con el semental.
La nota continuaba asegurándole que los Beauchamp estaban aguardando con alegría su visita y Nathanial expresaba sus esperanzas de que nada pudiera demorar el viaje porque predecía que el otoño de este año sería lleno de colores:
– No teníamos a nadie que cuidara de las heridas del animal, señora -explicó el capitán Roberts.
– Oh, no importa -replicó lentamente Shanna-. Aquí, en la isla, hay un hombre que tiene un talento especial para esas cosas.
Un muchachito, de unos diez años quizá, se adelantó de donde había estado casi oculto, llevando en sus brazos un gran bulto.
– ¿Dónde tengo que llevar esto, señor? -preguntó el muchachito dirigiéndose al capitán, y sin soltar el bulto envuelto en cuero.
– ¿Señora? -El capitán miró a Shanna-. ¿Sabe dónde el muchacho podría encontrar al señor John Ruark?
Shanna respondió sorprendida. -No estoy segura. Podría estar trabajando en el aserradero, pero él tiene una cabaña detrás de la casa. ¿Puedo ayudarles?
– Está esto -dijo el hombre señalando el paquete- que es para él. ¿Podemos dejarlo en la cabaña?
– Sí-. Shanna, señaló hacia los fondos de la casa. Después, de pasar la mansión hay un sendero entre los árboles. Sígalo. Es la cabaña grande, más allá de las otras.
Cuando los hombres se alejaron Shanna acarició afectuosamente el morro de la yegua, contenta con el regalo.
– Los Beauchamps te pusieron, de 'nombre JezebeL Ajá, seguramente tú tentarás a mi Attila porque por aquí no hay otra potranca tan bella como tú. Pero debo buscara Ruark para que te, cure porque no confío en ningún otro para que te atienda." Mi dragón es muy hábil con las damas Susurró', sonriendo pensativa-. Sé que, ¡él te gustará…
"Cuando preguntó por Ruark en la tienda de la aldea, Shanna obtuvo por respuesta un encogimiento de hombros del señor MacLaird.
– No lo sé, muchacha. Estuvo aquí esta mañana temprano para ordenar algunas mercaderías pero desde entonces, no le he vuelto a ver.
¿Ha preguntado en el aserradero?
En el sitio de la, construcción, Shanna recibió la misma respuesta. -Parece que lo necesitaban en la destilería.
Pero tampoco allí pudieron decirle dónde había ido el señor Ruark i
cuando se marchó. Finalmente" bien entrada la tarde, Sl1anna renunció a buscado y regresó a la mansión. Su padre había retornado y sir Gaylord estaba hablando con él acerca de astilleros. Al oír la voz del inglés_ Shanna trató de cruzar el hall sin ser advertida pero el ruido que hizo la puerta alertó a Gaylord, quien la llamó. Insistió en que ella se reuniera
con ellos en el salón y no aceptó la excusa de que Shanna quería cambiarse de ropa para la cena y declaró firmemente que ella estaba perfectamente elegante y atractiva. Shanna maldijo silenciosamente su mala suerte, sonrió dócilmente y se dejó conducir a través -del hall. Fue la velada más aburrida de su vida porque el hombre parecía incapaz de hablar de otra cosa que no fuera la aristocracia de su familia y hasta tuvo el descaro de señalarle a su padre las ventajas que su apellido traería a la fortuna de Trahern. Después de terminada la comida Shanna logró escapar a sus habitaciones donde pidió inmediatamente que le preparasen un baño.
Cerró lo ojos y apoyó la cabeza contra el alto borde de la tina, dejando que el baño aflojara sus tensiones. Ahora era raro pasar todo un día sin ver a Ruark, aunque habitualmente él era necesario en cualquier parte donde se presentaran problemas. Por alguna razón, Shanna sintió que su día no había sido completo.
El reloj de su habitación dio las diez y con la última campanada empezó una nueva melodía que Shanna nunca había escuchado en sus habitaciones. Abrió los ojos sobresaltada e inmediatamente vio la fuente, una caja de música bastante grande que había sido. puesta sobre una mesa, cerca de ella. Y en un sillón junto a la mesa estaba Ruark, cómodamente reclinado, con una graciosa sonrisa en sus labios y sus largas piernas estiradas y cruzadas en los tobillos.
Shanna se incorporó en la tina y 1o miró sorprendida. Una rápida mirada por la habitación le indicó que él se había puesto cómodo. Su sombrero estaba sobre la cama, junto a su camisa. Solamente los calzones cortos cubrían su cuerpo.
– Buenas noches, amor, y gracias -dijo, Ruark y sus ojos bajaron rápidamente hacia los pechos mojados y brillantes de ella.
– No tienes derecho -dijo Shanna por encima de la argentina melodía. Pero ante la serena mirada de él, decidió mostrarse más benévola, como si sólo se sintiera ligeramente ofendida-. Invades el baño personal de una dama y té aprovechas de un espectáculo inesperado.
Ruark sonrió con muy buen humor.
– Ejerzo mis derechos maritales, Shanna. Esto es algo que sucede tan raramente que ciertamente estoy en desventaja. Mientras otros maridos contemplan a sus tesoros todas las noches yo debo conformarme con los recuerdos y refrenar mis deseos, porque no puedo buscar alivio a lo que me atormenta.
– Estás diciendo tonterías, Ruark. -Shanna se enjuagó lentamente con la esponja-. ¿Acaso no he sido más que complaciente con tus caprichos? Se me ocurre que debes de tener alguna razón para haberte arriesgado a estas horas en mis habitaciones.
El señaló la caja de música. -Te he traído un presente. Shanna sonrió coquetamente.
– Gracias, Ruark. ¿Eso viene de las colonias?
– Le pedí al capitán Beauchamp que la hiciera comprar y que la enviara aquí -repuso Ruark-. ¿Te gusta?
Shanna escuchó un momento hasta que se percató de que la tonada era la misma que había escuchado a bordo del Marguerite.
– Hum, me gusta mucho. -Vio que él cerraba la tapa de la caja haciendo cesar la melodía, y levantó la vista con expresión inocente-. ¿Podría haber otro motivo que te trajo a mis habitaciones?
El sonrió lentamente y sus ojos recorrieron todo el cuerpo de ella.
– Me informaron que preguntaste por mí en toda la isla y no pude encontrar motivos para tanta urgencia, excepto uno. -Sus blancos dientes relampaguearon en una rápida sonrisa-. Por eso, aunque ya era tarde, vine aquí en la primera oportunidad para asegurarte que no me había escapado ante una inminente paternidad.
Shanna siguió secándose con la toalla, asimilando las palabras de él. Después de un momento comprendió.
– ¡Bribón! ¡Víbora! -estalló-. ¡Tonto presumido! -Su mano buscó algo en el agua-. ¿Crees que yo andaría pregonando eso en toda la isla?
Levantó la esponja para arrojársela.
– ¡Ah, ah! -Ruark sonrió traviesamente y agitó un dedo hacia ella-. Tencuidado, Shanna. Hergus no aprobará el desorden.
– Ooohhhh -gimió Shanna con los dientes apretados por la frustración. Hundió, la esponja debajo de la superficie del agua, como si quisiera ahogarla.
– Ven -dijo Ruark con voz suave, pero conteniendo la risa, sal de esa tina y sécate.
Ruark le tendió la toalla y esperó junto a la tina. Shanna se puso de pie y se envolvió en la toalla. El le ofreció su mano para ayudarla a salir del baño y la siguió hasta la mesa le tocador, admirando el movimiento de sus caderas que se balanceaban debajo de la toalla de lino.
– ¿Por qué me buscabas? -preguntó Ruark, mientras ella cepillaba sus largos cabellos.
Shanna. Recordó a JezebeL, se volvió y tomó los dedos delgados de Ruark.
– Oh, Ruark, el capitán Beauchamp me ha hecho el más maravilloso de los regalos. Una yegua hermosa, pero ha sido maltratada y necesita que la cuiden.
Ruark enarcó las cejas, sorprendido.
– ¿Maltratada?
– El capitán Roberts dijo que hubo una tormenta en el mar y que el animal se golpeó contra las paredes del pesebre. Le dije al muchacho de los establos que hiciera lo que pudiese hasta que tú vinieras. -Los ojos azul verdoso lo miraron implorantes-. Oh, Ruark, por favor, ocúpate del animal y haz que se ponga bien.
Ruark estiró una mano para acariciar los rizos dorados y la miro con ojos tiernos..
– ¿Te gusta mucho ese animal, Shanna?
– Sí, Ruark, muchísimo.
– Haré todo lo que pueda por ella -sonrió él-. Sabes que soy el más fiel y ardiente de tus esclavos.
Shanna apartó la mano de él y lo miró a través del espejo.
– ¿Y si fueras libre? -preguntó- ¿Te irías de aquí a buscar fortuna en otra parte?
– ¿Qué grandes tesoros podrían arrancarme de tu lado, amor mío? -repuso él mientras jugaba con un rizo de ella-. ¿Cómo podría abandonarte? Tú eres mi tesoro, la joya rara de mis deseos.
Shanna dejó el cepillo a un lado.
– Te burlas de mí, Ruark. Y yo tendría que saber la verdad.
– ¿La verdad? -Ruark hizo una reverencia a la imagen reflejada en el espejo y sonrió-. Deberías recordar los votos formulados ante el altar. Estoy unido a ti hasta que la muerte nos separe.
Shanna se levantó de la banqueta de terciopelo y cruzó la habitación bajo la mirada admirativa de él. No era consciente del efecto que su semidesnudez causaba en Ruark. La toalla ocultaba muy poco y ella movíase lentamente, con languidez y gracia.
– Cómo te gusta fastidiarme con eso, Ruark. Te comportas en una forma e invades mis habitaciones como si en este mundo poseyeras algo más que esa estúpida prenda que usas para cubrirte.
– Si yo soy un hombre pobre, entonces tú eres la esposa de un pobre -señaló Ruark con una risita.
– Eres un canalla que aprovecha cualquier débil pretexto para irrumpir en mis habitaciones -replicó Shanna-. Y para silenciarte, tengo que someterme a fin de que mi secreto no llegue a conocimiento de todo el mundo. Eres un desvergonzado. Alguien que abusa así de una dama ni siquiera es digno de que 1o cuelguen.
Ruark se le acercó con pasos mesurados y con una sonrisa lenta, hipnótica en sus labios. Shanna retrocedió al percatarse de que él estaba encerrándola y trató de mantener la distancia que los separaba.
– Señora, debo admitir que aprovecho cualquier excusa para estar con usted -dijo él en tono de broma-. ¿Pero yo un canalla, un desvergonzado? Seguramente, la vida que estoy llevando últimamente no es tan reprochable.
– ¡Ja! -replicó Shanna y se escabulló cuando él trató de acercársele más. Ruark no alcanzó a detenerla, aunque la fragancia de ella llegó a sus fosas nasales y le nubló la mente. No se dio por vencido y fue tras ella. Tratando de eludirlo, Shanna escapó detrás del largo sofá dejando una estela de risa musical similar al argentino sonido de un arroyuelo de montaña. El trató nuevamente de acercarse y Shanna se refugió detrás de una pequeña mesa con tapa de mármol.
– Ruark, contrólate -dijo ella, tratando de que su voz sonara severa-. Terminaré con esto de una vez por todas.
– Oh, sí que terminaremos -replicó él, hizo la mesa a un lado y le demostró que no había obstáculos para su avance.
La pared detuvo la retirada de Shanna, quien miró frenéticamente a su alrededor. A su izquierda estaba la cama. A su derecha, más allá de las cortinas de seda, se abrían las puertas de su balcón.
Shanna corrió hacia la cama, se arrojó sobre ella, rodó y se puso de pie del otro lado,- con el camisón en sus manos. Levantó los brazos, dejó que la prenda cayera sobre su cabeza y con un rápido movimiento liberó nuevamente sus brazos. El corto camisón detuvo su descenso en las caderas de ella. Shanna trató de bajado pero no lo consiguió, porque las manos de Ruark ya estaban en su cintura. El atrajo hacia sí las caderas desnudas y dejó que ella sintiera la presión de su enhiesta virilidad.
Súbitamente los juegos terminaron. Se miraron a los ojos, sus pulsos se aceleraron. Ruark bajó la cabeza y ella le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios y sus cuerpos se unieron fundiéndolos en un solo ser y los dos se sintieron arrojados a un mundo privado de pasión abrasadora. El tiempo se detuvo y el momento pareció perdurar eternamente… hasta que fue destrozado como una copa de cristal por un fuerte golpe en la puerta del dormitorio de Shanna.
– ¿Shanna?-preguntó suavemente la voz de Orlan Trahern,-. ¿Estás despierta, criatura?
Ella respondió con voz ronca, áspera, como si estuviera semidormida, mientras se apartaba rápidamente Ruark.
– Un momento, papá, por favor.
Shanna miró desesperada a su alrededor, buscando alguna salida. Ruark le puso una mano en un hombro y con un dedo en los labios le pidió silencio. Señaló la cama, le puso una mano en las caderas y la empujó hacia allí Cuando Shanna se volvió para mirarlo él ya no estaba. Como una silenciosa ráfaga de viento, había abandonado la habitación. Las cortinas quedaron quietas después que él pasó y Shanna se sentó en la cama y subió los cobertores hasta su mentón.
– Entra, papá -dijo.
Shanna aguardó y oyó el ruido de la cerradura y los pasos de su padre en el saloncito exterior. Entonces advirtió horrorizada que el sombrero y la camisa de Ruark estaban todavía a los pies de la cama. Metió rápidamente las prendas debajo de las sábanas y cuando el hacendado entró en el dormitorio Shanna estaba nuevamente tapada hasta el mentón con las fragantes y frescas sábanas.
– Buenas noches, hija -dijo él, tratando de suavizar su voz habitualmente áspera-. Espero no haberte molestado demasiado.
– No, papá. -Bostezó y declaró, sin faltar a la verdad-: No dormía.
Trahern se sentó en el borde de la cama y Shanna se movió para hacerle lugar. El hacendado tomó una uva de un plato que estaba en la mesa de noche y la masticó con expresión pensativa.
– Pareces contenta de estar nuevamente en casa -dijo él, casi con vacilación.
– Claro que sí, papá -dijo Shanna con una amplia sonrisa. Por el momento se sentía en terreno seguro-. Me temo que yo, como tú, no he nacido para moverme en las cortes y círculos aristocráticos. Aprecio las costumbres y la libertad de esta isla mucho más que la pompa y el esplendor.
El pecho de Orlan rugió con su versión de una risita.
– Nunca pude soportar -dijo él- esas doncellas blancas como la leche, y tú, como tu madre, eres más hermosa con el color del sol en tus mejillas y en tu cabello. Y he comprobado con sorpresa que tienes una mente, y una voluntad propias. Pero hay algo que no puedo explicar. Hay en ti, últimamente, algo así como un aire de mujer casada, de esposa.
Shanna enrojeció y bajó los ojos, súbitamente temerosa de que él pudiera adivinar la verdad. ¿Qué le había hecho Ruark que hasta su padre podía notar la diferencia? Ella se sentía la misma de siempre y la sorprendió que alguien pudiera notar un cambio.
– No te aflijas, papá. -Shanna se preguntó si Ruark se habría marchado o si todavía estaba en el balcón-. Es muy improbable que mi esposo haya podido afectarme tanto en los pocos días que estuvimos juntos.
El la miró con picardía.
– ¿Sabes que tú has afectado profundamente a sir Gaylord? -preguntó.
Shanna quedó paralizada.
– Toda 1a tarde ha estado dándole vueltas al asunto y por fin, después que tú te levantaste de la mesa, se atrevió a pedirme tu mano. -Orlan leyó la expresión súbitamente sorprendida de Shanna y se apresuró a calmar sus temores-. Le dije que la primera condición que debía reunir era contar con tu aprobación. De modo que no te inquietes, hija. Prometí a tu madre que encontraría un marido digno para ti y no renunciaré a ello.
Ahora., fue Trahern quien bajó la mirada y frotó su palma contra la punta de su zapato con hebilla.
– ¿Hay algo que te preocupa, papá? -preguntó Shanna desconcertada, porque nunca, hasta ese momento, había visto a su padre con esa expresión abochornada.
– Sí, algo que me preocupa desde hace un tiempo.
Shanna sintió piedad por este hombre cuyas palabras salían con penosa lentitud.
– Por conseguir mis propios fines te he causado dolor y tristeza -dijo Trahern-. Esa nunca fue mi intención. -La miró a los ojos y sus hombros parecieron encorvarse un poco-. Estoy viejo, Shanna, y cada día envejezco más. -Levantó una mano para impedir que ella protestara-. Tengo una fuerte necesidad de ver continuada mi dinastía por un rebaño de niños. -La risa rugió otra vez-. Una docena, más o menos. Pero me inclino a creer que quienquiera que dirija nuestros destinos se ocupará de eso a su debido tiempo. No apresuraré tu decisión pues no he encontrado un hombre digno de tu mano. No insistiré sobre este asunto y te pido que elijas tu marido donde quiera que lo encuentres.
– Comprendo, papá. -Shanna habló con un peso en el corazón-. y muchas gracias por tu comprensión.
– Ahora, basta de charla -dijo Trahern y se puso de pie a fin de que su rostro quedara oculto en las sombras-. Te he tenido despierta mas de la cuenta.
El minuto se arrastró lentamente hasta que Shanna habló con una vocecita de niña pequeña.;
– Buenas noches, papá. -Cuando Trahern se volvió para marcharse, apenas oyó las siguientes palabras-: Te amo.
No hubo respuesta, sólo otro fuerte resoplido antes que sus pisadas cruzaran el saloncito y la puerta se cerrara suavemente.
Shanna quedó con la vista fija en las sombras, los ojos húmedos, la mente perdida dentro de sí misma.
Pasó un largo momento antes que levantara la vista y encontrara a Ruark a los pies de la cama, mirándola con una extraña semisonrisa en sus labios.
– ¿Has escuchado? _preguntó ella con voz apenas audible.
– Sí, amor mío.
Shanna se sentó en la cama, levantó las rodillas y apoyó en ellas la cabeza.
– Nunca había notado que él se siente tan solo -,-dijo y suspiró profundamente..
Fue un paso gigantesco desde una egoísta juventud hacia la edad adulta y la preocupación por los demás. La transición era grande y dolorosa y Ruark permaneció en silencio, dejando que ella asimilara lentamente la situación.
Shanna meditaba en las profundidades de su recién encontrada madurez. Era una experiencia nueva Y no del todo desagradable. Sabía que su padre la amaba y ello reconfortaba su corazón, pero por debajo estaban los recuerdos de violentas discusiones y el aguijón de las palabras airadas de él protestando por la voluntariosa terquedad de ella.
Su padre la quería casada y con hijos. ¿A quién elegiría ella? ¿Sir Gaylord, una ridícula caricatura de un caballero? En las sombras detrás de él, estaba otra figura, oscura Y misteriosa. Allí su paz se disolvía como nieve bajo las tibias lluvias de primavera y su mente luchaba por comprender el significado de su inquietud.
Lentamente, Shanna alzó su mirada hacia Ruark. Su dragón. ¿Le había arrebatado él la tranquilidad de espíritu?
Ruark miró a Shanna, acurrucada sobre la cama y perdida en sus cavilaciones. Parecía pequeña e indefensa, sin embargo, él sabía que si la desafiaban se erguiría con determinación y se defendería con una furia que empequeñecería a la ferocidad de un tigre herido. Por el momento estaba serena y él hubiera querido darle un poco de sabiduría que calmara la confusión de su mente.
– El dijo que soy libre de elegir esposo cuando yo quiera -murmuró Shanna y Ruark sintió que ella lo observaba atentamente-. ¿Qué voy a hacer contigo?
Ruark respondió después de un momento.
– No tengo deseos de ir en busca del verdugo, Shanna, pero encuentro poco que temer en la verdad.
– Eso puedes decirlo tú -replicó Shanna, irritada porque él tomaba la situación a la ligera-. Pero yo aún puedo verme obligada a casarme con algún petimetre si mi padre vuelve a encolerizarse.
Ruark rió cáusticamente.
– Shanna, si se descubre la verdad, te encontrarás bien casada y con un marido. ¡Yo! Por lo tanto, hasta que me cuelguen, no tienes por qué temer a otros hombres. Ciertamente, si mis servicios son de valor para tu padre, él podría extender mi deuda para cubrir el costo de abogados y defensores. -Ruark se inclinó hacia adelante y sonrió con picardía-. Considera esto, amor mío. Podría ser muy bien mi juego hacer que quedes encinta y esperar que tu padre no desee que su descendiente sea el hijo de un ahorcado.
– ¿Cómo puedes sugerir semejante cosa? -dijo Shanna, atónita-. ¡Eres un vil canalla! ¡Un desvergonzado!
– Ah, amor mío, tus dulces palabras -me conmueven -bromeó Ruark provocativamente-. Sólo puedo señalar que tus ruegos en el calabozo eran más gentiles y que estabas tan afligida que hasta entregaste tu virginidad para lograr tus fines.
– ¡Grosero, hijo de perra! -exclamó Shanna con el rostro de color escarlata y golpeando las sábanas con sus puños. Casi se ahogó en busca de peores epítetos. Esto era desusado porque Shanna, en su juventud,
Había estado expuesta al rudo lenguaje de los marineros y otros trabajadores y era capaz de lanzar una catarata de frases que pondrían envidioso al más vulgar de los truhanes callejeros.
Ruark se inclinó. Su cólera y su frustración empezaban a notarse en su expresión.
– ¿Y ahora -preguntó en tono despectivo- vas a tenerme como tu amante de bolsillo, Shanna? ¿Oculto en tus habitaciones y sin el derecho. de estar a tu lado a la luz del día? Temes que todo se sepa y que tengas que sufrir un castigo, pero yo, Shanna, tengo más que perder: Aun así, si eligiera entre enfrentar a tu padre como tu esposo o esconderme en los rincones oscuros de tus habitaciones, puedo asegurarte que prefiero ser tu esposo, honrado, amado, respetado y aceptado como tal por todo el mundo. -Ruark se volvió y su voz sonó cargada de amargura-. Si hubiera que ganar algo más que mi muerte y tu eterno odio, buscaría a tu padre ahora, reclamaría mis derechos y pondría fin a esta comedia.
– ¡Comedia! -La voz de Shanna estaba cargada de emoción-. ¿Entonces es una comedia que yo trate de evitar una vida junto a un decrépito conde o barón? ¿Una comedia que desee compartir mi vida con un hombre elegido por mí? ¿Es una comedia que desee eso en la vida? Sí, te burlas de mí cuando yo, sólo trato de vivir con cierta esperanza de felicidad.
– ¿Y estás segura de que la vida conmigo no te traería felicidad?
– dijo Ruark y la miró fijamente, aguardando una respuesta.
– ¿Esposa de un siervo? -preguntó Shanna con incredulidad-. No podrías pagar uno solo de mis vestidos.
– No sería por mucho tiempo -replicó él con expresión sombría. Shanna hizo un gesto burlón.
– Claro -dijo-, pronto tu cuello sería estirado más allá de su resistencia. Entonces yo sería verdaderamente una viuda.
– Si te creyera tendría que abandonar toda esperanza -:-dijo Ruark con una ácida sonrisa-. Perdóname, Shanna, si continúo, como hiciste tú, buscando una vida mejor de lo que parece señalarme el destino.
– Me irritas con tu petulancia -dijo Shanna en tono duro pero sin atreverse a mirarlo a los ojos-. Y me cansas con tus teorías.
– Por supuesto, mi lady. -Ruark habló con exagerada gentileza-. Si eres tan amable, mi sombrero y mi camisa. Valoro mucho mis ropas puesto que son lo único que pertenece a John Ruark.
Shanna buscó debajo de las sábanas y le arrojó la camisa sin decir una palabra. Tuvo más dificultad para encontrar el sombrero pero al fin lo sacó de abajo de sus caderas.
Ruark tomó su sombrero y examino largamente su forma aplastada, antes de llevárselo al pecho e inclinarse en una rígida reverencia.
– Me marcho, con tu permiso -dijo-. No te molestaré más con mis infortunios.
Shanna se quedó quieta, sin oír los sonidos de su partida. Por fin se dio vuelta para ver qué lo demoraba y se sorprendió al encontrarse sola.
Shanna quedó mirando hacia las sombras vacías. Un dolor empezó a crecer dentro de su pecho y a corroerla hasta el alma. Súbitamente deseó llamar a Ruark. Aun en sus batallas sentía más alegría que en el doloroso vacío en que se hallaba ahora. No había dicha en el mundo; el mismo era cruel y frío, sin calidez para calmar su helado corazón.
– Oh, Dios -gimió acongojada-, por favor…
Pero aun mientras rogaba, no hubiera podido poner un nombre a lo que pedía. Sacudió la cabeza y luchó contra la abrumadora depresión. Se levantó y sacó del guardarropa una larga bata blanca.
Sus habitaciones ya no eran para ella un refugio y como un espectro extraviado empezó a recorrer la mansión hasta sus rincones más remotos y oscuros buscando algo que calmara su turbado espíritu, pero en ninguna parte encontró lo que buscaba. Por fin se detuvo ante la puerta del salón donde se encontraba su padre. Trahern levantó la vista de sus papeles.
– ¿Shanna? -dijo en tono sorprendido-. ¿Qué haces aquí, criatura? Estaba por irme a la cama.
– Pensé dar un paseo por el jardín, papá -replicó suavemente ella-. Volveré pronto. No me esperes levantado.
Orlan Trahern contempló a su hija que se alejó de la puerta y después esperó, rodeado por el silencio de la casa, mientras los pies desnudos de ella cruzaban el piso de mármol del hall. Se abrió la puerta principal, en seguida se cerró y volvió a reinar el silencio. Orlan Trahern suspiró profundamente, se levantó de su sillón y lentamente subió a sus habitaciones.
Shanna caminó entre los árboles pero en cada sendero que tomaba le parecía oír una voz enronquecida por la pasión y sentía como si unos ojos ardientes de color ámbar estuvieran observándola. Había llegado a cierta distancia de la casa y pasaba cerca de los establos cuando oyó un suave relincho. En la oscuridad, fue hacia el origen del sonido, rozando con sus pequeños pies la hierba mojada por el rocío.
Cuando estuvo cerca de la puerta de las caballerizas oyó la voz de Ruark que trataba de tranquilizar a la yegua. Shanna se sintió más animada. Se asomó y vio el perfil de él recortado en la luz de una linterna. Sus dedos largos y ágiles curaban las heridas de la yegua con la misma suavidad a la que Shanna había respondido tan a menudo.
– Vamos, Jezebel -dijo él en tono admonitorio.
Shanna se sorprendió al oído usar el nombre de la yegua pues ella no 1o había mencionado.
– ¿Cómo sabes su nombre? -preguntó.
Ruark se irguió y miró hacia la oscuridad más allá del círculo de luz proyectado por la linterna. Se secó las manos mientras Shanna se le acercaba y la miró como si la bata no existiera..
– ¿Su nombre? -Se alzó de hombros-. El muchacho. Elot.
– Oh. -La voz de ella perdió el tono desafiante.
Shanna miró a su alrededor, preguntándose por el muchacho del establo.
Ruark señaló con el pulgar hacia el cuarto de arneses.
– El es bueno para limpiar y ensillar los caballos pero no para curarlos. Lo envié a la cama.
Shanna cruzó sus manos en la espalda y dejó que sus ojos vagaran por las caballerizas, incapaz de enfrentar la mirada directa de Ruark.
– ¿Qué es eso? _dijo, señalando un pequeño cazo de madera que contenía una sustancia maloliente.
– Hierbas y ron en sebo caliente -replicó Ruark secamente-. Bueno para limpiar y curar las heridas.
– Oh.- Nuevamente él pareció no escucharla.
Después de un momento de silencio Ruark volvió, a su trabajo y hundió sus dedos en la odiosa mixtura. A espaldas de él, sobre un banco alto, Shanna vio el círculo de paja aplastada que era su sombrero. Lo levantó, se sentó en el banco y apoyó los pies en el travesaño. Hizo girar lentamente en sus manos el sombrero estropeado.
– Siento lo de tu sombrero, Ruark. No fue mi intención destruirlo -dijo, luchando contra el pesado silencio que había caído sobre los establos.
Ruark gruñó sin interrumpir su trabajo.
– Es un regalo de la compañía -dijo-. Tengo otro.
Shanna se sintió picada por la seca respuesta de él y replicó, en tono cortante: Por la mañana dejaré un chelín en tu plato por el costo del sombrero.
La carcajada de Ruark fue rápida y la irritó aún más.,
– Vaya, Shanna. Me pagas por un daño sufrido en tu cama.
– Maldita sea, Ruark -exclamó Shanna con furia y su tono hizo que él la mirara fijamente. La, cólera de ella desapareció bajo esa mirada tranquila, dorada. En tono mas suave, continuó:
– Ruark, perdón por todo. No fue mi intención herirte.
– Pese a tus buenas intenciones -dijo Ruark, con los dedos metidos en la mezcla de hierbas y ron-, nunca dejas de golpear donde mas duele. -Sonrió ácidamente-. Si quieres pregúntale a cualquiera de tus pretendientes y ellos, sin duda, estarán de acuerdo. El más leve golpe de ti llega hasta el alma.
Shanna protestó:
– ¿Acaso tú me has tratado bien? Me zahieres cruelmente, aunque te he dado mucho más de lo que convinimos.
– ¡Al demonio con el pacto! -estalló Ruark, y volvió junto a la yegua- ¿Crees que eso ahora me deja contento? -preguntó bruscamente-. Yo era un hombre condenado, mis horas estaban contadas. El pacto fue un dulce respiro y yo pude tranquilizar mi mente aguardando su consumación. -Rió brevemente-. ¿Qué más me atreví a esperar de ti?
En el silencio que siguió, Shanna estiró el cuello para poder verlo pero con las sombras que había en el establo no 1o consiguió.
Buscó una de las linternas encendidas, trepó a las tablas del establo contiguo y sostuvo la luz en alto. Ruark aceptó el servicio y no hizo ningún comentario hasta que terminó de curar unas heridas y cambió de lugar para ocuparse de otra lastimadura en la pata trasera de la yegua. Se agachó, casi entre los cascos del animal, y señaló con el cazo de madera.
– Un poco más hacia aquí -dijo por encima del hombro. Cuando Shanna movió la lámpara, agregó-: Así está bien.
Al primer contacto de la mezcla Jezebel resopló y empezó a agitarse, sorprendiendo a Shanna.
– Ruark, ten cuidado -exclamó ella.
El se limitó a palmear el flanco de la yegua y a hablarle en tono suave, tranquilizador.
– Tranquila, muchacha. Tranquila, Jezebel
El animal se calmó, pero cuando Ruark aplicó nuevamente la mixtura en la herida, resopló, levantó las patas y agitó los cascos peligrosamente cerca de la cabeza de Ruark…
– ¡Quieres hacerte atrás! -exclamó Shanna, irritada por la imprudencia de él.
Ruark la miró.
– Se pondrá bien, Shanna. Es sólo que esta cortadura es más profunda que las otras. Al principio duele pero después se calmará.
Shanna ahogó un gemido. -Oh, testarudo. Sal de abajo de sus cascos de una buena vez.
Ruark aplicó una última dosis de medicina en la pata de la yegua y en seguida retrocedió apresuradamente para evitar las coses. Dejó el cazo sobre un travesaño, salió del establo y cerró la puerta tras de sí. Se apoyó en un poste y miró a Shanna con una amplia sonrisa en su rostro atractivo.
– Vaya, mi amor -dijo en torno burlón-. ¿Entonces has venido a cuidar de mí?
– Sí como cuido de todos los tontos y de los niños -replicó Shanna malhumorada y bajó de las tablas donde se había encaramado-. Es un milagro que tu ángel guardián no se haya desplomado por exceso de cansancio con todo el trabajo que tú le das.
– Sí, Shanna. – Ruark empezó a hablar con una graciosa imitación de sir Gaylord, con sílabas entrecortadas-. Pero fue maravilloso el trabajo que ha hecho hasta ahora el muchacho ¿eh?
Shanna no pudo reprimir una sonrisa. Pasó junto a él, le entregó la linterna y se sentó nuevamente en el banco. Ruark dejó la lámpara en una repisa y empezó a lavarse las manos en un cubo de agua y con abundante jabón. Shanna observó fascinada el juego de los músculos en la espalda desnuda hasta que él se volvió para mirada. Entonces desvió rápidamente la vista:
– ¿Soy un tonto si tengo la esperanza de que tú ya no deseas mi muerte, Shanna? -preguntó él sonriendo.
Shanna 1o miró con ojos dilatados.
– Nunca deseé tal cosa -se defendió rápidamente-; ¿Cómo puedes creer eso?
– El pacto… -empezó él, pero la réplica de Shanna llegó rápidamente, como un eco de la de él.
– ¡Al demonio con el pacto!
Ruark rió suavemente y se le acercó.
– ¿No has dicho que me odiabas, amor mío? -preguntó él suavemente y mirándola a los ojos.
– ¿y cuándo has dicho tú que me amabas? -repuso Shanna- He tenido lores a montones, príncipes en abundancia y libertinos fervorosos, todos implorando que les concediera mi mano o por lo menos algún favor singular. Me decían palabras tiernas destinadas a conmover mi corazón y hacerme saber que me deseaban, hasta que me admiraban. ¿Pero tú? ¿Dónde están esas palabras para alimentar mi vanidad femenina? ¿Alguna vez me has tomado la mano y me has dicho que soy -se alzó de hombros y tendió las manos en1 un gesto de interrogación- bonita? ¿Agraciada? ¿Deseable? ¿Adorable? No, me acosas con argumentos como un niño llorón que pide una golosina.
Ruark rió, colgó la toalla de un gancho y se detuvo a pensar un momento. Se inclinó hacia adelante y habló, casi en un, susurro.
– Últimamente tienes un pretendiente que parece atraerte bastante…
Shanna negó con la cabeza.
– y te mira -continuó él- como si tuviera sobre ti derechos que no tienen los demás.
– ¿Sir Gaylord? -Shanna rió ante lo ridículo de la acusación. Entonces se interrumpió y lo miró con incredulidad-. ¡Ruark! ¡Estás celoso!
– ¿Celoso? -Bajó los ojos y habló en voz tan baja que ella apenas oyó sus palabras-. Sí. De cualquiera que se te acerque en público y que te toque aunque sea un cabello y que te mire cuando yo no puedo mirarte. Cuando yo debo reprimir la menor demostración de amor hacia ti. -Ahora continuó con fiera determinación-. Tú hablas de palabras tiernas. Mi lengua las ha formado millares de veces cuando estaba solo en mi cama de noche.
– Dilas ahora, entonces -dijo Shanna alegremente-. Vamos -lo exhortó-. Finge que soy una dama de alcurnia. -Se irguió, levantó adecuadamente su nariz, puso los brazos debajo de su espesa mata de cabellos y levantó la melena hacia arriba para dejada caer en seguida en glorioso esplendor-. Y tú -señaló imperiosamente con un dedo- serás mi señorial pretendiente que viene a rendirme pleitesía.
Déjame probar una muestra de tus preciosas rimas.
Ruark rió, tomó su sombrero estropeado y se lo puso en la cabeza. Shanna ahogó una carcajada ante el aspecto cómico de él.
– Como ordene mi lady -dijo Ruark, y habló con una voz rica y profunda que desmentía su humilde apariencia-. A menudo he vagado sin rumbo en la oscuridad, acosado por una visión de tanta hermosura que mi mente sencilla se niega a dejarla. Eres tú, amor mío. Eres tú y tu hermoso rostro está constantemente frente a mí. He puesto mis pies en. muchas tierras extrañas y me he aventurado atrevidamente con las mujeres de esos lugares. Pero ni en mis momentos de mayor delirio hubiera tenido que dibujar el retrato de la que me hace caer sin sentido a sus pies y murmurar ruegos febriles por el más leve contacto de su mano, por una sonrisa amable, por una caricia fugaz, seguramente habría dibujado esta gloria sedosa que descansa! sobre tu cabeza.
Ruark levantó una mano como para tocarle el cabello y la dejó caer.
– y habría añadido un rostro que me atormenta en mis momentos de soledad como una pesadilla, y ciertamente sería tu rostro. Si debajo de mi trémula, pluma tomara forma un cuerpo de mujer sería uno que he sentido tibio y vivo entre mis brazos y qué me hace despertar de mis sueños helado y tembloroso.
Shanna lo miraba con los ojos humedecidos. Las palabras de él se clavaban en su carne como dardos diminutos.
– Tú eres aquella a quien temo encontrar todos los días, y sin embargo no veo la hora de encontrar. Sé que el dolor vendrá. Sé que en mi garganta se ahogarán las palabras que no pronunciaré. Busco tu belleza, aunque sé que al verla quedo debilitado y dolorido. No tengo otro mundo fuera de ti. Tu sonrisa es mi sol. Tus ojos, mis estrellas. Tu rostro, mi luna. Tu contacto y tus tibias caricias, mi tierra y mi alimento. Sí, eso es Shanna -susurró.
Shanna estaba fascinada por la elocuencia y calidez de las palabras de él. Confundida, sólo pudo devolverle la mirada. Una parte de ella ansiaba creerle y abrazarlo, y devolverle palabras de amor. Pero también, en su interior, había una parte que aún no estaba dispuesta a rendirse y que temía el más ligera contacto de él. Y además, no tenía forma de saber si él hablaba sinceramente a si se limitaba a recitar algunas palabras memorizadas para usadas cuando. se le presentaba la ocasión. Para protegerse, Shanna adaptó una pastura frívola.
– Mi buen señor -dija- su lengua es lisonjera y elocuente. Pera ya recuerda a alguien que tomó la brida de mi caballo y me amenazó can ajas llenas de cólera, y otro que me acosó constantemente hasta que me entregué a su placer. Perdóneme, mi lord, pera ese no parece el mismo que ahora declara que ya soy su ideal de mujer. Las palabras suenan falsas a la luz de la que ha pasado. Me tema que esta no es más que una treta para complacer mis oídos pero bastante alejada de la verdad.
Ruark sonrió perversamente.
– Le ruego, mi lady, que apresure su decisión. Su padre ha hablado de una docena de descendientes para complacerlo, y hasta una joven dama usted necesita tiempo para cumplir la tarea. -Apoyó, como al descuida, una mano en un muslo de ella y se inclinó más-. ¿Cree que debemos poner manos a la obra?
Shanna apartó cuidadosamente las manos de él.
– Sin duda a ti te gustaría que mi vientre se hinchara todos los inviernos para que después la primavera me encuentre dando a luz a otro vástago tuyo, a fin de probar que tu potencia excede a la del más prolífico de las príncipes de la corte. Per dígame, señor mío, si yo le diera una a más hijos, ¿qué apellido llevarían?
– La elección es tuya, amar mía. Y en.tu elección debe descansar tu tranquilidad de conciencia.
– Eres imposible -protestó Shanna-. Me ofreces muy pacas soluciones y mucha confusión.
– Entonces deja tranquilo el problema. -Ruark quedo un paca enfadada par la réplica de ella-. A su debida tiempo., y par la gracia de Díos, toda se solucionará.
– Simplemente te niegas a comprender. -Shanna se golpeó las radillas con los puños, exasperada-. ¿Es que no te das cuenta del dilema en que estoy?
– Quizá comprenda más de la que tú crees -dijo él tiernamente-. Es el mismo problema que enfrenta toda mujer: cuándo renunciar a los sueños de la infancia y enfrentar las realidades de la vida.
Ruark se le acercó más.
– No. te me acerques. -La orden fue súbita pero le faltó convicción-Mantén la distancia, bribón. Veo tus intenciones. Una vez más tratas de derribarme de espaldas y montarme como un semental.
El acercó sus labios a las de ella pera Shanna todavía no estaba preparada para una rápida rendición. Se escabulló debajo del brazo de él Y encontró otro asiento en una percha para sillas de montar que había cerca de la puerta, pero se mantuvo alerta, lista para escapar en cualquier momento.
Ruark pareció renunciar a sus propósitos y con una horquilla de heno empezó a limpiar las briznas de paja del suelo del establo.
– ¿De veras te gusta la yegua? -preguntó en tono inocente.
– Sí, me gusta -repuso Shanna, sin dejar de vigilar los movimientos de él-. Es una vergüenza que haya sufrida tanta en el viaje.
– Sí, pero se pondrá bien -comentó Ruark-. Esa Jezebel es de buena raza.
La yegua golpeó el suelo con las patas y resopló al oír su nombre.
Ruark miró hacia el establo de la yegua, coma si estuviera preocupado.
– Parece que está muy dolorida -dijo y se enderezó-. ¿Qué ha sido eso?
Shanna volvió la cabeza y no bien dejó de mirar a Ruark la horquilla való hacia un rincón. Cuando cayó ruidosamente al suelo, Shanna se encontró prisionera entre los brazas de Ruark. Gritó, pero no muy fuerte para no despertar al muchacho del establo. En su mayor parte, la lucha se desarrolló silenciosamente.
– Ruark, déjame -imploró-. ¡Compórtate! ¡Este no. es lugar…!
El rió al oido de ella.
– Dijiste que cuidabas de las tontas y de los niños. Si esa significa que me amas, no me importa la que me consideres.
– Ruark, no puedes. Oh, déjame.
El le mordió suavemente una oreja y la hizo. estremecerse de pies a cabeza.
– Ruark, te he dicho que no puedes… ¡No aquí! ¡Basta!
Shanna consiguió apartar la mano de él y casi logro escapársele cuando él aflojó momentáneamente la presión. Pero volvió a retenerla. Shanna la empujó con todas sus fuerzas. El talón de Ruark quedó atrapado en una piedra floja y él cayó cuan largo era sobre una pila de heno. Pero tuvo la suerte de alcanzar a tomarla del vestido, de modo que ella cayó encima de él. Par un momento ella luchó por levantarse mientras sentía que empezaba a reaccionar apasionadamente a la proximidad de él. Pero Ruark rodó con ella y se le puso encima.
– De modo que te tengo atrapada, hechicera tentadora. ¿Te convertirás en alguna otra casa y huirás volando? ¿O entonarás tu canto de sirena hasta que mi pobre cabeza pierda la razón y yo me arroje contra las rocas de esta costa desierta? Mis ojos ven una ninfa de formas encantadoras, ojos de esmeralda y pechos de espuma de mar que me tienta hasta enloquecerme, y que después dice no, no, no, y huye y me deja llorando como un niño hambriento.
Shanna habló con voz suave y lo miró en esos ojos que lo iban hipnotizando lentamente Y acabando con su resistencia.
– ¿Cuándo te he tentado sin satisfacer después tus deseos?
– Tú eres, amor mío, la circe de mis sueños, quien cuando yo cierro los ojos me convierte en un mísero cerdo que se arrastra a tus pies mendigándote una migaja de tus favores.
– Si tanto te hago sufrir… -dijo Shanna y rió con una cálida chispa en sus ojos-, ¿por qué no te marchas? Quizá, cuando el aserradero esté terminado, yo podría pedir a mi padre tu libertad y tu pasaje a las colonias. ¿Te marcharías, entonces?
Súbitamente se puso seria y lo miró fijamente, aguardando una respuesta. Ruark estaba iguahnente serio y apartó gentilmente un rizo de la frente de ella.
– No, Shanna. -susurró-. Aunque me enviaras a diez mil millas de aquí y construyeras una muralla para impedir mi regreso, yo vendría como una polilla, atraído por la llama de tu fuego, a buscar mi pasión y mi dolor.
Aunque Shanna había pensado que la segura negativa de el la, molestaría, sintió en cambio que en su interior, muy profundamente, empezaba a crecer una cálida ternura.
– ¿Y entonces -ciertamamte era una maligna serpiente la que tentaba a Shanna a arrancar la manzana del árbol, y darle un mordisco
– negarás tu afecto hacia esa muchacha, Milly, Y serás solamente mío?
Ruark se incorporo sorprendido atónito, al oír el nombre de la muchacha.
– ¡Milly! -La palabra escapó involuntariamente de sus labios-. Pero si esa pequeña…
Unas briznas de paja cayeron desde arriba sobre los dos, en seguida un chillido desgarró el aire y toda una lluvia de heno casi los cubrió completamente. Ruark se incorporó sobre sus rodillas escupiendo briznas de paja. Shanna se puso de pie y cerró su bata, Hubo un movimiento debajo de la paja. La forma quedó quieta y se sentó. Nuevamente el nombre brotó de 1os labios de Ruark, ahora más fuerte.
– ¡Milly! ¡Qué demonios.! -No pudo encontrar más palabras.
La muchacha sonrió tontamente.
– Oí que pronunciabas mi nombre y me acerqué para ver, qué querías, y entonces…,.
Bajo la furiosa mirada de Shanna, Milly cerró su blusa abierta para cubrir sus pequeños pechos desnudos.
– Además -continuó Milly con un; mohín y en tono petulante.-estaba empezando a cansarme de esperarte allí arriba, y a mí no me gusta ser la segunda..
– ¡Queeeé! -La palabra explotó en los labios de Shanna. Una cólera helada, violenta y que anuló toda cordura, hizo empalidecer las mejillas de Shanna y puso un intenso fuego verde en sus ojos cuando comprendió el significado de la presencia de Milly.
– ¡Shanna! Ruark empezó a ponerse de pie, viendo ya el desastre que se avecinaba.
Ciegamente, Shanna extendió una mano en busca de un arma. ¡Cualquier arma! Sus dedos rozaron varios arneses que colgaban de los ganchos. Un gemido furioso escapó de entre sus dientes apretados cuando ella arrojó toda una masa de correas de cuero que fueron a caer sobre la paja, entre los otros dos. El pesado collar de tiro golpeó a Ruark en la espalda y 1o hizo caer nuevamente sobre el heno. Rodó y vio a Shanna de pie sobre él, las piernas separadas, el cabello suelto, la bata blanca flotando alrededor de su cuerpo como en un torbellino. Era como una antigua druida vengadora surgida del pasado. Nunca la había visto tan hermosa ni tan furiosa.
– ¡Revuélcate en el heno con tu pequeña! -gritó Shanna con una voz que hubiera hecho congelar las olas del mar.
Corrió hacia el establo y mientras Ruark trataba de librarse de la masa de correas, abrió la puerta. Milly empezó a luchar contra la maraña de arneses y sólo consiguió que los dos quedaran más enredados. Shanna tomó la cuerda que sujetaba a Jezebel y sacó al animal del establo. Después, tomándose de las crines, saltó sobre el lomo de la yegua.
– ¡Maldita sea, Shanna! ¡Detente! -gritó Ruark.
Yegua y amazona salieron por la puerta de los establos como si el animal tuviese alas y se perdieron en la oscuridad.
Ruark trató de librarse de los arneses pero los movimientos de Milly se 1o impedían.
– Quédate quieta -gritó con furia.
Milly obedeció.
– Sólo estaba bromeando gimió ella, súbitamente temerosa de la furia de él.
La única respuesta de Ruark fue un gruñido inarticulado. Por fin consiguió desembarazarse de las correas y corrió hacia la puerta pero chocó con Elot, el muchacho del establo, quien, frotándose los ojos, había elegido ese momento para emerger del cuarto de arneses.
El sorprendido muchacho se sentó en el suelo donde había caído derribado por Ruark.
– Qué… -empezó a decir.
– ¡Vuelve a la cama! -Las palabras sonaron como un latigazo.
Ruark salió corriendo y dejó a Elot mirando sorprendido a la joven que parecía que estaba tratando de colocarse varios arneses al mismo tiempo.
Elot murmuró algo acerca de pesadillas y regresó a su cama de la cual se levantaría por la mañana preguntándose la causa de los magullones que misteriosamente 1o afectaban.
Milly soltó un gemido de exasperación mientras seguía luchando con la maraña de arneses. Quedó paralizada cuando apareció junto a ella una alta sombra. Temerosa, alzó la vista.
– Ah, señor -suspiró aliviada-. Me asustó. Creí que era el señor Ruark que había regresado.
Una mano enguantada de negro levantó los arneses que la tenían atrapada y los colgó en los ganchos de los que habían sido arrancados. La capa negra se agitó y reveló una figura alta y flaca cuando el hombre se arrodilló para ayudar a Milly a ponerse de pie. Ella se apoyó en él, sonrió mirándolo a los ojos y acarició con una mano el pecho del recién llegado, con gran familiaridad.
– Yo dije lo que usted me indicó -murmuró ella, mirándolo a la cara. Pudo ver que la sonrisa de él se hacía más amplia, aunque sus facciones estaban ocultas en las sombras del tricornio-. ¿Pero por qué me empujó? Casi me rompí el cuello cuando me caí. -Hizo una pausa y sonrió con expresión de conocedora_. Le hubiera arruinado su diversión. Sí, esa es la verdad.
El hombre se limitó a asentir con la cabeza y después la ayudó a subir la escalera hacia el henil para continuar allí con 1o que fuera que los tenía ocupados antes de la llegada de Ruark.
CAPITULO CATORCE
Shanna se dejó caer del lomo de la yegua y subió corriendo la escalinata de la mansión. Si Ruark venía en pos de ella ninguna puerta lograría detenerlo. Ciertamente, ella no estaba dispuesta a hacer una escena bajo las narices de su padre pues él sería capaz de exigirle que fuera revelada toda la verdad.
Tenía que huir antes que él la alcanzara. El establo estaba acierta distancia de la casa y Jezebel había cubierto el camino en poco tiempo, pero Shanna sabía que debía darse prisa porque Ruark parecía, un salvaje en algunas de las proezas que había realizado. Era tan rápido, de mente como de piernas y, tenía la pavorosa habilidad de aparecer como salido de ninguna parte.
No perdió tiempo en cerrar tras de sí la puerta de su saloncito, corrió a su dormitorio, abrió el guardarropa y sacó el vestido de campesina. Se puso u par de blandas zapatillas de cuero, se ajustó la falda y acomodó sobre la blusa paisana un chal para estar más cubierta. Finalmente tomó una capa oscura y salió de su habitación directamente por el balcón.
Jezebel estaba aguardándola. Shanna montó y azuzó al animal.
Ruark llegó a tiempo para ver a amazona cabalgadura que corrían entre los árboles, ya demasiado lejos para alcanzadas. Con profunda frustración, soltó un juramento, dio media vuelta y se dirigió lentamente a su cabaña. Allí se sirvió Una buena ración de ron y quedó mirando el reloj, calculando cuánto tiempo pasaría hasta que la cólera de Shanna se agotara y ella regresaría.
La niebla empezó a levantarse y la luna, que brillaba a través de un halo de tenues nubecillas, daba una iluminación fantasmagórica a toda la isla. Shanna cabalgaba en la penumbra y no sabía con seguridad hacia dónde se dirigía. Su mente estaba como atontada. Aflojó las riendas y Jezebel, aunque no conocía la isla, empezó a correr libremente por senderos y caminos. Jezebel había hecho el viaje en barco confinada en un reducido establo y ahora, al sentirse libre, galopaba con alegría. Cuando por fin encontró un prado con suculenta hierba se detuvo para comer un poco. La silenciosa figura que iba sobre su lomo quedó inmóvil, con un agudo dolor corroyéndole el corazón.
Shanna hubiera negado en voz alta que su dolor era el resultado de algo más que una consideración superficial hacia Ruark.
– Es porque casi me le entrego sobre el heno como una vulgar ramera -dijo entre dientes-. Y todo el tiempo tenía allí a esa mujerzuela aguardando por si yo me rehusaba. -Aunque estaba sola, el rostro de Shanna ardía con el recuerdo de la escena-. y pese a todas mis precauciones, él estaba dispuesto a divertirse conmigo y con un público que lo presenciara todo.
Empezó a apoderarse de ella- una intensa indignación por la duplicidad de él y el dolor quedó olvidado. Sollozó. Lloró. Maldijo a la noche y al bastardo libertino. La yegua sintió la desazón de su ama y empezó a relinchar y encabritarse.
Shanna- azuzó a Jezebel con los talones y la yegua, obedientemente, empezó a moverse. Descendieron una pendiente y llegaron a la playa. Más allá brillaba la línea fosforescente de las rompientes. Jezebel entró en el mar, bajó la cabeza para beber y en seguida resopló y retrocedió disgustada por el agua salada. Shanna la calmó con una palabra suave y le acarició el cuero. La yegua se tranquilizó y empezó a trotar.
Un pescador trasnochador se asustó ante la repentina visión de un gran. caballo oscuro sobre la blanca playa y sobre su lomo una furia salida del infierno, el rostro gris a la luz de la luna y de una hermosura ultraterrena. Después juraría que ella cabalgaba sin riendas y sin silla de montar. Aunque pronunció un rosario de " Aves" y cayó- de rodillas,
La amazona no le prestó atención. En cambio, erecta y orgullosa, siguió silenciosamente su camino. Meses después él culparía de todas las enfermedades que lo aquejaban a la visita de aquel espectro nocturno y cada vez que se tomara unas copas de más aburriría a sus compañeros con interminables relatos de aquella visión.
Las débiles luces de la aldea dormida alertaron a Shanna y le hicieron sentir una desesperada necesidad de compañía y de hablar de sus infortunios. Había una sola persona en quien podía confiar y decidió buscarla.
Entró en la aldea al paso y pasó entre las casas a oscuras como un fantasma.
Yegua y amazona- subieron la colina donde la casa de Pitney estaba encaramada sobre el acantilado como un atalaya vigilando el horizonte. Aquí había un refugio para Shanna y alguien que la escucharía mientras ella exponía sus problemas. No había luces en las ventanas, pero cuando ella llamó con urgencia a la puerta apareció el resplandor vacilante de una vela. Varias lámparas se encendieron antes que se abriera la puerta y Pitney apareciera en el vano.
– Entre, muchacha -dijo él-. ¿Qué la trae a estas horas? Shanna evitó su mirada.
– Tenía necesidad de hablar -dijo- y no había otro…
Pitney se sentó en un banco ante el fogón apagado y comparó la hora de su reloj de bolsillo con el que estaba en la pared. Se sorprendió cuando Shanna tiró de la cuerda del pozo y. subió el porrón de ale que estaba enfriándose. Después ella tomó el jarro de estaño que estaba sobre una repisa y se sirvió una generosa porción. Pitney se incorporó alarmado cuando ella tapó con fuerza el porrón y lo arrojó descuidadamente al pozo. La cuerda se puso tensa pero no se oyó ruido alguno que indicara la rotura del recipiente. Aliviado, Pitney se sentó otra vez y dejó escapar un largo suspiro.
Ahora la observó atentamente. Ella bebió del jarro y arrugó la nariz al paladear la amarga bebida. Siguió el inevitable estremecimiento de repulsión. Pitney no se sorprendió, y dedujo que el disgusto de ella era algo más que una leve irritación. Shanna hizo una mueca y le ofreció el jarro. Pitney lo aceptó y siguió observándola, intrigado.
– ¿Es tu padre otra vez? -preguntó cautamente.
Shanna negó con la cabeza.
– No es él. En realidad… -rió suavemente- él me ha liberado de nuevas exigencias de matrimonio hasta que encuentre un marido que me satisfaga.
Shanna arrugó la frente y Pitney vio que ello no presagiaba nada bueno para cualquiera que la hubiera provocado.
– Es ese bribón que trajimos de Newgate el que me molesta.
– Oh. -Pitney se alzó de hombros-. El señor Ruark. O Beauchamp. Lo que fuere. Su marido.
– ¡Marido! -Shanna le dirigió una mirada fulminante-. ¡No llame así a ese canalla! Yo soy viuda.-Acentuó la palabra-. Usted mismo preparó el féretro y presenció el sepelio. -Su voz se endureció cuando añadió-: Quizá si usted hubiera puesto más cuidado me habría ahorrado muchos sufrimientos.
Pitney se sintió un poco picado.
– Ya lo he explicado todo antes. No veo el objeto de volver sobre lo mismo.
Shanna suspiró y comprendió que no llegaría a ninguna parte culpándolo a él. Su problema se originaba exclusivamente en Ruark.
Gimió interiormente. ¡Maldito! ¡Maldito presumido! Jugando con todas las mujerzuelas de la isla a espaldas de ella y después quejándose de su vida monacal!
Ella no podía permitir que él permaneciera en Los Camellos, que compartiera su mesa, frecuentara. La mansión donde estaría obligada a soportar esa sonrisa burlona. El la había usado, la había añadido a su colección. ¿ Cuántas otras mujeres de la isla estaban en la lista? Una isla de solitarias esposas de marinos y de muchachas buscando marido. Debió de ser para él un paraíso con tantas mujeres dispuestas, contándola a ella. Seguramente ahora estaba riéndose a carcajadas de la hija orgullosa de Orlan Trahern, tumbada en la cama por un siervo común. Se estremeció de dolor ante la idea. El canalla no merecía destino mejor que el de un marinero naufragado en una isla desierta. Eso le serviría para conocer realmente la vida de célibe.
¿Pero cómo pediría a Pitney que la complaciera? El se había negado una vez y podría volver a rehusarse si ella no lograba convencerlo.
– Pitney. -Su tono fue suave e implorante-. Usted ha hecho mucho por ayudarme cuando yo no tenía derecho a pedírselo. No quiero parecer desagradecida. Pero soy penosamente importunada por ese hombre. Ha empezado a acosarme…
Pitney la miró con expresión interrogativa y Shanna consiguió ruborizarse.
– Afirma que es mi esposo y quiere que yo admita que soy su esposa.
Pitney guardó silencio pero su expresión se había vuelto pensativa. Encendió un pequeño fuego y puso agua a calentar para el té.
– A menudo me lo he preguntado. -Pitney habló por encima de su hombro-. Aquella noche, después de la boda, cuando lo sacamos del carruaje, luchó con una fiereza impropia para un hombre que ha visto cumplido un simple pacto, y en la cárcel sus palabras indicaron que había sido estafado, que se le debía algo más. Las referencias que hizo de usted no fueron muy amables.
La miró de frente, aguardando una respuesta, y Shanna no supo qué decir. Sentía la cara caliente y supo que Pitney la observaba con mayor atención.
– El… él no hubiera aceptado… -las palabras salían vacilantes a menos que yo le prometiera… que le prometiera pasar la noche con él.
Pitney se balanceó en el pequeño banco y dijo:
– ¿Y le sorprende que el muchacho la persiga?
Hizo temblar la habitación con una sonora carcajada. Shanna lo miró un poco confundida pues no encontraba cómica la situación. Por fin Pitney se tranquilizó.
– Un pacto como ese -dijo, más serio- torturaría a cualquier hombre y yo no puedo culparlo por eso. -Bajó la vista y miró al suelo, de repente serio y pensativo-. Y yo le he hecho mucho daño. Sí, yo le causé mucho dolor. Sin embargo, conmigo siempre se ha mostrado cortés. Desde luego, un siervo no podría hacer otra cosa.
– ¿De modo que se pone de su parte y en contra de mí? -preguntó Shanna con incredulidad.
Pitney respondió en tono inexpresivo.
– No sé cuál es su plan -dijo- pero yo no tengo nada que ver en eso.
Los ojos de Shanna se llenaron de lágrimas. Sollozó lastimeramente y puso en juego sus artimañas.
– Se me ha acercado varias veces -gimió- y trató de reclamar sus derechos.
– No puedo culparlo. El es un hombre y yo no soy tan viejo como para no apreciar que tiene buen gusto.
Shanna sintió la futilidad de sus ruegos y empezó a desesperar.
– ¡Lo quiero lejos de esta isla! ¡Esta noche! No me importa cómo, pero si usted no me ayuda encontraré a otro que lo haga.
– ¡Maldición! -rugió Pitney-. ¡No lo haré! Y no haré que usted quede con esa fechoría sobre su conciencia. Primero acudiré a su padre.
– ¡Ruark trató de violarme en los establos! -exclamó Shanna, con los ojos llenos de lágrimas furiosas.
Pitney se incorporó, evidentemente sorprendido.
– ¡Lo hizo! -gritó Shanna y se ahogó en llanto. Sus labios temblaban de vergüenza pues ella recordaba su propia respuesta apasionada-.Me derribó sobre el heno…
Retorciéndose las manos, Shanna se volvió, incapaz de continuar. No había mentido, pero sabía que la ausencia de toda la verdad distorsionaba el significado de la versión que daba.
Sin saberlo, Shanna dio a Pitney la confirmación de lo que decía porque había briznas de paja enredadas en los rizos que le caían en cascada sobre los hombros. Pitney podía comprender muy bien el apasionamiento de Ruark, pero se enfureció al pensar que Shanna pudo ser maltratada… por cualquiera.
Shanna consiguió detener sus sollozos.
– Lo odio -dijo-. No puedo soportar a ese hombre. No puedo volver a verle la cara… jamás. Quiero que se vaya de esta isla, esta misma noche.
Pitney no dio señales de haberla escuchado. Echó en el agua unas hojas de té que sacó de una lata y dejó la tetera a un lado mientras pensaba en lo que tenía que hacer. Esa misma mañana había entrado en el puerto un barco proveniente de las colonias. El capitán y algunos de sus marineros habían bajado para llevar un caballo a la mansión de Trahern. Pisándole aparentemente los talones a ese barco, había sido avistado otro que enarbolaba la bandera de la Compañía de Georgia. Podía ser una nave hermana de la anterior porque ancló a cierta distancia y sólo vino a tierra un bote pequeño con unos cinco hombres que fueron a la taberna a pasar el tiempo. Trahern registraría al barco colonial que estuviera, en puerto en busca de su siervo, pensó Pitney, pero si había monedas suficientes, quizá el capitán del otro navío pudiera ser persuadido a zarpar y se pusiera fuera de alcance.
– Por usted lo sacaré de la isla -murmuró finalmente Pitney, se caló el tricornio y agregó-: No permitiré que sea maltratada.
Se marchó, cerrando. la puerta tras de sí. Shanna quedó sola mirando la puerta. Sabía que se había salido con la suya pero no se sentía contenta.
Debía mantenerse alejada de la mansión hasta que Pitney concluyera su negocio. Se sirvió una taza de té y se sentó ante la mesa para beberlo. Las últimas ascuas del fuego se apagaron. En la casa vacía, las campanadas del reloj parecieron un eco de las palabras de Pitney.
¡Maltratada!
Shanna percibió súbitamente lo absurdo de ello, la grotesca falacia del mundo. Empezó a reír histéricamente y si alguien la hubiera escuchado habría dudado de su cordura.
Ruark yacía sobre su cama mirando al vacío cuando sonaron Cascos de caballo en el camino que llevaba a la cabaña. Se dirigía a la puerta cuando sonó un leve golpe en la madera. Lo invadió un gran alivio. Era Shanna, por supuesto. Pero cuando abrió, sólo encontró la cara ancha y colérica de Pitney. Entonces la noche estalló en un millón de luces titilantes antes que descendiera la oscuridad con el ruido sordo que hizo su cuerpo al caer sobre la alfombra.
El dolor en su cabeza hizo que Ruark se percatara del lento movimiento del suelo debajo de él. Parecía como si lo acunara, y con sus sentidos atontados sólo oyó unos extraños crujidos. Después se dio cuenta de que estaba amordazado y fuertemente maniatado y que tenía la cabeza cubierta con un saco mohoso. Reconoció el chirrido de toletes y el lento golpear del agua contra la madera. Sólo eso, y una respiración laboriosa cerca de él, le bastó para comprender que lo llevaban mar adentro en un bote de remos, aún no sabía por qué fechoría pero adivinó que todo era obra de Shanna. Se agitó amargamente en el oscuro vacío de su confinamiento. Ella ni siquiera había querido escuchado antes de condenarlo.
– Creo que esta vez es definitiva -dijo la voz de Pitney, y Ruark se dio cuenta de que el hombre estaba hablando solo. Permaneció inmóvil, fingiéndose inconsciente y escuchó las roncas palabras que penetraban en su dolorido cerebro-. No puedo arrojarte a los peces y quizá te espere un destino peor, pero ella dijo que me deshiciera de ti y tengo que hacerla antes que encuentre otra forma de hacerla. -Una larga pausa de silencio mezclada con el ruido de los remos, después un profundo suspiro-. Si por lo menos hubieras tenido el buen sentido de dejar en paz a la muchacha.
Te lo advertí una vez, pero supongo que lo olvidaste. Demasiado tiempo me he ocupado de la seguridad de la muchacha para dejar que alguien la tome por la fuerza. No, ni siquiera tú.
Ruark maldijo mentalmente y trató de aflojar las cuerdas de sus muñecas pero estaban atadas muy bien y muy apretadas. Era inútil luchar, de todos modos. No creía que Pitney le quitaría la mordaza para escucharlo y menos cuando Shanna lo había convencido.
Los remos se movieron más despacio y una voz llegó hasta el bote. Pitney respondió y momentos después Ruark fue levantado sobre un hombro y arrojado sin ceremonias sobre la cubierta del barco. Ruark contuvo un gemido y permaneció sin moverse, aunque le parecía que todo su cuerpo palpitaba con el dolor de su cabeza. No pudo entender las palabras del diálogo que siguió pero oyó el tintinear de monedas mientras era contada una suma considerable. Unas fuertes pisadas cruzaron la cubierta y Ruark supo que Pitney se marchaba. No mucho después le quitaron el saco de la cabeza y arrancaron la mordaza de su boca. Le arrojaron un balde de agua salada y rudamente lo hicieron ponerse de pie. Todavía maniatado, lo amarraron a un mástil.
Acercaron una linterna y en su luz apareció una fea cara.
– Muy bien, muchacho -dijo una voz ronca y áspera-. Quédate quieto aquí hasta que podamos ocuparnos de ti.
La linterna se alejó. En medio de órdenes en voz baja fueron izadas el ancla y las velas. Pronto una fresca brisa matutina acariciaba. el rostro de Ruark y la goleta cabalgaba sobre las olas. Ruark giró el cuello y vio que las luces de Los Camellos, cada vez más lejos, se perdían de vista. Por fin Shanna lo había hecho abandonar la isla.
Ruark suspiró resignado y apoyó nuevamente su cabeza en el mástil. De alguna manera encontraría una forma de regresar y renovar sus reclamaciones. Esto nada cambiaba. Ella aún era su esposa: Pero primero debía superar lo mejor posible esta situación y sobrevivir.
Ruark pasó su primera noche a bordo atado a la base del mástil principal. La goleta apenas había perdido la isla de vista cuando echó el ancla otra vez. Con excepción de la guardia en el alcázar, el navío parecía desprovisto de vida. Sólo cuando hacían dos horas y que había salido el sol, un tripulante pasó lo suficientemente cerca para que Ruark lo llamara. El hombre se encogió de hombros y se dirigió a la popa. Momentos más tarde llegó un inglés corpulento quien después de estar unos minutos apoyado en la borda, vio a Ruark y fue a su lado.
– Yo. diría, señor -dijo Ruark, iniciando la conversación- que hay pocos motivos para tenerme atado, pues no les he hecho ningún dasafio y ciertamente no pienso hacérselo. ¿No sería posible que me desaten para poder atender a mis necesidades?
– Bueno, muchacho -dijo el inglés-, no tenemos motivos para causarte incomodidades pero tampoco veo razón para confiar en ti. Vaya, si ni siquiera te conozco.
– Ese problema se soluciona muy fácilmente -repuso Ruark-. Me llamo Ruark. John Ruark, hasta hace poco siervo de Su Majestad lord Trahern. -Tuvo la inspiración de pronunciar el apellido en un tono levemente despectivo-. Me doy cuenta de que usted ha recibido una suma importante para recibirme a bordo y diría que como pasajero que tiene su pasaje pagado, por lo menos debería disfrutar de libertad en el barco -Señaló con la cabeza hacia el horizonte-. Como podrá usted imaginar, no tengo intenciones de abandonar la cubierta.
– En eso no veo inconveniente. -El hombre escupió por arriba de la borda. Sacó un cuchillo y probó el filo con su pulgar-. Me llamo Harripen o Capitán de mi propio barco cuando estoy a bordo. Harry, para, mis amigos. -Se inclinó y con rápidos movimientos cortó las cuerdas que tenían a Ruark asegurado al mástil.
– Muchas gracias, capitán Harripen. -Ruark eligió el título más, respetable y se frotó vigorosamente las muñecas para restablecer la circulación-. Estoy en deuda con usted.
– Está bien -gruñó su benefactor-. Porque yo no le debo nada a nadie-. Nuevamente miró a Ruark fijamente, como perforándolo con un ojo bizco-. Hablas muy bien para ser un siervo. -Aunque fue una afirmación, sonó como una pregunta.
Ruark rió levemente.
– Le aseguro que es un estado temporario, capitán, y en verdad no sé si condenar a quienes se volvieron contra mí o agradecerles. -Señalo con la cabeza hacia el castillo de proa-. Si me disculpa, capitán, tengo que atender necesidades que esperan desde hace mucho rato. Le quedaré muy agradecido si puede arreglar que yo hable con el capitán de este barco más tarde.
– Puedes estar seguro de eso, muchacho. -El hombre escupió otra vez.
Ruark atendió sus necesidades y después encontró comida y un jarro de ale. Esto último parecía la mercadería más abundante a bordo. Tomado su desayuno, buscó un rollo de cuerda en un lugar a la sombra y se tendió para recuperar el sueño perdido la noche anterior.
Cuando no faltaba mucho para el crepúsculo fue despertado y llevado á la cabina del capitán, donde fue sometido a un largo y silencioso examen por unos hombres sentados alrededor de una mesa.
Ruark nunca había visto caras más siniestras. Un mulato se echó adelante en su silla, apoyó sus gruesos brazos en la mesa y atravesó a Ruark con una mirada sombría.
– ¿Un siervo, dices? ¿Cómo sucedió eso?
Ruark pensó rápidamente mientras miraba las caras con cicatrices que lo miraban curiosas. Si estos eran buenas personas de cualquier sociedad, él era un niñito inocente.
– Asesinato. -Los miró a todos, uno por uno, y ninguno pareció sorprenderse-. Me compraron en la cárcel y me hicieron trabajar para pagar mi deuda.
– ¿Cómo saliste de la isla? -preguntó Harripen, escarbándose los dientes con las uñas.
Ruark se rascó perezosamente el pecho y sonrió lastimeramente.
– Una dama a quien no le gustó una muchachita retozona que estaba aguardándome en el henil.
– Debe de ser una dama muy rica por las monedas que pagó para verte lejos.
Ruark se encogió de hombros.
– ¿Qué guarda el hacendado en sus depósitos? -preguntó el capitán de la goleta-. ¿Tesoros? ¿Sedas? ¿Especias?
Ruark miró al hombre con una perezosa sonrisa y se frotó la barriga.
– Hace tiempo que no pruebo bocado, compañero. -Señaló con el pulgar las fuentes que seguían llenas en un extremo de la mesa-, ¿Puedo comer algo?
Le acercaron una pierna a medio comer de algún animal pequeño junto con un jarro de ale tibio. Ruark acercó una silla y se dispuso a comer.
– ¿Qué hay de esos depósitos?,-insistió el hombre de la cicatriz.
– Páseme el pan por favor, compañero. – Ruark se limpió la boca con el dorso de la mano y bebió un sorbo de ale. Cortó un trozo del pan que mojó en el jugo del plato, después tomó una camisa que colgaba del respaldo de su silla y se limpió las manos con ella.
– Ya has comido lo suficiente -gruñó el mulato-. ¿Qué hay en esos depósitos?
– De todo. – Ruark se encogió de hombros y soltó una carcajada burlona-. Pero no tiene ningún valor para ustedes. -Sonrió a los hombres que lo miraban ceñudos-. Nunca podrán entrar al puerto. -Hundió un dedo en el ale y dibujó sobre la mesa un círculo parcial, dejando sus extremos separados. Su dedo ensanchó el fondo del círculo-. Esto es el pueblo, donde están los depósitos -añadió para beneficio del mulato-.
Aquí -trazó una "X" en un extremo del arco- y aquí -trazó otra "X" frente a la primera- hay baterías de cañones. Para entrar al puerto hay que pasar entre ellos. -Trazó una línea a través de la abertura.
Ruark se echó atrás en su silla, miró los rostros que lo observaban y rió por lo bajo.
– Los harían volar en pedazos antes que se acercaran a los depósitos -dijo.
Ruark sólo había supuesto que podían ser piratas, pero ahora la decepción de sus rostros se lo confirmó. El inglés, Harripen, se echó atrás y nuevamente se limpió los dientes.
– Pareces muy alegre, muchacho -rugió-. ¿Podría ser que estés guardándote algo en la manga?
Ruark cruzó sus brazos desnudos y estuvo un largo momento sin responder, como si estuviera considerando un problema.
– Bien, compañeros -dijo con una sonrisa torcida- si yo tuviera una manga eso podría decirse, pero como pueden ver, nada tengo más que un triste par de calzones apenas dignos de ese nombre. De modo que, en mi pobreza, todo lo que yo posea me es muy preciado y tiene un precio. -Rió ante las expresiones súbitamente iracundas-. Como ustedes, yo no hago nada por nada. He observado mucho tiempo las debilidades de la isla de Trahern y conozco un camino para llegar con pocas pérdidas y con la probabilidad de muchas ganancias. -Ruark se inclinó, hacia adelante, apoyó los codos sobre la mesa y con un gesto les indico que se acercaran, como si fuera a confiarles algo-. Puedo mostrarles un camino para entrar y decirles dónde se guardan los dineros de la tienda y del propio Trahern.
Los piratas encontrarían en esos cofres dinero suficiente para que lo consideraran un buen botín, pero Ruark sabía que Trahern guardaba la mayor parte del dinero en su propia caja fuerte en la mansión.
– Por supuesto -Ruark se reclinó en su silla y pareció despreciar las expresiones ahora ansiosas de los piratas- si ustedes quieren la estopa y las balas de cáñamo de los depósitos, también pueden ir allí. -Esperó un momento, se encogió de hombros y extendió sus manos-. No tengo mucho más para ofrecer, caballeros. ¿Qué dicen?
El capitán mestizo francés sacó un cuchillo de hoja ancha y pasó el dedo por el filo bien asentado.
– Tienes tu vida, siervo -dijo con gesto despectivo.
– Ajá, tengo mi vida -dijo Ruark, y agregó-: Devolví el favor advirtiéndoles de la presencia de los cañones. Pero también les diré que el Hampstead, con veinte buenos cañones, está anclado en el puerto. Si
ustedes entraran en la rada tendrían que enfrentarse con eso. ¿Y cuánto tiempo resistirían?
– Sin duda, exigirás la parte de un capitán por tu plan -replicó sarcásticamente el mestizo- mientras nosotros arriesgamos nuestros pescuezos.
– La parte de un capitán estaría muy bien, gracias -aceptó Ruark con una risita, ignorando la ironía del otro-. No soy excesivamente codicioso. En cuanto a los pescuezos, yo los guiaré y de esa forma arriesgaré el mío por ambos lados.
– ¡Hecho, entonces! La parte de un capitán si tomamos el botín
– dijo el capitán Harripen, disfrutando el disgusto de su compinche francés-. Vamos muchacho, habla. ¿Cuál es tu plan?
Aunque no se notó ningún movimiento, la atmósfera de expectativa se intensificó sensiblemente. Todos eran todo oídos para escuchar los detalles del plan.
– Cerca del extremo oriental de la isla -improvisó Ruark- el agua es profunda y el barco podría llegar a menos de un cable de la costa.
– ¿Y por el oeste? -preguntó el mulato con recelo.
– ¡Poca profundidad! -replicó Ruark-. Dos o tres brazas, como máximo, con un arrecife frente a la costa. Lo más cerca que llegarían serían una o dos millas. – Ruark no quería que desembarcaran cerca de la mansión pero sus palabras eran, en su mayor parte, exactas, aunque no mencionó los hombres que patrullaban las costas de noche..
– ¡Deja que el muchacho hable! -interrumpió Harripen con impaciencia, y el mulato obedeció de mala gana.
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– En la colina hay un cañón de señales -empezó Ruark nuevamente.
– Sí, eso 1o sabemos. Lo oímos cuando llegamos -dijo el holandés.
– Un disparo es un barco avistado, pero si oyen dos es una alarma -continuó Ruark-. Ahora bien, ustedes pueden desembarcar una fuerza pequeña y yo les mostraré dónde obtener el mejor botín en la forma más sigilosa y sin despertar a toda la isla.
Las cabezas se acercaron y Ruark expuso para ellos su falso plan. El sabía que el cañón haría fuego y que de noche un disparo era 1o mismo que dos para dar la alarma. Donde él haría desembarcar a los piratas, el pueblo tendría una hora larga para prepararse, y ninguno de los pequeños botes que él había visto en la cubierta tenía capacidad para más de unos pocos incursores. Aun si eran arriados dos botes no podrían embarcarse en ellos más de treinta hombres y varios tendrían que quedarse a cuidar las embarcaciones. Trahern no tendría dificultad en despachar a la partida de desembarco y, con la tripulación de la goleta reducida, el Hampstead no tendría problemas en capturar al barco pirata.
A él no le sería fácil escapar una vez que estuviera en tierra aunque, seguramente, Trahern lo escucharía antes de castigarlo. Pero Ruark ya no se sentía obligado por ningún compromiso a seguir protegiendo el secreto de Shanna y diría la porción de la verdad que fuera necesaria.
Los capitanes piratas parecieron satisfechos con su plan y dejaron que Ruark regresara a su lecho de cuerdas. En la hora más oscura de la noche, la tripulación levó anclas y desplegó las velas. El barco apenas había empezado a moverse cuando Ruark encontró al inglés y al mestizo Pellier de pie ante él, apuntándole con sus pistolas.
– Hemos hecho dos cambios en el plan -dijo el francés, riendo burlonamente-. Tú quedarás a bordo como garantía de tu buena información y nosotros elegiremos el lugar de desembarco.
Ruark los miró fijamente. Un helado temor empezó a crecer dentro de su vientre.
Casi amanecía cuando Shanna regresó a sus habitaciones desde la casa de Pitney e inmediatamente cayó en un sueño de agotamiento, pero durmió sólo unas pocas horas, hasta que fue abruptamente despertada por los gritos de su padre que retumbaban en toda la casa.
– ¡Maldición! ¡Búsquenlo y encuéntrenlo!
Shanna saltó de la cama, se vistió de prisa y bajó. Cautamente, trató de aparecer tranquila cuando entró en el comedor, donde estaban reunidos numerosos hombres. Capataces, varios siervos, Elot con el sombrero aplastado de Ruark en las manos, Ralston y hasta Pitney se hallaban alrededor de la mesa, frente al hacendado, quien estaba cualquier cosa menos contento.
– ¿Qué sucede, papá? -preguntó Shanna, fingiendo inocencia, mientras se acercaba a la silla de su padre.
– ¡El muchacho! ¡Se ha ido… ha desaparecido!
Shanna se encogió de hombros dulcemente.
– Papá ¿de qué muchacho hablas? Aquí hay, por lo menos, unos… Trahern la interrumpió.
– ¡Hablo de John Ruark! ¡No se lo encuentra en ninguna parte! -Oh, papá -dijo Shanna y rió con ligereza. Su actuación era brillante-. El señor Ruark no es un muchacho. Es un hombre, sin duda:
¿No lo hemos discutido hace unos meses, acaso?
Trahern rugió:
– No estoy para oír frases ingeniosas cuando hay trabajo que hacer. ¡Y nada puede hacerse sin el señor Ruark!
– Pero seguramente, papá -Shanna puso una mano sobre el brazo de su padre- estos hombres son tan capaces como él para la tarea. ¿Ellos no pueden continuar con el trabajo del señor Ruark hasta que lo encontremos?
– ¡Se ha marchado! -La afirmación de Ralston siguió rápidamente a la pregunta-. Ha huido de su contrato de servidumbre. No se lo atrapará a menos que se envíe una flota para registrar a ese barco colonial que estuvo anclado ayer a la mañana.
Ralston se apresuró a cargar la culpa en cualquier parte antes que alguien recordara que había sido él quien trajera a John Ruark a Los Camellos. Pitney bebía lentamente un jarro matutino de ron y se mantenía fríamente remoto mientras observaba al padre y la hija.
– Elot encontró este sombrero en los establos -dijo uno de los capataces-. El estaba atendiendo a la yegua que trajeron.
– Ajá -dijo Ralston-. Una yegua por un siervo. ¿Es esto lo que los coloniales entienden por un buen trueque? Han tomado al señor Ruark bajo su protección y se lo llevaron, directamente debajo de nuestras narices..
– Tranquilícese, señor Ralston. -El hacendado miró fijamente al hombre flaco-. Yo no lo culpo a usted por la presencia de Ruark ni por este problema. Ciertamente, todos nos hemos beneficiado de los talentos del señor Ruark. Sólo que tenemos más de un proyecto en marcha y no podremos completarlos sin él.
Ralston no estaba más dispuesto a aceptar este enfoque de la cuestión, porque parecía que el señor Ruark podía regresar sin sufrir ningún castigo y eso iba en contra de sus intereses. No pudo pensar una réplica y quedó en confundido silencio.
En medio de esta discusión, que sir Gaylord entró lentamente, con aspecto bien descansado y sus mejillas rosadas pregonando su buena salud..
– Diría que aquí hay mucha conmoción. -Miró a. Shanna momentáneamente ceñudo-. ¿Puedo ayudar en algo?
Shanna casi le hizo una mueca de desprecio pero se dio cuenta de que eso hubiera sido una locura en presencia de su padre. En cambio, tomó delicadamente una taza de té y bebió un sorbo, antes de responder.
– Parece, señor, que el señor Ruark ha desaparecido. ¿Quizá usted sepa dónde se encuentra?
Gaylord levantó las cejas, sorprendido.
– ¿El señor Ruark? ¿El siervo? ¡Vaya! ¿Dice usted que ha desaparecido? Bueno, yo le vi por última vez… a ver, déjeme recordar… anteanoche, en esta misma mesa ¿desde entonces está ausente?
Trahern suspiró con impaciencia. Le costó un esfuerzo considerable suavizar sus palabras.
– Esta mañana tendría que haber estado aquí, en mi mesa. Nunca llegó con retraso.
– Quizá haya enfermado -sugirió Gaylord-. ¿Han enviado a alguien
– El muchacho no está -interrumpió Trahern en tono cortante-. He enviado por él a toda la isla y nadie lo ha visto.
Gaylord pareció perplejo.
– Palabra de honor, no sabía que un hombre podía desaparecer así -dijo-, especialmente en una isla como ésta. ¿El es inclinado a… vagabundear un poco? -Ante la mirada interrogativa de Trahern y de Shanna, se aclaró la garganta y se disculpó ante ella-. Perdóneme, mi estimada señora, por ser tan atrevido en presencia suya. Pero siendo usted una viuda debe estar enterada de que algunos hombres, en ocasiones, disfrutan de… ah… de la compañía de… una dama. Quizá él ha sido… ejem… demorado.
La taza de Shanna tembló en el platillo y casi derramó el líquido caliente sobre su regazo antes de recobrar su compostura. Para desgracia de Gaylord, Berta entró a tiempo para escuchar las últimas palabras y rápidamente dio al hombre una acalorada respuesta.
– Ella es poco más que una criatura, apenas una niña, y le agradeceré que se guarde esas groserías para usted.
Pitney se llevó su ron a la boca y miró a Shanna mientras Gaylord se apresuraba a disculparse humildemente ante las dos mujeres.
Trahern soltó un bufido e ignoró el apuro de Gaylord.
– Reconozco al muchacho -dijo- el mérito de conocer la diferencia entre el placer y el trabajo. Temo que le haya ocurrido una desgracia; de otro modo estaría aquí.
– Ajá -dijo Ralston despectivamente-. Encontró un lugar donde ocultarse en ese barco que zarpó durante la noche. ¿Por qué, si no, zarparía sigilosamente? No volverán a ver al señor Ruark a menos que ofrezcan una recompensa por su devolución. Y si lo atrapan, habría que colgarlo como ejemplo y para que los demás no hagan lo mismo.
Trahern soltó un largo suspiro.
– Si no se lo encuentra tendré que aceptar que se ha marchado por su propia voluntad. Si es así, ofreceré cincuenta libras por su captura.
Ralston se pavoneó con su renovada importancia y dirigió una mirada a Shanna.
– ¿Qué piensa usted, señora? -dijo-. ¿No está de acuerdo en que es un renegado traidor que debería ser colgado por villano?
Shanna estaba aturdida, incapacitada de replicar. Sus pensamientos se atropellában unos a otros en tremenda confusión. Ni siquiera en sus momentos de más descabellada imaginación había pensado que cazarían a Ruark como a una bestia enloquecida. Vio que Pitney la miraba serio, ceñudo, ominoso Y acusador, y no supo qué responder.
La búsqueda de Ruark continuó toda la tarde. Shanna se retiró a su dormitorio y trató de aventar los corrosivos temores que habían empezado a atormentarla. Dio a Hergus la excusa de que no se sentía bien para vestirse y buscó nuevamente la comodidad de su cama para recuperar algunas de las horas de sueño que había perdido durante la noche. Finalmente el agotamiento se impuso a su mente agitada y se hundió en un dulce olvido. Los sueños empezaron a invadir la paz de su sueño. Veíase feliz, rodeada de niños de diferentes edades mientras apretaba a un bebé contra su pecho. Oía las risas de los pequeños que jugaban y uno que apenas estaba aprendiendo a caminar era levantado en los fuertes brazos del padre. Sus cabezas oscuras se unieron y el padre resultó Ruark, quien reía, se le acercaba y se inclinaba para besarla.
Shanna despertó sobresaltada, con el cuerpo empapado en transpiración. ¡Era una mentira! Súbitamente cayó en una profunda tristeza. ¡El sueño jamás podría realizarse! Una sensación opresiva, dolorosa, de soledad la acometió y ella se retorció bajo su peso aplastante y sepultó la cara en las almohadas. A causa de sus actos no volvería a ver jamás a Ruark, no sentiría la dulce, acariciante calidez de los labios de él en los suyos y no volvería a ser consolada entre esos brazos protectores.
Estaba oscuro cuando llegó Hergus con una bandeja de comida. Shanna ocultó sus ojos hinchados detrás de las páginas de un libro y pidió suavemente a la mujer que dejara la bandeja sobre una mesa, sin preguntarle por qué la había traído. La criada, sin embargo, ofreció la información mientras observaba con recelo a su joven ama.
– Su padre me pidió que le dijera que sir Gaylord cree que vio a alguien parecido al señor Ruark en la aldea y el hacendado se ha ido a registrar la población, llevándose consigo a todos los hombres de]a isla
para ver si encuentran al señor Ruark. Vaya, no ha quedado un solo hombre en la casa. Su papá está fuertemente decidido a capturar al señor Ruark, si es que pueden encontrado. Me pregunto adónde puede haber ido.
Shanna siguió muda y la mujer finalmente se marchó, sin más información que la que traía al entrar.
Para Shanna el tiempo empezó a deslizarse en una agonizante eternidad. No pudo obligarse a tomar ni siquiera un pequeño bocado de la comida que estaba en la bandeja. Se puso un camisón liviano y una bata y se sentó a leer con un libro de poesías sobre su regazo. No logró concentrarse: en cada verso veía al héroe, esbelto y moreno, un hombre semidesnudo, de aspecto salvaje y con ojos de ámbar. Con un gemido, arrojó el libro a un lado y se tendió sobre la cama para mirar al vacío. Su reloj anunció las once de la noche. Tiempo después oyó un ruido abajo y pensó que era su padre que regresaba, derrotado, por supuesto. Entonces llegó a sus oídos el ruido de vidrios rotos. ¿Su padre encolerizado? Eso podía entenderlo. El había llegado a estimar a Ruark. Ahora seguramente creía que Ruark 1o había traicionado.
Una puerta se cerró violentamente. Shanna se levantó, tomó una vela, cruzó su saloncito y salió al pasillo. Hergus había dicho que todos los hombres habían salido con el hacendado. Si él había regresado, entonces los sirvientes tenían que haber venido con él. Pero la casa estaba a oscuras y por primera vez en su vida le pareció extrañamente amenazadora.
– ¿Quién está ahí? -preguntó Shanna desde la cima de la escalera y trató de ver entre las sombras de la planta baja.
No obtuvo respuesta, sólo un denso y opresivo silencio. Shanna puso valientemente un pie en la escalera y empezó a descender lentamente, atenta, esperando un sonido familiar que aflojara sus tensiones. Una pisada apagada rompió la fantasmal quietud y Shanna sintió que se le erizaba 1a piel de la espalda. Pero juntó coraje, y terminó de bajar la escalera, protegiendo con su mano la llama de la vela.
– ¿Quién es? i Sé que usted está ahí!
Había dado solamente dos pasos desde la escalera cuando una mano velluda surgió de la oscuridad y arrebató la vela. Shanna ahogó una exclamación y giró. La luz fue levantada hasta que reveló una cara picada de viruelas; una cicatriz que la recorría en toda su longitud tiraba hacia bajo del ángulo de un ojo en un curioso pellizco de piel. Una sonrisa repulsiva dejaba ver unos dientes disparejos, ennegrecidos. En ese momento de terror de pesadilla, pareció que el demonio había tomado forma humana.
CAPITULO QUINCE
Cuando sonaron los disparos del cañón de la isla, Ruark pasó un momento de inquietud Y esperó que Harripen y la tripulación se volvieran contra él. Los hombres estaban agrupados en el alcázar, mirando hacia tierra, y por el momento parecían haberse olvidado de él. Como no vio que hicieran movimientos amenazadores, siguió trabajando en sus ataduras en un intento de aflojar las cuerdas que le sujetaban apretadamente las muñecas. Momentos después fue nuevamente interrumpido, por Harripen, quien llamó a varios hombres para que se reunieran con él y señaló hacia la costa. Ruark no podía ver nada de lo que sucedía allí pero le alivió comprobar que no le dedicaban más atención. Redobló sus esfuerzos pero los nudos estaban muy bien hechos.
Harripen reinició sus paseos por la cubierta de la goleta y Ruark poco adelantó con sus ataduras. La noche quedó silenciosa, los únicos sonidos eran los crujidos del barco y el golpear de las olas contra el casco, además de una ocasional voz apagada. En la isla de Trahern parecía no haber más actividad.
Casi habían volteado dos veces el reloj de arena cuando hubo un grito desde la cofa y corrió la novedad de que regresaba el grupo de desembarco. Aunque eso estaba lejos de sus esperanzas, Ruark suspiró aliviado. Por la gracia de Dios, aún podría sobrevivir.
Sin embargo, ese pensamiento duró poco y él se preparó para lo peor cuando Harripen vino desde el alcázar blandiendo su machete. Ruark se tranquilizó considerablemente cuando comprendió que el golpe no estaba destinado a él sino que fue un rápido corte que lo liberó de sus ataduras. Rápidamente, Ruark se libró de las cuerdas
– Parece que dijiste la verdad, muchacho -dijo el hombre por sobre su hombro-. Ahora vienen nuestros hombres.
Se oyó un silbido y pronto los piratas subieron a bordo, trayendo sacos y cofres llenos de botín. Ruark aprovechó la distracción y retrocedió hacia las sombras del extremo más alejado de la cubierta. Estaba quitándose las sandalias con la intención de arrojarse al agua y nadar hasta la costa cuando un cofre grande, tallado, con una ornamentada cerradura de bronce, fue izado sobre cubierta. Ruark se llenó de aprensiones cuando reconoció el arcón que solía estar debajo del retrato de Georgiana, en la casa de Trahern. Fueron necesarios seis hombres para pasar sobre la borda el voluminoso objeto, el cual cayó sobre cubierta con un golpe que delataba su peso. Ruark se acercó y empezó a sentir un helado temor.
Desde los botes, un grito ahogado atravesó el aire e hizo que a Ruark se le erizara la piel del cuello. Esperó tensamente mientras Pellier, el mestizo francés, trepó por el costado del barco y se volvió para subir a bordo una forma que se retorcía, cubierta por un saco de arpillera firmemente atado con cuerdas, De un extremo asomaban unos tobillos finos y unos pies descalzos y pequeños.
Ruark juró entre dientes y se acercó a la luz de la linterna mientras las ataduras eran aflojadas y el saco arrancado. Entonces se encontró mirando a los ojos verdes más furiosos que jamás había visto.
Tu. -exclamo Shanna-.Tu… canalla.
Shanna aferró un remo corto que estaba apoyado en la borda, y antes que nadie pudiera impedirlo, lo lanzó con toda sus fuerzas contra la cabeza de Ruark. El lo esquivó fácilmente y el arma se quebró contra el mástil a espaldas de él. Shanna lo miró con los ojos llenos de lágrimas y de todo el odio de que era capaz.
– ¡Malditos tontos, estúpidos! -rugió Ruark, interrumpiendo las fuertes risotadas de Pellier-. ¿No saben lo que han hecho? ¡Esta es la hija de Trahern y él vendrá en pos de ustedes sediento de venganza!
– ¡Ajá, y yo me ocuparé de que te cuelgue a ti primero! -gritó Shanna-. ¡Y después me reiré cuando arroje tu cadáver para alimentar a los tiburones!
Ante la furiosa andanada, Ruark se inclinó burlonamente. El conocía bien lo precario de su situación. Si sólo hubiera tenido que preocuparse por él, habría sido fácil escapar. Pero otra cosa sería la fuga de él y ella.
Otros tres prisioneros fueron traídos a bordo y Ruark reconoció a tres siervos. Fueron arrojados rudamente contra la borda y amarrados juntos allí. Seguirían viviendo en esclavitud, pensó Ruark, pero ahora bajo el látigo siempre listo de amos menos que humanos.
Ruark se volvió hacia Shanna. La miró con aparente lujuria pero en su mente no había lugar para pensamientos libidinosos. Por el momento Pellier y Harripen estaban más interesados en los tesoros materiales que eran izados a bordo desde los botes y habían dejado a la bella cautiva al cuidado de varios hombres.
– Traidor -siseó Shanna mirando a Ruark.
– Traidor no, mi lady. -Su voz fue baja y sólo llegó a los oídos de ella-. Una simple víctima de un capricho de mujer. Estudié las posibilidades y aproveché lo mejor que tenían para ofrecerme.
Shanna estaba furiosa. El haber sentido un asomo de remordimiento por sus actos ahora le resultaba una cosa muy amarga de tragar.
– ¡Miserable hijo de perra! -dijo ella-. ¡Bastardo maldito y despreciable!
Ruark rió sardónicamente bajo esa lluvia de insultos. La bata de ella estaba abierta y el camisón de. batista que llevaba debajo atraía la mirada de él. Ruark se percató que el espectáculo estaba haciendo efecto en la tripulación, porque los hombres empezaban a acercarse desde diferentes partes del barco para ver mejor a esta deslumbrante beldad cuyo cabello caía en maravilloso desorden sobre sus hombros y brillaba como oro a la luz de la linterna.
Súbitamente, Shanna sintió las atrevidas manos de Ruark que le acariciaban rudamente los pechos. Ahogada de furia, se apartó, cerró su bata y la ajustó con el cinturón.
– Esta vez has traicionado a mi padre -dijo ella entre dientes-. Y él te cazará como el perro que eres.
– ¡Traicionado! -Ruark rió cáusticamente y continuó, en tono burlón y despectivo-: No, señora. Le ruego que reflexione. Yo solamente buscaba los favores de mi propia esposa. Fue ella quien traicionó perversamente mi confianza…
– ¡Sucia rata de albañal! ¡Vagabundo repugnante! -Lívida de cólera, Shanna se abalanzó y trató de arañarlo en la cara. Ruark la tomó de las muñecas y la apretó brutalmente contra él. Shanna ahogó una exclamación de dolor. Aunque echó mano a todas sus energías, no pudo escapar y finalmente se desplomó contra él. Las lágrimas caían de sus largas pestañas y Ruark la oyó murmurar, en rencoroso desafío: – ¡Ojalá que Hicks te hubiera colgado!
Ruark le tomó el mentón y la obligó a levantar la vista.
– Hasta ahora -dijo- he sobrevivido a esta última traición tuya. Pero si me acompaña la suerte, como hasta ahora, sacaré ventaja de esta situación.
La empujó hacia las manos huesudas de Gaitlier, el marchito sirviente del capitán Pellier.
– Vigila a la muchacha y no dejes que nada le suceda -ordenó Ruark. Se acercó a la borda y miró hacia la aldea.
– Pellier, dame tu anteojo -dijo después de un momento.
Recibió el instrumento sin demora y con él observó el puerto. Pudo ver, a la luz de la luna, los mástiles de un barco y alcanzó a percibir movimiento en él. Devolvió el anteojo al francés.
– Ya están alistando al Hampstead. Pronto sentirán el fuego de sus cañones.
Ruark sabía la carnicería que una andanada podía hacer, en un barco y que la misma no perdonaba a nadie. Suponía que la ira de Trahern ante este ataque debía ser terrible y se preguntaba cómo se había originado. Si el hacendado supiera que habían raptado a su hija, procedería con cautela, pero Ruark no podía correr el riesgo. El Good Hound tenía cañones pequeños en la proa y dos en la popa además de varios falconetes giratorios en los costados. Los cañoncitos de nada servirían contra la fragata, pero la goleta era esbelta y con sus velas ennegrecidas podría escabullirse fácilmente..
Ruark se volvió y enfrentó al silencioso grupo.
– A menos que tengan ganas de nadar un buen trecho en la noche, compañeros, sugiero que nos pongamos en camino.
Harripen era un hombre más decidido que los otros, y gritó:
– El tiene razón.
El inglés puso a los marineros en acción con una catarata de órdenes.
– Suban esos botes a bordo. Vamos, Pincha -le dijo al viejo marinero que montaba guardia en el castillo de proa-: leva esa maldita ancla. y Barrow, trae cada pulgada de velamen negro que puedas encontrar.
Después se volvió y, con más calma, sonrió a la cara ceñuda y llena de cicatrices de Pellier.
– Perdona, Robby. Este es tu barco. Si quieres poner proa a Mare's Head estaremos muy contentos.
El francés dio un fuerte golpe a uno de los hombres que habían bajado a tierra con él.
– Hubiéramos podido partir sin ser advertidos si tú no hubieras dejado escapar de la casa a la otra perra.
Su víctima se encogió y retrocedió tropezando bajo el ataque del hombre.
– No fui yo quien dejó escapar a esa escocesa lengua de víbora. ¡Fue Tully! Ella 1o pateó en los cojones y escapó hacia la aldea.
– Haré que 1o castren -amenazó Pellier y fue hacia-popa. Tully, un hombre flaco, miró dubitativo a su capitán.
– Pero capitán -dijo- si no hubiera sido por ella, no habríamos atrapado a estos tres que llegaron corriendo después del llamado.
Sus palabras fueron ignoradas. El capitán pirata puso en movimiento a su tripulación. Pronto la goleta se alejaba en la noche. Sólo cuando la vela blanca y cuadrada de la fragata se perdió en el horizonte los, piratas volvieron a la cuenta del botín. Una pesada caja de hierro fue abierta y se descubrió que contenía monedas de oro; éstas fueron llevadas rápidamente a la cabina del capitán, donde quedaron en un cofre más grande para ser repartidas más tarde. Había varios sacos enormes de vajilla de plata y de oro que tendrían que ser tasadas y compartidas y un barril de frágil porcelana cuidadosamente envuelta, que como no tenía valor para los piratas fue reservada para el alcalde de Mare's Head como diezmo, 1o mismo que unas cajas de vinos y alimentos de calidad. Después quedó solamente el cofre grande y todos contuvieron el aliento, porque prometía ser el tesoro más importante.
Pellier rió y dijo en voz alta:
– La hija de Trahern dice que esto contiene una riqueza que ningún hombre podría contar.
Shanna se acercó, con una sonrisa ácida y torcida en sus hermosos labios. Ruark miró su cara y supo que en esa hermosa cabeza estaba tramándose una maldad. Por precaución, aguardó observando desde cierta distancia y no tomó parte en el procedimiento de abrir el cofre. Un golpe de hacha destrozó la cerradura. Pellier gritó y abrió violentamente la tapa. Sus ojos negros refulgieron al ver el cajón lleno de pequeños sacos de cuero.
– ¡Joyas! -exclamó-. ¡Seremos todos ricos!
Tomó codiciosamente un saquito, lo abrió y vació el contenido en su mano. En seguida quedó mudo de asombro porque no contenía más riqueza que el gatillo, el cerrojo y la placa de la culata de un mosquete. Revolvió frenéticamente los saquitos y sólo encontró la dureza del hierro. El y Harripen levantaron el pesado cajón e hicieron a un lado una piel engrasada, debajo de la cual había fila tras fila de largos, esbeltos cañones de mosquetes alineados prolijamente sobre tablas de madera con muescas.
Harripen levantó uno y lo hizo girar en sus manos.
– Que me condenen -exclamó.
– ¡Son nada más que mosquetes! ¡Mosquetes inservibles, sin culatas!
Shanna no pudo seguir conteniéndose y rió burlonamente. -Claro, tontos. ¿Qué esperaban?
El sonido burlón de su risa se elevó sobre los murmullos.
– y si tuvieran las culatas -rió ella- tampoco les servirían porque el cofre fue dejado caer sobre cubierta y todos los cañones están doblados. Mi padre los guardaba como recuerdo de su único mal negocio. Siempre eso lo fastidiaba, pero ahora estoy segura de que el recuerdo le causará risa.
Ruark gimió interiormente ante la imprudencia de ella pues sabía que esas palabras podrían causar derramamiento de sangre.
Pellier se abalanzó sobre ella y soltó un juramento.
– Pero tú juraste que contenía una riqueza que ningún hombre podría contar.
– Claro -replicó Shanna dulcemente-. ¿Acaso no es así? Furioso, Pellier aferró el brazo de Shanna y lo retorció cruelmente. Ella gritó de dolor y cayó de rodillas ante él. El francés sacó una daga de su bota y la acercó a los ojos de ella, que ahora, por primera vez, revelaban cierto temor.
– Entonces yo esculpiré el precio en tu preciosa piel, perra. Súbitamente Pellier sintió que su muñeca era inmovilizada por una tenaza de acero. Lentamente, contra su voluntad, la hoja fue apartada de Shanna hasta que él se volvió y se encontró con la cara de Ruark, quien sonreía suavemente.
– Sé que eres impulsivo, amigo, pero no te creo ningún tonto. Pellier dejó que Shanna cayera a la cubierta. Su mano libre había bajado rápidamente hacia la pistola que llevaba en el cinturón, pero Ruark también aferró ese brazo. El mestizo luchó con Ruark pero sus brazos estaban inmovilizados entre los dos, donde ninguno de la tripulación podía ver la batalla. Más trataba Pellier de zafarse, más fuerte lo sujetaba la tenaza, hasta que él empezó a sentir que las manos se le adormecían. Buscó con la mirada la cara de su contrincante y vio allí una fuerza de voluntad que,hasta ahora no había creído que existiera. En el fondo de su mente turbia nació la convicción de que él no podría descansar hasta que éste, que lo sujetaba como a una criatura, fuera pasto de los peces. No teniendo alternativa, cesó la inútil resistencia pero las manos que lo inmovilizaban no se movieron.
– Ahora, yo aprecio mucho mi pescuezo y no querría verlo estirado en el palo mayor del Hampstead -continuó Ruark sin inmutarse-. Ya le han retorcido la nariz a Trahern ¿pero quieres atraer sobre nosotros toda la furia de su venganza? También hay que considerar esto: la riqueza que sacarás de la carne de ella sería muy poca y ciertamente se ahogaría pronto, pero el padre ama a su hija como su única descendiente y sin duda pagará una bonita suma por su devolución, sana y salva.
Viendo cierta lógica en este razonamiento, Pellier se aflojó y Ruark lo soltó.
– Sí, dices la verdad -gruñó el mestizo de mala gana y sus ojos malignos bajaron hacia Shanna quien, aunque golpeada y dolorida, lo miró con profundo desprecio-. Pero fue Pellier quien la trajo aquí ¿eh? Ella será mía hasta que el rescate haya sido pagado.
A Shanna se le formó un nudo en la garganta, tanto por la furia como por el miedo. La mirada de él pareció atravesar las escasas ropas y bajó hasta detenerse en las nalgas y las caderas graciosamente curvadas. Shanna no pudo evitar un estremecimiento de repulsión y apretó la delgada bata alrededor de su cuello.
Cuando vio a Ruark a bordó del barco, ella, pensó que él había planeado su captura, ya fuera por venganza o por deseo. La idea, aunque la enfureció, por 1o menos era remotamente aceptable como destino para ella y pensó que podría soportar la situación. Pero ahora empezó a sentir un miedo helado por 1o que le reservaba el futuro. Este bruto asesino, Pellier, no hubiera podido ser más repugnante para ella. Era un hombre grosero, sucio, sin la menor idea de decencia. Si le hubieran dado a escoger entre someterse a él o arrojarse al agua, habría elegido lo último sin vacilación. Ciertamente, en cuestión de elecciones, Ruark era su único refugio. Pero si él la había traicionado antes, muy bien podía volver a hacerlo.
La actitud de Ruark era casi calma mientras observaba los ojos de Pellier que apreciaban y saboreaban 1o que consideraba suyo. Un hombre más observador que el mestizo hubiera advertido el endurecimiento de las facciones de Ruark, la tensión de su mandíbula, la frialdad de su mirada… y lo hubiera tomado como advertencia.
Deliberadamente, Ruark aferró la muñeca de Shanna y pese a los intentos de liberarse de ella la llevó ante el capitán pirata. Ignoró las verdes, dagas que lo atravesaron y con un dedo bajó el mentón de ella la obligó a levantar el rostro frente a la linterna hasta que Pellier pudo ver claramente la fina y delicada belleza.
– Te hago una advertencia más, capitán Pellier. Si tienes ojos en tu cabeza, puedes ver que ésta es una pieza rara de considerable valor.
– Ruark pasó el dedo por la frágil columna del pálido cuello. Shanna se estremeció y él se preguntó qué emociones la estaban traicionando-. Pero la pieza se quiebra con facilidad con el mal trato, y una vez devuelta, su venganza puede ser más costosa que la del mismo Trahern. Esta es su hija idolatrada y él hará la voluntad de ella. Por lo tanto, tiene que ser tratada con cuidado hasta el dia que hayas, cobrado el rescate.
Ruark la soltó pero no sin antes dirigirle una fugaz mirada de advertencia. Después, con un saludo despreocupado a Pellier, pasó junto a ella y se dirigió al castillo de proa, donde se apoyó en la borda y miró el iridiscente mar que se curvaba debajo -de la proa.
Shanna, desconcertada, lo observó a hurtadillas y se preguntó si este hombre, que siempre parecía marcar su vida, sería ahora su campeón.
– ¡Aten a la mujer! -gritó Pellier.
Gaitlier corrió hasta Shanna, la tomó de la muñeca y la arrastró tras de sí mientras dirigía repetidas miradas por encima de su hombro hacia la solitaria figura apoyada en la borda.
El sol, elevándose sobre el horizonte tiñó el cielo de un suave color rosado. Las velas se hincharon con 'la' fuerza del viento y la goleta empezó a cortar las aguas como una gaviota en grácil vuelo.
Atada con los otros prisioneros a la base del palo mayor, Shanna dormitaba incómoda y despertaba cada vez que se acercaba alguien. Habitualmente era Pellier quien se detenía frente a ella con las piernas separadas y los brazos en jarras. Su rostro moreno se retorcía en una mueca malévola mientras sus ojos oscuros la taladraban. Shanna temblaba de miedo y repulsión pues sentía en él un deseo perverso y vengativo de verla retorcerse de agonía.
A mediodía el velamen protegió a Shanna del ardiente sol, pero su nariz ya estaba enrojecida y las mejillas presentaban un color más acentuado. Su largo y rizado cabello, agitado por el refrescante céfiro, le acariciaba la cara y los pechos, enredado en involuntario abandono.
Los hombres de Pellier se detenían a menudo para mirada con ojos hambrientos, pero conocían a su capitán. Pellier solía encolerizarse sin advertencia y su destreza con las armas le había ganado un profundo respeto rayano en el miedo. Hacía tiempo habían aprendido a mantenerse alejados del mestizo y de todo lo que le pertenecía. Solamente Gaitlier llevó a Shanna un trozo de queso y un poco de agua, y hasta estas atenciones menores podían merecer la desaprobación de Pellier.
Ruark mantenía su vigilancia desde un lugar más distante y miraba a Shanna con los ojos entre cerrados mientras pretendía dormitar pacíficamente, la espalda apoyada en la borda y las piernas extendidas ante él.
En las últimas horas de la tarde, la goleta ajustó sus velas y empezó a deslizarse cautelosamente a lo largo de una sucesión de islas pequeñas y pantanosas, poco más que arrecifes rodeados de arena y cubiertos de a cipreses y grupos ocasionales de palmeras. Fue izada una bandera roja. cruzada por una franja negra y el barco pasó ante una isla un poco más grande donde, sobre una plácida playa blanda, podía verse una choza solitaria debajo de un verde dosel de palmeras. Una superficie brillante reflejó la luz del sol poniente y la señal fue respondida con movimientos de los brazos por los piratas de la goleta. Shanna y los otros rehenes fueron liberados de sus ataduras y agrupados cerca del mástil. Ruark se levantó de donde había estado dormitando cerca de la proa y dirigio la mirada hacia las islas y arrecifes, tomando nota cuidadosamente los detalles.
Cuando el Good Hound dobló el extremo de la punta, enfrentó una extensión abierta de aguas poco profundas, marcadas de tanto en tanto por rompientes que indicaban la presencia de arrecifes y bancos de arena. Adelante había una isla mucho más grande con una colina baja que dominaba una caleta poco profunda y protegida a medias. En el terreno más alto podía verse una dispersión de chozas miserables. En el centro, sobre una duna, había un edificio grande, blanqueado, rodeado por una baja pared de piedra que encerraba un patio. Más allá del puerto, hacia ambos lados, se extendían pantanos de mangle que junto con los arrecifes y los bancos de arena proporcionaban una protección contra los ataques que se extendía más de media milla.
Harripen se unió a Ruark junto a la borda y se apoyó a su lado.
– Bien, muchacho -dijo el inglés-, esto es nuestro refugio. Mare' s Head se llama. ¿Que piensas.
Observó atentamente a Ruark pero éste se limitó a encogerse de hombros.
– Parece bastante seguro -dijo Ruark.
– Ajá, eso se puede decir. -Harripen señaló un lugar donde entre los bancos de arena se elevaban las cuadernas rotas de un barco-. ¿Ves esos restos de naufragio? Eran parte de una flota española que trató de hacer pasar un galeón entre los bajíos y acercarlo 1o suficiente para bombardear nuestro pueblo, pero con la marea alta las corrientes son fuertes y traicioneras. -Rió y se pasó la mano por el mentón-. Cuando el buque quedó encallado allí, fuimos con una balsa con un único cañón y 1o hicimos pedazos.
Ruark advirtió la evidente satisfacción con que el hombre recordaba el acontecimiento, pero señaló:
– Si un hombre decidido cubriera su barco con otro y procediera con cuidado, podría tener éxito, y otros barcos podrían aguardar más afuera para interceptar a cualquiera que trate de escapar. Quedarían atrapados allí.
– Ajá, muchacho. -Harripen rió brevemente-. Eso parece. Pero hay que admitir que la rata más inteligente hace su nido en una cueva con dos agujeros.
Ruark 1o miró con expresión de interrogación.
Harripen rió por lo bajo.
– Sólo por si los perros tratan de sacarla de su cueva.
– Tendría que ser una rata muy astuta para salir ilesa de aquí -dijo Ruark.
El inglés parecía ansioso por explicar.
– Mientras haya un barco para navegar, tenemos forma de salir, muchacho. Hay un canal a través de los pantanos y ningún arrecife en el otro lado. Los españoles lo hicieron. -Miró fijamente a Ruark un momento, pero el joven nada dijo. Entonces advirtió-: Pero hay que conocer el camino, y Madre lo tiene bien escondido.
Con eso, el rudo bucanero se volvió y se dedicó a los preparativos para desembarcar. Ruark quedó con una gran curiosidad.
Una multitud habíase reunido en la playa de arena blanca, escoria de mundo atrapado en este estilo de vida primitivo, con pocas esperanzas más allá de la mera subsistencia. Ciertamente, el pueblo no podía mantenerse a sí mismo y sólo sobrevivía prestando servicios a la flota pirata.
Venían vendedores con sus cestos, voceando su mercadería, con la esperanza de que los bucaneros se sintieran generosos y se desprendieran de parte de su botín por alguna chuchería o futesa. Prostitutas sucias, llamativamente vestidas, buscaban cualquier mirada favorable y las más atrevidas enseñaban sus traseros y sus muslos o caminaban con los brazos en jarras, contoneando las caderas. Los niños, que eran pocos, tenías las miradas vacías de la desesperanza, o las expresiones salvajes de mentes ya deformadas en el molde de la maldad y la codicia. Llagas purulentas y cicatrices marcaban a los mendigos y hablaban de las privaciones que se sufrían en la isla. Ellos,eran los afortunados. Los infortunados eran los que habían sufrido una herida profunda en combate o que habían perdido una pierna o un brazo y ahora estaban muriendo lentamente en este agujero infernal. Estos pobres desechos humanos, cuyos cuerpos mutilados, deformes, con permanentes muecas de dolor en sus caras, y mujeres que habían sido usadas y maltratadas hasta que parecían brujas de un cuento de horror, manténianse más atrás, en muda rendición, mientras sus contrapartidas, que todavía tenían algo de vigor se amontonaban con la esperanza de atrapar una moneda, algún tesoro; algún bocado rechazado, algo de cualquier cosa que hubiera par compartir. Los marineros arrojaban monedas de cobre desde el barco y reían a carcajadas cuando esqueléticos muchachos y hombres ya crecidos se zambullían para apoderarse de esa riqueza.,
El estómago de Shanna se encogió con tanta crueldad. Siempre se había considerado mundana, viajada y educada, pero nada de lo que había visto o leído la había preparado para esto. Empezó a comprender por qué su padre había deseado tan desesperadamente asegurar contra la pobreza a sus seres queridos. En las caras atormentadas de los niños entrevió la desesperación de su padre cuando joven y algo se agitó en lo más profundo de su conciencia tratando de salir a la superficie, pero Shanna estaba demasiado cansada, demasiado exhausta para pensar.
Un murmullo se elevó de entre los siervos que estaban junto al ella. Este lugar los asustaba tanto como a ella y empezaron a maldecir su mala suerte. Aquí sólo podían esperar la esclavitud y rápidamente reconocieron que su situación no era mejor que la de la hija de Trahern.
– Malditos salvajes -dijo uno de los prisioneros-. Son hijos del demonio. Dios nos salve a todos.
Shanna se balanceó de cansancio y les volvió la espalda. Había tomado la decisión de no parecer asustada, aunque sus rodillas tenían una extraña tendencia a temblar. Pero cuando había adquirido cierta apariencia de compostura, su mentón se estremeció y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pese a su demostración de autocontrol, estaba terriblemente atemorizada, ignorante de lo que la esperaba pero convencida de que los piratas planeaban un destino horrible para la hija de Trahern. Las constantes miradas de, los bandidos, y sus muecas atrevidas la ponían muy nerviosa. Dolorida, hambrienta, exhausta por la falta de sueño, sentíase mareada y atontada. Le dolía la cabeza a causa del ardiente sol que caía sobre ella sin piedad.
Desconcertada, Shanna dirigió su mirada a Ruark. El estaba de pie, cerca de la proa del barco, observando cómo el navío se dirigía al rústico muelle que formaba el amarradero. Su cabello oscuro era agitado por la suave brisa y sus hombros anchos, atezados, brillaban con una fina capa de sudor. Parecía un extraño, un hombre al que ella no hubiera conocido, distante, ceñudo como si estuviera preocupado. Shanna sintió una creciente amargura al recordar que él había flirteado tan a la ligera con ella pero también reconoció la locura de su cólera que la había impulsado a conseguir que él fuera arrojado de la isla. Si sólo hubiera calmado su necesidad de venganza inmediata, habría podido hacerle pagar a él muy caro su indiscreción. Ahora sólo, podía culparse a sí misma y debía admitir que él tenía sobrados motivos para vengarse de ella.
Como llevaba toda su fortuna sobre su persona, Ruark tenía poco en qué ocuparse. Estaba contento de no haberse quitado los calzones antes de la visita de Pitney, pues de haberlo hecho ahora podría encontrarse más expuesto al aire. Aunque los capitanes piratas le habían prometido una participación en el botín por su ayuda, él no creía que Pellier hubiera aceptado de buen grado su interferencia con Shanna. Considerando la posesiva atención del mestizo, ella necesitaría protección. Pero si él se mostraba demasiado ansioso por defenderla, pensó Ruark, despertaría sospechas. Debía ganar cierto grado de confianza, o por lo menos un poco de respeto de los piratas, o si no su huida sería mucho más difícil. Por otra parte, no podía soportar que otros maltrataran a su esposa y sabía que si alguien ofendía a Shanna ella era muy capaz de contestar con su lengua mordaz y atraer sobre sí misma severas penalidades.
– Podría ser que tenga que luchar contra todos ellos -murmuró ácidamente Ruark-. Y todo por esa muchacha egoísta que no aceptará mi protección. Pero estoy decidido a que ambos salgamos de este lugar infernal, lo quiera ella o no.
La goleta amarró contra el muelle y Harripen caminó por la cubierta golpeando las manos y diciendo, en alta voz:
– Una apuesta por la primera hembra tumbada, compañeros. ¿Qué dicen? Un soberano por Carmelita.
De la popa llegó un ronco gruñido.
– ¿No tienes ojos en tu cabeza, compañero? Yo ofrezco por la hija de Trahern. No me llevará más que contar hasta tres tumbada sobre su trasero y dárselo todo.
– Ajá -llegó una respuesta en tono despectivo-. Y si llegaras a adelantártele a Robby, sentirías su sable entre las costillas.
Shanna permaneció inmóvil sin dar señales de sentirse afectada por las groserías, pero interiormente estaba temblando. Había pasado una noche bastante desagradable pero comprendía que solamente su valor potencial como rehén le había evitado cosas peores en la cabina del capitán o el alojamiento de la tripulación, si no en ambos lugares. Por lo menos debía agradecer a Ruark ese pequeño respiro.
Ruark prestaba poca atención a la charla. Aceptaba la conversación de los hombres tal como era, por lo menos por el momento. Mientras Pellier estuviera vivo, Ruark sabía que era de allí de donde lo amenazaba el verdadero peligro.
Ruark observó con recelo cuando el francés se acercó a Shanna, y empezó a caminar mientras el hombre ponía una larga correa de cuero alrededor del delgado cuello de ella. Entonces, súbitamente, sin advertencia, Ruark encontró su camino bloqueado por el pecho ancho y velludo del simiesco piloto de Pellier y tres marineros que había visto trabajando en el barco. Ruark empujó a uno de ellos con el codo, pero el piloto se interpuso y lo miró con una amplia sonrisa de dientes desparejos y ralos, Por encima del hombro del piloto, Ruark vio que Pellier lo miraba con una maligna sonrisa.
– Bueno, hombre -dijo el piloto en tono burlón -si vas a ser uno de nosotros veamos qué tan bueno eres para limpiar un barco.
La planchada tocó el muelle y el capitán corsario empezó a moverse hacia la salida. En ese momento, un miedo frío, helado, atravesó a Shanna, quien volvió los ojos en un último ruego desesperado hacia su única esperanza, Ruark. Lo vio de pie con varios tripulantes y no hizo ademán de acercarse a ella. Su ceño se acentuó cuando ella, lo miró, pero parecía dispuesto a dejarla en manos de este cerdo pirata.
La correa se apretó alrededor de su cuello y Shanna debió seguir, a Pellier, a los tropezones, como parte del botín que se hizo desfilar- entre los curiosos, con excepción del cofre grande que quedó sobre! la cubierta de la goleta. Llevaba las muñecas atadas adelante y su largo cabello caía en desorden sobre sus hombros, ocultándole parcialmente el rostro de las miradas curiosas de la gente.
Algunas de las rameras la señalaban con dedos mugrientos y llegaban a tirarle cruelmente del cabello. Shanna se volvía furiosa y trataba de esquivadas, pero esta demostración de carácter sólo conseguía aumentar las burlas de las otras. Algunos hombres empezaron a pellizcarla en las nalgas y a gritarle sucios insultos, de muchos de los cuales Shanna no pudo entender el significado.
Cuando emergió del hacinamiento, Shanna ya no tenía el aspecto de una dama de alta cuna. Su vestido estaba desgarrado, los restos de una manga colgaban en andrajos de un hombro y sus pies descalzos estaban heridos por los guijarros y ampollados por la arena caliente. Sin embargo, caminaba con la indomable dignidad de una Trahern y dejaba que la cólera enmascarara el dolor y el miedo que sentía.
Casi se le escapó un suspiro de alivio cuando levantó la vista y vio el grande y blanco edificio que tenía delante. Una amplia veranda corría a lo largo del frente y de un poste colgaba un mascaron de proa tallado en forma de rolliza sirena. El lugar era sucio, miserable, necesitaba desesperadamente reparaciones, pero Shanna ya había adivinado que la mayoría de los habitantes de aquí eran pocos más que parásitos que hacían la menor cantidad posible de trabajo honrado.
Debajo de la sonriente sirena apareció un hombre monstruosamente enorme, tan alto como Pitney y la mitad de ancho, quien saludó a gritos a los vencedores. Su calva brillaba con sudor arriba de largas patillas que estaban peinadas en coletas adornadas con cintas de colores.
– ¡Han ido a la isla de Trahern, como dijeron, y veo que han regresado todos! -Rió regocijado mientras inspeccionaba las cajas y cofres que ellos dejaban sobre la veranda-. Y han traído algo de equipaje.
Un rápido tirón de la correa y Shanna fue empujada delante del enorme hombre. Se estremeció de disgusto cuando él le puso en el mentón una mano grande como un jamón y le hizo volver la cabeza a uno y otro lado, inspeccionándola como haría con una potranca.
– Una hermosa hembra sin duda, aunque Trahern me dejó poco con qué apreciarla. ¿Pero por qué la trajeron aquí? -preguntó Pellier sonrió taimadamente. -Es el fruto predilecto del huerto de Trahern, Madre, es la hija de él Ella nos hará ganar un montón de monedas.
– Ajá, si vivimos lo suficiente para disfrutado -replicó Harripen.
– A él le sería imposible hacer pasar por los arrecifes un barco lo suficientemente grande. Aquí estamos seguros -dijo Pellier.
El gigante apretó los labios y recorrió el horizonte con la mirada, evidentemente cada vez más nervioso.
– Seguramente que Trahern estará furioso -dijo en tono de preocupación. Después señalo a los prisioneros que se acurrucaban detrás de Shanna y dijo-: Podríamos necesitar más hombres si Trahern decide hacerse sentir. Traigan a la hembra adentro, compañero, y tomaremos unos tragos.
El sol se acercaba al horizonte y pronto la noche tendería su capa de terciopelo sobre la isla. Cuando la llevaron al interior, Shanna miró hacia atrás pero no vio señales de Ruark. Se preguntó, resentida, si él ya habría encontrado una moza en el muelle para pasar el tiempo.
Una corta escalera descendía hasta el salón de la taberna, donde fueron encendidas linternas para iluminar las tinieblas de la noche que se avecinaba. Las piedras grandes y lisas debajo de sus pies estaban frescas y eran un descanso después de la arena caliente. Pellier cruzó el largo y oscuro salón llevando a Shanna por la correa y se sentó con Madre en una laga mesa. Inmediatamente aparecieron dos mujeres que llenaron inmensos picheles de ale de barriles que había contra la pared. Harripen acarició el pecho bovino de una de las criadas y la miró sonriendo.
– Carmelita, estás bonita como siempre, amor mío. ¿Quieres tumbarte conmigo?
Una voz dijo, desde el fondo del salón:
– Ha apostado por ti, Carmelita. Y está tratando de ganar la apuesta.
Carmelita sacudió su cabeza oscura y puso rudamente un jarro en las manos del inglés, dejando caer una parte del contenido sobre los calzones de él..
– Eso refrescará tu entrepierna hasta que yo termine mi trabajo, bellaco hambriento. Yo me acostaré con quien me plazca y no es probable que seas tú, ganso esquelético.
Fuertes risotadas sonaron alrededor de la mesa hasta que Harripen hizo callar a sus compañeros con una mirada severa. Ansioso por demostrar sus propios progresos con las mujeres, Pellier rodeó con un brazo la cintura de Shanna y trató de atraerla hacia sí para darle un beso y acariciarla. Shanna giró y extendió los brazos con los puños cerrados, sólo con la intención de mantener lejos de ella ese cuerpo sudado y maloliente. El golpe lo alcanzó justo debajo de las costillas. Sorprendido, respirando con dificultad, el mestizo tropezó hacia atrás. Cuando luchaba por recobrar el equilibrio Shanna vio su oportunidad, le hizo una zancadilla y lo empujó Pellier cayó cuan largo era al suelo.
La más pequeña de las sirvientas, una muchacha que se había pichel acercado para llenar el pichel de Pellier, ahogó una exclamación de horror. Shanna empezó a comprender el peligro en que se había colocado con su acto. Las risotadas de los corsarios hicieron estremecer el lugar.
Ella se dio cuenta de que lo había avergonzado delante de todos.
Harripen dijo:
– Eh, Robby, levántate. No te quedes ahí solo en el suelo. Perdona a la moza.
La dignidad del francés estaba malamente herida, por no mencionar, su trasero sobre el cual había caído. Tenía los ojos inyectados, la cara escarlata por la ira. Las palabras sonaron ahogadas en su garganta.
– Tú, perra orgullosa, te enseñaré a obedecer como una mansa ramera y a venir cuando yo te llame.
Salvajemente tironeó de la correa de modo que Shanna casi perdió el equilibrio. La arrastró a medias y cruzó el salón hasta que llegaron a un, gran agujero abierto en el suelo. Pellier sacó un cuchillo de su bota y; cortó las ligaduras de Shanna. Luego metió de un puntapié una escalera en el agujero y le hizo señas de que descendiera.
– A menos, naturalmente, que desees que yo te ayude -la amenazó, pero Shanna se apresuró a obedecer.
Bajó al oscuro agujero y cuando llegó al fondo levantó la vista, preguntándose qué se esperaba de ella. La escalera fue retirada y ella vio que Pellier buscaba algo contra la pared. Una pesada reja de hierro cayó para cubrir el agujero. Desconcertada, Shanna miró a su alrededor. Desde arriba llegaba un poco de luz filtrada por el enrejado y pronto vio que estaba de pie sobre un montón de basura, justamente debajo de la abertura. ¿Pensaba Pellier asustada con el encierro y la oscuridad? La idea era ridícula, por supuesto, pues ella se sentía más aterrorizada por las repugnantes atenciones de él.
Un chillido en la oscuridad enfrió la confianza de Shanna como un chorro de agua helada. Una gran rata pasó entre sus pies. Los chillidos del animal provocaron risotadas de Pellier. Ansiosamente, Shanna se estiró hacia arriba para alcanzar el enrejado, pero el pirata hizo rodar un pesado barril para impedir que ella escapara. Shanna se volvió y vio varias ratas que acechaban desde el borde de la zona iluminada. Sus ojos brillaban curiosamente rojizos y malignos, como si estuvieran contemplando los últimos momentos de ella. Shanna se apartó de ellas y bajó un poco el montón de desperdicios.
El hedor del pozo la sofocaba y le provocaba náuseas. Shanna adivinó para qué usaban los piratas ese lugar. Las pequeñas bestias de ojos rojizos se volvían más atrevidas. Media docena o más ahora la observaban y se acercaban más cada vez que ella miraba hacia otro lado.
Shanna retrocedió otro paso y su pie se hundió hasta el tobillo en el cieno. Una rata corrió hacia ella y Shanna la apartó de un puntapié. Más roedores salieron de la oscuridad hasta que su cantidad se duplicó, y empezaron a avanzar todos juntos, como un solo cuerpo. A Shanna se le escapó un trémulo sollozo y debió retroceder hasta que el agua sucia le llegó a la rodilla. Una risa sardónica llegó de arriba y por la reja cayeron un trozo de pan y pedazos de carne.
– Aquí tienes, mi lady -dijo Pellier en tono burlón-. ¡He aquí tu cena! Es decir, si puedes impedir que la coman tus voraces amiguitas. y aquí hay algo para calmar tu sed. -Vertió ale por el enrejado, el cual cayó sobre las ratas que ahora se disputaban la comida que él acababa de arrojar-. No me eches mucho de menos. Tus amiguitas te harán compañía hasta que yo esté listo para ti.
Sus pisadas se alejaron del pequeño mundo de Shanna, quien, consciente de su hambre devoradora, miró en silencio a las voraces ratas. El ruido de las gotas de humedad condensada que caían le hacía sentir más sed. El hedor del pozo la hacía toser. Las ratas, buscando ahora cualquier último bocado, volvieron a mirarla. Algo rozó su pierna y Shanna se agachó y tomó un trozo de madera. Era firme y real, cosa que no parecía ser lo demás que la rodeaba. El hambre le corroía el estómago, la sed le quemaba la garganta, la fatiga erosionaba su voluntad, el miedo minaba su determinación.
Las ratas se acercaron al borde del agua; pero se mostraban reacias a aventurarse. Entonces una más atrevida que las demás saltó y empezó a nadar hacia ella. Shanna aguardó tensa y levantó el trozo de madera. ¡Un momento más! Con un sollozo, golpeó con la madera al animal con todas sus fuerzas, y después de frenéticos movimientos, no lo volvió a ver. Cautamente, las otras retrocedieron a una distancia más segura para observada con sus ojillos rojizos.
Shanna empezó a temblar violentamente y ni siquiera la derrota de la rata pudo animar su espíritu. Si por lo menos hubiera un lugar, seco y seguro, donde pudiera refugiarse. Blandió la madera. Las ratas seguían mirándola con ojillos malévolos y alerta. Ella quería llorar pero sabía que le aguardaba un desastre mayor si se mostraba débil. ¡ Estaba tan cansada! ¡Tan hambrienta! ¡Tan sedienta! ¡Tan débil!
Ojos malignos la miraban acechantes desde la oscuridad.
"¡Socorro! " gritó su mente. "¡Socorro! ¡Ruark!".
CAPITULO DIECISÉIS
Ruark había observado a Pellier llevándose a Shanna por la planchada y entre la multitud hasta que desaparecieron de vista. Entonces volvió su atención a los cuatro que estaban frente a él.
– Tengo cosas más importantes en que ocuparme que barrer ninguna cubierta -afirmó bruscamente.
– Vaya -rió el piloto -veo que quieres empezar por arriba. Bueno, hombre -los ojos del piloto se entre cerraron- para ser un capitán debes tener un barco y tienes que ser el mejor hombre de la tripulación. Pero tú nada has hecho salvo comer nuestra comida y beber nuestro ale.
Lentamente, Ruark retrocedió hasta que sintió la borda contra Su espalda. Su pie dio contra un cubo de arena que se mantenía al alcance de la mano para el caso de que se produjera algún incendio. Su mano dio contra un lugar donde se guardaban las cabillas. Los piratas no tenían pistolas pero tocaban, con evidente deleite, los mangos de los machetes que llevaban en sus cinturones. Ruark adivinó que Pellier había dejado órdenes que lo privarían de la parte de botín que le habían prometido. Un rápido final, sin duda, era lo que esperaba el mestizo. Pero este colonial tenía otros planes.
Sus ojos cayeron sobre la puerta entreabierta de la cabina del capitán y recordó las harinas que había visto allí cuando ellos lo interrogaron. Se apoyó en la borda y miró a los hombres. Había representado hasta ahora el papel de inofensivo cachorro, con la esperanza de que ellos relajaran su vigilancia. Debió de haber considerado que ellos eran chacales, dispuestos a devorar al indefenso. Ruark casi sonrió. "Veamos qué hacen los chacales cuando se enfrentan con un hombre de verdad", pensó.
No viendo nada que ganar si esperaba más tiempo, Ruark se agachó y con un rápido movimiento arrojó el cubo de arena a las caras de ellos. ¡Cuando los hombres, jurando y frotándose los ojos, retrocedieron! tropezando, él tomó rápidamente una cabilla del soporte y golpeó fuertemente con ella la cabeza del que tenía más cerca. A otro lo hizo doblarse en dos con un golpe debajo de las costillas y atajó el salvaje ataque del piloto quien había desenvainado su machete. La cabilla casi se quebró en dos pedazos al atajar el golpe del machete y Ruark, viendo que ya poco le serviría como arma, la arrojó a la cara del cuarto hombre, quien se agachó para esquivarla y chocó con el piloto. Ruark corrió entonces hacia la cabina y cerró la puerta tras de sí mientras varios cuerpos golpeaban del lado opuesto. Corrió el cerrojo y pasó los instantes que había ganado de ventaja en la búsqueda de un arma. Hizo a un lado una ornamentada espada de gala y puso la mano en el puño de un sable largo y corvo. Sacó la hoja de la vaina y el acero desnudo refulgió en la penumbra con un brillo cómplice. Aunque robusto, su equilibrio era tal, que apenas pesaba en su mano.
Ruark se acercó a la puerta y oyó los fuertes golpes. Entonces, en una pausa, descorrió el cerrojo y aguardó. La puerta se abrió violentamente y el peso de los hombres los hizo caer de cabeza dentro de la cabina. Ruark dio un punta pie en el trasero al último que entró. El piloto se puso de pie y cargó con un gran alarido y blandiendo su machete. La pesada hoja se dobló contra el moho del sable y se quebró contra un cofre de hierro. El sable, con la velocidad de una cobra, abrió el hombro del piloto y la delantera de su chaqueta. El hombre cayó hacia atrás.
El piloto miró su pecho donde una línea roja, delgada, empezaba a rezumar gotitas de sangre. Los otros se reunieron detrás de su líder como si su cuerpo los fuera a proteger de la amenazadora hoja del sable. Uno levantó vacilante su machete y Ruark se lo arrancó de las manos y pasó el borde mohoso de su sable por el antebrazo del hombre, donde dejó una línea roja de la que empezó a manar sangre. El pobre tipo gritó como si le hubieran arrancado el corazón. Aquí no había un cobarde desarmado que imploraba clemencia, como le habían dicho, sino un hombre vivo, peleador, decidido a no entregarse sin luchar.
El más pequeño de los cuatro decidió que ya había hecho bastante, cruzó corriendo la cabina y se arrojó contra las ventanas de la popa. Pero los gruesos cristales y los sólidos marcos estaban hechos para resistir la fuerza de los huracanes y el hombre rebotó hacia el suelo donde rodó gimiendo y sangrando por la cabeza y un hombro. Otro tuvo la previsión de abrir la ventana antes de marcharse por allí. Su éxito hizo que sus compañeros lo imitaran. El piloto saltó con una agilidad sorprendente para su edad y cuando Ruark se le acercó, el hombre que estaba en el suelo comprendió la conveniencia de una retirada inmediata. El también saltó al agua Y empezó a nadar hacia la costa.
Ruark se acercó a las ventanas para asegurarse de que se habían marchado y vio una silueta oscura, larga, que pasaba debajo de la popa del barco.
Una alta aleta cortó la superficie un momento después y el grito del piloto anuncio que el también había avistado al tiburón. El hombre se adelantó a sus hombres nadando frenéticamente hacia la costa y pronto todos desaparecieron en la marisma, dejando solamente cuatro huellas mojadas en la playa para señalar su paso.
Ruark ahora revisó la cabina con menos urgencia, aunque la necesidad de ir en pos de Shanna lo hizo apresurarse en su selección. Encontró un par de buenas pistolas en el escritorio del capitán y verificó la carga y los disparadores. Se maravilló ante la forma cómoda en que quedaron ajustadas por su cinturón. Un sombrero de ala ancha, de paja tejida estaba hecho con una perfección que rivalizaba con los sombreros de Trahern. Lo confiscó. Añadió un justillo de cuero sin mangas y tomó prestados una pipa de arcilla y un saquito de tabaco de un estante. La vaina del sable fue colgada de una faja sobre su hombro y, así equipado, Ruark salió a cubierta y por el muelle se dirigió a la costa. No había visto hacia donde habían ido los capitanes y sus hombres pero adivinó que estarían en el edificio blanco, que era el más grande que se veía por allí.
En el camino, a través de un laberinto de casas más. pequeñas, Ruark se vio objeto de muchas miradas, aunque nadie se movió para detenerlo. Las miradas de algunas de las mujeres eran más atrevidas. Por fin llegó frente a la posada y alzó la vista hacia el mascaron de proa que se balanceaba suavemente en sus soportes. De adentro llegaba el ruido de agitado jolgorio. Pellier pedía a gritos más ale y Ruark entró y se quedó en la sombra.
El lugar era un manicomio. Los olores de cuerpos sucios, sudados, hacinados en el salón, mezclaban se con los aromas del ale fuerte y de un cerdo que se asaba en el fogón. Madre dejó su jarro vacío y aguardo en silencio mientras a su alrededor continuaba el barullo. Cuando el gigante habló, dirigiendo su mirada hacia el rincón oscuro, surgieron a su alrededor murmullos airados y muchas manos fueron hacia las empuñaduras de sus armas.
– Ven y toma un trago con nosotros -dijo Madre-. Y dime por qué te quedas en la oscuridad.
Pellier dejó su jarro de un golpe y miró sorprendido cuando Ruark salió de las sombras y aceptó el ofrecido jarro de ale.
Ruark calmó lentamente su sed, suspiró y dejó el pichel. Su mirada recorrió la habitación. Sonrió con despreocupación y se encogió de hombros.
– No tengo la culpa de estar aquí -dijo- pero estos caballeros están en deuda conmigo. -Señaló a los capitanes-. No querría insistir con este negocio, señores -dijo disculpándose burlonamente- pero como ustedes saben, estoy sin un penique y parece que ni siquiera aquí hay nada que sea gratis.
Ruark notó que muchos ojos fueron al sable y a las pistolas cuyas culatas estaban muy cerca de sus manos.
– ¡Bah! -dijo Pellier-. Denle una o dos monedas de cobre y 1arrójenlo de aquí.
– ¿Monedas de cobre? -replicó Ruark-. Mucho más debió usted prometerle a su piloto. -Su tono era despectivo y burlón-. Nunca había visto un hombre con tanta prisa por arrojarse al agua. -Se dirigió, a los otros-. Me prometieron la parte de un capitán, si recuerdan bien, y puedo perdonar el intento de birlarme lo que me corresponde. Pero si yo no les hubiera advertido, ustedes habrían caído directamente bajo los cañones de Trahern. Ellos los habrían hundido con el solo peso del plomo mucho antes que ustedes se acercaran a la aldea.
– Tiene razón -dijo de mala gana uno de los capitanes inferiores-. El nos dijo la verdad.
– y si hubieran desembarcado donde no los veían, como sugerí yo -continuó Ruark- habrían llegado a la aldea y regresado con algo de verdadero valor.
Esto último no era del todo verdad porque él había estado en la atalaya de la colina y sabía que desde allí era visible toda la costa.
– ¡Ah, muchachos! -interrumpió Harripen-. No tengo estómago para esta disputa ociosa. -Sacó de su faja un saquito con monedas y lo arrojó a Ruark-. Aquí, siervo, encuentra una moza para divertirte.
Cuando el oro sea pesado te daremos la parte que te corresponde. Ruark tomó el saquito y calculó que contenía una suma no pequeña. Dio las gracias con un movimiento de cabeza pero Pellier resopló disgustado y volvió a su jarro.
Ante la palabra siervo Madre había puesto más atención y ahora se inclinó hacia el recién -llegado.
– ¿Siervo, has dicho? -Sus ojos relampaguearon a la débil luz de la linterna-. ¿Estabas en servidumbre con Trahern?
– Ajá -replicó Ruark-; fue una elección entre la horca o la servidumbre, de modo que me embarcaron de Inglaterra a Los Camellos. -Apoyó un hombro en un poste y estudió abiertamente a los hombres sentados alrededor de la mesa-. También tengo otra cuenta que arreglar, pero hay tiempo para eso.
Madre rió y lo saludó con su jarro.
– .Entonces tenemos algo en común -dijo-. Yo era siervo de Trahern hace muchos años. La muchacha apenas llegaba a la rodilla de su padre, entonces. -Bebió más ale y continuó-: Peleé con un hombre en una lucha limpia y lo maté. Trahern dijo que yo tenía que hacer su bajío además del mío hasta pagar la deuda del hombre. -Se hundió en su silla y con voz sombría, explico- trate de escapar y me capturaron. Me ataron a. una puerta de escotilla para azotarme como ejemplo. El capataz principal se sentía contento con su trabajo y cuando me hubo dejado la espalda ensangrentada, se ocupó de, mi pecho y golpeó más abajo:
Madre vacío el Jarro y 1o arrojo contra una pared.
– ¡Hizo de mí un maldito eunuco!: -Golpeó la mesa con el puño para acentuar la última palabra. Después se deslizó hacia abajo en su silla y su cuello desapareció entre pliegues de grasa. Casi como para sí mismo, dijo-: Pero él no me agarrará otra vez. No, no lo conseguirá. Harripen se puso de pie para estirar las piernas y al pasar rozó a Ruark con el codo y señaló con la cabeza al gigante.
– Es nuestra querida Madre -sonrió-. El cuida aquí del pueblo, es una especie de alcalde.
Ruark contempló al eunuco quien estaba llenando otro jarro. Madre no era lo que él había esperado, pero no hizo ningún comentario sobre ello. En sus viajes había visto a muchos hombres, pero estos bandidos hubieran hecho que los miserables encerrados en Newgate parecieran niños bien educados. Madre y Harripen actuaban amigablemente para los ladrones que eran pero él no dudaba que si su estilo de vida se veía amenazado, ellos se lanzarían contra el enemigo con la ferocidad de lobos hambrientos.
Ruark siguió observando. No vio señales de Shanna ni de los otros cautivos. Pero con Pellier presente ella no podía estar en peligro muy grande. Sin embargo, se hubiera sentido considerablemente más tranquilo sabiendo dónde se encontraba ella.
Pellier resopló y se puso de pie.
– ¡Bah! -exclamó-. Este ale me amarga las tripas. -Aferró el brazo de la tímida joven que servía a los capitanes y la hizo encogerse de súbito miedo-. Tú, estúpida, tráenos carne y vinos mejores.
La muchacha asintió rápidamente y se marchó para hacer lo que habían ordenado. Pellier volvió a sentarse y se frotó las manos. Fueron traídas fuentes rebosantes de cerdo y aves asadas y Carmelita llevó una botella de vino para Pellier y varias otras que puso sobre la mesa. Cuando ofreció una a Ruark, se inclinó sobre él y le sonrió seductoramente. Se alejó y regresó con una bandeja con finass copas de cristal. Nuevamente miró a Ruark y le sonrió.
– ¡Está contigo, muchacho! -rugió Harripen-. Pero cuídate, muchacho, esa hembra tiene su carácter.
Ruark no hizo ningún comentario pero decidió que ella era una persona a quien convendría evitar en presencia de Shanna. La mujer tenía cabellos negrísimos y piel oscura. Había en ella algo de española, aunque hablaba con un acento similar al de Harripen. Era bastante atractiva para un hombre que buscara una fácil conquista.
Pellier había observado ceñudo los provocativos modales de, Carmelita con el siervo.
Era una afrenta al orgullo del mestizo que ella nunca hubiera desplegado tanta ansiedad por él, y una razón más para. odiar al siervo. Carmelita dejó las copas junto a él y Pellier dejo abruptamente su plato para aferrarla, la hizo sentarse sobre sus rodillas y le acarició rudamente los grandes pechos.
– Ven, Carmelita -dijo Pellier-. Comparte un poquito de eso con un viejo amigo.
Ella apoyó con fuerza su talón sobre el empeine de él, se apartó un poco y le aplicó una sonora bofetada. Pellier quedó atónito mirándola con la boca abierta.
– ¡Viejo amigo! ¡Ja! -se burló ella-. Vienes a mi puerta y la aporreas con tus puños. ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! -Carmelita, con las piernas separadas, agitaba furiosa un puño hacia Pellier-. Me cuentas todos los duelos que tuviste y todos los hombres que mataste, y después te quedas dormido, borracho. -Se le rió en la cara enrojecida y agito flojamente una mano hacia los demás-. ¡El es como el pulpo pequeño que atrapa a un pez grande y no sabe qué hacer con él! ¡Bah!'
Lanzó este último insulto al francés por encima, del hombro después se acercó a Ruark, tomó de manos de él una botella abierta, y sirvió el vino antes de ponerle a él en la boca un trozo escogido de carne
Un extraño sonido vino desde Pellier y Ruark se volvió y miro asombrado. El mestizo había aferrado toda una articulación de cerdo y estaba arrancando vorazmente la carne con los dientes. Masticaba con la boca abierta, bebía un sorbo de vino y después repetía el procedimiento. Ruark miro con incredulidad cuando el hombre se metió en la boca tres bananas maduras y las tragó sin masticar.
Harripen rió.
– Es un bastando de Saint Domingue -dijo-medio francés, medio indio. Aquí trató de hacerse pasar por una persona bien, nacida pero como puedes imaginar, sus modales en la mesa lo delatan. -Después de un momento, Harripen continuó: Pero si Robby es torpe con su comida, en cambio es muy hábil con el acero. Esto todos lo sabemos. Y por eso él está aquí. Ha atravesado con su acero a demasiados franceses en Saint Domingue. Los franceses le hubieran retorcido el cuello una docena de veces. Y si se conociera la verdad, tres docenas de veces. -El -inglés bebió un sorbo de ale y miró a, Ruark-. También le desagrada cualquiera que sea joven y lo suficientemente apuesto como para desafiarle sus derechos con las mujeres. -Harripen rió -. Aja, tenemos aquí algunos tipos raros, y esto es la crema de nuestra pequeña colonia. Espera a conocer a los demás..1
Ruark decidió que tenía paciencia para esperar toda una vida. Ahora, todo lo que quería en el mundo era saber dónde este animal había puesto a Shanna. Probó el vino, un denso tinto italiano, y se preguntó brevemente de qué barco de carga habría sido robado. Sin volverse, dirigió una pregunta a Harripen.
– ¿Cómo arreglan las diferencias aquí? Si hay una discusión sobre algo que dos reclaman al mismo tiempo ¿cómo se decide a quien pertenece?
Harripen rió y gruñó. -Un duelo, amigo mío. Y si es a muerte, el ganador se queda con todo. Por eso Pellier es el más rico de todos nosotros. El ha matado más que ningún otro.
Ruark asintió. Eso era todo lo que necesitaba saber. Se estiró perezosamente, como un gato sin prisa, pasó una pierna sobre el respaldo de una silla y empezó a mirar a los piratas, uno por uno, hasta que ellos empezaron a sentirse incómodos. Cuando la tensión hubo llegado a un nivel aceptable, Ruark rompió el silencio.
– Bien, compañeros, ustedes sigan perdiendo el tiempo con sus copas mientras se está haciendo demasiado tarde.
Hasta Pellier se detuvo y 1o miró intrigado.
– ¿Cuánto tiempo le darán a Trahern para que los cace?
Hubo murmullos de desconcierto y mucho intercambio de miradas porque todos encontraban la pregunta de Ruark ofensiva y confusa.
– Quiero decir -explicó lentamente Ruark, agitando despreocupadamente una mano que sería prudente avisar a Trahern que, ustedes tienen a su hija y que ella está sana y salva. Quizá se le -debería comunicar cuánto tiene que pagar para rescatarla. Veamos-se frotó una mano con un puño-, ella valdría, quizá… cincuenta mil libras. -Se había apoderado de la imaginación de los piratas y muchos ojos brillaron alrededor de la mesa-. Eso bastaría para asegurarle una vida cómoda a cualquiera de ustedes, después, por supuesto, de pagarle un diezmo a Madre por su refugio y quizá unas mil libras a mí. -, Estos hombres entendían la codicia y, en realidad, sospecharían de un hombre que no pidiera su parte. Pero Ruark se apresuró a añadir-: Mi parte sería pequeña pues yo solamente les enseñé el camino para llegar y ustedes fueron quienes la capturaron.
Hizo una pausa y los observó atentamente.
– Pero yo conozco a Trahern -añadió cautamente-. El saldrá en pos de ustedes con todas sus fuerzas y será difícil negociar cuando los tenga bajo sus cañones.
Aunque Pellier le había vuelto la espalda y fingía no escuchar, los otros atendían cuidadosamente todo lo que Ruark decia.
– Si alguno de los prisioneros deseara regresar, se podría enviar un mensaje con él. -Hubo un murmullo general de aprobación, y Ruark continuó, con aire inocente-: ¿Dónde están los hombres?
Antes que los otros pudieran decir nada, el capitán mulato fue al fondo de la habitación, retiró una barra de una gruesa puerta de roble la abrió completamente.
– Fuera, cerdos cobardes -gritó, y se hizo a un lado
Los tres hombres que habían sido capturados con Shanna aparecieron, parpadeando ante la luz. Ruark se acercó y los inspeccionó, uno a uno. Después se volvió, separó las piernas, apoyó las manos en sus caderas, y preguntó:
– ¿Y dónde está la joven?
Pellier resopló. – ¡Ah, maldito! ¡Ahora lo ven! El quiere verla otra vez. Ese fue su juego todo el tiempo..
Del grupo se elevaron gruñidos de cólera pero la voz de Ruark estalló como un látigo.
– Ajá, tonto.
Pellier quedó rígido en su silla al oír el insulto.
– Hay que enviar a estos a Trahern para que le digan que la muchacha está viva. ¿Dónde está ella?
– La perra está donde aprenderá a ser una buena esclava -rugió: Pellier-. Yeso no es asunto tuyo. I
– Cuando Trahern -dijo Ruark- sepa que ella está viva y sana ¡nosotros estaremos seguros. Pero antes no. Si él tuviera alguna duda, arrasaría completamente este lugar.
El mestizo apoyó un pie sobre la mesa, se echó hacia atrás, y miró despectivamente a Ruark.
– Eres un tonto si crees que tú vas a gobernar esta isla -dijo
Ruark entrecerró peligrosamente los ojos. Estaba por desafiar abiertamente al hombre cuando oyó un ruido de algo que caía en el agua y un gemido apagado. En ese mismo momento Ruark vio que la mirrada de su oponente iba hacia la reja sobre la cual había un enorme barril Ruark soltó un juramento y cruzó corriendo el salón.
– ¡Maldito maníaco!
Con el rostro contorsionado por la ira, Ruark pateó el barril y lo envió rodando por el suelo hasta que se detuvo contra la pared.
,
– ¡Harás que nos cuelguen a todos por tus locuras! -gritó con indignación.
Empuñaba una pistola, con la cual disuadió a cualquiera que tuviera intención de interferir. Pero nadie parecía ansioso por detenerlo. Ciertamente, Harripen miraba a Pellier y parecía regodearse anticipadamente pensando en un derramamiento de sangre. Como si fuera una, liviana mesa de juego, Ruark aferró el enrejado y lo arrojó a un costado. De abajo llegaron chillidos y ruidos y después silencio. Sin dejar de vigilar a los piratas, Ruark llamó:
– ¿Mi lady?
Un ruido en el agua y Shanna apareció tendida sobre la pila de desperdicios. Un gemido de dolor se le escapó cuando rodó sobre sí misma y él pudo ver el rostro pálido en la penumbra, contorsionado por miedo. Shanna abrió grandes los ojos cuando lo reconoció, se puso de pie y sollozó el nombre de él. Ruark soltó una maldición y su mirada furiosa recorrió los rostros alrededor de la mesa y se detuvo amenazadora en Pellier. Se juró que esto alguien tendría que pagarlo.
Dobló una rodilla, dejó la pistola apoyada en el borde del agujero y tomó una de las manos de ella que se tendían hacia arriba en silenciosa súplica. Shanna aferró con ambas manos la muñeca de él y él la levantó como si ella fuera una pelusilla de cardo hasta que la depositó sobre el suelo de piedra. Ella se aferró a él, temblando, sollozando suavemente contra su pecho. Entonces vio las caras voraces de los piratas que la miraban y resueltamente se apartó de Ruark para quedar de pie ella sola, sin ayuda. Sin embargo, el esfuerzo fue demasiado para sus miembros trémulos y, como una marioneta cuyos hilos fueran súbitamente cortados, cayó lánguidamente al suelo. Sus sollozos apagados parecieron quemar la mente de Ruark. El no quedaría satisfecho hasta haber saboreado la venganza.
– ¿Ves? -dijo Pellier, riendo burlonamente_. Ella ya ha perdido mucho de esa altanería Trahern.
– Veo que eres incapaz del más simple de los razonamientos -replicó Ruark-. ¿No te das cuenta de que una pieza valiosa debe ser guardada con cuidado?
– Hazte a un lado, bellaco -repuso Pellier-. Quiero ver cómo la ha pasado la perra Trahern..
Shanna levantó la cabeza y dirigió al pirata una mirada cargada de odio.
Ruark se hizo a un lado y permitió que el hombre contemplara a Shanna, pero hizo un llamado al resto de los piratas.
– Es seguro que Trahern pagará el rescate, pero cuando vea así a su hija, encontrará el modo de acabar con todos ustedes.
Los piratas lo miraron fijamente pero se cuidaron de indicar que estaban de acuerdo. El peligro de provocar la ira de Pellier era muy grande.
Pellier se puso de pie y se ajustó los calzones.
– Creo que la dama necesita un poco más de pozo -dijo.
– ¡Ruark! -El gemido de Shanna brotó semi ahogado por el miedo y ella aferró frenéticamente una pierna de Ruark y se apretó contra él.
– Vaya, mi lady -dijo Pellier, burlón-. ¿Acaso su alojamiento no le resulta agradable? -Se acercó unos pasos pero después se detuvo como para reflexionar-. Quizá las sábanas no estén tan limpias como a usted le gusta. -Su voz se convirtió en un áspero gruñido. O quizá sus pequeñas amigas son para usted una compañía más agradable que nosotros;
– Entonces rugió-: ¡Vuelve a tu agujero, perra!
Con esta orden, avanzó para aferrar a Shanna pero ella corrió al ponerse detrás y varios pasos más allá de Ruark. Pudo ser que Pellier simplemente no creyera que otro hombre se atrevería a interferir. Cualquiera que haya sido la causa, ignoró a Ruark y eso fue su caída.
No vio el pie que se proyectó hacia adelante y le hizo una zancadilla. De todos modos, nuevamente probó la dureza del embaldosado de piedra, esta vez con la cara
Un silencio mortal cayó sobre el salón; los que miraban contenían el aliento aguardando lo que sabían que vendría. Pellier rodó sobre, sí mismo, escupiendo polvo, y sus ojos oscuros y llameantes se posaron en Ruark. El colonial se apoderó de una silla y la hizo girar para apoyar su pie sobre ella. Se inclinó hacia adelante, apoyó un codo en la rodilla sacudió la cabeza y habló en tono de reprimenda.
– Aprendes muy lentamente, amigo mío. Yo tengo más derechos que tú sobre la joven. Fui yo quien la veía pasearse de un lado a otro mientras sudaba trabajando para su padre. Fui yo quien los guié a ustedes
hacia la isla. Y si no hubiera sido por mí, ahora estarías sirviendo, de alimento a los peces en el fondo del puerto de Trahern.
La mirada de Pellier pasó a Shanna, quien se refugió detrás de Ruark. Deliberadamente, Pellier se puso de pie y se sacudió el polvo de sus ropas. Ahora estaba extrañamente calmo y había en él una aura de muerte.
– Me has tocado dos veces, siervo -dijo con aire arrogante.
– Para educarte, buen hombre -replicó Ruark y sus palabras fueron como latigazos para el orgullo de Pellier-. A su debido tiempo te enseñaré a respetar a quienes son superiores a ti.
– Me has fastidiado desde el principio -dijo Pellier, luchando por mantener el control de su carácter-. ¡Eres un cerdo! ¡Un cerdo colonial! Nunca me gustaron los coloniales.
Ruark se encogió de hombros ante el insulto y declaro simplemente:
– La mujer es mía.
– ¡La perra Trahern es mía! -aulló Pellier, perdiendo completamente el control. ¡Esto era demasiado! El no podía permitir nuevas erosiones a su posición si quería conservar el dominio que ejercía sobre los demás piratas.
Se abalanzó con la esperanza de tomar desprevenido a su contrincante, pero la silla le golpeó dolorosamente las espinillas.,En seguida Ruark 1o, tomó de la camisa y lo levantó en el aire lo abofeteó con la palma1a en una mejilla y con el dorso de la misma mano, en la otra.
Ruark sacudió al aturdido pirata hasta que los ojos del hombre dejaron de bailar.
– Creo que una bofetada es un desafío -le informó a Pellier en voz tan alta como para que oyeran todos los demás-. La elección de armas es tuya.
Ruark soltó a Pellier, quien se tambaleó hacia atrás hasta chocar con la mesa. Con el rostro enrojecido, enderezó su chaqueta de un tirón. En sus ojos apareció un brillo calculador cuando empezó a considerar las armas que tenían a mano. Las pistolas estaban colgadas en el respaldo de una silla, listas, tentadoras, pero él había oído hablar mucho de la buena puntería de los coloniales.
– Tienes un acero, cerdo -gruñó-. ¿Sabes usado? -El había matado a demasiados hombres con su espada para dudar de su propia destreza.
Ruark asintió, arrimó la silla a la pared y condujo a Shanna hasta allí: Sacó sus pistolas, las amartilló a ambas y las dejó sobre Un barril, bien a su alcance. Por un momento bajó la mirada hacia ella. Shanna hubiera querido decirle alguna palabra amable en lo que podía ser la última oportunidad, pero todavía sentía hacia él un rencor que le sellaba los labios. No pudo mirado a los ojos.
Carmelita se apoyó contra la puerta del cuarto trasero, con la mirada ansiosa de ver sangre. Detrás de ella se acurrucó la muchacha flaca, con el rostro desprovisto de emociones, manteniendo cuidadosamente su lugar. Los otros piratas se prepararon para el espectáculo y la mesa fue empujada hacia un costado para hacer lugar para el duelo. Se hicieron apuestas y mucho dinero cambió de manos. Solamente Madre se abstuvo. El estudiaba atentamente al hombre mas joven.
Ruark sacó la vaina de su faja y la sostuvo en su mano. Una funda suelta, floja, había traído la muerte a más de un buen espadachín y era, en sí misma, un arma efectiva. Cuando desenvainó el sable, el acero brilló con un color azulado y Ruark se alegró de haberse tomado el tiempo suficiente para elegir un arma buena.
Los ojos de Ruark se encontraron con los de Harripen cuando el inglés cambiaba piezas de oro con el holandés.
– Lo siento, muchacho -rió el inglés con un encogimiento de hombros-. Pero tengo que recuperar mis pérdidas. La bolsa que tú tienes irá para el ganador con todas las posesiones del perdedor.
El hombre completó gustosamente su apuesta. Solamente Shanna estaba angustiada por el inminente acontecimiento. Su mirada seguía cada movimiento de Ruark. En su mente exhausta, un millar de pensamientos se perseguían en tremenda confusión. Este hombre que se disponía a defenderla era el mismo con quien ella había compartido momentos de pasión y a quien había hecho expulsar de su lado. Su ira parecía solamente un recuerdo de días pasados, ahora irreal e irracional frente a la ansiedad que por él sentía.:
La ligera espada de Pellier no podía rivalizar con el sable. Por lo tanto, Pellier se apoderó de un machete que colgaba con sus pistolas en el respaldo de su silla. Era un arma ancha, pesada algunos centímetros más corta que el sable que tenía Ruark.
– ¡Un arma de hombre! -dijo Pellier en tono burlón-. Hecha para matar. ¡A muerte, siervo!
De un salto, se lanzó inmediatamente al ataque. Su embestida, fue – intensa y traicionera, pero Ruark adoptó una posición cómoda y, detuvo con facilidad cada golpe. Demasiado tiempo habíase visto obligado a depender de las decisiones de otros para sobrevivir, pero ahora podía apoyarse en su propia destreza. Pronto empezó a atacar, y se dio cuenta de. que su contrincante no era ningún neófito. Pellier mostrabase decidido, pero a medida que sus aceros se encontraron una y otra vez, Ruark empezó asentir la falta de firmeza en el brazo del otro. Lanzó cuatro rápidos ataques y, como por arte de magia, apareció un pequeño corte en la chaqueta de Pellier. El hombre retrocedioo sorprendido.
El machete era un arma para matar pero también era pesado y la fabricación basta. El filo rebotaba contra el fino acero del sable. La victoria no iba a ser tan rápida como había esperado Pellier esfuerzo de sostener el pesado, machete empezaba a hacerse sentir.
Ruark vio una abertura, atacó profundamente y bajo desde el costado e hirió a Pellier en un hombro. Un corte superficial, pero Ruark retrocedió, dispuesto a dar cuartel. Pero Pellier aferró su acero, con ambas manos y se abalanzó. Shanna se estremeció de miedo pues pensó que vería a Ruark rebanado en dos, pero él atajó el golpe con su sable. El fino acero resistió. Por un momento los hombres estuvieron frente a frente, tocándose casi las narices, con los aceros, cruzados sobro sus cabezas y los músculos tensos. Pellier retrocedió rápidamente, Ruark saltó hacia atrás para eludir un golpe dirigido a su vientre.
Ahora el combate se volvió cansador. Las armas se encontraban en fortísimos golpes. Pellier embestia y Ruark detenía las arremetidas. En un momento, la hoja del machete se enganchó, en el borde cóncavo del sable y, ya debilitada, se quebró cuando Pellier trató de liberar1a. Sorprendido, el pirata retrocedió varios pasos y quedó mirando la empuñadura mutilada de su arma. Arrojó al suelo el inútil objeto y abrió las manos como si se reconociera derrotado. Atacarlo en ese momento, hubiera sido un asesinato y Ruark asintió con la cabeza y empezó a envainar su sable.
El grito de Shanna lo alertó. Levantó la cabeza en el momento en que la mano de Pellier se separaba de su bota empuñando un largo estilete Pellier levantó el brazo para atacar. Ruark estaba demasiado lejos para golpear, pero blandió el sable y la vaina voló y golpeo al pirata en la cara. Pellier soltó una maldición, tropezó otra vez y su cuchillo cayó al suelo. El francés se recobró, miró a Ruark y entendió lo que decía su mirada.
Rápidamente le entregaron un fino estoque y Pellier empezó a defenderse con toda la habilidad de que era.capaz. Ruark ya no sonreía ni disfrutaba del juego. Comprendía las reglas. ¡A muerte! Su ataque se volvió implacable. Ruark hubiera podido penetrar la ligera defensa pero eso lo habría dejado al descubierto, imposibilitado de enfrentar con su sable más pesado la velocidad del liviano estoque.
Su acero relampagueó como fuego azul cuando tocó el dePellier. Ruark no dejó que su oponente embistiera. Su expresión era severa y empezaba a sentir el esfuerzo de su brazo, pero siguió sin dar cuartel. Ahora un corte abrió la delantera de la,camisa de Pellier. Otro golpe 1o hirió en el muslo y una sangre roja y oscura tiñó sus pantalones. Después 1o alcanzó debajo del brazo. En un instante la punta del acero se hundió y el sable vibró con la fuerza del golpe. Pellier cayó hacia atrás, llevándose consigo el arma de Ruark. Su cuerpo se retorció en el suelo y en seguida quedo inmóvil.
Ruark miró a su alrededor las caras asombradas de los bandidos. Ninguno lo desafió. Después de un momento, retiró su sable y 1o limpió en la corta chaqueta de Pellier. Lo envainó y volvió a mirar a los demás. Madre seguía sentado, inmóvil, en su extraña pbstura encorvada.
– Un arma estupenda -declaró Ruark.,.-. Me ha sido útil.
– Madre asintió con la cabeza.
– Me pregunto si comprendes el resto de esto.
Ruark se encogió de hombros. Harripen se levantó y palmeó a Ruark en el hombro.
– ¡Una buena pelea, muchacho! Y has ganado bastante. El Good Hound es tuyo, por supuesto, y todas las pertenencias de Robby, y su parte del botín y -se volvió y.miró a sus compañeros-. ¿Qué dicen ustedes? ¿Creen que él se 1o ha ganado?
Fuertes risotadas y un coro de afirmaciones respondieron al inglés.
– ¡Un acto de justicia! -gritó Madre-. ¡El esclavo de Trahem tendrá a la hija de Trahern!
– ¡Que así sea, entonces! -anunció Harripen-. Tendrás a la muchacha hasta que sea pagado el rescate.
Trajeron nuevos picheles de ale y Ruark rió. Brindaron por su victoria mientras el cuerpo de Pellier era sacado sin ceremonias.
Cuando Ruark regresó a su lado para tomar sus pistolas, Shanna no pudo disimular su gratitud y logró dirigirle una trémula sonrisa.
Ruark fue al rincón donde estaban los otros tres prisioneros y preguntó:
– ¿Quién de ustedes tiene algo que decir?
Ninguno respondió. Se miraron unos a otros.
– ¡Ajá! Prefieren la esclavitud a ser libres aquí -dijo Ruark, y a continuación preguntó-: ¿Si los dejamos marcharse, dirán al hacendado que su hija está sana y salva y que será retenida como rehén hasta que él pague el rescate?
Los tres asintieron ansiosamente con la cabeza y provocaron una carcajada despectiva de Madre.
– Tontos, preferir a esto el yugo de Trahern.
– Los enviaremos en la balandra mañana al amanecer -ofreció Harripen-. Hasta entonces, dejemos que los pobres muchachos coman algo. ¡Y también la muchacha! Lo necesitará si es que este toro va a j montada.
Shanna dirigió al hombre una mirada furibunda pero aceptó el plato que le trajo la muchacha flaca.
Harripen encontró una pieza de seda rojo brillante y con su cuchillo cortó un trozo largo de tela. Con muchas risas y ceremonias él y el holandés hicieron un lazo en un extremo de la seda y lo colocaron alrededor del cuello de Shanna. Entonces la llevaron junto a Ruark y entregaron el otro extremo al vencedor del duelo. Ruark se prestó al juego, abrazó fuertemente a Shanna y la besó en la boca. Shanna se estremeció en muda protesta ante estas demostraciones en público, pero Ruark la levantó y la cargó sobre un hombro.
Siguiendo las indicaciones de Harripen, Ruark la llevó escalera arriba al alojamiento que había estado reservado para Pellier. Sus compañeros hicieron ademán de seguirlo pero Ruark los detuvo y los obligó a dar media vuelta. Cuando ellos se fueron, Ruark cerró la puerta, la trancó con la gruesa barra y se apoyó en ella con un suspiro de alivio.
En la oscuridad de la habitación, Shanna quedó donde estaba, sin atreverse a mover. Su nariz fue asaltada por el olor fétido del lugar, lo cual le hizo recordar la pesadilla del pozo de basura. Presa de pánico, se apretó contra Ruark. El le rodeó los hombros con el brazo para tranquilizarla.
– La pocilga de Pellier -comentó él desdeñosamente-. Buscaré, una vela. Quizá no es tan malo a la vista como indica el olor. ¿Quieres sentarte? -preguntó cuando sintió que ella se tambaleaba.
Shanna se estremeció.
– No me atrevo hasta no ver que hay aquí.
– Sí -dijo Ruark-. Me temo que en Mare's Head hay algo muerto y nosotros lo averiguaremos.
Después de hallar un cabo de vela, Ruark consiguió encenderlo un suave resplandor se extendió por la habitación.
El cuarto era un caos de ropas desparramadas, botellas vacías y varios cofres y barriles, sin duda parte del botín tomado en las correrías del pirata. Una ornamentada cama de cuatro postes tallados parecía flotar en un mar de basura. Un alto armario estaba abierto y en él veíanse telas de seda y satén descuidadamente amontonadas. Ninguna silla estaba vacía, todas estaban ocupadas por diversos objetos. Unas cortinas de rojo terciopelo, polvorientas y desgarradas, cubrían las ventanas. Una enorme bañera de porcelana contenía restos de botellas y frascos que habían sido arrojados en esa dirección. Había varios espejos en las paredes, todos mirando hacia la cama. Una bacinilla parecía la fuente de los malos olores.
Shanna sintió náuseas y desvió el rostro para no ver el repugnante desorden pero Ruark emprendió acciones más positivas. Descorrió las cortinas Y abrió los postigos para dejar que las brisas oceánicas entraran en la habitación, y arrojó la bacinilla por la ventana. La siguieron frazadas y sábanas sucias y pronto una alta pila de ropas de Pellier, reconocibles por su olor, empezó a formarse debajo de la ventana. Las botellas de la bañera se estrellaron contra las piedras del patio, todo lo que podía amenazar la comodidad fue arrojado fuera de la habitación. Ruark pasó el brazo sobre la mesa y envió los restos resecos de muchas comidas a una sábana que había sacado de la cama. Hizo un lío con la sábana y otras prendas y arrojó todo al patio. Aunque el aire todavía ofendía los sentidos, por lo menos ahora era respirable. Ruark sopló dentro de una jarra que estaba sobre el lavabo y levantó una nube de polvo.
– Parece que Pellier sentía aversión al baño -comentó.
Shanna se estremeció de asco. Ansiaba poder darse un baño y gozar de la comodidad de una cama limpia para su cuerpo agotado. Ruark la contempló con compasión, pero en el salón del piso bajo parecía reinar un silencio expectante. Ruark se acercó a Shanna y cuando ella 1o miró, hizo su petición.
– Grita.
Shanna lo miró sin comprender.
– Grita. Y fuerte -ordenó con firmeza.
Pero Shanna siguió muda, mirándolo fijamente.
Casi con placer, Ruark tomó la suave tela que cubría los pechos de ella y desgarró la bata todo a lo largo.
Y ahora, dando rienda suelta a toda la rabia, los miedos y las frustraciones contenidas, Shanna dio un alarido que hizo temblar los espejos. Se detuvo para tomar aliento y volvió a gritar. Esta vez Ruark se adelantó y le tapó la boca con una mano. Inmediatamente oyeron la tempestad de risotadas que estalló en el salón de abajo.
Ruark la abrazó con fuerza y Shanna sintió que él reía por lo bajo.
– Eso les dará algo en que pensar por un rato.
Pero algo del espíritu de Shanna había revivido. Furiosa, se aparto de él
– ¡Quítame las manos de encima!-dijo-. Búscate una mujerzuela si quieres jugar, pero yo no haré el papel de obediente esposa.
Ruark apretó la mandíbula y no dijo nada. Shanna se movió hasta1 que la cama quedó entre los dos, y trató de cerrar los restos desgarrados de su bata en un impulso de modestia.
– Eres un mujeriego -dijo ella y lo miró, trémula de ira y fatiga-. Tan fuerte, tan viril tan talentoso en la cama. ¿Crees que yo me quedaré haciendo girar mis pulgares mientras tú te acuestas con todas las mujerzuelas que se te ofrezcan?
– ¿De qué estás hablando? -dijo Ruark, herido en su orgullo-. ¡Yo debo limitarme a contemplarte mientras tú flirteas con todos los hombres, y ni siquiera puedo gritar que eres mía!
– ¡Tuya! -Shanna lo miró con incredulidad y dio un paso hacia él-. ¿Me consideras tu esclava? -Arrancó de su cuello la banda de seda roja y la pisoteó con furia-. Esto hago con tu collar de esclava, Ruark Beauchamp. Yo no soy tuya.
– ¿Debo tolerar que te manoseen y callarme la boca? -replicó él. Se quitó el chaleco y lo arrojó al otro extremo de la habitación. ¡Maldición, mujer! ¡Tú eres mía! ¡Mi esposa!
Sus palabras parecieron inflamar a Shanna.
– ¡Yo no soy tu esposa! -gritó-. ¡Soy viuda! Y no estoy dispuesta a seguir soportando tu errática lujuria.
– ¡Mi errática lujuria! -Ruark rió cáusticamente-. Te he visto menear las caderas delante de los hombres y hacer que ellos te siguieran, babeándose de anticipación. Sí, tú debes sentir la necesidad de exhibirte ante un establo de ardientes pretendientes y te debe resultar muy difícil limitar tus atenciones a tu marido.
Shanna abrió la boca, atónita, pero en seguida se recobró.
– ¿Tú me acusas a mí, cuando vagabundeas por las colinas como un macho cabrío y te acuestas con todas las mozas que se muestren dispuestas: ¿Por qué no podré librarme de ti? ¿Nunca terminará tu persistencia?
– ¡Bien que trataste de librarte de mí! -replicó él-. Pero el bueno de Pitney no es un asesino. De modo que aquí estoy, para seguir tu juego una vez más. Maté a un hombre por ti y tú no me lo agradeces. ¡Demonios! Seguramente hubieras preferido verme muerto si no hubiese sido por tu miedo a que otros abusaran de ti.
– ¡Eres un malvado! -sollozó ella-. ¡Un engendro de Satanás enviado para atormentarme!
– ¡No, Shanna! -dijo él enérgicamente. La ira puso luces doradas de color ámbar. La tomó de los hombros, sin mucha gentileza y la sacudió con violencia-. No, Shanna, Soy yo quien a sentido dos veces la mordedura de tu traición. Tu marido legítimo, de quien quisiste deshacerte… no dentro de la ley si no ensangrentando tus manos. Tú serás mi esclava.
Shanna abrió la boca pero el no la dejo hablar.
– serás mi esclava cuando haya otras personas presentes. Me obedecerás. Te mostrarás dócil y obediente delante de esos bribones. -Señaló hacia la puerta con la cabeza-. Y si me desobedeces, te trataré como a una esclava rebelde. ¿Comprendes? -La sacudió nuevamente, pero con más suavidad-. Serás mi esclava mientras estemos aquí.
Shanna lo miró sin expresión mientras él esperaba una respuesta, y en el silencio de la habitación resonaron con fuerza unos tímidos golpes en la puerta. Ruark miró por encima de su hombro, furioso por la interrupción, y después volvió a mirar a Shanna. La cabeza de ella cayó a un lado. Olvidada de su bata abierta, Shanna no tuvo más fuerzas para seguir de pie y hubiera caído si él no la hubiese sostenido.
La cólera de Ruark se disipó, y con delicadeza, la depositó sobre una silla, donde ella quedó inmóvil. Ruark cubrió la desnudez de ella con una manta y se dirigió hacia la puerta.
Desenvainó el sable, descorrió el cerrojo y abrió. Gaitlier estaba allí cargando dos cubos de madera llenos de agua. Bajo la firme mirada de Ruark, el hombre pareció encogerse y se apresuro a dar una explicación, mirándolo sobre sus gafas cuadradas.
– Señor… ah… yo era el sirviente del capitán Pellier y ahora me dicen que el amo es usted. Traigo agua, capitán. ¿Quizá desee tomar un baño?
Ruark le indicó bruscamente que entrara y el hombre se apresuró a obedecer. Ruark no dejó de vigilado, bajó su sable y se apoyó en él.
– ¿Cómo llegó a convertirse en pirata, hombre? -preguntó-. Usted habla como una persona educada.
Gaitlier se detuvo y lo miró vacilante.
– Yo era maestro de escuela en Saint Domingue -dijo-. Enseñé al capitán Pellier en su juventud, aunque él no aprendió mucho. Hace varios años me encontraba en un barco pequeño, camino a Inglaterra, cuando él se apoderó del barco. -Se detuvo y se frotó nerviosamente las manos-. Para él, capitán Ruark, fue un placer convertirme en su esclavo. -Señaló con la cabeza a Shanna-. Hay otras como ella, traídas aquí a la fuerza y obligadas a quedarse. -Gaitlier soltó un largo suspiro-. ¿Deseará algo más esta noche, señor?
Ruark señaló con un ademán toda la habitación. -Quizá mañana usted se haga tiempo para limpiar esta habitación. El lugar no es adecuado para alojamiento de un hombre y mucho menos para una dama, que no está acostumbrada a vivir en una pocilga.
– Muy bien, señor. Me ocuparé de que sea fregado y limpiado. Y si necesita una criada, la muchacha Dora estará dispuesta a trabaja para usted por un par de monedas de cobre.
Cuando Gaitlier se marchó Ruark dirigió su atención a la cama. Pellier no se había privado de comodidades. Ruark arrojó por ventana dos colchones de pluma hasta que encontró debajo uno que parecía bastante limpio. Sacó sábanas limpias de un arcón, las puso sobre la cama y las extendió lo mejor que pudo. Su anterior educación no le había preparado para tender una cama.
Finalmente acercó un cubo a los pies de Shanna. Retiró delicadamente la manta y las ropas sucias y las arrojó por la ventana. Mojó un paño en el agua tibia, levantó la cara de Shanna y la lavó con cuidado no rozar indebidamente las mejillas quemadas por el sol. Cuando le lavaba las manos y los brazos, su expresión se endureció al ver las marcas rojas alrededor de las muñecas y los magullones que habían dejado los crueles golpes y pellizcones de sus captores. Por lo menos, a uno de esos canallas lo había enviado merecidamente al infierno.
Colocó los delicados pies dentro del cubo y lavó la suciedad acumulada en las pantorrillas y muslos. Después la secó. Por un momento fugaz, dejó que su mirada se detuviera en una anhelante caricia. Aunque ella había sido groseramente maltratada, su belleza aún provocaba estremecimientos en el corazón de él.
Miró ceñudo los cabellos en desorden, pero por el momento no podía hacer nada en ese aspecto. La levantó en sus brazos, la depositó sobre la cama y la cubrió con una sábana. Después, por un largo momento, estuvo mirándola, fijamente.
– Es una pena, amor mío -murmuró- que aceptes una mentira como verdad, sin preguntar. Créeme, yo no te he traicionado.
Fue casi como sí ella lo hubiera oído porque su rostro se suavizo. Shanna rodó sobre un costado, se acurrucó debajo de la sábana y pareció descansar más contenta.
Ruark puso un sillón frente a la puerta, dejó sus pistolas sobre, una mesilla que, ubicó a su lado y acercó un pequeño escabel para apoyar sus pies. Se sentó, con el sable sobre las rodillas, y trató de descansar
CAPITULO DIECISIETE
El despertar llegó con una luminosidad casi dolorosa. Shanna fue tomando conciencia lentamente del deslumbrante resplandor. La luz llenaba toda la habitación y aunque ella yacía de espaldas a la ventana, 1o mismo la molestaba y penetraba hasta su cerebro a través de la abertura de sus párpados entrecerrados.,
Se movió perezosamente cuando una mano empezó a acariciarle la espalda, aflojando tensiones que ella adivinaba más que sentía. Se estiró como una gata y se puso boca abajo para dejar que esos dedos fuertes hicieran mejor su trabajo. La mano masajeaba los músculos de su espalda y sus hombros y enviaba oleadas de lánguido placer a todo su cuerpo. Rodó hacia la fuente de ese placer hasta que apoyó la espalda en un pecho duro y velludo. Entonces despertó completamente. Solamente una persona en toda su vida había compartido una cama con ella, y nadie, ni siquiera Hergus, le había frotado la espalda. Abrió los ojos y todos sus recuerdos volvieron cuando miró los sonrientes ojos dorados de Ruark.
– ¡Ooohhhh! -El gemido escapó de su garganta mientras ella se cubría la cabeza con la almohada. Pero lo mismo oyó la voz que la saludaba con un ligero tono jocoso.
– Buenos días, señora. Confío en que haya dormido bien.
– Nunca -dijo ella, decepcionada- el cielo se había convertido tan rápidamente en un infierno.
– En la realidad, Shanna -la corrigió Ruark, ligeramente burlón-. Y una triste realidad. Parece que hemos adoptado las costumbres locales pues veo que el sol está alto en el cielo y falta poco para el mediodía. Me temo que hemos dormido toda la mañana, y aunque mi pobre y castigado cuerpo ansía seguir disfrutando de tu proximidad, debo pedirte que te levantes.
Shanna apartó la almohada y se percató, disgustada, de que estaba desnuda bajo la mirada de él. Aún más humillante era el hecho de que él, aparentemente, la había desvestido y puesto sobre la cama Ruark trató de abrazarla pero ella se apartó y se puso de pie a fin de buscar algo para cubrirse, pues en caso contrario corría peligro de que él la violara.
Shanna encontró y se puso la chaqueta de cuero de Ruark, la cual le ofrecía, por lo menos, cierta protección. La prenda le llegaba a las rodillas y no había forma de cerrada por encima o debajo de la cintura.
Ruark sonrió lentamente, la miró y sus ojos se detuvieron momentáneamente en las curvas llenas y maduras de los pechos que asomaban entre las solapas. Se levantó de la cama y desnudo camino hacia la silla que estaba al lado de ella para tomar sus calzones cortos Shanna lo miró con recelo..
– Realmente, admiro su vestimenta, señora -comentó él-. Y de veras no me importa compartir mis ropas con usted, pero sugiero que se conduzca con más discreción entre los piratas. Podría ser que alguno de ellos, sin advertencia, se arrojara sobre usted.
Shanna lo miró ceñuda.
– Excepto yo, por supuesto -agregó él.
Shanna lo miró con incredulidad.
– ¿Estás seguro -dijo- de que llegará el día en que podrás resistir el impulso de abusar de mí?
– Ni siquiera cuando tenga más de ochenta años, Shanna – replico él ligeramente-. Teniéndote cerca, necesitaría el frío de los mares del norte para calmar mi sangre.
– Es cierto -dijo ella- y lo mismo sucede con toda mujerzuela que se cruce en tu camino.
– ¿Todas? -Ruark se irguió y la miró-. Vaya, concédeme por lo menos cierta capacidad de discriminar.
Shanna levantó levemente el mentón.
– Hubieras podido tener más, pero eso no importa ahora. Entre nosotros, todo ha terminado.
– De modo que esta es la tortura que has planeado para mí -dijo el-. La visión de ti, desnuda en mi cama, me hace doler los riñones. El solo pensar en ti me hace doler los riñones. Shanna, si no te enterneces pronto, pasaré el resto de mi vida encorvado como un anciano, doblado por la edad. ¿No tienes compasión? Eres una mujerzuela Shanna Beauchamp, una tunanta para exhibirte así -se acercó y le dio una palmada en el trasero- cuando me niegas eso que muestras en tus provocativos contoneos.
Se puso los calzones mientras Shanna se reía de él.
– Se necesita mucha imaginación, mi amo y señor, para considerar contoneo a un modesto movimiento. Ciertamente, de contoneos yo podría aprender mucho de ti. -Se caló el sombrero de paja y adoptó una postura con una rodilla hacia adelante y una mano apoyada en la Cadera- El capitán pirata Ruark conquistador de todas las que ve, ya sean doncellas niñas o rameras de grandes pechos. Te ruego que me digas si tus conquistas te han quemado tanto el cerebro que ignoras el juego de palabras que nos ha traído a esta situación. Hablas de Juramentos y promesas, de pactos concertados. ¿Y que haces tu? ¿Acaso tienes un privilegio que te libera de cualquier promesa?
– Shanna, amor – Ruark verificó la carga de las pistolas y volvió a dejarlas-. A menudo has declarado que yo no soy tu esposo y que tú eres viuda. Si ese fuera el caso, ¿que derechos tienes sobre mi? ¿Por que me acusas de esta supuesta traición? Todo lo que ha sucedido desde ese día, amor mío, es puramente por culpa tuya, porque si a mí no me hubieran embarcado contra mi voluntad por orden tuya, nada de esto habría sucedido. En tu casa hubiera habido hombres suficientes para protegerte, en vez de andar buscándome por la isla, y cerca de allí muchos más que habrían puesto en fuga a.los piratas. ¿Qué dices ahora, amor mío? ¿Soy tu marido? ¿O soy libre? ¿Y si soy libre, por qué en cada oportunidad que se presenta me atacas como una esposa celosa a su marido? ¿O acaso soy como una marioneta que siempre debe obedecer a los hilos para que juegues conmigo cuando se te dé la gana?
La cólera de Shanna disminuyó. Vanamente, ella trató de reemplazada por la razón.
– No me refería a los votos matrimoniales -dijo ella-. Pero cualquier mujer odia que se burlen o jueguen con ella, que la lleven a la cama y le digan palabras de amor y devoción, para tener que escuchar después que otra mujer reclama. ese mismo amor y ternura. ¿Cómo podría acostarme contigo, tierna y amante en tus brazos, cuando sé que últimamente otras también lo han hecho y que en el futuro, muchas más usurparán mi lugar y con sus placeres harán una cosa común de aquello que yo tendría por un tesoro?
– He aquí una palabra. – Ruark caminó hasta el otro extremo de la habitación y regresó junto a ella-. Es la primera Vez que veo algo digno de conservar. ¿Un tesoro? Ajá, es así, mi amor. Una cosa de valor, pero vulgarizada si no se la aprecia debidamente. Y ahora lo he oído de tus labios. Un tesoro. -Asintió con la cabeza-. Ajá, necesitaba oír esa palabra de ti.
Fue hasta la ventana y allí quedó mirando pensativo a través de la isla., Confundida, Shanna lo miró ceñuda. Ella había querido picar el orgullo de él pero de alguna manera le había dado un arma que él podría usar contra ella.
Aprovechando la momentánea distracción de Ruark, Shanna fue hasta el armario y se quitó el justillo de cuero. Tomó un vestido de terciopelo negro y se lo puso rápidamente. La parte delantera era abierta hasta el pubis, con un entrecruzamiento de cintas sobre la. piel desnuda. Shanna ajustó las cintas y fue hasta el espejo que tenía más cerca Allí se detuvo y ahogó una exclamación. El vestido, más que proteger su pudor, lo destruía
Vio en el espejo la imagen de una joven bastante desaliñada, con el cabello en salvaje desorden y con los pechos apretados en tal forma por el vestido que hubieran podido excitar al más severo puritano. El vestido de terciopelo no cerraba y dejaba ver su blanco vientre. Shanna miro hacia el armario. Tenía que haber otra cosa. ¿Una blusa? ¿Una camisa?
Giró lentamente delante del espejo y por encima de su hombro vio a Ruark, quien ya no miraba por la ventana sino que le dedicaba toda su atención, sentado en el borde de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho desnudo y una sonrisa perversa en los labios.
– Tiene que haber alguna otra cosa -dijo ella, con cierta perplejidad-. Tiene que haber, por lo menos, una camisa.
Ruark fue junto al espejo y la miró directamente.
– A Harripen le gustaría dijo-. Creo que también al holandés
– ¡Ruark! -Ella lo miró horrorizada creyendo que podría, obligarla a bajar vestida en esa forma, pero súbitamente vio la risa que brillaba en los ojos de él. Exasperada, golpeó el suelo con el pie. Cuando, él se acercó más, le dirigió una mirada desafiante y luchó con las cintas en un esfuerzo por cubrirse más
– Nunca he impuesto mi voluntad más allá de la capacidad dé resistencia de una mujer -dijo, sin apartar los ojos de las tentadoras, curvas de los pechos; que aparecían ansiosos por asomarse. Soltó un suspiro tembloroso-. Pero en ocasiones, se llega a un punto en que un hombre se siente provocado y tentado más allá de su voluntad. Y la violación puede tener sus recompensas. Si yo me siento tentado hasta límite
¿Crees que los piratas serán capaces de contenerse? sugiero que busques un vestido que no los tiente demasiado; además me evitarás pensamientos de violencia.
Con gesto petulante, Shanna empezó a buscar en los cofres y descartar vestido tras vestido. Ninguno parecía convenirle. Cuando la medida, estaba bien, el corte era demasiado audaz, cuando el estilo era el adecuado, la medida era grande como para asustar con el tamaño de la que usaba.
En el fondo de un gran baúl había un tesoro que le llamó la atención y ella apenas pudo contener su alegría cuando lo examinó. No hubiera podido adivinar cómo un vestido puritano había llegado a manos de un pirata pero quedó tan contenta con la prenda como si hubiese recibido un precioso regalo era en lana negra, con cuello alto Y, mangas hasta las muñecas, y amplios cuello y puños. Había además un gorro, tan austero como el vestido.
Shanna miró por encima de su hombro para ver si Ruark estaba observándola. El le daba la espalda y estaba asentando una navaja mientras se preparaba para rasurarse. Reunió todo en un atado y se deslizo detrás, de un espejo donde estaría a salvo de las miradas de él. Se quitó el vestido de terciopelo y se puso el de gruesa lana. No había encontrado ninguna camisa y la áspera lana le producía un molesto escozor en su delicada piel. Pero deseosa de perturbar la serena complacencia de el, y con traviesa, anticipación acomodo cuidadosamente el vestido alrededor de su estrecha cintura y su pecho redondeado y fue hasta donde estaba Ruark.
– ¿Quieres abrocharme?
– Sí, amor mío -repuso él rápidamente, dejó la navaja y se volvió. Pareció súbitamente dolorido. Sus ojos descendieron lentamente y su tono reflejó su desagrado.
– ¿Dónde encontraste eso? -dijo.
Shanna se encogió de hombros con aire inocente y agitó una mano hacia los cofres.
– Allí -dijo, y se alisó la falda-. ¿Estoy suficientemente cubierta?
Por toda respuesta, Ruark emitió un resoplido de desprecio. Shanna dijo, a la defensiva:
– Es todo lo que pude encontrar.
Levantó los largos y espesos rizos de su nuca y le dio la espalda, donde el vestido abierto revelaba la suave, cremosa desnudez. Pasó un largo y silencioso momento mientras Ruark abrochaba el vestido, tiempo suficiente para que Shanna reflexionara sobre las ventajas, de tener un marido. Hubo casi una tranquilidad doméstica, o más exactamente una tregua entre ellos en este momento en que él le prestaba el pequeño servicio.
– ¿Has encontrado un cepillo para tu cabello? -preguntó él.
Shanna negó con la cabeza, demasiado consciente de su desaliñó. Sintió la mano de él que acariciaba los enredados rizos y se apartó pues no quiso que él sintiera repulsión por su salvaje melena.
Acomodó el cabello todavía húmedo en un gran nudo encima de su cabeza, fue hasta la cama y se sentó en el borde. El calor del día había aumentado y resultaba bastante molesto. La picazón de la lana.
contra su piel delicada era un anuncio de lo que iba a venir. No pudo evitar un estremecimiento y miró a Ruark para ver si él lo había notado. Pero él había vuelto a la tarea de rasurarse y le daba la espalda. Desvió la vista y, vio su imagen en los espejos. La esposa de un puritano, pensó con desdén. Pero eso sería mucho más aceptable que lo que los piratas habían planeado para ella. Trató de imaginar la vida que llevaría una mujer en ropas de puritana, al estilo de vida puritano. Imaginó una cabaña en el bosque, una pequeña parcela de tierra, Ruark detrás de un arado mientras ella, encinta, con el vientre hinchado, lo seguía por los surcos arrojando puñados de semillas. Shanna, en el primer momento, pensó burlarse de esa idea pero sorprendentemente la ilusión no le resultaba tan desagradable, y se sintió desconcertada. Pensando en la vida que había llevado en los Camellos, llegó a la conclusión de que muy pronto hubiera echado de menos los lujos a que estaba acostumbrada.
Ruark terminó de afeitarse y Shanna lo observó mientras él se preparaba para su papel de pirata. La banda de seda roja fue cruzada sobre el pecho y atada en la cadera izquierda, de modo que se convirtió en una faja para colgar la pesada vaina del sable. Después, él eligió un puñado de medallas del armario para adornar su justillo y aseguró a su sombrero Una larga pluma roja. Abrió los brazos y se volvió hacia Shanna para que ella apreciara su transformación. Shanna gimió. El parecía un verdadero y malvado pirata.
– Pero Shanna, tengo que ser un pirata. -Bajó la vista hacia sus armas-. ¿Falta algo?
– No, capitán pirata -suspiró ella-. Juro que ni un pavo real podría superar tu exhibición.
– Vaya, gracias, Shanna. -Sus dientes relampaguearon en una sonrisa radiante-. ¿Vamos?
Ruark fue hasta la puerta, puso la mano, en la perilla, se volvió le indicó imperiosamente, con su índice:
– Vamos, señora. Uno o dos pasos atrás, Como una buena esclava.
Antes que Shanna pudiera replicar, él salió al, pasillo abriendo la marcha con pasos llenos de confianza. Shanna se puso de pie y 1o siguió humildemente bajando la escalera. La incomodidad que le causa el vestido de lana le había quitado las ganas de discutir.
El grupo de piratas ya estaba bebiendo ale en el salón y durante varios minutos Ruark y Shanna, fueron el centro de la diversión. Ruark representaba convincentemente su papel. Abriendo los brazos con gran desenvoltura, saludó a todos. Acaricio sus medallas y relató historias imposibles, descabelladas, sobre cómo las había ganado. Pronto los otros piratas estaban desternillándose de risa mientras, que Shanna permanecía silenciosa y se estremecía ante las groseras réplicas de los bandidos. Cuando las risotadas amainaron, Ruark gritó pidiendo comida y bebida y golpeó fuertemente la mesa hasta que Dora acudió llena de temor a sus llamados. El arrancó un trozo de cabra asada, tomó una hogaza de pan y arrojó a Shanna un poco de cada cosa. Después le dio una fuerte palmada en las nalgas y la envió a un rincón, donde ella se dedicó a masticar la poco apetitosa comida mientras dirigía miradas biliosas a Ruark.
Ruark no se sentó sino que caminó alrededor de la mesa, intercambiando, entre sorbos de ale y bocados de carne, bromas con los demás hombres. En un momento puso un pie sobre un banco y les indicó que, se reunieran a su alrededor. Shanna no pudo oír sus palabras pero adivinó que la historia era salaz porque los piratas se inclinaron ansiosamente hacia adelante a medida que él progresaba en el relato y después se doblaron en dos en medio de ruidosas carcajadas. Ruark les sonrió y agitó la mano como despedida. Chasqueó fuertemente los dedos cuando pasó por el rincón donde estaba ella. Shanna se levantó rápidamente y lo siguió.
Una vez fuera del interior fresco y sombrío de la posada, Shanna sintió todo el peso de su locura. La tela negra se calentó hasta achicharrada casi tanto como la arena caliente a sus pies. El vestido había sido cortado para preservar una casta modestia y no dejaba espacio a sus pechos llenos. Desde allí caía en una masa recta y suelta que se enanchaba en una falda amplia y pesada que se agitaba cuando ella trataba de seguir el paso vivo de Ruark. El tenía piernas largas y su paso era muy rápido. Desesperada, Shanna aferró su falda y trató de tenerla quieta para que sus nalgas y caderas no sufrieran con el roce de la basta tela.
Ruark caminaba como si estuviera disfrutando de un paseo vespertino. Arrancó una rama pequeña y la alisó con un cuchillo hasta hacerse un bastón. Un silbido desentonado brotaba de sus labios. Aparentemente, no prestaba atención a la muchacha que luchaba por seguirle los pasos.
El amplio cuello le rozaba dolorosamente la garganta y Shanna empezó a quitárselo pero la áspera lana le resultaba aún más molesta. Los puños almidonados se deslizaban hacia abajo por sus muñecas y constantemente tenía que levantar uno u otro brazo para volverlos a su lugar. Entraron en la aldea, y los guijarros, que marcaban los senderos entre las escuálidas chozas estaban más calientes que la arena.
"El quiere que me arrastre y le implore piedad – pensó Shanna, furiosa. ¡No lo haré! ¡No te daré ese placer, así quede en carne viva!"
El sol caía a plomo. No había sombra y la mayoría de los habitantes se habían refugiado en sus chozas para dormir la siesta, huyendo del calor. Debajo de una pequeña enramada, una anciana en andrajos dormitaba entre pilas de hortalizas y frutas. Cuando Ruark la despertó para pedirle una muestra, de su mercadería, la mujer se mostró muy fastidiada pero su carácter se suavizó notablemente cuando vio el color de la moneda de él. Mientras él y la anciana regateaban, Shanna se sentó sobre un fardo de cáñamo para dar descanso a sus pies abrasados y rehusó tercamente el ofrecimiento de Ruark de un bocadillo para que comiera. Cuando reiniciaron la marcha, Shanna se levantó y apretó los dientes por el esfuerzo que ello le costó. Ruark caminaba ahora más despacio mientras comía bananas pequeñas y maduras y trozos de pulpa seca de coco. Shanna tenía menos dificultad en seguirlo pero ya estaba al borde de su resistencia. El sudor le corría en molestos hilillos por el medio de la espalda. Quería desesperadamente rascarse, pero tenía las manos ocupadas con la falda y los incómodos puños. Cuando pasaron junto a un pequeño grupo de arbustos, arrancó los puños y los arrojó hacia atrás cuidando de que Ruark no la viera. No ganó mucho en comodidad por que ahora las mangas se le humedecieron con la transpiración y se le pegaron a los brazos.
Llegaron al final de la playa en una dirección y vieron el comienzo de la marisma de ese lado. El sol se movió en el cielo cuando ellos volvieron sobre sus pasos hasta el muelle y siguieron la playa en la dirección opuesta. Fue aquí que Shanna se rezagó para meter los pies en el agua. Hizo una mueca cuando la sal le escoció en las miríadas de pequeñas cortaduras y heridas de sus pies. Sintió deseos de arrancarse el estúpido vestido de su cuerpo y correr internándose en el mar perezosamente para estirar sus músculos y limpiar su cuerpo en las olas. Pero Ruark se le había adelantado y de mala gana ella levantó su falda mojada y corrió tras él.
Ruark se detuvo en una pequeña altura y observó pensativo el final de la playa y la marisma de mangles que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Oyó que Shanna se acercaba y se volvió con una pregunta en los labios, pero calló cuando la vio cojeando hacia él, con la falda enredándosele en las piernas. Venía con el rostro encendido y respiraba con dificultad. Tenía el cabello en desorden. Shanna dejóse caer sobre un pequeño montecillo de hierba, lo miró con expresión de ira y levantó un pie para indicarle el talón donde asomaba una espina.
– Veamos, déjame a mí, Shanna -se ofreció él en tono sinceramente preocupado. Sacó su cuchillo y se acercó.
– No te me acerques -lo detuvo ella-. Me arrastras a una caminata por este montón de arena dejado de la mano de Dios, sin zapatos adecuados para mis pies y ni siquiera una sombra para protegerme. ¡Ay!
El quejido brotó cuando ella tiró de la espina que tenía clavada en el talón. Ruark fue hasta un arbusto del que arrancó varias hojas pequeñas y angostas, a las que retorció hasta obtener una masa húmeda.
– Aplícate esto en el talón -dijo-. Arderá un momento, pero calmara el dolor y quitara cualquier veneno.
Shanna hizo como le decía y casi gritó cuando los quemantes jugos penetraron en la herida. Sin embargo, casi inmediatamente el dolor empezó a disminuir. Poco después su talón estaba adormecido. Ruark nunca dejaba de sorprenderla. Sus recursos eran inagotables y parecía conocer muchas de estas pequeñas tretas.
Ruark miró nuevamente hacia la marisma y habló por encima de su hombro, con voz suave. _¡
– Has dicho que este paseo es inútil, Shanna. Y así debe parecerles a todos ellos.
Pero es aquí donde podemos encontrar nuestra vía de escape. -La miró ansiosamente-. Los españoles abrieron un canal a través del pantano, pero madre ocultó la entrada y no quiere revelar el secreto. -Señalo con la cabeza la maraña de mangles-. ¿Oyes los pájaros?- pregunto. Del pantano surgía un constante murmullo de sonidos-. Son pájaros, amor mío pero también hay otras cosas. Caimanes, lagartos, toda clase de serpientes. Es imposible cruzar a pie, y si pudiésemos, más allá está el mar abierto. Necesitamos un bote bastante grande, aunque el Good Hound es demasiado para que lo manejemos nosotros dos. -Ruark se encogió de hombros-. Pero es inútil seguir hablando. Quizá tu padre pague tu rescate y puedas ponerte a salvo antes de que pasen muchos días. Los siervos que enviaron los piratas llegarán a él esta noche o mañana temprano. Seguramente el vendrá inmediatamente.
Ruark la miró, sabiendo muy bien que si lograba devolverla a Los Camellos, ello podría significar para él un severo castigo. Trahern tomaría a mal su desaparición, sin duda ya lo había hecho, y Ruark se preguntaba si Shanna dejaría que lo castigaran antes de contar la verdad a su padre. En cualquier caso, su única preocupación en este momento era sacarla a ella de este infierno.
Sacó su cuchillo y se arrodilló junto a ella.
– Pobre Shanna. -Sonrió suavemente, aunque ella lo miró todavía furiosa. El se alzó de hombros-. Sólo quise conocer el terreno por si ello pudiera serme útil. -Se acercó más y cuando ella quiso apartarse su tono se volvió brusco-. Quédate quieta.
Su orden fue obedecida. El cuchillo se clavó en la manga del vestido y la cortó a la altura del codo. Después, él abrió la costura inferior de modo que del hombro quedó colgando como una pequeña capa, recatada pero suelta y fresca. Repitió la operación en la otra manga y se sentó sobre los talones. Observó el pecho fuertemente comprimido y otra vez se inclinó hacia adelante. El cuello almidonado cayó entre los arbustos, espantando a una bandada de pájaros. Ruark cortó el extremo suelto de su faja y colocó la suave seda debajo del borde del vestido. Arrugó la frente cuando vio la piel lacerada.
– No permitiré que maltrates a mi propiedad, Shanna. Te ordeno que pongas más cuidado.
Shanna se puso rígida ante este intento de humor, pero algo avergonzada de su estupidez, contuvo la lengua y se sometió a las maniobras de él. Cuando él metió la hoja en las costuras, ella sintió que el ceñido corpiño se aflojaba lentamente sobre sus pechos.
– Quiero concertar una alianza contigo, Shanna -dijo él en voz baja- y por eso he tratado de conducirme con prudencia y sacar el mejor partido de la situación. Mi propósito es devolverte a tu padre, sana y salva, y con ese fin te ruego que dejes de atormentarte y trates de pasarlo lo mejor posible. Eso vale para nosotros dos, amor mío. Por lo menos por un tiempo. ¡Ya está!
Se puso de pie y retrocedió un paso. Observó mientras Shanna, respiraba cómodamente por primera vez desde que se había puesto el vestido.
– Lo que queda de las costuras -dijo él- resistirá hasta que estemos nuevamente en nuestra habitación. ¿Estás cómoda ahora?
– Tanto como podía esperarse -replicó ella, en tono más cortante del que fue su intención.
Ruark le volvió la espalda y habló con voz ronca:
– Si te animas, ahora podemos regresar.
Shanna probó a pisar con su talón y se sorprendió al no sentir ningún dolor. Más se sorprendió cuando Ruark le ofreció el brazo para ayudarla. Lo tomó y se apoyó en él hasta que estuvieron a la vista de la aldea. Entonces se rezagó dos o tres pasos. El empezó a silbar y a agitar nuevamente su bastón, aparentemente para que cualquiera que estuviera observándolos creyera que estaban dando un paseo por pura diversión Pero ahora él caminaba con pasos más cortos y de tanto en tanto se volvía para ver si Shanna lo seguía.
Atravesaron la aldea y estaban acercándose ala posada cuando Ruark dejó el sendero bien trillado y exploró una estrecha huella atravesaba dunas cubiertas de hierba, un grupo de arbustos y terminaba en una charca pequeña y poco profunda.
Un rebaño de cabras se dispersó cuando ellos, llegaron y, huyeron hacia los arbustos que ocultaban el oasis. Era un refugio bien protegido de miradas indiscretas. Un arroyuelo cantarino alimentaba la charca, la cual, a su vez, desaguaba en el mar por un pequeño hilo de agua. El aire estaba inmóvil y el sol caía a plomo sin piedad, produciendo un calor de horno.
Ruark le dijo algo en voz baja y se alejó una corta distancia mientras Shanna quedaba fastidiada, preguntándose si ella también podría encontrar intimidad para sus propias necesidades, por lo menos más aislamiento que el que parecía bastarle a Ruark. Ella nunca antes había tenido que prescindir de esa intimidad y no estaba dispuesta a hacerlo ahora. Decididamente, caminó siguiendo el borde de la charca hacia un espeso macizo de arbustos cerca del extremo más alejado pero se tuvo abruptamente cuando Ruark le gritó una advertencia.
– No demasiado lejos.
Shanna se puso rígida y apretó los puños. Sin volverse, pregunto, secamente:
– ¿No se me permite algo de intimidad, mi amo y señor?
– Aléjame demasiado, amor, y podrás encontrar más compañía de la que deseas. Estamos cerca de la posada y no conviene que andes, vagando sola.
Shanna apretó los dientes.
– Entonces -dijo- vuelve la espalda. Por lo menos esto te pido.
– Concedido.
Cautamente, Shanna miró por encima de su hombro para ver si él realmente le había vuelto la espalda.
Después buscó la protección de los árboles.
Regresó poco después y encontró a Ruark con los pies en la charca. Se había quitado, las armas, el chaleco y el sombrero y los había dejado en el suelo.
– ¿Quieres compartir un baño conmigo? -preguntó él.
Shanna levantó airada su nariz quemada por el sol. Pero la charca ofrecía el único alivio a la vista y la tentación de acompañarlo fue demasiado intensa. Metió un dedo del pie en el agua y observó subrepticiamente mientras Ruark buscaba una parte más profunda. Con lentos y elásticos movimientos, él cruzó la charca nadando y regresó junto a ella. La miró.
– ¿Y bien? -preguntó poniéndose de pie-. ¿Vienes?
Shanna se encogió de hombros. Ruark tomó su respuesta como asentimiento y nuevamente se internó donde el agua era más profunda. Shanna se decidió y empezó a desabrocharse el vestido, pero se detuvo al oír el sonido de una campanilla que se acercaba. Aparecieron dos cabras de grandes ubres con sus, crías y detrás de ella, tarareando una melodía, venía Carmelita. Al ver a quienes la habían precedido, la mujer dio un grito de saludo.
– Eh, veo que se me han adelantado -dijo-. Muévete, mujer, porque allí voy.
Se quitó rápidamente las ropas que arrojó sobre unos arbustos. Después, con una falta total de pudor, desnuda, se zambullo levantando un géiser de agua, cuyas salpicaduras mojaron a la atónita Shanna.
Ruark se puso de pie y apartó de sus ojos sus cabellos mojados. Alzó la vista a tiempo para ver que Shanna se alejaba corriendo por la huella. La llamó pero sólo le respondió el furioso balido de una cabra.
Salió del agua y rápidamente se calzó las sandalias.
– Tonta -.murmuró-. Se meterá en problemas.
Tomó el resto de sus ropas y empezó a vestirse mientras corría.
Carmelita quedó mirándolo, decepcionada.
– ¡Malditos! -murmuró la mujer-. No pudo quedarse para un popo de diversión. ¡De todos modos, tenía puestos sus calzones!
Ruark alcanzó por fin a Shanna cuando terminó de vestirse y ceñir la faja con el sable. Shanna siguió caminando en silencio, con la vista fija hacia adelante.
Ruark traspuso la puerta de la posada antes que ella, pero ella paso junto a el sin detenerse y subió la escalera hasta su habitación. Afortunadamente el lugar estaba vacío con excepción de Madre, quien dormitaba en una silla. El hombrón se sobresaltó y miró a Ruark, pero en seguida volvió a dormirse.
Shanna estaba detrás de la puerta cuando Ruark la cerró tras de si y miró sorprendido la habitación.
El lugar había sido limpiado y fregado y olía a fuerte jabón de lejía. Las tablas del piso exhibían lugares mojados y todos los muebles brillaban con una película de cera. Los colchones de pluma manchados de la noche anterior habían sido reemplazados por otros nuevos y limpios y sábanas inmaculadas estaban prolijamente metidas debajo de 1os mismos. Grandes y mullidas almohadas, con fundas limpias, estaban apoyadas en la cabecera. Hasta la tina de baño había sido limpiada brillaba suavemente como una joya fina en el extremo de la habitación. Una mesilla estaba cubierta de toallas y en otra había una gran variedad de aceites perfumados, esencias, perfumes, jabones y sales. Una bacinilla limpia estaba debajo del lavabo y la jarra rebosaba de agua fresca y límpida junto a la jofaina que, milagrosamente, había perdido su capa de mugre.
Shanna dio un pequeño respingo, como si volviera a la realidad y se llevó las manos a la espalda para desprenderse el vestido. Encogió los hombros y la prenda cayó al suelo. Indiferente a la presencia de Ruark, se desembarazó de la áspera tela de lana a la que hizo a un lado de un puntapié. Se inclinó sobre el lavabo, llenó la jofaina con agua y hundió las manos en el refrescante líquido. Después levantó los brazos uno después de otro y dejó que el agua fresca cayera hacia abajo. Suspiró profundamente, tomó un paño suave y una pastilla de jabón y empezó a lavarse con evidente placer. Levantó el mentón y frotó suavemente la zona enrojecida de su cuello. Después de un momento abrió los ojos y en el espejo vio que Ruark la observaba con deleite. Se volvió y le dirigió una mirada colérica.
– Llénate los ojos, asno libidinoso. Quizá tu Carmelita aún aguardándote en la charca.
Ruark se quitó el sombrero y lo arrojo sobre la cama. Su voz sonó seca y tajante.
– Es evidente que no has perdido tu talento para fastidiarme, mío -dijo.
Se quitó la faja y se detuvo junto al vestido de lana, al que levanto con la punta de la vaina de su sable.
– ¿Quieres que airee tu vestido? -preguntó burlón-. ¿Quizás para un paseo por la mañana?
– Arrójalo por la ventana -dijo ella, señalando con el mentón Ruark así lo hizo e inmediatamente hubo una conmoción de voces debajo de la ventana. Ruark se asomó y vio un par de pilletes de no más de seis años que se disputaban el vestido. Cuando él apareció, interrumpieron la pelea y se alejaron corriendo, cada uno aferrando con fuerza un extremo de la prenda. Abajo, de todos los vestidos y otras cosas que arrojara la noche anterior solo quedaban algunos trozos de vidrios rotos. Hasta la bacinilla había desaparecido. Ruark no había pensado que toda esa basura sería tan apreciada por los pobladores de la aldea.
Cuando se volvió, vio que Shanna todavía esta a secándose. Sus ojos cayeron sobre los pechos jóvenes y tentadores. En uno de los pezones había un pequeño copo e espuma y e no pudo resistirse y lo enjuagó con los dedos. Shanna le dio un fuerte codazo en las costillas.
– Quítame las manos de encima -dijo ella.
– ¿Entonces me concedes permiso para buscar en otras lo que tú no me das? -preguntó él en tono burlón.
– Nada obtendrás de mí -estalló ella- salvo un puñetazo en la barriga si vuelves a tocarme. -Se envolvió en una sábana limpia y cubrió cuidadosamente los frutos tentadores que él había querido probar.
Shanna se volvió para lavarse la cara.
Ruark tomó un peine de concha que estaba sobre una pila de sábanas. Empezó a darle vueltas en sus manos, admirando el delicado tallado pero súbitamente le fue arrebatado por Shanna, quien pareció olvidar su irritación.
– ¿Dónde encontraste esto? -preguntó maravillada.
– Ahí -señaló él-. Estaba junto al cepillo.
Con un grito de alegría, Shanna se apoderó también, del cepillo. Apretó ambos objetos contra su pecho como si fueran un valioso presente.
– Ooohhhh -dijo suavemente-. Gracias, Gaitlier. Sabes como tratar a las mujeres.
Ruark la miró, con su orgullo herido.
– No es nada más que un peine y un cepillo -comentó ceñudo.
– ¡Nada más! -dijo Shanna sorprendida-. Eres un patán, no tienes ni la mitad de la comprensión de ese hombre.
Shanna empezó a peinar sus rizos desordenados, mirándose alternativamente en cada uno de los espejos de la habitación.
El día terminó. Carmelita y Dora colgaron lámparas de aceite sobre la larga mesa del salón cuando la oscuridad invadió la posada. La ruidosa jovialidad aumentaba a medida que circulaban las copas entre Harripen y los otros capitanes. Ruark estaba sentado en la sombra, un poco apartado del grupo, y observaba cómo los piratas iban animándose con la abundancia de ron y de ale. El, por su parte, bebía moderadamente de su propio jarro y de tanto en tanto miraba hacia la escalera, aguardando la aparición, de Shanna.
Harripen se apartó del ruidoso grupo que se había reunido alrededor de su asiento y se acercó a Ruark.
– Ah, hombre, contigo quería hablar -dijo lentamente el pirata-. He estado preguntándome acerca de la muchacha.
Ruark levantó una ceja. En la semipenumbra con sus ojos brillaron como piedras, sin la menor traza de simpatía..
– ¿Es verdad, muchacho? -continuó Harripen-. Uno de los siervos dijo que la muchacha no era virgen sino viuda.
Ruark se encogió de hombros.
– Quedó viuda hace unos meses -dijo-, de un tipo de apellido Beauchamp.
– Síiii -dijo Harripen, con ojos llenos de lujuria-. Y una viuda reciente se muestra muy contenta de tener un buen hombre sobre su barriga.
Soltó una risotada que hizo temblar las maderas del techo. Sus compañeros se acercaron y Ruark sintió que se le ponían tensos 1os músculos del vientre. Shanna, como tema de conversación, solamente podía traer problemas.
Hawks se sentó a la mesa y se inclinó sobre su capitán. Los otros lo imitaron, como si fueran a compartir un secreto con él, pero el hombre habló lo bastante alto para que Ruark oyera claramente sus palabras.
– Si un hombre complace a la dama -dijo- ¿no es seguro una docena podrían complacerla más? Creo que deberíamos hacerlo por turnos, y siendo equitativos como somos, ningún hombre -señaló Ruark con el pulgar- debería quedarse con todo el botín. Además el ya se ha quedado con la parte del pobre viejo Robby.
Siguió un asentimiento general y hambrientas sonrisas indicaron que todos estaban de acuerdo. Harripen se levantó y volvió a su silla.
Riendo por lo bajo, miro a Ruark de soslayo y sus Ojos brillaron como si estuviera convencido de que él sería el primero en disfrutar del arreglo.
Ruark se echó hacia atrás, su tensión se convirtió en una relajada disposición para presentar batalla en cualquier momento. Devolvió la mirada a Harripen por encima del borde de su jarro y bebió calmosamente su ale.
– ¿Dónde está la moza? -preguntó Harripen-. Habitualmente no se separa de ti.
Ruark señaló hacia la escalera.
– Está en la habitación -dijo-. Pero les advierto…
– Ah, no nos adviertas nada colonial -interrumpió con atrevimiento el capitán mulato. El ron negro le había dado un coraje desusado. Agito un puño y se apartó de la mesa-. Yo traeré a la señora Beauchamp para que salude a sus amigos
Riendo a carcajadas, empezó a caminar tambaleándose hacia la escalera.
– No vengan si me demoro -rugió por encima de su hombro, y puso el pie en el primer escalón
La explosión que se produjo en la habitación dejó a todos aturdidos y el mulato quedo paralizado y el mulato quedó paralizado cuando voló un trozo de pared en el lugar donde había dado la bala, a pocos centímetros de su nariz. Furioso se volvió y vio que Ruark bajaba su pistola todavía humeante.
El hombre soltó un juramento, sacó su machete y se abalanzó para vengarse de su atacante. Apenas sus pies tocaron el suelo, se detuvo abruptamente. La boca de la segunda pistola parecía dos veces más grande que la anterior y se abría hambrienta ante su pecho. Vio que el arma estaba amartillada y su cólera desapareció con la misma rapidez conque él recobró la sobriedad.
– Yo… yo… -tartamudeó-. No quise hacer daño, capitán. Sólo estaba bromeando.
La pistola se apartó de su pecho. Ruark asintió tiesamente.
– Tus disculpas son aceptadas -dijo.
La mirada de Ruark fue más allá del hombre. Shanna estaba en la cima de la escalera. Se había puesto un vestido recatado de una medida que se acercaba a la de Carmelita. Caía casi recto desde los hombros, pero su anterior dueña no había tenido la altura suficiente para permitir que la falda cubriera los tobillos delgados y los pies descalzos de Shanna.
Entre los pliegues de la falda algo brillaba en las sombras, y Ruark vio que se trataba de una pequeña daga de plata. Sin duda, ella la había encontrado entre los efectos personales de Pellier cuando buscaba un vestido apropiado. Era un arma lastimosamente pequeña, pero conociéndola a ella, Ruark adivinó que estaba dispuesta a luchar contra el mundo.
El mulato ocupó un lugar en el extremo más alejado de la mesa, aunque Ruark ya había metido su pistola en su cinturón.
– Únase a nosotros, por favor, señora Beauchamp -dijo Ruark, acercándosele dos o tres pasos. Se inclinó ante ella y señaló un lugar a su lado-. Venga, póngase aquí.
Antes de ponerse bajo la luz Shanna ocultó su daga entre los pliegues de la falda. Cuando se acercó, Ruark miró a los piratas y lentamente volvió a cargar el arma que había disparado hacía unos momentos. Puso la bala en el caño y la apretó suavemente contra la pólvora, después apoyó la baqueta en un hombro de Shanna. A ella se la vela muy pálida, muy pequeña y muy obediente.
– Esto es mío -ladró él, y hasta Shanna se sobresaltó ante el sonido de su voz que sonó muy fuerte en el silencio de la habitación. El se acercó a la mesa, apoyó en ella la culata de la pistola y con un sólido clic metió la baqueta en su lugar, debajo del cañón.
Amartillo cuidadosamente el arma, apoyó un pie en un banco y puso el codo sobre la rodilla, dejando que la pistola colgara flojamente de su mano. con calma, miró una a una las caras que tenía delante.
– Ustedes hablan de compartir -dijo él en tono peligrosamente suave-. Yo hubiera podido reclamar la parte tuya. -Señaló con su arma al capitán mulato-. Y la tuya. -Miró directamente a Hawks mientras pasaba lentamente el pulgar por el disparador-. O hasta la tuya. -Sonrió a Harripen. Después rió sardónicamente y habló por encima de si hombro-. Parece que Madre es el único que no cuestionará mis derechos sobre usted, señora Beauchamp.
Guardó la pistola con su compañera. Sacó el largo sable, y apoyo la punta en la mesa, frente a los hombres.
– Si alguien quiere cuestionar mis derechos sobre algo, que hable ahora y lo aclararemos.
Sus ojos se clavaron en cada uno de ellos hasta que los hombres desviaban la vista o negaban con la cabeza, rehusando el desafío. Ruark envainó el sable.
– Así está bien.
Volvió junto a Shanna y empezó a hablar en un tono como estuviera reprendiendo a un grupo de niños.
– Deben considerar a la señora Beauchamp como una pieza de mercadería, la cual, por las reglas de ustedes y con el consentimiento de ustedes, ha sido dejada a mi cuidado. Ella es un tesoro de gran valor cuyo rescate podría enviar a muchos a las colonias como hombres ricos. -Levantó la cabellera de ella y se las mostró-. Una, tapicería o una pintura es un objeto de gran belleza y de gran valor, pero si se lo maltrata y destroza no vale más que un harapo, sin utilidad para nadie, ¿Piensan entregar a su padre a una hija violada y obtener una recompensa? ¿Han oído hablar de Trahern? ¡Yo sí! ¡Madre también! El me dará la razón. Si la hija de Trahern llegara a sufrir el menor daño, el hombre los perseguirá a todos hasta el confín de la tierra y no descansará hasta haberse vengado colgándolos a cada uno de ustedes del penol de la verga.
Todos guardaron silencio mientras consideraban la advertencia. Madre se levantó de su silla y la mesa crujió cuando él apoyó su peso el ella.
– Escúchenlo, muchachos -ordenó su voz de tenor. Su calva brillo a la luz de las lámparas y sus mejillas se sacudieron cuando él movió cabeza para mirarlos uno por uno-. El hombre tiene razón, y me temo que si no le hacen caso, no quedará ni la mitad de ustedes para tripular un barco. Necesitamos a todos los hombres capaces, y a el tanto como a los demás.
Hubo murmullos de renuente aceptación y después de un momento Harripen golpeó la mesa con su jarro.
– Carmelita! ¡Dora! Traigan comida -gritó- Me duele la barriga de hambre, tanto de comida como de una buena hembra.
La tensión aflojó y los corsarios volvieron a sus bebidas. Ruark señaló con la cabeza un banco en las sombras detrás de su silla, y Shanna fue rápidamente hasta el asiento, con las rodillas todavía temblorosas.
Los hombres empezaron a hablar y bromear como antes, pero de tanto en tanto Ruark sorprendía una mirada en su dirección. Orlan Trahern haría bien en darse prisa para rescatar a su hija, pensó Ruark, porque ni él mismo sabía cuánto tiempo sería capaz de seguir conteniendo a los piratas. En su mayoría, ellos eran criminales, prófugos de la ley, descastados, marginados. Con despreocupado abandono enfrentaban la muerte, porque la muerte solamente significaba el fin de una existencia carente de objetivos. Lo que, más temían era la mutilación porque debían ser sanos y fuertes para realizar sus correrías. Una vez baldados, tendrían que mendigar las migajas de la cruel e implacable jauría.
Ruark se mostraba ante los otros relajado y confiado. Estiró sus largas piernas y apoyó un brazo en el borde de la mesa. Solamente Shanna sabía que en él había algo parecido a una bestia salvaje. Nunca se podía estar seguro de su humor y siempre había que tratarlo con el respeto debido a un animal peligroso.
"Dios se apiade del mundo si él llegara a convertirse en un pirata auténtico" pensó ella.
"Sería un pirata endemoniadamente efectivo. Tiene una aptitud especial para dirigir hombres -sus ojos se entrecerraron cuando Carmelita se acercó contoneándose con una bandeja rebosante de carnes asadas- y también para dirigir a las mujeres"
Mientras Dora prefería mantenerse lo más lejos posible de los hombres y dedicarse a cargar las fuentes en el fogón y llenar las jarras Con ale o vino, Carmelita se dedicaba a servir la mesa, tarea que cumplía de muy buena gana. Ella podía llevar diestramente una bandeja llena de comida en una mano y aferrar con la otra mano varios jarros rebosantes, y todavía caminar con un provocativo menear de caderas. Riendo alegremente, esquivaba los brazos que intentaban abrazada y las manos que parecían ansiosas de aferrar porciones de su cuerpo. Sin embargo, exhibía el valle entre sus pechos con sorprendente imparcialidad, aunque junto a Ruark se detenía demasiado y frotaba innecesariamente su muslo contra el de él. Ahora se inclinó para que Ruark pudiera apreciar a su placer sus encantos mientras se dedicaba a llenarle el jarro de ale. Cuando se retiró, sus pechos rozaron en toda longitud el brazo de él, en una forma abierta, deliberada.
Shanna se puso furiosa porque Ruark no evitaba sus atenciones. No podía ver la expresión ceñuda con que él miraba fijamente a Carmelita hubiera querido aplicar un fuerte puntapié en las voluminosas nalgas la mujer.
Súbitamente Madre golpeó la mesa con su jarro y los miró a todos con expresión acusadora.
– En esta habitación algo huele mal -gritó-, huele a los ricos altaneros. -Los silenció a todos con un violento movimiento del brazo-. Hay un olor a látigos, a sangre y sudor. Hay olor a riquezas y a justicia torcida. Huele como…
Su mirada recorrió nuevamente la habitación hasta detenerse en Shanna. Ella miró fijamente los ojos enloquecidos y si hubiese esta sola, sin Ruark a su lado, se habría ocultado presa de pánico. Con, movimiento súbito, Madre la señaló con un índice acusador.
– Es el olor de una Trahern gritó, y Shanna se encogió de manera muy convincente cuando todos se volvieron para mirada. Ruark se puso rígido imperceptiblemente y dejó su jarro. La risa aguda de Madre resonó en la habitación-. Tranquilícese, señor Ruark. Aquí nadie cuestiona sus derechos sobre la harpía. Usted sabe bien que yo no puedo desafiar sus derechos. Pero quiero que ella nos sirva como yo serví a su padre… como una esclava.
De todas partes surgieron gritos de aprobación y Carmelita dio su opinión cuando el ruido cesó.
– Sí -dijo la mujer-, que la pequeña orgullosa se,¡gane su comida.
Madre agitó el brazo hacia Shanna y ordenó:
– Que se ponga a trabajar como cualquier buena esclava.
Ante la mirada interrogativa de Shanna, Ruark asintió ligeramente. Confundida, se puso de pie, sin saber qué se esperaba de ella. Su mirada recorrió las caras alrededor de la mesa y se detuvo en Madre. El gigante sonrió lentamente.
– Por favor, señora Beauchamp… una copa de vino me bastara por el momento.
Una botella fue puesta en las manos de Shanna por Carmelita quien la miró con ojos oscuros y perezosos y una semisonrisa de satisfacción. Con dedos temblorosos, Shanna tomó la botella y sintió el peso de muchas miradas. Llenó la copa del eunuco. Después, cuando los otros la llamaron con las copas levantadas y repugnantes sonrisas, se movió vacilante alrededor de la mesa y llenó cuidadosamente las copas con el vino oscuro y espeso.
Harripen se echó atrás en su silla y observó cada uno de sus movimientos. Sus ojos recorrieron las curvas ocultas por el vestido demasiado grande. Después su mirada cayó sobre Carmelita, quien cortaba la carne con enérgicos movimientos que hacían estremecer sus pechos. Harripen bebió su vino y empezó nuevamente a comer luego de haber decidido que a su debido tiempo daría satisfacción a sus necesidades, pero no con la moza de la taberna.
El mulato no mostró tanta paciencia.
Cuando Shanna se le acerco, la tomó de una muñeca haciendo que ella derramara vino sobre su rodilla.
Shanna asustada, trató de liberarse pero él la atrajo más cerca hasta que, miró casualmente a Ruark. Entonces quedó paralizado al ver que esos ojos dorados se endurecían con una mirada fría y penetrante, y la soltó de mala gana.
Ruark aguardó hasta que todos hubieron estado servidos y entonces llamó a Shanna con un ademán, y ella se le acercó rápidamente. Se inclinó para verter el vino en la copa y en un movimiento descuidado su pecho rozó ligeramente el hombro de él, donde el justillo sin mangas lo dejaba desnudo. El contacto los tomó a los dos por sorpresa y produjo una excitación que se extendió en oleadas por los cuerpos de ambos. Sus ojos se encontraron súbitamente y las mejillas de Shanna enrojecieron. Ella se irguió temblando y apretó confundida la jarra contra su pecho.
Habiendo presenciado todo el incidente, Harripen estalló en fuertes risotadas. Aferrando la camisa del holandés, quien se le unió en sus carcajadas cuando el inglés señaló a ella y a Ruark, llamó la atención de todos.
– Vaya, el señor Ruark la ha entrenado bien.
Ruark rodeó con un brazo las caderas de Shanna y puso una mano con atrevida familiaridad, sobre las nalgas de ella.
– Ajá -dijo- pero todavía tiene un poco que aprender. Es como amansar a una buena yegua. No puedo dejarla sola mucho tiempo.
Sintió que Shanna se ponía rígida y adivino que sus palabras la enfurecían.
– Ajá -gritó el inglés-. Así es. Pero deja, muchacho, que Carmelita te enseñe dos o tres cosas.
Ansiosamente, Carmelita se acercó meneando sus anchas caderas y se, inclinó sobre la silla de Ruark, sin prestar atención a Shanna, la cual ardió lentamente de furia mientras los dedos morenos se curvaban entre los cabellos oscuros de Ruark. Al ver la expresión colérica de la otra, Carmelita rió.
– Tómalo con calma, cariño. El parece suficientemente capaz de complacemos a las dos, Mientras seamos más, será más divertido -rió carmelita.
Shanna entrecerró los ojos cuando la mujer cayó entre risitas sobre e regazo de Ruark. El trató de incorporarse debajo del peso de la mujer y pareció un poco fastidiado cuando Carmelita le cubrió de besos la cara el pecho. Retorciéndose sobre el regazo de él y hablándole al oído, ella le tomó una mano que apoyó sobre uno de sus pechos y llevo íntimamente su otra mano al bulto de la virilidad de él.
Dentro de Shanna, algo estalló. Con un alarido de rabia, así abalanzó y dio a Carmelita un empujón que la arrojó cuan larga era, a1suelo. Allí Carmelita se sentó, algo aturdida por el ataque de esta supuesta dama. Sin embargo, la tempestad de carcajadas de los piratas hizo que esta afrenta no pudiera quedar impune y una hoja larga y delgada apareció súbitamente en la mano de Carmelita.
Ruark se puso de pie y nuevamente pareció que tendría que intervenir, pero el ruido de vidrios rotos lo hizo volverse y mirar a Shanna. Arqueó las cejas asombrado cuando vio que ella enfrentaba ala otra con un paño pasado por el asa de una jarra rota. Retiró su silla y se apartó del camino de Shanna, aunque no demasiado. Ella defendía su terreno revoleando la toalla con la jarra rota en un extremo, a manera de masa efectiva y peligrosa. Ruark no pudo menos que admirar la determinación que había apreciado en ocasiones anteriores, y la belleza salvaje que la cólera le producía.
Carmelita retrocedió un paso con su incertidumbre claramente, retratada en la Cara. Aun si conseguía herir a Shanna, los bordes cortantes de la jarra la desfigurarían para toda la vida, y en este lugar, donde tenia que ganarse la vida con los hombres, no podía permitirse la pérdida de la más mínima parte de su dudosa belleza. Vio en los ojos de Shanna una firme determinación y creyó más prudente, al, menos por el momento retirarse.
Carmelita guardó el cuchillo y Shanna dejó su arma. Harripen rió y retiró un brazo para darle en las nalgas una palmada de aprobación a Shanna y casi se tragó la lengua por la sorpresa cuando ella le dio una sonora bofetada.
Ruark contuvo el aliento, aguardando la reacción del inglés; pero Harripen, después de la primera sorpresa, soltó una fuerte carcajada.
– ¡Maldición -dijo- ella es tan mala como el mismo Trahern!
El holandés, por efectos del ron negro que era su bebida preferida, se sintió más atrevido. Se acercó a Shanna y antes que ella pudiera reaccionar le dio un sudoroso abrazo de oso mientras le gritaba junto al oído.
– Ese Harripen no tiene suerte con las mujeres. Ahora, muchacha, el viejo Fritz Schwindel se encargará de ti.
La rodilla de Shanna encontró un punto sensible y el holandés, se dobló en dos en medio de gritos de dolor mientras su mano se alzaba, para darle un puñetazo en la cabeza. Shanna fue más veloz que el obeso holandés y esquivó el golpe, pero los dedos de él engancharon la parte posterior del escote del vestido y abrieron la costura hasta la cintura.
Ruark se agazapó y en seguida salto como una serpiente. Voló por el espacio como un tigre al ataque. Schwindel todavía estaba semi doblado, tratando de calmar el dolor de sus testículos, cuando Ruark lo golpeo en el pecho. El ataque lanzó al holandés contra la pared, y cuando rebotó, Ruark lo alzó y lo arrojó por encima de su hombro al suelo donde se deslizó debajo de la mesa.
El sable entonó su canción agridulce cuando salió de su vaina y el holandés se puso de pie del otro lado de la mesa, apartando sillas y hombres de su paso en su prisa por escapar.
– Nein. Nein -gritó- Der recht ich nicho haben. -Viendo que sus palabras no tenían efecto en Ruark, luchó con el idioma inglés y dijo-: ¡y o no tengo derecho! ¡Me rindo! ¡Me rindo!
La vista del cobarde gritando del otro lado de la mesa tranquilizó a Ruark, quien guardó lentamente su acero. Miró los rostros de los piratas y no vio ningún desafío. No necesitaba hablar más. Ellos entendían por fin sus derechos sobre la moza y que él no toleraría que los mismos fueran cuestionados. Volvió la espalda a los hombres y con un gesto envió a Shanna que lo precediera. La siguió con pasos lentos y mesurados hasta que estuvieron en su habitación, con la puerta cerrada y atrancada.
Ruark se apoyó en el marco y aspiró profundamente para relajar la tensión de su espalda. La misma había ido aumentando con cada paso que daba él alejándose de la mesa y tuvo la seguridad de que, con la posible excepción de Madre, no hubo ninguno que no hubiese querido tener el coraje para hundirle una hoja de acero entre las costillas. Vio que Shanna cruzaba la habitación hacia la ventana y que allí se quedó, mirando silenciosamente la oscuridad. El no podía adivinar que ella todavía estaba enojada con Carmelita y que nada quería saber con él.
Suspiró, tanto por frustración como por el alivio de estar todavía con vida. Que lo condenaran antes de arrastrarse ante ella para pedirle perdón por algo de lo que él era inocente; sin embargo, deseaba la ternura que sus explicaciones podrían provocar en ella. Ansiaba una mirada comprensiva, besarla en la boca, tomar en sus brazos el cuerpo sedoso, pero sabía que algo faltaría si no se tenía mutua confianza.
Había una vela encendida junto a la cama. Gaitlier, pensó. Y la cama estaba abierta como una invitación. El no recordaba haber visto al hombrecillo con los demás. Debió venir y retirarse por la parte de atrás la escalera exterior, pensó Ruark. También la bañera estaba llena. Realmente Gaitlier sabía atender a una dama como Shanna. Ruark se acercó a su esposa por detrás y levantó gentilmente un rizo de los hombros de ella.
– ¿Shanna?
Ella se volvió, con ojos dilatados por la ira y un desafío en los labios.
– Sshh -dijo él antes de que ella pudiera hablar. La tomó de una mano y la llevó hasta la bañera. Allí, la habitación estaba a oscuras y ella, no pudo entender el propósito de él hasta que él encendió una vela. En seguida, Shanna empujó a Ruark a un lado y rápidamente hizo una cortina improvisada con una sábana entre dos espejos.
Momentos después Ruark sonrió cuando la oyó meterse en el agua y suspirar aliviada contenta.
Momentos más tarde, Ruark se acercó a la cortina y la levanto haciendo que Shanna se sobresaltara. La acarició con la mirada de pies a cabeza. Los pechos brillaban con gotas de agua que parecían despedir chispas a la luz de la vela. El agua no ocultaba nada a sus ojos y sintió que su pasión empezaba a encenderse. Ella lo miraba con una mirada suave y respiraba rápidamente.
Shanna se cubrió el pecho con una toalla.
– Mi amo y señor, ¿no me concede un poco de privacidad?
Ruark la miró ceñudo
– Shanna, amor, ciertamente eres hermosísima, pero yo siento demasiado la mordedura de la ira, sobre todo últimamente.
¿Tengo que soportarlo pese a que no tienes motivos?
– ¡Que no tengo motivos! -estalló Shanna-. Te pavoneas de un lado a otro con tus calzones cortos y sin camisa, recorres las callejuelas más sórdidas de la aldea y te paseas por mi balcón para que yo te salude como a un amante perdido hace tiempo. ¿Acaso soy tonta? Ante ellos -señaló la puerta con la cabeza- haré el papel de esclava fregona pero no te equivoques. En esta habitación dormirás solo. O si en verdad eres un pirata atrevido, tendrás que emplear la fuerza para tomarme.
– Shanna -dijo Ruark, decidido a aclarar la situación-, ¿por haces esto? Yo…
– ¿Quieres dejar esa cortina, por favor, y permitirme cierta intimidad por un momento?
Después de despedirlo así, Shanna se recostó en la bañera y empezó a lavarse lentamente una pierna. Ruark contuvo el impulso de arrebatarle la toalla y poner fin a la indiferencia que ella aparentaba. Su pasión se lo pedía pero su mente sabía que eso hubiera sido una locura. Sabía que Shanna, enfrentada con la fuerza, se resistiría con todas las, energías de una gata furiosa y no se, rendiría hasta quedar agotada. ¿Dónde estaría entonces el placer de tomarla? El había conocido la alegría de la respuesta voluntaria de ella. No se conformaría con menos
Furioso, dejó la sábana que hacía de cortina y se tendió en la cama para mirar su silueta que se recortaba en la tela proyectada la luz de la vela. Pasaron varios minutos. Ruark se quitó los calzones se metió debajo de la sábana. Aguardó impaciente, sabiendo que Shanna no podría despedirlo fácilmente una vez en la cama. El ya había notado que los colchones de pluma se hundían en el centro y los acercarían uno al otro. Aun con grandes esfuerzos, a ella le costaría mantenerse separada.
La vela junto a la cama iluminaba la habitación con su débil resplandor. El seguía aguardando. Por fin ella apareció, completamente vestida. Llevaba una falda larga de seda negra bordada con flores multicolores y levantada a un costado para mostrar un muslo esbelto y torneado. Una blusa suelta y delgada, demasiado o grande, apenas se mantenía en su 1ugar sobre un hombro y la curva alta y llena de los pechos. Su cabello, iluminado por su propio oro, estaba sostenido hacia atrás con una cinta y caía sobre la espalda en toda su gloriosa longitud.
– ¿Le gusta esta indumentaria a mi capitán pirata? -preguntó ella en tono burlón- ¿Es lo bastante vulgar para su gusto?
Se acercó lentamente a la cama, contoneando las caderas como un barco encallado en un mar agitado. Sus pechos se movían con ella y amenazaban la seguridad de su recato a medida que la blusa demasiado grande caía cada vez más.
– ¿Desea mi capitán pirata una ardiente compañera de cama para la noche? -preguntó dulcemente.
Se detuvo a los pies de la cama, y meneó provocativamente las caderas. Ruark cerró la boca cuando se percató de que la tenía abierta. Entonces, súbitamente, los ojos de Shanna relampaguearon de ira y ella giró con majestuosa furia y fue hasta un cofre del que sacó una gruesa manta de lana. Dobló la manta en forma de un rollo largo y apretado al que puso cuidadosamente en el medio de la cama, debajo de la sábana de arriba, dividiendo la superficie nítidamente por la mitad.
Una expresión de burla y desprecio se extendió por su cara cuando habló.
– ¡Entonces, mi amo y señor capitán pirata -dijo entre con los dientes apretados- puede buscarse otra cama y otra hembra!
Le volvió la espalda, se quitó la falda y la blusa y soltó su cabello. Ahuecó la almohada, se metió debajo de la sábana y apoyó la cabeza en el respaldo de la cama. Al mirar más allá de los pies de la cama vio que
Ruark le sonreía por un espejo. Ese rostro travieso reflejábase una docena de veces y la miraba, como si uno solo ya no fuera intolerable. Shanna gruñó despectivamente, humedeció un dedo en su lengua y apagó la vela.
Ruark juró en voz baja, ahuecó su almohada a puñetazos, se cubrió con la sábana y sintió contra su espalda la ruda aspereza de la manta. Tiempo después, en la oscuridad, se oyó su voz.
– Mujer -murmuró-, creo que tú estás loca.
CAPITULO DIECIOCHO
Ruark no podía dormirse. Daba vueltas sobre la cama, sin encontrar paz para su mente. Aunque los separaba la gruesa manta era consciente de la presencia de Shanna a su lado. La luna entraba por la ventana y bañaba el interior de la habitación con su luz plateada. Por fin Ruark se levantó con intención de tomar un poco de ron. Empezó a caminar por la habitación, probó ligeramente la bebida y lanzó más de ocasionales miradas hacia la forma suavemente curvada que estaba sobre la cama.
Después se puso sus calzones cortos, llenó una pipa con tabaco, quitó la tranca y abrió la puerta, poniendo cuidado de no despertar a su esposa. Bajó al salón de la posada. Estaba vacío, con excepción de Madre.
– Es una noche calurosa, señor Ruark -dijo Madre cuando se cerco a1 hogar y tomó un palito del fuego para encender su pipa
– Ajá -dijo Ruark-. Nunca me acostumbraré a este calor.
– Adivino que la joven Trahern tiene mucho que ver con el que siente usted -dijo Madre-. Hará que muchos hombres enloquezcan, por sus favores. Cuide de que eso no le suceda a usted, compañero.
Ruark gruñó. y volvió el rostro. Chupó la pipa y dejó salir lentamente una delgada columna de humo.
– Yo no siempre he sido bucanero -dijo Madre-. Yo era un joven en la cumbre de mi profesión. Tutor, en Portsmouth. La crema de la nobleza acudía a mis clases, pero uno de los hipócritas distorsionó mi razonamiento y fui acusado de predicar la traición. Me hicieron un juicio rápido y me mandaron a la cárcel. Después me alistaron y entre en el servicio como marinero común.
Hizo una pausa y miró las ascuas que ardían lentamente en el fogón. Ruark aguardó, interesado, a que el eunuco reanudara su relato.
– Quiere ver las marcas en mi espalda, señor Ruark? Yo aprendía lentamente y no me acostumbraba al mar tan rápidamente como el piloto lo creía necesario. -Bebió un largo sorbo de ron para mojarse la lengua antes d continuar-. El capitán me considero inútil y me vendió a Trahern como siervo. Por Trahern me encuentro ahora entre esta pandilla de piratas. Tenga cuidado de no caer victima de la venganza de ese hombre. Su hija es su orgullo y hará que lo castren por haberla maltratado. Nunca podrá regresar a Los Camellos sin perder alguna porción de su vida, si no toda su vida. Le doy este consejo gratuitamente. No deje que la moza se le meta en la sangre o podría verse tentado a arriesgarse para tenerla nuevamente.
– Bah -replicó Ruark despectivamente, y representando bien su papel-. ¿Qué es una falda por otra? Me cansaré de ella antes de que su padre pague el rescate.
– Será mejor para usted. -Madre asintió con la cabeza y murmuró-: Sé que usted no es un vulgar ladrón. Y sé, también, que no permanecerá mucho tiempo con nosotros.
Ruark hubiera negado esta última afirmación pero Madre alzó una mano para hacerle callar.
– Los otros han decidido deshacerse de usted en un momento conveniente. Por eso Harripen le entregó tan de buena gana la bolsa. Espera recuperarla pronto. Pero usted mató a Pellier, cosa que todos deseaban, y se convirtió en uno de ellos y obtuvo así cierta medida de respeto y libertad. Se espera que usted se marche pronto. Hemos comprobado que los jóvenes enérgicos que llegan hasta aquí se marchan pronto. Sólo esperamos que su partida no nos cueste mucho y la mayoría se alegrará de verlo marcharse, porque usted les recuerda constantemente la juventud y el vigor perdidos. Siga su camino, mi joven amigo, pero no se confíe en nadie, ni siquiera en mí, y no nos exija más allá de lo que podemos soportar. Como habrá adivinado, hasta nuestras propias vidas son menos que deseables en este agujero y vivimos miserablemente. Yo mismo me limito a ver pasar el tiempo y conservar mi libertad hasta que la muerte me libere de esta vacía existencia. Quizá es por eso que desafiamos al peligro y la muerte con tanta facilidad.
Ruark no pudo hacer ningún comentario ni negar la perspicacia de Madre.
Miró pensativo su pipa y sintió cierto respeto por la mente encerrada en ese cuerpo voluminoso.
Madre no dijo nada más y Ruark creyó que se había quedado dormido, una vez agotado ese momento de cordura.
Ruark se puso de pie. Considerábase más afortunado que cualquiera en la isla, pese a que los demás hubieran considerado mala suerte ser encarcelado por asesinato y vendido en servidumbre. En realidad, si no lo hubiesen metido en la cárcel, él no se habría casado con Shanna, consideraba que todos los malos tratos sufridos valían la pena para tener semejante esposa. Todavía había cosas que arreglar, pero por la gracia de Dios serían arregladas y su vida se volvería muy dichosa.
Ruark subió la escalera y cerró la puerta tras de sí. Se desnudo cuidando de no despertar a Shanna, y se sentó en su mitad de la camal apoyó la espalda en la cabecera barrocamente tallada. Largos momentos estuvo contemplando a su esposa dormida. I
– Eres mi esposa, Shanna Beauchamp -murmuró por fin-. Y yo tendré como esposa. Llegará el día en que proclamarás orgullosa nuestro casamiento al mundo.
El calor que llegó con el amanecer fue un anuncio insidioso de lo que traerían las horas. Shanna dormía cubierta hasta el cuello con la sábana y Ruark se deslizó otra vez fuera de la cama. Se puso el calzón y bajó al salón de la posada para ver qué podía encontrar para comer. Sabía que Shanna no había podido comer mucho antes de la ruda orden de Madre. Esta vez él se aseguraría de que ella pudiera comer tranquila.
Dora, la joven sirvienta, estaba limpiando el salón. Madre dormía profundamente y roncaba. Harripen le había dicho a Ruark que Madre no dormía jamás en una cama pues temía sofocarse bajo su propia gordura. “Una pesadilla viviente”, pensó Ruark.
Dirigió su atención a la sirvienta, una joven flaca y huesuda con cabellos castaños y rostro vulgar que algo de encanto tenía cuando sonreía, pero eso sucedía raramente. Gaitlier había dicho que ella aceptaría hacer algunas tareas por monedas y Ruark se preguntó si la muchacha prefería ese método de ganarse la vida en vez de hacer como Carmelita.
Ruark se detuvo junto a ella y pidió una bandeja de comida. En ese momento los ronquidos se interrumpieron. Madre los miró fijamente. Después, con un gruñido, se levantó de su silla y salió caminando pesadamente de la habitación.
La puerta se cerró violentamente detrás del hombre obeso y Dora corrió a buscar lo que Ruark le había pedido. Trajo frutas, pan y carnes y preparó té.
Mientras cortaba la carne, la muchacha miró a Ruark, quien fumaba su pipa en silencio. Estaba confundida por la paciencia que, él demostraba hoy. Los otros piratas la hubieran regañado. Siempre estaban ansiosos de castigarla con los puños y de aplicarle puntapiés en las nalgas. Desde que la tomaran prisionera, hacía unos nueve años y cuando ella tenía nada más que doce, Dora había sufrido humillaciones y malos tratos a manos de todos, sin exceptuar a. Carmelita y al perverso Pellier
Solo Gaitlier y algunos habitantes de la aldea eran amables con ella, pero pasaba los días sirviendo a esas bestias y afligida por los malos tratos de los piratas. Ellos mataron a sus padres y 1a violaron antes de que fuera una mujer. Ellos se deleitaban con todo lo que fuera cruel y perverso y hacia tiempo que ella se había propuesto huir de esta pandilla de ladrones. Envidiaba a la joven traída prisionera desde Los Camellos y al mismo tiempo la compadecía por tenerse que someter a la lujuria del hombre. Por lo menos Trahern era rico y rescataría a su hija de este infierno. Nadie había en el mundo que supiera o se preocupara de que ella, Dora Livingston, estaba viva, y menos que imaginaran que era la esclava de una banda de locos.
Ruark la miró y ella se encogió tímidamente cuando el señalo la blusa con su pipa. Dora creyó que tendría que desnudase.
– ¿Hay un lugar donde pueda conseguir una blusa como esa para la joven Trahern?
Dora sintió recelos pero asintió con la cabeza y respondió, con vacilación:
– Hay una anciana que las hace para vivir.
Ruark buscó en la bolsa que colgaba de su cinturón.
Consígueme varias para la joven y algo de lo que se usa debajo. Y un par de sandalias, por favor-. Miró las que llevaba Dora y las señaló con la pipa. -No demasiado grandes. Más o menos de tu medida. Puedes quedarte con el cambio.
Le dio varias monedas que ella miró intrigada. No sabía cómo responder a esta amabilidad, porque cada vez que sus captores habían hecho la menor exhibición de cortesía, en seguida la habían seguido por alguna nueva depravación. Ahora ella lo miró con desconcierto y recelo.
– Pero señor, hay ricos vestidos en los cofres de Pellier -dijo la muchacha.
– Mis gustos difieren de los de Pellier y debo mantener adecuadamente a esa muchacha para devolverla a su padre. Sólo nos traería problemas hacerla andar semidesnuda, con esas ropas de burdel..
Dora bajó la cabeza, avergonzada.
– Cuando algunas de las mujeres subían con él allí, el capitán Pellier les hacía ponerse esos vestidos. Buscó a la vieja que vende frutas en la aldea, la obligó a ponerse los mejores vestidos y a pasearse mientras él se reía de ella. -El rostro de Dora enrojeció y sus ojos miraron al suelo-. Y a mí también.
La vergüenza de la muchacha era evidente y Ruark hubiese querido decirle una palabra de consuelo, pero su papel de pirata no le permitía demostraciones de amabilidad.
– Aguardaré mientras corres a buscar esas cosas. Pero date prisa,
Cuando Ruark regresó a la habitación con las ropas que trajo Dora cerró la puerta con tranca tras de sí. Después dejó la bandeja de comida sobre la mesa junto a la cama haciendo deliberadamente mucho ruido a fin de despertar a Shanna. Ella despertó alarmada, se sentó y se cubrió con la sábana hasta el mentón.
– Cálmate, amor mío. Es solamente el amo que le trae el desayuno a su bella esclava -dijo en tono burlón.
– ¡Oh, Ruark! -dijo Shanna con voz llena de temor, y se pasó una mano por la frente como para aclararse la mente. Recobró la compostura y recordó el estado de sus relaciones con él-. Soñé que me habías dejado aquí con ellos y que habías huido a las colonias para ser libre. ¿Los sueños se hacen realidad?
Ruark se encogió de hombros.
– A veces, Shanna, pero casi siempre porque uno lo desea y trabaja para ello. -Preparó un plato de comida y se lo alcanzó-. Sabes que nunca te dejaré, Shanna. ¡Nunca!
Ella trató de leer en sus ojos y se preguntó si él estaba bromeando o hablaba en serio.
– Te he traído un presente dijo él súbitamente. Tomó el paquete de ropas de la silla que estaba junto a la puerta y se 1o ofreció con una decorosa, reverencia-. Esto resultará más apropiado que las cosas que dejó Pellier, el buen caballero.
– Pellier no era un caballero – dijo Shanna, mientras bebía su té.
– Bien dicho amor mío -admitió Ruark. Arrugo el entrecejo, como si meditara profundamente en una cosa, y agregó-: Nunca se puede declarar caballero a alguien por su colección de riquezas o su falta de ella. Toma a tu padre, por ejemplo. El es, básicamente, un hombre bueno, un caballero, y sin embargo su padre fue ahorcado. ¿Qué gran daño ha sufrido tu padre? El es un hombre honrado, rico, poderoso. ¿Lo consideras por debajo de los lores y duques, Shanna?
– ¡Claro, que no!
– ¿Y tú misma, amor? La nieta de un salteador de caminos. Y tienes aires de gran duquesa. Sin embargo, si yo tuviera el título o la sangre de un noble, no te consideraría inferior a mí. Quizá si tuviéramos hijos sería una ventaja para ellos. -Se detuvo cuando ella lo miró con indignación, se inclinó hacia adelante y la miró fijamente mientras seguía hablando con lentitud-. Supongamos, amor mío, que yo fuera rico y viniera de una familia con más de un ilustre apellido, ¿podrías entonces amarme y te sentirías dichosa teniendo hijos conmigo, como frutos, hermosos y honorables de nuestro amor?
Shanna se encogió de hombros. No quería responder.
– Sí… sí, supongo que… ¡Oh! -estalló-. Es estúpido hablar de estas cosas cuando ambos sabemos que no son así. Tú no puedes ser mas lo que eres.
– ¿Y qué soy yo? -insistió él.
– ¿Tú me lo preguntas? -dijo ella con irritación, y apartó la vista de esos ojos de ámbar que parecían taladrarla-. Tú deberías saberlo mejor que nadie.
– ¿Entonces la respuesta es, señora, que me aceptarías fácilmente si yo fuera rico y noble? ¿No discutirías más conmigo si yo tuviese ésas cualidades y ninguna de las que tengo ahora
Shanna se removió, incomoda.
– Lo dices cruelmente, Ruark, pero sí, supongo que podría tolerar estar casada contigo si todo lo que dices fuera cierto.
– Entonces, mi querida Shanna, eres una snob remilgada.
Lo dijo con tanta amabilidad, con una sonrisa tan radiante, que Shanna sintió el aguijón del sarcasmo sólo cuando él hubo pronunciado la última palabra. Se ahogó con un sorbo de té y lo miró indignada.
– Ponte tus ropas -sugirió él y empezó a comer su desayuno.
Ella se levantó, tomó las prendas, que había traído él y se las puso. También se puso la falda negra bordada de la noche anterior, aunque esta vez no la levantó. Ajustó la ancha faja de la cintura sobre la blusa blanca de gitana y después arregló su cabello en una trenza larga y gruesa que dejó caer sobre su espalda. Por ultimo se puso las sandalias de cuero Y ajustó las correas entrecruzadas alrededor de sus tobillos.
Su repentina aparición silenció momentáneamente a Harripen y los otros que se habían reunido en el salón de la posada. Esta., mañana no se demoraron con los piratas porque Ruark no quiso que ella quedara expuesta a las miradas hambrientas de los bandidos.
Ruark la tomó de la muñeca y la arrastró, fingiéndose irritado por la lentitud de ella.
– Muévete, muchacha. ¿Crees que no tengo otra cosa que hacer que esperarte?
– ¡Ah, muchacho! -dijo Harripen entre carcajadas-. ¡La tienes a los saltos, tanto en la cama como en el suelo!
Fuertes risotadas resonaron en la habitación mientras Ruark y Shanna salían rápidamente de la posada.
– ¿Ellos no piensan en otra cosa que hacer el amor? -preguntó Shanna con una mirada despectiva por encima de su hombro.
– No es amor lo que hacen en la cama, Shanna -corrigió Ruark-. Ellos no han aprendido ese arte galante. Sólo descargan su lujuria en la que han elegido para esa noche, como animales. El amor es cuan90 dos personas se unen Y comparten una emoción profunda entre. los dos. La persona enamorada deja de lado a todos los demás Y busca a aquel con quien ha decidido vivir la vida, en los momentos buenos Y malos, Y permanecer unidos hasta que la muerte los separe.
– Es extraño que tú digas eso, Ruark – dijo Shanna con frialdad.
– No es así, amor mío -repuso él, ceñudo-. Es que tú no quieres aceptarme.
Shanna levantó desdeñosamente la nariz.
– Es que aún no he encontrado a mi pareja adecuada.
– Shanna -dijo Ruark-, debo recordarte una vez más que yo soy tu pareja, adecuado o no.
Ella lo ignoró deliberadamente.
– Mi padre espera que yo escoja marido pronto. El quiere nietos y no puedo desilusionarlo.
Las entrañas de Ruark se encogieron ante la frialdad del tono de ella
– ¡Maldición, Shanna! ¿Crees que si yo hubiera podido elegir te abría elegido a ti?
Shanna lo miró confundida.
Ruark extendió un brazo, abarcando el mar que se prolongaba interminablemente hacia el horizonte.
– ¿Qué eras tú? La diosa Shanna, del monte Olimpo, criada sobre un pedestal construido por ti, a fin de que todos los hombres tuvieran, que acercársete desde un nivel inferior. La altanera, hermosa, intocable Shanna, la pura que pasa por esta tierra suspirando por el gran caballero en un caballo blanco, ese hombre perfecto que la sacará de este aburrimiento y la llevará a algún Edén escondido y allí, con servil adoración la satisfará en todos sus deseos. ¡Ja! -estalló Ruark-. Ten en cuenta amor mío, que ese hombre perfecto también puede aspirar a una mujer perfecta.
– ¿Qué dices? -preguntó ella, conmovida por las acusaciones de él-. Yo sólo me reservo para el hombre de mi propia elección, y si Dios quiere, todavía encontraré a ese hombre.
Ruark se volvió y la miró sorprendido. Después su ceño se acentuó tempestuosamente
– Te consideras demasiado superior, Shanna. Naturalmente, todo hombre tiene algún defecto y cuando lo descubres tú lo rechazas. ¿Qué; piensas de ti misma? ¿Que eres una esposa especial? ¡Difícilmente! ¿Una gentil compañera para compartir la vida con un hombre? ¡No! La regia Shanna. -Contestó – a su propia pregunta-. Un desafío para cualquier hombre, un premio digno de cualquier riesgo. El hombre que pueda quebrar tu muro de hielo se convertirá instantáneamente en un héroe de los solteros. Tú eres la fortaleza a tomar por asalto, pero una vez tomada perderás todo tu valor. Representas una gran fortuna a ganar ¿pero qué vales como esposa? Un hombre digno buscaría una dama gentil para enriquecer su vida. ¿Has enriquecido tú la mía? Por orden tuya fui entregado como esclavo a los piratas. Ahora tu padre me cree no sólo un siervo prófugo sino también un pirata, y con toda probabilidad ha puesto un alto precio a mi cabeza. Si soy capturado por sus hombres, puedo terminar con una cuerda alrededor de mi cuello. Y eso a causa de ti, mi amante esposa.
Shanna se puso rígida.
– Dijiste que dirías la verdad. ¿Pero dices que me amas?
Ruark abrió los brazos y habló como dirigiéndose al mar abierto.
– Shanna, en este momento tú eres la última ante quien yo admitiría mi amor.
Fue una verdad retorcida porque ciertamente la amaba. Pero mucho tendría que pasar antes de que él pusiera esa arma en las manos de ella
Shanna caminó por la playa hasta el borde del agua, alejándose de la aldea y de la posada. Ruark desde el malecón, la observó solemnemente y se preguntó si sus palabras servirían a sus propósitos o si ella se alejaría de él con el orgullo herido y rechazaría sus intentos de socorrerla.
Ella se volvió fugazmente para mirarlo y después siguió caminando. Se agachó, tomó la parte posterior del ruedo de su falda y la levantó entre sus piernas hasta sujetarla debajo de la faja de la cintura. Se quitó las sandalias que se echó sobre el hombro y se metió en el agua. Ruark seguía observándola, incapaz de calmar el dolor que sentía en su pecho.
Momentos más tarde oyó un grito y al volverse vio a Harripen y varios otros hombres que remaban hacia el Good Hound. El pirata agitó una mano y Ruark devolvió el saludo y se preguntó que estarían haciendo los otros. Harripen y otro hombre subieron a la goleta y el bote de remos quedó bajo la popa. La tripulación aferró el extremo del cable que Harripen les arrojó y lo aseguró al bote. Después, remando con energía, empezaron a hacer girar al esbelto navío a fin de que la popa quedara hacia el muelle. Harripen ladró una orden y el otro hombre abrió la traba del cabrestante del ancla. Ahora la docena de hombres del bote de remos se doblaron esforzadamente sobre sus remos y lentamente el Good Hound empezó a moverse hacia el embarcadero, arrastrando al venir el cable del ancla. Cuando el barco estuvo cerca del muelle, el bote de remos se apartó y dejó que el Good Hound siguiera por propio impulso hasta chocar suavemente contra los pilares. Harripen arrojó un cabo que Ruark se apresuró a amarrar al cabrestante. Después corrió por el muelle para aferrar otro cabo que le arrojó el hombre que estaba en el castillo de proa. Harripen le gritó que subiera a cubierta y Ruark se volvió para ver qué se había hecho de Shanna. Ella estaba protegiéndose los ojos con las manos y mirando los movimientos del barco, pero cuando su mirada se encontró con la, de él, reinició su paseo en el agua poco profunda. Ruark vio que ella estaba a la vista y no muy lejos de modo que podría estar rápidamente a su lado, y subió a bordo. De alguna manera, pensó que Shanna necesitaba quedarse a solas unos momentos para ordenar sus pensamientos. Encontró a Harripen aguardándolo, apoyado sobre los codos mientras, miraba fijamente la solitaria figura en la playa.
– Demonios, hombre, te envidio esa hembra -dijo roncamente el inglés-. Aun desde aquí me calienta los riñones.
Ruark 1o miró ceñudo pero su tono fue ligero cuando replicó, con mucho de sinceridad:
– Ajá, es difícil separarse de ella. Pero basta de eso, Harripen. ¿Qué estás haciendo con mi barco?
– Tú… ah… sí, claro que es tuyo, muchacho, ahora que Robby se ha marchado definitivamente. -El hombre se rascó pensativamente su mentón con la cicatriz-. Nosotros… Hum… hemos votado. Ajá, eso hicimos. Corno es el más grande de todos -señaló los barcos mas pequeños que se mecían en la bahía- pensamos que podíamos poner unas cuantas cosas a bordo, provisiones y demás, por si su señoría, Trahern, viene con su maldita pequeña flota. Esperamos que la balandra regrese esta noche y no estamos muy ansiosos de que nos hagan vo1ar en pedazos.
Ruark señaló con la cabeza los restos del naufragio en los arreciares.
– Pero seguramente -dijo- si la flota española no pudo…
– ¡Ja!- lo interrumpió Harripen-. Esos españoles eran unas gallinas con muchos entorchados, y banderas y fanfarronadas. Pero Trahern es otra cosa, y si alguien puede hacernos daño es él, si se lo propone.
Ruark asintió en silencio. El, inglés se apoyó en la borda y Ruark le siguió la mirada y vio un par de pesados carros, cada uno laboriosamente arrastrado por una pareja de mulas, que venían hacia el muelle.
Cuando estuvieron junto al barco, Ruark vio que el primero traía varios barriles de agua y dos veces, esa cantidad de toneles de ron o de ale. El segundo estaba cargado hasta la mitad con cajones llenos hasta rebosar de platería, vajilla de oro y otro botín. Junto a Hawks, en el asiento del conductor, iba el pequeño cofre negro de monedas de oro. Fue el primer objeto que se cargó a bordo. El tesoro fue rápidamente llevado a la cabina del capitán mientras todas las otras cosas fueron descendidas a la cubierta de cañones, donde las pusieron de forma que no interfiriera con la operación de los pequeños cañones. Ruark vio divertido que el gran cofre de mosquetes aún estaba en la cubierta, donde lo habían, dejado. Cuando todo, estuvo, acomodado, Harripen volvió juntó a él.
– Bueno, muchacho, si quieres soltar amarras, llevaremos el barco donde estaba antes.
Ruark, se detuvo y el hirsuto sujeto lo miró fijamente, con una extraña expresión en sus ojos bizcos.
– Dejaré un par de mis hombres a bordo para que cuiden de lo que queda aquí guardado.
Y si lo has notado, la caja pequeña está cerrada con llave y pesa más de lo que un hombre puede cargar.
– Rió por lo bajo-. Y Madre tiene las llaves. Es su forma de proteger su parte. Pero es que, con la posible excepción de tú y yo, él es el más honrado entre nosotros.
El hombre rió a carcajadas y después quedó serio y se limpió la nariz con la manga.
– Bueno, veo que tu dama está aguardándote, muchacho.
Así despedido, Ruark no tuvo más alternativa que bajar al embarcadero toscamente empedrados y soltar las amarras como le había indicado Harripen. Se ordenó a la tripulación hacer girar el cabrestante, y al compás de una canción monótona, empezaron a caminar alrededor del mismo. El cable del ancla se puso tenso y el Good Hound lentamente se deslizó a aguas más profundas.
El sol estaba sobre el horizonte apenas a una distancia mayor que su propio diámetro cuando Ruark se dirigió donde Shanna estaba aguardándolo. Ella seguía enhiesta y orgullosa aunque evitó mirado a los ojos. Se quedó varias, paso más atrás de él, dejó que su falda cayera libremente y caminó descalza por la arena.
Cuando llegaron a la posada, Ruark se detuvo en el salón para beber un poco de ale pero Shanna subió rápidamente la escalera hasta su habitación. Cerró la puerta tras de sí, fue hasta la ventana, abrió los postigos y se sentó, en el antepecho. Arriba empezaban a acumularse nubes oscuras, y con el bochornoso calor, ella reconoció los signos anunciadores de una tormenta. Suspiró entrecortadamente y empezó a soltarse la gruesa trenza. Cuando miró abajo, al patio, vio allí a un niño que perseguía a un cochinillo. Su negro cabello resplandecía bajo los rayos del sol poniente en forma parecida a la del de Ruark a la suave luz de una vela. Siguió observando la negra cabecita hasta que el niño consiguió atrapar al cochinillo en sus brazos regordetes y se alejó trotando alegremente en dirección a la aldea, mientras el animal chillaba furioso. Cuando el muchachito desapareció en la distancia, detrás de unos árboles escuálidos y achaparrados, Shanna sonrió tristemente, y en el silencio de la habitación, el recuerdo de las palabras de Ruark susurró en su cerebro.
"Hermosos y honorables frutos de nuestro amor".
"¡Pero si él no me ama!" pensó ella, y arrojó sus sandalias al otro extremo de la habitación. Empezó a desatar los lazos de su vestido mientras caminaba nerviosamente de un lado a otro.
"¡Altanera Shanna!, ¡Majestuosa Shanna! ¡Shanna, la no amada!"
Lágrimas ardientes le abrasaron las mejillas. Se quitó la falda y la blusa. Una brisa fresca, la primera del día, agitó las cortinas de la ventana y Shanna encendió una vela y la puso sobre una mesilla, junto a la tina de baño. Se metió en el agua tibia que Gaitlier había preparado y tomó una botella de sales perfumadas que hizo correr entre sus dedos. Las sales se hundieron en el líquido disolviéndose, como las estrellas moribundas al amanecer..
– Eres un hombre extraño, Ruark Beauchamp -dijo en voz alta-. Me acosas como un enamorado, después me regañas como a una criatura y terminas diciéndome que yo sería la última a quien elegirías por esposa.
Se apoyó contra el borde de la tina y se perdió en reflexiones.
Esas palabras dolían, pero había en ellas una amarga verdad. Quienes más ansiosos se habían mostrado por casarse con ella eran los que más necesitaban la fortuna de su padre. Volvió la cara hacia uno de los espejos y estudió lo que veía. Sus ojos azul verdosos brillaban intensamente, contrastando con las pestañas oscuras y largas. Esos ojos eran su mejor arma cuando quería salirse con la suya o conquistar a un hombre. Sus pechos eran altos y llenos. Sonrió. Sus dientes blancos y parejos relampaguearon en el espejo.
"Bien, mi capitán pirata Ruark, si yo te he puesto en esta situación, donde tu cuello corre peligro, debes comprender que yo también soy la llave del perdón de mi padre. Te conviene devolverme a salvo. De modo que en ese aspecto, estaremos parejos"..
La habitación estaba a oscuras cuando por fin entró Ruark.
Shanna regresó a su recinto protegido por cortinas improvisadas y se entregó a un lento proceso de acicalarse. Oyó que él revolvía el contenido del cofre y momentos después el silencio picó su curiosidad. Cuando espió por e1costado de la cortina lo vio sentado a una mesa con una gran hoja de pergamino delante de sí. Estaba inclinado sobre la hoja y hacía anotaciones aquí y allí con una pluma. Shanna volvió a su refugio; después, con súbita decisión, fue al armario y sacó un vestido de seda roja y atrevido corte, que se puso. Aparentemente, la dueña de la prenda había sido una española, porque el corpiño era largo y el vestido le ceñía las caderas, desde donde se extendía con amplitud hasta un ruedo que se levantaba para mostrar enaguas multicolores, El amplio escote era sorprendente y tentador. La espalda del vestido caía también muy bajo y revelaba las curvas suaves y seductoras de su cuerpo. Shanna alisó la suave seda.
“Esto le enseñará a ese vagabundo la diferencia entre una dama y una vulgar mujerzuela” pensó taimadamente. No se detuvo a pensar que ella no tenía en ese momento el aspecto de una dama. Sin embargo tampoco tenía nada de una vulgar mujerzuela.
Shanna hizo la cortina a un lado y se acercó a Ruark meneando provocativamente las caderas. Fue lo que Ruark había esperado: otro ataque a sus sentidos. Le costó un gran esfuerzo volver su atención al pergamino.
Shanna empezó a moverse por la habitación y a hacer pequeña cosas sin importancia en un esfuerzo por atraer la atención de él, pero vio, decepcionada, que Ruark estaba completamente absorto en su, trabajo y no parecía notar para nada su presencia.
Hubo un suave golpe en la puerta y la voz vacilante de Gaitlier pidió permiso para entrar. A una señal de Ruark, Shanna abrió la puerta y vio complacida que el hombre traía una gran bandeja con frutas, pan, aves asadas y hortalizas hervidas. Hasta había una botella de buen borgoña francés. Shanna sintió que se le hacía agua la boca con el tentador aroma y apenas pudo contener su ansiedad por probar la comida.
– ¡Oh, Gaitlier! -exclamó-. ¡Usted es adorable!
Sonrió alegremente mientras el hombre enrojecía de placer pero no vio el sombrío ceño de Ruark.
– Lo preparó Dora -dijo Gaitlier tímidamente, y dirigió a Ruark una mirada cautelosa. Dejó la bandeja sobre la mesa y miró vacilante el mapa enrollado. Ruark pensó que el hombre diría algo, pero cuando se echó atrás en su silla, disponiéndose a escuchar, Gaitlier pareció perder su valor, hizo una rápida reverencia y se marchó.
Shanna se sentó frente a Ruark y empezó a probar pequeños bocados mientras él descorchaba la botella y servía vino en las copas.
– ¿Qué estas haciendo? -preguntó ella por fin, cuando él tomó nuevamente el mapa' y empezó a estudiado mientras comía.
– Trato de encontrar algún indicio del canal a través del pantano – repuso él sin levantar la vista.
La comida continuó en silencio. Ruark no prestó mucha atención a Shanna y después de un momento apartó su plato medio lleno. Shanna se puso de pie y suspiro. Tomó una pequeña tajada de melón y fue hasta la ventana. Se oyó el eco distante de un trueno. Una ráfaga errante entró en la habitación, agitó las cortinas y movió los papeles de Ruark. Shanna abrió completamente los postigos y se apoyó en el antepecho El crepúsculo se volvió súbitamente blanco con un relámpago que sobresaltó a Shanna. Las nubes de tormenta ya estaban encima y las primeras gotas caían sobre la arena sedienta. Pronto, los detalles de la distancia fueron esfumados por la lluvia.
Ruark levantó la vista hacia la ventana y ahogó una exclamación al ver a Shanna. Ella estaba medio sentada, medio apoyada en el antepecho, de perfil, mirando las nubes oscuras. La difusa luz del crepúsculo la hacía parecerse a una estatua clásica de oro, vestida de brillante carmín. Su cabello parecía casi transparente y caía como una cascada de oscura miel hasta la cintura. El vestido se adhería a sus pechos, resaltando sus formas tentadoras. Mientras él la miraba, un relámpago cruzó el cielo y en su luz purísima ella se convirtió en una escultura en blanco marfil. Su rostro se veía pensativo, con una sonrisa triste.
"Dios mío – gimió Ruark interiormente-. ¿Sabe ella lo hermosa que es? ¿Sabe cuánto me atormenta?"
La lluvia se hizo más intensa y Shanna se convirtió en un camafeo, una obra de arte, pero ningún pintor hubiera podido retratar tanta belleza. La oscuridad descendió y ella quedó iluminada por el resplandor de las velas. Nuevamente se convirtió en una belleza misteriosa. Ruark desvió la mirada y quedó con los ojos fijos en un papel en blanco. Su mente empezó a vagar. Ruark pensó en qué ruegos, qué motivos podrían poner fin a la cólera irracional de ella.
¿Debería conducirse como un mozo enamorado? No, eso no. Ella lo rechazaría con desdén. ¿Pero qué esperaba de él? Se sentía perdido
Estaba desconcertado. Si ella conociera los pensamientos de él, ¿le mostraría compasión? Un simple contacto, un dedo apoyado en su brazo. "Una mirada – gritó su mente, desesperada -. ¡Cualquier cosa!"
Nada sucedió. Ningún contacto. Ni besos. Ni miradas. Ruark desvió la vista angustiado.
Shanna volvió lentamente el rostro hacia Ruark, quien aparentemente seguía absorto en sus mapas. Le dolía la garganta por el esfuerzo de contener las lágrimas y súbitamente tuvo el deseo intenso de ser estrechada por los brazos de alguien. Cruzó la habitación, se tendió sobre la cama y empezó a contemplar la espalda bronceada, desnuda de el mientras un millar de ideas cruzaban por su mente para ser rechazadas en seguida.
Ruark empezó a doblar sus mapas. Shanna vio sus movimientos y empezó a pensar alocadamente.
“¡El viene a la cama! ¿Qué haré ahora? Quizá me le entregue si él insiste, un poco.”
“¡No, maldito sea! – se corrigió, nuevamente colérica -. Toma a una vulgar mujerzuela debajo de, mis narices poco después de haberme hecho protestas de amor y sinceridad. Yo le enseñaré lo que es amor y sinceridad. Lo haré, tascar el freno, antes de acabar con él”.
Ruark se levantó y desperezo. Shanna dejó la cama y se dirigió muy altanera a su refugio de cortinas improvisadas. Ruark la miro ceñudo, juró por lo bajo y terminó el vino de su copa en un solo sorbo. Dejó sus calzones sobre el respaldo de una silla y se deslizó, de mala gana, entre las sábanas para aguardar el regreso de ella. Sabia que entonces, iniciaría la batalla de saberla tan cerca y no poder tocarla.
Después de un momento, Shanna regresó envuelta en una, gran toalla de lino. Tomó la manta, evito la mirada de él y nuevamente una barrera en forma de rollo para ponerla en el medio de la cama.
¡Fue demasiado! Con un rugido de ira, Ruark arrebato, el objeto y se puso de pie. De un salto, se acercó a la ventana y arrojó la barrera al patio. Cuando se volvió, la ira lo dominaba y su desnudez le daba un aspecto magnífico. Shanna lo miró con creciente temor y mucha admiración.
– ¡Ya estoy harto de todo esto! -Se acercó nuevamente a la cama y la miró con una expresión de gran determinación.
– Oh, estás harto -dijo Shanna despectivamente-. Tienes el atrevimiento de decir que yo debería ser tu esposa y pretendes que esto no debe ser un obstáculo para tus correrías.
– Hace tiempo, en mi celda, pasaba las horas contando los días de vida que me quedaban -empezó Ruark-. El carcelero hizo que la vida fuera un desafío para mí. Un desafío que yo acepté. -Alzó dramáticamente la mano-. En realidad, se la arrojé en la cara.
– ¡Que arrogancia! -Shanna levantó la mano en un gesto burlón y vio que él se envolvía las caderas con una toalla.
Ruark no hizo caso de sus palabras y siguió hablando:
– y entonces, en mi mundo húmedo y oscuro, llegó una luz y una calidez que yo había olvidado hacía tiempo. El pacto que ella me propuso superaba mis sueños más descabellados y otra vez mi mundo fue algo más que las cuatro paredes de piedra con un techo y una estrecha puerta de hierro para impedirme la huida.
Fue como si ella no lo hubiera escuchado.
– y entonces, cuando yo vine a ti, confundido, una vez más te aprovechaste de mí.
Ruark detuvo sus pasos por la habitación y la señalo con un dedo acusador.
– Por mi honor, representé mi papel y atendí a tu placer. Pero vi morir mi última esperanza y fui arrojado nuevamente a mi celda y tú te deslizaste en mis habitaciones en la oscuridad de la noche y te aprovechaste del sueño que todavía se aferraba a mis ojos.
Shanna se apartó rápidamente y empezó a caminar por la habitación.
– Una vez más, Shanna, el destino me favoreció. -Ruark hablaba con vehemencia y se frotaba un puño con su palma-. El verdugo fue burlado y por pura casualidad me vi arrojado a una vida mejor. Mi cólera era intensa. La necesidad de vengarme me hacía temblar las rodillas.
– Ciertamente, no perdiste oportunidad de hacerme correr el riesgo de quedar encinta y así salirte con la tuya. -Shanna echó la cabeza atrás y lo miró furiosa-. Puedo adivinar, que la falta de la criada de Londres fue que llevaba tu simiente en el vientre.
Ruark se rascó el mentón, pensativo.
– Pero después vi ante mí el pecho desnudo y se me hizo la promesa de reparar la falta que conmigo se había cometido. Se hizo el pacto. Yo desesperé porque no hubiera podido reclamar nada más de la que tanto me atormentaba. No tenía la menor posibilidad de escapar a mi promesa. Pero ella vino nuevamente e hizo más de lo pactado y entonces fui yo quien quedó en deuda. Sin embargo, ella me recibió bien cuando yo más lo necesitaba. Pero el destino cerró su mano contra mí y la más vil de las murmuraciones me enlodó. Otro nombre fue vinculado al mío por lenguas, malvadas.
– Pobre Milly -suspiró Shanna-. Ella cayó tan fácilmente como yo, aunque todavía no ha sentido la tendencia brutal de tu carácter
– Un torpe incidente fue montado para privarme de la pequeña felicidad que tenía.
– Fue la torpeza de ella lo que la hizo caer en tus garras. Pobre muchacha, ella no tenía fortuna para atraerte. Ciertamente, terminar como la otra, la de Inglaterra.
– Yo hubiera salido a defender mi causa, pero nuevamente me traicionaron y me encontré con el, contundente puño del bueno de Pitney.
– Pero tú sigues acusándome con la audacia de un bandido, de un pirata, -Shanna golpeó el suelo con el pie-, Haces que la crueldad de esos de abajo parezca mansedumbre de corderos.
– Tú niegas tus juramentos. Niegas mis derechos. Lastimas a mi orgullo y todo me lo niegas. Me tratas como a un lacayo y me traicionas en toda oportunidad que se presenta.
Shanna lo miró a los ojos y replicó con energía:
– Te apropias de mi corazón y entonces, lo hieres con infidelidades.
– Las infidelidades sólo puede cometerlas un esposo. Tú me las echas en cara y sin embargo, niegas que sea tu esposo. Pero tú aceptas a rebaños de cortejantes y eres con ellos más amable que conmigo.
Shanna se detuvo ante él con el rostro contorsionado por cólera.
– ¡Eres un grosero vulgar!
– ¡Tú eres una mujer casada!
– ¡Soy viuda!
– ¡Eres mi esposa! -gritó Ruark en voz tan alta que se oyó pese al ruido del viento que aullaba en el exterior.
– ¡Yo no soy tu esposa!
– ¡Lo eres!
– ¡No!
Quedaron separados por menos de un metro pero con un océano entre los dos, cada uno afirmado en sus convicciones, ninguno dispuesto a ceder.
En ese momento estalló un relámpago cegador que ilumino fugazmente la habitación. Antes de que el relámpago se apagara un trueno ensordecedor hizo temblar las paredes de piedra. Seguían sus ecos cuando otro relámpago lanzo su luz blanquísima. El rostro de Shanna quedó desencajado por el miedo, con la boca inmovilizada en un silencioso grito de terror. Otro trueno pareció lanzarla a los brazos de Ruark, quien olvidó su cólera, la abrazó y trató de calmar el temblor del cuerpo de ella. Una ráfaga de viento abrió los postigos y la lluvia entro en la habitación y apagó las velas.
Ruark dejó a Shanna cerca dé la cama y cerró los postigos. La noche era atravesada por una interminable sucesión de rayos y truenos que parecían caer en todas las partes de la isla.
Shanna se estremeció en la oscuridad. Tenía los ojos dilatados y las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando él la tomó nuevamente en brazos, ella se apretó contra su pecho y gimió:
– Ámame, Ruark.
– Te amo, amor mío, te amo -susurró él suavemente, lleno de compasión.
La habitación se iluminó completamente y él vio que Shanna agitaba la cabeza de lado a lado. Tenía los ojos cerrados y las lágrimas asomaban entre los párpados y la cara se le crispaba en una mueca de miedo. Se llevó las manos a las orejas para no oír el estampido de los truenos.
– ¡No, no! -gritó y aferró un brazo de Ruark-. ¡Tómame! ¡Tómame ahora! -Cualquier cosa para arrancarla de este horror que le producía la tormenta.
Shanna cayó sobre la cama, arrastrando consigo a Ruark. En otro relámpago él vio la intensa ansiedad en la cara de ella y su sangre se calentó y en el momento olvidó todo lo demás.
La tormenta hubiera podido estar contenida en la habitación y no ellos no le hubiesen prestado atención. Había entre los dos esa tormenta de pasión que cegaba tan efectivamente como el relámpago más brillante y ensordecía como un trueno que hubiera estallado cerca de sus oídos. Cada contacto era fuego, cada palabra una bendición, cada movimiento de su unión una rapsodia de pasión que crecía hasta que parecía que todos los instrumentos del mundo se combinaban para llevar la música de, sus almas a un crescendo continuo.
Momentos más tarde, la voz de Shanna sonó, pequeña y serena, vacilante.
– ¿No te basto yo que tienes que buscar a otras?
– No hubo ninguna otra, Shanna.
– ¿Y Milly?
Un relámpago iluminó la cara de él.
– Esa pequeña víbora -dijo- preparó una travesura y la usó para irritarte. Nunca hubo nada entre ella y yo. Lo juro.
Shanna se cubrió la cara con un brazo.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– No me diste oportunidad.
Shanna emitió un gemido lastimero y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Ruark la besó suavemente en la boca y trató de calmar sus sollozos.
– ¿Me odias mucho, mi capitán pirata? -preguntó ella.
– Ay -murmuró roncamente-. Te odio cuando te apartas de mí pero ese odio nunca dura más allá de tu primer beso.
Shanna lo abrazó con pasión y empezó a besarlo en la, cara y los labios, medio llorando, medio riendo, hasta que sus temores desaparecieron completamente. Después, aunque afuera rugía la tormenta y abajo seguía amenazando el peligro, los dos se hundieron abrazados, como dos tiernas criaturas, en el reino de los sueños.
A mediodía Gaitlier les trajo comida pero se apresuró a marcharse después de dejar su bandeja, pues Shanna lo miró ceñuda desde la cama y Ruark, el cabello en desorden y ajustándose todavía los calzones cortos, aguardó junto a la puerta con aire impaciente hasta que hombre se retiró.
Ruark cerró la puerta y miró a Shanna. Ella le sonrió suavemente y él se acercó, la tomó en brazos y metió la mano debajo de la sábana para acariciada. Ella rió, y respondió a sus caricias curvando seductoramente su cuerpo hacia él.
– Señora, tiene usted las artimañas de una hechicera -bromeo él-. Ahora dime la verdad. ¿Eres una seductora o una seducida ¿Una violadora o una violada? ¿Una hechicera o, una hechizada?
– Todas esas cosas -dijo Shanna y se estiró perezosamente.
Ruark contempló el cuerpo suave y tentador. Ella era hermosa, más allá de las palabras.
– ¿O quizá prefieres que hoy sea seductora? -dijo ella, atrayéndolo entre sus brazos-. ¿O prefieres una bruja?
En ese momento oyeron unas fuertes pisadas en el pasillo fuerte voz de Harripen.
– ¡Ruark! ¡Ruark! ¡Capitán Ruark!
Ruark soltó un juramento, se estiró sobre la cama y tomó su pistola y su sable. Shanna se apresuro a cubrirse con la sábana hasta el cuello.
La puerta se abrió violentamente y golpeó contra la pared. E ese momento, Harripen se encontró frente a un hombre furioso que le apuntaba a la frente con una pistola amartillada. Harripen abrió los brazos.
– ¡Baja eso, muchacho!
– ¡Maldición, hombre! -gruñó Ruark-. ¿Qué te trae aquí en esa forma?
Harripen permaneció cuidadosamente inmóvil mientras Ruark bajaba la pistola y la dejaba, todavía, amartillada, sobre la mesilla de noche.
– He venido desarmado y sólo quería conversar -dijo Harripen
– ¿Desarmado? -Ruark señaló con su sable el borde de la bota de Harripen, donde asomaba el mango de una pequeña daga. El pirata se encogió de hombros y levantó los brazos.
– ¡Márchate ahora mismo, Harripen! -estalló Ruark-. Bajare a su debido tiempo.
El inglés señaló con sus manos.
– Tranquilízate, muchacho. No vengo con malas intenciones. Pensé que ahora estarían comiendo, eso es todo.
Con un encogimiento de hombros que pareció excusar su intromisión, cruzó la habitación hasta la fuente de comida tomó media gallina con sus manos sucias y empezó a comerla.
– Solo quería discutir contigo un asunto importante muchacho.
– No veo que tengamos nada que discutir -replicó secamente Ruark.
Harripen rió y se acercó a la cama, del lado donde estaba Shanna. Sus ojillos grises, acuosos, recorrieron lentamente el cuerpo de ella. Ignoró la expresión ceñuda de Ruark, se sentó sobre la cama y dirigió a Shanna una grasienta sonrisa mientras se metía en la boca un gran trozo del ave. Shanna retrocedió disgustada y rápidamente se refugió en los brazos de Ruark.
Ruark estaba medio sentado, medio arrodillado, con una rodilla sobre el borde de la cama, directamente frente a Harripen. La hoja del sable completaba el círculo alrededor de ella, con el borde filoso hacia afuera hacia el otro capitán.
Harripen señaló con la gallina y dijo:
– Ajá, veo que ella es ardiente. Muy ardiente y ansiosa por ti. Se diría por la forma en que le arrancó a Carmelita de tu regazo. ¿Cuánto quieres por ella? Difícilmente valga los problemas que te ha causado. -El bucanero se inclinó con ansiedad y sus ojos enrojecidos brillaron malignamente. Ladeó la cabeza y sonrió, con un ojo a, medio cerrar en un guiño inconcluso-. Oyeme, muchacho, te daré otra bolsa por tres noches con ella.
– Puede ser que llegue tu turno replicó Ruark lentamente pero por ahora por lo menos ella es mía.
– Ajá, eso ya lo has dejado claramente establecido -suspiró el pirata-. Sin embargo…
Harripen no pudo resistir el deseo de adelantar una mano grasienta para acariciar la brillante masa de rizos de Shanna pero se detuvo súbitamente cuando comprendió que si movía la mano una fracción de centímetro más, perdería más de un dedo pues el filo del sable se interpuso rápidamente. Sus ojos se posaron en Ruark y se dilataron levemente. Ruark lo miraba con una sonrisa que a la vez que era calma estaba llena de una paciencia extraña, mortal que hizo que a Harripen se le erizara la piel de la espalda.
Harripen retiró su mano como si hubiera tocado fuego, se levantó rápidamente de la cama y puso una buena distancia entre él y Ruark.
– ¡Infierno y condenación! -gruñó-. Eres muy quisquilloso. Pero no he venido a hablar de ella.
Arrojó hacia la mesa la gallina a medio comer y erró por amplio margen. En el espejo vio la imagen de Ruark y esos ojos de ámbar lo taladraron como los de un halcón receloso. Giró, se llevó las manos a la espalda y por un momento se balanceó sobre los talones, antes de empezar a hablar, casi con delicadeza.
– Mi propio barco es un poco más pequeño que el Good Hound pero hace tiempo que he puesto los ojos en el barco de Robby. Yo n quiero probar el filo de tu espada por ella, pero quizá podamos hacer negocio. Eres nuevo aquí y sabes poco de nuestras costumbres. Yo podría hacer que ganáramos una fortuna con un barco como el Good Hound y no arriesgaría su velamen ni a hombres valiosos ocupándome de fruslerías como la hija de Trahern. Pienso que mi parte del oro y mi propio barco serían un precio justo por el que tienes tú.
Ruark se levantó de la cama y apoyó un hombro contra uno de los sólidos postes. Apoyó en el suelo la punta de su sable, como aceptando la tregua ofrecida por Harripen. Pasó un largo momento antes de que respondiera.
– Esto es un asunto que tendré que pensarlo -dijo-. No tengo dudas sobre mi capacidad, pero mucho de lo que dices es verdad y, aunque tengo mi parte y la de Pellier, todavía necesito riquezas lo pensaré y pronto te daté mi respuesta.
Se adelantó, tomó a Harripen del brazo y lo condujo hasta la puerta.
– Pero hay una cosa que deseo pedirte -agregó Ruark-.Esta puerta es sólida. -Golpeó la madera con el puño de su espada-. Y un puño produce un buen sonido. Sabes -miró fijamente a Harripen-, casi rechacé tu propuesta antes de que tú me la hicieras. Te sugiero que no vuelvas a sobresaltarme.
Harripen asintió casi con ansiedad y se marchó. La puerta se cerró. El pirata se enjugó la frente y soltó el aliento. Ruark casi parecía demasiado gentil, pero sus ojos paralizaban a cualquiera cuando estaba furioso. Harripen se alejó y se consideró afortunado por haber salido ileso.
Ruark apoyó la oreja en la puerta y oyó que las pisadas de Harripen se alejaban por él pasillo, mientras Shanna se ponía apresuradamente su ropa.
Momentos después llamaron suavemente. Cautelosamente, Ruark abrió y encontró a Gaitlier acurrucado afuera. El hombrecillo se irguió y miró a Ruark por encima del borde de sus gafas.
– ¿Puedo entrar un momento señor? -dijo casi en un susurro.
Ruark abrió completamente la puerta y le indicó al sirviente que entrara. Gaitlier fue hasta la mesa y levantó del suelo el trozo de gallina. En un gesto nervioso que Ruark había notado antes, empezó a frotarse un pie con el otro, aparentemente sin saber cómo empezar.
– ¡Bueno, hombre! -dijo Ruark-. Habla.
Shanna miró al hombrecillo tan desconcertada como Ruark y dos veces más curiosa. Gaitlier miró al techo como si buscara ayuda divina. Por fin empezó, como si estuviera metiéndose en un mar helado.
– ¡Sé que son marido y mujer!
Lo dijo bruscamente. Shanna ahogó una exclamación y Ruark soltó un ronco gruñido. Gaitlier continuó.
– También sé, señor, que en su pasado hay algo a que temer y que usted es, en realidad, siervo de Trahern.
– Señaló una pequeña abertura muy alta en la pared, que ellos no habían notado antes y explicó-: Un agujero para escuchar y del otro lado una habitación de sirviente. -Ante las expresiones de desconcierto de ellos, continuó-: Una forma para que un sirviente sepa antes de entrar si puede o no interrumpir. Una cosa necesaria con el capitán Pellier.
Shanna enrojeció intensamente y esperó que la tormenta hubiera impedido oír sus expresiones de pasión.
Gaitlier sorprendió la mirada preocupada de Ruark hacia la puerta y se apresuró a tranquilizarlo.
– Esos tontos nada saben del agujero y nunca adivinarían su existencia. Creo que es una idea del Lejano
Oriente. En todo caso, muy útil. -Suspiró entrecortadamente-. Tengo que proponerle un negocio y espero que sea más honrado que el del capitán Harripen. Yo conozco el camino a través del pantano. -Hizo una pausa a fin de permitir que fuera asimilada la importancia de su declaración-. Me matarían si cualquiera de ellos -señaló con la cabeza hacia la puerta llegara a sospechar que lo sé.
Por un largo momento sólo se oyó el aullido del viento y las gotas de lluvia sobre el tejado. Gaitlier se quitó las gafas y las limpió con su camisa.
– Hay un precio, por supuesto -dijo tímidamente-. Cuando ustedes huyan, yo iré con ustedes y también la muchacha, Dora.
Volvió a ponerse las gafas en la nariz y miró a1os dos fijamente.
– Los ayudaré en todo lo posible -dijo- e iré con ustedes para indicarles la entrada del canal.
Ruark miró fijamente al hombrecillo. Nunca había sospechado el coraje del sirviente y estaba un poco sorprendido. Gaitlier interpretó equivocadamente su expresión ceñuda.
– No podría obligarme a revelar el secreto -advirtió el hombre con suficiente determinación para sonar convincente.
Ruark sonrió, acarició con su palma la culata de su pistola y miró a Gaitlier directamente a los ojos, antes de preguntar:
– ¿Y qué le hace pensar que nosotros planeamos escapar?
– Tendrían que hacerlo si no es así. – La mirada de Gaitlier no vaciló-. La balandra regresó anoche de Los Camellos poco antes de que empezara la tormenta. La Jolly Bitch casi fue sorprendida por una fragata que estaba frente a la costa mientras ponía a los siervos a bordo de un bote. Recibió varios disparos antes de poder ponerse a salvo.
– Un bergantín -rió Ruark.
– ¡El Hampstead! -dijo Shanna a sus espaldas-. No era una fragata, seguramente.
– ¡Que mas da! -Gaitlier desechó la corrección con un ademán-.Estos bandidos se han vuelto recelosos de su ingenio y temen la pérdida de varios hombres valiosos. Sólo esperan el momento apropiado para librarse de usted, y la dama sufrirá un destino mucho peor si ellos logran llevar a cabo aunque sea la mitad de sus planes.
Ruark consideró la información y Shanna hizo silencio para permitirle pensar, Ruark miró un largo momento al suelo y después empezó a asentir con la cabeza. Su mirada se elevó y se clavó en Gaitlier.
– Usted tiene razón -dijo-. Debemos buscar nuestras, oportunidades y sacar de ellas el mejor partido posible. -Se volvió para mirar a Shanna. Su mandíbula se puso tensa-. Huiremos en la primera oportunidad.
Ansiosamente, Gaitlier acercó una silla, se sentó y se inclinó hacia adelante.
– El canal es difícil cuando soplan vientos del oeste -dijo- pero después de una gran tormenta, el viento sopla uno o dos días desde el norte. Ese sería el mejor momento para que una tripulación reducida intente el paso.
– Hay cosas que debemos considerar. -Ruark estaba inquieto pero sus ojos brillaban de entusiasmo-¿Puede regresar después del oscurecer? Debemos aventuramos a salir con la tormenta, pero nadie debe saberlo.
Gaitlier tenía una última pregunta: – ¿También llevarán a Dora, la muchacha?
– Sí -le aseguró Ruark-. Sería inconcebible dejar aquí a una inocente.
– Entonces aquí estaré. A última -hora. O si la tormenta amaina un poco, vendré antes. Diré a Dora que reúna lo que necesitaremos.
– ¡Entonces, de acuerdo!
CAPITULO DIECINUEVE
La habitación se convirtió en un mundo en sí misma, en un refugio contra el rugiente huracán que agitaba salvajemente los mares y lanzaba sus vientos contra los imprudentes edificios levantados por el insignificante ser humano. La marisma recibía la fuerza de las olas y protegía del agua la humilde duna de arena. La posada, agazapada detrás de la cresta de la colina, con sus sólidas paredes y sus pesadas tejas, protegía a los que estaban en su interior.
La puerta de roble protegía adicionalmente a Ruark y Shanna de las bestias ebrias y glotonas de abajo. Varias veces durante la tarde, los piratas subieron la escalera y golpearon con los puños la puerta de la habitación, para pedir a Ruark que llevara a Shanna para bailar o algo mejor para pasar las horas. Fueron solamente las amenazas de sus balas de plomo y de su acero filoso las que contuvieron a los más audaces. Ellos se retiraron murmurando maldiciones pero se fueron porque ninguno se sentía con valor suficiente para enfrentarse con Ruark.
Pasaron las horas y llegó la oscuridad. Empero, los postigos gemían y vibraban con la violencia de la tormenta. Shanna agradecía el ruido y la furia de la tempestad, porque con su violencia parecía protegerlos, y ella sentía que la presencia de Ruark era el factor que había buscado durante toda su vida. El estaba siempre cerca. Si ella se volvía de pronto, él la miraba y le sonreía. Si se dormía un momento y despertaba, ella se tranquilizaba oyendo los sonidos que él hacía cuando movía o estudiaba sus cartas de navegación. Aunque la tormenta amenazara con arrojados al mar,.ella ya no la temía y pensaba que nunca más volverían a aterrorizarla los truenos y relámpagos.
Sin embargo, se sintió aliviada cuando Gaitlier llamó a la puerta. El hombrecillo empujó con el pie un gran saco, y cuando hubo dejado sobre la mesa la bandeja de la cena y cerrado cuidadosamente la puerta, abrió el saco para mostrar, con orgullo, una escala de cuerdas. Les serviría para escapar. Antes de retirarse, se detuvo junto a la puerta y agitó 1a, cabeza con cierta preocupación.
– Dora ha tenido que ocultarse en la despensa -dijo- para escapar a las atenciones de Harripen y los demás, Carmelita les ha servido comida y bebida y mucho más, pero ellos se cansan de ella y buscan nuevas diversiones.
La noche se puso oscura. El barullo que llegaba de abajo había disminuido y sólo se oían sonidos ocasionales. Pasaban las horas y Ruark se inquietaba. Caminaba por la habitación, revisaba sus pistolas y probaba el filo de su sable.
Se produjo un cambio sutil en la tormenta. El viento ya no aullaba con tanta fuerza y la lluvia había disminuido. No bien Shanna y Ruark se percataron de esto, llamaron suavemente a la puerta y Ruark dejó entrar al sonriente Gaitlier.
– Nos. desquitaremos de estos individuos -dijo el hombrecillo frotándose las manos con expresión de regocijo-. Dos o tres disparos como venganza ¿eh?
Ruark no se unió a la ansiedad del hombre y arrugó la frente.
– Me temo que tendremos que renunciar a nuestro viaje, por lo menos por esta noche -declaró solemnemente, y el rostro del sirviente, súbitamente adquirió una expresión consternada-. Los piratas parecen inquietos y sospecho que nos preparan una traición. -Se acercó a 1a puerta y escuchó un momento-. Están demasiado silenciosos para mi gusto.
Gaitlier sonrió aliviado y sus ojos brillaron detrás de los pequeños cristales.
– Es solo que todos están borrachos -dijo-. Carmelita se canso de sus juegos y les sirvió solamente fuerte ron negro. Pasarán unas horas antes de que se recuperen.
Ruark observó al hombre un momento. Abrió la puerta y fue hasta la escalera para cerciorarse. El salón estaba en tinieblas, iluminado apenas por unos pocos cabos de vela, aunque alcanzó a distinguir una docena de formas oscuras que parecían dormir en diversas posiciones. Madre estaba echado sobre su barriga, sobre la mesa, cuan largo era, y roncaba con fuerza, con un rugido grave y un silbido agudo.
Satisfecho, Ruark regresó, atrancó la puerta y después puso ella un pesado cofre con guarniciones de hierro. A una seña de Ruark, Gaitlier empezó a asegurar la escala a la balconada de hierro ventana. Ruark se quitó toda la ropa con excepción de los calzones. Después de revisar nuevamente sus pistolas, las dejó amartilladas sobre la mesa, donde estarían a mano por si Shanna llegaba a necesitarlas. Gaitlier también se quitó la ropa y aseguró un pesado machete en su cinturón.
Ruark se calzó su sable y los dos frotaron sus cuerpos con hollín de la lámpara. Cuando Shanna estaba cepillándose el cabello frente a un espejo, Ruark se acercó por detrás y le manchó la cara con la substancia negra y grasienta. Ella se vo1vio riendo, y con entusiasmo le ayudo a extender el hollín sobre su pecho y sus brazos.
Las velas fueron apagadas, excepto una dentro de una linterna sorda que dejaron sobre la mesa. Ruark besó a Shanna en los labios, cerró la tapa de la linterna y la habitación quedó a oscuras. Shanna sintió que él le estrechaba la mano y después oyó que la escala descendía. Aguardó hasta que estuvo segura de que se habían marchado y entonces recogió la escala, tal como le había indicado Ruark, y cerró los postigos antes de abrir la linterna.
Ahora era solamente cuestión de esperar. Ruark había tratado de informarla de sus planes, pero ella, ansiosa por la seguridad de él, no le prestó, mucha atención y sólo recordaba que tenían algo que ver con el depósito de pólvora de los piratas y amontonar ramas menudas en la barranca.
Sin pensado, Shanna imitó los gestos de Ruark cuando revisó las pistolas, vio que estuvieran debidamente cargadas y amartilladas y las dejó otra vez sobre la mesa; probó el filo de la pequeña daga y la deslizó debajo de su cinturón. Empezó a pasearse inquieta por la habitación., De tanto en tanto, miraba el reloj de arena.
Una ráfaga agitó los postigos y la hizo saltar. Grandes gotas de lluvia empezaron a caer nuevamente y el viento a gemir. Otra vez miró el reloj y vio que en la mitad superior quedaba solamente una pequeña cantidad de arena. ¡Ha pasado casi una hora! -pensó-. ¿Les habrá sucedido algo malo?
Se volvió para voltear el reloj pero súbitamente quedó inmóvil] pues por encima del ruido de la lluvia creyó oír un pequeño sonido; prestó atención y otro guijarro golpeó contra los postigos.
Shanna ahogó un grito de alegría, corrió hacia la ventana y súbitamente recordó que había olvidado cerrar, la linterna. Lo hizo rápidamente, volvió a la ventana, la abrió y dejó caer la escala. No podía ver hacia abajo y por precaución retrocedió en las sombras y apuntó con una pistola hacia la ventana, hasta que reconoció la cabeza oscura y los anchos hombros de Ruark. El entró de un salto y se volvió para ayudar a subir a Gaitlier.
Shanna y Ruark se abrazaron. El sintió que ella temblaba, le levantó el mentón y la besó, indiferente a la presencia de Gaitlier, quien recogió la escalera, cerró los postigos y abrió cautelosamente la linterna.
Cuando Shanna y Ruark se separaron, Gaitlier tendió a Ruark una toalla y empezó él mismo a secarse. En esos momentos la tormenta recuperó toda su furia, pero a Shanna ya no le importó. Se acurrucó en una silla mientras los hombres se inclinaban sobre los mapas y hablaban en voz baja.
Cuando terminó la conversación, Gaitlier se vistió, murmuró un último buenas noches y se marchó. Ruark atrancó la puerta y Shanna se puso de pie y fue hasta la cama. Se llevó los dedos a su cinturón; súbitamente, hubo manos dispuestas a ayudarla. Cuando a la falda y la blusa, en el suelo, se les unió la camisa, Shanna se volvió entre los brazo de Ruark y buscó con febril abandono los labios de él.
Llegó la mañana. Shanna sintió que Ruark abandonaba la cama. Lo escuchó moverse mientras se vestía. Abrió los ojos y miró las paredes donde la sombra de él se proyectaba distorsionada por la brillante luz del sol que entraba por la ventana. La habitación estaba silenciosa como no lo estaba hacía varios días. No silbaba el viento. No rugía la tormenta. Rodó de espaldas y vio el cielo azul más allá de los postigos abiertos. Una nube ocasional manchaba de tanto en tanto la bóveda azul y ponía una pincelada de blanco sucio en la cristalina transparencia de la atmósfera.
Ruark se acercó a la cama, completamente vestido con su indumentaria de pirata. Dejó dos armas sobre la mesilla de noche: un pequeño fusil de chispa y una pistola enorme.
– Gaitlier se los quitó a los piratas mientras dormían. Están cargadas, amartilladas y listas para disparar -dijo él cuidadosamente-. Tengo que ir a poner las mechas a fin de que todo esté preparado para esta noche. -Arrugó el frente, preocupado. No le gustaba la idea de dejar a Shanna, pero Gaitlier no estaba familiarizado con la naturaleza de la pólvora.
Durante la tormenta, él y Gaitlier habían preparado un artificio que, esperaban, distraería a los piratas y les permitiría a ellos escapar. Lo único que restaba por hacer era colocar la mecha aceitada y la pólvora debajo de los arbustos en la barranca de la colina que se elevaba sobre el blocao usado como polvorín. Los arbustos y la leña menuda estaban sostenidos por palos delgados. Si la idea resultaba, la pólvora incendiaría todo el conjunto, el cual, ayudado por unos troncos pesados colocados encima, rodaría por la pendiente cuando se encendiera la carga y provocaría una alarma general. Ruark no podía realizar una prueba sino que debía limitarse a confiar en su plan.
– Gaitlier está vigilando la puerta -continuó él-_ y los piratas todavía duermen abajo. Tengo que marcharme por unos momentos debo hacerlo mientras sea posible.
Se inclinó sobre ella y la besó con ardor. Le estrechó tiernamente, la mano y se irguió. Con una mirada por encima de su hombro, salió por la ventana. Miró hacia el muelle. La goleta seguía en la bahía pero el Good Hound estaba mejor ubicado para sus propósitos. Ruark rodeó rápidamente la parte trasera del edificio. En su prisa, no vio a la figura solitaria que se ocultaba en las sombras del portal posterior. Pasó un largo momento. Ruark se alejó y la silueta salió a la luz del sol y se convirtió en un hombre. Los ojos enrojecidos y acuosos parpadearon.
– ¡Que me condenen! -murmuró el pirata-. El halcón ha volado de su nido y la avecilla está sola, para que cualquiera la tome.
Shanna se acurrucó en un ángulo de la cama y escuchó las voces apagadas en el pasillo. Unos momentos antes Gaitlier había susurrado, a través de la puerta, que había oído que los piratas pensaban invadir la habitación y apoderarse de ella. Uno de ellos había visto a Ruark cuando se alejaba sigilosamente. Ella envió al sirviente a buscar a Ruark a toda prisa, pues Gaitlier no hubiera podido, con su magro cuerpo, detener mucho tiempo a los piratas. Vio que la barra de la puerta y el pesado baúl que Ruark había acercado a la, misma resistirían unos minutos, y se preparó para el ataque. La pistola y su daga quedaron debajo de la almohada y el fusil de chispa lo tomó en sus manos y apoyó el caño sobre la cama.
Un golpe y un crujido, en la puerta, como si alguien hubiera apoyado un hombro en la madera. Poco después, quien estaba afuera empezó a golpear con los puños.
– ¿Quién es? -preguntó Shanna, haciendo que su voz sonara como si ella acabara de despertarse.
– El capitán Harripen, señora. Le ruego que abra la puerta. Tengo que discutir algo con usted.
Shanna no le creyó.
– El día que haga frío en el infierno -dijo.
Otro golpe hizo estremecer la puerta, y otros más. La madera empezó a astillarse en los goznes. La barra saltó.
Con manos temblorosas, Shanna levantó el fusil de chispa y apuntó a la puerta. Cerró los ojos y disparó.
El estampido la ensordeció momentáneamente.
Aunque uno de los piratas fue arrojado hacia atrás contra la pared del pasillo, los otros cargaron todos al mismo tiempo: el mulato, Harripen y el holandés, y otros dos.
Shanna arrojó el arma inútil y antes de que pudiera empuñar la pistola, ellos se abalanzaron. Ella gritó furiosa y luchó frenéticamente a puntapiés, arañazos y mordiscos, pero no pudo contra los cinco que se le arrojaron encima.
El holandés le aferró por los cabellos. Unas manos la tomaron de las piernas. Harripen le tapó la boca con una toalla y se inclinó sobre ella.
– Hemos venido por lo que nos toca, muchacha. Echamos suertes para ver quién de nosotros te tendrá primero y esta vez no está aquí el señor Ruark para salvarte. Nos hemos ocupado de eso.
Los ojos de Shanna se dilataron de horror. Su mente enloquecía de miedo. ¿Habían matado a Ruark? Se retorció frenéticamente para escapar a las rudas caricias del pirata.
– ¡Sujétenla! -gritó un hombre joven cuando la rodilla de Shanna lo golpeó en la entrepierna. Se retiró a un costado de la cama donde había tratado de montarla y miró furioso a sus compañeros-. Ella no es mas que una muchachita y ustedes no pueden tenerla quieta.
– ¡Al demonio, muchacho! Hazte a un lado y deja que un hombre de verdad te enseñe cómo se hace -dijo Harripen.
– ¡Maldición si te dejaré! -replicó el joven ¡Sujétenla!
Las manos de los piratas lastimaron las muñecas y tobillos de Shanna. Los bandidos se inclinaron sobre ella y el fétido olor que despedían casi la hizo vomitar de asco. El mulato se apartó de la pelea y se quedo junto a la puerta, mientras que el joven, que se había jactado durante la noche de sus hazañas con mujeres, empezó a desabrocharse la ropa mientras reía y fanfarroneaba.
– No se moleste peleando, señora mía. Yo la haré olvidar a ese siervo bastardo.
– ¡Date prisa! -gritó Harripen-. O haré que seas el último. Hace tiempo que estoy caliente con esta hembra.
El holandés rió.
– Mala suerte, Harripen, si te tocó ser el último.
Shanna gritó debajo de la toalla mientras el joven extendía la mano hacia su blusa. Aunque trató de escapar, los otros tres la sujetaron y ella no podía moverse. El ruido de tela desgarrada pareció llegarle al alma y Sintióse llena de un horror espantoso. Nuevamente trato de gritar cuando los dedos del joven empezaron a tironear de su camisa y a levantarle las faldas.
Súbitamente, el joven sintió como si una mano gigantesca lo levantara y arrojara fuera de la cama. Antes de que tocara el suelo, la habitación resonó con el estampido ensordecedor de un disparo y todos los ojos fueron hacia Ruark, quien trasponía la puerta, empuñando una pistola mientras arrojaba la otra para poder empuñar su sable. Era evidente que Gaitlier lo había encontrado justo a tiempo. Pero ahora el mulato salió de atrás de la puerta y golpeó a Ruark en el hombro con una pesada cabilla. Ruark cayó, hacia adelante y la pistola voló de su mano. Ruark rodó, medio aturdido, y trató de empuñar su sable, pero los cuatro capitanes se le arrojaron encima. Fue una lucha salvaje, Ruark trató de ponerse de pie pero fue inmovilizado contra la pared. Harripen se apartó y sacó su machete. Levantó la hoja para dar el golpe.
Un gemido horrible escapó de los labios de Harripen y el acero cayó de sus manos. Horrorizado, miró su hombro, donde asomaba el puño de una pequeña daga de plata. Alzó la vista y se encontró mirando la boca amenazante de la pistola que empuñaba Shanna.
– ¡Atrás! -ordenó ella.
Harripen retrocedió y se sentó en un gran arcón. Ahora la pistola apuntó al enorme mulato. Al ver la seguridad de ella, el hombre retrocedió cautamente. Ruark lanzó un puñetazo en el blando vientre del holandés y levantó su pistola cargada antes de desenvainar su largo sable sediento de sangre. Se ubicó al lado de Shanna y su fría mirada recorrió lentamente a los piratas.
– Parece que ustedes no siguen sus propias leyes -dijo- pero si quieren probarme, los complaceré con gusto.
Levantó interrogativamente el sable amenazando a Harripen. El inglés se alzó de hombros y, habiendo arrancado la pequeña daga de su brazo, la arrojó a los pies de Ruark.
– Estoy herido -gruñó, y permaneció sentado.
El sable apuntó al holandés, quien todavía se sostenía la barriga con ambas manos. El hombre sacudió la cabeza con tanta energía que sus mofletes temblaron. El mulato arrugó la frente y hubiera aceptado el desafío, pero vio la pequeña pistola con la cual Shanna seguía apuntándole y retrocedió lentamente hacia la puerta. Los otros se apresuraron a seguirlo, pero una vez que salieron, un silencio mortal cayó sobre la posada.
Ruark se acercó a la puerta y disparó la pistola. Oyó que el proyectil silbaba y rebotaba en las paredes del pasillo. Rió satisfecho cuando el lugar se llenó con el ruido de pisadas apresuradas.
– Con esta muchacha -gritó- han perdido más que cualquier otro tesoro que hayan buscado jamás. Corran, mis buenos amigos. Huyan de ella.
Ruark se volvió hacia Shanna y la miró.
– He soportado cosas peores que ellos -dijo ella-. ¿Pero ahora, mi capitán pirata Ruark, que haremos?
Ruark envainó su acero y observó los daños mientras cargaba sus pistolas. El pirata joven estaba tendido de espaldas, con los ojos hacia arriba; la puerta estaba destrozada y ya no brindaba protección. Otro pirata era un montón informe en el pasillo. -Debemos marchamos -afirmó- antes de que se recuperen y junten nuevamente coraje bebiendo.
Ya estaban terminados los preparativos. Ruark sacó del arcón la escala de cuerdas y la aseguró en la ventana con nudos que podrían desatarse desde abajo. Shanna tomó los atados de ropa que Gaitlier había sacado del fondo del armario.
Ruark miró hacia el patio antes de arrojar los líos de ropa. Indicio a Shanna que saliera por la ventana. Mientras ella bajaba, él saltó sobre el antepecho y cerró los postigos tras de sí. Era un pequeño engaño pero haría que los piratas registraran el resto de la posada antes de empezar a perseguirlos. Shanna tomó los líos y, como le dijo Ruark, fue hacia la parte posterior de la posada y el borde del pantano. Ruark tiró de la cuerda y la escala cayó a sus pies. Dejó que la escala fuera arrastrando se tras de él para borrar las pisadas y siguió a Shanna. Cuando estuvieron entre los densos arbustos, ocultó la escala y se unió a Shanna. Tomó 1os bultos de ropa. Aferró una mano de Shanna y la condujo rápidamente colina abajo hasta que estuvieron con el agua cubierta de lodo hasta 1os tobillos. Del pantano elevaba se un olor fétido y Shanna, quien seguía Ruark, sintióse al borde de la sofocación.
Se oían ruidos extraños, graznidos y gruñidos a medida que las criaturas de esta ciénaga oscura huían de los intrusos que invadían sus dominios. Shanna respiraba con dificultad.
Por fin Ruark se detuvo y la subió sobre un tronco retorcido de enorme ciprés. El se ubicó a su lado y ambos descansaron apoyados en el árbol que se elevaba como un alto contrafuerte.
Momentos más tarde oyeron gritos en la cima de la colina y aguardaron en silencio. El ruido de la persecución desapareció gradualmente cuando los piratas comprendieron que sería inútil buscarlos en el pantano.
Ruark abrió uno de los líos, sacó una calabaza llena de agua, 1a abrió y se la tendió a Shanna. Ella bebió un gran sorbo y se ahogó cuando descubrió que estaba mezclada con ron bebió más lentamente. La bebida calmó el ardor de su garganta y contribuyó a darle tranquilidad. Él le dio un trozo de carne seca, dura y correosa, pero en este momento, tan apetitosa como cualquier cosa que ella hubiera probado. Shanna mordió otro pedazo y Ruark, saciada su sed, la imitó.
– Gaitlier y la muchacha estarán aguardándonos -dijo él-. Nuestros buenos amigos no son muy pacientes y saben que a la larga tendremos que salir del pantano, pero esperarán que 1o hagamos mañana por 1a mañana, o más tarde. Ahora estarán lamiéndose sus heridas y bebiendo, para darse ánimos. Nos cambiaremos de ropa en terreno seco. -Levanto el otro lío-. No estarán alertados acerca de dos marineros comunes. ¿Ya has descansado 1o suficiente para seguir?
Shanna asintió. Ruark se metió nuevamente en el agua, se echó los líos al hombro y ayudó a, Shanna a bajar. Ahora avanzaron más lentamente, porque cualquier ruido podría delatados.
En una parte más alta encontraron un pequeño claro donde se quitaron la ropa. Las prendas que había encontrado Gaitlier eran camisetas rayadas de marinero, calzones hasta las rodillas, sombreros alados y sandalias. El problema de Shanna se hizo evidente en seguida, porque aun con la suelta camisa de marinero y los calzones cortos de su traje, era indudablemente una mujer.
Ruark sonrió y le indicó que volviera a quitarse la camisa. Desgarró la tela en la que había estado envuelto el lío en tiras anchas y vendó el pecho de ella hasta que quedó lo más plano posible. Metió más tela dentro de los calzones para disimular la curva de las caderas, hasta que ella se pareció más a un marinero, aunque un poco regordete.
Shanna metió su cabello dentro de su sombrero y bajó las alas para ocultar su rostro. Ruark añadió un pañuelo de colores para ocultar las líneas delicadas del cuello y retrocedió un paso para contemplar el resultado de sus esfuerzos.
– Inclina los hombros un poco -dijo él-. Ahora camina. -Soltó un gruñido-. Hum, nunca ningún marinero caminó así
Shanna lo miró, dejó caer más un hombro y torció un pie, como si fuera patizamba.
Ruark sonrió.
– Ajá, pirata Beauchamp. Nadie podría ahora adivinar quién eres. -Gaitlier está esperando con la muchacha -le recordó Shanna, y le entregó el justillo que él había arrojado sobre un arbusto.
Ruark extendió el justillo y puso dentro de el la comida que había quedado, la daga de plata y la pistola pequeña. El resto de la ropa lo metió debajo de un arbusto. Aseguró sus pistolas debajo de su cinturón. Después tomó un poco de lodo y ensució con él los brazos y piernas de Shanna, para disimular aún más la gracia femenina de ellos. Como no quiso desprenderse de su sable, tomó un palo de la misma longitud, envolvió los dos objetos con tiras de tela y embadurnó el conjunto con barro. Quedó un bastón de extraño aspecto, pero cuando las pistolas hubieran sido disparadas, le quedaría un arma que podría serle muy útil.
Así, un marinero pequeño, sucio y patizambo empezó a caminar con otro, muy apuesto, pero que cojeaba y se apoyaba en un bastón retorcido. La extraña pareja pasó a lo largo de la colina, saludó con la cabeza a un anciano de gafas y finalmente se detuvo en un lugar cercano a la goleta. Se tendieron a la sombra de una palmera y pareció que se quedaron dormidos.
La isla estaba silenciosa bajo el intenso calor de la tarde.
En el muelle, un hombre de gafas permanecía cerca de una joven y si uno observaba con atención, parecía que el hombre miraba frecuente y nerviosamente hacia la cima de la colina, donde un ojo alerta hubiera descubierto un delgado hilo de humo que se elevaba hacia el cielo. Entonces se oyó una explosión sorda y el humo aumentó. Toda la ladera pareció estallar en llamas.
De la aldea se elevaron gritos cuando una enorme bola de fuego se separó del resto y rodó pesadamente hasta detenerse contra el costado del blocao lleno de pólvora. Toda la población de la isla corrió a apagar el incendio. Desde el arroyo cercano se formaron brigadas que se pasaban cubos de agua de mano en mano.
Nadie notó al hombre que ayudó a la muchacha a subir a un pequeño bote que estaba junto al muelle. Los dos empezaron a remar hacia la goleta. Cuando los guardias a bordo del Good Hound fueron al otro lado del barco donde se acercaba la pareja, los dos marineros dormidos bajo la palmera se pusieron de pie, arrojaron sus sombreros entre los arbustos, se quitaron las sandalias y echaron a correr hacia la playa.
Ruark había desenvuelto su sable y hecho una bandolera con la tela embarrada, de modo que ahora el arma iba a su espalda, con la empuñadura cerca de su cuello. Al ver que estaba solo, se volvió y comprobó exasperado que Shanna estaba sacando frenéticamente una larga tira de tela de abajo de su blusa.
– No puedo respirar -jadeó ella- y menos podré nadar con esto-.
Por fin Shanna se libró de la venda y aspiró profundamente.
Tomados de la mano, se metieron en el agua y se zambulleron simultáneamente. Nadaron rápidamente hasta que estuvieron cerca del barco. Entonces avanzaron con cuidado, haciendo el menor ruido posible. Junto al casco, Ruark se izó lentamente por las cadenas. Después tendió una mano y tomó a Shanna de una muñeca. Gradualmente la izó del agua. Ella encontró una saliente y se apoyó contra el casco.
Ruark trepó hasta que pudo mirar sobre la borda. Dos guardias se apoyaron en la borda opuesta y desoían a Gaitlier, quien insistía en qué se los necesitaba en tierra para combatir el fuego. Con cautela, Ruark se izó y puso silenciosamente los pies sobre la cubierta. Se acercó con sigilo. De repente, uno de los hombres sintió un hombro en su espalda. Gritó y cayó de cabeza al agua por el empellón. El otro se volvió sorprendido, recibió un puñetazo e inmediatamente se reunió con sus compañeros. Salió a la superficie escupiendo y jadeando y los dos empezaron a nadar hacia la costa con enérgicas brazadas.
Ruark aferró el cabo atado a la proa del bote y acercó la pequeña embarcación al costado del barco. Arrojó la escala de cuerdas. Shanna gritó y él se volvió. El enorme mulato, desnudo y con una pistola y un machete en sus manos, salía corriendo de la cabina del capitán. Levantó la pistola pero Ruark desenvainó su sable, pues sus propias pistolas estaban mojadas y eran inútiles. El pirata apuntó para disparar cuando una persona trató de salir por la puerta y lo empujo.
Se oyó la voz de Carmelita:
– Eh, qué demonios…
El disparo estalló pero el proyectil salió desviado. El mulato rugió de rabia y de un golpe envió a Carmelita al interior de la cabina. Después gritó y cargó con su machete.
Ruark sabía que el disparo debía de haber atraído la atención de todos los que estaban en tierra, de modo que no había tiempo de trenzarse en un duelo. Sacó una pistola mojada con su mano izquierda y la arrojó a la cara del mulato, dejándolo atontado. Levantó el sable y golpeó con toda su fuerza. El pirata apenas resistió el golpe, dio un paso atrás y dejó caer el machete. Inmediatamente se volvió, corrió hacia la borda y se arrojó al agua.
Ruark miró hacia la orilla. Los gritos de los dos marineros habían atraído a muchos otros al borde del agua. Algunos corrían hacia un cobertizo donde había, según sabía Ruark, cuatro canoas, bien protegidas y siempre preparadas y cargadas.
Un ruido a sus espaldas hizo que Ruark se volviera, listo para presentar batalla nuevamente, pero esta vez tratabas solamente de Carmelita, envuelta a medias en una sábana. Ella vio el machete sobre la cubierta y el sable amenazador e imaginó 1o peor.
– ¡Yo no le he hecho ningún daño! -imploró-. ¡No me mate! En seguida corrió hacia la borda y se arrojó al agua como los otros. Gaitlier había ayudado a Dora a subir a cubierta y se apresuró a obedecer la orden de Ruark:
– ¡Corte el cabo de proa!
Ruark mismo corrió a la popa, tomó un hacha y cortó el cable del ancla. El barco empezó a balancearse libremente.
Ruark miró hacia la aldea. Las troneras de la casamata de gruesos troncos estaban abiertas y con amenazante lentitud estaba apareciendo la boca de un cañón, Hubo un relámpago y una nube de humo ocultó la casamata. Segundos después, se elevó un géiser de agua a varios metros de la popa, donde cayó una bala. Un disparo de cálculo. Los otros llegarían más cerca. La marea estaba alejando al Good Hound, pero con demasiada lentitud. Ruark gritó:
– ¡Icen una vela! ¡Cualquier vela!
Gaitlier encontró el cabo apropiado y 1o soltó; Shanna y Dora se le unieron con todo su peso y lentamente la vela empezó a subir. La brisa infló la lona suavemente y el barco empezó a moverse.
Ruark tomó el timón a fin de poner proa hacia el mar y alejarse del puerto. Hubo otro relámpago y esta vez el géiser se elevó cerca de la popa, salpicando con agua a Ruark.
Los cañones estaban instalados con el propósito de cubrir el canal entre los arrecifes, por donde podía esperarse un ataque. Podían volar a cualquier barco en pedazos, pero dentro de la barrera de bancos de arena se podía llegar al borde de la marisma y allí, entre una delgada cubierta de follaje, entrar en -el canal si uno conocía la entrada y Gaitlier la conocía.
La primera vela estaba izada y Gaitlier aseguró el cabo mientras Shanna desataba el siguiente. Con este podrían llegar al cabrestante de cubierta y pronto estuvieron haciéndolo girar.
El cañón disparó nuevamente y esta vez Ruark se agachó cuando la barandilla del alcázar se deshizo en astillas y el enorme proyectil cayó al mar después de rozar el palo de mesana.
Ruark sintió el golpe en su muslo pero se acercó nuevamente a la rueda del timón, la aferró, y apoyándose en la bitácora, puso nuevamente la goleta en la dirección conveniente.
La segunda vela estaba izada y una tercera subía lentamente mientras la pequeña tripulación se esforzaba denodadamente en la cubierta principal. Un cañón hizo fuego nuevamente desde la costa; inmediatamente hubo otro disparo, pero ambos proyectiles cayeron a popa. Ahora estaban cruzando la línea de fuego y los cañones no podían hacerse girar con la rapidez necesaria para seguir a la goleta. Otro relámpago, y la bala cayó más lejos a popa.
Ruark verificó el curso y llevó al barco alrededor de una punta: a estribor. Miró hacia el muelle y vio que los piratas habían abandonado los cañones. Varios botes remaban hacia las otras goletas y que Con tres velas firmemente izadas en el Good Hound, Ruark hizo una seña a su tripulación y ellos interrumpieron su trabajo. Con Dora a, su lado, Gaitlier fue hasta, proa a fin de poder indicar el paso hacia el canal, y Shanna fue a popa para unirse a Ruark.
La goleta salió de la bahía y Ruark observó cautelosamente los bancos de arena que pasaban a su derecha mientras él llevaba el barco paralelamente a la costa. Una franja demasiado estrecha de agua, azul oscura se extendía, hacia delante y Ruark sabía que debía mantener el barco en el medio de ella hasta que Gaitlier le indicara que virase.
Cuando subía al alcázar, Shanna se detuvo súbitamente y Ruark la miró. Ella abrió la boca, horrorizada, y miró la pierna de él.
Siguiendo su mirada, Ruark bajó los ojos y no pudo evitar un estremecimiento porque, atravesando su muslo, asomando por ambos, lados, había clavada una astilla de madera de la barandilla. Tenía unos treinta centímetros de largo y alrededor de tres de ancho.
Shanna corrió a su lado y se inclinó para sacar la astilla, pero él se lo impidió.
– Ahora no -dijo él-. Hay poca sangre y no duele. Estoy bien. Debo conseguir ponemos a salvo antes de que tú me atiendas la herida.
En ese momento, Gaitlier levantó su brazo izquierdo y hacía señas de girar lentamente en esa dirección. Ruark giró la rueda del títn6n y el barco respondió suavemente. Se acercaron a la costa y Ruark se puso tenso, pues pareció que el barco encallaría sobre la marisma.
Gaitlier bajó su brazo y señaló directamente a la izquierda. Ruark giró la rueda y el barco viró. Las velas cayeron y en seguida se hincharon cuando la goleta recibió la brisa siguiente desde el otro lado. El barco entró en un estrecho canal. La vegetación casi rozaba ambos lados del casco.
Un disparo desde popa pasó silbando y Ruark se volvió y vio las velas de la balandra del mulato que se acercaban rápidamente con todo su velamen al viento. Con una tripulación completa, la balandra podría alcanzados en poco tiempo.
Ahora estaban a varios centenares de metros dentro del canal y cuando se volvió, Ruark quedó sorprendido. El capitán de la balandra había tratado de entrar en el canal a toda vela, pero al virar, el pequeño barco se había inclinado marcadamente con la fuerza del viento.
Su bauprés había quedado fuertemente enredado en el enmarañado follaje. Ahora giró lentamente en la entraña del canal, el cual quedó cerrado. Nada más grande que un bote de remos hubiera podido pasar, y transcurrirían horas antes de que pudieran cortar la maraña a fin de liberar al barco.
Sonó otra vez un cañonazo, pero como habían apuntado de prisa, el proyectil rompió algunas ramas bien lejos a babor. La goleta dobló en un recodo y el otro barco quedó oculto a la vista.
Ruark se concentró en guiar al barco por; el estrecho canal. El pantano se extendía varios kilómetros en profundidad y pasaría más de una hora antes de que salieran a aguas abiertas. Y hasta que estuvieran fuera del pantano, una equivocación podría hacerles encallar, como el otro barco. En ese caso les sería imposible zafarse, y si los piratas no los capturaban, sufrirían la muerte lenta del pantano.
Shanna encontró comida en la cabina del capitán, dio una porción a Gaitlier y Dora y llevó a Ruark un plato con pan moreno, carne y un gran trozo de queso. Lo colocó sobre la bitácora y mientras él se concentraba en guiar el barco ella lo alimentaba en la boca.
– Por lo menos no moriremos de hambre -dijo ella, tratando de reír, pero su expresión era de preocupación. Sus ojos descendieron hasta la pierna de él, donde la astilla asomaba ominosa mente.
– ¿Qué tienes en esa botella? -preguntó Ruark.
– Ron, creo -murmuró ella-. Estaba con el resto.
Ruark tomó la botella y bebió un gran sorbo. Instantáneamente sintió fuego en la garganta. Era ron puro, sin mezcla, negro como el pecado, sumamente potente.
– Agua -pidió él cuando pudo respirar otra vez.
Shanna le alcanzó una calabaza de los envoltorios que había traído Gaitlier. Ruark bebió a su placer y el fuego disminuyó hasta convertirse en una placentera tibieza en su barriga. El ron sirvió para calmar el dolor que había empezado a subir desde su muslo atravesado por la astilla.
Shanna dejó la bandeja a un lado y sacó de su cinturón un pequeño envoltorio. Lo abrió. Contenía una cajita de ungüento y vendas.
– Es todo lo que encontré en la cabina -dijo, y lo miró con expresión preocupada-. ¿Dejarás que te cure ahora?
Ruark miró su herida. En, sus pantalones se veía un pequeño anillo de sangre seca con un hilo delgado que caía hacia abajo. Negó con la cabeza. Mientras estuviera de pie y despierto, seguiría adelante.
– No, cariño, ahora no. No hasta que no hayamos salido de este pantano. -Sonrió para suavizar sus palabras-. Ya podrás atenderme con tranquilidad cuando estemos en mar abierto.
Shanna trató de ocultar su ansiedad; la idea de que él pudiera estar sufriendo la atormentaba terriblemente.
El sol había descendido en el cielo pero el calor no cedía. Las brisas disminuyeron hasta que el barco apenas se movía. Miríadas de insectos descendían para picarlos y torturarlos. El sudor corría por sus cuerpos, empapaba las ropas y se sumaba a las otras molestias.
Entonces, súbitamente, el cielo pareció más azul. Ruark miró a su alrededor. Los árboles eran más ralos, el canal más ancho y ya no había limo. Vio una blancura en el agua cuando el barco pasó sobre un banco. Un ligero roce en el casco, un sacudón del timón y quedaron libres, navegando en las aguas profundas y azules del Caribe. Mantuvieron el curso hasta que el pantano fue solamente una masa esfumada en el horizonte.
Entonces Ruark puso proa hacia el este para navegar siguiendo el borde sur de la cadena de islas. Cuando las dejara pondría proa al, norte y llegaría a Los Camellos en uno o dos días.
Gaitlier vino a popa y por fin todos los rostros se pusieron sonrientes y felices.
– ¿Creen que podrán izar la vela mayor? -preguntó Ruark-. Viajaríamos más rápidamente, pero es demasiado para esta tripulación.
Gaitlier estaba ansioso y llevó a Shanna a la cubierta principal. Momentos después hacían girar el cabrestante mientras la enorme vela mayor subía lentamente.
Subir para poner la gavia estaba fuera de sus posibilidades, de modo que Ruark puso el barco en el rumbo debido y Gaitlier ató la rueda del timón. Ruark rechazó la idea de ira la cabina del capitán, porque no estaba seguro de si iba a poder regresar. Shanna y Dora trajeron mantas para hacer una yacija y le prepararon un lugar junto a la batayola, mientras Ruark instruía cuidadosamente a Gaitlier sobre el rumbo a seguir, señalándoselo en la carta, y le indicaba cómo llegar a la isla de Trahern.
Esto fue lo más que Ruark pudo hacer. El sol estaba bajo en el cielo y en una hora más sería de noche. Ahora debía cuidar de sí mismo. Por fin cedió a los ruegos de Shanna y aceptó su asistencia. Se tendió sobre las mantas y todos se arrodillaron preocupados a su alrededor, indiferentes a lo que podía hacer el barco. Ruark tomó la botella de ron y vertió la fuerte bebida sobre su pierna. Después bebió un largo sorbo. Se metió en la boca un trozo de su camisa y mordió con fuerza, aferro con ambas manos la batayola e hizo a Gaitlier una señal con la cabeza. El hombre tomó suavemente un extremo de la astilla, pero agudas dagas de dolor se retorcieron dentro de la pierna de Ruark.,
– ¡Ahora! -gritó Gaitlier y tiró con fuerza.
Ruark oyó una exclamación de Shanna. Una blanca explosión de dolor se produjo en su cabeza, y cuando cedió, sólo hubo una misericordiosa oscuridad.
Le pareció que despertó poco tiempo después. Los colores dorados y rojos habían desaparecido en el cielo. Ruark sintió una tibieza contra su brazo derecho y giró la cabeza. Vio a Shanna acurrucada debajo de la manta que los cubría a ambos. Cuidadosamente la rodeó con un brazo. Ella suspiró y se acercó más.
Ruark alzó la vista hacia los altos mástiles y entonces comprendió. ¡Ya era de día!
Había dormido toda la noche. Se tocó cuidadosamente el vendaje del muslo. Movió los dedos de los pies para tranquilizarse. Todo parecía encontrarse bien, excepto un dolor sordo y persistente en la herida.
Shanna despertó y levantó la cara hacia él. Ruark la besó tiernamente.
– Me quedaría aquí para siempre si tú estuvieras conmigo -dijo él en el oído de ella.
– ¿Y Tu pierna? -preguntó Shanna ansiosamente- ¿Cómo la sientes?
Ruark miró hacia el lugar donde Gaitlier y Dora habían pasado la noche.
– Si no tuviésemos huéspedes a bordo -dijo- me gustaría demostrarte mi buen estado de salud.
En ese momento se acercó Gaitlier, y Shanna, avergonzada, se apartó de Ruark y se sentó sobre sus talones.
– ¡Oh, Ruark, no te levantes! -rogó Shanna-. Yo haré lo que sea necesario. Quédate quieto.
– No puedo, Shanna, debo ocuparme del barco a fin de que no terminemos encallados en la costa de África.
Shanna vio que estaba decidido. Con cierta dificultad, Ruark se levantó y pronto estuvo junto a la rueda del timón.
Ruark miró a su alrededor. El viento había cambiado ligeramente y pronto tendría que corregir el rumbo.
Entonces vio nubes bajas sobre una sombra alargada. Eso anunciaba una isla. Sintió que Shanna le ponía una mano en el pecho y la miró. Ella tenía en el rostro una expresión de honda preocupación.
– Pronto llegaremos -dijo él-. No tienes por qué inquietarte.
– ¿Capitán? -preguntó Gaitlier, aparentemente intrigado-.¿Trahern es tan malo como dice Madre? ¿Yo también seré capturado como siervo? ¿A qué amo deberé servir? ¿A él o a usted?
– No tendrá amo, señor Gaitlier -repuso Ruark con osadía. El mismo no hubiera podido decir cuál sería su destino, pero a este hombre podía asegurarle un retorno a la dignidad-. Quizá la isla sea de su agrado y usted prefiera quedarse. Si no, estoy seguro de que Trahern le pagará pasaje a cualquier puerto de su elección. Se mostrará agradecido con usted por haber ayudado a rescatar a la hija, y lo recompensará con una, bonita suma.
– ¿Y qué será de usted, señor? -preguntó Gaitlier, pero Ruark prefirió fingir que había entendido mal el significado de la pregunta.
– Yo no tengo necesidad de dinero. -Miró al hombre-. Sin embargo, hay una cosa que voy a pedirle, señor Gaitlier.
El hombre asintió. -Lo que usted diga, señor.
Ruark se rascó el mentón con el pulgar. – Trahern me conoce como siervo. A menos que la señora Beauchamp le diga otra cosa, le pido que guarde silencio sobre nuestro casamiento. Yo soy, para la gente de Los Camellos, John Ruark, y la señora es señora Beauchamp, viuda.
– No tema, señor. Dora y yo nada diremos de usted y la señora.
Los cuatro compartieron una comida alrededor de la yacija de Ruark. Shanna se ocupó rápidamente de que Ruark estuviera cómodo, puso, una almohada bajo su pierna, le llenó el plato y tomó la copa de vino cuando él hizo ademán de dejarla sobre la cubierta. Ruark apoyó posesivamente una mano en el muslo de Shanna y explicó a Gaitlier la forma de manejar el barco. Fue un momento tranquilo, un momento descansado, y cuando terminó, Ruark volvió cojeando a la rueda del timón.
Ruark levantó el anteojo de bronce y estudió la isla todavía distante que se hallaba a popa y babor. Era la última de la cadena, altos acantilados caían verticalmente al mar en su extremo oriental. Una vez que la hubieran pasado, pondrían proa a Los Camellos.
Regresó a su yacija y estiró nuevamente la pierna. La herida le dolía y los músculos empezaban a saltar en su muslo, enviando oleadas de dolor hacia todo su cuerpo. Empezó a masajearse el muslo para relajar los músculos que palpitaban pero Shanna se hizo cargo de la tarea. Bajo las tiernas caricias, él se adormiló y soñó con unos labios suaves y rosados que lo besaban en la boca.
La isla había quedado atrás y el sol estaba alto en el cielo cuando Ruark viró y puso proa a Los Camellos. Después volvió a tenderse sobre las mantas. Gaitlier había improvisado un toldo para él y ahora Shanna compartía con Ruark ese pequeño punto de frescura. La pierna dolía intensamente y cada vez que se levantaba debía hacer un esfuerzo mayor. Bebió más ron, pero esta vez la bebida no calmó su sufrimiento.
Apoyó la cabeza.en el regazo de Shanna y ella le acarició la frente hasta que el dolor cedió. Mientras sostenía la cabeza de él, Shanna tarareó unos pocos versos de una tonada que súbitamente le vinieron a la memoria y Ruark, con su rica voz de barítono, empezó a acompañarla en el canto. Shanna dejó de cantar y escuchó con atención. Súbitamente reconoció la voz que había llegado hasta ella desde la cubierta inferior del Marguerite, cuando viajaba de Inglaterra a Los Camellos.
– ¡Oh, Ruark! -susurró suavemente ella y lo besó en la frente.
En ese momento les llegó un grito y ambos se levantaron. Ruark se apoyó en la batayola para no caerse y miró a Gaitlier, quien venía por la cubierta agitando los brazos, seguido por Dora.
– ¡Barcos! ¡Barcos a la vista! -gritó el hombre-. ¡Y de los grandes!
Ruark tomó el largo telescopio y enfocó las velas que relucían blancas en el sol y se acercaban rápidamente. Dirigió el anteojo hacia la mancha de color que flameaba en el palo mayor.
– ¡Inglés! -gritó-. ¡Son ingleses! Pero hay otra bandera. -Miró nuevamente por el anteojo.
Después de un momento, se volvió y miró sonriente a Shanna-. ¡Es tu padre! ¡El Hampstead y el Mary Christian!
Shanna soltó un grito de alegría y Ruark luchó para conservar el equilibrio cuando ella le echó los brazos al cuello.
– ¡Arríe las velas! -gritó Ruark a Gaitlier-. ¡Nos detendremos y los aguardaremos!
El hombre no necesitó que le repitieran la orden. Saltó a la batayola, tomó el hacha y con un solo golpe cortó el cabo de la vela mayor. Luego corrió a la cubierta de proa, donde hizo lo mismo con las cebaderas.
El Hampstead se acercó y pronto no hubo ninguna duda. Junto al flaco hombre de negro que sólo podía ser Ralston, había un bulto blanco que sólo podía ser Trahern. Shanna dio un grito de alegría y corrió a unirse con Gaitlier y Dora en la batayola. Ruark se hubiera reunido con ellos, pero su pierna no hubiese soportado el peso de su cuerpo. Mientras la enorme masa del Hampstead seguía acercándose, él permaneció aferrado a la rueda del timón. Las troneras fueron abiertas y los cañones asomaron. Detrás de las bocas negras y amenazadoras, él pudo ver las caras ansiosas de los artilleros, alerta ante cualquier señal de hostilidad.
Fueron arrojados garfios de abordaje y los dos barcos quedaron unidos. Entonces, a un grito del piloto, un pelotón de hombres saltó a la cubierta del Good Hound empuñando pistolas y machetes y preparados, como si esperaran tener que librar batalla. El Mary Christian se mantenía a babor con sus cuatro cañones listos para disparar.
Cuando cualquier posible resistencia hubo sido conjurada, Ralston abordó cautelosamente la goleta y dio varias órdenes a los hombres.
Uno de los marineros, al ver que no había peligro, dejó a un lado su machete y ayudó a Shanna a pasar al Hampstead.
Apenas estuvo en el gran barco, ella corrió al alcázar y se arrojó en los brazos de su padre, llorando de alegría y alivio. Trahern luchó por conservar su equilibrio y se apartó un paso.
– Ciertamente, eres mi hija -dijo el hacendado- y no un pillete que viene a aprovecharse de mi bondad.
Shanna rió alegremente y abrió la boca para replicar, pero al desviar la mirada se apartó y las palabras se atascaron en su garganta cuando miró hacia la cubierta de la goleta.
Ruark había estado dispuesto a saludar a Ralston como a un salvador y tendió una mano cuando el hombre flaco se le acercó, pero Ralston ignoró el gesto y en cambio lo golpeó cruelmente con el grueso mango de su fusta de montar. El golpe dio a Ruark en medio de la cara y lo hizo caer pesadamente sobre la cubierta. Cuando Ruark trató de levantarse, Ralston puso un pie en medio de su espalda, apretándolo contra las tablas. El hombre flaco hizo un gesto imperioso a dos corpulentos marineros. Sin ceremonia, los hombres levantaron a Ruark, le ataron las muñecas a la espalda y cuando él recobró el sentido lo amordazaron para acallar sus maldiciones. Ralston caminó hacia la escalera y allí aguardó a que trajeran al prisionero. Los hombres empujaron a Ruark hacia adelante. El no podía caminar y cayó, retorciéndose para proteger su pierna herida. Cuando nuevamente lo levantaron, tenía un gran magullón en la frente, por la que corría un hilillo de sangre. Lo arrastraron entre los dos y Ralston encabezó la procesión, henchido de orgullo por su victoria.
Horrorizada, Shanna se volvió hacia su padre pero él no estaba de humor para escuchar sus ruegos.
– Será colgados por piratería -dijo el hacendado- no bien lleguemos a Los Camellos. Los hombres que los piratas dejaron en libertad me han contado todo acerca de nuestro señor Ruark.
Orlan Trahern bajó cuidadosamente del alcázar y fue a recibir al grupo que venía de la goleta.
– ¡Nooo! -gimió. Shanna y corrió en pos de su padre. Cuando llegó, a la cubierta principal vio a Pitney apoyado en la batayola, con los brazos cruzados, enormes pistolas en su cinturón y un ceño sombrío en su cara.
Pitney miró a Shanna un largo momento, chasqueó la lengua y le volvió la espalda, como si no pudiera soportar tener que mirada. Se oyó un gemido cuando los hombres de Ralston arrojaron a Ruark en la cubierta.
– Este esclavo es culpable de una docena de crímenes -gritó Ralston, enhiesto y autoritario-. Icenlo en el penol de la verga.
Los marineros levantaron los brazos de Ruark y se los ataron sobre la cabeza. Después, obedeciendo la orden, lo izaron hasta que los dedos de los pies del prisionero apenas rozaron la cubierta.
Nuevamente Shanna apeló frenéticamente a su padre y él la ignoró.
En vez del color gris habitual, la cara de Ralston estaba encendida. El hombre tosió cubriéndose la boca con una mano enguantada y habló con atrevimiento a Trahern.
– Si un marinero inglés puede ser azotado por desobedecer a un oficial -dijo- seguramente este hombre merece un millar de latigazos. Ahora veremos que pague por lo menos por unos pocos de sus perversos pecados, uno de los cuales es el rapto de su hija. La justicia tiene que ser rápida para ser buena. Primer oficial -gritó, dispuesto a no mostrar piedad- traiga el látigo de nueve colas y hagamos gemir a este bastardo.
Trahern permaneció en silencio, porque para él, ese hombre que había sido una vez honrado con su confianza merecía todo lo que le estaba sucediendo. Ralston se acercó arrogantemente a Ruark y levantó con su mano enguantada la cabeza inclinada del desdichado.
– Ahora, mi buen hombre -dijo burlón- recibirás el premio que te mereces por tu aventura y tu huida. Sentirás nuestra justicia en tu espalda y también servirás de ejemplo a los otros esclavos.
Retiró la mano y la cabeza de Ruark cayó nuevamente. Ralston le arrancó la mordaza.
– ¿No tienes nada que decir en tu defensa? -preguntó-.Shanna miró desesperadamente a su alrededor. ¿Nadie la ayudaría?
El primer oficial apareció agitando el látigo de nueve colas. Las pequeñas esferas de plomo a cada extremo de las cuerdas trenzadas del instrumento de tortura golpearon sobre cubierta. Pitney se apartó de la batayola. Había visto bastante de esta farsa y no estaba dispuesto a permitir que continuara. Pero antes de moverse, miró a Shanna y se detuvo. La cara de ella tenía una expresión de indignación que él nunca le había visto.
Ralston vio que se acercaba el primer oficial y sus tendencias sádicas 1o impulsaron a nuevas maldades.
– yo mismo aplicaré el castigo -dijo jactanciosamente- para asegurarme de que los golpes son suficientemente fuertes. Déme el látigo.
Un instante después Ralston soltó un grito de temor y dolor cuando las colas del látigo se enroscaron y mordieron la carne de su brazo. Se volvió, sorprendido, y se encontró frente a frente con Shanna, quien levantó nuevamente el látigo, lista para golpear otra vez.
– ¡Le daré un latigazo, bastardo, si vuelve a tocar a ese hombre! El primer oficial se adelantó mascullando unas disculpas y trató de arrebatar el látigo de la mano de Shanna, pero se detuvo súbitamente. Pitney había sacado una pistola y ahora apuntaba a pacos centímetros de la nariz del marino. Ralston se hubiera adelantada furioso, pero contuvo su heroísmo parque Pitney sacó su otra pistola y la amartilló.
– ¡Desátenlo! -ordeno Shanna, y amenazó con el látigo a los dos hambres que habían atado a Ruark.
Ellos se apresuraran a obedecer, cortaron la cuerda y Ruark se desplomó sobre la cubierta. Shanna hubiera querida correr a su lada pero se contuvo. Se plantó, rígida, frente a su padre mientras Pitney seguía alerta, listo para detener a cualquiera que quisiera interferir. Una de las pistolas seguía apuntada al media del pecho de Ralston, quien miraba espantado el negro agujero de la boca.
– Has cometido una tremenda equivocación, padre -declaró Shanna en tona muy formal-. Fue el señor Ruark quien nos salvó a todas de las piratas, como confirmarán estas buenas personas. -Señaló con la cabeza a Gaitlier y Dora, quienes habían seguido toda la escena con ojos dilatados por el miedo temerosos de que ésta fuera también la recompensa reservada para ellos.
– Ciertamente -dijo. Shanna- fue el señor Ruark quien me salvó de esos villanos, a riesgo de su vida. Gracias a él no he sido tocada.
Ralston hizo un sonido despectivo y las ojos azul verdoso, helados, se volvieron hacia él. Pero Shanna continuó con su defensa aunque sin mirar a su padre. Tampoco podía soportar la mirada de Pitney.
– El señor Ruark -dijo- fue llevado de Los Camellos a Mare's Head contra su voluntad, y gracias a su ingenio pudo sacarnos a todos de allí. Si insistes en castigarlo, también tendrás que castigarme a mí.
Ruark saltó un gemido y ella arrojó el látigo y corrió a arrodillarse a su lado.
– ¡Traigan al cirujano! -ordenó Trahern-. Después, pongan proa a Mare's Head.
Shanna apoyo la cabeza de Ruark en su regazo Pitney se inclinó, para poner a Ruark en una posición más cómoda y oyó que Shanna decía en voz muy baja:
– Todo está bien ahora, amor mío. Todo está bien.
Ruark cerró los ojos y se hundió en un misericordioso desmayo.
A media mañana del día siguiente, Ruark pudo ponerse de pie al lado de Trahern en el alcázar del Hampstead. Se apoyaba en el grotesco bastón del hacendado que le había sido facilitado -no de muy buena gana- para que la usara como muleta. El cirujano había quitado de la herida varias astillas pequeñas y trozos de tela, después trató la herida con ungüentos y hierbas y la envolvió con vendas limpias. Aunque un poco afiebrado y ligeramente mareado, Ruark se negó a permanecer acostado. Disfrutaba de la brisa refrescante que soplaba en el alcázar y saboreaba anticipadamente el regreso a Mare's Head.
En la cubierta principal, la tripulación ya tenía todo dispuesto, y cuando el Hampstead ancló fuera del arrecife de la isla de las piratas, los grandes cañones ya estaban cargados y listos para hacer fuego. Cuando todo estuvo en condiciones, el Hampstead entró en la caleta más allá del arrecife.
La escena que los recibió fue de caos. Los botes empezaban a dirigirse a los barcos fondeados. El mulato ya había retirado su navío de la maraña del pantano. y ahora la embarcación estaba muy cerca del muelle. Había febril actividad en la balandra y en el cobertizo que ocultaba los cañones. Cuando todavía el Hampstead estaba fuera de alcance, un relámpago y una nube de humo brotaron de la balandra y una columna de agua se elevó abruptamente a doscientos metros de la proa fue un disparo de prueba desafortunado parque reveló el alcance máxima de los arcaicos cañones de las piratas.
El sonido del cañonazo fue seguido de una orden del jefe de artilleras. Así empezó la batalla. Brotó un géiser muy cerca de la balandra y una nube de polvo formóse en la colina que dominaba el poblado.
En la aldea se produjo una súbita detención de todas las actividades, porque todos comprendieron que la isla no era tan segura como habían supuesto. De repente había un frenético movimiento de personas que corrían entre las casas, tratando de poner a salvo sus posesiones.
Los cañones ladraron otra vez y ahora se elevaron sobre el pueblo nubes de polvo. mezclado con escombros y trazas de madera. Ruark vio el desagradable espectáculo de personas inocentes que trataban de ponerse a salvo de la andanada que caía sobre ellas. Los artilleros del Hampstead no eran expertos en el uso de las buenas piezas de artillería; conocían, en cambio, el azaroso alcance y precisión de los más antiguos cañones de bronce. Ruark soltó un juramento y penosamente se dirigió al lugar donde trabajaban los artilleros. Los cañones rugieron otra vez, y nuevamente se elevaran nubes de escombras y astillas que cayeron sobre la gente. Mientras tanto, la balandra del mulato estaba siendo arrastrada por medio del cabrestante del ancla y las velas estaban subiendo en sus mástiles.
Ruark usó el bastón de Trahern para hacer a un lado a los jefes de los artilleros y empezó a apuntar él mismo los cañones. Retrocedió un paso, levantó un brazo y dos hombres se prepararon con sus mechas encendidas. Ruark bajó la mano y la cubierta saltó baja sus pies cuando ambos cañones dispararon al unísono. La cubierta de la balandra se hizo pedazos cuando los proyectiles cayeron sobre ella y derribaron el palo de trinquete. Ruark urgió a los hambres a que recargaran las cañones y otra vez apuntó. A su señal, las piezas hablaron al mismo tiempo.
Esta vez cayó el palo mayor del barco pirata, el cual escoró marcadamente cuando una gran vía de agua se abrió en el lado de estribor, a la altura de la línea de flotación. Los hombres se arrojaron al agua mientras el barco caía contra el muelle y empezaba a asentarse en el fondo del puerto poco profundo.
Ruark cambió la dirección y dos de los barcos más pequeños empezaron a hundirse cuando los proyectiles perforaron sus costados. De uno empezó a brotar humo y la tripulación del otro huyó hacia el pantano. Fueron hechos más disparos hasta que la pequeña flota pirata fue una masa humeante de restos flotantes o semi sumergidos. Ahora Ruark apuntó con más cuidado, pero todavía fueron necesarias tres andanadas hasta que el blocao desapareció en una explosión. Nuevamente apuntó en otra dirección y la posada de Madre recibió el grueso del ataque. Poco después la fachada empezó a desmoronarse lentamente, dejando descubierto el interior.
Una vez más Ruark hizo recargar los cañones y apuntó cuidadosamente. Bajó la mano y Shanna contempló cómo la pared oriental de la habitación donde había vivido se disolvía en una nube de polvo. Desde la cubierta principal, Ruark le gritó a Trahern:
– A menos que quiera matar a inocentes, el daño mayor ya esta hecho. Pasarán meses antes de que un barco pueda salir de aquí. Los responsables de la captura de su hija están muertos o han huido. Espero su decisión, señor.
Trahern agitó una mano y se volvió al capitán Dundas.
– Asegure los cañones -dijo-. Ponga proa a Los Camellos. Ya hemos visto demasiado de este lugar. Dios mediante, no veremos más.
El esfuerzo había costado a Ruark las pocas energías que le quedaban. Ahora dejó caer la cabeza y se apoyó débilmente en el espeque. Uno de los jefes artilleros le entregó el bastón del hacendado; él lo tomó y dio unos pasos hacia el alcázar, hacia Shanna. Sentía la boca extrañamente seca y su cara y brazos calientes, mientras el sol empezaba a girar locamente entre los mástiles sobre su cabeza. Vio que Shanna corría. hacia él y en seguida la áspera cubierta tocó su mejilla y el olor a pólvora entró con fuerza en su nariz. El día se le volvió gris hasta que oscureció por completo. Sintió unas manos frescas debajo de su cuello y una extraña humedad cayó sobre su rostro. Creyó oír que 1o llamaban desde lejos por su nombre, pero estaba muy cansado, muy cansado. La noche más negra cerróse a su' alrededor.
CAPITULO VEINTE
El cirujano murmuró y juró mientras trataba de inmovilizar la pierna del herido pese a las sacudidas del birlocho.
– Tenga paciencia, Herr Shaumann. -La voz de Shanna Beauchamp sonó segura pero suave-. Ya falta poco.
Ella tenía la cabeza de Ruark sobre su regazo y sobre la frente le había puesto un paño fresco, húmedo. Trahern iba sentado en el otro lado y observaba a su hija con desconcierto. Notaba en ella una nueva seguridad, una confianza que no había visto antes. Ella se había empeñado en conservar una daga de plata. Eso y una pistola tan pequeña que era casi inútil estaban cuidadosamente envueltas en un justillo de cuero a sus pies.
– La pierna supura. -La voz del cirujano interrumpió los pensamientos de Trahern, quien prestó atención a las palabras del cirujano.
– Habría que cortada. ¡Ahora! Antes de que él despierte. Mientras más esperemos, más difícil será la tarea.
Shanna miró silenciosamente al cirujano y su mente llenóse con la terrible visión de Ruark luchando por montar un caballo con su pierna izquierda amputada a la altura de la cadera.
– ¿Eso 1o salvará? -preguntó quedamente.
– Sólo el tiempo 1o dirá -respondió Herr Shaumann con brusquedad-. Hay probabilidades de que sobreviva.
Por un largo momento, Shanna miró a Ruark. El estaba muy pálido y ella sintió que le faltaba el valor. Sin embargo, cuando habló, su voz sonó firme, decidida.
– No, creo que nuestro señor Ruark luchará también por su pierna. Quizá entre los dos logremos salvarla.
Ambos hombres aceptaron esa afirmación como definitiva y nada dijeron.
El carruaje se detuvo frente a la mansión y antes de que los caballos se hubieran aquietado por completo, Pitney, quien había viajado adelante, se acercó para tomar cuidadosamente a Ruark en sus brazos enormes. Inmediatamente, Shanna se apeó.
– A las habitaciones contiguas a las mías, Pitney, por favor. Trahern levantó marcadamente las cejas. Ella se había mostrado ansiosa de que sir Gaylord se instalara lo más lejos posible de sus habitaciones y ahora llevaba al siervo a su misma ala de la casa.
Sir Gaylord mantuvo la puerta abierta para el grupo que regresaba. Cuando Trahern último de la procesión, pasó junto a él, se detuvo para mirar el pie vendado del caballero.
– Bien, sir Gaylord -gruñó el hacendado- veo que su tobillo está mucho mejor.
– Por supuesto -replicó el hombre animosamente-. Siento muchísimo no poder haber ido con usted, pero el maldito animal se movió justamente cuando yo… bueno, me pisoteó. Pero está curándose rápidamente.
– Gaylord levantó su bastón y en seguida hizo una mueca de dolor cuando probó a pisar con el pie.
Trahern soltó un resoplido y luchó para que su cara no revelara el desprecio que sentía.
– El destino de los valientes, supongo -dijo Trahern por encima de su hombro, y siguió caminando.
– Ajá -respondió rápidamente el inglés-. Exactamente. De todos modos, hubiera ido si no hubiese sucedido a último momento, pero no sabía si era muy grave ni si yo hubiera sido de utilidad en una pelea. Hubo pelea, por lo que veo. -Señaló con la cabeza al herido que subían por la escalera-. Veo que ha capturado a, ese individuo, ese Ruark. Un malvado, seguramente, para huir y raptar a su hija. Que lo curen lo suficiente para poder colgarlo.
Fue una suerte para Gaylord que Shanna estuviera en ese momento discutiendo con el médico y que no oyera sus palabras. Trahern se limitó a responder con un gruñido ininteligible; casi saboreó la idea de dejar que su hija corrigiera a sir Gaylord. No tenía dudas de que ello ocurriría muy pronto, sin que él tuviera que pedírselo.
– Acompáñeme a beber un ron mientras meten al señor Ruark en la cama -invitó Trahern y subió las escaleras detrás del grupo-. Será interesante ver qué tienen que hacer para conservarlo vivo para colgarlo.
El caballero siguió cojeando lo mejor que pudo a su majestuoso anfitrión, puesto que nadie se detuvo para ayudarlo. Cuando en la cima de la escalera Pitney llevó al siervo en la dirección de las habitaciones de Shanna, Gaylord consiguió disimular en parte su preocupación. Pero se apresuró a alcanzar al hacendado para llamarle la atención sobre el asunto.
– ¿Le parece prudente tener a ese renegado tan cerca de las habitaciones de su hija? Quiero decir, que si el individuo no ha cometido lo peor hasta ahora, es probable que lo cometa en la primera ocasión. Con un tipo tan taimado, a una dama habría que decirle que tome precauciones o recordarle los peligros que corre si ella misma no los advierte.
Trahern replicó con un toque de humor. -A mí me parece prudente no negarle nada a mi hija en estos momentos.
– ¡Sin embargo, señor! -Sir Gaylord se volvió inflexible-. No creo que la futura esposa de un caballero deba alojarse en la misma ala con un villano. Las lenguas malignas podrían decir que el buen hombre es cornudo.
Trahern se detuvo abruptamente y enfrentó al hombre. El humor desapareció de su rostro y fue reemplazado por una evidente ira que relampagueó en sus ojos verdes.
– No cuestiono la virtud de mi hija -dijo- ni tampoco voy a creer en murmuraciones difundidas por algún pretendiente despechado. Mi hija tiene una voluntad propia y sentido de la decencia. No abuse de mi hospitalidad sugiriendo lo contrario.
Un grito de Pitney había enviado a Berta y Hergus corriendo a las habitaciones que Shanna indicó, y cuando el grupo traspuso la puerta con su carga, ellas habían preparado la cama y cojines para apoyar la pierna herida de Ruark.
La habitación se llenó de actividad. Pitney fue seguido inmediatamente por el cirujano, quien se hizo a un lado para que Shanna entrara antes que él. Trahern se les unió, seguido de Gaylord, y los dos quedaron observando desde la puerta. Shanna pidió que tuvieran cuidado cuando pusieron a Ruark en la cama. Le quitaron la camisa de lino y las medias. El cirujano pidió que acercaran una mesilla para sus cuchillos e instrumentos. Hergus miró ansiosamente a Shanna, quien había mojado un paño en una jofaina y estaba limpiando la cara y el pecho de Ruark. Los calzones habían sido cortados todo a lo largo de una pierna, y cuando Herr Shaumann retiró el vendaje, la criada pudo ver la herida supurante, rodeada de sangre seca. No habituada a ver esas cosas, Hergus se volvió y huyó de la habitación, tapándose la boca con la mano. Shanna miró sorprendida a la mujer que escapaba. Hergus siempre le había parecido una mujer resistente y decidida, de ninguna manera inclinada a los remilgos.
– ¡Mujeres! -murmuró el doctor. Señaló con irritación los calzones manchados de Ruark, que estaban ennegrecidos por la pólvora y tenían el mismo olor acre. A menos que le resulte ofensivo a su delicada naturaleza, muchacha, sugiero que le quite esa ropa.
Berta ahogó una exclamación ante ese pedido, pero Shanna no vaciló. Con su pequeña daga, se inclinó para abrir las costuras de los calzones. Pero Pitney apartó las manos de ella y sacó su gran cuchillo de hoja ancha. Separó la prenda hasta la cintura y terminó de abrir la otra pernera.
Shanna se volvió exasperada cuando Berta tironeó por tercera Vez de su manga. Pitney estaba quitando los calzones y separándolos de las delgadas caderas de Ruark, y el ama de llaves levantó una mano temblorosa para cubrirse los ojos. Su rostro de querubín estaba de color escarlata.
– Vamos, criatura -susurró con ansiedad-. Creo que éste no es lugar para ti. Dejemos estas cosas a los hombres.
– Sí, señora Beauchamp -dijo Gaylord, adelantándose-. Permítame que la acompañe fuera de -aquí. Ciertamente, este no es lugar para una dama.
– ¡Oh, no sea asno! -estalló Shanna-. Aquí me necesitan y yo puedo ayudar.
Gaylord abrió la boca y emprendió una apresurada retirada, pero chocó con Trahern, quien tuvo el buen sentido de dejar tranquila a su hija. Pero Berta insistió, aunque sus palabras se cortaron abruptamente cuando vio que Pitney arrojaba los calzones al suelo. Al verla incomodidad de la mujer, Shanna le puso una mano en un hombro y le habló con gentileza.
– Berta, yo soy… he sido casada. -Shanna empalideció ligeramente cuando se percató de que casi se había traicionado y continuo, más cautamente-. No soy una ignorante de las cosas de los hombres. Ahora, por favor, no me estorbes.
Berta salió del dormitorio para ca1mar su maltratado recato. Shanna se inclinó sobre la cama y sostuvo en alto una lámpara de aceite para el doctor, quien nuevamente estaba sondeando la herida.
La pierna estaba apoyada en una almohada a fin de que el médico pudiera trabajar mejor. Herr Shaumann retiró más astillas y un trozo de tela del tamaño de una moneda. Ruark gimió y se retorció. Todavía estaba en estado inconsciente, pero no era inmune a la punzante realidad del dolor. Shanna se estremeció, casi pudo sentir 1o que sufría él. Era consciente de que su padre la observaba, desconcertado por su actitud. Ella no podía disimular su preocupación, ni siquiera.1o intentaba. Si él sospechaba que su ansiedad era más de la apropiada, ella respondería a eso más tarde. Ahora todo lo que importaba era Ruark y hacer que se pusiera bien.
Herr Shaumann aplicó sus ungüentos y bálsamos con liberalidad. Después vendó la pierna con tiras anchas de tela hasta que la dejó casi inmovilizada.
– Es lo más que puedo hacer -suspiró-. Pero si se declara la gangrena, tendremos que cortar la pierna. Entonces no habrá más remedio. Ya está muy infectada. Se nota por el color púrpura y por las franjas rojas que se extienden desde la herida. Tendré que sangrar al enfermo, por supuesto. -Preparó el brazo de Ruark y empezó a acomodar sus cuchillos y recipientes.
– ¡No! -La palabra estalló en los labios de Pitney-. El ya ha sangrado bastante y yo he visto morir demasiadas personas en manos del barbero.
El alemán retrocedió airado pero contuvo su lengua cuando Trahern habló dando la razón a Pitney.
– No habrá sangrías aquí -dijo el dueño de casa-. Yo también he visto morir a una persona amada bajo la lanceta y no creo prudente debilitar aún más a este desdichado.
– Entonces nada tengo que hacer aquí -replicó el cirujano con los labios pálidos de ira-. Estaré en la aldea si me necesitan.
Shanna cubrió a Ruark con una sábana de lino y lo tocó en la frente. El movía los labios y giraba la cabeza lentamente de lado a lado. Shanna sintió un súbito temor. ¿Qué sucedería si él empezaba a delirar y mencionaba su nombre o cosas que serían mejor no mencionar? Rápidamente se volvió y empezó a despedir a todos.
– Ahora márchense -ordenó-. Déjenlo dormir, El necesitará todas sus fuerzas. Yo me quedaré un rato junto a él.
Mientras Trahern y Pitney se alejaban por el pasillo, Gaylord se detuvo en la puerta. Aunque Shanna trató de cerrar, él no cedió. Sacó su pañuelo de encaje y llevó delicadamente una pizca de rapé a cada ventana de su nariz. Entró nuevamente en la habitación y miró imperativamente a Ruark.
– Es una cosa terriblemente decente lo que usted está haciendo aquí, señora -dijo-, después de todo lo que la ha hecho pasar este individuo.
Shanna se encogió de hombros, fastidiada, y nuevamente trató de hacerlo salir.
– Sé que debió sufrir tremendas atrocidades en manos de los piratas -continuó él. Otra pizca de rapé, un estornudo, y el pañuelo de encaje delicadamente en su nariz-. Pero quiero asegurarle, señora, que mi propuesta de matrimonio sigue en pie. Y en realidad, aconsejaría que la boda se celebre lo antes posible a fin de acallar rumores que sin duda se difundirán, sobre su deshonra y vergüenza. Quizá usted conozca alguna mujer en la isla que pueda servimos para librarla de la prueba de los malos tratos que ha sufrido.
Shanna quedó momentáneamente atónita y aceptó la afrenta en silencio.
– Sin embargo yo no hablaría de su… Hum… desgracia a mi familia. Será ya bastante difícil convencerlos de la cuestionable herencia de su padre.
Shanna se puso rígida de furia.
– Es muy bondadoso de su parte, señor -dijo-, pero cualquier simiente que lleve en mi seno como resultado de mi… Hum… desgracia, ¡estoy decidida a llevada hasta el final!
Sir Gaylord se sacudió un puño de su chaqueta y continuó demostrando su magnanimidad. Seguramente, esta muchacha vulgar quedaría impresionada.
– Sin embargo, querida mía, deberíamos casarnos antes de que usted quede deshonrada. Si usted estuviera encinta, negaríamos todas las murmuraciones y yo me presentaría como el padre de la criatura.
La miró para ver el efecto de su impecable lógica pero sólo vio la espalda rígida, de ella. No podía saber que Shanna tenía los labios blancos y apretados de furia. Ella debía, pensó él, estar completamente abrumada por la generosidad del ofrecimiento. Entonces, atrevidamente, prometió:
Afrontaría personalmente cualquier desafío y retaría a duelo a quienquiera que lance sombras sobre su nombre.
Shanna levantó un brazo y su dedo tembló cuando señaló el camino más directo hacia la puerta.
– ¡Fueeera! -gritó con voz semi ahogada.
– Por supuesto, querida mía -murmuró sir Gaylord, sin comprender la situación-. Comprendo. Usted está alterada. Podremos discutido más tarde.
Dio varios pasos antes de casi tropezar con su bastón y súbitamente recordó que tenía que cojear con su pie vendado. El caballero debió dar un salto para evitar la puerta que se cerró violentamente a sus espaldas.
Shanna se apoyó contra la puerta y pasó un largo momento hasta que pudo calmar la indignación provocada por las palabras, de sir Gaylord. Un gemido de Ruark terminó de calmar su ira y la hizo correr hasta la cama. El giraba la cabeza de lado el lado.
Ansiosamente, ella tocó la frente y la encontró sumamente afiebrada
– ¡Oh, maldición! -exclamó. Los ojos se le llenaron! del lágrimas mientras una abrumadora sensación de impotencia se abatía sobre ella-, ¡Oh, Dios, no permitas que muera!
Llego la media noche, paso y Shanna seguía velando. Ruark empezó a gemir y agitarse más violentamente con un delirio febril. Shanna temió que él tratara de levantarse y supo que ella no tendría fuerzas para impedirlo, ni aun en el estado de debilidad de él. Se sentó en la cama y empezó a murmurarle palabras tranquilizadoras, y a acariciarle la frente con suavidad y dulzura.
De pronto, él abrió los ojos. Su cara se crispó salvajemente.
– ¡Maldición! -dijo él-. ¡No había visto antes a la muchacha! ¿Por que no me creen…?
Con un gruñido, apartó a Shanna de un empellón, volvió a tenderse y miró con ojos vacíos hacia el balcón. Su boca adquirió una expresión de tristeza.
– Cuatro paredes… techo… suelo… puerta. Contaré las piedras. contaré los días, uno por uno. ¿Pero cómo los contaré si no puedo ver el sol?
Sus palabras se volvieron ininteligibles. Shanna creyó que sentía dolor, porque él se retorció y pareció sufrir un gran tormento. Sacó el paño de la jofaina pero se detuvo cuando las palabras de él nuevamente sonaron con claridad.
– ¡Entonces quítenme todo! ¡Quítenme la vida! ¿Qué me importa la vida, ahora que ella se ha marchado? ¡Maldita! ¡Maldito sea su malvado corazón! ¡Ah, cómo la odio! ¡Esposa malvada! Me provoca, me acosa, me seduce, me deja muerto de deseos por ella. ¿Ya no tengo voluntad propia?
Su voz se quebró y el pecho se le sacudió con fuertes sollozos. Shanna sintió que le rodaban las lágrimas por las mejillas y trató de calmado. El no le hizo caso y se llevó una mano a los ojos.
– Pero todavía -continuó- la amo. Yo podría aprovechar mi libertad y huir. pero ella me tiene atado á su lado. -Bajó la mano y, siguió hablando y gimiendo-. No puedo quedarme. No puedo marcharme.
Cerró los ojos no habló más.
Shanna ahogó un sollozo e inclinó la cabeza, transida de dolor. Con qué frialdad había tejido su tela alrededor de él. Ella no había querido atrapado. En aquella noche oscura y fría, en la cárcel de Londres, ella no pudo prever este final. Fue un juego que tramó para burlar la voluntad de su padre, para probarse a sí misma que era tan astuta como cualquier hombre, con una total desconsideración por los sentimientos y emociones de los demás.
Se sentía profundamente avergonzada y arrepentida. De todos los hombres a quienes había herido con el filo de su lengua, Ruark era el Único a quien realmente no había querido lastimar. Y ahora él, a causa de ella, estaba cercano a la muerte.
Siguió cuidando a Ruark, secándole el sudor y vertiendo líquido entre sus labios resecos. Y él seguía delirando y agitándose, como poseído por un demonio.
– No significará nada para mí -dijo él-. No me presiones más. Ella recibirá el regalo…
Se convirtió en un trabajo interminable. Pasó la noche. Por fin rayos de luz del sol naciente entraron en la habitación. En su silla Shanna dormía a ratos, con la cabeza caída lánguidamente sobre un hombro.
Débilmente, sintió que a sus espaldas se abría y cerraba la puerta. Despertó sobresaltada cuando una sombra enorme y oscura se le acercó. Ahogó un grito, como si esperara reconocer a Pellier que venía a violarla. Pero con enorme alivio vio que era Pitney. Suspiró y se pasó una mano por la frente.
– Sabía que usted no confiaría en ningún otro -dijo él con su voz áspera y grave que la conmovió, pese a que no estuvo ausente un toque de sarcasmo.
Shanna no respondió y miró aturdida a Ruark.
– Esto es inútil -dijo Pitney-. Pronto usted no servirá de nada para él ni para usted misma. Vaya a su habitación y duerma. Yo velaré. ¡Váyase! -repitió en tono severo, pero cuando notó la expresión angustiada de ella, se suavizó-. Yo cuidaré de su hombre tan bien como de sus secretos.
Shanna obedeció. Completamente agotada, se desplomó sobre su cama todavía con el vestido que su padre había llevado con él en el Hampstead, estiró su cuerpo cansado sobre las sábanas de satén y se hundió en un profundo vórtice de sueño.
Le pareció que sólo un momento después Hergus la sacudía para despertarla.
– Vamos, señorita Shanna -dijo la mujer-. Aquí tiene algo para comer.
Shanna se sentó sobresaltada, miró el reloj y vio que eran casi las tres de la tarde. Tomó un trozo de torta de avena de la bandeja, corrió al balcón, traspuso rápidamente la reja que separaba las áreas.
Pitney había sacado una baraja y estaba jugando con ellas en una mesilla cuando Shanna entró.
– Su padre vino un momento pero ya se fue -dijo Pitney.
Shanna no respondió y corrió al lado de Ruark. La frente de él estaba tan caliente como antes. Shanna levantó la sábana y ahogó una exclamación al ver las franjas rojas que subían casi hasta la cadera.
Pitney vino a su lado. Ella tocó la carne hinchada, con un dedo tembloroso.
– Probablemente perderá la pierna -comentó él, en tono de pesadumbre. El había visto suficiente, y oído muchos relatos sangrientos, de la cirugía de los barberos. Era una vergüenza hacerla practicar en un hombre-. Es una lástima que el señor Ruark no sea un caballo. Podríamos practicar una de sus curas en él. La yegua está curada y casi no le queda cicatriz.
Shanna arrugó la nariz al recordar el aspecto y el olor del ungüento.
– Un remedio para caballos -dijo asombrada-. Esa mixtura… ron y hierbas…
Se detuvo abruptamente cuando le vino el recuerdo. Las hojas que Ruark había cortado para curarle el talón le causaron dolor al ser aplicadas en la herida, pero el dolor cedió en seguida y él dijo que eliminaría el veneno. Apretó la mandíbula, con firme determinación, y miró a Pitney.
– Busque a Elot. Envíelo a recoger las hojas con las cuales Ruark preparó la mixtura. Tenemos que añadir fuerte ron negro. -Cuando Pitney se dirigía a toda prisa a la puerta, ella agregó, por encima de su hombro-: y dígale a Hergus que traiga sábanas limpias y agua caliente.
La puerta se cerró y Shanna se inclinó sobre Ruark y desenvolvió cuidadosamente los vendajes de la pierna. Para que Hergus no se sintiera incómoda, cubrió con una toalla las caderas de Ruark.
Después de una espera intolerable, Pitney regresó con el hallazgo de Elot. Añadieron carbón al calentador de cama y Shanna aplastó las hojas, las puso en una pequeña cantidad de agua y las hizo hervir. Pronto un olor acre llenó la habitación. Con paños mojados en agua limpia y caliente, lavó la herida para quitar la supuración. Esto produjo agitación a Ruark cuando el dolor se deslizó en su delirio. Pitney sujetó la pierna con sus grandes manos y la inmovilizó mientras Shanna trabajó para limpiar los rezumantes orificios.
Recitando una silenciosa plegaria, Shanna mezcló las hierbas y el ron y aplicó la pasta caliente en la pierna. Ello provocó una reacción inmediata. Ruark gritó y se retorció cuando las hierbas cáusticas y el ron caliente penetraron en la carne desgarrada. Shanna trabajó de prisa mientras Pitney sujetaba al herido y Hergus hervía más hierbas.
Varias veces repitieron el proceso y reemplazaron el emplasto cuando se enfriaba. Después de varias horas, Shanna se detuvo y notó que Ruark descansaba más tranquilo. Le tocó la frente y advirtió que la fiebre cedía.
– Tráeme aguja y un hilo fuerte -dijo Shanna a la criada-. Por única vez en mi vida veo la utilidad de saber costura.
Hergus se apresuró a cumplir la orden y regresó poco después. La criada permaneció a los pies de la cama observando cómo Shanna cerraba cuidadosamente las heridas abiertas con aguja e hilo empapado en ron. Terminada la tarea, con orgullo por su buena labor, comentó:
– Apenas le quedará una cicatriz para poder jactarse de sus heridas. Después aplicó más mixtura y cubrió todo con vendas limpias de lino.
– Me quedaré un poco más -suspiró Shanna y se dejó caer extenuada sobre una silla.
Hergus sacudió la cabeza, exasperada,
– ¿Ni siquiera puede tomar un baño? Vaya, si es puro piel y huesos con el hambre que le hicieron pasar esos piratas. ¡Y mire su aspecto! Seguramente asustaría a su mamá si ella ahora despertara y la viera.
Shanna pasó los dedos por el cabello y recordó que no se había peinado ni cuidado su apariencia desde que se vistiera por última vez a bordo del Hampstead. Parecía que había pasado una eternidad.
– Y su pobre papá allí abajo, inquieto, deseoso de verla pero sin decir nada. Este buen muchacho ahora puede quedarse solo. Ocúpese de usted misma y dígale unas palabras amables a su papá. El casi se murió cuando supo que se la habían llevado esos piratas.
– Es más probable que papá haya asolado la campiña con su furia -dijo Shanna con ligereza.
Pitney arrugó la frente y comentó, torvamente:
– Sí, y juró colgar al señor Ruark después que los siervos vinieron con sus cuentos.
– ¿Qué dijeron ellos? -preguntó Shanna cautelosamente.
– Dijeron que él peleó por usted y la reclamó como suya -se apresuró a responder Hergus-. Hasta dijeron que él mató a un hombre por tenerla a usted.
– ¿Eso fue todo? -preguntó Shanna.
La criada dirigió una rápida mirada a Pitney y más renuente, replicó:
– No, dijeron más. -Pitney fue más brusco.
– Todos estuvimos presentes cuacado los siervos dijeron que si usted había sido violada, el responsable era el señor Ruark.
Aguardó hasta que sus palabras penetraran y la observó atentamente. Después se alzó de hombros y se acercó a la puerta.
– Pero los siervos -agregó Pitney- admitieron que no había forma de saber con seguridad 1o sucedido, pues él la llevó a usted. escaleras arriba. -Se rascó pensativo su ancha mandíbula y agregó en tono terminante-: ¿Pero si no tenía intención de llevarla con él a la cama, por qué el hombre peleó por usted?
Shanna gimió de desesperación y se hundió más en su sillón. -Quizá sería mejor que bajara -dijo sonriendo débil y lastimeramente- y le explicara a papá.
Las faldas de Hergus se agitaron. en, su prisa por seguir a Pitney que se marchaba. -Le prepararé su baño -dijo la criada.
Después de asegurarse de que Ruark descansaba tranquilo, Shanna fue a sus habitaciones donde la recibió Hergus con expresión severa.
– ¡A bañarse! -ordenó la mujer, y la ayudó a meterse en la tina. Después le frotó la espalda y le lavó, secó y peinó el cabello. -Su papá subirá -informó la criada, y entregó a Shanna su camisón y su bata en vez de la camisa y el vestido que ella esperaba-. El no creyó que a usted le gustaría hacerle compañía a sir Gaylord. Yo le traeré la cena en una bandeja. Necesitará fuerzas para enfrentar a su papá.
Shanna la miró con gratitud y la mujer se encogió de hombros, despreocupada.
– Lo tiene merecido, por haberse rebajado a acostarse con un vulgar siervo, con todos los lores y grandes señores que le han pedido su mano y los colegios a los que la llevaron. Vea, nada tengo contra el señor Ruark. El no pudo evitar que se 1o llevaran con usted. Y es un muchacho apuesto, sin duda. Pero…
Shanna murmuró algo entre dientes y ajustó su bata alrededor de su cintura, pero la criada ignoró la actitud desagradada de Shanna.
– ¿Qué conseguirá de todo esto, aparte de una barriga hinchada todos los años y ningún buen apellido para dejar a la prole? -Hergus arrugó la nariz-. Parece irlandés, y usted sabe que nada de bueno hay en esa gente, todos son unos pícaros, holgazanes, fanfarrones y mujeriegos.
Si yo fuera usted, buscaría un buen hacendado escocés con un buen apellido que esté a la altura del de su pobre difunto marido.
Exasperada, Shanna suspiró profundamente.
– No espero que comprendas 10 que sucede entre el señor Ruark y yo, Hergus, pero estoy hambrienta y prometiste traerme una bandeja. ¿Quieres que me muera de hambre mientras tú me predicas sobre 1o que me conviene?
La criada fue por fin a buscar la bandeja. Shanna se sentó a comer ante la mesilla y poco después su padre llamó suavemente a la puerta. y entró.
Trahern parecía un poco incómodo y después de un seco saludo, empezó a pasearse por la habitación con las manos a la espalda. Emitió algunos gruñidos cuando se detuvo ante un objeto curioso y después se detuvo para hojear un libro de poesías. Con la punta del dedo índice levantó la tapa taraceada de la caja de música que Ruark había dado a Shanna y escuchó unos instantes la tintineante melodía antes de volver a cerrada con cuidado, como si temiera estropear el mecanismo.
– ¡Hum! ¡Fruslerías!
Shanna guardó silencio pues se percató de que él tenía en la mente algo que lo preocupaba. Siguió comiendo y bebiendo ocasionales sorbos de té.
– Tienes buen aspecto pese a la ordalía que has soportado, criatura -comentó finalmente él-. En realidad, si fuera posible, estás más hermosa. El sol te ha hecho muy bien.
– Gracias, papá -repuso ella quedamente.
Trahern se acercó al justillo que estaba prolijamente doblado sobre el sofá, con la daga y la pistola encima. Tomó la pistola, miró a Shanna dubitativamente y ella sólo se encogió de hombros.
– Cumplió su propósito -dijo ella.
Trahern se detuvo delante de la mesilla. Shanna dejó la copa, cruzó recatadamente las manos sobre su regazo y lo miró.
– ¿Lo pasaste mal? -preguntó él con preocupación.
– Sí, padre -repuso ella, adoptando un estilo más formal, y se preparó interiormente para el interrogatorio.
– ¿Y ninguno de los piratas… te tocó? -preguntó él roncamente.
– No, padre. Tú has sabido que el señor Ruark mató a un hombre por mí. Fueron dos, si quieres llevar cuenta de sus proezas. Sobreviví solamente por la astucia del señor Ruark y por su destreza con las armas. Si él no hubiera estado allí, hoy yo no estaría aquí.
– y este señor Ruark… -él dejó flotando la pregunta mientras buscaba palabras para expresar lo que lo atormentaba.
Shanna se puso de pie. No podía mirado a la cara, de modo que fue hasta el balcón y abrió las, ventanas, porque súbitamente la habitación le parecía sofocante.
– El señor Ruark es un hombre honorable. No me ha hecho ningún daño y yo no soy diferente de cuando me fui. - Lo miró con una dulce sonrisa en los labios y habló sinceramente, porque nada de lo que había dicho era una mentira-. Mi mayor preocupación en este, momento, papá, es por el bienestar de él y hasta eso parece haber mejorado mucho.
Trahern la miró largamente como si reflexionara en las palabras de ella. De repente asintió con la cabeza, dispuesta a aceptar la historia.
– Entonces, está bien.
Ahora satisfecho, empezó caminar hacia la puerta pero lo detuvo la voz de Shanna.
– ¿Papá?
Trahern se volvió y la miró con curiosidad.
– Te amo.
El enrojeció, tartamudeó unas buenas noches y miró rápidamente a su alrededor, como si hubiera olvidado algo. Se tocó los costados y gruñó.
– Hum, él tiene el maldito bastón. -En la puerta, se detuvo y dirigió una última mirada a su hija-. Es bueno tenerte en casa, criatura. Es bueno tenerte en casa.
– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡No te vayas!
Parecía un pedido de socorro, solitario en el silencio de la noche, y ella no pudo confundir la voz. Saltó de su cama, salió al balcón sin ponerse la bata y entró en la habitación de Ruark. El se retorcía sobre la cama como si estuviera luchando contra invisibles fantasmas. Tenía la frente, cubierta de sudor y la camisa que ella había logrado ponerle estaba empapada. Shanna casi rió de alivio cuando le secó la cara con una toalla. La piel estaba húmeda y fresca. La fiebre había cesado. A la luz de la vela, ahora pudo ver que él tenía los ojos abiertos y la miraba con algo de desconcierto.
– ¿De veras estás aquí, Shanna? ¿O estoy soñando? -Le tomó una mano y se la llevó a los labios-. Ninguna doncella de mis sueños podría ser tan dulce como tú, Shanna. -Suspiró-. Creí que te había perdido.
Ella se inclinó y lo besó.
– Oh, Ruark -dijo-, yo creí que te perdería a ti. El le echó un brazo al cuello y la atrajo a su lado. – ¡Te haré daño en la pierna! -protestó Shanna preocupada.
– ¡Ven aquí! -ordenó él-. Quiero saber si esto es un sueño o producto de mi delirio.
Hubo una suave unión de lenguas y labios, cuando sus bocas se entreabrieron y juntaron con una dulzura que pareció detener el tiempo.
– Creo que la fiebre ha cedido -dijo Shanna, acurrucándose contra él-. Pero debió dejarte con la cabeza embrollada. Tu beso habla mucho más de pasión que de dolor. -Metió una mano debajo de la camisa de él y acarició el pecho velludo.
– ¡Ciertamente! -dijo él, sonriendo-. ¿Tengo que soportar eternamente las ironías de una novia decepcionada?
– En tu delirio dijiste que me amabas -murmuró ella tímidamente-. También lo dijiste antes, cuando estalló la tormenta. Te pedí que me, amaras y tú dijiste que sí.
Ruark desvió la mirada y antes de hablar se frotó el vendaje de la pierna.
– Es extraño que el delirio nos haga decir la verdad, pero es así-. La miró a los ojos-. Sí, te amo. Aunque sea una locura, te amo.
Shanna se incorporó, se sentó sobre los talones y lo miró fijamente.
– ¿Por qué me amas? -preguntó asombrada-. Te he traicionado en cada oportunidad. Te envié a la esclavitud y a cosas peores. ¿Cómo puedes amarme?
– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡Shanna! -suspiró él y le tomó una mano-.
¿Qué hombre se jactaría de la sabiduría de su amor? ¿Cuántas veces se ha oído decir no me 1mporta, yo amo? Estoy pensando en una muchacha de rostro sin encantos y cabello de color de ratón, cuya virtud fue destruida antes de que ella conociera su existencia. Y en un hombre digno que fue maltratado como esclavo. El buen Gaitlier y Dora. -Miró a Shanna pero ella no quiso mirarlo a los ojos-. Ellos se toman de la mano y se plantan frente a todo, pese a todo, para gritar con fuerza: "No importa. ¡Nos amamos!"
Ruark movió su pierna sobre la almohada y tocó los vendajes, como si quisiera calmar el dolor de su herida. Acarició el brazo de Shanna y ella se volvió hacia él.
– Shanna, amada mía, no puedo pensar en traiciones cuando pienso en el amor. Sólo espero el día en que me dirás "te amo".
Shanna levantó las manos y las dejó caer. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
– Pero yo no quiero amarte -empezó, entre sollozos-. Tú eres un colonial, un asesino convicto, un esclavo.
Yo quiero un apellido para mis hijos. Quiero mucho más de mi marido. -Desvió la mirada, en súbita confusión-. Y no quiero lastimarte más.
Ruark suspiró y renunció por el momento. Tendió la mano y gentilmente enjugó las lágrimas de las mejillas de ella.
– Shanna, mi amor -murmuró tiernamente-, no tolero verte llorar. No insistiré por un tiempo. Sólo te imploro que recuerdes que el viaje más largo se hace de a un paso por vez. Mi amor puede esperar, pero no cederá ni cambiará.
Su voz adquirió un tono más ligero y sus ojos brillaron con chispas doradas de picardía.
– Ya deberías saber que soy un hombre voluntarioso. Mi madre me consideraba decidido, mi padre me creía malcriado.
Shanna logró sonreír débilmente.
– Sí -dijo- admito eso.
El rió. -Vamos, amor mío, no te aflijas más. Tiéndete aquí a mi lado. Y déjame sentir tu tibieza y tu suavidad. Si no puedes declararme tu amor, por lo menos levántale los ánimos a un hombre enfermo.
Shanna accedió, se acurrucó y apoyó su cabeza en el hombro de él.
– No puedo descansar porque no sé cuál es peor -dijo él
Ella levantó la cabeza y lo miró desconcertada.
El explicó:
– No sé si es peor el dolor de mi pierna o el de mi entrepierna.
– Mono libidinoso- rió ella y Se refugió en los brazos de él-. Ningún enfermo se excita tan rápidamente ante una leve sonrisa.
Ruark la estrechó un momento, la besó detrás de las orejas y después en los labios. Allí su boca permaneció mucho tiempo disfrutando el dulce sabor a miel. La habitación quedó en silencio y para Shanna fue el lugar más natural donde estar, en el círculo de los brazos de él. Sin embargo, muchos de la casa se habrían enfurecido de haberlos encontrado así abrazados y en una misma cama.
Berta había traído una bandeja con el desayuno y Ruark se preparaba para tomar su primer alimento sólido en varios días, cuando se abrió la puerta y entró Pitney trayendo una bandeja con un servicio de café: Lo seguía el mismo Orlan Trahern. Pronto el hacendado dejó una humeante taza en la mesilla junto a la cama.
– Es una hora temprana pero la mejor para venir a agradecerle sin interrupciones por parte de mi hija. – Trahern señaló con el pulgar por encima de su hombro.-. Ella duerme todavía, de modo que hable en voz baja.
Ruark masticó un bocado, no muy seguro de su posición. Miró con recelo a Pitney, quien permanecía de pie con los brazos cruzados, a los pies de la cama. El hombre le devolvió la mirada con un movimiento de las cejas como advertencia.
– Le he asegurado a Trahern -dijo Pitney- que conozco a un hombre que vio cómo lo arrastraban hasta ese barco pirata. En ese momento, el individuo se asustó y no se atrevió a decir nada.
Ruark asintió y bebió el café, que comprobó que estaba generosamente mezclado con brandy. Levantó la taza en silencioso agradecimiento a Pitney y saboreó el aroma que se elevaba de la misma.
Pitney pareció haber dicho todo lo que tenía' que decir y quedó satisfecho con el silencio de Ruark. Trahern se echó atrás en su silla junto a la cama y cruzó las manos sobre su barriga, mientras Pitney acercaba una silla de respaldo recto y se sentaba a horcajadas con los brazos apoyados en el respaldo. Cuando pasaron unos instantes de silencio, el hacendado habló.
– ¿Quiere contarme cómo sucedió todo? Tengo que tomar decisiones y carezco de los elementos suficientes.
Mientras comía, Ruark empezó, su relato. Habló de la incursión y del viaje a la isla. Habló francamente de su intento de confundir a los piratas y su fracaso y declaró que los tres hombres capturados se mostraron deseosos de regresar cuando se les dio la oportunidad. Permitió que lo obligaran a relatar los momentos pasados por Shanna en el pozo y la forma en que él la rescató. Evitó los detalles de los días y noches que pasaron juntos pero dio a entender que la tormenta los había sorprendido juntos. Mencionó brevemente que había matado a dos hombres y dio sus motivos. Incluyó el episodio en que Shanna hirió a Harripen. Relató el plan de fuga, omitiendo los detalles pequeños, y alabó la participación de Gaitlier y Dora. Los dos hombres rieron cuando Ruark mencionó el valor de Shanna en la adversidad.
Los dos visitantes parecieron quedar complacidos con el relato y sonrieron aliviados cuando él les aseguró que Shanna no había sufrido un daño grande. El hacendado dejó caer la cabeza y pensó unos momentos. Pitney miró a Ruark en los ojos, sonrió levemente y asintió con la cabeza en señal de aprobación. Entonces, abruptamente, Trahern se irguió y se dio una palmada en la rodilla, con súbita jovialidad.
– Por Júpiter -dijo, y en seguida bajó la voz y dirigió una mirada furtiva al balcón-. No veo que pueda hacer otra cosa que dar a los tres siervos un premio por sus servicios.
Ruark se aclaró la garganta, y como Trahern pareció aguardar que dijera algo, habló:
– Señor, el señor Gaitlier y la señorita Dora arriesgaron sus vidas en grado no pequeño. Si se habla de recompensas, seguramente hay que tenerlos en cuenta. Me temo que ellos están en grandes aprietos.
– Tenga la seguridad de que no los he olvidado y que seré muy generoso con ellos. – Trahern carraspeó y miró a Pitney-. Me han llamado la atención, aunque yo ya lo había pensado, sobre el hecho de que usted me ha hecho un gran servicio al devolverme sana y salva a mi hija. Cuando se encuentre bien, le daré sus documentos, pagados y redimidos. Usted es un hombre libre.
Aguardó la gozosa reacción que esperaba,.pero en cambio Ruark arrugó la frente y miró primero a uno y después a otro de sus visitantes. Ruark notó que Pitney estaba más inquieto que Trahern y adivino 1a razón. Pero Trahern estaba algo desconcertado por la demora en responder de su siervo.
– Señor, ¿quiere usted que yo acepte una recompensa por haberme conducido decentemente? -Ruark rechazó con un movimiento de la mano cualquier posible discusión-. Me hice a mí mismo un servicio al escapar de esa banda de delincuentes y no hubiera podido hacerlo sin salvar a unos inocentes. No puedo aceptar un pago por ello.
En sus palabras había un doble significado, pero Ruark no iba a aceptar ninguna recompensa por haber salvado a Shanna. Además, ser siervo le proporcionaba una buena razón para permanecer en la isla, con ella.
– ¡Bah! se ha más que ganado la libertad con el trapiche y el aserradero -replicó Trahern.
– Sería así si usted me hubiera contratado como hombre libre para servirle. Pero yo trabajé lo mejor que pude para mi empleador y amo.
Orlan Trahern lo miró desconcertado, pero Pitney evitó mirarlo a los ojos.
– Si no me hubiera visto obligado a comprarme ropas caras le recordó Ruark al hacendado, con un brillo de picardía en los ojos- ya habría ganado lo suficiente para comprar mi libertad.
Trahern protestó como cualquier buen comerciante.
– ¡Yo pagué mucho más que usted por sus ropas!
Ruark rió y en seguida se puso serio. Miró de soslayo a Pitney cuando habló y notó las finas gotas de sudor que aparecían en su frente.
– Se me conoce como una persona que siempre pago mis deudas hasta el último penique. -Miró directamente a Trahern-. Cuando ponga en sus manos todo el importe de mi deuda con usted, entonces no habrá ninguna duda de que mi libertad no es el regalo de otro hombre.
– Usted es un hombre raro, John Ruark -suspiró Trahern-. No lo veo como un comerciante porque acaba de rechazar un pago justo.
Se levantó de la silla, se detuvo y observó atentamente a Ruark.
– ¿Por qué siento como si me hubieran esquilmado? -se preguntó.
Sacudió la cabeza, se volvió y se dirigió a la puerta, dejando que Pitney lo precediera. Miró atrás otra vez.
– Mi intuición de comerciante se siente atropellada. He sido timado, John Ruark, pero no sé como.
CAPITULOVEINTIUNO
Orlan Trahern tomó de prisa un desayuno ligero y rápidamente se levantó de la mesa, evitando así toda conversación con sir Gaylord. El caballero había tomado la costumbre de unirse con la familia para la comida de la mañana. En realidad, el hombre no era tan aburrido como parecía. Era solamente que la mención de dinero, finanzas, barcos, el mar, Inglaterra, guerra, paz, o las posibilidades de barcos, agua, comercio, naciones, viento o lluvia terminaba en una perorata de él sobre la prudencia de invertir en un pequeño astillero que podía proporcionar centenares de balandras y goletas por el precio de un solo navío de alto bordo. Sus temas eran notablemente limitados, aunque él parecía sumamente dispuesto a tomar cualquier tópico al azar como puente hacia lo que le interesaba.
– Así fue que el hacendado Trahern dirigió a su hija una última mirada de compasión, se encogió de hombros ante el ruego silencioso de ella y partió con una energía que desmentía su edad y su gordura. Shanna vio alejarse a su padre y se las compuso para dirigir una sonrisa tolerante a sir Gaylord, quien dedicaba su delicada pero efectiva atención a su bien lleno plato de comida. Sus modales no le permitían hablar con la boca llena, por lo cual Shanna se sentía sumamente agradecida, pero sí podía recorrer apreciativamente el cuerpo de ella con los ojos.
Shanna se disculpó con una levísima inclinación de cabeza y cuando se dirigía al salón, pidió quedamente a Berta que le llevara té, pensando que ahora podría beberlo sola y tranquila. Pero no bien se había sentado en el sofá entró Gaylord, limpiándose de los labios los últimos restos de comida, hecho lo cual metió la servilleta dentro de su manga. Si no hubiera sido. por la ornamentada "T" que llevaba, el paño habría podido servir de elaborado pañuelo. Pero el hombre parecía tener debilidad por cualquier cosa artísticamente bordada con una letra y un gusto especial por la "B", que adornaba todas sus ropas. Hasta sus chaquetas tenían el monograma a la altura del corazón.
Cuando Berta dejó la bandeja y se preparó para servir el té, él se levantó y la hizo a un lado.
– No es una gracia masculina, mi querida -le informó él pomposamente a Shanna-. Pero" debe realizársela con una habilidad que raramente uno encuentra lejos de Inglaterra.
Levantó la tetera con florido ademán, llenó dos tazas nada más que hasta la mitad con el líquido y añadió una generosa porción de crema. Revolvió hasta que el fluido se convirtió en una sustancia espesa sin ningún parecido con el té. No advirtió la expresión horrorizada de Berta, añadió en una taza varias cucharadas de azúcar y se detuvo ante la otra.
– ¿Una o dos, querida mía? -preguntó con solicitud.
– Sin crema, sir Gaylord, por favor. Solamente té y muy poca azúcar.
– ¡Oh! -exclamó él Probó su propio té-. Delicioso, querida mía. Realmente, debería probado de este modo. Es la locura de Londres.
– Lo he probado -repuso Shanna sin malicia, se inclinó hacia adelante y se sirvió ella misma una taza a la que añadió una cucharada de azúcar.
Gaylord acomodó su cuerpo en una silla de respaldo recto, cruzó las piernas y bebió más té.
– Bueno, no importa. Confío en que tendré toda una vida para enseñarle los refinamientos de las personas inglesas elegantes.
Shanna levantó rápidamente su taza y bajó la vista, mientras Berta fulminaba al caballero con su mirada.
– Shanna, querida mía -sir Gaylord se echó atrás en su silla y la contempló -no tiene usted idea de lo que estar simplemente cerca suyo significa para un par del reino. -Mi corazón se acongoja porque pasamos tan poco tiempo a solas, de otro modo le expresaría las maravillosas pasiones que agitan mi corazón.
Shanna se estremeció levemente y se disculpó pues vio que él lo notó.
– Demasiada azúcar, me temo.
Agregó más té a su taza y no se atrevió a mirar a Berta. El ama de llaves estaba en el vano de la puerta que daba al vestíbulo y acariciaba con los dedos una pesada escultura, mientras entrecerraba los ojos en una forma muy poco característica. La anciana pareció llegar a una decisión y avanzó resueltamente.
– Tengo cosas que hacer -le informó a Shanna, 1o cual provocó una expresión de desaliento en el rostro de su ama y un brillo de renovadas esperanzas en los ojos de sir Gaylord-. Llámeme si me necesitan.
Antes que Shanna pudiera protestar, Berta dirigió una última mirada dubitativa a sir Gaylord y se marchó. El salón quedó silencioso un momento. Shanna casi saltó cuando el caballero carraspeó, se levantó de su silla y se detuvo frente a ella. Ella miró con ojos límpidos y se preparó para hablar seriamente.
– Mi querida Shanna, hay muchas cosas que debemos discutir. Es tan. raro que yo pueda encontrar alguien dispuesto a comprender las necesidades de la nobleza de sangre. Usted es tan hermosa y tan rica… ejem, deseable. Ninguna.otra podría aliviar mi situación. Estoy afectado hasta lo más hondo del alma.
Se acercó un paso y Shanna se vio en un dilema. Temía tanto que él le tomara la mano o qué ella misma estallara en carcajadas. Algo de su lucha interior debió traslucirse porque él continuó sin detenerse.
– Le ruego que no se altere, querida mía. Tenga la seguridad de que nada de lo sucedido ha afectado en lo más mínimo mi respeto hacia usted.
Shanna estaba casi frenética. La razón la abandonó y no encontraba ninguna excusa aceptable. Sentíase atrapada, pero Gaylord tomó su incomodidad por indecisión y cobró valor. Su rodilla ya empezaba a flexionarse y estaba a punto de arrodillarse ante ella cuando su mirada fue más allá. Súbitamente el inglés se puso rígido.
– Buenos días. -La voz sonó animosa desde la puerta-. Es un día realmente hermoso.
Shanna ahogó una exclamación, se volvió en el sofá y miró sorprendida, a Ruark, la última persona que se le hubiera ocurrido que vendría a rescatada.
– ¡Señor Ruark! ¿Está seguro de que debe estar levantado? -Puso en su voz toda la preocupación que le fue posible, a fin de disimular el enorme alivio que la inundó-. ¿Cómo está su pierna? ¿Ha mejorado tanto?
Ella sabía mejor que nadie que tres días de reposo y de bien preparados emplastos habían hecho maravillas. La noche anterior el cirujano, al cambiar las vendas había declarado que la herida estaba curada. Shanna advirtió el suspiro., decepcionado de Gaylord, quien debió resignarse a seguir esperando.
Ruark, apoyándose en el bastón de Trahern, fue hasta el sofá y se sentó al lado de Shanna. Ella se apresuró a buscar un escabel para que él apoyara cómodamente la pierna. Cuando se inclinó para colocarle un cojín bajo la pantorrilla, no se preocupó de su escote ni de la forma en que el mismo exhibía sus pechos para los ojos de Ruark. Sin embargo, Gaylord se irritó muchísimo al ver que la mirada de Ruark recorría libremente lo que su propia mirada ansiaba. Fue tomado por sorpresa cuando Ruark levantó la vista, y los blancos dientes del siervo relampaguearon en una amplia sonrisa de in disimulado placer.
Shanna, admirando secretamente el aspecto de Ruark, no notó el intercambio de miradas. El se había puesto una camisa blanca suelta y calzones hasta las rodillas, de color castaño sobre medias blancas. Además, sorprendentemente, zapatos castaños con hebillas de bronce. Shanna se estremeció interiormente al pensar en el dolor que debió haber sentido él al ponerse el zapato izquierdo. Sobre la camisa llevaba el largo justillo de cuero que había usado como capitán pirata. Sobre todo el conjunto, su rostro parecía más morenos y delgado, sus ojos más vivaces, sus dientes más blancos, su cabello más negro. Ella nunca lo había visto más apuesto y no pudo ocultar el tierno resplandor de sus ojos al mirarlo.
– ¡Señora Beauchamp!
Shanna se sobresaltó al notar que Gaylord exigía su atención.
– Perdón. No escuché…
– Obviamente, señora, puesto que tuve que repetir dos veces la pregunta. Pregunté si desearía dar un paseo por el jardín. De pronto aquí la atmósfera se ha vuelto sofocante y viciada.
– Oh, bueno, entonces abriré las ventanas.
Sin responder a la pregunta de él, corrió a abrir las amplias puertas ventanas y quedó un momento disfrutando de la brisa matinal.
– Está fresco -informó dirigiéndose a los dos, pero sus ojos fueron hacia Ruark-. A fines de septiembre siempre hay, brisas más frescas y chaparrones por la tarde. Las nubes se juntan en el extremo sur de la isla y poco antes. del crepúsculo pasan sobre las colinas y nos regalan con un chaparrón. Esta es la época en que la caña de azúcar crece más rápidamente.
Las puertas de cristal la enmarcaban maravillosamente y más allá el verde de los prados acentuaba su belleza de modo que a Ruark casi le resultaba doloroso mirarla. Era una visión.
Súbitamente, los tres se sobresaltaron por un fuerte ruido que venía del porche. Algo se había roto allí.
Con expresión intrigada, Shanna salió y alcanzó a ver a Milly que corría alrededor de un sillón en su prisa por marcharse. Un gran tiesto de plantas estaba caído cerca de las puertas del salón.
– ¡Milly! ¿Qué estás haciendo? -preguntó Shanna. Comprendió, sorprendida, que la muchacha debía de haber estado fisgoneando detrás del sillón. Pero entonces recordó que 1o mismo había hecho en los establos no pudo dejar de preguntarse qué se traía la jovencita entre manos.
Milly se volvió inmediatamente, a la defensiva. – Yo no 1o rompí. ¡Usted no puede culparme!
– Sí, la brisa es muy fuerte hoy. -dijo Shanna con un toque de sarcasmo-. Pero eso no importa. ¿Qué buscas aquí? ¿Has traído pescado?
– Yo… Hum… yo -Milly miró dentro del salón y tartamudeó-: Oí que el señor Ruark estaba herido y vine a ver si yo podía hacer algo por él.
– Llegas un poco tarde, pero entra. El está aquí.
Shanna hizo entrar a la muchacha, evitó la mirada interrogativa de Ruark y la hizo sentar junto a él. Pese a que él le había asegurado que nada tenía que ver con Milly, Shanna Sintióse un poco fastidiada ante la aparente incapacidad de la muchacha de dejar a Ruark tranquilo. Sir Gaylord se puso de pie cuando entró la recién llegada y Milly le hizo una rápida reverencia.
– Milly Hawkins, a sus órdenes, jefe -dijo la jovencita presentándose con atrevimiento. Se sentó y miró a Ruark-. Oí que estaba herido en la entrepierna, señor Ruark. Espero que no sea nada serio.
Shanna cerró los ojos como para borrar la visión de Milly mientras Ruark luchaba por contener la risa. Cuando recobró su compostura, le sonrió a Shanna.
– Fueron las atenciones de la señora Beauchamp las que me salvaron la vida, Milly.
– ¿Oh, sí? -preguntó Milly y volvió a Shanna sus ojos grandes y oscuros-. Vaya, ella debe de haberse calmado mucho desde la última vez que los vi juntos, cuando le arrojó esos arneses.
Gaylord preguntó, interesado:
– ¿Eh? ¿Arneses? ¿Qué dice usted?
– No tiene importancia -dijo Shanna rápidamente-. ¿Alguien desearía tomar té?
– Berta prometió traerme una bandeja aquí -dijo Ruark-. Tomaré una taza cuando ella llegue.
Súbitamente, Shanna comprendió por -qué el ama de llaves se había marchado con tanta prisa.
Sin duda, había visto a Ruark entrando en el comedor desde el vestíbulo.
Casualmente, sir Gaylord estaba pensando en eso. Berta raramente lo atendía con cortesía, empero, se ocupaba amablemente del siervo. El hosco Pitney no le dirigía la palabra más que el mínimo necesario hacia un caballero del reino, pero el individuo parecía beberse cada frase pronunciada por este rústico colonial. Hasta Orlan Trahern mostrabase reservado, aunque ciertamente nada podía decirse de su cortesía, y buscaba el consejo de este siervo que se había convertido en una molesta piedra en el camino del valiente sir Gaylord.
Llegó Berta y se mostró ansiosa de ayudar a Milán a servir el desayuno a Ruark. Sir Gaylord se mantuvo aparte, muy incómodo. Sentía como si acabara de oír un chiste cuyo meollo se le escapaba mientras que los otros reían a carcajadas. Casi era más de lo que un caballero podía soportar, y para hacer las cosas más intolerables, ni siquiera podía cuestionar graciosamente la presencia de este siervo.
– ¡Bueno! -dijo Milly, dándose una fuerte palmada en el muslo-, no pensaba quedarme mucho. Sólo quería ver cómo estaba el señor Ruark. Además, aquí no puedo conversar con tantas personas alrededor.
La joven se dirigió a la puerta meneando sus caderas y Berta la observó con expresión de reprobación. En el vano de la puerta que daba al vestíbulo, Milly se volvió.
– Saldré por aquí -anunció-. No me atrevo a pasar por el porche. Podría cortarme los pies con los trozos del tiesto, -Retorció los dedos de los pies descalzos-. Otra vez olvidé ponerme mis sandalias.
Shanna casi soltó un audible suspiro de alivio pero se contuvo justo a tiempo, cuando Gaylord, con sus enormes manos a la espalda, se le acercó y se inclinó levemente.
– Ahora, señora Beauchamp, acerca de ese paseo…
Shanna se animó. Por supuesto, sir Gaylord -dijo poniéndose de pie-, ¿Le gustaría acompañarnos, señor Ruark? Creo que un paseo le hará mucho bien.
La cara del inglés se contorsionó en una mueca de disgusto. – Yo no saldría si fuera él -dijo-. Podría resbalar y romperse la otra pierna.
Ruark se puso de pie con una agilidad que sorprendió a Shanna y dirigió al caballero una perversa -sonrisa de blancura deslumbrante-. Al contrario, creo que el ejercido me hará mucho bien. -Dobló un brazo y se inclinó-. Después de usted, señora.
– Saldremos por el frente -dijo Shanna dulcemente-. Al señor Ruark le será más fácil bajar los escalones apoyándose en la balaustrada.
Fue hasta la puerta del salón y se detuvo para permitir que otro la abriera. Gaylord se apresuró a hacerlo y se inclinó galantemente esperando que ella pasara. Se disponía a ponerse alado de ella cuando Ruark se interpuso.
– Gracias, sir Gaylord. – Ruark pasó junto a él y se ubicó al lado de Shanna-. Es usted sumamente considerado.
Gaylord no tuvo más remedio que quedarse atrás, como un- criado. Ni siquiera el ver a Milly que todavía se demoraba en el pasillo alteró la sensación de alivio que experimentó Shanna por haber burlado al caballero.
– Sí, jefe -resonó la voz de Milly en la inmensidad del hall cuando atrapó en el aire la moneda que le arrojó Ralston. Inmediatamente la guardó en su corpiño y corrió hacia la puerta. Por encima de su hombro, dijo-: Allí estaré.
Ralston saludó seriamente a los tres y en presencia de Shanna tuvo que hacer una inclinación de cabeza a Ruark. Miró fugazmente a Gaylord y en seguida volvió su mirada a Shanna.
– Vine a buscar unos papeles en el estudio de su padre. ¿Si me disculpa, señora?
– Naturalmente- dijo Shanna con frialdad-. ¿Quiere que le mande a Jasón para que le ayude a buscarlos?
– No es necesario -replicó tiesamente el agente-. Su padre me indicó dónde se encuentran.
El pequeño grupo traspuso la puerta mientras Ralston quedó observándolos con expresión sombría. Cerró su puño alrededor del mango de la fusta, ansiando castigar con ella al siervo, y pasó un largo momento antes de que se volviera y se dirigiera a las habitaciones del hacendado.
Ralston se sentó en el sillón de Trahern y empezó a revisar los papeles y dibujos dispersos sobre el enorme escritorio. Estudió atentamente los bosquejos del trapiche y el aserradero. La construcción del aserradero había entusiasmado a Trahern, y Ralston notó marcas recientes en el pergamino que sólo habían podido ser hechas por el siervo. Sin duda el ansioso hacendado había acudido junto a la cama del señor Ruark para discutir el proyecto sin demora. En esos momentos. Trahern estaba en el lugar de la construcción, asumiendo lo mejor que podía las funciones de arquitecto.
Aunque Ralston siguió cuidadosamente cada línea y cada anotación, poco logró entender del plano y desechó los dibujos como arma para desacreditar al proyectista. Con arrogancia, se echó atrás en el sillón que parecía empequeñecer su cuerpo mezquino y caviló sobre los éxitos de John Ruark. Chocaba a su sentido de su propia importancia el hecho de que el hombre se hubiera elevado a una posición tal que el hacendado lo consideraba indispensable. Algún día, se prometió Ralston, tendría la oportunidad de ocuparse de ese siervo en la forma que se lo merecía.
A sir Gaylord también le resultaba difícil manejarse con John Ruark y sus interferencias. Aunque herido, el siervo se las arreglaba para interponerse entre la dama y él. Gaylord ansiaba disponer de un momento a solas con ella para cortejarla y se sentía profundamente agraviado al encontrarse continuamente con el despreciable colonial. Finalmente, pidió que lo disculparan..
– Siervos y esclavos arrogantes -murmuró Gaylord para sí mientras cruzaba los prados con su andar desgarbado-. Deberían ser azotados. -Sonrió interiormente-. Pero después de la boda, me encargaré de ponerlos en el lugar que les corresponde.
Ruark se apoyó en el bastón de endrino y observó alejarse al inglés. -Por lo menos, ese bobo tiene el buen sentido de saber cuándo no se desea su compañía.
Cuando quedaron solos, a Shanna le resultó difícil mantener una apariencia de serenidad. Su corazón latía con fuerza en su pecho y ella se sentía como una jovencita tímida ante su primer cortejante. Por el rabillo del ojo, vio -fue él tropezaba y al mirarlo a la cara alcanzó a ver una expresión de dolor antes de que él pudiera disimular.
– ¡Tu pierna! -Fue como si ella misma sintiera el dolor-. Debe de dolerte terriblemente.
Ruark la miró a los ojos y el tiempo tembló hasta detenerse. Shanna apoyó gentilmente una mano en el hombro de él. Permanecieron inmóviles, tocándose. Esos labios rosados, suavemente curvados, parecían atraerlo cada vez con más fuerza…
– Tendríamos que regresar -dijo Shanna-. No estás acostumbrado a esto.
– Eso es verdad -dijo Ruark roncamente-. No estoy habituado a estar cerca de ti. Estás poniendo a prueba mi capacidad de controlarme.
Shanna se volvió para no encontrarse nuevamente con la mirada de él. Ruark se acercó y le puso una mano en la cintura.
– ¡No! -dijo ella, luchando por controlarse-. No me toques.
– Trató de reír alegremente pero medio se ahogó-. ¿Debo recordarle, señor, que estamos sin compañía? Mantenga su distancia.
Las palabras sonaron densas, no ligeras y divertidas como había sido su intención.
– ¿Es algo que dije o hice? -preguntó Ruark suavemente.
– No. -Shanna trató de sonreír pero fracasó.
– Han pasado tres noches desde que… desde que te quedaste a mi lado -murmuró Ruark-. Anoche, tarde, te oí moverte en tus habitaciones, como si estuvieras alterada por algo. ¿Estás enfadada conmigo?
– ¡No! -La respuesta salió con demasiada vehemencia. Shanna negó con la cabeza y apretó los labios
Ruark se inclinó para acariciar un rizo de sus cabelles.
– ¿Puedo tocarte… sólo un momento? -preguntó roncamente. Ella no respondió.
– Te deseo -susurró él.
– ¡Oh, Ruark, no digas, eso! -Las palabras salieron como un sollozo-. No puedo…
Shanna se llevó una mano temblorosa a los labios.
– ¿No quieres que te toque? -preguntó él con voz dura-. Shanna, ¿me tienes miedo?
Ella abrió los ojos y vio un relámpago de ira en los de él.
"¡Sí, sí, sí!" gritó la mente de ella hasta que la cabeza empezó a dolerle, pero parecía haber perdido la voz y se limitó a mirado en silencio. "Sí", dijeron silenciosamente sus pensamientos. "Tengo miedo de ti, tengo miedo de que me toques porque podría desplomarme. Tengo miedo de que digas que me amas. Tengo miedo de no poder resistirme más. ¿No comprendes? Ahora estoy indefensa. Me has conocido demasiado íntimamente y yo te he conocido en la misma forma. He atendido tus heridas y calmado tus penas como tú calmaste las mías. He aguardado angustiada alguna palabra de esperanza de tus labios y te he contemplado débil e indefenso en la cama. No puedo seguir negándome a ti".
Pero permaneció silenciosa ante Ruark, retorciéndose las manos y humedeciéndose los labios súbitamente secos.
– Yo… mi padre regresará pronto. -Su voz sonó aguda y tensa como una cuerda de violín-. Debo ocuparme de su almuerzo.
Con esa débil excusa, Shanna huyó del jardín y dejó que Ruark regresara solo, apoyándose cuidadosamente en el bastón.
Súbitamente recordó las palabras de Ruark y se detuvo donde estaba, al comprender que nuevamente estaba paseándose por su habitación. Siete tortuosas noches habían pasado desde que ella acudiera junto a él. Pero su voluntad claudicaba. Lo ojos de Ruark la acosaban, la torturaban, porque en ellos veía un espejo de sus propios deseos y pasiones. Ahora que él había recuperado cierto grado de movilidad, siempre estaba cerca, observándola, vigilándola, aguardando. El único alivio se producía cuando venía alguno de los supervisores del aserradero a obtener detalles o explicaciones de sus dibujos, y ella se sentía unos momentos libre de la mirada de él.
En busca del sueño que tanto ansiaba, Shanna probó de todo: un baño caliente, leer, una comida ligera, poesía, hasta una copa de leche tibia que le trajo Hergus. Sin embargo, seguía inquieta. La cama parecía
Excesivamente grande y las sábanas frías al tacto. Aunque el reloj había dado las once, ella no tenía deseos de dormir. En realidad, sentía en su interior un nuevo despertar, tan agudo y punzante que casi era físico. Desde su retorno ponía más cuidado, en sus modales con Hergus y era más consciente del carácter dulce y afectuoso de Berta y de la ocasional brusquedad de Pitney, a veces hasta con su padre. Nunca había sido abiertamente demostrativa de afecto con ninguno de ellos, sino que, como una criatura, respondía afectuosamente cuando tenía ganas y se enfurecía cuando ellos no lo hacían.
Y además, estaba Ruark. Su pierna curaba con rapidez casi mágica, y aunque ella luchaba para enfriar el asunto, cada vez más se sorprendía comparándolo con todos los otros hombres. Ya no usaba como cartabón su imaginario caballero ideal. Y excepto Ruark todos le parecían defectuosos.
Temía hasta interrogarse sobre el significado de esto, temía tener que admitir cosas en las que se negaba pensar.
Con paso lento, Shanna salió al balcón. Soplaba una fresca brisa y se alegró de haber elegido una bata más abrigada después de su baño. Se sentó a medias en la balaustrada y miró pensativa el cielo sin luna. Las estrellas estaban brillantes y claras y titilaban contra el negro terciopelo de la noche. El brumoso fulgor de la Vía Láctea se arqueaba de horizonte a horizonte en magnífico esplendor.
Shanna empezó a caminar y llegó frente a las puertas ventanas de la habitación de Ruark. El cuarto estaba a oscuras. ¿Dormía él? ¿Estaba despierto? Había dicho que la escuchaba caminar a menudo. Sintió el deseo de satisfacer su curiosidad y sus pies la llevaron contra su voluntad. El estaba allí. Podía ver su forma bajo la sábana. Entonces se percató de que tenía los ojos abiertos y que la observaba.
Sus manos bajaron hasta su cinturón y la bata cayó al suelo. Su piel, suave, pálida, fulgió fugazmente en la oscuridad antes de que ella levantara la sábana y se acostara junto a él.
Los brazos de Ruark la rodearon, su boca la beso, insistente, moviéndose, buscando, encontrando, encendiendo fuegos que ardían con una intensidad insoportable en llamaradas de éxtasis. Era la bendición de la vuelta al hogar, el trueno de la renovada pasión, la dulzura de un despertar primaveral y el dolor de unirse en uno solo y mezclarse con los rítmicos movimientos de sus cuerpos mientras él entraba ansiosamente en ella. La unión fue explosiva y los fundió en uno solo, para elevarlos después a alturas vertiginosas hasta dejarlos agotados y sin aliento.
– ¿Ruark? -susurró ella contra el pecho velludo.
– ¿Sí, mi amor? Hubo un largo silencio.
– Oh… nada. -Ella se apretó contra él y sonrió antes de quedarse dormida.
Así fue como, los últimos restos de los sueños de Shanna empezaron a disolverse bajo la fuerza decidida del amor de Ruark. Ella encontraba solitarias sus habitaciones cuando no estaba con él. Si él iba con su padre al aserradero, ella aguardaba ansiosamente su regreso como lo había hecho con su padre cuando era pequeña. Ocasionalmente, los capataces venían con problemas que sólo Ruark podía solucionar, y entonces, para evitar la persistente compañía de Gaylord, Shanna se refugiaba en sus habitaciones. Allí, mientras aguardaba a Ruark, el péndulo del reloj parecía inmovilizarse. Más de una vez el libro de poemas se deslizó de sus manos cuando el sueño la dominó. Después despertaba y sonreía somnolienta cuando los fuertes brazos de él la estrechaban con fuerza. Una voz ronca le susurraba al oído: "te amo", y entonces los momentos pasaban rápidamente y el tic tac del reloj parecía acelerarse.
El estanque, tan importante para el molino del aserradero, estaba por encima de la aldea pero cerca de donde los troncos podían ser izados desde la bahía y traídos flotando en los arroyuelos que descendían de las colinas. La presa estaba terminada y el torrente se había reducido a un hilillo de agua. El agua llenaba la garganta cerrada con piedras. El aserradero estaba ubicado de manera que era fácilmente accesible para los carros que se llevarían la madera aserrada. Un alto saetín llevaría el agua y los troncos al aserradero desde el estanque donde serían reunidos. Todo estaba dibujado en los planos, pero muchos detalles no habían sido volcados en el papel. Entre atender al hacendado y las insistentes consultas de los capataces, Ruark tenía casi todas sus horas ocupadas, sobre todo por las mañanas.
En esta mañana, habiendo despachado al último de los capataces, Ruark se encontró solo en la inmensa mansión, excepto los sirvientes. Cuando se sentaba, Milán o Berta se acercaban deseosos de complacerlo con algún servicio, aunque fuera pequeño. Cuando caminaba, Jasón permanecía cerca de la puerta principal para abrirla en caso de que el huésped de la casa también deseara salir. Ruark empezó a sentir que alteraba la rutina de ellos, lo cual no contribuyó a disminuir su agitación. Le irritaba que Shanna hubiera salido a cabalgar con sir Gaylord. Era algo duro de tragar tener que ver a otros brindando atenciones a su esposa mientras él no podía reclamar sus derechos más insignificantes de marido. La casa se convirtió en una cámara de torturas para él, de modo que se puso su chaqueta de cuero y salió.
Attila estaba en el establo, inquieto, pues no le gustaba que lo dejaran allí, y tomó nerviosamente los terrones de azúcar de la mano de Ruark. Ruark no lo había montado desde su captura y ahora decidió poner a prueba su pierna.
– Vamos, cabeza de calabaza -le dijo acariciando el morro aterciopelado del animal-. Vamos a divertimos un poco.
Por unos momentos mantuvo al semental al paso para probar la fuerza de su pierna. Después, satisfecho, agitó las riendas y el animal se lanzó al galope por el camino que iba al trapiche.
La brisa venía cargada de bruma y cuando él descendió al pequeño valle donde estaba el trapiche, su camisa se encontraba empapada donde no la cubría el justillo. La cabalgata había sido estimulante. Lo único que echaba de menos era la presencia de Shanna.
Los rodillos del trapiche estaban silenciosos, aguardando la nueva cosecha, y sólo quedaban unos pocos supervisores. El resto de los hombres trabajaban en el aserradero para terminarlo antes de que Trahern partiera hacia las colonias. Ruark entró al trapiche por la sala de calderas y dirigió un amable saludo al hombre que alimentaba los fuegos de los calderos de melaza.
– Vaya, señor Ruark, ¿qué lo trae por aquí?
– Sólo vine a mirar, un poco -repuso Ruark-. ¿Algún problema? -No, señor -dijo el hombre-. Usted ha construido esto muy bien. Pero el maestro destilador podrá decírselo mejor que yo. Está probando su ron.
Cuando entró al ala de la destilería, Ruark quedó impresionado con la sensación de actividad ordenada que reinaba en el lugar. El crepitar de las hogueras debajo de los grandes calderos mezclábanse con el gotear de los grifos y el siseo del vapor en las tuberías, llenando el lugar de suaves sonidos. Donde el sol entraba por las ventanas del fondo de la habitación, se alargaba sobre el piso empedrado la sombra, de un hombre. Ruark preguntó algo en voz alta al maestro destilador y empezó a acercarse entre los calderos que relucían dorados debajo de las espirales de las serpentinas de cobre. El calor era casi insoportable y de su camisa y calzones empapados se elevaba el vapor. El sudor brotaba de todos los poros y Ruark se preguntó vagamente si el hombre se había cocinado vivo en el aire húmedo y caliente o si se había quedado sordo. Entonces, cuando rodeaba una columna de madera, su pie resbalo en el suelo mojado y él debió luchar por conservar el equilibrio. El súbito esfuerzo de su pierna debilitada le produjo una punzada de dolor. Soltó un juramento, se aferró a la columna para sostenerse y se apoyó contra ella hasta que pasó el calambre.
Súbitamente se oyó en el recinto un fuerte ruido metálico, y una sección de tubería del ancho de un brazo cayó pesadamente contra el madero donde él se apoyaba, vomitando mosto y vapor recalentado hacia todas partes. Ruark retrocedió y, se cubrió la cara con un brazo para protegerse los ojos. Su pierna todavía estaba demasiado envarada para permitirle tales movimientos y él cayó de espaldas sobre el piso de piedra, pero logró rodar y ponerse fuera de alcance del géiser de ron a medio destilar.
Las vigas fueron oscurecidas por la nube de vapor parduzco y Ruark comprendió que si hubiera dado otro paso más, habría quedado atrapado en medio del infierno que brotaba de la tubería y no habría podido escapar. Sólo la breve pausa lo salvó de la agonía y quizá de la muerte.
Sonó un grito a sus espaldas y él vio un obrero que se agachaba en la entrada y trataba de ver entre la espesa niebla. Cuando Ruark lo llamó, el hombre entró hasta llegar a su lado.
– ¿Está usted bien, señor? -preguntó el hombre, gritando por encima del fuerte silbido del vapor a presión que escapaba.
Ruark asintió y el hombre se acercó más.
– Hay una válvula. Trataré de cerrarla. -Desapareció entre las nubes de vapor antes que Ruark pudiera decirle que el maestro destilador estaba allí para hacerlo. Después de un largo momento, la nube siseante empezó a disminuir y finalmente hubo silencio.
– ¡Señor! ¿Qué ha sucedido aquí? -El grito venia desde la puerta y Ruark reconoció, sorprendido, la voz del maestro destilador. Se puso de pie.
– Se soltó una tubería. Un accidente…
– No fue un accidente, señor. -El fogonero salió del medio de la nube de vapor-. Mire esto. -Mostró un pesado martillo-. Algún maldito idiota golpeo la juntura con esto.
– ¡Mis calderos! ¡Mi ron! ¡Arruinado! -El maestro destilador se retorció las manos-. Me llevará días limpiar todo esto. -Su voz se convirtió en un grito de ira-. ¡Si llego a atrapar a ese bellaco le torceré el cuello!
– Yo le ayudaría con gusto -dijo Ruark secamente-. Me hubiera cocinado vivo si no fuera por esa columna.
El maestro miró a Ruark como si lo viera por primera vez y quedó pasmado.
– Sí -dijo el fogonero-. Algún maldito bellaco trató de matar al señor Ruark. Yo revisé cada unión y cada tubo antes de poner fuego a los calderos.
– Podría ser que el hombre no haya querido hacerme daño, que sólo haya querido provocar inconvenientes. Cualquiera que haya sido su intención, dejaremos el asunto así a menos que encontremos un motivo. Ruark silenció las objeciones de los hombres alzando una mano-. Si él quiso atacarme, ahora estoy alertado y en adelante seré mucho más prudente.
Ruark salió por la puerta pequeña y se apoyó en la pared. Aspiró profundamente varias veces y se masajeó el muslo que le dolía. Era imposible que nadie que estuviera en la sala de destilar no hubiera notado su presencia, de modo que sólo le quedó suponer que alguien tenía motivos para hacerle daño.
Sus ojos recorrieron el patio en busca de señales del atacante y se detuvieron. A corta distancia, cerca de la tolva, estaban dos hombres, uno alto y flaco y vestido de negro. El hombre con quien éste hablaba era uno de los obreros, un individuo membrudo con gruesos brazos. Cuando su mirada se encontró con la de Ruark, Ralston se puso rígido. Se volvió bruscamente, fue hasta su caballo y el obrero se quedó mirándolo con la boca abierta.
Ruark se puso ceñudo. Ahora que lo pensaba, recordaba haber oído ruido de cascos a cierta distancia detrás de él, cuando venía por el camino al trapiche. ¿El agente lo había seguido con malas intenciones? Quizá Ralston temía que él pudiera contarle a Trahern acerca de la compra de siervos en la cárcel, pero en ese caso el hombre debía comprender que él tenía que cuidar su secreto, pues tenía mucho que perder con la cuerda del verdugo alrededor de su cuello.
Ruark pasó las riendas sobre la cabeza de Attila, montó y partió. El semental estaba en excelente forma y Ruark le dejó que estirase los músculos.
Había dejado la silla y la brida en su lugar en el establo y estaba frotando los flancos de Attila con un puñado de gruesa arpillera cuando Ruark oyó, o sintió, un pequeño movimiento a sus espaldas. Fue rápido para mirar por temor a que se abatiera sobre él otro desastre. Era Milly, quien lo miraba desde la puerta del establo. Por un momento la muchacha pareció decidida a huir, pero reunió coraje, enderezó los hombros y se le acercó meneando las caderas en lo que ella esperó que fuera una forma provocativa. Ruark continuó su tarea, sin saber si sentirse aliviado o más receloso.
– Buenos días, señor Ruark -dijo perezosamente la joven-. Lo vi venir por el camino en ese hermoso caballo. -Attila resopló y rozó con el morro el hombro de Milly. Ella rió-. Me entiendo muy bien con los animales. No estamos tan alejados.
Ruark gruñó y tendió la sudadera para que se secara. Empezó a peinar las crines y la cola del animal.
– Bueno, querido Johnnie -el tono de Milly se endureció- tú puedes ignorarme si lo deseas, pero es a ti a quien he venido a ver.
Ruark se detuvo y la miró intrigado.
– Claro, muchacha -dijo-. ¿A mí? ¿Y qué asunto te trae a un establo maloliente?
Ruark levantó uno de los cascos de Attila para ver si había quedado allí algún guijarro.
– Es el único lugar -dijo ella- donde puedo hablar contigo sin que esa altanera señora Beauchamp se cuelgue de tu cuello.
Ruark rió.
– ¡Basta, Milly! -se burló gentilmente-. Pero parece que tienes algún asunto que aclarar.
– ¡Claro que sí! -estalló ella con sorprendente rencor-. Y lo que tengo que decir pondrá a esa perra Shanna en su debido lugar.
Ruark se irguió y miró a la joven por encima del lomo del caballo.
– Vamos, Milly, habla de una vez. Esa mujer tiene un genio muy vivo y no le gustaría la forma en que te refieres a ella. -Dio la vuelta alrededor de Attila y apoyó un brazo en una tabla del establo-. Ten mucho cuidado con lo que dices.
Milly separó las piernas, se inclinó hacia adelante y con el índice señaló su propio pecho.
– Estoy en-cin-ta -dijo, y rió con altanería.
Cada sílaba fue acentuada con fuerza y Ruark perdió todo su buen humor. Súbitamente, la situación se había vuelto difícil. Antes de que ella hablara el supo cuales serian sus próximas palabras.
– Y tu -lo señalo con el dedo -ceras el padre.
Ruark apretó los labios y sus ojos despidieron rayos helados.
– Mi1ly ¿crees que me dejaré engañar tan fácilmente?
– No. -Ella dio un paso atrás y empezó a masticar una brizna de heno, llena de confianza y seguridad-. Pero tengo amigos que dirán que es así. Y yo sé todo acerca de ti y de la orgullosa señora Beauchamp. A su padre no le gustará enterarse de que su siervo duerme con su querida hijita. Ella hasta podría pagar por mi silencio. Si lo pienso, podría facilitamos mucho nuestra vida, cariñito.
Ruark la miró y comprendió que la muchacha hablaba muy en serio.
– No me dejo coercer fácilmente, Milly, y no haré de padre al crío de algún marinero porque a ti te convenga. -Habló en voz baja pero en un tono que hirió más que las palabras.
– Juraré que la criatura es tuya -lo desafió ella.
– Sabes que jamás te he tocado. Mentirías y pronto se descubriría la verdad.
– ¡Te obligaré a casarte conmigo!
– ¡No lo permitiré!
– El mismo Trahern se ocupará de ello.
– No puedo casarme contigo -gruñó él.
Milly lo miró desconcertada.
– Ya tengo esposa. -Fue lo único que pudo decir para detenerla. Ella abrió la boca y se tambaleó, como si la hubieran golpeado.
– ¡Esposa! -Rió ácidamente-. ¡Esposa! Claro, puedes tener una esposa en Inglaterra, y también hijos seguramente. La orgullosa señora Beauchamp quedará muy sorprendida cuando lo sepa. -Miró frenéticamente a su alrededor y empezó a reír histéricamente-. ¡Una esposa!
Medio llorando, medio gimiendo, huyó muy alterada.
Shanna, montada en Jezebel, estaba justamente en ese momento por entrar en los establos, cuando la yegua retrocedió y levantó las patas delanteras. Milly, huyendo, casi pasó bajo los cascos del animal.
– ¿Qué demonios estás haciendo, ahora, Milly? -estallo Shanna, irritada por el descuido de la muchacha.
Sollozando, Milly se hizo a un lado y la miró.
– ¡La orgullosa señora Shanna Trahern Beauchamp! ¿Así que usted se ha conseguido un hombre? Siempre elige lo mejor ¿verdad? Y ahora, consigue el hombre más apuesto para llevárselo a su cama. Bueno, tengo una noticia para usted. El no la necesita. El no puede casarse con usted. El ya tiene una esposa.
Horrorizada, Shanna intentó calmar a la furiosa muchacha.
– ¡Milly! ¡Milly! ¡No sabes lo que dices! ¡Cállate!
– ¡Oh, aguarde a que se enteren los demás! -gritó la muchacha-. Todos la consideran a usted tan blanca y pura como un lirio. Aguarde a que se enteren.
Shanna se apeó.
– ¡Milly, no! -imploró-. Tú no tienes idea de lo que sucede. ¡Milly!
La muchacha danzó en círculo alrededor de Shanna y espantó nuevamente a la yegua.
– ¡Quédate quieta, tonta!
– ¡Oh, que tonta fui! -dijo Mi1ly-. La orgullosa Shanna se acuesta con un siervo. Y aquí todos temían que los piratas la hubieran violado. Oh, aguarde a que lo sepan.
– ¡Milly! -dijo Shanna, en tono de severa advertencia.
– Usted lo tiene todo. Nunca trabajó. Nunca le faltó nada. Ahora consiguió un hombre. Pero no es mejor que yo. El es un hombre casado. Ojalá que usted también quede encinta.
La cara de Shanna se puso de color escarlata con este último comentario. No pudo seguir tolerando los insultos y estalló.
– ¿Y con quién crees que está casado él? -preguntó.
No bien lo hubo dicho, Shanna comprendió que se había traicionado. Espantada, se llevó una mano a la boca como si pudiera hacer retroceder las palabras, pero fue demasiado tarde. Milly estaba comprendiendo lentamente la verdad y su cara iba adquiriendo una expresión de penosa sorpresa.
– ¡Usted! -exclamó-. ¡Usted! ¡Ooohhhh Nooo! -Su voz se volvió lastimoso quejido. Ahora sollozando fuertemente, Milly se volvió y huyó por-el camino que llevaba al pueblo.
Shanna golpeó el suelo con el pie, furiosa por su estupidez. Se volvió para llevar a Jezebel al establo pero se encontró frente a frente con Ruark.
– Señora, me temo que acaba de contar la verdad al pregonero del pueblo.
– ¡Oh, Ruark! -Shanna se arrojó en sus brazos-. Ella acudirá directamente a mi padre. El se pondrá tan furioso que no se detendrá a escuchar. ¡Te devolverá a Inglaterra para que te cuelguen!
– Tranquilízate, amor mío, serénate. – Ruark la abrazó y le susurró al oído-. De nada sirve afligirse. Si ella se lo dice, nosotros lo admitiremos. Tu padre es un hombre razonable. Por lo menos, nos escuchará.
Sorpresivamente, la idea de tener que confesar su casamiento ya no le pareció tan terrible.
– Por lo menos, Milly ya no te molestará -sollozó ella débilmente.
Ruark se protegió los ojos con la mano y miró a la distancia.
– ¿Y qué hay de Gaylord? -preguntó-. ¿Dónde está tu buen amigo? Sé que él salió contigo.
Shanna rió regocijada al pensar en las malas aptitudes de jinete del caballero-.
La última vez que lo vi, estaba en dificultades con su cabalgadura. Fue poco después que dejamos los establos, y ahora probablemente aún está tratando de hacer que el caballo se vuelva para regresar a casa.
– Últimamente parece exigir mucho de tu tiempo -dijo él, en tono más cortante que lo que hubiera querido.
– Vaya, Ruark, no puedes estar celoso de sir Gaylord.
Ceñudo, Ruark volvió el rostro.
– No puedo tolerar sus modales afectados, eso es todo. -Pero con más sinceridad admitió roncamente-, no puedo soportar que te corteje y te mire. Ese privilegio, señora, me pertenece.
– Tú también me miras -replicó ella en tono de broma- y muy intensamente.
Ella entró al establo conduciendo a Jezebel, Ruark gruñó y le dio una palmada en las nalgas.
– Grosero -dijo ella-. ¿Cuándo aprenderás a tener quietas las manos?
– Jamás -declaró Ruark. Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí-. Por todas las veces que debo mirarte sin poder tocarte, juro que me desquitaré cuando estemos solos. Tu padre no regresará hasta, tarde. Ven conmigo a mi cabaña.
Shanna asintió de buena gana, y casi en éxtasis dejó que, él la condujera hasta un tronco donde se apoyó mientras él se ocupaba apresuradamente de desensillar la yegua. Después, él cerró la puerta, del establo y la tomó de la mano.
Era casi de noche cuando Shanna se deslizó en la mansión y subió rápidamente la escalera. Hergus, que la esperaba en sus habitaciones, la miró con severidad.
– ¡Otra vez ha estado con él dijo la sirvienta-. ¡Ya plena luz del día! Es una vergüenza lo que está haciendo con el señor Ruark bajo las narices de su padre.
Shanna enrojeció intensamente.
– Era una dama decente hasta que llegó él -continuó Hergus-.Y ahora no puede contenerse. ¡Y él! ¡Igual que, un animal! Parece que siente su olor y aguarda a que su padre se ausente para buscada. Ya la veo con el vientre hinchado con una criatura. ¡El debe de estar orgulloso de lo que tiene dentro de sus calzones para usado tan a menudo con usted!
– ¡Hergus! ¡Basta! Pero Hergus insistió.
– Muchacha, sabe cuánto la quiero. Pero no puedo tolerar esto que está haciéndose a sí misma. He estado a su lado desde que era pequeñita. Yo tenía dieciocho años. -Se echó atrás y aspiró profundamente-. Y ahora la veo entregándose clandestinamente a un vulgar siervo. Mi Jamie y yo -por un momento su mirada se volvió lejana- veníamos de un clan pobre de las tierras altas y no estuvimos mucho tiempo juntos. Pero usted señorita Shanna, ¿tiene idea de lo que hace? ¿No se siente avergonzada?
– No. -El susurro fue tan suave que la sirvienta tuvo que esforzarse para oír la palabra. Shanna le dio la espalda y empezó a desabrochar el corpiño de su vestido-. No me siento avergonzada. El me ama y yo…
Shanna sacudió la cabeza. Suspiró.
– Hay mucho acerca del señor Ruark y de mí que tú no comprendes, Hergus. Creo que todo se sabrá si Milly se sale con la suya.
– ¿Qué sabe Milly?
– Mucho, me temo replicó Shanna preocupada.
Para Hergus, una cosa era criticar las acciones de su ama, pero otra diferente era que alguien hablara mal de ella. En ese sentido, su lealtad era muy firme.
– Esa chiquilla hará bien en frenar su lengua -dijo.
Shanna la miró, intrigada, y se encogió de hombros.
– Su papá está en el salón con el, señor Ralston, el señor.Pitney y ese sir Billingham..Será mejor que se dé prisa. El ha llegado hace tiempo y preguntó por usted. Le dije que usted había regresado.
Hergus limpió una repisa inmaculada llena de objetos curiosos y pasó los dedos por un polvo imaginario. Se volvió otra vez a Shanna.
– Oí a sir Billingham preguntar dónde estaba usted. El encontró su caballo en el establo pero usted se había marchado sin decirle adónde. Supongo que él cree que su padre la vigila muy de cerca. -La mujer pensó un momento-. Quizá su papá está preguntándose acerca de usted, aquí arriba, con el señor Ruark a sólo unos pasos. Pero supongo que él cree que puede confiar en usted. Es una lástima que lo traicione.
Shanna no dio importancia a las protestas de la criada y empezó a desvestirse. Pero con su cuerpo todavía agitado y encendido por la pasión, no se atrevió a quitarse la camisa. La sirvienta comprendió y se marchó, con un último comentario por encima de su hombro.
– Volveré para peinarla.
Shanna se levantó el cabello que aseguró en un rodete en su nuca, se metió en la tina llena de agua perfumada y empezó a pasarse lentamente la esponja por brazos y hombros. Su mente estaba ocupada en soñadoras evocaciones, cuando oyó que alguien silbaba alegremente en el pasillo, fuera de su saloncito. Sonrió suavemente, sabiendo que sólo podía ser Ruark, y se entregó a los recuerdos de la tarde que pasaron juntos.
Las ilusiones desparecieron abruptamente cuando Hergus llamó a la puerta del dormitorio y entró. Shanna se puso de pie, se envolvió el cuerpo con una toalla, y empezó a secarse.
CAPITULO VEINTIDOS
Shanna bajó la escalera casi volando. Nuevamente se sentía como una muchachita, inquieta por llegar con retraso, ruborizada y sin aliento. Hergus apenas había podido sujetarle los rizos con una cinta cuando Shanna se dio cuenta de que era tarde. Si algo provocaba infaliblemente la ira de su padre, eran las demoras innecesarias para comer.
Jasón estaba alto y erguido en su puesto junto a la puerta principal. Parecía estudiar la pared del frente, con una expresión severa y ceñuda. No dio señal de notar la presencia de Shanna. Como en los días de su infancia, ella sintió la reprobación del criado, se detuvo, alisó su falda azul, irguió orgullosamente la cabeza y siguió caminando con una majestuosa lentitud.
– Usted está encantadora esta noche, señora. -Gracias, Jasón.
Desde el salón, llegó la voz de su padre:
– ¡Berta! ¡Vaya a ver qué sucede con esa muchacha!
Shanna se tranquilizó al percibir cierto tono de humor en la voz de su padre. Llegó a la puerta, aspiró profundamente y se sintió como Daniel a punto de entrar en el foso de los leones. Pero si Milly hubiera tenido oportunidad de hablar con su padre, razonó, ahora él estaría completamente furioso. Compuso una sonrisa serena, entró en el salón y se detuvo cuando los hombres se pusieron de pie. Pitney ya estaba junto a Trahern y todos juntos se volvieron, cada uno con su copa en la mano.
– Siéntense, caballeros -dijo Shanna suavemente, y paseó su mirada por la habitación.
Ruark se había vestido elegantemente de azul, y su gracia esbelta pero fuerte hacía que la figura larga y desgarbada de sir Gaylord hiciera pensar en una jirafa. Ralston le dirigió una ligera inclinación de cabeza, como para indicar que había notado su presencia.
– Siento haberme demorado, papá murmuró Shanna suavemente-. No me di cuenta de la hora.
– Estoy seguro de que los caballeros consideran que la espera valía la pena, hija mía. Estábamos hablando del viaje a las colonias.
– ¿Se parecen mucho a Inglaterra? -preguntó Shanna amablemente a Ruark-. Supongo que hará mucho frío.
– ¿Frío? Sí, señora. – Ruark sonrió y no pudo evitar que su mirada se llenara de resplandores al apreciar la belleza de ella-. Pero no es como en Inglaterra.
– ¡Gracioso! -dijo Gaylord, y se llevó delicadamente una pizca de rapé a la nariz-. Una tierra salvaje, difícilmente apropiada para una dama. Los pobladores son groseros y salvajes. Me atrevería a decir que allí estaremos en peligro constante.
Ruark miró dubitativo al hombre.
– Usted parece una autoridad, señor. ¿Ha estado allí alguna vez?
Gaylord dirigió una mirada fría y despectiva al siervo.
– ¿Ha dicho usted algo? -El tono de la voz revelaba sorpresa como si no pudiera creer que un esclavo común le hubiera dirigido la palabra.
Ruark contuvo su tono burlón, y con fingido arrepentimiento, replicó:
– Realmente, no sé qué me hizo hacer eso.
Gaylord echó la cabeza atrás, sin percibir el sarcasmo en las palabras de Ruark.-Tenga más cuidado, entonces.
Ya es bastante odioso tener que compartir la misma mesa con un siervo sin ser interrumpido por él. Sintiendo su poder sobre el hombre, Gaylord hizo un gesto de desprecio. Y tenga presente, además, que hay en usted mucho de pícaro. Yo no lo creo inocente del plan de los piratas de robar los tesoros del caballero Trahern, no importa lo que se diga, y si yo fuera él, lo vigilaría muy atentamente mientras esté usted en esta mansión. Quizá usted está buscando ahora un botín más valioso. -Su mirada se desvió ligeramente, de modo que solamente Ruark notó que estaba dirigida a Shanna-. Un pillo no se detendría ante nada para llenarse la bolsa de oro.
Ruark se puso rígido ante tanto menosprecio y sus ojos se endurecieron. Ralston sonrió y no pudo ignorar la oportunidad. Se acercó. Sus ojos recorrieron de arriba abajo y con desprecio al joven, mientras dirigía su comentario a Gaylord.
– Es sumamente indecoroso que un mero siervo cuestione los conocimientos de un caballero honorable.
Gaylord se irguió en toda su altura y adoptó una postura arrogante cuando oyó la sugerencia apenas velada de Ralston.
Por encima de su hombro, Shanna llamó la atención de su padre e inclinó la cabeza hacia Ralston; con una expresión de reprobación. El respondió inmediatamente con una inclinación de cabeza.
– Señor Ralston -llamó Trahern-. ¿Puedo hablar unas palabras con usted?
Ralston, receloso, se acercó. Apenas acababa de empezar a disfrutar de la situación y éste era un juego que le gustaba jugar. Sin embargo, no podía desobedecer a su empleador. Cuando Ralston estuvo frente a él, Trahern bajó la copa de la que estaba bebiendo y se puso ceñudo.
– El señor Ruark es un huésped de mi casa. -Habló en voz baja de modo que sólo Pitney pudo escuchar-. Debo cuidar la paz y la tranquilidad de mi hogar. Insisto en que usted, siendo nada más qué un servidor asalariado, trate a mis huéspedes con equidad. Ralston se puso rígido y enrojeció de indignación.
– ¿Señor? ¿Me reprende en presencia de otros?
– No, señor Ralston. -La sonrisa de Trahern poco tenía de buen humor-. Sólo le recuerdo su posición. El señor Ruark ha demostrado su valor. No desmienta usted el suyo
Ralston contuvo un impulso de replicar acaloradamente. Se había acostumbrado al rico alojamiento que mantenía en la aldea y estaba bien al tanto de los alcances de la fortuna y el poder de Trahern pero consideraba que el hombre difícilmente echaría de menos unos pocos centenares de libras aquí y allá, y así, en sus años con el hacendado, había apartado una buena suma para sí mismo. Claro que sus cuentas no hubieran podido resistir un examen atento. También sabía que Trahern, con su ánimo vengativo de plebeyo mezquino, aplicaría un castigo si el engaño era descubierto.
Con la fina habilidad de una experimentada diplomática, Shanna se ocupó de evitar más enfrentamientos entre Ruark y sir Gaylord. Se ubicó entre los dos hombres, dirigió una cálida sonrisa a Ruark, le volvió la espalda y habló directamente a sir Gaylord.
– Amable señor. -Su mirada fue toda miel-. Ciertamente, es una vergüenza que estemos tan lejos de Londres y usted no pueda encontrar a ninguno de sus pares para dar una buena retórica a la conversación. Debe de ser penoso para su corazón escuchar los discursos mundanos sobre cosas terrenales que prevalecen aquí… en la… frontera.
El caballero sólo oyó la suave calidez de la voz y quedó cautivado por la radiante belleza del rostro que tenía adelante. Empezó a sentirse como si la hubiera lastimado en alguna forma cuando ella continuó.
– Yo también he oído expresar vívidamente ideales elevados en la corte y comprendo la soledad que debe sentir usted en sus señoriales ocupaciones. Debe recordar, sin embargo, que aquí todos, hasta mi padre y yo, somos de extracción plebeya y por lo tanto le ruego que sea misericordioso en sus juicios. Vaya -Shanna rió incrédula de su propia suposición- ¿no nos excluirá a mi buen padre y a mí de su compañía, verdad?
Sir Gaylord estaba igualmente incrédulo.
– Claro que no, mi querida señora. Su padre es aquí gobernador, y usted, como hija suya, es sumamente -suspiró con vehemencia atractiva.
– Bien. -Shanna le rozó el brazo con el abanico, se acercó más y dijo confidencialmente-: Puedo decir, por mi propia experiencia, que el señor Ruark fue sacado a la fuerza de la isla, contra su voluntad. Le ruego que comprenda por qué debo tratarlo con cierta deferencia. -Miró de soslayo a Ruark y sonrió traviesamente.
El caballero sólo pudo farfullar una disculpa, aunque todavía luchaba con el razonamiento de ella.
– Es usted sumamente amable, señor. -Shanna se inclinó graciosamente y le dio su mano a Ruark-.
Vayamos a cenar entonces.
Shanna miró por encima de su hombro a su padre.
– ¿Estás listo para comer, papá?
– ¡Ciertamente!
Trahern rió por lo bajo y, percatándose de que acababa de presenciar una reprimenda en la forma más suavemente femenina, casi sintió lástima por los tontos que habían caído bajo el hechizo de ella. Con una extraña sensación de orgullo, contempló la majestuosa compostura de su hija mientras caminaba al lado del siervo. Los dos formaban una pareja espléndida. Y qué niños hermosos tendrían si…
"¡Bah! ¡Locuras!" Trahern agitó la cabeza para sacudirse esos pensamientos, y pensó: "Ella jamás se rebajaría a casarse con un siervo".
Milán empezaba a inquietarse por la demora, temiendo que se arruinaran los delicados sabores mientras el cocinero trataba de mantener calientes las viandas. Cuando Shanna entró en el comedor, la cara del hombrecillo se puso radiante. Golpeó las manos y los jóvenes criados trajeron la comida. Por fin la cena sería servida.
– Siéntese aquí, señor Ruark -dijo Shanna, indicando la silla cerca de la de ella, que estaba en un extremo.
Ralston dejó el lugar frente al siervo para sir Gaylord y se sentó frente a Pitney, más cerca de Trahern.
Al comienzo de la comida, la conversación resultó un poco rígida. Gaylord sólo podía mirar a Shanna y cuando ella se distraía, sus ojos hundíanse apreciativos entre sus pechos, donde el ceñido corpiño oprimía las tentadoras curvas. Fastidiado por las miradas hambrientas del caballero, Ruark tuvo que contenerse para no estallar. Ralston, desusadamente locuaz, dirigió sus palabras al hacendado.
– He notado que el Good Hound ha sido puesto en seco para limpiar su casco. ¿Tiene intención, señor, de llevar la goleta a las colonias, o piensa usarla aquí para el tráfico entre las islas?
Trahern interrumpió su comida y señaló a Ruark.
– Pregúntele al joven -dijo-. Le pertenece a él.
Ralston y Gaylord se volvieron al mismo tiempo para mirar pasmados a Ruark, quien aclaró despreocupadamente la situación.
– Caballeros, las leyes inglesas permiten que un siervo tenga propiedades. Yo me gané la goleta en limpia batalla, como la señora Beauchamp puede atestiguar.
– ¡Esto es absurdo! -declaró. Gaylord. Le dolía que un esclavo tuviera un barco mientras él, un caballero con título, todavía estaba tratando de obtener financiación para un astillero.
– Sin embargo -sonrió Ruark-, la goleta es mía y seguirá siendo mía a menos que yo decida cambiarla por mi libertad. Pero pienso que ganar el precio de un barco me llevaría más tiempo que pagar mi deuda.
El Tempestad será prestado al hacendado para el viaje, a cambio del precio de ponerlo en condiciones. Un cambio justo, como pensamos los dos.
– ¿El Tempestad? -preguntó Ralston con arrogancia.
– Ajá, así lo he rebautizado -replicó Ruark-. Últimamente me han empezado a gustar mucho las tormentas y parecen traerme buena suerte.
– Mi hija les tiene aversión -comentó Trahern, y no vio el color que había subido al rostro de Shanna con la afirmación de Ruark-. No conozco la causa, pero empezó cuando era una niñita.
– Quizá ya haya superado eso, papá -repuso Shanna suavemente, sin atreverse a mirar a su marido-. Después de todo, fue una tormenta la que nos permitió escapar de los piratas.
Su padre aceptó esto con un bocado de langosta. Después de tragarlo, murmuró:
– Bien, ya era tiempo. Algún día tendrás niños y no sería bueno que les contagies ese miedo.
– No, papá -aceptó Shanna dócilmente.
– ¿Y el tesoro del pirata en la goleta? -preguntó Ralston-. ¿También eso pertenece al señor Ruark?
– Pertenecía -dijo Trahern, mirando a su hombre-. Pero todo lo que no era mío él lo dio al señor Gaitlier y a la señorita Dora por los años que trabajaron para los piratas.
El agente enarcó las cejas, sorprendido.
– Muy generoso el hombre, considerando que hubiera podido comprar su libertad.
Ruark ignoró el tono despectivo.
– Por derecho les pertenece y yo lo consideré justo.
Gaylord guardó silencio. El no podía comprender que alguien regalara hasta la fortuna más pequeña. Ralston cambió de tema. Sabía que esas proezas tontas unirían más a la dama con el siervo, y quizá eso era lo que buscaba el señor Ruark.
– Señora -dijo Ralston, dirigiéndose directamente a Shanna-. ¿Está enterada de que el padre de sir Gaylord es un lord y magistrado de los tribunales ingleses?
– ¿De veras? -dijo Shanna-. ¿Lord Billingham? Nunca oí mencionar su nombre mientras estuve en Londres. ¿Hace mucho tiempo que es magistrado?
Gaylord se limpió delicadamente la boca con la servilleta antes de mirada ansiosamente.
– No puedo pensar en un motivo para que una dama tan hermosa como usted haya sido presentada a él. El se ocupa de juzgar a hombres malvados, asesinos, ladrones, delincuentes de toda clase, y usted es una flor demasiado delicada para encontrarse entre ellos. El ha mandado a muchos pillos al cadalso de Tyburn, y por precaución, ha decidido ser conocido por los delincuentes sólo como lord Harry.
Ralston observó atentamente a Ruark, esperando alguna reacción de él. Pero Ruark se encogió de hombros y continuó Comiendo.
Pitney prestaba cuidadosa atención a su comida y Shanna también. Ella recordaba muy bien cuando el señor Hicks habló de lord Harry y su manejo secreto de la orden de colgar a Ruark, y se preguntó cuál era el juego de Ralston.
Con gran cuidado, Shanna interrogó, sonriendo gentilmente, a Gaylord.
– ¿Lord Harry? Me parece que he oído ese nombre. Pero no puedo recordar… -Shanna continuó-:
A menudo me he preguntado cómo debe sentirse un hombre después de haber sentenciado a otro a la horca. Estoy segura de que su padre solo condena a los que se lo merecen, pero se me ocurre que él debe soportar una carga terrible. ¿Tiene usted algún conocimiento de sus asuntos? Supongo que él habla a menudo de ello. – Los asuntos de mi padre no son de mi incumbencia, señora. Yo no les presto atención.
– ¿De veras? -dijo Shanna-. ¡Qué lástima!
Después de cenar se reunieron nuevamente en el salón y allí Shanna se sintió fastidiada por la presencia de Gaylord sentado a su lado en el sofá. Por encima de su abanico vio que Ruark encendía su pipa junto a las puertas ventanas y que le hacía una inclinación de cabeza casi imperceptible.
– Aquí hace calor, papá. Si no te opones, daré un paseo por el porche. Trahern dio su aprobación y Ruark se ofreció inmediatamente a acompañarla.
– Señora, desde la incursión de los piratas no es seguro que una dama ande sin compañía. Le ruego…
– Tiene razón -interrumpió Gaylord, y para consternación de Shanna, la tomó del brazo-. Por favor, señora, permítame.
Esta vez, fue Ruark quien debió quedarse quieto mientras el otro pasaba junto a él con Shanna. El enorme brazo de Pitney detuvo a Ruark antes de que pudiera cerrar la puerta. Ruark no estaba de humor para tonterías.
– Tranquilo, muchacho -dijo Pitney en voz baja-. Si es necesario, yo estaré en guardia.
Sus ojos grises fueron hacia Trahern en una silenciosa advertencia, y Ruark vio qué el hacendado sacaba su reloj de bolsillo, lo miraba un momento y después miraba a Pitney.
– ¿Cinco minutos? -dejó la pregunta en suspenso y Pitney sacó su propio reloj.
– Menos, diría yo, conociendo al ansioso caballero.
– ¿Ale con bitter? -ofreció Trahern.
– Ajá -repuso Pitney, guardó su reloj y miró a Ruark.
– Usted, no ha visto a Shanna en ocasiones como esta. -Señaló con la cabeza hacia las puertas ventanas-. Hombres mejores lo han intentado. Si quiere inquietarse, hágalo por sir Gaylord.
El salón quedó silencioso y sólo Ruark y Ralston demostraban alguna emoción. Ruark estaba intranquilo mientras Ralston sonreía bobamente de satisfacción.
De pronto llegó un grito airado desde el porche. Ruark saltó y Ralston dejó su copa intrigado. Inmediatamente se oyó una sonora bofetada, el comienzo de una maldición murmurada por Gaylord, seguido de un grito también del caballero.
Pitney consultó su reloj y le dijo a Trahern:
– ¡Ale!
Todos, incluido Ralston, miraron inmediatamente las puertas, pero antes que nadie pudiera tocarlas se abrieron y Shanna entró en la habitación sosteniéndose el corpiño desgarrado de su vestido con una mano, y flexionando la otra como si le doliese. Su hermoso rostro estaba encendido.
Trahern detuvo a su hija y sus ojos buscaron atentamente alguna señal de malos tratos.
– ¿Estás bien, criatura?
– Sí, papá -respondió ella-. Mejor de lo que puedes imaginar, pero me temo que nuestro señorial huésped está, adornando los arbustos con su forma varonil.
Trahern pasó junto a ella mientras Ruark se quitó su chaqueta y la puso sobre los hombros de su esposa. Shanna lo miró suavemente cuando él le tomó la mano para examinarla.
– ¿Debo vengada, mi lady? -preguntó en voz baja, sin levantar la mirada.
– No, mi capitán pirata Ruark -murmuró ella-. El pobre individuo ha tenido lo que se merecía.
Señaló las puertas que en ese momento eran abiertas por su padre y Pitney. Trahern pareció ahogarse con algo cuando la débil luz iluminó el porche y la figura desgarbada de sir Gaylord, quien luchaba para pasar por la barandilla que bordeaba el porche. Su chaqueta tenía adheridos trozos de hojas y tallos. Cuando levantó la cabeza, vio que tres de los cuatro hombres lo miraban sonrientes mientras que el cuarto parecía atontado por la sorpresa.
Sir Gaylord levantó el mentón, pasó altanero junto a ellos e ignoró completamente a Shanna. Sin embargo, su andar no era muy señorial porque había perdido un zapato.
Shanna hizo una pequeña reverencia.
– Buenas noches, caballeros -dijo, y salió de la habitación.
Trahern miró su copa vacía, suspiró y fue a servir dos ales, uno de los cuales entregó a Pitney. Ralston se sirvió un brandy, lo bebió de un trago y se despidió. Trahern sirvió un ale y se lo ofreció a Ruark.
– Ah, caballeros -dijo el hacendado con una risita-, no sé qué haré para divertirme cuando la muchacha se haya marchado. Creo que me retiraré. Estoy poniéndome demasiado viejo para todo esto.
Salió de la habitación. Pitney llenó nuevamente las copas y señaló hacia la puerta.
– ¿Un poco de aire fresco, señor Ruark?
Salieron a la amplia terraza y admiraron la luna llena. John Ruark ofreció tabaco a su compañero. El hombre sacó una pipa de arcilla de su bolsillo, la llenó y le agradeció.
– Me hice al hábito navegando en uno de los barcos de Orlan -murmuró Pitney-. Aquí es difícil conseguir buen tabaco, pero éste es excelente.
Caminaron un momento en silencio, dejando una fragante estela de humo. Casi habían regresado al salón cuando Pitney se detuvo para vaciar la cazoleta de su pipa.
– Una pena -comentó el hombre mientras golpeaba la pipa en la barandilla.
Ruark le dirigió una mirada de interrogación.
– Una pena que su hermano, el capitán Beauchamp, no haya podido viajar con nosotros.
– ¿Mi hermano? -dijo Ruark.
– Ajá -repuso Pitney-. Y a veces se me ocurre que en Ruark Beauchamp hay más cosas de las que John Ruark deja que se sepan.
Pitney se metió la pipa en el bolsillo y entró en la casa. Cuando Ruark entró momentos después, el salón estaba vacío.
Era tarde y la luna habíase convertido en una bola roja cerca del horizonte. Las calles en la aldea estaban a oscuras y Milly Hawkins se estremeció mientras caminaba nuevamente hasta el lugar de la cita para encontrarlo vacío. Se le erizó la piel de la espalda. Tenía la fuerte impresión de que la observaban. De pronto ahogó una exclamación cuando una alta sombra fue hacia ella.
– Oh, es usted, jefe -dijo-. Me asustó. Llega tarde.
El hombre se encogió de hombros y no dio ninguna explicación. -Bueno, jefe, tengo noticias para usted. Vamos a tener un hijo que no deseamos. Y el señor Ruark de nada me servirá, porque ya tiene esposa y usted nunca adivinaría quién es ella. La señora Shanna Beauchamp. De modo que ella no es más viuda. Ahora es la esposa de John Ruark. Y lo gracioso es que la misma señora me lo dijo.
Milly se detuvo para saborear la noticia que acababa de dar.
– Y se me ocurre que el padre no lo sabe -continuó-. Qué sorpresa se llevará él cuando se entere. Y también mi madre. Ella siempre está diciéndome que debo ser como la señorita Shanna. Y ahora, la señorita Shanna resulta que está casada con un siervo. Bueno, yo haré algo mejor que ella. -Milly estiró la mano y acarició al hombre en el brazo-. Yo tendré algo mejor que un siervo, porque usted, jefe, tendrá que casarse conmigo. No quiero ningún marinero que esté viajando todo el tiempo. Quiero un hombre que esté cerca de mí todo el tiempo.
El hombre empezó a golpearse suavemente una bota con la fusta de montar que llevaba en una mano. Después le puso un brazo sobre los hombros y empezó a conducirla calle abajo. Milly se sintió halagada por la desusada demostración de afecto.
– Conozco un sitio tranquilo en la playa -murmuró ella con una mirada cargada de sugerencias-. Es un lugar escondido con musgo suave para que nos sirva de almohada.
En la calle a oscuras, resonó el eco de su risa ligera.
El día siguiente amaneció despejado y fresco. Con las primeras luces del amanecer, Ruark y Shanna despertaron. El la besó y se dirigió sigilosamente a su habitación, donde se afeitó y vistió para aguardar las primeras señales de actividad en la mansión. Tendido en la cama, oyó que Shanna se movía en su habitación. Hergus estaba regañándola. Ahora ellos compartían la cama todas las noches.
Ruark fue al comedor pequeño y se sirvió, una taza de café. El sabor intenso y aromático de la bebida lo había cautivado, y en esta mañana raramente fresca, la bebió con deleite.
Milán había preparado una bandeja con carnes y pequeñas tortas de avena y Ruark estaba sentándose ante un plato abundante cuando Trahern y Shanna entraron riendo juntos en la habitación. El padre se maravillaba del cambio experimentado por su hija. En las últimas semanas sus mejillas habían ganado color, y desde su fuga de los piratas parecía haber perdido mucho de su almidonada formalidad. La frecuencia de sus comentarios mordaces había disminuido y ahora casi parecía una persona diferente, una mujer cálida y graciosa cuyo encanto rivalizaba con su belleza. Trahern rió por lo bajo, aceptando la buena suerte sin cuestionarla. El aroma de arepas con mantequilla le llegó a la nariz, y se apresuró a sentarse, dejando que el señor Ruark apartara la silla para su hija.
Se oyó un ruido de cascos en la parte delantera y momentos después Pitney entró en la casa frotándose las manos y saboreando el aroma de la comida. Arrojó su sombrero a Jasón y acercó una silla a la mesa.
Ante las miradas divertidas de padre e hija, gruñó:
– El suelo de mi casa estaba demasiado frío esta mañana para un hombre de mi edad. -Miró a su alrededor, como desafiando a cualquiera que cuestionara su sinceridad-. Además, terminé una mesa para el señor Donan, y él dijo que vendría aquí para ver al señor Ruark acerca de esa mula de él. Parece que el hombre quiere comprarla.
Pitney aceptó un plato y empezó a comer con buen apetito. Pero en seguida cuando Milán acababa de servir más café a Ruark, llamaron a la puerta principal. Jasón hizo entrar a un siervo de la aldea, que venía descalzo, directamente al comedor. Junto a Trahern, el hombre se detuvo nervioso y empezó a jugar con su sombrero, mientras dirigía fugaces miradas a Shanna como si la presencia de ella lo hubiera dejado sin palabras.
– Señor… Hum… señor Trahern -empezó el hombre, con gran dificultad.
– Bien, señor Hanks -dijo Trahern con impaciencia-. Hable de una buena vez.
El siervo se ruborizó intensamente cuando miró a Shanna.
– Bien, señor, yo salí temprano en mi bote, para capturar unos cuantos buenos pescados para la señora Hawkins. Ella me da unos tres peniques. Saqué mi bote para poner las líneas y cebadas, cuando veo una mancha de color entre los matorrales. La marea estaba baja, de modo que encallé el bote para acercarme.
– Se detuvo y bajó la vista. Aplastó el sombrero entre sus manos callosas y cuadradas-. Era la señorita Milly, señor. -Pareció ahogarse-. Estaba muerta, muy golpeada y arrojada en un charco dejado por la marea.
En el profundo silencio que se produjo, el hombre continuó precipitadamente.
– Hay que avisarle a la señora Hawkins, señor, y yo no me atrevo a hacerlo pues Milly era su única hija. ¿Lo hará usted, señor?
– ¡Mi1an! -gritó Trahern, y el sirviente casi dejó caer un plato-.
Diga a Maddock que traiga inmediatamente mi carruaje. -Echó su silla atrás y todos se levantaron con él-. Venga y muéstrenos el lugar, señor Hanks.
Shanna cruzo la habitación. Estaba medio aturdida. ¡Milly y su criatura, muertos! ¿Qué ser perverso cometería semejante crimen? Sería una tragedia terrible para la señora Hawkins.
En el fondo de su mente, Shanna se dio cuenta de que una vez más su secreto estaba seguro, pero eso ahora nada significaba. Ella hubiera revelado todo alegremente a su padre si con eso hubiese podido evitar la muerte de Milly.
Ruark estaba igualmente aturdido. El atentado contra su vida el día de ayer y ahora este asesinato de Milly… ¿habría una relación entre los dos hechos? Era una mancha oscura en los días serenos y felices que había disfrutado desde que Shanna retirara todas las barreras entre ella y el.
– ¡Shanna, muchacha! -dijo Trahern-. Será mejor que te quedes aquí.
– El señor Hanks tiene razón, papá -replicó Shanna quedamente-. Hay que avisarle a la señora Hawkins. Será mejor que haya una mujer con ella. Iré yo.
Trahern asintió y todos se marcharon.
Milly yacía boca abajo en una pequeña depresión en la arena. Sus ropas estaban desgarradas. En su cuerpo y sus miembros había unas marcas delgadas, como si hubiera sido cruelmente azotada con un palo delgado o una cuerda. En sus brazos y la mitad superior del cuerpo había grandes magullones de color púrpura, como si la hubieran golpeado repetidamente con un puño o garrote. En una mano aferraba todavía un puñado de hierba que hablaba de su lucha por sostenerse mientras la marea subía. Su otra mano estaba estirada y cerca de la misma había marcada en la arena una tosca "R".
Ruark la miró fijamente, recordando a otra muchacha que había muerto de manera semejante. ¿Cómo podía suceder esto, con un océano de por medio?
Trahern se inclinó y miró la letra en la arena.
– Es una R -murmuró, y se enderezó para mirar a su siervo-. O podría ser una P. Aunque yo pondría las manos en el fuego por Pitney. Podría acusar a Ruark, pero no lo creo. Estoy seguro de que también pondría las manos en el fuego por usted, si se presentara la ocasión.
Ruark sintió su garganta reseca. El cuerpo retorcido le resultaba demasiado familiar.
– Gracias, señor -logró decir.
– También podría acusar a Ralston, aunque me cuesta imaginármelo con una joven como ésta. El prefiere mujeres más pesadas, más rollizas y más viejas. Más sólidas y confiables. "Como Inglaterra", dice él.
Ruark levantó la vista y miró el bajo acantilado sobre la playa. Una mata de arbustos mostraba ramas rotas y más arriba un trozo de tela blanca colgaba como un banderín de una rama.
– ¡Allí! -señaló-. Ella debió de caer desde allí.
Subió a la barranca, seguido por Trahern y Pitney. El señor Hanks permaneció abajo y caminó hacia su bote, pues no quería tener nada más que ver con este macabro asunto.
Los tres encontraron un pequeño claro sombreado por árboles y oculto por arbustos. El suelo era un espeso lecho de musgo y aquí estaba escrito el resto de la historia. El musgo estaba arrancado en varios lugares y pisoteado, con señales de una lucha violenta. Había trozos de las ropas de Milly y profundas marcas de botas que señalaban el lugar donde había sido llevada hasta el borde.
– El perverso hijo de puta -dijo Pitney con voz conmovida- la creyó muerta y la arrojó al mar. Ella hubiera sido arrastrada por la marea y desaparecer sin dejar rastros. La pobre muchacha.
Sus ojos grises se posaron en Ruark y por un largo momento las dos miradas estuvieron frente a frente sin vacilar. Cuando Pitney habló nuevamente, su tono sonó seguro, como si dirigiera su afirmación al hombre más joven.
– No conozco -dijo- a alguien capaz de hacer esto.
– Tampoco yo -dijo Trahern-. Es una cosa bestial. Bestial.
– Señor -empezó Ruark con renuencia, y Trahern lo miró con expresión intrigada-. Quiero que lo sepa ahora y de mis labios. -Tuvo que entrecerrar los ojos por la luz del sol, pero sostuvo firmemente la mirada del hacendado-. Milly decía que estaba encinta y que necesitaba que yo me casara con ella.
– ¿Y usted era el padre? -preguntó Trahern lentamente.
– No -dijo Ruark-. Nunca toqué a la muchacha.
Después de un momento, el hacendado asintió con la cabeza. -Le creo, señor Ruark. -Suspiró profundamente-. Hay que llevar a la muchacha a su casa. Elot vendrá en cualquier momento con un carro.
El birlocho llevó al grupo a la casa de los Hawkins, donde Pitney se disculpó y se dirigió a la cantina. Se hicieron arreglos para que el cuerpo de Milly fuera preparado por una amiga íntima de la vendedora de pescado antes de que la mujer pudiera ver los malos tratos que había sufrido su hija. Trahern y Ruark se detuvieron fuera de la humilde vivienda y se prepararon para reunirse con los Hawkins. El patio y el exterior se hallaban en estado ruinoso. Un par de enredaderas escuálidas se enroscaban en un rincón debajo de un precario cobertizo de tablas, mientras alrededor de una docena de gallinas de Guinea escarbaban la tierra.
Con mucha aprensión, los dos entraron en la casa. Se encontraba limpia y ordenada, aunque penosamente escasa de adornos, con excepción de un sencillo crucifijo tallado en madera que colgaba en la pared. El señor Hawkins estaba sentado en un banco y ni siquiera los miró.
– La mujer está en la parte trasera -gruñó, y bebió de una botella de ron, sin dejar de mirar a la lejanía.
Atrás de la casa, un tejado apoyado en postes retorcidos daba algo de sombra pero muy poca protección contra la lluvia. Allí estaba la señora Hawkins ante una mesa alta, dándoles la espalda. Con un gran cuchillo limpiaba pescados y arrojaba las escamas en un barril. Shanna estaba sentada en un taburete y los miró con un leve encogimiento de hombros, aunque en sus mejillas había huellas de lágrimas recientes.
– Buenos días, caballeros -dijo la señora Hawkins por encima de su hombro, sin interrumpir su tarea-. Siéntense en alguna parte. Yo tengo que hacer. -Su voz sonaba cansada.
Trahern y Ruark permanecieron de pie y se miraron, incómodos, sin saber qué decir. La mujer siguió trabajando.
– Era una muchacha con mala suerte -dijo súbitamente la señora Hawkins-. Ruego que ahora descanse en paz. Ambicionaba muchas cosas que no podía tener y nunca estaba satisfecha con lo que tenía.
La mujer los miró con ojos llenos de lágrimas.
– Milly no era mala. -Sonrió y buscó una parte limpia de su delantal para limpiarse la cara-. Voluntariosa a veces, sí Los hombres le daban chucherías y monedas y ella llegó a pensar ellos le darían todo lo que quisiese. Inventaba historias acerca de ellos. Oh, ya sé, señor Ruark, lo que Milly decía de ella y usted, pero también sé que usted jamás la tocó. Ella solía llorar en su almohada porque usted no le prestaba atención. Cuando yo lavaba sus ropas, ella se sentaba y hablaba de usted.
– Señora Hawkins -dijo Ruark suavemente- ¿había muchos otros que… la frecuentaban?
– Muchos otros -admitió la mujer-. Pero ninguno duraba. Oh, había uno últimamente, pero no sé quien es. Ella no me lo dijo y se reunía con él de noche, lejos de aquí…
– El señor Ralston nunca… – Trahern no pudo ponerlo en palabras.
– No, él no. El siempre decía que ella era muy vulgar. Hasta una vez la golpeó con esa pequeña fusta que lleva siempre. -La mujer rió tristemente-. Milly se burlaba de él. Lo llamaba cara larga y viejo jamelgo.
Las lágrimas empezaron a fluir otra vez y la mujer se estremeció con sollozos contenidos. Shanna se levantó y fue a consolarla. Cuando la señora Hawkins se calmó, besó a Shanna en la mejilla.
– Ahora váyase, criatura -sonrió-. Usted me ha hecho mucho bien pero ahora nos gustaría quedamos solos.
Orlan Trahern dijo:
– Si tiene alguna necesidad, señora, no vacile. -Hizo una pausa y añadió-. Milly dejó una señal en la, arena. Dibujó una "R". ¿Conoce usted a alguien…?
La señora Hawkins negó con la cabeza.
– Yo no me preocuparía por las señales de Milly, señor. Ella nunca aprendió a escribir. Pasó un largo momento de silencio hasta que Ruark ofreció:
– Vendré mañana para arreglar el techo.
No quedaba más por decir y los tres partieron. El viaje de regreso a la mansión fue lento y silencioso.
CAPITULO VEINTITRES
A mediados de octubre el Hampstead estaba en puerto para un rea-condicionamiento general antes de llevar a Trahern y su numerosa comitiva a Virginia. Mientras ellos visitaban a los Beauchamp, el bergantín y la goleta recorrerían las colonias costeras en expedición comercial. Mientras tanto, el aserradero crecía como un hongo bien alimentado. Cada nuevo día se acercaba a su terminación y un herrero de la aldea construyó una hoja de hierro provisoria, hasta que llegara una mejor desde Nueva York. En realidad, a insistencia de Ruark habían sido encargadas varias hojas para propósitos diferentes, y fue un gran día cuando el Marguerite llegó con todas ellas.
La tristeza de la muerte de Milly fue olvidada cuando Gaitlier y Dora vinieron a la mansión y anunciaron tímidamente que tenían intenciones de casarse. Después de compartir un brindis por el acontecimiento, Shanna insistió en que ellos hicieran un recorrido de la isla con Ruark y con ella, en el carruaje. Cuando llegaron a un pequeño edificio, se apearon y entonces ella mostró al novio la escuela que había hecho construir a su padre. Gaitlier quedó extasiado con las cajas de libros, pizarras y otros implementos de enseñanza que Shanna había enviado durante sus años de educación en Inglaterra. Entre profusas y entusiastas afirmaciones de que aceptaría ser el maestro de la isla, Gaitlier y Dora empezaron a desempacarlos objetos mas grandes y quedaron solos en ese refugio de felicidad.
En medio de toda esta actividad, Gaylord Billingham pareció adaptarse al estilo de vida de Los Camellos. No parecía afectado por el rechazo de Shanna y menos inclinado a aliviar a su anfitrión de su presencia, aunque Trahern empezaba a cansarse. Los modales del caballero eran pulidos; su arrogancia disminuyó apenas; su benevolencia resultaba casi simiesca.
Sólo dos grandes discusiones perturbaron la vida normal de la isla. Una ocurrió cuando Gaitlier abrió su escuela para el primer día de clases. Como gobernador en ejercicio, Trahern había decretado que todos los niños de siete a doce años tenían que asistir y que solamente él autorizaría las excepciones. Esto fue motivo de varias objeciones pues algunos de los niños más grandes participaban intensamente de la economía familiar. Sólo cuando Trahern se presentó en persona a los hogares y amablemente señaló la probabilidad de incrementos en los ingresos como resultado de la educación, todos los niños empezaron a asistir a la escuela. Aun entonces, hubo un momento de tristeza cuando se comprobó que la mayoría de los niños mayores no tenían el menor conocimiento de los rudimentos de la escritura, la lectura y la aritmética. Los muchachos más grandes se hicieron a la idea de que la escuela era un lugar de diversión y
Gaitlier debió armarse de una varita de nogal para hacerse respetar y obedecer. Así fue que, después de la primera semana, las cosas empezaron a marchar mejor.
La vida en Los Camellos apenas se había aquietado cuando llegó el día de la boda del maestro de la escuela. Como, las bodas eran raras, la ocasión fue motivo de grandes celebraciones. Habría baile y banquetes en las calles, con la posibilidad de una generosa distribución de bebidas alcohólicas. Trahern declaró feriado el día siguiente. Las gentes de la aldea habían construido una pequeña cabaña frente a la escuela, que amueblaron con donaciones de todos. Pitney construyó una cama con baldaquín, como nunca se había visto en la isla. Shanna y Hergus se encargaron de vestir y arreglar a Dora con un traje de satén de suave color, maíz, y la escocesa lavó y rizó el cabello de la muchacha y creó un elegante peinado. La muchacha floreció bajo los cuidados de las mujeres, y cuando los novios pronunciaron los votos, Ruark observó asombrado, porque en ese momento Dora estaba realmente hermosa.
En medio de la fiesta, Ruark apareció al lado de Shanna y le puso en la mano una copa de champaña. Shanna bebió y sus reservas disminuyeron un poco.
Momentos después, otra copa hizo que el control de Shanna se deslizara un poco más hacia abajo. Su risa feliz se mezcló con la de Ruark y su cabeza empezó a girar por efecto de la bebida.
Vio la cara morena de Ruark ante ella. Su corazón latía locamente. El espacio y el tiempo dejaron de tener importancia. Gaylord no tuvo oportunidad de intervenir y Shanna no hizo caso del pomposo caballero que llamaba furiosamente la atención de su padre hacia ellos, ni de la mirada de desaprobación de Hergus. Aquí, en medio de la multitud, estaba sola con Ruark. Nunca se había sentido tan dichosa. Rió y bailó, y el champaña la ayudó a calmar la sed.
El hacendado estaba divirtiéndose tanto como su hija, porque su sangre galesa tenía una gran afición por las fiestas y celebraciones.
No le sorprendió sentirse satisfecho al ver a su hija bailando con su siervo favorito. El muchacho era adepto al baile como ella y la gracia esbelta y fuerte de su cuerpo complementaba la feminidad elegante de ella.
Con expresión preocupada, Gaylord miraba a la pareja de bailarines.
– ¿Qué piensa hacer acerca de esto, señor? -preguntó el inglés al hacendado-. En Inglaterra sería escandaloso que un siervo bailara con una dama. Este individuo tendría que ser puesto en su debido lugar.
Pitney miró al caballero por encima de su hombro e intercambió una mirada con Trahern. Orlan Trahern se balanceó sobre sus talones y tomó un bocado de una bandeja.
– Habrá notado, señor, que mi hija se hace respetar a su manera. – Bebió su vino y miró al caballero con una sonrisa divertida en los labios-. Últimamente he aprendido a confiar en mi hija y en la forma en que ella juzga muchas cosas. Sin embargo, si se siente usted inclinado a educar a la muchacha, puede intentarlo. Gaylord estiró su chaqueta de satén dorado.
– Si la señora Beauchamp acepta mi propuesta y se convierte en mi esposa -dijo- de ninguna manera le ofreceré menos protección que ahora de ese individuo. Es mi deber, como caballero del reino.
Mientras Gaylord se alejaba, Trahern se volvió hacia Pitney y rió por lo bajo.
– Me temo -dijo- que el pobre hombre no aprendió nada en los arbustos. Espero que el daño no sea costoso.
Ruark dejó de reír cuando una mano grande se apoyó rudamente en su hombro y lo obligó a volverse, para encontrarse frente a frente con sir Gaylord. La novia y el novio ahogaron una exclamación de sorpresa mientras Shanna miraba al hombre con una expresión de incredulidad y sorpresa.
Los ojos azul grisáceos de Gaylord miraron fríamente a Ruark.
– Parece que debo recordarle constantemente cuál es su lugar. El mismo está con el resto de los sirvientes y esclavos. Insisto en que deje tranquila a la señora Beauchamp. ¿Me entiende?
Ruark dirigió lentamente su mirada hacia los dedos largos que arrugaban la seda de su chaqueta. Estaba por replicar cuando Shanna apartó la mano de sir Gaylord como si fuera un objeto desagradable. Enfrentó al caballero, con las mejillas encendidas y los ojos despidiendo fuego verde. El hombre retrocedió un paso, recordando el sonoro bofetón de la ocasión anterior.
– Señor, usted se entromete -acusó ella-. ¿Tiene algún motivo?
Los aldeanos se detuvieron a observar. De entre los que estaban más cerca se elevó un murmullo que sir Gaylord interpretó como de airada desaprobación. El caballero estaba fuera de su elemento, porque Ruark se había ganado su lugar en el pequeño mundo de Los Camellos y Gaylord Billingham era un forastero, antipático para la mayoría.
Gaylord habló en un tono más calmado.
– Señora -dijo- sólo trato de asegurar que este hombre le brinde el debido respeto. Usted puede sentirse obligada con él por haberla salvado de los piratas. Pero mi deber de caballero es cuidar la reputación de una dama.
A Shanna le pareció ridículo y ultrajante que este petimetre fingiera preocupación por su honor en presencia de otros mientras que, en privado, trataba de ganársela con sus vehementes caricias. Rió regocijada y divertida.
– Le aseguro, señor -dijo- que no soy una dama decente.
– Miró a Ruark a los ojos, rió por lo bajo y agregó-: Quizá soy una dama indecente.
Tomó la copa de su marido y junto con la de ella la tendió a Gaylord.
– ¿Quiere encontrar un lugar, para dejar esto, señor? -pidió dulcemente, tomó a Ruark de la mano e hizo señas para que los músicos siguieran tocando-. Quisiera bailar con mi esclavo.
Ruark sonrió lentamente al rostro enrojecido del caballero.
– En otra ocasión, quizá -dijo-
Gaylord giró sobre sus talones y se alejó sin decir una sola palabra.
Las danzas se animaron e hicieron más ruidosas cuando los bailarines hicieron sus propias interpretaciones de los diferentes pasos entre la clamorosa aprobación de los demás, hasta que, exhaustas y sin aliento, las parejas se sentaron para comer y beber. Shanna encontró una copa de champaña en su mano y la bebió alegremente. Su risa iluminó las carcajadas profundas de Ruark. Después encontró sitio en una de las mesas y se sentó con él en un largo banco. Ruark quedó muy contento con la proximidad. Como las linternas daban solamente una luz muy débil, hasta se permitió acariciar a Shanna pues le resultaba difícil abstenerse de tocarla.
Madame Duprey, esa beldad de cabellos oscuros, y su esposo el capitán, estaban sentados más lejos, entregados a afectuosas demostraciones después de la larga ausencia del francés. Hasta Shanna se sintió más indulgente con el mujeriego marino que en ese momento besaba a su esposa en la nuca.
– Qué dulce -le dijo Shanna a Ruark-. Creo que él la ama de verdad.
– Ah, ni la mitad de lo que yo te amo -repuso Ruark junto al oído de ella-. Estoy a punto de hacer estallar mis calzones por el deseo que siento por ti, y tú me hablas de la devoción de otro hombre para con su esposa. ¿Tendré que morirme de hambre mientras contemplo tus pechos rosados, y fingir indiferencia ante esos frutos suculentos? Ansío saborear la manzana de tu amor y te devoraría entera.
– Calla -rió Shanna, apoyándose en él-. Estas bebido. Alguien podría oírte.
En la seguridad de que el bullicio cubriría sus palabras, Ruark continuó:
– Sí, estoy ebrio, pero sólo de este néctar que es más embriagante que el vino. Tengo fuego en mi sangre, un fuego que sólo tú puedes apagar. Ah, Shanna, Shanna, apiádate de mí.
Un brindis por los recién casados los interrumpió y Shanna se volvió cuando todos se ponían de pie y elevaban sus copas. Fue el preludio para que se formara el cortejo que acompañaría a los novios a su cabaña en alegre procesión. Shanna participó alegremente, aunque a veces se estremeció ante el rudo humor de los marineros que con sus bromas arrancaban recatadas risitas de las doncellas virginales presentes.
Fue casi un alivio cuando el grupo empezó a dispersarse y Ruark la devolvió junto a su padre. Trajeron el carruaje y Shanna subió. Demoraron unos momentos hasta que encontraron a Hergus, y cuando el grupo estuvo completo, con la escocesa y sir Gaylord, Shanna se envolvió en su chal y sonrió satisfecha, como un gato que acaba de engullirse varios canarios. Shanna permaneció sentada entre Hergus y Ruark, y Gaylord no tuvo más remedio que elegir entre sentarse en el lugar del lacayo o hacer una larga y solitaria caminata. Al ver el dilema del caballero, Pitney lo invitó con un gesto a que se sentara a su lado, en el estrecho espacio que quedaba libre. Gaylord suspiró. No estaba dispuesto a compartir el asiento con un sirviente y debió resignarse a aceptar la invitación de Pitney.
Una vez en la mansión, Shanna precedió a Hergus escalera arriba y sólo cuando la puerta de sus habitaciones, estuvo cerrada a sus espaldas, abrió su chal y dejó ver una botella de champaña sin descorchar. Hergus ahogó una exclamación y pensó que su ama había perdido la razón.
– ¿Qué piensa hacer con eso? Creo que ya ha bebido bastante. He visto cómo flirteaba con ese siervo bajo las narices de su padre.
– Oh, basta -dijo Shanna con una carcajada, y buscó unas copas en su saloncito-. Es que ya no estoy de luto y me parece apropiado celebrarlo.
– ¿Qué quiere decir con eso de que ya no está de luto? -preguntó Hergus-. Nunca supe que Milly le importara mucho. -La criada se encogió de hombros y comentó, para sí misma-: Sobre todo porque esa muchachita la envidiaba a usted. Si ese Abe Hawkins no se hubiera dedicado a la bebida, ella y su madre hubiesen podido tener mucho más. Pero él, en toda su vida no hizo un trabajo honrado.
– No es por Milly -dijo Shanna, enseñando dos copas para jerez que había encontrado-. La viuda ya no existe. Ya no estoy de duelo.
Hergus gruñó desdeñosamente.
– No ha estado casada el tiempo suficiente para considerarse una viuda. Lo menos que hubiera podido hacer el bueno del señor Beauchamp habría sido dejada encinta. En ese caso ahora usted no estaría flirteando con el señor Ruark.
Súbitamente, Shanna pensó que ya había bebido demasiado. Dejó las copas y ocultó la botella debajo de uno de los cojines de su sofá. Hergus la miró preocupada.
– Será mejor que se prepare para la cama -dijo la mujer-. Oí al señor Ruark subiendo la escalera. Venga, le cepillaré el cabello y después la dejaré sola.
– Momentos después, cuando se hubo marchado la criada, Shanna miró su imagen en el espejo. Las palabras que Ruark le había dicho esa noche resonaban en su cerebro.
La brisa agitó las cortinas y en el silencio que reinaba en la casa oyó que Ruark se movía en su habitación. Casi como una sonámbula, fue hasta la ventana y salió, sin escuchar que la puerta de su saloncito se abría y cerraba y unos pasos se acercaban.
Su papá ha dicho que subirá en un momento… -Hergus parpadeó sorprendida al ver el dormitorio vacío-. ¡Oh, Dios mío! Otra vez ha ido a reunirse con él. ¡Y ahora vendrá el señor Trahern!
Desnudo hasta la cintura, Ruark se apoyó en el grueso poste de su cama y observó con ojos llameantes a Shanna que se le acercaba con movimientos ondulantes y graciosos, apenas cubierta por su bata de batista. Sus pechos maduros presionaban contra la, delgada tela. Sus pies descalzos parecían deslizarse sobre la alfombra.
– Mi capitán pirata Ruark… -dijo Shanna, y puso sus manos sobre el vientre duro y plano de él y las deslizó hacia arriba. El la estrechó entre sus brazos.
– Shanna, Shanna -dijo Ruark, y se inclinó y la besó en la boca.
Una leve exclamación hizo que él levantara los ojos. En la ventana por donde Shanna entrara momentos antes, estaba Hergus, con una mano tapándose la boca y los ojos dilatados por el temor, el horror o la sorpresa. Para Ruark fue como si le arrojaran un balde de agua helada.
– Tenemos compañía -murmuró él y se apartó un paso. Cuando ella se volvió, él le volvió la espalda a la criada pues sus ceñidos calzones nada ocultaban de su erecta masculinidad.
– ¡Hergus! -exclamó Shanna, furiosa-. ¿Ahora me espías? ¿Qué significa esto?
La criada no supo qué decir. Una cosa era estar a solas con Shanna y otra muy diferente verla en brazos de su amante. Hergus era una persona recatada y el afecto maternal que sentía por Shanna hacía que su vergüenza le resultara más penosa.
– Señor Ruark -gimió Hergus, en tono de gran preocupación-. ¡No hay tiempo que perder! El señor Trahern ha dicho que subiría a ver a su hija. Y si el señor llegara a encontrada aquí… ¡Oh, señor Ruark, sería terrible!
Ruark la miró y empezó a llenar su pipa.
– ¿Cuánto tiempo llevaba aquí escuchando?
– No he venido a espiar -dijo la mujer, enrojeciendo-. Sólo vine a avisarles que el señor Trahern viene, señor Ruark.
– Lo sé, Hergus.
– No diré una palabra de esto -añadió Hergus rápidamente-. No diré nada, señor. Creo que usted…
La mujer se detuvo y miró asombrada hacia la cama. Ruark se volvió y vio a su esposa acurrucada como una criatura sobre su cama, aparentemente dormida.
– Prepárele la cama.
Mientras la criada se marchaba, corriendo, Ruark se acercó y levantó suavemente a Shanna en sus brazos.
Ruark la llevó – rápidamente a su habitación y oyó pasos en el pasillo. No había alcanzado a dejar a Shanna en la cama cuando se abrió la puerta del saloncito.
– Se durmió como una vela que se apaga -dijo Hergus-. Estaba guardando la ropa.
– Muy bien -gruñó Trahern.
Siguió una larga pausa, hasta que el hacendado dijo:
– Hergus, ¿no ha notado últimamente un cambio en Shanna?
– Ah, n… no, señor. -La criada tartamudeó ligeramente-. Es que ella ha crecido mucho.
– Sí, eso es seguro -respondió Trahern en tono pensativo. Me gustaría que su madre estuviera aquí. Mi Georgiana siempre fue mejor que yo para tratar a la criatura. Sin embargo, en estos últimos meses he aprendido mucho. Quizás, entre nosotros dos podamos hacer que las cosas salgan lo mejor posible. Buenas noches.
Se cerró la puerta y Ruark se apoyó en la pared, aliviado. Hergus fue hasta la ventana, lo vio y se le acercó.
– Usted es un tonto, señor Ruark -dijo la mujer-. Y se está convirtiendo en un traidor. El señor Trahern confía en mí para que cuide de la muchacha y le advierto que yo no podré decir otra mentira.
– Dios mediante -repuso Ruark, en tono apesadumbrado-, no tendré que volver a pedírselo. Ciertamente, hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir, pero a veces parece que el tiempo para vivir es superado ampliamente por el otro. Tenga paciencia, Hergus. Sólo puedo jurarle que todo lo que hago y tengo intención de hacer es por el bien de Shanna o Sabe, Hergus -su voz se convirtió en un ronco susurro- amo a la muchacha por sobre todas las cosas.
Hergus bajó la vista y luchó para controlarse y no dar una respuesta violenta. Cuando levantó la mirada, vio que estaba sola.
Con la proximidad de la partida hacia las colonias, los preparativos se aceleraban, y el aserradero quedó listo para su primer cargamento de troncos. Ruark se encargó de las inspecciones finales, pocos días antes de que se iniciara el viaje. La gran rueda de agua fue revisada; estaba perfectamente equilibrada y giraba con la suave presión de una mano. La nueva sierra fue instalada y esperaba la primera partida de rollizos que llegaría por carros desde la planicie sur.
Ruark quedó satisfecho con la inspección. Era una obra para enorgullecerse. Despidió a los capataces y obreros que lo acompañaban y caminó siguiendo el canal hasta el estanque, observando las compuertas. Todo estaba preparado.
El áspero rebuzno de una mula arriba de la presa llamó la atención a Ruark. El carretero del primer carro había dejado su cargamento de troncos en el camino arriba del aserradero y venía a pie para asegurarse de dónde debía descargados.
Las mulas de su carro dormitaban en la sombra y espantaban perezosamente las moscas con sus colas, excepto Old Blue, el animal que iba en último término y que roznaba descontenta, las largas orejas caídas a los lados de la cabeza. Trahern había mejorado la oferta del señor Donad y ahora Old Blue le pertenecía. Ruark rió por lo bajo y se preguntó si el hacendado estaría arrepintiéndose de haber comprado un animal tan caprichoso.
Ruark se detuvo al borde del estanque y miró su superficie lisa como un espejo. Todos los ruidos parecían haberse apagado y había en el aire una tensa sensación de expectativa, que momentos más tarde desaparecería con el ruido de febril actividad. Las compuertas estaban listas para ser abiertas, los troncos preparados para ser lanzados. Sólo faltaba la señal de Ruark.
Un fuerte ruido interrumpió la quietud y rápidamente aumentó su volumen. Ruark miró hacia el carro y vio horrorizado que los adrales se doblaban lentamente bajo el peso de los troncos. Con un crujido final, los adrales cedieron y la carga se precipitó cuesta abajo. Los troncos aumentaban su velocidad a medida que se acercaban y hacían temblar el suelo. No había otra vía de escape fuera del estanque.
Ruark se estiró y saltó. Su cuerpo cortó el aire en un arco y cayó casi de plano en la superficie del agua. Cuando se zambulló, trató de llegar al fondo con toda la fuerza que pudo reunir. El extremo de un tronco le pasó tan cerca que él pudo ver las burbujas que se formaban en la rugosa corteza. Las rocas del fondo le rozaron la barriga, y él chocó contra el talud del otro lado. Otro tronco casi tocó el fondo antes de saltar proyectado hacia arriba como un pez arponeado.
Los pulmones de Ruark parecían a punto de estallar. Se elevó dando patadas en el fondo y salió jadeante a la superficie. Desde la orilla llegaron voces y gritos airados. Ruark se secó los ojos y vio al carretero y al capataz junto a una multitud, que miraban ansiosamente la superficie en busca de él. Se aferró a un tronco cercano, agitó un brazo y oyó un grito como respuesta. Descansó un momento y después empezó a nadar lentamente hacia ellos.
– No tenía intención de inspeccionar tan profundamente el estanque-dijo Ruark, jadeante, cuando salió del agua.
– El maldito tonto dejó sus rollizos sin las cadenas cuando vino hacia aquí -dijo furioso el capataz.
– ¡Claro que no! -declaró el carretero-. ¿Me toma por un estúpido? Los revisé bien y quedaron bien asegurados con las cadenas.
– No se ha hecho ningún daño -dijo Ruark. Pero el sonido que había precedido a la caída de los troncos le hizo pensar-. Sin embargo, voy a revisar ese carro.
Subieron la pendiente. Las cadenas eran mantenidas en su lugar por una clavija pasada por un eslabón y un soporte en el costado del carro, de modo que la clavija podía ser quitada a martillazos para descargar el carro. Los adrales, a cada lado sostenían también los troncos pero estos estaban ahora en el suelo con las clavijas y el martillo que cada carretero llevaba consigo. Alguien había quitado deliberadamente las clavijas después de aflojar los adrales. En una parte de tierra blanda se veía la huella de una bota, y Ruark no pudo dejar de pensar que Old Blue, después de todo, había rebuznado para avisar que sucedía algo. Como los hombres que lo rodeaban llevaban sandalias o zapatos de trabajo, sin duda otro hombre había estado allí. Ruark siguió las huellas por un trecho a lo largo del camino y hasta una curva protegida por densos arbustos y árboles. Allí encontró otra marca del tacón de una bota, junto con pisadas de cascos de caballo. Se puso ceñudo y comprendió que alguien había querido matarlo.
Ruark levantó la vista cuando el pequeño carruaje de Ralston apareció doblando la curva. El hombre flaco se detuvo junto a los trabajadores que se habían reunido alrededor de Ruark. Se apeó, con una expresión desdeñosa y triunfante en la cara.
– ¡Ja! Otra vez holgazaneando. Aún será posible convencer al señor Trahern de que son necesarias medidas más severas para hacer que los siervos hagan un trabajo útil.
Las botas del hombre estaban meticulosamente limpias; en caso contrario, Ruark lo hubiera acusado allí mismo.
– Hubo un leve inconveniente -explicó Ruark secamente, y observando a Ralston con atención-. Y parece que no fue accidental sino provocado deliberadamente.
– Probablemente por descuido de alguno de sus preciosos siervos -dijo Ralston-. ¿Debo, pensar que tiene algo que ver con el estado en que se encuentra usted?
– Sí, puede pensar eso -dijo el capataz-. El señor Ruark estaba abajo cuando cayeron los troncos. Se salvó arrojándose al estanque.
– Muy conmovedor-dijo Ralston y miró a Ruark con una mueca de desprecio-. Usted siempre está en medio de alguna conmoción ¿verdad? -Acarició el extremo de su fusta y se puso pensativo-. Usted hace que todo se vuelva en su propio beneficio. Quizá usted, más que los otros, necesite de un poco de disciplina.
Ruark lo miró fríamente. No tenía intención de dejar que el hombre usara la maldita fusta con él. Milly, podía haberse encogido y asustado bajo el cruel castigo, pero si Ralston había sido el atacante de la desdichada muchacha, ahora tenía adelante a un hombre y no a una joven indefensa.
El ruido de cascos que se acercaban al galope por el camino atrajo la atención de todos. Attila doblaba la curva, con Shanna sobre su lomo. Al ver al grupo reunido, Shanna detuvo su cabalgadura.
– ¡Señor Ruark! -preguntó ella mientras se inclinaba para acariciar el cuello de Attila-. ¿Ahora acostumbra a nadar vestido?
– Fue un accidente, señora, y él se vio en medio de ello -dijo uno de los hombres.
– ¡Un accidente! -exclamó Shanna. Desenganchó la rodilla del arzón de su silla. Ruark la tomó de la cintura para ayudarla a apearse-. ¿Qué sucedió? ¿Está usted herido?
Las preguntas salieron precipitadamente. El estaba por tranquilizarla cuando Ralston lo hizo rudamente a un lado, empujándolo con un hombro.
– Mantenga la distancia, tonto -dijo el agente, blandiendo su fusta peligrosamente cerca de la cara de Ruark-. Le recordaré, por única vez, señor Ruark, que a un siervo no le está permitido tocar a una dama de posición elevada.
Ralston aguardó alguna reacción de Ruark pero sólo encontró una mirada dura y penetrante como respuesta. Se volvió a Shanna
– Señora, no es prudente confiar demasiado en estos pícaros. Son la hez de la civilización y apenas dignos de su preocupación.
Shanna quedó rígida de cólera y sus ojos despidieron chispas verdes.
– ¡Señor Ralston! -Su voz hubiera podido cortar en dos el tronco de un roble-. ¡Varias veces se ha entrometido en mi camino y hasta se permite regañarme por mis actitudes!
Ralston enrojeció ante esta reprimenda pública, pero Shanna no le dio respiro.
– ¡Nunca, jamás vuelva a entrometerse conmigo! -continuó-. ¡Hay mucho que tendré que arreglar con usted algún día! Pero por el momento, manténgase lejos de mi vista.
Ralston no tuvo más remedio que obedecer. Lívido de furia, fue hasta su carruaje pero antes de subir gritó:
– ¡Ustedes! ¡Vuelvan al trabajo! Ya han holgazaneado bastante. Al que se muestre perezoso lo haré azotar aquí mismo.
Ralston subió a su carruaje y se alejó al trote. Ruark lo vio marcharse y después indicó al conductor del carro que se adelantara a fin de que otros pudieran pasar.
– ¿Estás herido? -preguntó Shanna en voz baja.
Ruark le sonrió.
– No, amor mío.
– ¿Pero qué sucedió?
Ruark se encogió de hombros y le contó lo sucedido y la evidencia de que había sido intencional. También mencionó el accidente en la destilería.
– Parece, amor mío, que alguien no está contento con mi presencia.
Shanna le puso en el brazo una mano temblorosa.
– Ruark… tú no pensarás que yo…No pudo continuar, pero Ruark vio sus ojos llenos de lágrimas y la miró sorprendido. Sonrió y negó con la cabeza.
– No, amor mío. Eso no se me ocurrió. Confío en ti como en mi madre. No temas.
Por un momento Shanna fue incapaz de hablar, pero después dijo:
– ¿Pero qué motivos podría tener alguien para hacerte daño?
Ruark rió.
– Varios de los piratas podrían tener más de un motivo, pero les faltaría coraje para aventurarse hasta aquí.
– Trató de tranquilizada-. De ahora en adelante tendré más cuidado.
Uno de los obreros se les acercó trayendo en su mano un manojo de paja retorcida y empapada.
– Su sombrero, señor Ruark. -Le entregó el puñado de paja mojada-. No hubiera sido lo mismo para usted si no hubiese reaccionado tan rápidamente..
El hombre no esperó que le dieran las gracias y se alejó. Ruark contempló el objeto que tenía en sus manos, después lo levantó hacia Shanna y sus ojos brillaron con picardía.
– Ahora podría ser un hombre libre -dijo- si no fuera por el costo de los sombreros nuevos.
CAPITULO VEINTICUATRO
Los preparativos para el viaje se hicieron frenéticos cuando el Hampstead y el Tempestad empezaron a cargar provisiones y mercaderías para comerciar. Attila y la yegua también irían y bajo la dirección de Ruark se prepararon establos debidamente acolchados para proteger a los animales.
Hergus entraba y salía de las habitaciones de Shanna atareada con los preparativos; una vez se detuvo en, el pasillo, bajo la mirada divertida de Ruark, con los brazos cargados con capas de lana y pieles.
– Guardar las ropas de invierno -se quejó la mujer sin aliento-, sacar las ropas de invierno. Es algo de nunca acabar:
Por fin llegó el momento y los barcos fueron sacados de la, bahía. En medio de gritos de despedida, los pasajeros subieron en los botes de remo que los llevaron para pasar la primera noche a bordo, mientras aguardaban las brisas del amanecer.
Y llegó el alba. Se levaron las anclas cuando se hincharon las primeras velas, y pronto estuvieron en camino. Cuando el Hampstead salió de la caleta, desde la isla hicieron un disparo de cañón. El Hampstead respondió el saludo con su cañón de popa, y momentos después lo siguió el Tempestad.
Los Camellos era apenas una mancha sobre el horizonte cuando Shanna bajó por fin, fastidiada porque Ruark no se había dignado visitarla cuando partieron. Y durante la comida, en la mesa solamente la recibieron su padre y Pitney, con el capitán Dundas, un hombre corpulento, casi como su padre, pero más sólido y más ágil por sus años de marino.
Momentos después, paseando por la cubierta principal, tampoco vio señales de Ruark y se sintió muy molesta porque no podía bajar ha buscarlo. Sentíase abandonada porque él no se había hecho tiempo para acompañarla aunque fuera unos momentos. Entonces fue a apoyarse en la batayola del alcázar, desde donde podía ver todo el barco. Allí estaba cuando sintió una presencia a su lado, y se volvió llena de esperanzas. Pero sólo se trataba de Pitney, quien la miró con algo de compasión.
– Aún no he visto al señor Ruark -dijo Shanna-. ¿Qué está haciendo? ¿Dónde se encuentra?
Pitney señaló a la distancia. -A unas dos millas, diría yo.
Shanna lo miró desconcertada, porque no encontraba sentido a las palabras del hombre. Entonces Pitney inclinó la cabeza y señaló otra vez. Ella siguió la dirección de su brazo hacia donde venía navegando el Tempestad. Lentamente, Shanna comprendió.
– Ajá -dijo Pitney, respondiendo a la pregunta no formulada-. Fue idea de Ralston que él estuviera cerca de los caballos, pero Hergus y yo estuvimos de acuerdo. – Pitney ignoró la expresión indignada de Shanna. Así se evitarán muchas tentaciones.
Shanna se envolvió apretadamente en su chal y lo miró con ojos helados. Después se marchó pisando la cubierta con irritación, y momentos más tarde Pitney oyó cerrarse violentamente la puerta de una cabina.
A media tarde Shanna abandonó nuevamente su cabina. la mayoría de los marineros eran conocidos y ella intercambió saludos con ellos. Sin embargo, cuando Pitney o Hergus se le acercaron, sus ojos adquirieron una dureza de pedernal y sus labios se cerraron con fuerza.
El día pasó y Shanna sintió se acosada por la soledad. La noche alivió su fastidio, aunque la cama era estrecha, dura y fría. Siguió otro día y Hergus se encontró sin nada que hacer, porque Shanna se peinó sola y no permitió que la mujer entrara en su cabina. El Tempestad fue avistado al amanecer, y durante el día se acercó más para ocupar su posición primitiva.
La mañana siguiente amaneció gris y fría. El Tempestad no fue avistado hasta mediodía. El cuarto día, una llovizna ligera mojó las cubiertas y sólo fue posible estar en ellas por corto tiempo, antes de que se hiciera sentir un frío que penetraba hasta los huesos. Poco antes del anochecer, se cambió de curso hacia el oeste.
Habían navegado hacia el norte para aprovechar los vientos del sudeste y pasar al este y al norte de las Bermudas. Ahora navegaban hacia el oeste para recalar al norte de la bahía de Chesapeake y navegar desde allí aprovechando los vientos prevalecientes del nordeste. La goleta se adelantaría y tocaría puerto un día antes que el Hampstead.
En los días siguientes Shanna se sintió más inquieta y malhumorada. Sus horas le parecían largas y vacías.
Una vez que el Hampstead viró hacia el oeste, salió el sol y los vientos del oeste llevaron a Shanna rápidamente hacia su meta. Pero a ella le parecía que el barco no avanzaba lo suficientemente rápido.
Habían terminado la cena, y hasta sir Gaylord se había mostrado desusadamente gracioso. Sin embargo, ello no disminuyó la frialdad de los modales de Shanna, quien finalmente subió a cubierta para escapar a los intentos de su padre y del capitán Dundas por animarla. Estaba apoyada en la batayola, envuelta en una capa forrada de pieles, cuando Pitney se le acercó.
– Últimamente se la ve muy malhumorada, señora Beauchamp Shanna apretó los labios, Pitney conocía muy bien la causa del mal humor de ella.
– Usted está furiosa y alterada porque ha recibido un cruel golpe del destino -dijo él en tono burlón y cargado de sarcasmo.
– No fue el destino -replicó Shanna. Fueron amigos en quienes yo confiaba.
– Ah, veo que aún tiene voz -dijo Pitney, y rió suavemente-. Hergus y yo estábamos preguntándonos acerca de eso.
– No he tenido mucho que decirles a ninguno de ustedes dos respondió Shanna con petulancia.
– Pobre muchacha -bromeó él-. Es triste que tenga que estar sola. -Pitney hizo una pausa, se frotó las manos y clavó la vista en el cielo que iba oscureciéndose-. Shanna, deje que le cuente un cuento. Es sobre un joven cuyas desdichas pueden muy bien rivalizar con las de usted.
Shanna se preparó para escuchar una serie de lugares comunes. -El no era un individuo complicado, aunque heredó la sencilla herrería de su padre, y trabajando duramente y con honradez, llegó a tener un negocio donde empleaba una docena de hombres. Encontró una dama con título, la menor de una familia acaudalada en la cual todas eran mujeres. Después de un breve noviazgo se casarón discretamente y ella le dio un hijo varón. El niño permitiría continuar la estirpe de la familia y así el hombre fue aceptado por los parientes de la esposa.
"El hijo fue criado por tías y la madre no toleró que interviniera el padre, quien por venir de gentes sencillas, no entendía las costumbres de la familias refinadas, o por lo menos así le hicieron creer a la madre sus parientes. El padre cedió y dejó que la nodriza y los tutores criaran a su hijo.
"El padre se convirtió en un extraño en el hogar de su esposa y pronto su dormitorio fue instalado en otra ala, lejos del de su esposa. El la veía durante las comidas de la noche, pero sólo desde el otro lado de la mesa y rodeada de un rebaño de damas altaneras que lo miraban desdeñosas, como si él fuera un leproso.
"Una vez el muchacho escapó de la mansión y visitó el taller de su padre, donde los dos pasaron horas felices de camaradería antes de que el jovencito fuera sorprendido por sirvientes encabezados por la, tía dominante, que era la que llevaba las riendas de la casa. La mujer advirtió al padre que no se entrometiera más con el muchacho. El hombre quiso defender sus derechos, pero el magistrado local se impresionó con el poder de la familia de la esposa, y al pobre hombre le prohibieron entrar en la mansión y ver a su propio hijo.
"El muchacho huyó nuevamente durante una tormenta de invierno y caminó en medio de una nevada, descalzo, para estar con su padre. Pero lo atraparon y el padre fue encerrado en la cárcel por desobediencia. El muchacho, durante la escapada, se había enfriado demasiado y pronto enfermó con fiebres intensas. Murió en la mansión, llorando por su padre ausente.
"Como ya no tenía sentido dejado en la cárcel, el hombre fue dejado en libertad y empezó a vagar por las calles, borracho y con el corazón destrozado.
Regresó una vez a la mansión y rogó a su esposa que abandonara esa casa glacial de viudas y solteronas y se fuera con él. Ella prometió que así lo haría y lo recibió otra vez en su cama.
Pitney hizo una pausa y estuvo un largo momento mirando sus grandes manos.
– A la mañana siguiente, a ella la encontraron al pie de la escalera, muerta. Todas las damas dijeron que el marido la había empujado, y valiéndose de su riqueza., e influencia, lo hicieron encerrar en un calabozo. Pero con ayuda de amigos él escapó y se refugió en la casa de su hermana, en Londres. El cuñado, un mercader enriquecido por su propio talento, había obtenido la propiedad de una isla remota y pronto llevaría a su esposa y a su pequeña hijita a vivir allí. El hombre, condenado se cambió de nombre y partió con ellos a ese lugar, donde les ayudó a levantar su nuevo hogar y encontró uno para él.
Pitney levantó la mirada y la posó afectuosamente en la mujer que tenía a su lado. Ella lo miró desde atrás de sus lágrimas y le sonrió.
– He estado contigo desde que eras pequeñita, Shanna. -Su voz sonaba extrañamente grave-. Te he acunado en mi regazo. Siempre me he preocupado por tu bien.
– Tío Pitney… -dijo Shanna? y enjugó una lágrima que le caía: por la mejilla.
– Te he visto maltratar la sensibilidad de muchos hombres, aunque la mayoría se lo merecían, pero éste con quien te has casado, este Ruark, ha sufrido como pocos han sufrido en este mundo. El es un hombre audaz, con una buena cabeza sobre sus hombros, fiel a lo que él considera justo. Que un hombre así sea reducido a la servidumbre es odioso, pero tú, mi orgullosa Shanna, lo has traicionado en cada oportunidad sin cuidarte de la honradez o el orgullo de él. Por supuesto, no es culpa tuya, así eres una muchachita malcriada, y yo mismo he tenido parte en eso. En tu educación, he visto poco que te enseñara a ser amable con las gentes sencillas, pero hay que reconocerte el mérito de que has sido más que justa con la mayoría de las personas. Pero no puede decirse que has sido igual con quienes están más cerca de ti y más te quieren. Tú creíste que todos los hombres eran unos tontos petimetre s y cuando llegó a ti aquel que hubieras debido valorar por sobre todos los demás, no supiste cómo tratado y cuidado.
"Si él hubiera viajado contigo en este barco, habría sido solamente cuestión de tiempo para que el juego de los dos fuera descubierto. Ralston sospecha de ustedes dos y durante semanas ha estado siguiendo las pisadas a Ruark. Yo mismo lo he visto. Pero tú no prestas atención a eso. Este juego que has empezado ya lleva mucho tiempo jugándose y será motivo de más daños y dolores, aunque entiendo que tú no puedas dado por terminado".
Pitney miró a su sobrina y ella le devolvió la mirada.
– Voy a pedirte dos cosas hasta que esto termine: que no flirtees abiertamente con el hombre y que no me pidas más favores cuando él esté involucrado.
Shanna miró hacia el mar y por primera vez consideró en toda su magnitud lo que acababa de decirle su tío Pitney.
Al décimo día de la partida desde Los Camellos, el azul oscuro de las aguas de alta mar dejó lugar a los tonos verdosos de las aguas menos profundas, y antes que el sol llegara al cenit, fueron divisadas las líneas onduladas de las dunas de una costa. El vigía dio un grito y Shanna se puso su capa más abrigada y subió al alcázar. Después de todo esta era la patria de Ruark y ella estaba ansiosa por ver la clase de tierra que había producido un hombre semejante.
Ralston, temblando de frío, buscó la tibieza de su cabina. El animoso sir Gaylord permaneció en cubierta un minuto más y después él también se retiró a un lugar más abrigado. Solo Pitney y Trahern se quedaron para ver cómo las dunas coronadas de verde se iban acercando. Shanna se acurrucó entre los dos hombres. A una orden del capitán, el barco alteró su curso y empezó a navegar paralelamente a la costa. Ahora se veían pequeñas islas que formaban un bastión frente a la costa del continente.
– Parece tan desolado -dijo Shanna entono decepcionado-. Solo hay arena y arbustos. ¿Dónde están las casas y la gente? Se volvió y vio al capitán Dundas que le sonreía gentilmente.
– Serán dos o tres días remontando el río James hasta que lleguemos a Richmond -dijo amablemente el capitán.
Tiempo después perdieron la tierra de vista pero volvieron a avistar la costa a primeras horas de la tarde. Cerca de Hampton vino a interceptarlos un pequeño lugre, y pronto el primer piloto del capitán Beauchamp, Edward Bailey, subió a bordo.
– El capitán Beauchamp me envía para guiados río arriba -explicó el piloto y sacó de su- bolsillo un paquete de tela encerada y entregó unos documentos al capitán-. Estos son mis papeles y algunos mapas del río. -Sacó una carta del paquete y se la entregó a Trahern-. Una carta del señor John Ruark.
Trahern abrió la misiva y empezó a leerla. Sonrió ampliamente cuando el piloto. se dirigió a Shanna.
– Los Beauchamps están ansiosos por conocerla, señora. Todos han tildado al capitán de mentiroso cuando él trató de describirla.
Shanna sonrió ante el elaborado cumplido.
– Tendré que hablar con el capitán Beauchamp -dijo ella- en la primera oportunidad. No, quiero que mi reputación sea tan maltratada.
– La carta confirma que el capitán Beauchamp ha dejado dispuesto en Richmond transporte para nosotros. El señor Ruark ha ido a ocuparse de que todo esté preparado y nos recibirá allí -dijo Trahern y miró a Shanna de soslayo-. Yo medio esperaba que el muchacho dejara el Tempestad y buscaría su libertad.
– Cuando Shanna lo miró asombrada, se encogió de hombros y agregó-: Yo habría hecho eso. Habría vendido la goleta y terminado con mi servidumbre. -Rió con buen humor y la miró con ojos chispeantes-. Estoy empezando a dudar de la sensatez de ese muchacho.
Shanna le volvió airadamente la espalda. El señor Bailey nada dijo por un momento y se limitó a mirar al cielo.
– El señor Ruark me impresionó como un hombre de honor -dijo por fin el piloto-. Vaya, podría ser muy bien un Beauchamp. -Cuando Shanna se volvió y lo miró por encima de su hombro, él se dirigió al capitán Dundas-: Puede poner proa al oeste y a toda vela. Podemos hacer una buena distancia antes de que oscurezca.
El río se volvió sutilmente más salvaje después que pasaron Williamsburg y las orillas más escasamente pobladas. Descendió la oscuridad y el barco soltó el ancla para pasar la noche. La niebla cubrió el río como una manta de lana y pronto el Hampstead fue como un pequeño universo suspendido en el tiempo y el espacio.
Shanna luchaba contra la. soledad de su cabina. Una pequeña estufa daba algo de calor, pero el frío de la noche la hacía echar de menos la proximidad de Ruark junto a ella en la cama. Pensativa, fue hasta un cofre y sacó la caja de música. El le había pedido que la trajera en el viaje y la misma era, por el momento, el vínculo que la unía más íntimamente a él. La caja era sólida y pesada, aunque su exterior, ricamente tallado y ornamentado, no permitía sospecharlo.
Cuando levantó la tapa, la música cantarina llenó la cabina con la presencia de Ruark. La melodía era la misma que ella le había oído silbar o tararear a menudo. Cerró los ojos y recordó esos brazos fuertes y esos ojos dorados que la miraban ardientes.
El último eco de las notas se apagó en la cabina. Shanna abrió los ojos y notó que una extraña niebla le enturbiaba la visión. Suspiró profundamente y guardó la caja de música. Apagó la linterna y se metió en la cama.
– Un día o dos, amor mío -susurró en la oscuridad-. Una eternidad. ¡Sí, amor mío! Te amo, Ruark Beauchamp, y nunca más te daré motivos para que lo dudes.
Después de un desayuno ligero, Shanna subió a cubierta con su padre pues no quería perderse detalles de esta nueva tierra. Los dos quedaron fascinados con la interminable variedad de lo que veían.
– El sueño de un comerciante -murmuró Trahern-. Un mercado intacto.
En las orillas Veíase una. rica tierra negra; pequeñas y redondas colinas empezaron a aparecer, ocasionalmente coronadas de afloramientos rocosos entre el espeso bosque que llegaba hasta la orilla del río. Vieron casas, algunas de ladrillo rojo y lo suficientemente grandes como para indicar cuantiosas fortunas. El río tenía más de una milla de ancho pero la corriente era fuerte.
Shanna estaba radiante y animosa pese al día inestable y tormentoso. Empezó a saludar con la mano cuando veía personas en las orillas y mantuvo su espíritu alegre hasta cuando Gaylord se aventuró sobre cubierta: malhumorado, y se quejó de la inclemencia del clima. Pero todos se sintieron aliviados cuando el caballero, temblando dentro de su capa forrada con pieles de zorro, regresó a su cabina.
Cuando llegó la noche, el señor Bailey ordenó arrojar el ancla aunque Richmond estaba solamente a unas veinte millas.
– No es prudente remontar el río de noche -dijo el piloto-. Una corriente imprevista podría hacemos encallar y es imposible ver los obstáculos sumergidos.
A la mañana siguiente el viento gemía entre la arboladura y venía cargado de una helada llovizna que obligó a Shanna a permanecer en su cabina. Empezó a pasearse de un lado a otro y súbitamente sintió se insegura de sí misma. ¿Cómo haría para no arrojarse en los brazos de Ruark apenas lo viera? Tendría que echar mano a todas sus fuerzas para poder dominarse. Un paso en falso ahora podría enviarlo a él a la cárcel.
Se abrió la puerta y entró Pitney, seguido de una fuerte ráfaga de viento.
– Casi hemos llegado -dijo él-. Faltan solamente una milla o dos.
Shanna aspiró profundamente, controló firmemente sus emociones y asintió serena con la cabeza. Cuando Pitney y su padre subieron a cubierta, ella los siguió, exteriormente dócil.
Los tripulantes trabajaban en las gavias para asegurar las velas mientras el Hampstead era remolcado por calabrotes hacia el embarcadero. No bien estuvo asegurada la planchada, Ruark subió a bordo casi corriendo, envuelto en una capa mojada. Del ala de su sombrero caían hilillos de agua cuando le tendió la mano a Trahern y sonrió apesadumbrado.
– Es un día malo para darles la bienvenida, pero aquí hay quienes sostienen que la lluvia es señal de buena suerte.
– Confío que así será -rugió Trahern, y empezó a hablar del que últimamente se había convertido en su tema favorito-. Por Dios, Señor Ruark, esta tierra suya es un verdadero depósito de tesoros. Nunca había visto tantas riquezas sin explotar, rió con anticipado regocijo- y aguardando que un buen comerciante les traiga vida.
Ruark se volvió y levantó un brazo. Dos carruajes y un carretón cubierto se acercaron al barco antes de que él estrechara la mano de Pitney como bienvenida.
– Estoy pensando, muchacho -rugió Pitney, mojándose los labios que un buen pichel de ale me calentaría las entrañas. ¿Tendrán ustedes, los coloniales, una taberna donde un; hombre pueda calmar su terrible sed?
– Sí -rió Ruark y señaló en dirección a la calle del muelle-. El Ferry pot., ese edificio encalado de allí, tiene, un barril del mejor ale de Inglaterra. Diga al cantinero que John Ruark pagará la primera ronda.
Pitney partió, a toda prisa. Gaylord se hizo a un lado rápidamente a fin de no ser arrojado sobre el empedrado del muelle. El caballero miró con altanería las anchas espaldas del hombre pero Pitney no se detuvo ni lo notó. Gaylord continuó su camino hacia la oficina de embarques para reclamar el equipaje que había enviado en la fragata inglesa.
Ralston también abandonó el barco, y por un momento Ruark lo observó caminar por el muelle, con el borde de su capa ondulando alrededor de sus nudosas pantorrillas.
Ruark aún no había dirigido, a Shanna ni siquiera una, mirada. Pero ahora la miró y sus ojos dijeron todo. La mano de ella tembló cuando él la cubrió con la calidez de la suya.
– Shanna… señora Beauchamp -dijo él con voz ligeramente ronca-. Usted ha producido el momento más brillante en este día mío.
Silenciosamente, con el movimiento de los labios agregó:
– Te amo.
Shanna sintió en la garganta un dolor casi intolerable cuando le dirigió una sonrisa amable y replicó:
– Señor John Ruark, he echado de menos su ingenio y su humor en la mesa, por no hablar de sus inteligentes comentarios y su habilidad de bailarín. ¿Ha participado últimamente en alguna festividad? Quizá alguna dama de las colonias le ha llamado la atención.
Le dirigió una mirada fría e interrogativa y Ruark rió ligeramente.
– Usted sabe que mi corazón está comprometido, y la diosa Fortuna ha decretado que yo no encuentre ninguna otra tan bella.
Ruark vio cómo ella enrojecía ligeramente de placer. Aún tenía la mano de Shanna en la suya y ahora la puso debajo de su brazo y dirigió una mirada torcida hacia el cielo.
– Hay un antiguo dicho oriental acerca de la sabiduría de permanecer bajo la lluvia -dijo en voz alta-. Si me lo permite, señora Beauchamp, los conduciré a usted y a su padre a un lugar donde podrán tomar una taza de té mientras son cargados los carruajes.
Trahern miró con ansias la ancha espalda de Pitney que en ese momento trasponía la puerta de la taberna. Soltó un suspiro e hizo un gesto con la mano.
– Vamos señor Ruark. Supongo que un padre tiene algunos deberes para con su hija que no pueden ser eludidos; -Se detuvo para reflexionar y añadió, en tono apesadumbrado-: Sin embargo, en ocasiones desearía que la muchacha hubiera nacido varón.
Ruark estaba sumamente contento de que Shanna hubiera nacido mujer, pero nada dijo.
Casi una hora más tarde, el conductor del primer coche vino a decir a Ruark que todo estaba listo y que podían ponerse en camino cuando lo desearan.
– Buscaré a Pitney -se ofreció Ruark, poniéndose de pie Busco unas monedas en su bolsa-. Dije que yo pagaría la primera ronda.
La taberna era un lugar ruidoso, repleto de marineros y de hombres de trabajo. Allí, en medio del bullicio, Pitney bebía silenciosamente su ale, apoyado en el bar junto a un hombre pelirrojo que parecía hablar con mucha vehemencia. Ruark no pudo oír lo que decía pero el hombre sacudía la cabeza y golpeaba el bar con un puño, o apuntaba con un dedo al pecho de su compañero.
– No, no hablaré ahora -oyó Ruark, mientras se abría camino dificultosamente entre varios marineros-. Tengo que encontrar yo mismo al hombre y asegurarme de que es él. Entonces lo diré todo. No voy a poner mi cuello en la horca para salvar a alguien que no conozco.
Ruark aferró el brazo de Pitney y puso sus monedas sobre el bar.
– Tabernero -dijo- déle otro a este hombre para que termine su día, y otro más al hombre que tiene al lado.
– No para mí -dijo el escocés pelirrojo, sacudiendo la cabeza-. Tengo que volver a mi trabajo en los muelles.
– Antes de marcharse, Jamie, amigo mío, me gustaría que conozca a un buen hombre.
Este es John Ruark -dijo Pitney con una sonrisa torcida-. ¿Ustedes no se conocían?
Ruark arrugó la frente. Ahora que veía al hombre de cerca le encontraba algo extrañamente familiar. Pero Jamie se puso rápidamente de pie y evitó la mirada de Ruark.
– ¿Tendría que conocerlo? -preguntó Ruark.
– Sí, pero puesto que sé donde encontrado, ahora dejaré que se marche. -Pitney bebió su ale y levantó el pichel en agradecimiento a Ruark-. Una excelente bebida. Tome uno usted, muchacho. Le dará fuerzas para el viaje a casa.
Ruark lo observó con recelo. -Por la forma en que habla, diría que usted ha bebido lo suficiente por los dos.
Pitney soltó una carcajada y palmeó a Ruark en la espalda.
– Beba, John Ruark. Necesitará un buen trago para mantener la mente alejada de esa muchacha con la que se casó.
Cuando Ruark regresó a los carruajes, Shanna ya estaba sentada en el primero. Mientras Pitney se reunía con Trahern en el muelle, él acomodó la silla de Attila a fin de poder mirar a su adorada.
– ¿Usted viajará a caballo, señor Ruark? -preguntó Shanna en voz baja.
– Sí, señora. Con esta lluvia tendré que ir adelante para ver si el camino se encuentra en buen estado.
Shanna se recostó en el asiento y se cubrió el regazo con una manta de pieles. Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. Por lo menos él no estaría lejos.
El interior del carruaje no era lujoso pero tenía un aire de sólida y doméstica comodidad. Varias mantas de pieles cubrían los asientos y un pequeño calentador de hierro que estaba en el piso ayudaba a combatir el frío.
Gaylord regresó, y Ruark vio sorprendido que el inglés se cercioraba de que varios grandes baúles estuvieran cargados en el carro.
– ¿Sir Gaylord viajará con nosotros? -preguntó Ruark a Trahern.
– Sí -gruñó el hacendado-. Lamentablemente para nosotros, él ha decidido presentar sus planes y necesidades a los Beauchamps. Y por la cantidad de equipaje que sacó del depósito, se diría que piensa ser huésped de ellos por un largo tiempo.
Pitney rió por lo bajo y dio un codazo a Trahern. -Por lo menos, el caballero no será su huésped. Otros tendrán que alimentado.
Ruark se frotó el mentón con el dorso de la mano.
– ¿Les tiene usted antipatía a los Beauchamps? -preguntó. Pitney soltó una risotada ante el comentario y Trahern no pudo, dejar de reír.
– Si quiere subir al carruaje, señor -dijo Ruark -yo me ocupare de que sus baúles sean adecuadamente cargados debajo del equipaje de sir Gaylord. Tenía idea de que los Beauchamps enviarían dos carros. Pero si todo está bien, podemos ponemos en camino.
Trahern asintió pues estaba ansioso de salir de la lluvia, y Ruark caminó hasta el último carro. Cuando regresaban, Ralston se detuvo con un pie en el estribo del segundo carruaje y lo miró con helado desdén, después se encogió de hombros y entró. Gaylord lo siguió.
Ruark ató a Jezebel a la parte trasera del coche de Trahern y metió la silla de montar de Shanna en el carro cubierto. Cuando se inclinó hacia el interior del carruaje, vio que Orlan examinaba una de las mantas de pieles y soplaba como para probar su riqueza y espesor.
– ¡Magnífico! -murmuró Orlan-. John Ruark, no podría sentirme más confortable. Aquí estoy rodeado de una pequeña fortuna, y los Beauchamps la usan como mantas para el regazo. ¡Notable!
– Estamos listos, señor. ¿Doy la señal de partida?
El hacendado asintió y Ruark miró a Shanna y se tocó el ala del sombrero antes de retirarse y cerrar la portezuela. Después agitó el brazo y la caravana se puso en marcha.
Viajaron cierta distancia entre campos abiertos y llegaron a una encrucijada donde doblaron por un camino señalado por un gran árbol con tres profundos cortes en su tronco
– Three Chopt Road, el Camino de los Tres Cortes -anunció Ruark por encima del ruido de los cascos de los caballos-. En la próxima encrucijada nos detendremos en la taberna para comer.
– Buen hombre, este John Ruark -dijo Trahern satisfecho, y se acomodó nuevamente en el asiento-. Se ha ocupado de todos los detalles.
Empezaron a viajar entre densos bosques. El camino estaba despejado y los coches podían pasar con facilidad, pero donde empezaban los árboles la vegetación eran densa: hasta un hombre a pie la hubiera encontrado casi impenetrable.
Cuando la caravana llegó a otro cruce de caminos, los cocheros detuvieron a los vehículos frente a un edificio amplio, con muchas alas y gabletes, donde un anuncio descolorido por el tiempo proclamaba que se trataba de una taberna.
Una matrona de rostro jovial los recibió amablemente como huéspedes de los Beauchamps, y en seguida tendieron una mesa con un mantel limpio.
No se preparó ningún lugar especial para sir Gaylord y él debió unirse de mala gana a Trahern, no sin antes pasar sus dedos enguantados por el asiento para cerciorarse de su limpieza. Los tres cocheros se sentaron despreocupadamente en uno de los extremos de la mesa y apenas notaron la mirada de desaprobación del caballero.
Fueron servidos jarros de sidra caliente perfumada con especias. Shanna bebió la suya con indiferencia, mientras se preguntaba qué estaría demorando a Ruark. Su pregunta tuvo respuesta poco después, cuando él entró trayendo un curioso mosquete casi tan alto como él, al que apoyó junto a la puerta. Se acercó y dejó sobre la mesa, frente a Pitney, la dos enormes pistolas que una vez lo habían amenazado.
– Las encontré en su cofre -explicó cuando Pitney lo miró con expresión de interrogación:
Ruark se quitó una chaqueta de piel de castor que había tomado del carro y la tendió frente al hogar de piedra para que se secara. Al hacerlo, dejó ver un par de pistolas que llevaba en el cinturón. Para Gaylord esto fue demasiado. Indignado, se puso de pie de un salto.
– ¡Un siervo armado! -exclamó, y miró exasperado a Trahern-. Realmente, señor, debo protestar. Usted trata a este siervo como si fuera un noble de sangre.
Trahern se limitó a encogerse de hombros. -Si él le protege el pellejo -dijo-, ¿cuál es la diferencia para usted?
– ¿Proteger mi pellejo? ¡Ese bribón es capaz de agujereármelo! -Gaylord apuntó a Ruark con un dedo-¡Usted! ¿Con qué derecho lleva armas?
– Con el derecho de nadie salvo el mío propio, por supuesto -repicó Ruark calmosamente. Cuando el caballero se erguía en victoriosa arrogancia, Ruark continuó pacientemente, como si estuviera dando una lección a un niño caprichoso-: Aquí hay animales, grandes, atrevidos y peligrosos, y también salteadores, aunque son raros. Además están esos salvajes paganos de los que hablaba usted. – Ruark sonrió sardónicamente-. No vi a nadie que se ofreciera para proteger a las damas. -Sonrió en la cara enrojecida del otro-. Pero tenga la seguridad sir Gaylord, de que si usted encuentra un voluntario, me sentiré muy aliviado de entregarle las armas a él.
Ruark aguardó pero sir Gaylord no dijo nada. Entonces se sentó en un lugar que extrañamente se formó entre Shanna y su padre.
El posadero puso ante él un jarro humeante y la cocinera trajo una gran olla de apetitoso guiso y empezó a llenar los platos. Un muchachito trajo una bandeja de madera cargada con doradas hogazas de pan y platillos con mantequilla. También sirvieron pequeñas cazuelas con miel y mermeladas y pronto los hambrientos viajeros atacaron la comida con entusiasmo. Trahern probó cada plato en medio de elogios, hasta hacer -enrojecer a la posadera. Cuando se levantó para marcharse, ella le puso en las manos un gran trozo de budín para que comiera en el camino.
Cuando Ruark tomaba su sombrero y su chaqueta, Ralston se acercó a la puerta donde tomó el largo rifle y pasó su mano por la culata de suave arce pulido donde había una placa de bronce grabada.
– Tiene aquí un arma excelente, señor Ruark -comentó cuando el joven se acercó para tomarla. Un arma costosa. ¿Dónde la obtuvo?
Con ojos entrecerrados, Ruark miró a lo largo del cañón hasta encontrar una mirada de halcón. Shanna contuvo el aliento, porque el rifle apuntaba directamente a la cabeza de Ruark y los dedos flacos acariciaban el disparador como si Ralston deseara que el arma estuviera cargada.
– Debo advertirle, por si no lo sabe -dijo Ruark señalando despreocupadamente el arma- que está cargado.
Ralston sonrió lentamente. -Naturalmente -dijo.
– ¡Señor Ralston! -ladró Orlan Trahern-. Baje esa maldita cosa antes de que se vuele su propia cabeza tonta.
Con la orden de Trahern la sonrisa de Ralston desapareció, y obedeció de mala gana. Ruark tomó el rifle y bajo la mirada fría del otro, pasó un paño suave por la pulida culata y la placa de bronce y borró cuidadosamente las marcas de los dedos. El insulto fue leve pero directo. El hombre flaco giró sobre sus talones, salió de la taberna y cerró violentamente la puerta tras de sí.
El "Camino de los Tres Cortes" era largo, estrecho en algunos lugares, ancho en otros. La campiña siempre variaba. Viajaron entre altos riscos de granito y por senderos sembrados de rocas al borde de acantilados. El camino descendía a profundos valles y pasaba sobre troncos atravesados para cubrir el suelo demasiado blando. A media tarde pasaron frente a una rara plantación y unas pocas granjas pequeñas con cabañas de troncos. A un costado del camino apareció un letrero que proclamaba que una encrucijada lodosa era el camino de postas del Valle del Medio. Allí florecía una pequeña comunidad y más allá había una gran casa con un letrero que la identificaba como posada.
El grupo de cansados viajeros comió en silencio una cena de carne de venado. Se contentaban con estar sentados sobre una superficie que no se movía, a salvo de las sacudidas de los carruajes, y las conversaciones morían casi al empezar.
– Tenemos solamente tres cuartos para que pasen la noche -explicó el posadero-. Los hombres tendrán que acomodarse en dos y las mujeres en el otro.
Gaylord levantó la vista de su plato y señaló a Ruark con su tenedor. -El puede dormir en el establo con los cocheros -dijo-. Así el señor Ralston y yo dispondremos de un cuarto y el hacendado y el señor Pitney podrán dormir en el otro.
Trahern miró ceñudo al caballero y el posadero se encogió de hombros como disculpándose. -No tenemos más habitaciones -dijo- pero hay una vieja cabaña atrás de la casa que nadie usa. Alguien podría dormir allí.
Ruark se ofreció en seguida. Se llevó la copa a los labios. Sus ojos encontraron a los de Shanna. Entonces se levantó, dejó el jarro y se puso su chaqueta.
– Iré a ver los caballos de la señora Beauchamp, señor Trahern. Sugeriría que nos acostemos temprano pues mañana tendremos que viajar un largo trecho y eso será bastante cansado. -Se puso el sombrero. Dio media vuelta y fue hacia la puerta-. Buenas noches -dijo desde allí.
CAPITULO VENTICINCO
Irritada, junto a Hergus que roncaba, Shanna se preguntó qué hora sería. Ningún ruido de movimientos ni voces llegaba desde abajo, de las habitaciones que daban al pasillo, pero ella no tenía forma de cerciorarse de si todos dormían.
– Hergus -susurró, y para su satisfacción no recibió respuesta.
No podía emplear la misma maniobra con su padre o con Pitney. Pero calculó que en media hora más todos estarían dormidos.
Se levantó cautelosamente de la cama y fue hasta la silla donde Hergus había dejado la maleta. Sacó una capa de lana, se envolvió en ella y metió los pies en un par de pantuflas. La lluvia aún golpeaba contra los cristales de la ventana y el viento aullaba lúgubremente en los aleros. Una noche fría, húmeda, pero que vendría de maravillas para sus propósitos.
Shanna salió de la habitación, bajó sigilosamente la escalera, atravesó el salón común de la posada y salió al exterior. ¡Libre! Al correr metió los pies en charcos de agua pero su corazón levantó vuelo.
La cabaña era una silueta oscura debajo de árboles enormes, a cierta distancia de la posada. Tímidamente, Shanna llamó a la rústica puerta, que se abrió lentamente con un leve crujido – Nadie salió a recibirla y Shanna empujó la puerta hasta abrirla por completo. Ruark no estaba, pero en el hogar crepitaba un fuego acogedor que iluminaba las paredes de troncos y los muebles escasos y toscos. Shanna entró y se volvió para cerrar la puerta, pero ahogó una exclamación cuando una sombra oscura se irguió ante ella. Su temor duró poco, porque debajo del ala del sombrero que goteaba agua, reconoció el rostro amado.
– Esperaba que vinieras -dijo Ruark roncamente. Cerró la puerta con el pie, puso en el fuego un haz de leña que traía, apoyó su rifle junto a la puerta y arrojó su sombrero sobre la mesa.
– Dios mío, te eché mucho de menos -dijo él y la abrazó, sin pensar en sus ropas mojadas. Su boca cayó sobre la de ella como un ave de presa y la besó con voracidad. Shanna se aferró a él como si fuera la única cosa en su mundo que no girara locamente.
– Te amo -susurró ella, y lágrimas de alegría pusieron chispas en sus ojos cuando levantó la vista para mirarlo. El le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos, como para buscar la verdad en sus profundidades. -Oh, Ruark, te amo.
Riendo de felicidad, él la levantó casi hasta sus hombros y la hizo girar hasta que el ruido de sus risas se mezcló en un torbellino vertiginoso. Ruark la llevó más cerca del fuego y la dejó allí, sonriendo. Muy gentilmente, le acarició una mejilla. Shanna se estremeció en sus ropas mojadas, tanto de frío como de una sensación abrumadora de -dicha que crecía dentro de ella.
– caliéntate aquí. Aguarda un momento.
Ruark se apartó un poco y ella lo siguió con la mirada, como si estuviera hambrienta de verlo. El llevaba unas ropas extrañas: calzones de piel de ciervo que ceñían apretadamente los muslos esbeltos y musculosos y una chaqueta de piel de castor donde brillaban gotas de lluvia, que con el fuego se convertían en un millar de diminutos rubíes. El parecía un animal salvaje, un felino cazador, y ella sintió al mismo tiempo orgullo y temor. Pensó en la pregunta que se había formulado su padre y supo que si Ruark huía hacia su libertad ella lo seguiría a cualquier parte.
El se quitó su pesada chaqueta y la puso sobre los hombros de ella. Shanna se acurrucó debajo de la piel, sintió el calor del cuerpo de él en la prenda y observó mientras él avivaba el fuego hasta que empezó a arder alegremente; después paseó su mirada por la habitación y sus ojos se detuvieron en una armazón de madera y cuerdas que alguna vez debió de servir de cama a los ocupantes de la cabaña.
Ruark vio dónde se habían detenido los ojos de ella y -dijo:
– No temas, amor mío… Ya me he ocupado de asegurar tu comodidad.
Shanna rió y se envolvió más apretadamente con la chaqueta.
– ¡Bestia! Ahora que estoy atrapada en tu guarida, tengo miedo de que me devores.
– ¿Devorarte? -Ruark se quitó su ceñida y oscura camisa de lino y Shanna contuvo el aliento cuando el torso desnudo de él apareció ante ella iluminado por el resplandor del fuego.
– No, no te devoraré, amor. -Estiró una mano y acarició un largo rizo que caía sobre el hombro de ella-. Esta es la copa mágica, llena para los amantes en la mesa de los dioses. Cuando más a menudo se la prueba, más rico es el néctar. Reyes poderosos se han vuelto mendigos tratando de alcanzar los límites de este tesoro. Esto es una cosa que debe ser compartida y que jamás puede ser devorada con egoísta voracidad.
Shanna lo tocó en un brazo y su mirada lo acarició con una expresión posesiva. -No soy otra cosa que egoísta cuando se trata de ti, amor mío.
Ruark la besó ligeramente en los labios. -A mí me sucede lo mismo, contigo, Shanna.
El se agachó y empezó a desatar un envoltorio que estaba en el suelo. Se irguió y lo abrió. El contenido, se extendió como una flor extraña, ultraterrena. Era un montón de ricas, lujosas pieles de profundos rojizos, dorados oscuros, roanos y negros, todo de la mejor calidad.
– ¿Dónde…?
– Esto es mío -:-dijo Ruark respondiendo a Ja pregunta no terminada de ella-. Las traje del carro.
– ¿Pero cómo las conseguiste? ¿Y esas ropas que llevas? Son tuyas ¿verdad? Hechas especialmente para ti.
– Sí -dijo él y sonrió-. Mi familia se enteró de que yo pasaría por aquí y me las envió, eso es todo.
– ¿Tu familia?
– Pronto, amor mío -dijo Ruark- te llevaré con ellos.
Nuevamente se agachó, extendió y alisó las pieles y dejó una a un lado como cobertor. En ese instante Shanna tuvo la visión de un salvaje, semidesnudo, oro y bronce ante el fuego, el cabello sujeto en la nuca en forma de coleta. Aquellos que creyeran que podrían dominar a este hombre eran unos tontos, ya se tratara de Gaylord, Ralston o hasta de su padre.
Ruark se puso de pie y se le acercó. El corazón de ella empezó a latir alocadamente.
– Qué hermosa eres -suspiró él después de desnudarla y en tono de reverencia-. No lo hubiera creído, pero te has vuelto todavía más bella. ¿De qué hechicería te has valido?
Shanna sonrió suavemente. -Ninguna hechicería, amor mío. Tus ojos fe engañan. Has ayunado mucho tiempo y ahora te conformarías con cualquier potaje.
– Vaya, esto no es un cualquier potaje -dijo él roncamente y la atrajo hacia la cama de pieles.
Ruark se quitó la ropa. Después la abrazó. Los suaves pechos de ella se apretaron contra él. Se cumplía un sueño, terminaba la larga tortura del viaje por mar. Los muslos sedosos de Shanna se abrieron a la mano exigente de él, y las caricias errabundas de esa mano arrancaron a Shanna gritos suaves y jadeantes de trémulo gozo. La besó en la boca con labios devoradores, ardientes de amor y pasión, que después descendieron para difundir su calor sobre los pechos estremecidos de ella, que se erguían en ansiosa anticipación. Shanna cerró los ojos y el arrobamiento que, le producía esa boca voraz inundó cada uno de sus, nervios con una intensa excitación. Sintió la urgencia exigente de él contra su cuerpo y después una llama que la penetró, consumiéndola, abrasándola, incendiándola hasta que las oleadas de la pasión la envolvieron con un placer casi intolerable. La oyó respirar ansiosamente junto a su oído, entre roncas, susurradas palabras de amor. Bajo las manos de ella, los duros músculos de la espalda de Ruark se tensaron y flexionaron con varonil vigor. Y entonces se elevaron juntos en una creciente marea de éxtasis.
La lluvia golpeaba, contra las telas enceradas que cubrían las ventanas y el viento aullaba como un fantasma en la noche, pero después de su propia tormenta, Shanna y Ruark yacían pacíficamente dichosos.
Los labios de Ruark mordisquearon suavemente la carne del hombro de Shanna.
– Te construiré una mansión -dijo él.
– Esta cabaña será suficiente… si tú estás conmigo. -Lo miró a los ojos-. Quédate conmigo para siempre. No me dejes nunca.
– No, amor mío. Nunca te dejaré. Te amo.
– y yo a ti.
– Creo que te he amado siempre -confesó Shanna asombrada. Cuando los velos de la ceguera cayeron de mis ojos, te vi como el elegido.
– Tú me elegiste, ¿recuerdas? -sonrió Ruark.
Shanna se apretó contra él. -Sí, eso hice. -Súbitamente seria, -agregó-: Tú conoces estos caminos como si hubieras estado antes aquí. ¿Dónde está tu hogar?
Ruark se estiró perezosamente y flexionó en el aire un brazo bronceado. -Donde quiera que tú estés.
Shanna lo miró con ojos llenos de amor. – ¿y nuestro hogar será como esto?
– ¿Una cabaña en medio del bosque? -Ruark sonrió y susurró. ¿Meses enteros para los dos solos? ¿No te daría miedo?
Como una niñita ansiosa, Shanna negó con la cabeza. -Oh, no, pero nunca me dejes.
– ¿Dejaría yo mi propio corazón, el aliento mismo de mi vida?
– ¿Y los niños? -susurró ella.
– Tendremos una docena -repuso Ruark.
– Shanna rió. – ¿Es suficiente empezar con uno?
– Oh, uno o dos. -Sus caricias se hicieron más atrevidas-. Lo que soporte el mercado.
– Pero de este… ¿te disgustaría que fuera una niña?
Ruark se detuvo y el silencio pareció crecer… y crecer. Muy gentilmente apartó las pieles, expuso el cuerpo de ella a la tibia luz del fuego, tocó suavemente los pechos erguidos y el vientre suave.
– Eso es diferente -sonrió él.
– ¿Lo sientes? -preguntó ella, mirándolo a la cara.
– ¡No! -Ruark sonrió ampliamente y la cubrió con las pieles. – ¿Cuanto tiempo?
– Si tuviera que adivinar -dijo Shanna- diría que fue en la isla de los piratas.
Ruark rió por lo bajo. -Cada día que pasa vienen más cosas buenas de aquello. -Se inclinó y dijo, seriamente-: Te necesito, Shanna. -La besó con ternura-. Te necesito y te deseo, Shanna, amor mío. Te amo, Shanna.
Todavía estaba oscuro cuando Ruark la acompañó hasta la posada, pero los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. Todo estaba silencioso en el salón común. Un perro se levantó perezosamente del hogar apagado y buscó un lugar más cómodo sobre una alfombra de retazos.
Subieron la escalera y se despidieron en la puerta de la habitación con un último beso apasionado que tendría que bastarles para todo el día.
Pasó un momento. La puerta del extremo del pasillo se abrió completamente y Ralston salió de la habitación que compartía con Gaylord cubierto con una larga bata. Se detuvo frente a la puerta de Shanna, rió silenciosamente y se rascó una mejilla.
– Mi lady puede ser la esposa de John Ruark -murmuró despectivamente-. Pero pronto sentirá nuevamente el dolor de ser viuda. Lo prometo.
La lluvia había cesado y el sol hizo su aparición con una escarcha que mordía las mejillas y narices. Shanna aguardó junto a Ruark al abrigo del portal mientras los carruajes eran preparados y traídos hasta allí. Su padre y Pitney aún estaban en el interior de la taberna terminando su café, mientras que Gaylord se paseaba en círculos a corta distancia de la joven pareja, en un esfuerzo por contrarrestar el frío. Shanna tenía las manos hundidas en su manguito y se cubría con una capa de terciopelo forrada de pieles. Aunque sabía que pasaría un largo día antes que llegaran a la casa de los Beauchamps, había puesto cuidado especial en su apariencia. El vestido de terciopelo azul, con su espumoso cuello de encaje antiguo, la favorecía muchísimo. Su cabello, peinado alto bajo la caperuza de la capa azul, le daba un aire de dignidad y serenidad.
Ralston pasó junto a ellos y al hacerla preguntó:
– ¿Ha dormido bien, señora?
Shanna sonrió dulcemente.
– Ciertamente, señor. ¿Y usted.
Ralston se golpeó la bota con la fusta.
– Estuve despierto casi toda la noche.
Sin más comentarios, el hombre se alejó hacia donde Gaylord se inquietaba y gruñía.
– ¿Qué crees que quiso decir? -preguntó Shanna, mirando a Ruark.
– Eso, amor mío, sólo lo sabe él -repuso Ruark, mirando al hombre con expresión de desconfianza.
Después que Trahern se sentó en el coche, Pitney subió y se ubicó al lado del corpulento hacendado. A continuación subió Shanna.
Gaylord, al ver que la joven estaba sola en el asiento, se adelantó, hizo al siervo a un lado y puso un pie en el estribo para subir. Pero súbitamente, el bastón de Trahern le cerró el paso.
– ¿Le importaría viajar en el otro coche? -preguntó el hacendado-. Querría hablar unas palabras con mi siervo.
El caballero se irguió arrogante. -Si usted insiste, señor.
Trahern asintió con la cabeza y sonrió levemente.
– Insisto.
Una vez en camino, la conversación giró alrededor de las tierras por las que pasaban y de la riqueza de la campiña. Los movimientos del carruaje, combinados con la brevedad del sueño de la noche, hicieron adormilar a Shanna. Ella cerró los ojos, bostezó y se recostó en los cojines del asiento, pero finalmente apoyó la cabeza en el hombro de su marido. Ruark, bajo la mirada de Trahern, no se sintió muy cómodo.
– ¿Dijo usted que tenía algo que discutir conmigo, señor. -preguntó, aclarándose la garganta.
Trahern miró pensativo la cara de su hija dormida.
– En realidad, muy poco -dijo- pero son muchas las cosas que no quiero discutir con Gaylord. -Hizo una pausa, Ruark asintió con la cabeza, y continuó-: Usted parece sentirse incómodo, señor Ruark. ¿Ella es muy pesada?
– No, señor -respondió lentamente Ruark y sonrió-. Es que nunca sostuve así a una mujer delante de su padre.
– Tranquilícese, señor Ruark -dijo Trahern y rió por lo bajo-.Mientras no pase de esto, consideraré una amabilidad de su parte que sirva de almohada a mi hija.
Pitney se bajó el tricornio sobre los ojos y miró fijamente al joven.
Ruark empezó a sentir que el enorme individuo sabía acerca de el y de Shanna mucho más de lo que sospechaban.
A mediodía se detuvieron y comieron el almuerzo que les habían preparado en la posada. Poco después reanudaron el viaje.
Finalmente todos los carruajes se detuvieron en Rockfish Gap. Un panorama magnífico se extendía ante los viajeros en todas direcciones. Shanna contempló maravillada la campiña, que el sol de la tarde teñía de oro y bronce.
– Las lluvias pueden haber ablandado parte de los caminos -explicó Ruark cuando Trahern volvía a subir al coche-. Yo iré a caballo adelante para dar las indicaciones a los cocheros. Desde aquí la mayor parte del camino es cuesta abajo.
Se llevó una mano al sombrero y se alejó.
A la izquierda empezaron a aparecer extensos campos. Súbitamente un caballo se acercó al coche y Shanna reconoció el pelaje gris de Attila. Cuando Trahern se asomó por la ventanilla Ruark dijo:
– Casi hemos llegado a la propiedad de los Beauchamps, señor. Estaba preguntándome si a la señora Beauchamp le gustaría hacer el resto del camino a caballo.
Trahern se volvió para interrogar a su hija pero Shanna ya estaba poniéndose sus guantes. Bajó, y Ruark la ayudó a montar a Jezebel.
– El vigor de la juventud -suspiró Trahern, y apoyó los pies en el asiento del frente.
Pitney levantó su jarro de ale en silencioso saludo.
– Será mejor que lleguemos pronto -dijo-, sólo queda una gota de ale.
La mansión de ladrillos rojos de los Beauchamps se levantaba, alta e inmensa, entre robles cuyos troncos apenas hubieran podido ser abarcados por los brazos de tres hombres. Shanna se sorprendió, porque era una de las casas más grandes que veía desde el desembarco. Había alas que se proyectaban hacia cada lado, y la porción principal tenía un techo empinado y con buhardillas, sembrado de altas chimeneas. Cuando estuvieron más cerca, oyeron gritos excitados y momentos después se abrió la puerta principal y una joven salió corriendo al pequeño pórtico.
– ¡Mamá! ¡Ahí vienen!
Varias personas acudieron al llamado, y cuando Ruark ayudaba a Shanna a apearse de Jezebel, Nathanial bajó la escalinata y se adelantó a recibir a la joven.
También había una pareja mayor, una mujer alta de cabellos oscuros y un muchacho joven que sonreía ampliamente.
– Mi padre y mi madre -anunció Nathanial cuando llevó a Shanna ante la pareja mayor-. George y Amelia Beauchamp.
Shanna hizo una respetuosa reverencia, y cuando se enderezó, el hombre mayor le sonrió y la observó cuidadosamente detrás de sus gafas con montura de acero. Era un hombre bien parecido, alto, delgado, de cabellos negros y anchas espaldas.
– De modo que esta es Shanna -dijo con voz profunda y firme, y asintió con aprobación-. Una hermosa joven. Ajá, la reclamaremos como una Beauchamp.
La mujer, con ojos castaños y cabello rojizo con hebras grises, se mostró más reservada y observó a Shanna por un largo momento antes de dirigir una mirada rápida y preocupada a su hijo mayor. Después suspiró y tomó la mano de la muchacha entre las suyas.
– Shanna. Qué hermoso nombre. -La miró a los ojos y finalmente sonrió-. Tenemos mucho que hablar, querida.
Shanna quedó intrigada ante los modales de la mujer pero tuvo poco tiempo para pensarlo porque Nathanial le presentó a la mujer alta de cabellos oscuros.
– Mi esposa Charlotte -dijo-. Más tarde conocerá a nuestros hijos.
Charlotte tendió sus manos a Shanna. -Me temo -dijo- que el nombre de señora Beauchamp llamará demasiado la atención aquí. ¿Podemos llamarte Shanna?
– Por supuesto. -Shanna quedó completamente conquistada por los modales desenvueltos de la mujer.
– Jeremiah Beauchamp -dijo Nathanial, señalando al muchacho joven-. Mi hermano menor. A los diecisiete años, apenas está empezando a apreciar el bello sexo, de modo que no se preocupe si él la mira con la boca abierta. Usted es la cosa más bella que él ha visto en mucho tiempo.
El joven enrojeció intensamente pero siguió sonriendo. Como su padre, era alto y delgado, pero tenía cabellos rojizos y ojos castaños, como su madre.
– Es un placer, Jeremiah -murmuró Shanna dulcemente y le tendió la mano.
– y esta es mi hermana Gabrielle -dijo Nathanial, acariciando dulcemente el mentón de la muchacha. Más tarde conocerá a Garland, su hermana melliza.
– Creo que eres demasiado hermosa para expresarlo con palabras -exclamó Gabrielle-. ¿De veras has estado en París? Garland dice que debe de ser un lugar perverso. ¿Cómo haces para hacer que el cabello se te mantenga así? El mío me caería sobre los hombros a media mañana.
Shanna respondió con una alegre carcajada y tendió las manos ante la catarata de preguntas.
– ¡Gabrielle! -Amelia puso un brazo afectuosamente alrededor de la muchacha-. Debió haberla traído a nosotros hace tiempo. Bienvenida a Los Robles, Shanna..
En ese momento, dos coches salpicados de lodo se detuvieron frente a -la mansión. Los caballos, al sentir el final del viaje y oler las praderas que los aguardaban, se habían adelantado al carro más pesado, que todavía no estaba a la vista. Ruark abrió la portezuela del primer coche. Trahern se levantó de su asiento y se apeó dificultosamente, mientras Nathanial se acercaba para saludado. Pitney también descendió y poco después sir Gaylord se unió al grupo.
– Gaylord Billingham -se presentó, y extendió delicadamente la mano-. Caballero del reino y de la corte. Hace unos meses le envié una carta cuando supe que el hacendado Trahern viajaría hasta aquí.
– Sí, ya recuerdo -repuso Nathanial-. Pero no es momento de hablar de negocios.
Nathanial condujo a los caballeros hasta donde estaban sus padres y empezó las presentaciones.
Sólo el caballero inglés percibió que él fue presentado en último término, o casi, porque Ralston fue el único que lo siguió.
Fue la mayor de las señoras Beauchamps quien puso fin a la conversación que empezaba a desarrollarse.
– Señores y señoras:-dijo-, no sería conveniente que cojamos un resfriado cuando tenemos a mano una casa cómoda y abrigada. -Tomó un brazo de su marido y con el otro rodeó la cintura de Shanna-. Dentro de unos momentos nos sentaremos a la mesa. Sin duda, los caballeros querrán beber algo antes de comer, y yo, por lo menos, tengo frío.
Amelia condujo a todos al interior y pronto los hombres estuvieron paladeando un brandy añejo. En la copa de Shanna chispeaba un ligero jerez, pero ella sólo bebió un poquito, porque desde la boda de Gaitlier sentía una leve aversión a los licores. Sus ojos sonrieron a Ruark, quien se había quedado atrás y observaba desde la puerta.
Gabrielle se acercó a Nathanial y le dio un codazo, señalando a Ruark con un movimiento de cabeza.
– ¿Quién es ese? -preguntó.
– Oh, por supuesto – Nathanial pareció avergonzado por un momento. -Ese es… ah… John Ruark, otro asociado del hacendado Trahern.
– ¡Oh, el siervo! -dijo Gabrielle por encima de su hombro, con infantil inocencia-. ¿Mamá? ¿Tendría él que estar en nuestra casa?
Shanna contuvo el aliento, sorprendida. ¿Se ofenderían los Beauchamp? Ella no lo había pensado.
Gaylord no dejó pasar el diálogo. -Una muchacha brillante, rápida para percibir las diferencias de clase -dijo-. Llegaría lejos en la corte.
Shanna le dirigió una mirada glacial, pero él sonrió ante su propia inteligencia.
– Sshh, Gabrielle -ordenó severamente Amelia Beauchamp. La joven miró atrevidamente a Ruark, quien le devolvió la mirada con una expresión terrible que indicaba violentos pensamientos.
Gaylord, como de costumbre, estaba listo con una explicación. -Una, clase de gente inferior, jovencita, incapaz de manejar los asuntos más simples de la vida.
Un tenso silencio recibió este comentario antes que la mayor de las señoras Beauchamps reprendiera severamente a su bija.
– ¡Gabrielle! ¡Cierra la boca! El señor Ruark no tiene la culpa de ser como es.
Gabrielle arrugó la nariz, disgustada.
– Bueno, de todos modos yo no querría a un siervo por marido.
– ¡Gabby! -George Beauchamp habló suavemente pero en un tono que no toleraba desobediencias-. Hazle caso a tu madre. No es de cristianos despreciar a los menos afortunados.
– Sí, padre -dijo dócilmente Gabrielle.
Shanna vio que Pitney reía detrás de su copa y musitó, presa de súbito rencor: "Para ser un tío, no es demasiado brillante. Se ha embriagado con ale y se ríe como un idiota" mientras ellos se divierten a costa de Ruark".
Pero cuando miró a su marido, Shanna quedó desconcertada, porque él parecía tranquilo y de ninguna manera irritado mientras su mirada seguía a la jovencita, Gabby. Ciertamente, había algo de placer en su cara y cuando Gabrielle se volvió, le dirigió a él una sonrisa de cándida inocencia. El la miró con expresión, amenazadora.
Shanna dejó su copa a un lado, vio que los profundos ojos castaños de Gabrielle la observaban y la intrigó la súbita expresión de preocupación que marcó la frente de la joven.
– El señor Trahern ha sido muy bondadoso con el hombre -continuó Gaylord en tono imperioso-. Recibió al señor Ruark en su propia casa y lo trató como un miembro de la familia. Demasiado bondadoso, digo yo. El alojamiento de los esclavos bastará para él. No hay necesidad de molestarlos a ustedes con alguien como él.
– Allí no hay espacio -dijo Amelia en tono irritado. Cuando su marido le puso un brazo sobre los hombros, en tono más suave agregó:
– Puede quedarse en la casa.
– Como he dicho antes, el joven es amigo de los caballos. – Lentamente, el caballero tomó una pulgarada de rapé-. Que duerma con ellos…
– Yo no… -empezó Amelia en un estallido de cólera, pero Ruark la interrumpió.
– Perdóneme, señora, pero dormiré allí, si usted no pone objeción. -Se apoyó en la puerta y cruzó los brazos, mientras Gaylord lo fulminaba con la mirada.
Súbitamente, Shanna sintió el fuerte deseo de decir toda la verdad. La misma casi brotó de sus labios cuando ella se levantó, trémula, de su silla. Ansiaba defender su amor y su casamiento con este siervo. Lo único que la contuvo fue el temor de que Gaylord acudiera a su padre magistrado con la noticia de que el hombre que había condenado a la horca seguía vivo. Se llevó una mano a la frente.
– Señora Beauchamp, ¿podría recostarme un momento antes de comer? Creo que el viaje me ha fatigado más de lo que pensé.
Trahern la miró con expresión de preocupación. Como una criatura viva, Shanna siempre había parecido poseer energías inagotables. También aquí tendría que reajustar sus pensamientos.
– Por supuesto, criatura -dijo Charlotte-. Ha sido un viaje largo y cansado para ti. Quizá también te gustaría refrescarte.
Cuando pasó junto al siervo, Amelia se detuvo.
– Señor Ruark, ¿querría subir el equipaje de la señora? Creo que el carro ha llegado.
– Sí, señora -replicó él respetuosamente, y se marchó.
La señora Beauchamp acompañó a Shanna a la habitación que le tenía preparada. Poco después regresó Ruark con un pequeño baúl sobre el hombro y una maleta debajo del brazo, y siguió a las dos mujeres. Había en la habitación una atmósfera acogedora, varonil. Una alfombra oriental cubría el suelo y varios sillones de madera y cuero aumentaban la sensación de comodidad. Una sólida cama de cuatro postes tenía un grueso cobertor de terciopelo de color herrumbre, y las ventanas tenían cortinas de la misma tela.
– Esta es la habitación de mi hijo cuando está en casa -explicó la señora Beauchamp, mientras encendía las velas de un candelabro-. Espero que no le importe usarla, puesto que todas las habitaciones para huéspedes estarán ocupadas. Supongo qué falta un toque femenino.
– Es hermosa -murmuró Shanna. Su mirada se encontró con la de Ruark. Enrojeció y cruzó las manos cuando se dio cuenta de que la mujer estaba observándolos-. Mi baúl grande. ¿Lo ha visto, señor Ruark?
– Sí, ahora bajaré a buscarlo.
– Que David le ayude a traerlo, señor Ruark -sugirió Amelia. La puerta se cerró tras él y la mujer se inclinó para abrir la cama.
– Envié a Hergus, su criada, a la cama con una bandeja. Pobre mujer, parece haber sufrido mucho con el viaje.
Sin duda, compartiendo el coche con Gaylord y Ralston, pensó Shanna. En voz alta, dijo:
– Nunca le gustó mucho viajar.
Distraída, Shanna tomó un libro encuadernado en cuero que estaba sobre la mesa de escribir y dirigió a la señora Beauchamp una mirada de interrogación, al ver que en el mismo no había una sola palabra que ella pudiera entender.
– Griego. Es de mi hijo -replicó la mujer, mientras ahuecaba una almohada-. Siempre está leyendo o haciendo algo.
Llamaron suavemente a la puerta. Ruark entró con un hombre mayor, inmaculadamente vestido como sirviente. Entre los dos pusieron el gran baúl de Shanna a los pies de la cama, y se marcharon.
– Te ayudaré con tu vestido, criatura. ¿Quieres que te haga subir una bandeja?
– Oh, no. Sólo descansaré un momento
Shanna volvió la espalda a Amelia y permaneció quieta mientras la mujer le desabrochaba el vestido.
– ¿Quieres que te busque un camisón? -ofreció amablemente la mujer. Shanna negó con la cabeza y Amelia sonrió y fue hasta la puerta-. Entonces me marcharé. Que descanses.
Abrió la puerta y se detuvo para mirar por encima de su hombro a la hermosa joven.
– Creo -dijo- que si un hombre puede ganarse la aprobación de tu padre como aparentemente ha hecho el señor Ruark, entonces es un hombre que sabe manejarse en cualquier situación. Yo no me preocuparía, criatura.
Cuando la mujer se marchó, Shanna se sentó en el borde de la cama donde permaneció un largo momento. No se había percatado de que sus emociones eran tan evidentes. Y si la señora Beauchamp las había percibido, entonces Orlan Trahern podría descubrir muy pronto que su hija estaba enamorada de su siervo.
El sonido de una puerta que se cerró en algún lugar de la casa despertó a Shanna, quien se sentó, sobresaltada. Sólo había tenido intención de dormir unos minutos, pero habían pasado horas y súbitamente sintió hambre. Un pequeño reloj sobre la repisa de 1a chimenea indicaba que eran las ocho y media. Seguramente no la habían esperado para cenar.
Sacó una bata de terciopelo de su baúl y se la puso. Aunque tuviera que ir a los establos para obtener la ayuda de Ruark, debía encontrar algo para comer. Nunca antes había sentido tanta hambre.
"Debe ser a causa del bebé" pensó. Súbitamente sintió impaciencia por acunar a una criatura en sus brazos.
Shanna bajó cuidadosamente la escalera. Todo estaba silencioso en el comedor y el salón. Sólo una débil linterna ardía allí. Pero venían voces desde el fondo de la casa. ¿Sirvientes, quizá?
Siguiendo un corredor, llegó a lo que creyó sería la cocina. Abrió la puerta y la recibió un coro de risas.
– ¡Shanna! -dijo Charlotte a sus espaldas, y Shanna se volvió y vio a la mujer, de pie, con Amelia y Jeremiah. Gabrielle se puso inmediatamente de pie y los hombres dejaron de reír.
– Lo siento -dijo Shanna tímidamente-, no fue mi intención interrumpir. Se dispuso a marcharse pero Amelia la detuvo.
– Espera, criatura, entra -dijo, y se dirigió a su.hija-: Gabrielle, tráele un plato.
– Pero, mamá…
– No importa. Haz lo que digo. Date prisa. ¿No ves que la pobre muchacha está hambrienta?
– No estoy vestida -dijo Shanna-. Será mejor que regrese a mi habitación.
– Tonterías. Hemos guardado un plato caliente para ti. Ven y siéntate.
Llegó un silbido desde atrás de la casa y se abrió la puerta. Ruark entró con un haz de leña en los brazos. Al ver a Shanna se detuvo y miró a los demás.
– Bueno, deja la leña, muchacho -dijo George después de un momento de tenso silencio, y señaló la caja de la leña-. ¿Has dicho que tienes hambre, verdad?
– Sí, señor -respondió Ruark y dejó su carga. Miró a Shanna y agregó-: Es lo menos que puedo hacer para pagarles la cena a estas buenas personas.
– ¡Hum! -exclamó Amelia, y Jeremiah se adelantó, frotándose nerviosamente las manos.
– Señor Ruark -dijo el muchacho- ¿le gustaría salir a cazar en las montañas, mañana? He visto grandes huellas allí. Bien temprano, si le es posible.
– Tendré que preguntar al hacendado -repuso Ruark. Arrojó un par de leños al fuego y miró a Shanna de soslayo.
Muy preocupada por su intromisión, Shanna se sentó en la silla que le ofrecía Charlotte. Gabrielle puso ante ella un plato rebosante y volvió al fogón para sacar otro del horno de ladrillo.
– Señor Ruark, siéntese por favor -dijo la joven. Charlotte sirvió dos grandes copas de leche fría. Ruark se sentó al lado de su esposa. Mientras comían, la conversación fue animándose y pronto Shanna se sintió parte de la familia. Se preguntó si no sería verdad. Quizá Ruark era un pariente, un primo lejano. El capitán Beauchamp lo había negado. ¿O no? Era para pensarlo.
Mucho después de las once, cuando la familia empezó a retirarse a sus habitaciones, Shanna se levantó de la mesa y dio las buenas noches al padre y a Nathanial, quien permanecía de pie cerca del fuego. Ruark empezó a ponerse de pie, pero George le puso una mano en un hombro y lo obligó a que se volviera a sentar.
– Estaba contándome de ese semental -dijo- y hay muchas cosas que quisiera preguntarle. Quédese un momento.
La mirada de Ruark siguió a Shanna; después se cerró la puerta. El camino para Shanna estaba a oscuras, iluminado solamente por una vela que ardía en una mesilla lateral en el comedor, y en el pasillo la única luz venía de la linterna del salón. Allí, en las sombras del vestíbulo, Shanna se detuvo ante los pequeños cristales que componían la ventana; más grande, atraída por el espectáculo de la luna llena. Su pálida luz bañaba las ramas semidesnudas de los gigantescos robles del frente de la casa.
El crujido de la puerta de la cocina interrumpió sus pensamientos. Y Shanna se volvió y vio que Nathanial se acercaba por el pasillo.
– Shanna -dijo él con una sonrisa-. Creo que ahora debería estar acostada.
Miró por la ventana, por encima de la cabeza de ella, el hermoso panorama.
– Usted ve con ojos de artista -comentó.
Shanna rió por lo bajo. -Sí, y me hubiera gustado serlo.
– ¿Le gustaría que conversemos un poco? -invitó él.
Shanna se apoyó en el marco de la ventana para contemplar la noche ventosa.
– ¿Acerca de qué, señor?
La respuesta llegó lentamente. -Cualquier cosa. -Se encogió de hombros-. Cualquier cosa que a usted le plazca.
– ¿Y qué cree usted que me complacería?
– El señor Ruark -dijo él suavemente.
Ella buscó en el rostro de él alguna señal de descontento y desprecio, pero sólo encontró una sonrisa amable.
– No puedo negarlo -susurró ella, miró por la ventana e hizo girar con los dedos la sortija de oro que llevaba-.
Usted nos ha visto antes. Tal vez usted no lo apruebe, pero yo lo amo… y llevo un hijo de él en mis entrañas.
– ¿Entonces por qué esta farsa, Shanna? -Su, voz sonó amable y grave-. ¿Sería tan penosa la verdad?
– Estamos atrapados en ella -suspiró ella-. El no puede reclamarme por otras razones y yo aún tengo que encontrar la forma de calmar la cólera de mi padre. -Sacudió la cabeza y se miró las manos. _No puedo pedirle que me prometa guardar silencio porque eso sería hacerlo partícipe de mi engaño. Sólo puedo contar con su discreción. Pronto todo se sabrá.
Siguió una larga pausa hasta que Nathanial habló nuevamente.
– Puede contar con mi discreción, Shanna, pero le diré algo. – Aspiró profundamente-. Creo que ustedes dos no confían en nosotros para nada. ¿Acaso ve en su padre un ogro cruel? ¿La castigaría él por su amor? ¿Está rodeada de enemigos, o de amigos y aliados dispuestos a ayudarla? Y me atrevo a decir que su padre saldría en defensa suya si usted confesara su amor. Orlan Trahern me impresiona como un hombre, muy razonable.
Nathanial dio varios pasos, en dirección a la escalera y se volvió.
– Sí, creo que ustedes dos no confían en nosotros. Pero, como he dicho, aguardaré su revelación, cuando usted la considere conveniente.
Le tendió una mano.
– Vamos, Shanna, permítame acompañarla a su habitación. Es tarde. El rió suavemente y Shanna sintió que ese buen humor se le contagiaba.
– Me pregunto cuánto tiempo podrán guardar ustedes sus secretos. -dijo el-
CAPITULO VEINTISÉIS
La pálida luz del sol se filtraba a través de las cortinas y alegraba la habitación con su brillo matinal. Semi despierta, Shanna se estiró con deleite en la amplia cama y abrió perezosamente los ojos. Una mancha de color a su lado, sobre la almohada, le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio una rosa roja. Tomó la flor y aspiró su fragancia. Las espinas habían sido cuidadosamente cortadas del largo tallo.
– Oh, Ruark -suspiró sonriendo.
Las huellas sobre la almohada, a su lado, le indicaron que él había estado allí durante la noche. Con una carcajada de alegría, Shanna estrechó la almohada contra su pecho. Pero la arrojó cuando sintió que llamaban a la puerta. Entró Hergus.
– Buenos días, señorita -saludó alegremente la criada-. ¿Ha dormido bien?
Shanna saltó de la cama y se estiró como una gata feliz. -Sí, muy bien. Pero tengo hambre.
Hergus la miró con recelo. -Eso, señorita, es una terrible señal.
Shanna se encogió de hombros con aire de inocencia. – ¿Qué quieres decir?
Hergus empezó a sacar vestidos del baúl.
– Creo que usted 1o sabe -dijo-. Y la forma en que trata de impedir que yo la vea desnuda. Creo que debería decirle al señor Ruark que va a ser padre.
– Ya 1o sabe -replicó Shanna quedamente y enfrentó la mirada atónita de la mujer-. Has acertado. Voy a tener un hijo de él.
– Ooohhhh, Nooo -gimió la sirvienta-. ¿Qué va a hacer-
– Lo único que se puede hacer. Decírselo a mi padre. -La idea hizo estremecer a Shanna-. Espero que no se enfurezca demasiado.
– Ja. -gruñó Hergus-. Puede apostar que el señor Ruark será castrado, como es justo.
Shanna se volvió y miró a la mujer con ojos llenos de cólera.
– No me digas lo que es o no es justo. Lo que es justo es que yo, amando a Ruark, tenga un hijo de él. Golpeó el suelo con el pie para acentuar sus palabras-. ¡No toleraré que nadie hable en contra de mi Ruark!
Hergus supo que había llegado a los límites de la paciencia de Shanna y cuidadosamente cambió de tema. Mientras ayudaba a vestirse a su ama, le pareció apropiado conversar.
– Los hombres han tomado el desayuno y se han marchado, todos excepto sir Gaylord. El parece muy atraído por la señorita Gabrielle.
Shanna hizo una mueca de desprecio. -El codicioso petimetre. Aún anda buscando una esposa rica. Tengo que advertir a Gabrielle.
– No será necesario -Hergus rió tapándose la boca con una mano. -Ella lo rechazó terminantemente. Le dijo que no toleraría que él le pusiera las manos encima y que en el futuro tenga cuidado con dónde las pone.
– Entonces supongo. que nuevamente vendrá en pos de mí -dijo Shanna, suspirando desalentada-. Quizá podamos encontrarle alguna viuda vieja y severa para que lo mantenga en línea.
Hergus se encogió de hombros. -No parecen gustarle las viejas. Pero tiene buen ojo para las muchachas bonitas. Vaya, si cuando pasábamos por Richmond casi se quebró el cuello cuando se asomó por la ventanilla para mirar a una joven que cruzaba el camino. -Rió y levantó la nariz-. Yo no lo aceptaría.
– Me pregunto si ha convencido a los Beauchamps de que inviertan dinero en su astillero. Ellos podrían acceder sólo para librarse de él.
– No es probable -dijo Hergus, con una risita-. Esta mañana oí al caballero que hablaba en el pasillo con el capitán Beauchamp. El capitán no parecía interesado en la idea.
Bien -sonrió Shanna-. Entonces, quizá él se marche pronto.
Cuando Shanna bajaba las escaleras, Amelia la llamó desde el salón.
– Ven, Shanna. Haré que te traigan una bandeja y una tetera. Charlotte y Gabrielle tocaron una alegre melodía en el clavicordio y después se sentaron en los sillones al lado del sofá donde se había sentado Shanna.
– Los hombres se marcharon esta mañana temprano para mostrarle la propiedad a tu padre. Ahora todo está muy silencioso -dijo Amelia riendo-. Creo que podría oír caer una pluma.
Un fuerte ruido pareció subrayar sus palabras, y las damas se volvieron para mirar el origen. Una criada estaba en la puerta del salón, mirando horrorizada la bandeja caída a sus pies. A su lado, Gaylord se sacudía su chaqueta de satén y su corbatín de encaje.
– ¡Tonta! Pon más cuidado la próxima vez -estalló él, Corriendo de ese modo, hubieras podido arruinar mi chaqueta.
La muchacha miró a la señora Beauchamp y se retorció las manos, muy apenada, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
– No te aflijas, Rachel -dijo Amelia amablemente, y fue a ayudar a la criada a recoger los trozos de la tetera y el plato de porcelana. Después, la señora de la casa se volvió con una lentitud majestuosa que hablaba de su autoridad..
– Sir Gaylord -dijo-,-, mientras se encuentre en esta casa, debe recordar no hacer críticas y desprecios a los menos afortunados. Yo no lo toleraré. Rachel fue maltratada antes de trabajar para nosotros. No lleva mucho tiempo aquí, pero es una buena muchacha y yo aprecio mucho sus servicios. No querría que se marchara porque un huésped se muestre innecesariamente duro con ella.
– Señora -dijo Gaylord, atónito- ¿está corrigiendo mis modales? Señora, yo vengo de una de las mejores familias de Inglaterra y sé como tratar a la gente inferior. -La miró con altanería-. El magistrado, lord Gaylord, usted debe haber oído hablar de él. Es mi padre.
– ¿De veras? -dijo Amelia, con una sonrisa de tolerancia-. ¿Entonces usted quizá conoce, al marqués, el hermano de mi marido?
Gaylord quedó con la boca abierta y Amelia, satisfecha con la reacción del hombre, dio media vuelta y volvió a su lugar entre las tres dama sonrientes.
– ¡El marqués! tartamudeó Gaylord y se adelantó un paso-. ¿El marqués Beauchamp, de Londres?
– ¿Acaso hay otro? preguntó Amelia lentamente-. No estaba enterada. -Indicó a Rachel que entrara; la muchachita dio un, rodeo para evitar a Gaylord-. Ahora, señoras, ¿dónde estábamos?
– Estuviste maravillosa, mamá -gritó, Gabrielle con entusiasmo cuando el hombre se hubo retirado deja habitación.
– Fue una cosa mala lo que hice -confesó Amelia. Se encogió de hombros y sus carcajadas resonaron en la habitación-. Pero lo mismo me hizo bien. La forma en que Gaylord ordenó al señor Ruark retirarse de nuestra mesa, anoche, haría que cualquiera pensara que él es el, dueño de casa.
– Nathanial dijo que oyó que el padre de sir Gaylord estaba en Williamsburg, de visita -anunció Charlotte, aceptando una taza que le ofrecía Amelia-. Me pregunto si será tan grosero y antipático como su hijo.
Entonces los ojos oscuros se posaron en Shanna, quien había cesado súbitamente de revolver su té. Ella no tenía otro pensamiento que escapar de la casa para advertir a Ruark que lord Harry estaba lo bastante cerca para ser peligroso.
– Dios mío, Shanna -se disculpó Charlotte-, he sido grosera contigo. Esta mañana, en la mesa, Gaylord ha dicho que tú y él estaban próximos a prometerse en matrimonio.
Shanna se ahogó con un panecillo con mantequilla.
– ¿Yo -Tragó un sorbo de té para hacer bajar el panecillo y negó enérgicamente con la cabeza-… Te aseguro que eso es lo que él desea. Yo ya le di mi respuesta -sonrió al recordarlo- y ciertamente fue una
negativa:
– ¿Entonces por qué continúa él presionándote, Shanna? -preguntó Gabrielle-. Desde esta mañana no me
ha dirigido una sola mirada, lo cual, sinceramente, me alivia, pero hoy, en algunos momentos, cualquiera habría jurado que estaba ardientemente enamorado de mí. Si tú lo has rechazado, ¿por qué él habla de compromiso?
Shanna sólo pudo encogerse de hombros. Entonces Charlotte estalló en carcajadas.
– Quizá Shanna fue un poco más delicada con su negativa, Gabby querida. Es humillante para cualquier caballero que una joven le diga que es tan viejo como para ser su padre y que además le señale su barriga.
Shanna rió por lo bajo.
– y yo que creía que mi respuesta fue brutal. Si su mejilla ya no le duele, mi mano todavía sí.
– Oh, qué gracioso -dijo Gabby-. ¿De veras lo abofeteaste? -Bien hecho, Shanna. ¿Pero por qué él sigue acosándote? Ya. tendría que haber renunciado.
– Supongo que el señor Ralston le ha dicho que mi padre me desea casada con un hombre con título -repuso Shanna-. Sin duda, Gaylord aún espera que yo me deje influir por su posición.
– Pero a tu padre tampoco parece gustarle el hombre -respondió Amelia-. En realidad; se puso furioso cuando Gaylord le dijo al señor Ruark que se marchara y comiera con los sirvientes. Te has perdido una verdadera batahola, querida mía, con tu padre declarando que iría a comer con su siervo, y George diciendo a todo el mundo que él era el amo en su propia casa é invitaría al que se le diera la gana a su mesa, y el pobre Nathanial tratando de calmar los ánimos, sin mucho éxito. Hasta que nos dimos cuenta de que el señor Ruark se había marchado. Pero ni George ni tu padre, desde entonces, han dirigido a Gaylord una palabra cortés.
– Entonces, quizá, fue mejor que me marchara cuando lo hice -comentó Shanna:
Momentos después Shanna quedó sola con la mayor de las Beauchamps, intrigada por las excusas que dieron las otras dos para retirarse. Por las ventanas del frente, pudo ver a Gaylord que se paseaba con las manos en la espalda, la cabeza baja, como si estuviera sumido en profundas reflexiones.
– Supongo, Shanna, que has oído muchas historias que te han hecho pensar que Virginia es una tierra salvaje. -Amelia rió suavemente cuando Shanna asintió-. Sí, es salvaje, pero jamás me he arrepentido de haber venido aquí para construir nuestro hogar. Vivimos en una cabaña de troncos hasta que pudimos despejar el terreno y levantar esta casa. Entonces sólo teníamos a Nathanial y nosotros mismos éramos casi niños. Mis padres tuvieron miedo. Querían que yo me quedara en Inglaterra hasta que George pudiera construirnos un hogar. Ellos pensaban que él renunciaría y regresaría. Y a menudo, él ha dicho que 1o hubiera hecho si yo no hubiese venido con él.
– Tiene usted una hermosa casa, señora Beauchamp, y una familia encantadora.
– Oh, hemos soportado muchas dificultades que no hubiéramos tenido en Inglaterra -continuó Amelia-. Pero creo que los problemas que hemos compartido nos han hecho mejores, y quizá más fuertes. Yo no podría soportar a un hijo vanidoso y afectado como Gaylord.
Los míos, quizá, estarían fuera de lugar en la corte, pero puedo jurar que son hombres y que no dependen de las riquezas de otro para vivir cómodamente. Y porque los amo, deseo la felicidad para ellos. Es natural que una madre desee 1o mejor para sus, hijos. Hasta ahora, han tenido la buena fortuna de encontrar 1o que necesitaban en este mundo. Dios mediante, Gabrielle y Jeremiah harán 1o mismo.
Shanna bebía su té distraídamente y se preguntaba si la madre de Ruark la aceptaría con la misma ternura y el mismo afecto que Amelia mostraba a Charlotte. Charlotte casi podía ser envidiada, pero la mujer que había criado a Ruark también tenía que ser una persona especial
– ¿Estás cómoda en la habitación de mi hijo? preguntó Amelia suavemente.
– Me siento muy cómoda aquí, como en mi propia casa -declaró Shanna con sinceridad-. Y supongo que en verano la habitación es muy fresca, con ese enorme árbol para darle sombra. ¿Dónde está su otro hijo?
– ¿Quieres otra taza de té, querida?
– Media taza, por favor. Gracias.
– El va y viene.
– Me gustaría conocerlo.
Amelia miró a su joven huésped.
– Creo que 1o conocerás, querida mía. Creo que 1o conocerás.
Momentos después, Shanna bajó la escalera vestida con un traje de amazona de terciopelo verde, que daba a sus ojos un tono oscuro muy cercano a la esmeralda. Gabrielle salía en ese momento por la puerta principal.
– ¿Hay algún sendero por donde pueda cabalgar y no extraviarme? -preguntó Shanna.
La mujer respondió llevándola al fondo de la casa. Allí, desde las ventanas, pudieron ver las colinas que se levantaban más allá del lugar donde estaban.
– Hay un sendero que lleva al valle alto junto a aquel gran roble. -Como era un poco más alta, Gabrielle miró a Shanna desde arriba, y afirmó, como por casualidad y encogiéndose de hombros-: Probablemente vea allí al señor Ruark, con Jeremiah.
Shanna se relajó con el ritmo del trote de Jezebel y sintió la brisa vigorizante mientras la hierba corría bajo los cascos del animal. El viento agitaba la pluma curvada de su gorra de montar de terciopelo, y en el puro goce del momento, Shanna sacudió las riendas. La montura respondió lanzándose al galope. Jezebel se encontraba en un terreno familiar y Shanna la dejó correr hasta que pasaron junto al gran roble y entraron en el bosque, siguiendo una huella de carros. Aquí, redujo la velocidad a un andar más prudente.
El aire estaba fresco pero el sol se encontraba alto, y en esta tierra salvaje había una. atmósfera de casta virginidad. Shanna alcanzó a ver un ciervo que pasó entre las sombras. Después la huella empezó a ascender. Altas colinas se elevaban a cada lado y el sendero rodeó un acantilado bajo. Cuando dio la vuelta al mismo, Shanna soltó una exclamación de asombro y detuvo a la yegua.
Un amplio valle extendiese ante ella, fértil y rico como una piedra preciosa. En el centro del valle, una cadena de pequeñas lagunas brillaban azules debajo del cielo luminoso, alimentadas por una cascada que se derramaba desde un risco en medio de centelleantes arcos iris. Más allá de las lagunas, bajo las ramas de un grupo de pinos, se levantaba una pequeña cabaña de simple y tosca construcción, y de su chimenea salía una delgada columna de humo que se enroscaba en el aire.
Shanna vio huellas de varios caballos y espoleó a Jezebel. Pasó entre un grupo de sauces, cruzó el pequeño y límpido arroyo y llegó al terreno que rodeaba la cabaña. La puerta estaba entreabierta y había un hacha sobre una pila de leños recién cortados. Más allá de la cabina, Un cerco rodeaba un prado donde pastaba una tropilla de caballos que rivalizaban en gracia y belleza con el que ella montaba.
Inquieta, Jezebel golpeó con sus cascos la hierba que crecía abundante y Shanna tiró con firmeza de las riendas, mientras contemplaba la belleza del pacífico valle. Sintió un leve ruido a sus espaldas, se volvió y vio a Ruark que apoyaba su largo rifle en un tocón. Sonriendo, él se acercó y la ayudó la apearse.
– ¿Cómo sabías donde me encontrarías?
Ella le sonrió.
– Gabrielle me lo dijo.
– Me alegro -dijo él. Se inclinó y la besó en la boca. Shanna suspiró, feliz, y se dejó abrazar por esos brazos fuertes. Pero entonces recordó lo que la había llevado hasta allí.
– El magistrado lord Harry está en Williamsburg -murmuró, y se apartó un poco para mirarlo a los ojos.
– Ese bastardo -gruñó Ruark.
– ¿Qué haremos? -preguntó Shanna en tono de preocupación. Ruark le acarició la mejilla.
– No temas, amor mío. Nos salvaremos de eso.
La besó nuevamente, retrocedió un paso y emitió un grito suave arrulante. Un movimiento en los arbustos detrás de la cabaña llamó la atención de Shanna, y en seguida apareció Jeremiah. El también llevaba un largo mosquete y vestía como Ruark, con suaves calzones de piel de ciervo, chaleco y camisa de lino.
– Señor Ruark -dijo Jeremiah, con voz extrañamente cargada de risa-. Creo que será mejor que yo vaya a arreglar esa rotura del cerco antes, de que las yeguas lo encuentren. Me tomará un tiempo.
Con eso, levantó el hacha y se alejó casi al trote. Shanna hubiera jurado que oyó una risita.
Ruark lo miró alejarse.
– Muchacho listo. Siempre dispuesto a hacer más de lo que le corresponde.
Shanna arrugó la frente y sintió como si entre ellos hubiera sucedido algo que a ella se le escapaba completamente. ¿Pero qué importaba mientras ella y Ruark pudieran estar a solas?
El tomó la cola del vestido de ella y levantó el borde de la hierba húmeda.
– Necesitarás un par de calzones si piensas vagabundear por aquí. Déjame que suelte a Jezebel. Después te enseñaré el lugar.
Shanna se levantó la falda y lo siguió. En el corral, Ruark sacó la brida a la yegua. El animal lo siguió como un perro entrenado mientras él la llevaba hasta la puerta y la dejaba pasar.
Feliz, Shanna corrió hacia la sombra que proyectaba un alto pino. Bailó y pateó sobre la espesa alfombra de agujas de pino. Después se volvió junto a Ruark y se le arrojó en los brazos, como una jovencita recién enamorada.
– ¿Quieres ver la cabaña? -preguntó él roncamente, besándola en la boca. Shanna asintió con vehemencia y se dejó conducir. Frente a la cabaña, Ruark la levantó en brazos y traspuso con ella la puerta. Adentro la cabaña era sencilla, débilmente iluminada por el fuego que ardía en el hogar. Ruark dejó a Shanna en el suelo, tomó un leño encendido del hogar y encendió su pipa. Intrigada por la sólida comodidad del interior, Shanna pasó la mano por la superficie de una rústica mesa y miró una gran olla de hierro que colgaba al lado del fuego. Saltó retozona sobre la cama, tocó la rica manta de pieles y se volvió.
– Oh, Ruark ¿no sería maravilloso si pudiéramos tener algo como esto? -exclamó entusiasmada.
El la miró a través de las volutas de humo que se elevaban de su pipa.
– Vamos, Shanna, ¿de veras estarías satisfecha aquí?
– ¿Acaso lo dudas? Soy fuerte, señor Beauchamp, y muy capaz de enfrentar cualquier desafío. Aprenderé a cocinar. Quizá no tan bien como las cocineras de papá, pero no me gustan los maridos gordos. -Se tocó el vientre y preguntó-: ¿Me amarás cuando mi barriga esté hinchada por la criatura?
– Oh, Shanna -dijo Ruark y la abrazó-. Te amaré hasta el día de mi muerte.
Ella se apretó contra él y respondió a sus besos.
– ¿Cuánto tiempo tardará Jeremiah en regresar?
– Sólo vendrá cuando yo lo llame -dijo Ruark, y fue a cerrar la puerta.
Las ramas desnudas del roble rozaban de tanto en tanto la ventana de la habitación de Shanna, quien estaba mirando la noche estrellada. Su tarde pasada con Ruark en la cabaña la había convencido del hecho de que quería vivir con él, cualesquiera que fueran las dificultades o las alegrías que se presentaran. Ya estaba decidida, pero se sentía muy sola. Era como si se encontrara sola en el mundo y todo el peso de su locura descansara sobre sus hombros. Lo que pensaba hacer podía dejada sin nadie, sin Ruark, sin su padre. ¿Realmente los Beauchamps la aceptarían pese a su vergüenza, como había dicho Nathanial?
Shanna apoyó una mano en su vientre y sintió la vida que florecía en ella. Súbitamente supo que nunca estaría sola.
Orlan Trahern estaba sentado en el sillón de cuero de la habitación de huéspedes y estudiaba varios mapas y papeles. La producción de esta tierra era lo bastante rica para hacer estremecer a su corazón de comerciante. En realidad, había empezado a ver las ventajas de adquirir una propiedad aquí para él, quizá sobre el río James, donde su f1ota de barcos podría llegar.
Un ligero golpe en la puerta interrumpió sus cavilaciones y la voz de Shanna dijo, suavemente:
– Papá, ¿estás despierto?
El dejó los papeles sobre el escritorio y dijo:
– Entra, Shanna, entra.
La puerta se abrió y Shanna entró y cerró. Se le acercó, lo besó en la frente y vio que él sonreía.
– ¿Sucede algo malo, papá?
– No, criatura. Sólo estaba recordando. -La miró con ternura. Se la veía pequeña entre los amplios pliegues de su bata de terciopelo-. Parecías asustada, como cuando eras pequeña y había tormenta. Llamabas a nuestra puerta y te refugiabas entre tu madre y yo.
Shanna se estremeció interiormente y buscó una silla para calmar su temblor.
– Papá, yo… -dijo en voz baja, casi trémula. Aspiró profundamente y soltó todo rápidamente-. Papá, estoy encinta y el padre es John Ruark.
Siguió un momento de profundo silencio y Shanna no pudo levantar los ojos para mirar la cara de su padre.
– ¡Buen Dios, mujer!
Shanna saltó cuando oyó la exclamación de él. OrIan se levantó de su silla y en un paso estuvo ante ella. Shanna se preparó para lo peor, pero la voz de él sonó más baja, aunque resonó ronca y fuerte en la habitación silenciosa.
– ¿Sabes lo que has hecho?
Ella tenía los ojos fuertemente cerrados y de sus pobladas pestañas las lágrimas colgaban y amenazaban con caer. Entonces las palabras de él cayeron en sus oídos y le llenaron la mente.
– Has solucionado por mí, querida muchacha, un problema que me ha estado amargando las últimas semanas. ¿Cómo hubiera podido yo, con todas mis veleidades sobre sangre y títulos de nobleza, pedir a mi hija que se casara con un siervo? -Se inclinó y le tomó las manos. Después la obligó a mirado a la cara-. Si me hubieras dado a elegir a mí, yo te habría rogado que te casaras con Ruark. Pero como juré que tú podrías elegir, no quise interferir. -La miró a los ojos-. ¿Lo amas?
– Oh, sí, papá. -Shanna se levantó y echó los brazos al cuello de su padre-. Oh, sí, lo amo.
– ¿El te ama? ¿Se casará contigo? -No la dejó responder-. ¡Claro que lo hará! -Su voz empezó a levantarse, airada-. Yo me ocuparé.
Shanna se llevó un dedo a los labios y lo hizo callar. Tenía pensado confesar toda la historia, pero temía que el engaño que había tramado pudiera herir los sentimientos de su padre. Sería mejor dejar pasar un tiempo.
– Papá, hay una dificultad. Te lo diré a su debido tiempo, pero hay una razón para que por un tiempo no podamos sacarla a la luz. -Vio que él se ponía ceñudo y rogó-. Confía en mí, papá. Todo saldrá bien.
– Supongo que tienes un buen motivo -dijo él con renuencia-. Pero no debe ser demasiado tiempo. Quiero poder hablar de mi nieto.
– Gracias, papá. -Lo besó y regresó a su habitación.
Allí cerró la puerta tras de sí y muy pensativa fue hasta la cama, sonriente y llorosa al mismo tiempo. Una sombra se levantó de un sillón y ella ahogó una exclamación antes de reconocer a Ruark. Se arrojó en sus brazos y rió contra su pecho.
– Se lo dije, Ruark. Le conté a papá acerca de nosotros dos.
– Me lo imaginé. -La besó en el cabello-. Oí su grito de dolor.
– ¡Oh, no! -se apartó un poco y lo miró a los ojos-. El lo aprueba, Ruark. Está muy feliz.
Ruark enarco las cejas, sorprendido.
– Oh, no le dije que estamos casados, sólo que juntos habíamos hecho un bebé.
Ruark levantó las manos y exclamó:
– Gracias, muchas gracias, señora. Ahora soy un profanador de viudas.
– ¡Tonto! -dijo Shanna apartándose, y mirándolo por encima de su hombro-. Si en verdad yo fuera viuda, eso podría ser cierto. Por supuesto -10 miró con fingida cólera- está esa viuda teñida. ¿A ella te refieres?
– No, señora. Me refiero a una mujer joven y seductora que me tienta en exceso.
Llegando a una conclusión propia, Ruark se puso serio.
– Shanna, amor -dijo-, puesto que la noche parece apropiada para decir verdades, yo también tengo que confesar algo.
– Ruark, no tengo miedo de tus anteriores amantes -rió Shanna-. No me importunes con secretos, ahora. Mis nervios todavía están temblando. – Fue hasta la puerta y la cerró con llave. Miró a su alrededor, un poco desconcertada-. ¿Cómo llegaste aquí? David estaba abajo. Lo vi desde la escalera. ¿Acaso te han crecido alas?
– No, mi amor. – Ruark señaló la ventana-. El roble que crece junto a la cocina es una buena escalera.
– Le puso las manos en la cintura y la atrajo hacia si. Pero, Shanna, hay una cosa que quisiera decirte. Esta es mí…
Shanna lo silenció con un beso y se apretó contra él.
– Ven háblame de tu amor -murmuró ella-. Y después dame una t prueba de ese amor.
– Te amo -susurró Ruark, sus brazos la rodearon debajo de la bata. El sintió la tibieza del cuerpo de ella bajo la delgada seda del camisón, y todos los otros pensamientos huyeron de su mente-. Te amo como la tierra debe amar a la luna que se eleva en la noche como una diosa de plata y da su luz a las diminutas criaturas de la oscuridad.
Shanna lo empujó hacia la cama y lo acarició con pasión.
– Te amo como las flores aman a la lluvia y abren sus pétalos, para recibir su tierna caricia. -Su boca buscó la de ella-. Te amo, Shanna por encima de todas las cosas.
Shanna se despertó sobresaltada y quedó inmóvil, preguntándose qué era lo que había interrumpido su sueño. El reloj de la chimenea dio delicadamente las tres, y ella escuchó. Sintió el cuerpo desnudo de Ruark contra su espalda. Entonces se percató de que también él estaba rígido, tenso, conteniendo la respiración. Volvió la cabeza, y al débil resplandor del fuego, lo vio apoyado sobre un codo y mirando fijamente la puerta. Entonces ella oyó el ruido de la perilla que giraba y volvía lentamente a su lugar; la puerta, cerrada con llave, no se abrió. Miró a su marido con una muda pregunta en los ojos.
Ruark se llevó un dedo a los labios para pedirle silencio. Saltó sigilosamente de la cama, tomó sus calzones y se los puso. Con pasos rápidos y silenciosos cruzó la habitación mientras Shanna se ponía su bata. Si él iba a enfrentar a alguien más allá de esa puerta, ella no quería que la sorprendieran desnuda.
Muy suavemente, Ruark giró la llave. Entonces, con un rápido movimiento que hizo sobresaltar a Shanna, dio un paso atrás y abrió completamente la puerta.
No había nadie. Tampoco en el pasillo, que estaba completamente a oscuras. Ruark regresó al dormitorio, cerró la puerta y nuevamente le puso llave.
– ¿Quién pudo haber sido? -susurró Shanna.
– Estoy empezando a sospechar -replicó Ruark. Después de unos momentos, se quitó los calzones y volvió a meterse en la cama.¡
– Estás frío -dijo Shanna, apretándose, contra él.
De pronto Ruark se sentó y Shanna lo miró sorprendida.
– ¿Qué demonios es eso? -dijo él, e inclinó la cabeza para oír mejor. En el silencio de la habitación pudo oírse un débil pero furioso relincho.
– Attila -susurró Shanna, sentándose junto a Ruark-. Algo lo está perturbando.
Ruark se levantó, se puso otra vez los calzones y dijo:
– Iré a ver-. Se puso también la camisa-. Cierra la puerta con llave cuando yo salga. Si alguien trata de entrar, grita. Alguien te oirá.
Shanna sintió miedo. Parecían demasiadas coincidencias ser despertados de un sueño profundo y en seguida escuchar los relinchos de Attila. Si hubieran estado dormidos, no habrían oído al caballo con las ventanas cerradas y el establo a una buena distancia de la casa.
– Ruark, no vayas -rogó ella-. No sé, pero aquí hay algo malo.
– Tendré cuidado. -La besó rápidamente en los labios-.
Mantén caliente mi parte de la cama. Tendré frío cuando regrese. Shanna lo miró con expresión preocupada y lo siguió hasta la puerta. Cuando él salió, ella cerró con llave y empezó a pasearse nerviosamente, por la habitación. Momentos más tarde, ella no pudo decir cuánto tiempo, el corazón se le estremeció cuando oyó que Charlotte gritaba desde un dormitorio al extremo del pasillo.
– ¡El establo! ¡El establo está ardiendo! Nathanial, despierta. ¡El establo está en llamas!
Shanna se levantó con un grito. Una mirada a la ventana le reveló un resplandor en las cortinas.
– ¡Ruark! -Con un grito ahogado llegó a la puerta y con dedos temblorosos trató de hacer girar la llave-. ¡Oh, no! ¡Por favor, no! ¡Ruark!
Descalza y en camisón, Shanna abrió la puerta y salió al pasillo, donde casi chocó con Nathanial, quien apenas había alcanzado a ponerse un par de calzones. Charlotte estaba con él, llevando una linterna y con los hombros envueltos en una manta. En el pasillo ya empezaban a abrirse las otras puertas.
– ¡Ruark! -gritó Shanna, al borde de la histeria-. ¡Está en el establo!
– ¡Oh, Dios mío! -Charlotte se llevó una mano a la boca y sus ojos se dilataron de miedo.
Nathanial no tuvo tiempo para comentarios y ahora, completamente despierto, bajó las escaleras como si un demonio lo siguiera. Pisándole los talones. Corrió a la parte posterior de la casa, dejando puertas abiertas a su paso, y no se detuvo hasta que cruzó el prado de césped.
Las llamas, como lenguas hambrientas, lamían las paredes del establo, y ellos encontraron las puertas cerradas: La puerta más ancha estaba atrancada con un pesado madero y la pequeña tenía apoyado un grueso poste que impedía que fuera abierta desde dentro. Los relinchos y quejidos de los animales encerrados desgarraban la noche y el crepitar del fuego convertíase en un rugido.
– ¡Ruark! -gritó Shanna, clavando las uñas en el brazo desnudo de Nathanial-. ¡El vino a ver a los caballos!
Se acercaron a la puerta más pequeña y Nathanial sacó cubos de agua del abrevadero para arrojarlos sobre las llamas que amenazaban el umbral, mientras Shanna luchaba contra el peso del grueso poste. Nathanial la hizo a un lado, y de un empujón desplazó el poste. Sollozando, Shanna aferró el picaporte. El metal recalentado le quemó los dedos, y ella envolvió su mano en un extremo de la manta y consiguió abrir.
Densas nubes de humo brotaron del interior cuando la puerta quedó completamente abierta. Shanna tuvo que retroceder, casi sofocada. Nathanial arrebató la manta de los hombros de ella, la mojó en el abrevadero, se la puso sobre la cabeza y los hombros y entró en el infierno.
Un grito de terror de Attila desgarró el aire y Shanna, presa de miedo, se tapó los oídos. Ahora varios hombres corrían de un lado a otro. Se formaron más para pasarse cubos de agua de mano en mano. Una lluvia de chispas cayó en el interior y Shanna quedó paralizada. Por su mente se cruzó una visión de Ruark retorciéndose en espantosa agonía. El pánico estuvo a punto de hacerla entrar en el establo como una demente, pero entonces vio una forma que avanzaba hacia ella en medio del humo. Shanna se adelantó. Nathanial salió tambaleándose, con Ruark cargado sobre sus hombros, y la manta mojada cubriéndolos a los dos. Shanna lo tomó de un brazo, lo condujo al exterior y sintió sus propios pulmones a punto de estallar.
Otros hombres entraron para soltar a los caballos, entre ellos Orlan Trahern, con una bata de color vino que se abría a la altura de la barriga y Pitney, con su largo camisón flameando sobre sus calzones.
Nathanial cayó de rodillas, jadeante, y Ruark se deslizó fláccidamente sobre la manta mojada. Charlotte se arrodilló junto a su marido, mientras Shanna, frenéticamente, arrancaba la manta empapada que cubría a Ruark. El gimió y levantó la cabeza.
– Oh, mi amor, mi amor. -Lloró aliviada cuando él abrió los ojos-. ¿Estás bien? ¿Estás herido?
– Mi cabeza. -El dio un respingo cuando ella le tocó el cuero cabelludo. Shanna ahogó una exclamación: la manga de su camisón estaba manchada de sangre.
– ¡Estás sangrando! -exclamó.
Charlotte se acercó y separó delicadamente los cabellos de Ruark.
– Aquí hay una herida -anunció Charlotte.
– Un maldito bastardo me golpeó desde atrás -gruñó Ruark roncamente. Se sentó y se tocó la parte posterior de la cabeza.
– El estaba tendido en el suelo y las puertas estaban cerradas desde el exterior -dijo Nathanial-. El que inició el fuego quiso asar vivo a Ruark.
Pitney salió conduciendo a Jezebel, seguido de otros hombres que sacaron a otros del establo en llamas.
Un grito furioso, no de un animal, sorprendió a todos. Attila salió disparado, saltando para librarse del bulto oscuro que se aferraba a su lomo. Ruark dio un silbido penetrante y el semental se volvió y se detuvo junto a Shanna. El bulto oscuro resultó ser Orlan Trahern.
– ¡Gracias a Dios! -dijo Trahern-. Temí que me llevara a los bosques. Un extremo del cinturón de su bata estaba atado alrededor del cuello del animal y el otro sostenido firmemente en la mano de Trahern.
El hacendado tenía el rostro manchado de hollín. Le faltaba una zapatilla y su pierna y su pie estaban manchados con una sustancia de color parduzco, mientras la otra zapatilla parecía aplastada.
– ¡Papá! -exclamó Shanna.
– El animal estaba atado en su establo -dijo Trahern, apoyándose en el cuello de Attila-. Cuando lo solté, el muy bruto me pisó un pie. -Se tocó cuidadosamente el pie y gruñó de dolor cuando lo apoyó en el suelo-. ¡Animal ingrato! Me has lastimado.
El semental resopló y rozó con el morro el hombro de Trahern.
– Eh, ¿qué es esto? – Trahern miró la cabeza del caballo-. Está todo ensangrentado.
Ruark olvidó el dolor de su cabeza, se puso de pie y examinó el morro y la cara de Attila, donde se veían largas manchas ensangrentadas.
– Ha sido golpeado. ¿Y dice usted que estaba atado?
– ¡Ajá! – Trahern flexionó los dedos de la mano, como si dudara de que estuvieran en condiciones-. Y con la cabeza baja, cerca de las tablas.
George se acercó y dijo:
– Parece que lo hicieron para atraer a alguien al establo.
Miró pensativo a Ruark y después a Shanna, quien estaba tomada del brazo de su marido.
George agregó:
– Cada vez me convenzo más de que esto fue un intento de asesinato. Pero en nombre del cielo, ¿por qué?
– No puedo decirlo -gruñó Ruark y se volvió a los otros hombres-. ¿Los caballos están a salvo?
– Sí -dijo Pitney-, pero miren lo que encontré-. Mostró una fusta cargada con perdigones, que en su superficie negra tenía manchas de sangre y pelos grises adheridos.
Ruark apretó los labios.
– ¡Maldito bastardo! -dijo con vehemencia-. Si le llego a poner las manos encima, lo mataré.
– Bueno, cualquier cosa que hagas con él tendrás que hacerlo con las manos -dijo Nathanial secamente-. Creo que vi tus pistolas y tu mosquete en el establo, antes de cenar. Probablemente ahora están ardiendo.
El establo ardió completamente. Algunos de los hombres abrieron a golpes de hacha un agujero en la pared exterior del cuarto de arneses y salvaron casi todas las sillas de montar. Empezó a amanecer antes de que los últimos restos calcinados se derrumbaran entre lluvias de chispas.
El grupo regresó a la casa. Cansados, con los rostros ennegrecidos. Una vez allí, reconociendo que el desastre hubiera podido ser peor, todos brindaron agradecidos.
George examinó sus gafas rotas con una sonrisa, y dijo:
– Ahora podré levantar un establo en la colina donde siempre quise tenerlo.
– Buena suerte, entonces -dijo Amelia-, excepto, claro, el pie del señor Trahern, la cabeza del señor Ruark y tus gafas.
Todos rieron.
– Señor Ruark -dijo Amelia por encima de su hombro-. Usted puede usar la antigua habitación de Nathanial. Está junto a la de Shanna.
A Ralston no se lo veía en ninguna parte. Su cama no había sido usada, Gaylord dormía pacíficamente y sus ronquidos resonaban en el pasillo, frente a su habitación.
Después que todos se bañaron, desayunaron más tarde que de costumbre. Orlan entró en el comedor con un pie vendado. Pese a los ruegos de Shanna, Ruark no se había dejado vendar la cabeza. Cuando él entró, se sentó silenciosamente al lado de ella. Nadie cuestionó su derecho a sentarse allí, y en ausencia de Gaylord y Ralston, el desayuno fue una reunión amable y animada.
Por fin apareció Gaylord, quien observó al grupo sentado alrededor de la mesa y consultó desconcertado su reloj.
– Hum -murmuró-. ¿Me he perdido alguna celebración local?
– ¿Durmió usted toda la noche? -preguntó Shanna, sorprendida. -Por supuesto -suspiró él-. Estuve leyendo un volumen de sonetos hasta tarde, pero después… -Se rascó pensativamente la mejilla con un dedo inmaculado-. Parece que hubo cierta perturbación, pero luego de un rato la casa quedó silenciosa y yo pensé que lo había soñado.
Se sentó en una silla y empezó a llenar un plato. Para ser un hombre tan ocioso, su apetito resultaba sorprendente.
– ¿Por qué me lo pregunta? -dijo él-. ¿Sucede algo malo?
– Usted duerme excepcionalmente bien, señor -comentó Ruark, en tono levemente irónico.
Gaylord dirigió a Ruark una mirada biliosa y tomó nota de su proximidad con Shanna.
– Creo que usted ha olvidado nuevamente su lugar, siervo. Sin duda, estas buenas gentes son demasiado corteses para recordárselo.
– Pero usted lo hace, por supuesto -replicó Ruark despectivamente.
George había dejado su taza de té y ahora habló con firmeza.
– El señor Ruark es bienvenido a mi mesa, señor.
Gaylord se encogió de hombros.
– Esta es su casa, por supuesto.
Estaban levantándose de la mesa cuando el caballero se dirigió a su anfitrión.
– ¿Sería posible que un sirviente me prepare un buen caballo? Tengo deseos de conocer este lugar que tanto elogian ustedes, para ver, si es posible, si encuentro algún mérito en él.
– El establo ardió hasta los cimientos anoche -dijo Amelia.
Gaylord levantó las cejas.
– ¿El establo, ha dicho usted? ¿Y los caballos también?
Pitney se aclaró la garganta y dijo:
– Los hemos salvado a todos. Parece que alguien inició el fuego después de encerrar adentro al señor Ruark. Pero, por supuesto, usted estaba durmiendo y no se enteró de nada.
– Sin duda -dijo el caballero en tono despectivo- esa es la historia que contó el siervo después de provocar el incendio por descuido. Una buena excusa.
– No es posible -intervino Nathanial- puesto que las puertas estaban cerradas desde el exterior.
– Quizá el esclavo se ha hecho de algunos enemigos -dijo Gaylord, y se encogió de hombros-. Pero eso a mí no me interesa. Yo sólo pedí un caballo, no un relato de las desdichas de otro.
– Le conseguiremos un caballo -anunció bruscamente George.
La familia y los huéspedes se congregaron en el salón, pues se decidió que el día sería dedicado a descansar. Sir Gaylord, para alivio de todos, consiguió montar un caballo y pronto se perdió de vista.
Poco tiempo después, llamó la atención de todos el ruido de un carruaje que se acercaba. Gabrielle fue hasta la ventana. Shanna se acercó y alcanzó a ver a una joven con una criatura en brazos que descendía de un landó ayudada por el cochero. Gabrielle se volvió y con los ojos dilatados, se dirigió a su madre:
– ¡Es Garland! ¿No le habías dicho que no viniera?
Amelia ahogó una exclamación y dejó caer su labor de aguja. Se puso de pie, aparentemente indecisa.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Garland! -Se volvió hacia su marido: con expresión de súplica. ¿George?
También Ruark pareció súbitamente alterado. Sacudió la cabeza como apesadumbrado, se apartó de Shanna y se apoyó en la repisa de la chimenea, ceñudo, con expresión de genuino disgusto. Shanna lo miró sumamente desconcertada.
La entrada de Garland fue como la llegada de un torbellino, una brisa de aire fresco llenando toda la casa. Cuando entró, fue directamente hacia su madre y le entregó el niño. Sin mirar a nadie más, la recién llegada fue directamente hacia Ruark y lo besó.
Bienvenido a casa, Ruark -dijo ella en voz suave y afectuosa. Garland se volvió, se quitó el sombrero y se acercó a Shanna, quien vio el cabello renegrido, los ojos dorados y la sonrisa radiante. No le quedó ninguna duda de que Garland era hermana de Ruark. Pero Garland era hermana de Gabrielle, y de Nathanial, y de Jeremiah. ¡Todos hermanos y hermanas de Ruark Deverell Beauchamp!
– y por supuesto, tú debes ser Shanna -dijo Garland.
– ¡Oh! -exclamó Shanna saliendo del shock. Miró a Ruark, quien le sonrió tímidamente y se encogió de hombros-. ¡Tú! -Miró nuevamente a la muchacha-. ¡Tú eres… oh!
Shanna dio media vuelta y huyó del salón, subió la escalera y se encerró en el dormitorio que había estado usando. Cerró la puerta con llave y enfrentó a la sorprendida Hergus, quien estaba limpiando el cuarto. Shanna miró por primera vez a su alrededor con otros ojos, y comprendió: esta era la habitación de Ruark. Su escritorio. Su libro en griego. Su cama. Su guardarropa. ¡Oh, cómo la había engañado!
La voz de Orlan Trahern resonó con fuerza en medio del silencioso salón.
– ¿Alguien quiere decirme qué está sucediendo?
Pitney soltó una risita y Ruark se adelantó, juntó los talones e hizo una leve reverencia.
– Ruark Beauchamp, a su órdenes, señor.
– ¡Ruark Beauchamp! -exclamó Trahern.
Su siervo no se detuvo a explicar sino que salió corriendo en pos de Shanna. Trahern se levantó y empezó a seguirlo, pero se 1o impidió su pie lastimado. Golpeó el suelo con el bastón y gritó, hacia arriba de la escalera:
– ¿Cómo demonios puede ser ella viuda si usted es Ruark Beauchamp?
Ruark replicó por encima de su hombro:
– Ella nunca fue viuda. Yo mentí.
– ¡Maldición! ¿Están o no están casados?
– Estamos casados -respondió Ruark desde la mitad de la escalera. Orlan gritó más fuerte aún:
– ¿Seguro?
– Sí, señor.
Ruark desapareció por el pasillo y Trahern regresó al salón, con expresión ceñuda y pensativa. Miró acusadoramente a Pitney, quien se limitó a encogerse de hombros y encender su pipa. Después miró a su alrededor y vio las expresiones preocupadas de todos los Beauchamps. La barriga de Trahern empezó a temblar y poco después resonaron sus potentes carcajadas. Hubo alguna que otra tímida sonrisa. Trahern se acercó, cojeando, a George y le tendió la mano.
– Suceda 1o que suceda, señor -dijo-, estoy seguro de que no sufriremos de aburrimiento.
Ruark probó a abrir y encontró la puerta cerrada con llave.
– ¿Shanna? -dijo-. Te explicaré.
– ¡Vete! -respondió ella con un grito-. ¡Me hiciste quedar como una tonta delante de todos!
– ¿Shanna? Abre la puerta.
– ¡Vete!-
– ¿Shanna? – Ruark empezó a encolerizarse y apoyó un hombro contra la puerta.
– ¡Déjame en paz, mequetrefe llorón! -repuso Shanna-. ¡Ve a hacer tus bromas a alguna otra estúpida!
– ¡Abre la puerta!
– ¡No!
Ruark retrocedió y lanzó una patada con todas sus fuerzas.
La puerta era de roble macizo, pero el pistillo y la jamba no resistieron el mal trato.
Ruark entró y se encontró frente a una horrorizada Hergus.
– ¡S…s…señor Ruark! -tartamudeó la mujer-. Váyase de esta habitación, señor Ruark. No permitiré que la deshonre delante de estas buenas personas.
Ruark la ignoró y avanzó hacia Shanna, quien le había vuelto la espalda. Pero la escocesa se adelantó y se interpuso.
– Salga de mi camino -gruñó Ruark. No estaba de humor para tolerar intromisiones.
La criada se mantuvo firme.
– ¡Señor Ruark, usted no hará esto aquí!
– ¡Mujer, usted está interfiriendo entre mi esposa y yo! ¡Váyase!
Hergus 1o miró con la boca abierta. Muy dócilmente, se hizo a un lado y salió de la habitación.
– ¡Shanna! -dijo Ruark, furioso, pero en seguida comprendió que ella debía sentirse herida-. ¿Shanna? preguntó, en tono más Suave-. Shanna, te amo.
– ¡Beauchamp! ¡Beauchamp! -dijo ella, golpeando el suelo con el pie con cada palabra-. Debí saberlo.
– Anoche traté de decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.
Shanna lo miró con ojos llenos de lágrimas.
– Entonces, soy una señora Beauchamp, de los Beauchamps de Virginia. No soy viuda ni lo he sido nunca. Seré la madre de un Beauchamp y mi padre tendrá lo que tanto ansiaba.
– Al demonio con lo que ansiaba tu padre. -Ruark la tomó en sus brazos-. Tendrás todo lo que desees.
– Desde el principio me tomaste por una tonta -acusó ella, resistiéndose al abrazo-. Hubieras podido decírmelo y me habrías ahorrado muchas cosas.
– ¿Recuerdas, amor mío, en Mare's Head, cuando dijiste que me aceptarías si yo viniera de una familia de elevada posición y de buen nombre? -preguntó él suavemente-. Yo quería que tú me amases, Shanna, como siervo o como un Beauchamp. Si te lo hubiera dicho, nunca habría estado seguro.
– ¿Esto es todo tuyo, verdad? ¿Esta habitación? ¿El valle con la cabaña y la cama donde hicimos el amor? ¿Los caballos? ¿Hasta Jezebel fue un regalo tuyo?
– Todo lo que tengo lo pongo gustosamente a tus pies -murmuró Ruark.
– ¿Cómo es que sabes tanto de aserraderos? -preguntó Shanna, súbitamente recelosa.
El respondió quedamente:
– He construido tres, que son míos, sobre el río James y uno muy grande en Well's Landing, Richmond.
– ¿Y los barcos? -Lo miró con sospechas-. Siempre me sentí intrigada por la goleta, por lo bien que la conducías. Parece que también tienes conocimientos de navegación.
– Mi familia posee seis barcos que recorren la costa -dijo Ruark y la acarició con la mirada-. Yo poseo dos, ahora tres, con la goleta.
Shanna gimió con desesperación.
– Eres más rico que mi padre.
El rió por lo bajo.
– Eso lo dudo sinceramente, pero puedo comprarte todos los vestidos que desees.
Shanna enrojeció al recordar todas sus reyertas y las veces que lo había rechazado.
– Te reíste de mí todo el tiempo -gimió desconcertada-. Cómo debes de haber sufrido al no poder echar mano a parte de tu fortuna para librarte de la servidumbre en Los Camellos.
– Te lo dije una vez, el dinero no era problema para mí. -Fue hasta la caja de música y abrió una puerta oculta en uno de los costados, revelando un compartimiento secreto que ocupaba toda la base. Sacó varias piezas de piel de ciervo encerada y después dos saquitos de cuero, que tintinearon cuando él los sopesó en una mano. He tenido esto desde que Nathanial fue a Los Camellos. El hasta me envió la caja para guardado. Aquí hay más que suficiente para pagar mi libertad y mi pasaje a Virginia. Si no hubiera querido estar contigo, me habría marchado.
Se acercó a Shanna y le acarició el cabello. Ella lo miró a los ojos.
– Te amo, Shanna. Quiero compartir mi vida y todo lo que me pertenece contigo. Quiero construirte una mansión, como hizo tu padre para tu madre y mi padre. para mi madre. Quiero darte hijos, verlos crecer, bañados en nuestro amor. Poseo propiedades en el James. La tierra es buena y alimentará a nuestros descendientes. Sólo espero que tú me digas dónde quieres que construya la casa.
Shanna sollozó.
– Yo alentaba la idea de vivir en una cabaña contigo. -Ruark la estrechó con fuerza y ella murmuró, contra el pecho de él-: Te habría arrancado el cuero cabelludo, sabes.
Momentos después, oyeron que alguien se aclaraba la garganta en la puerta. Esta vez volvieron sin temor y se encontraron con la sonrisa de Nathanial Beauchamp.
– Parece que siempre estoy interrumpiendo -dijo Nathanial, y rió suavemente.
Shanna se volvió sin dejar los brazos de Ruark.
– Esta vez no pediré su discreción, señor. Cuénteselo a quiero quiera.
Ruark hizo señas a su hermano para que entrara.
– ¿Qué estás pensando? -preguntó.
Nathanial los miró afectuosamente.
– Temía que Shanna pudiera considerarme un mentiroso por no haberte reclamado como a un hermano, y yo quiero aclarar eso, ahora que el secreto ha sido revelado.
Impulsivamente, Shanna plantó un beso en la mejilla de su cuñado.
– Lo perdono. Sin duda, Ruark, le hizo jurar que guardaría silencio.
– Sí, así fue -respondió Nathanial-. Cuando llegamos a Los Camellos, Ruark me buscó. Le di dinero para que pagara su deuda pero él se negó a partir y a revelar la verdad. Pensé que alguna bruja lo había hechizado. -El capitán rió-. Entonces la conocí, y comprendí por lo menos una parte de su actitud.
– ¿Pero cómo fue que usted llegó a Los Camellos? -preguntó Shanna-. Seguramente no fue una coincidencia.
– Cuando llegué a Londres, hice averiguaciones sobre el paradero de mi hermano.
Me enteré de que lo habían acusado de asesinato y ahorcado por es delito. Los archivos de Newgate decían que su cuerpo había sido entregado al servidor de la señora Beauchamp. En los muelles me informaron que esa misma dama y su comitiva habían zarpado hacia una isla llamada Los Camellos. Se despertó mi curiosidad, de modo que hice una escala en mi viaje de regreso. También tengo que decide otra cosa que puede darle un poco de tranquilidad. Contraté abogados en Londres, quienes me prometieron una muy seria investigación sobre la muerte de esa muchacha, aunque todavía no he recibido ninguna noticia alentadora.
– Pero seguramente llegará -dijo Shanna-. ¡Tiene que llegar! Ruark no mató a la muchacha. Y nosotros no queremos pasar el resto de nuestras vidas ocultos del mundo. Llegarán más hijos después de este. Ellos necesitarán un apellido.
Ruark se acercó a su esposa y la rodeó con los brazos.
– Sí -dijo-, vendrán más Beauchamps, para que sean conocidos por todo el mundo.
– ¿Le ha hablado a su padre del niño? -preguntó Nathanial a Shanna.
– Sí, anoche- respondió ella.
Nathanial asintió satisfecho.
– Eso, también, ha dejado de ser un secreto.
– Perdóname, amor mío -dijo Ruark-. Yo traje la noticia a mi familia antes de traerte a ti. Me adelanté para saludados antes de que ustedes llegaran.
– Y creo que Gabrielle es una chiquilla perversa por haberte provocado como lo hizo -dijo Shanna, riendo alegremente.
– Todos se mostraron renuentes a seguir el juego, pero la presencia de Gaylord los convenció de su importancia. Nuestra madre habría hablado si no hubiera sido por él -explicó Ruark-. Ella no tolera que se engañe a nadie.
– Fue terrible de tu parte -dijo Shanna, mirando a Ruark-. Sabes, tuve ganas de marcharme, de tan furiosa que me sentí.
– Yo te habría seguido -le aseguró Ruark con un relámpago de dientes blancos-. Tú tienes mi corazón y mi hijo contigo. No los hubiera dejado escapar.
– Sí -rió Nathanial-. Y eso puede creerlo, Shanna. El estaba decidido a ganarse su amor, y yo diría que lo ha conseguido.
– Oh, sí -respondió Shanna, radiante.
– Entonces los dejaré solos. -En el vano, Nathanial se volvió con una sonrisa y señaló la puerta estropeada-. Aunque supongo que ahora, con tan poca privacidad, no hay motivos.
CAPITULO VEINTISIETE
Las familias, ahora reunidas en una, se felicitaban mutuamente, y realmente no tuvieron que aguardar mucho antes que Shanna y Ruark bajaran al salón. Como había imaginado Nathanial, cuando la puerta del dormitorio está permanentemente entreabierta, ni siquiera una pareja de enamorados tiene mucho que hacer. Ruark se acercó a Trahern, tomó la mano del hacendado y puso en ella un saquito.
– Contiene piezas de oro de cincuenta libras, señor -anunció-. Hay treinta de ellas. El precio de mi libertad. Mil quinientas libras.
– Ruark aguardó un momento mientras Trahern sopesaba el saquito con la mano experta de un comerciante, Si usted quiere ser tan amable de firmar mis papeles como que ya están pagados…
Trahern buscó en el bolsillo interior de su chaqueta de terciopelo y sacó un paquete que entregó a Ruark sin abrirlo.
– Han estado firmados desde que usted me devolvió a mi hija.
– Una decisión precipitada, señor -sonrió Ruark-. Ahora vuelvo a quitársela.
– ¡Maldición! -exclamó Trahern con furia fingida-. Es injusto que deba perder a mi hija y a mi siervo más valioso al mismo tiempo.
– Usted no ha perdido nada, señor -le aseguró Ruark-. Nunca se verá libre de nosotros dos. -Atrajo suavemente a Shanna a su lado y la miró sonriente-. y Dios mediante, dejaremos en su puerta muchos problemas más pequeños.
George suspiró con evidente alivio y se quitó sus gafas rotas.
– Me habían pedido que no me las quitara -dijo- para que ustedes no notaran el parecido entre mi hijo y yo, y ahora me alegro de que el secreto se haya descubierto, a fin de poder ver nuevamente con claridad. -Sus ojos dorados chispearon cuando sonrió a Shanna y la tomó de la mano-. Mi hijo ha hecho una elección excelente. Eres un orgullo para la familia, Shanna.
Garland se adelantó vacilante, con su hijita en brazos.
– Siento mucho haber irrumpido para causar todo este disturbio, y espero que me perdones.
– ¿Eres melliza con Gabrielle? -preguntó Shanna.
– Naturalmente -rió Garland-, pero Ruark y yo siempre nos hemos parecido más que los otros. Y eso confunde a la gente cuando se enteran de que soy melliza con Gabrielle. Ruark y yo nos parecemos a nuestro padre mientras que los otros salen a mamá.
La criatura se agitó en los brazos de Garland y Shanna miró fascinada mientras la niñita bostezaba y estiraba sus bracitos.
– ¿Puedo tenerla en brazos un momento? -preguntó suavemente. -Oh, sí, por supuesto. Aquí tienes.
– Es tan pequeñita -dijo Shanna, sorprendida.
– Oh, todos lo son al principio -le aseguró Garland-. Ya lo verás.
Orlan Trahern se sentó con una sonrisa de satisfacción. Todavía quedaban muchas cosas por explicar, pero confiaba en que ello sucedería oportunamente.
Fue un momento de regocijo para todos. Hasta Hergus, la criada, que tanto había sufrido bajo el peso de su secreto, sonrió desde la puerta al contemplar la felicidad de Shanna. Pitney, también, Sintióse orgulloso de su a veces dudoso papel en ese matrimonio. Sin embargo, también él sentía que faltaba encontrar la respuesta a muchas preguntas. Y esa inquietud pronto se extendió a todos los demás.
Regresó Ralston, y casi inmediatamente se formó una atmósfera opresiva sobre el hasta hacía unos momentos feliz grupo de personas. El hombre flaco entregó su larga capa al criado y entró en el salón. Miró la reunión como si buscara algún -indicio y después vio el pie vendado de Trahern.
– Yo… -empezó vacilante-. Yo hubiera llevado mi caballo al establo, pero desde el camino no vi más ese lugar.
Trahern rió por lo bajo.
– Para encontrar el establo hay que mirar al suelo. -Como Ralston lo miró sin comprender, explicó-: Anoche ardió hasta los cimientos y sólo quedan cenizas. -Orlan se detuvo y observó un momento a su agente-. Ahora que lo pienso, a usted no lo vi allí. ¿Dónde ha estado?
– Perdone, señor -se apresuró a responder Ralston-. Tuve noticias de un conocido que vive en Mill Place y fui a visitarlo. ¿Pero dice usted que el establo ardió?
– Ajá -gruñó Pitney-. Parece que usted se perdió todo el incendio. -Dejó flotando su afirmación, como si fuera una pregunta.
Ralston se encogió de hombros.
– Cuando encontré a ese hombre, era demasiado tarde para regresar Y él me insistió en que me quedara a pasar la noche. No me pareció que sería desusado. ¿Tuvo usted necesidad de mí, señor?
Trahern hizo un gesto con la mano.
– No sabía que tenía amigos en las colonias, eso es todo.
Ralston se puso rígido.
– Un amigo de la familia, nada más. Un individuo temerario, dado a especulaciones imprudentes. Incapaz de apreciar los aspectos más finos de los buenos modales ingleses.
Ruark levantó las cejas con expresión de duda. Podía imaginar muy bien la alegría de una velada en compañía de Ralston.
– Parece haber perdido su fusta de montar, señor Ralston -comentó Pitney como por casualidad.
– ¡Perdido! ¡Hum! -dijo Ralston, con algo de irritación-. La dejé mientras mi caballo era ensillado ayer, Y cuando estuve listo para partir, no pude encontrada. No tuve tiempo de interrogar al caballerizo pues tenía prisa, pero tenga la seguridad de que haré que la devuelva o sufra el castigo merecido por su latrocinio.
George Beauchamp quiso replicar, molesto por la sugerencia de que un empleado suyo era el responsable, pero Amelia 1o detuvo poniéndole una mano en el brazo.
– ¡Basta! -dijo Trahern-. Ya ha habido mucho alboroto sobre el incendio y ese bruto animal que tiene el andar de un caballo de tiro y que no sabe dónde pone sus patas. -Tocó su pie vendado con el extremo de su bastón-. Si alguna vez vuelvo a tocar a esa mula, será con el extremo más grueso de mi bastón.
– Vamos, papá -dijo Shanna, saliendo en defensa de Attila-. Se dice muy acertadamente que quien baila con un caballo debe tener los pies excepcionalmente ligeros.
El coro de risas duró unos instantes y se apagó rápidamente. Ralston no sonrió, pero controló su reloj con el que estaba sobre la repisa de la chimenea. La conversación se volvió tensa y se produjeron largos períodos de silencio.
Fue en uno de esos pesados momentos que Trahern empezó a tamborilear los dedos sobre el brazo de su sillón. De pronto se detuvo, levantó lentamente la mano y la miró fijamente. El tamborileo continuó, y todos los ojos de los que estaban en el salón se posaron en él.
El sonido se convirtió en ruido de cascos que se acercaban al galope, y Charlotte fue hasta la ventana mientras una voz estentórea gritaba una serie de órdenes ininteligibles, y el ruido de cascos cesaba.
– Soldados -informó Charlotte desde la ventana-. Alrededor de una docena. En la excitación del momento, sólo Pitney notó que Ralston sonreía satisfecho Y dirigía a Ruark una mirada cargada de rencor.
Llamaron a la puerta y poco después el criado hizo entrar a un oficial inglés al salón. Ruark estaba de pie, con la espalda hacia la chimenea, pero cuando el hombre entró, inmediatamente dio la espalda al centro de la habitación, se apoyó en la repisa y clavó la vista en las llamas del hogar. Dos soldados con mosquetes siguieron al oficial y se ubicaron a cada lado de la puerta.
– Mayor Edward Carter, del destacamento de Virginia del Regimiento Nueve de Fusileros de Su Majestad -anunció el oficial.
– Hacendado George Beauchamp. -George se adelantó y tendió su mano, que fue estrechada brevemente por el otro-. Propietario de esta casa y estas tierras por concesión real.
El mayor Carter asintió con la cabeza pero siguió rígido y formal.
– Estoy en misión de Su Majestad -informó a George-. Solicito respetuosamente que se permita a mis hombres darles de beber a sus caballos y ponerlos en el establo. Puesto que nos quedaremos a pasar la noche, también solicito alojamiento para mis hombres.
El mayor de los Beauchamps miró con pena al oficial.
– Parece que no tenemos establo, mayor. Pero hay otros graneros, y estoy seguro de que podremos acomodar a sus hombres.
– Donde a usted le sea más cómodo, señor. -El mayor se aflojó un poco-. No quiero molestarlo en lo más mínimo. -Se aclaró la garganta-. Ahora, en cuanto a lo que me ha traído hasta aquí, me han informado que un asesino fugitivo se encuentra en esta casa. Según una carta sin firma que me llegó desde Richmond, el hombre se hace pasar por John Ruark.
El silencio cayó sobre el salón como una pesada mortaja. Sé hubiera podido oír el ruido de una pluma cayendo sobre la alfombra. Solamente Pitney no dio señales de sorpresa. Shanna no se atrevió a moverse, aunque miró discretamente a Ruark. Con un suspiro de resignación, Ruark se volvió y miró resueltamente al mayor, con una sonrisa en los labios.
– Me entrego, mayor Carter. No trataré de escapar. -Ruark señaló a los soldados con el mentón-. Aquí no será necesario emplear la violencia.
El mayor recorrió lentamente el salón con la mirada.
– Creo que aceptaré su promesa. Usted comprende, por supuesto, que se encuentra bajo arresto.
Ruark asintió y el oficial despidió a los dos soldados. Después volvió a mirar a Ruark, y una sonrisa empezó a dibujarse en sus labios.
– ¡Beauchamp! -dijo-. Debí adivinado. -Sin querer, el mayor repitió las palabras de Shanna y se rascó el mentón, como si recordara-. Ruark Deverell Beauchamp, si mal no recuerdo.
Ahora Ralston se mostró sorprendido. Abrió la boca y se adelantó hacia el oficial.
– ¿Qué…? -dijo torpemente-. ¿El? ¿Beauchamp? -Señaló repetidamente a Ruark con el dedo-. ¿El? Pero… Sus ojos oscuros se posaron en George y después en Amelia, Gabrielle, Shanna, Jeremiah y Nathanial. Su mirada más larga fue para Garland, quien le sonrió dulcemente.
– ¡Oh! -Tragó Con dificultad. Jugó un momento con el guante de su mano izquierda y finalmente se lo quito, se acercó a la chimenea y clavó la vista en los leños encendidos.
– Usted era capitán la última vez que nos vimos -dijo Ruark.
– ¡Sí! -El mayor se rascó nuevamente el mentón. Lo recuerdo muy bien, señor Beauchamp, y me alegro de haber traído más soldados esta vez.
– Siento mucho aquello, mayor -replicó Ruark, y pareció disculparse sinceramente-. Sólo puedo decir que lo que me enfureció fue que me despertaran tan rudamente, sin ninguna explicación.
El mayor Carter rió por lo bajo.
– Mi mayor deseo -dijo- es no estar presente cuando usted se enfurece. Le ruego, sin embargo, que no se preocupe por la quijada rota. En estos tiempos de paz los ascensos llegan con mucha dificultad. Fue aquella lesión lo que me valió mi promoción y evitó, al mismo tiempo, que me degradaran. Fue pura buena suerte, aunque un poco dolorosa.
– Nuevamente recorrió con la mirada el salón-. Usted parece ser miembro de la familia.
– Es mi hijo. -La voz de Amelia sonó fuerte y enérgica-. Todo esto ha sido una terrible equivocación. Estoy segura de que Ruark no es culpable de ese delito y tenemos intención de comprometer todos nuestros esfuerzos para probarlo.
– Naturalmente, señora -repuso amablemente el mayor Carter-. Puede tener la seguridad de que en este asunto se realizará una amplia investigación. Tenemos muchas cosas que averiguar. -Se volvió hacia George-. Señor, ha sido un largo. viaje desde Williamsburg y creo que casi es hora de tomar el té. Me pregunto si puedo pedirle una taza.
– ¿No preferiría algo más fuerte? -repuso George-. Tengo Un brandy excelente.
– Señor, usted es demasiado amable con un humilde servidor de la corona. -El mayor sonrió cuando le pusieron en la mano una generosa copa de brandy y sus ojos casi se volvieron extasiados hacia arriba cuando la primera gota tocó su lengua-. ¡Esto es algo celestial!
– ¡Santo cielo! -exclamó súbitamente el mayor -. La próxima vez olvidaré ponerme las botas. -Buscó en su bolsillo y sacó un paquete de sobres-. ¿Está presente aquí un capitán Nathanial Beauchamp?
Nathanial se adelantó y se identificó.
– En estos días tratan de aprovechar al máximo a un oficial -dijo tristemente el mayor-. Estos son despachos para usted, llegados de Londres, que me entregó el jefe de postas de Williamsburg. Por lo menos uno de ellos lleva el sello real.
Nathanial tomó las cartas y se acercó a la ventana, donde la luz era mejor.
Shanna se acercó. a Ruark y lo tomó de un brazo. Habiendo observado sus graciosos movimientos, el mayor Carter la miró un poco desconcertado. Había tomado nota de la belleza de ella no bien entró al salón y suspiró decepcionado cuando Ruark la presentó.
– Mi esposa, señor. Shanna Beauchamp.
El mayor se inclinó profundamente.
– ¡Es usted muy hermosa, señora! Estoy encantado de conocerla. -Se enderezó y la miró con atención-. ¿Ese nombre? ¿Shanna? ¿Es usted quizá, o mejor dicho era, la señorita Shanna Trahern?
– Sí -respondió Shanna graciosamente-. Y este es mi padre, Orlan Trahern. -Señaló al hacendado, quien seguía sentado.
– ¡Lord Trahern! -El mayor estaba obviamente impresionado y se acercó a Trahern-. He oído hablar mucho de usted, señor.
– ¡Hum! – Trahern rechazó la mano que le ofrecían-. Seguramente mal, supongo, pero mi mal genio mejorará mucho cuando haya terminado esta tontería acerca del joven Ruark. Puede informar a sus superiores, mayor, que también mis influencias y mi dinero apoyarán a esta causa.
El oficial se sintió incómodo. Si había dos apellidos y dos fortunas que podían trastornar más la tranquilidad de la corona, él no estaba enterado.
Nathanial interrumpió su lectura junto a la ventana y se reunió con ellos.
– Creo que no hará falta gastar dinero en esto. -Tendió un documento de aspecto oficial, lleno de sellos-. Esto es para ser entregado al más próximo oficial de la corona, señor. ¿Quiere aceptarlo?
El mayor tomó la carta con renuencia. Empezó a leer, moviendo silenciosamente los labios. Miró a Ruark, dejó su copa y siguió leyendo. Empezó a hacerlo en voz alta.
"…Por lo tanto, vistas las nuevas evidencias y accediendo a una petición del marqués de Beauchamp, todas las actuaciones en el caso de Ruark Deverell Beauchamp quedan suspendidas hasta que nuevas investigaciones hayan aclarado los hechos en este asunto."
El mayor Carter dejó de leer y se dirigió a todos los presentes:
– lleva los sellos del marqués y del tribunal de pares. -Miró a Ruark y a Shanna y les sonrió con evidente alivio-. Parece que está usted libre, señor Beauchamp.
Shanna dio un grito de alegría y echó los brazos al cuello de Ruark. Se oyeron suspiros de alivio en toda la habitación.
– ¿Quiere decir -interrumpió Ralston con voz estridente, y todos se volvieron para mirarlo- que un asesino fugitivo puede ser dejado en libertad por un -se adelantó y aferró un ángulo del documento antes que el mayor pudiera ponerlo fuera de su alcance- por un pedazo de papel? ¡Esto es una injusticia! ¡Una grosera equivocación!
El mayor se irguió en toda 'su altura.
– Esta carta lo explica todo, señor. La mujer tenía marido y además recibía a otros hombres. Antes hubo quejas de hombres que fueron robados. Ellos dijeron que después de visitarla, ninguno pudo recordar nada, excepto que despertaron a una buena distancia de la posada. Además, varios caballeros de Escocia reconocieron la llegada del señor Beauchamp desde las colonias. El no hubiera podido ser el padre de la criatura y ahora se sospecha que el marido la mató por celos.
– ¿Una buena muchacha inglesa fue brutalmente asesinada, estando encinta, y ahora su atacante queda en libertad? -Ralston parecía no haber entendido lo que no se ajustaba a sus deseos.
– ¡Señor Ralston! -rugió Trahern.
El mayor Carter apoyó una mano en el pomo de su espada. – ¿Desafía.usted una orden del tribunal de pares, señor?
La desaprobación de estos dos hombres de autoridad fue suficiente para calmar al agitado Ralston. Sin embargo, fue la llama de ira en los ojos de Shanna, quien se adelantó hacia él, lo que lo hizo retroceder.
El hombre sólo pudo tartamudear.
– Yo solo… ¡No! ¡Claro que no! -Tragó con dificultad y su nuez de Adán se agitó convulsivamente.
– Vuelva a pronunciar el nombré de mi marido -dijo Shanna- y le arrancaré los labios de su cara. -Aunque la voz fue apenas un susurro, Ralston entendió como si le hubieran gritado. Asintió ansiosamente.
– ¡Si! ¡Si! Quiero decir… ¡nunca! ¡Jamás!
Ralston permaneció inmóvil hasta que ella se alejó.
Cuidadosamente sacó su bota del hogar y limpió las cenizas de la suela de su bota. Siguió a Shanna con la mirada hasta que ella estuvo nuevamente tomada del brazo de su marido. El agente empezaba a recobrar su compostura pero volvió a perderla cuando Pitney lo tocó en un brazo.
– Señor Ralston, he encontrado esto. Creo que es suyo. -El hombre tendió la fusta que antes había mostrado a Ruark y observó atentamente al otro.
– ¡Oh, sí! ¡Gracias! – Ralston se mostró aliviado y aceptó la fusta-. Sí, es mía. Es difícil cabalgar con solamente una vara de sauce para azuzar al caballo. -Se interrumpió, hizo una mueca desagradable y observó más atentamente el objeto que tenían en la mano-. ¿Qué es esto?
– Sangre -gruñó Pitney-. Y pelo. Pelo de Attila. Fue usada para golpear al animal hasta que relinchó y atrajo a Ruark a los establos. Pero, por supuesto, usted nada sabe de eso. Estuvo ausente toda la noche. ¿Cuál dijo que era el apellido, de su amigo?
– Blakely. Jules Blakely -respondió Ralston, con aire ausente.
– Blakely. Lo conozco -dijo George desde el otro extremo de la habitación-. Tiene una cabaña cerca de Mill Place. Lo oí hablar de un pariente en Inglaterra, pero era, déjeme pensar… era el hermano de su esposa.
Ralston no quiso mirar a nadie de frente y bajó la vista al suelo. Su voz sonó ronca, casi un susurro cuando por fin habló.
– Mi hermana… cuando yo era apenas un muchachito, fui falsamente acusado de robo y vendido en servidumbre. Ella… se casó con el hombre, un colonial. -La vergüenza de esta última información casi fue más de lo que el hombre podía soportar.
El mayor Carter, quien había permanecido de pie junto a Trahern escuchando todo lo que se decía, sacó del gran bolsillo de su chaqueta un grueso manual. Lo hojeó rápidamente, se detuvo a leer una página, pareció reflexionar profundamente y después empezó a hablar.
– He sido oficial de línea la mayor parte de mi carrera, excepto esa temporada en Londres. -Sonrió levemente e inclinó la cabeza hacia Ruark-. Y por lo tanto, estoy bien entrenado en las artes de batalla. Claro que ser un oficial de la corona en época de paz es algo muy diferente. Sin embargo, los mejores jueces de los tribunales han redactado un manual que puede reemplazar a la experiencia y que es de carácter orientador y no obligatorio. -Levantó el libro y lo mostró a todos-. Deja la libertad. de elegir entre seguirlo al pie de la letra o arriesgarse a una corte marcial. El mismo dice, aquí, que cuando un oficial encuentra en el campo civil un asunto que parece desusadamente confuso y/o sospechoso, debe imponer su autoridad para investigar y averiguar los hechos. -Golpeó la página con el dedo-. Y aunque pueda parecer presuntuoso, no podría encontrar mejores palabras para describir esta situación.
Se volvió y miró a Pitney a los ojos.
– Este asunto del establo. ¿Usted quiso decir que el incendio fue deliberado?
– No hay ninguna duda -intervino enfáticamente Nathanial-. La entrada estaba asegurada con un tronco y mi hermano había sido golpeado en la cabeza.
A instancias del mayor, fue relatada toda la historia. Al final el oficial levantó las manos, completamente desconcertado.
– Caballeros, por favor. Estoy tratando de entender esto y me resulta sumamente confuso. Quizá será mejor que empecemos desde el principio. -Se volvió lentamente y miró a Ruark-. Señor Ruark Beauchamp, no entiendo cómo fue que su nombre apareció entre la lista de condenados a la horca y ahora usted se encuentra aquí, aparentemente sano y salvo. ¿Cómo puede ser?
Ruark abrió los brazos.
– yo solo sé que fui sacado de mi celda, puesto con otros hombres y después llevado a bordo de un barco que zarpó hacia Los Camellos.
– Señaló a Ralston por encima el hombro del mayor-. Quizá el señor Ralston pueda explicarlo mejor. Fue él quien lo arregló todo.
– ¡Qué! – Trahern se irguió en su sillón y se volvió para mirar a Ralston-. ¿Usted lo compró en Newgate?
– Comprar no es exactamente la palabra, papá -dijo Shanna-. El carcelero, señor Hicks, tiene mucha inclinación hacia las monedas relucientes, como todos podemos atestiguar. -Miró fijamente a Ralston-. ¿Cuánto le cobró el señor Hicks? ¿Cien, doscientas libras?
Ralston tartamudeo y no pudo mirar al mayor a los ojos. Después miró a Shanna y pareció darse cuenta de algo.
– Usted me ha amenazado y acusado en varias ocasiones, señora, ¿pero cómo fue que se casó con un tal Ruark Beauchamp cuando el mismo hombre estaba alojado en una celda de Newgate?
Trahern se volvió lentamente Y miró a Shanna.
– Hum -dijo-, será muy interesante escuchar eso, criatura.
Shanna miró atentamente el broche que llevaba, alisó delicadamente la alfombra con el pie, sonrió tímidamente a Ruark, aspiró profundamente y miró a su padre a los ojos.
– yo fui allí en busca de un apellido, para dejarte conforme y cumplir con tus deseos. Encontré uno que no podía ser cuestionado y cuyo dueño, pensé, no sería para mí una carga por mucho tiempo. Los dos hicimos un pacto. -Sonrió por encima de su hombro y tendió una mano a Ruark. El la tomó, se le acercó y le rodeó la cintura con un brazo. Ella se dirigió nuevamente a su padre-. La mentira resultó muy amarga para mí, porque cuando descubrí que no era viuda, no pude admitirlo
– Se apoyó cómodamente en Ruark-. Siento haberte engañado, papá, pero si pudiera estar segura de que final sería el mismo, volvería a hacerlo nuevamente.
Trahern rió regocijado y la miró.
– Estaba preguntándome cuánto tiempo habrías aceptado el ultimátum. Por un tiempo tuve la seguridad de que te habías rendido, pero ahora veo que tienes más sangre Trahern de la que pensaba.
Shanna miró vacilante al mayor.
– Otro hombre fue sepultado en el ataúd que yo creí que era el de Ruark. Quizá un cadáver sin nombre destinado al cementerio de pobres.. Más allá de eso, yo nada sé.
Pitney se adelantó y tomó la palabra.
– yo recibí el ataúd, que me entregó el señor Hicks en Newgate. Era el de un anciano, flaco, macilento, muerto de hambre o de enfermedad, no sabría decirlo. Quienquiera que haya sido, yace debajo de una bella lápida con un buen apellido grabado en ella. Poco más hay que contar, sólo que yo encontré a un hombre que dice ser el marido de la muchacha asesinada, en Londres. -Cuando el mayor abrió la boca para hablar, Pitney levantó una mano-. Sé que el hombre está considerado un sospechoso. En este momento se encuentra en Richmond. En Londres el hombre estaba bebido y entonces solamente me dijo que Ruark no podía haber cometido el crimen.
Pitney vio -la mirada acusadora de Shanna y se apresuró a añadir: -Cuando descubrí que Ruark había escapado al verdugo, no vi motivos para seguir revolviendo el asunto. Pero en Richmond el marido de la muchacha dijo que pronto podría demostrar que Ruark era inocente, de modo que le dejé que hiciera lo que planeaba. Pudo ser una treta para salvarse él -Pitney se encogió de hombros- pero yo confié en el hombre.
– Hubo una muchacha asesinada en nuestra isla -dijo Trahern- y ella dibujó una "R" en la arena. Pitney posó su mirada en Ralston y la dejó allí hasta que el hombre empezó a temblar.
– ¿Usted me acusa? -ladró Ralston-. Yo detestaba a esa mujerzuela pero no tenía motivos para matarla. Ella era nada para mí.
Shanna lo miró ceñuda.
– Milly estaba encinta y usted le daba dinero. Ruark y yo lo vimos en el hall de la mansión.
– Ella iba a traerme pescado, eso era todo.
– ¿Por qué seguía a Ruark en la isla? -preguntó Pitney-. En varias ocasiones lo vi haciéndolo.
El hombre apretó la mandíbula con furia.
– A usted le gustaría acusarme de intentar asesinarlo ¿verdad? Usted y ella -señaló a Shanna- conspiraron en Londres a mis espaldas para arreglar el casamiento. Bueno, yo no sabía que ella estaba casada cuando los vi juntos cerca del trapiche. El señor Ruark se mostró muy atrevido con sus manos y comprendí que algo había entre ellos. Como responsable de que él se encontrara en la isla, yo sabía que si a él lo acusaban de propasarse con la hija del hacendado, surgirían preguntas y yo tendría que responder a más de una. Sólo me enteré de que estaban casados en el viaje hacia aquí, y no bien desembarcamos envié una carta a las autoridades. Yo tenía entendido que el señor Ruark era un asesino ¿no comprenden? El señor Hicks así lo informó.
Shanna y Ruark intercambiaron miradas que comunicaron el hecho de que ambos habían captado la importancia de lo que Ralston acababa de decir. Además de Pitney, solamente Milly había estado enterada del casamiento.
– Señor Ralston -carraspeó Pitney-. Usted es un hombre sorprendentemente inocente.
– ¡Mayor! -Ralston llamó la atención al oficial-. Soy ciudadano inglés y merezco la protección de la ley. -Se quitó el guante de la mano derecha y arrojó los dos sobre la mesa-. Si alguien va acusarme, que lo haga ante un tribunal. Entonces responderé. Pero esta comedia es intolerable. Exijo la protección oficial del rey.
Amelia se había acercado a Ruark mientras el hombre soltaba su discurso y ahora tocó a su hijo con el codo. El la miró y ella dirigió sus ojos a Ralston. Intrigado, Ruark la miró ceñudo y Amelia señaló la mano derecha de Ralston. Ruark miró, y súbitamente comprendió lo que su madre le quería señalar.
– ¿Señor Ralston? -preguntó Ruark amablemente-. ¿Dónde obtuvo esa sortija?
Ralston levantó la mano para mirar el anillo y respondió en tono cortante:
– Me la dieron en pago de una deuda. ¿Por qué?
Ruark se encogió de hombros Y dijo:
– Ha pertenecido a mi familia por varias generaciones. Creo que me fue robada.
– ¿Robada? ¡Tonterías! Yo presté algún dinero a un hombre y él no tenía medios para pagarme. En cambio, me dio esto.
Ruark se volvió a medias al mayor y habló un poco para el militar y un poco para Ralston y los demás.
Mi madre me dio la sortija para que yo se la obsequiara a mi esposa cuando eligiera una. Yo la llevaba en una cadena al cuello, y allí estaba cuando fui a la habitación de la muchacha; en Inglaterra.
Esa fue la noche que la asesinaron. Quienquiera que haya tomado la sortija, estuvo en la habitación aquella noche.
Ralston quedó atónito cuando comprendió el significado de lo que Ruark acababa de decir. El mayor se llevó la mano a su pistola. Las facciones de Ralston se crisparon en una expresión de horror.
– ¡No! ¡Yo no fui! ¡Yo no la maté! -Empezó a sudar-. No pueden culparme de eso. Tome, aquí tiene su maldita sortija. -Se arrancó el anillo del dedo y lo arrojó al otro extremo de la habitación. Miró a todos con ojos desorbitados-. ¡Les digo que no la maté!
Su voz se volvió implorante cuando miró a: Ruark.
– ¿Cómo puede usted acusarme? Nunca hice nada para lastimarlo. Dios mío, hombre. Yo pagué el dinero para salvado de la horca. ¿Acaso eso no vale nada?
Súbitamente Ralston recordó las cadenas con que había cargado al hombre, las amenazas proferidas. Ninguna compasión podía esperar por ese lado. Se volvió hacia Pitney.
– Hemos viajado juntos. -Pero Ralston recordó la fusta ensangrentada y supo que el hombre hosco sospechaba de él. Ninguna ayuda por este lado. Miró a Trahern y vio la expresión furiosa del hacendado
– ¿Usted compraba los hombres en la cárcel -preguntó Trahern y se embolsaba la diferencia?
¡Pánico! ¡Miedo! El mundo de Ralston se derrumbaba a su alrededor. Luchó por aquietar sus manos temblorosas y sus rodillas que se sacudían violentamente. Entonces Ruark habló con calma.
– ¿Quién le dio el anillo, señor Ralston? ¿Sir Gaylord, quizá? El agente lo miró con la boca abierta y súbitamente soltó una carcajada histérica.
– Por supuesto -dijo-. Con eso me pagó un dinero que yo le había prestado.
– ¿Y dónde dijo sir Gaylord que lo había obtenido? -preguntó Ruark, por encima de los murmullos de sorpresa.
– Vaya, dijo que de un escocés. Por algo que el hombre le debía.
– Jamie es escocés -dijo Pitney, ceñudo-. El podría haberle robado el anillo a Ruark.
– ¿Dónde está sir Gaylord? -preguntó Ruark-. ¿Cabalgando, todavía?.
– Nadie lo ha visto -repuso Amelia.
– Llegaremos al fondo de este asunto cuando él regrese -dijo el mayor.
– ¿Cuánto pagó usted por Ruark? -preguntó Trahern a su agente. El alivio de Ralston se convirtió abruptamente en consternación, y el hombre farfulló la respuesta:
– Doscientas libras.
– Usted me dijo mil quinientas y debo suponer que me ha estafado antes. – Trahern sacó el saquito de dinero y lo arrojó a Ruark-. Nunca ha existido una deuda de servidumbre contra usted, y sus servicios han pagado con creces lo que invertí en usted, muchacho. -Sin volverse, añadió-: Las cuentas a su favor que tiene el señor Ralston en Los Camellos servirán para pagar lo que me ha estafado.
Ralston tartamudeó, indignado:
– ¡Esto es todo lo que poseo en el mundo!
– Sería mejor que poseyera lo suficiente para vivir un tiempo en las colonias -dijo Trahern, atravesando a Ralston con una mirada glacial- porque usted ya no es empleado mío. -El hacendado continuó, en tono casi jovial-: Quizá el señor Blakely lo acepte como siervo. Quienquiera que sea su próximo amo, le sugiero que no lo estafe.
Ralston dejó caer los hombros. Había perdido aquí más de lo que ganara por medio de sus sucias artimañas. Era un golpe cruel, ciertamente, si tendría que pasar el resto de su vida en las colonias. Si Gaylord no le pagaba lo que le debía, se vería en un verdadero aprieto.
La habitación quedó silenciosa y Ralston se desplomó sobre un sillón.
Pasada la excitación, Shanna se sintió súbitamente cansada. Había sido un día muy largo desde el incendio del establo y después el temor de que a Ruark se lo llevaran los soldados. Ahora, después de tanta tensión, se sentía al borde del agotamiento. Ruark la acompaño escalera arriba y cerró las cortinas de la habitación. Ella bostezó y se dejó caer sobre el borde de la cama. El sonrió y la miró.
– No es posible cerrar la puerta -le recordó ella, y se tendió de espaldas en la cama-. ¿Te, das cuenta de que no tendremos que seguir ocultándonos?
Ruark fue hasta el guardarropa y sacó una camisa limpia.
– Ahora que puedo reclamar mi habitación, voy a reclamar todo lo que hay en ella.
La miró y ella le respondió con una risita.
– No con esa puerta abierta. Refrena tu ardor hasta que esté reparada.
– Me ocuparé de que la arreglen cuanto antes.
Shanna lo miró mientras él se quitaba el chaleco de cuero y se ponía la camisa limpia.
– Hay algo que todavía me inquieta, Ruark -dijo ella quedamente-. ¿Quién trató de matarte.
– Tengo mis fuertes sospechas -repuso él-. y pienso descubrir la verdad, tenlo por seguro.
– Te amo -susurró Shanna y le echó los brazos al cuello cuando él se acercó.
Ruark empezó a acariciarla suavemente. Pero de pronto sus dedos se detuvieron debajo de una rodilla de ella.
– ¿Qué tienes aquí?
Shanna se levantó la falda y le mostró la daga que llevaba sujeta con la liga.
– Desde esta mañana decidí que tú necesitabas protección.
Ruark estaba más interesado en la exhibición de las bien formadas piernas y siguió acariciando la piel desnuda. Sus besos se hicieron más atrevidos y su sangre empezó a circular alocadamente. Sin aliento, Shanna le susurró al oído:
– La puerta. Alguien puede vernos.
– Parece que tenemos problemas de intimidad -repuso Ruark roncamente, -y depositó un beso en el vientre de terciopelo antes de bajarle las faldas-. Veré que puedo conseguir para arreglar esa puerta. No te vayas.
– Te esperaré -le aseguró ella.
Mientras escuchaba las pisadas de él que- se alejaban por el pasillo, Shanna sonrió y se acurrucó sobre la almohada. Momentos después, cerró los ojos y se hundió en un pacífico sueño.
CAPITULO VEINTIOCHO
Shanna despertó lentamente. Un sonido leve, furtivo, perturbó su sueño aunque no le produjo temor.
– ¿Ruark? -murmuró-. ¿A qué estás jugando ahora?
Una forma oscura se le acerco y se irguió.
– ¡Gaylord! -Shanna se sorprendió, pero pensó que este tonto era inofensivo. – ¿Qué está haciendo aquí, en mi dormitorio?
– Vaya, mi querida Shanna -dijo el caballero en tono burlón-. Estaba imitando lo que he visto hacer a su galante esposo. ¿Por lo menos, no soy yo tan bien parecido como él?
– ¡Claro que no! -exclamó ella. Todavía estaba semidormida. Pero él… no estaba presente cuando el arribo de Garland. ¿Cómo pudo enterarse de su casamiento?
– Antes que llame a los sirvientes y lo haga arrojar de aquí, le pregunto otra vez, sir Gaylord. ¿Qué hace aquí?
– Tranquilícese. -El inglés apoyó un largo mosquete en el respaldo de una silla y se sentó-. Estuve ocupado en algunos asuntos personales y sólo quiero hablar con usted en privado.
Shanna se levantó y se alisó el vestido de terciopelo. Miró el reloj de la chimenea. Eran unos minutos después de mediodía. Sólo había dormido unos momentos, después de todo, y Ruark regresaría pronto para reparar la puerta.
– No me imagino qué temas podemos tener en común, sir Gaylord -dijo Shanna con altanería.
– Ah, mi hermosa lady Shanna. – Billingham se recostó en la silla-. – ¡La reina de hielo! ¡La intocable! ¡La mujer perfecta! -En su risa suave hubo un eco malvado-. Pero no tan perfecta. Mi querida, usted ha cometido un engaño y ahora debe pagarlo. Ha llegado el momento de pagar.
Shanna lo miró ceñuda.
– ¿Qué dice usted?
– Su casamiento con John Ruark, por supuesto. ¿Usted, no quiere que nadie lo sepa, verdad?
De modo que él no sabia que el secreto había sido revelado. Pero estaba enterado del casamiento.
– ¿Señor? ¿Usted tiene intención de pedirme dinero?
– Oh, no, mi lady -dijo él, y sus ojos la siguieron hambrientos cuando ella se alejó un poco.
Gaylord se puso de pie y se ubicó entre Shanna y la puerta. La miró y adoptó esa pose afectada, con una rodilla medio flexionada.
– Nada tan ruin -dijo con una mueca-. Sólo necesito su ayuda y usted tiene algo que ceder en cambio. Si usted convence a su padre y a los Beauchamps de que inviertan una buena suma en el astillero de mi familia, yo nada diré de su casamiento con este individuo Ruark ni informaré a las autoridades que su marido es, en realidad, un asesino fugitivo.
– ¿Cómo sabe usted eso? -preguntó Shanna, empalideciendo. -El tonto de Ralston, me lo dijo a bordo del Hampstead, me contó que había comprado a un asesino en la cárcel y que ese hombre era John Ruark. Yo había seguido muy atentamente los escritos de mi padre acerca del juicio a su marido. Por supuesto, entonces él era Ruark Beauchamp. Lo que más me intrigó era cómo usted se casó con el bribón. Yo creía que había sido ahorcado, y cuando usted se presentó como su viuda me sorprendí, porque yo creía que el hombre era soltero. Nunca había visto a Ruark Beauchamp y sólo cuando Ralston me informó de su acción pude adivinar que John Ruark y Ruark Beauchamp eran una misma persona.
¿Usted se casó con él en la cárcel, verdad? Shanna asintió lentamente. -Sí. ¿Y qué hará usted si yo me someto a sus exigencias?
– Bueno, me iré a Londres, por supuesto -repuso él-, para ocuparme de mis asuntos allí.
– Dice que regresará a Londres. -Shanna empezó a entender. Había pensado poner al hombre en ridículo con la verdad, pero ahora decidió satisfacer su curiosidad-. Se me ocurre, sir Gaylord, que usted ha estado muy necesitado de dinero… Usted habla de su pobreza pero se comporta en forma muy esplendorosa. Usted era amigo del señor Ralston. Quizá él le prestó unas libras…
– ¿Y eso qué importa, señora? -Se mostró a la vez nervioso y encolerizado-. ¿Acaso es asunto suyo?
– Claro que no. -Shanna sonrió para calmar los temores del hombre-. Es sólo que él tenía un anillo de mucho valor e insistió que se lo habían dado en pago de una deuda.
– ¡Ah, eso! -El caballero pareció aliviado-. La mayor parte de mis, joyas y algo de dinero estaban en el equipaje enviado a Richmond. Yo le pedí una suma prestada hasta que pudiera llegar a puerto y devolvérsela.
– ¿Y el anillo? ¿Cómo llegó a su poder?
El la miró con ojos entrecerrados. -Yo presté un dinero a un escocés y acepté ese anillo como pago.
– Parece que hay muchas deudas en este mundo.
– Ajá, ¿pero por qué este interés en el anillo, señora?
– Hay otra cosa que -quiero preguntarle. -Shanna trató de cambiar de tema-. ¿Cómo llegó usted a saber que John Ruark es mi esposo? Evidentemente, fue usted quien se lo dijo a Ralston. Muchas personas conocen parte del secreto, pero muy pocos saben del casamiento de John Ruark y yo. No puedo imaginar quién…
De pronto Shanna sintió frío y fue hasta la ventana para abrir las cortinas y dejar entrar el sol.
– Sólo estaban Pitney… y Milly. Yo confío en Pitney, y debió de ser Milly. Pobre Milly, estaba encinta… Shanna miró a Gaylord a los ojos-. Ruark no podía casarse con ella, y ella debió acudir a… -De pronto comprendió y abrió la boca, horrorizada-. ¡Usted! ¡Usted mató también a Milly…!
Shanna empezó a darse cuenta del peligro que corría cuando los ojos de Gaylord se c1avaron en los de ella. Supo que tenía que escapar y corrió hacia la puerta. Gaylord la atrapó fácilmente de un brazo.
– ¡Sí, Milly! -dijo el inglés-. Y no se crea usted a salvo de un destino semejante, de modo que cierre la boca, mi lady. Sacó de abajo de su chaqueta una gruesa fusta y se golpeó sugestivamente la palma de la manos con la empuñadura. Shanna recordó las marcas en el cuerpo de Milly y se estremeció.
– ¡Esa perra vulgar! -dijo Gaylord-. ¡Hija de una pescadora! ¡Ja! Quedó encinta y creyó que podría atraparme. -Giró sobre los talones y agito la fusta-. Pero cambió de idea. ¡Sí, eso hizo! Me imploró misericordia y juró que no diría nada. Yo me aseguré bien de que no hablaría más.
Shanna sintió náuseas. Se sentó en el borde de la cama y trató de controlar el espantoso pánico que la invadía. Sin duda, él también había asesinado a la muchacha de Londres cuando ella se convirtió en una molestia.
– Mi padre… -empezó ella, vacilante.
– ¡Su padre! -exclamó Gaylord despectivamente-. ¡Lord Trahern! ¡Un plebeyo! ¡Hijo de un ladrón! Cómo odié tener que pedirle dinero. ¡A él! Un comerciante que estafa a la gente de alta condición, privándola de sus riquezas, quedándose con sus propiedades y fortunas porque ellos no pueden seguir satisfaciendo sus ultrajantes exigencias. Lores y pares reducidos a tener que arrastrarse por dos peniques. Hombres cuyos planes pueden modificar el destino de Inglaterra, obligados a acudir a un plebeyo mercader para pedirle fondos.
Shanna salió en defensa de su padre. – ¡Mi padre no ha estafado a nadie! Si ellos se vieron en aprietos, fue por su falta de buen sentido.
– Mi tío discutiría esa afirmación. -Gaylord pareció sentirse, ofendido-. Los tribunales le ordenaron entregar las propiedades de la familia en pago de sus deudas. Creo que su padre ahora llama a esa propiedad "su casa de campo". Pero usted lo defiende a él, Shanna, cuando tiene sus propios enemigos. Usted sabe demasiado para que yo pueda dejada en libertad.
Se detuvo a pensar un momento y se rascó el mentón con el extremo, de la fusta.
– ¿Qué voy a hacer? Necesito el dinero de su padre, pero no puedo dejarla en libertad para que difunda sus historias. -Se detuvo junto a ella-. Y su curiosidad acerca del anillo… Dígame por qué le llamó la atención esa sortija.
Puso, un pie sobre la cama y apoyó un codo en la rodilla. Shanna se encogió de hombros y respondió, lo más inocentemente que le fue posible:
– Fue sólo que parecía demasiado valioso para los medios de que dispone Ralston.
– Señora, tengo poco tiempo y menos paciencia. Cuando Shanna abrió la boca para replicar, el la abofeteó salvajemente. La fuerza del golpe la arrojó de espaldas sobre la cama
– La próxima vez que yo le haga una pregunta, trate de darme una respuesta mejor, querida mía. -Su voz sonó dura-. ¿Qué sucede con el anillo?
– Pertenecía a Ruark -dijo Shanna, furiosa.
– Así está mejor, querida mía. -La observó intensamente-. ¿Entonces su Ruark ya sospecha que yo asesiné a la mujerzuela? ¿El no -cree que obtuve el anillo del escocés? Usted ha dicho que yo también maté a Milly. Y él, por supuesto, ha hablado con su padre. -Asintió y vio que Shanna lo miraba con renovado desprecio-. Ah, sí, entiendo. ¡La mascarada ha terminado! -Se enderezó y se alejó un poco de ella-.
¡Bien, basta ya! Estoy cansado de hacer el petimetre tonto para que ustedes se diviertan.
Shanna comprendió que su cara la había vuelto a traicionar.
– ¿Qué sucede? ¿Está sorprendida, querida mía? -preguntó él con arrogancia-. Yo me di cuenta de que las mentes plebeyas de ustedes encontrarían divertido a un petimetre afectado. Sin embargo, señora, me siento herido porque usted lo creyó tan prestamente.
Shanna lo miró con odio. Gaylord, pareció sumirse en profundas reflexiones, hasta que por fin exclamó:
– ¡Piratas! ¡Demonios, ese es el camino! ¡Un rescate!
Fue hasta la silla y tomó el largo rifle. Ella reconoció el arma de Ruark, la que él había dejado en el establo antes del incendio.
– Sí, mi lady -dijo Gaylord cuando siguió la dirección de la mirada de ella-. Es de su marido. Yo tomé sus armas del establo después de golpeado. Hubiera debido terminar la tarea allí mismo, antes de poner fuego al lugar. Debo decir que fui muy astuto al usar á Attila para atraerlo. Si hubiera planeado mejor los dos intentos anteriores, me habría librado más pronto de él. Pero entonces yo no sabía que – él era su marido. Yo estaba en el henil, con Milly, mientras ustedes dos retozaban abajo. Entonces comprendí que tenía que deshacerme de él, porque usted estaba enamorada del hombre. Yo necesitaba de veras la fortuna de su padre. Vaya -rió- no hubiera podido seguir eludiendo hasta ahora a mis acreedores si no fuera por el tesoro que encontré en la habitación de la muchacha de Londres. Ella trató de sacarme unas, monedas, sabe usted, pero yo no tenía nada para hacerla callar. Ella merecía morir.
Gaylord sacó un largo pañuelo del guardarropa y obligó a Shanna a ponerse de pie.
– Ni un sonido, querida mía -advirtió-. Tiene suerte de que yo haya encontrado una nueva utilidad para usted.
Le hizo poner los brazos a la espalda y los ató fuertemente.
– Sea dócil, querida mía. -Le acarició ligeramente los pechos y toda la longitud de su cuerpo. Shanna abrió la boca para gritar pero él le metió un pañuelo de mano. Después le tapó la boca con otro pañuelo, dejándola completa y efectivamente amordazada. Sir Gaylord revolvió en el baúl hasta que encontró una capa que puso sobre los hombros de Shanna. El caballero, entonces, se terció el rifle al hombro y con la otra mano sacó una pistola de su cinturón. A continuación retorció una mano en el cabello de Shanna hasta que ella dio un respingo de dolor.
Sir Gaylord se detuvo y dijo, para sí mismo:
– ¿Pero cómo lo sabrán? -Miró el pequeño escritorio que estaba en un rincón-. ¡Por supuesto! Una nota para ellos. Venga, querida mía.
Tomó una hoja de papel y hundió la pluma en el tintero. Después escribió:
De los Beauchamps y lord Trahern, exijo
Cincuenta mil libras de cada uno. Seguirán instrucciones.
Como firma, trazó una ornamentada "B", terminando la letra en la parte inferior con un florido adorno. Arrojó el papel sobre la cama, tomó nuevamente la pistola y llevó a Shanna al pasillo.
Se habían acercado a la cima de la escalera cuando súbitamente él empujó a Shanna contra la pared y le apoyó la pistola en la garganta. Miró hacia abajo y vio que la puerta principal era abierta por un hombre pelirrojo y flaco que se hizo a un lado para dejar pasar a Ruark. El último tenía las manos ocupadas con herramientas y recortes de madera. El hombre siguió a Ruark y lo ayudó a dejar su carga en un rincón.
– Mi nombre es Jamie Conners -dijo el pelirrojo-. Estoy buscando al señor Pitney.
Shanna vio que Gaylord se ponía rígido cuando el desconocido se presentó a sí mismo.
– El señor Pitney está aquí. -Ruark llevó al hombre al salón.
Cuando la entrada quedó despejada, Billingsham hizo bajar a Shanna escudándose en ella y amenazándola con la pistola. Del salón llegaban voces.
– No, yo no tenía motivos para matar a mi muchacha -dijo la voz del escocés-. Tampoco este señor. El que yo busco era más grande, más alto y pesado. Pero el maldito asesino está aquí. Yo seguí su equipaje desde Londres. Dijeron que él había ido a la isla de los Beauchamps. -El hombrecillo estudió atentamente los rostros de todos los presentes-. ¿No hay nadie más aquí? ¿Alguien así de alto? Casi tan alto como el señor Pitney. Una especie de dandy, con modales señoriales y un gran sombrero con plumas. Sí, era un caballero del reino.
– ¡Sir Gaylord Billingsham! – Exclamó Ruark.
– ¡Sí, ese es su nombre! -dijo el escocés-. ¡Sir Gaylord Billingsham!
Shanna se retorció en manos de Gaylord pero él levantó la pistola como si fuera a golpeada. Empujándola por delante, rodeó la escalera. y se dirigió a los fondos de la casa. Los sirvientes estaban reunidos en la cocina y Gaylord no tuvo dificultad en sacar a Shanna por la puerta trasera sin que lo vieran. La hizo pasar fácilmente sobre el cerco y se dirigió a la arboleda.
Cuando llegaron entre los árboles, allí esperaban Jezebel y un caballo de los Beauchamps, ya ensillado. La yegua tenía solamente una manta sobre el lomo, atada con una cuerda, y estaba cargada con dos sacos de provisiones. Gaylord hizo montar a Shanna y le ató los pies por debajo del vientre de la yegua con una tira de cuero crudo.
– No muy cómodo, quizá, pero adecuado. Como usted puede ver,. yo pensaba usar a la yegua como animal de carga, pero ahora servirá para llevada a usted, querida mía.
Le desató las manos y la empujó con el caño del rifle.
– Usted vaya adelante, mi lady -dijo. Volvió a atarle las manos y le puso entre los dedos un mechón de las crines de Jezebel.
Gaylord montó en el otro caballo con una agilidad que Shanna no le conocía. Ella nada pudo hacer para demorar la huida, pero estaba decidida a aprovechar la primera oportunidad.
Cruzaron el prado al galope, en dirección a los robles del extremo más alejado. Por fin entraron en el bosque y siguieron el sendero que Shanna conocía. Llevaba a la cabaña de Ruark, en el valle. Por supuesto, sir Gaylord no podía saber que el lugar adonde pensaba llevarla y refugiarse era el menos seguro de todos.
Estaban bien dentro del bosque cuando Gaylord se detuvo y quitó la mordaza de Shanna.
– Grite todo lo que quiera, querida mía -rió Gaylord-. Nadie podrá oírla. Además, no quiero ocultar su belleza más de lo necesario.
– Disfrute todo lo que pueda, mi lord -dijo Shanna, dirigiéndole un sonrisa serena, casi amable-. Su fin se acerca rápidamente. Yo llevo en mi seno el hijo de Ruark y él lo perseguirá. El ha matado antes a hombres como usted, que trataron de alejarme de él.
Gaylord la miró sorprendido y rió burlonamente.
– ¡Así que usted espera un hijo de él! ¿Cree que eso me preocupa? Crea lo que se le dé la gana, señora, pero tenga cuidado. Ya he soportado demasiado el aguijón de su arrogancia. Tenga consideración de mi mal carácter y no sufrirá ningún daño. Nadie nos ha seguido. No pueden saber el camino que hemos tomado.
– Ruark vendrá -dijo Shanna, en tono de gran seguridad.
– ¡Ruark
Gaylord espoleo su caballo y trató de arrastrar a la yegua, pero Shanna ordenó a Jezebel, con sus rodillas, que se detuviera. La lucha fue inútil, pero hizo que Shanna olvidara un poco su miedo.
El mayor se puso de pie y preguntó, casi encolerizado:
– ¿Y cómo sabe usted que fue sir Gaylord quien mató a su esposa? Jamie Conners se puso súbitamente nervioso.
– Bueno, yo…
– Hable tranquilo, hombre -dijo Ruark-. Ya hemos esperado demasiado. Yo no formularé acusaciones contra usted y creo -que el mayor estará de acuerdo en que lo que usted tiene que decir permitirá aclarar un deleito mayor, uno que también a usted le gustaría ver castigado debidamente.
– Bueno -empezó Jamie lentamente-…:. Mi esposa y yo… ella se mostraba audaz con los hombres y los llevaba a su habitación, dónde ponía una poción en la bebida que les servía. Mientras los hombres dormían, nosotros…ah… nos apoderábamos de sus cosas de valor. No mucho -se apresuró a añadir-. Pero nunca lastimamos a nadie. Nosotros…
– ¿Pero cómo sabe que fue sir Gaylord? -insistió el mayor con severidad.
– Ya llegaré a eso. Entienda, conseguimos a este hombre -señaló a Ruark- y él se quedó dormido en la cama de ella. Yo le quité la bolsa y ella otras pocas cosas que. guardó en su cofre. Estábamos ahorrando para regresar a Escocia y casi lo habíamos logrado. Ahora todo ha desaparecido. No era suficiente para matarla por ello, pero el condenado se llevó nuestros ahorros duramente ganados. -El escocés parecía tener ideas muy peculiares sobre la propiedad.
Ruark sacó el anillo y se lo enseñó. – ¿Recuerda esto? Jamie miró la sortija y asintió. -Sí, ella se lo quitó a usted, con una cadena que llevaba al cuello. A ella le pareció bonito. No tenía nada parecido. Era una buena muchacha. Fuerte y leal. -Sollozó y se limpió la nariz con.el dorso de la mano. -Echo de menos a la muchacha. Nunca encontraré otra como ella.
– ¿Y sir Gaylord? -le recordó rudamente el mayor.
– ¡Ya llego a eso! -replicó el hombre-. Tenga un poco de paciencia. Bueno, este muchacho se durmió y nosotros le quitamos sus cosas y las guardamos. Entonces llaman a la.puerta. Yo no puedo dejar que me vean allí, porque ella está sacando dinero a un par de caballeros con eso de que quedó encinta, y amenazándolos por contárselo a sus familias. Sir Gaylord era uno de ellos. Bueno, sir Gaylord estaba allí, en la puerta, y dijo que quería hablar con ella. Yo me deslicé por la canaleta de desagüe que pasa cerca de la ventana y bajé para tomar uno o dos ales en el salón mientras esperaba. Entonces él salió, con su sombrero hundido hasta los ojos como si no quisiera que nadie lo viera. Yo aguardé un poco más. Después subí y allí la encontré, toda ensangrentada y muerta. El señor Ruark estaba todavía dormido. No se había movido desde que yo los dejé y ella lo había cubierto con una frazada, de modo que sir Gaylord no pudo saber que él estaba allí. Pero ese caballero encontró el cofre. Había allí una pequeña fortuna, y todo lo que me quedó fue la bolsa del señor Ruark.
Ruark rió, pero no muy divertido.
– Ajá, y, ahí también había una pequeña fortuna.
El hombre asintió con la cabeza. -La gasté siguiendo a este maldito caballero, o por lo menos siguiendo á su equipaje y a esa fragata en la que zarpó de Londres.
George tomó al mayor del brazo. -Mayor Carter, yo, por lo menos, ya he oído lo suficiente. Le pediría que ponga algunos hombres al rededor de la casa. Sin duda, Sir Gaylord regresará… Si no lo hace, podemos empezar a buscarlo.
Ruark fue hasta la puerta.
– Discúlpenme -dijo-. Tengo que hacer unas reparaciones arriba.
Reunió sus herramientas, y recortes de madera y se dirigió hacia la escalera. Después entró en su habitación. Dejó sus herramientas sobre una mesa y miró hacia la cama.
¡Vacía!
Se acercó y un momento después su grito de furia hizo temblar la casa. Bajó la escalera saltando los escalones de a tres a la vez y entró en el salón, donde arrojó el pedazo de papel sobre el regazo de Trahern.
– ¡Se la ha llevado! -gritó-. ¡El bastardo tiene a Shanna!
– ¡Ruark! ¡Contrólate! -exclamó Amelia en tono firme y autoritario-. Así no podrás ayudarla.
Trahern miró la nota que tenía sobre su regazo. La suma exigida no haría la menor mella en su fortuna y había más que eso en la caja fuerte del Hampstead. Pero lo que más lo hería era la cólera. Pese a toda su capacidad para juzgar a las personas, había dejado que esta serpiente anidara en su propia casa.
Ralston no se atrevió a intervenir. El no estaba enterado de la naturaleza de Gaylord y sólo había planeado conseguir una parte de la dote.
Pitney se levantó y leyó por encima del hombro de Trahern. Su voz fue la primera que rompió el silencio..
– He visto esa firma antes -dijo.
– Claro que sí -dijo Trahern con desusado rencor-. Está bordada en cada uno de sus pañuelos, en sus camisas y en cualquier parte donde pueda ponerla. Es una "B" de bastardo.
– ¡No! ¡No! -dijo Pitney-. Quiero decir que la. vi en alguna otra parte. Sí, ya sé. ¡La "R" de Milly No era una "R". La muchacha no sabía leer ni escribir y sólo trató de dibujar lo que vio. Una "B" con un pequeño adorno en la parte inferior. Una "B", de Billingsham.
Trahern levantó el papel y se lo tendió al mayor.
– ¡Fue ese caballero suyo quien mató a Milly!
– Con todo respeto, señor -dijo calmosamente el mayor-. El no es mi caballero.
Pitney intervino:
– Oí la historia de labios de un joven teniente en la taberna de Los Camellos. Parece que un caballo pisó el pie de sir Gaylord y él cayó sobre un general y una granada estalló allí cerca. El general dijo que Gaylord le salvó la vida y habló de la buena acción hasta que al hombre lo hicieron caballero.
El mayor enarcó las cejas y dijo, en tono de disculpa:
– Esas cosas suelen suceden en una batalla.
– ¡Ya ven! ¡Ya ven! -exclamó el escocés, casi fuera de sí-. El maldito le hará a su muchacha lo mismo que le hizo a la mía, con su fusta y sus puños.
Súbitamente, George dejó de pasearse y dijo:
– Si un hombre quiere llegar lejos con una cautiva, tiene que tener caballos, y los únicos caballos ahora están en el granero.
Tomó su rifle y lo mismo hizo Pitney, pero cuando empezaban a ponerse en movimiento, Ruark ya salía corriendo por la puerta principal. Ralston quedó indeciso pero Orlan Trahern se levantó dificultosamente de la silla, alcanzó su bastón y salió tras los demás, ignorando el dolor de su pie lastimado.
George Beauchamp llegó al granero a tiempo para oír a Ruark que interrogaba al sargento.
– ¡Caballos, hombre! ¿Quién ha sacado caballos hoy?
– Solo sir Gaylord, señor -dijo el sargento-. Vino poco después de mediodía y ordenó que le ensillaran un caballo- El había estado cabalgando toda la mañana y quería un caballo descansado. Yo mismo lo ensillé. Después se llevó también la pequeña yegua roana, la que tiene cicatrices en las patas. Dijo que tenía permiso del amo.
– Está bien, sargento -dijo George.
Un agudo relincho hizo que todos se volvieran. Attila pateaba las tablas de su establo y parecía muy agitado.
George señaló al animal y preguntó al sargento:
– ¿Qué le sucede?
– No sé, señor -el sargento se encogió de hombros-. Empezó a agitarse cuando sir Gaylord llegó, y se puso aún más nervioso cuando el hombre se llevó la yegua.
George miró a Ruark. Ruark asintió y corrió a abrir la puerta del granero. George desató a Attila, quien al ver la puerta abierta se volvió inmediatamente, hacia allí. Antes que pudiera echar acorrer, Ruark aferró un mechón de crines y saltó sobre su lomo. Attila se detuvo y empezó a saltar furioso hasta que Ruark apretó las rodillas y dio un agudo silbido.
El caballo reconoció a su jinete, y sintiendo que estaban en una misma misión, salió disparado. Nathanial y el mayor, entre tanto, empezaron a gritar órdenes.
Ruark dejó que -Attila eligiera su camino y se limitó a mantenerse sobre el animal. Entraron al grupo de árboles y el semental se detuvo en un claro. Agitó la cabeza, olfateó el aire y volvió a salir disparado. – El olor de Gaylord estaba fresco en las narices de Attila, pero más que eso, el olor de la yegua.
Gaylord miró a Shanna. La seguridad y compostura de ella eran inquietantes. El quería verla sometida, humillada, aunque fuera por el temor.
– Hasta un tonto sabe cuándo ha encontrado a su amo -dijo él.
– y usted, señor -replicó ella con una serena sonrisa- por fin ha encontrado al suyo. -Shanna sintió el peso de la pequeña daga contra su pierna. No se atrevió a usarla ahora. Ya llegaría el momento.
Gaylord trató de razonar con ella.
Yo no soy un hombre cruel, señora, y usted es muy hermosa. Un poco de amabilidad de su parte. podría hacer que encontrara misericordia en mi corazón. Sólo quiero compartir con usted un momento de placer.
– Mi placer, señor, será no volverlo a ver en mi vida.
¡La perra! ¿Cómo se atrevía a despreciado así?
– ¡Usted está desamparada! -gritó él y se irguió en toda su altura sobre sus estribos-. Está en mi poder y haré con usted lo que se me dé la gana.
– ¿En un húmedo bosque, señor? Podría ensuciarse sus ropas.
– ¡Nadie vendrá a salvarla! -gritó él.
– ¡Ruark ya viene! -dijo ella suavemente.
Gaylord sacudió furioso el rifle.
– ¡Si viene, lo mataré!
Ella sintió miedo pero trató de no ponerse a temblar. Llegaron a un lugar elevado, donde el sendero empezaba a descender hacia el valle. Gaylord se detuvo y miró a su alrededor. Shanna ladeó la. cabeza y escuchó con atención. Súbitamente tuvo la seguridad de que venían a rescatada. Gaylord la miró con recelo. 'Ella se irguió y asintió levemente,
– Sí -dijo-, ya viene Ruark.
Doblaron. la última curva. Gaylord hizo detener las cabalgaduras frente a la cabaña. Se apeó, ató la yegua a la cerca, sacó las maletas que iban sobre la yegua de Shanna-, abrió la puerta de la cabaña y entró. Salió en seguida y se acercó a Shanna. Le desató un pie y pasó al otro lado para desatar el otro. Se tomó su tiempo y sus dedos acariciaron innecesariamente los tobillos de ella. Shanna contuvo el aliento, temerosa de que él encontrara la daga.
Súbitamente, un ruido de cascos en la entrada del valle les llamó la atención. Por un instante, el flanco gris del caballo y el bulto de su jinete fueron visibles entre los árboles. Shanna sintió una inmensa alegría y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Gaylord tomó el rifle, rió por lo bajo, amartilló apoyó sobre la silla de su montura. Cuidadosamente, apunto hacia el camino hacia su última curva.
Fue una equivocación de Gaylord volverle la espalda a Shanna. Cuando los cascos sonaron cerca de la curva, ella levantó un pie y golpeó el flanco de la yegua con todas sus fuerzas. Con un agudo relincho, Jezebel saltó y su movimiento sorprendió a Gaylord, quien quedó apretado entre los dos animales.
El rifle saltó hacia arriba como una flecha mal dirigida y cayó entre los arbustos, en el momento que Ruark doblaba la curva montado en Attila.
Gaylord olvidó su rifle y sintió un helado estremecimiento a lo largo de su columna vertebral. Sacó rudamente a Shanna del lomo de la yegua y la arrastró hacia la cabaña. Con los brazos todavía atados, ella tropezó y cayó sobre la cama. Gaylord cerró la puerta y estaba buscando la pesada tranca cuando la madera pareció deshacerse en astillas.
Ruark se había lanzado desde el lomo del caballo con los pies hacia adelante y toda la velocidad que llevaba.
– Vamos, bastardo -gritó- ¡Si quieres a mi esposa, primero tendrás que matarme con las manos desnudas!
Gaylord no era un hombre pequeño y ahora se enardeció con el calor de la lucha. Se llevó las manos al cinturón en busca de sus pistolas, pero las mismas habían caído bajo los cascos del caballo. El caballero apenas tuvo tiempo de percatarse de la pérdida antes que Ruark atacara.
Ruark quedó sorprendido por la fuerza de su antagonista. Gaylord resbaló y sintió que nuevamente lo doblaban hacia atrás. Trató de esquivarse hacia un lado, pero Ruark resistió. Cayeron los dos al suelo en una nube de polvo.
Shanna se levantó las faldas y aferró el puño de su daga. Sus manos, atadas, estaban semi adormecidas, pero consiguió sacar el cuchillo y sostener el mango entre sus rodillas. Empezó frenéticamente a cortar las cuerdas con la hoja.
Los dos hombres se pusieron de rodillas. Ruark metió su cabeza debajo del mentón de Gaylord y rodeó con sus brazos el tórax del caballero, hasta que la columna vertebral del otro estuvo a punto de romperse. Gaylord gimió y súbitamente se retorció hacia un lado. Nuevamente cayeron entre una nube de polvo.
La mano del caballero había tocado un trozo de madera largo y pulido. Gaylord aferró ese palo, uno de cuyos extremos estaba cubierto por una piel de animal, rodó y apretó con la madera el cuello del siervo, apoyando todo el peso de su cuerpo. Ruark aferró la madera y en su cuello y sus brazos los tendones resaltaron como tensas cuerdas. La rodilla de Ruark se elevó debajo de la barriga del caballero y así alivió algo del peso que le oprimía el cuello. Su pie se deslizó debajo de la cadera de Gaylord y así consiguió arrojar al inglés por encima de su cabeza. Pero la piel cayó y Ruark, con súbita claridad, vio que en el extremo del palo había un hacha de doble hoja. Era el hacha que él había dejado en la cabaña.
Shanna ahogó una exclamación y Gaylord rió regocijado, blandiendo el hacha de doble filo mientras Ruark se ponía de pie. Ruark aferró un trozo de leña para defenderse mientras el caballero se le acercaba. Ruark sólo pudo retroceder mientras el filo del hacha lo amenazaba dentro del limitado espacio de la cabaña.
Ruark sintió que la parte posterior de sus muslos chocaba contra el borde de la mesa y ya no pudo retroceder más. Con un grito de triunfo, Gaylord aferró el hacha con las dos manos y Shanna gritó. Ruark se hizo a un lado y la mesa se partió en dos cuando la hoja la cortó limpiamente. Mientras Gaylord trataba de sacar el hacha de entre las astillas, Ruark arrojó el trozo de leña a las espinillas del caballero y aferró otro. El hacha pasó a – escasos milímetros del vientre de Ruark y fue apenas desviada por el corto trozo de leña. Gaylord lanzó otro golpe y Ruark saltó hacia atrás para esquivarlo.
El grito de victoria de Gaylord terminó en un gemido de dolor. Había alcanzado a ver el brillo del metal pero la pequeña daga lo mismo se clavó en su mejilla y le abrió la carne hasta el cuello.
Ruark se abalanzó sobre él y empezó a golpeado desde todos los lados. Gaylord empezó a temer la derrota y, peor aún, la muerte. Ruark lo atacaba con un salvajismo feroz. Gaylord cayó de rodillas y un golpe brutal le destrozó la cara. Su mano tocó suave terciopelo. Levantó!a vista y vio un rostro de mujer.
– ¡Deténgalo! ¡Deténgalo! -sollozó-. ¡Me matará!
Shanna sacudió la cabeza, confundida, y recobró la visión.
– Ruark -imploró-, déjalo para que el verdugo se encargue de él.
Echó los brazos al cuello de Ruark y lo besó en la boca, hasta que él recobró la cordura y se serenó.
Shanna estaba sentada en un banquillo mientras Ruark le aplicaba paños mojados en su mejilla magullada cuando Nathanial y el mayor detuvieron sus monturas frente a la cabaña. Gaylord estaba sobre un tosco banco, bien atado de pies a cabeza con cuerdas.
Los recién llegados observaron la escena. George y los demás se les unieron. George miró la puerta destrozada y dijo:
– Hijo mío, parece que tienes una forma especial de abrir puertas.
Gaylord fue puesto sobre un caballo y Shanna montó a Attila junto con su marido. Estaban asegurando con cuerdas la puerta de la cabaña cuando oyeron un grito y ruido de cascos que se acercaban. Poco después apareció una vieja yegua de patas rígidas. No hubiera podido decirse quién jadeaba más, si la animosa yegua o el valiente jinete que la montaba. Nathanial se adelantó y ayudó piadosamente a apearse a Orlan Trahern. Después sacó la silla de la montura de Trahern y la puso sobre el lomo de Jezebel, la yegua de trote más suave, para que el hacendado pudiera regresar.
El grupo de regreso fue directamente al granero, donde George señaló un sólido establo destinado a contener a algún toro o semental ocasional que dieran demasiado trabajo: Se lo usaba poco. Pusieron allí una pequeña mesa y un banco, junto con un montón de paja y varias mantas. Sir Gaylord fue desatado y arrojado a la improvisada celda.
– Pueden maltratarme así, si les place, pero un caballero del reino debe ser juzgado nada menos que por el alto tribunal.
– Quizá -dijo pensativo el mayor Carter – de eso se encargue el magistrado que se encuentra en Williamsburg.
– ¡No aceptaré nada de la justicia colonial de ustedes! -Protestó Gaylord-. Mi padre se ocupará de que yo sea tratado como corresponde.
– El mismo, por supuesto. -El mayor se rascó el mentón. -Lord Billingsham ha venido a las colonias para… Hum… mejorar el primitivo sistema, creo que ha dicho. El ocupa el estrado en Williamsburg y será el primero que oirá su caso.
Las risas y las exclamaciones de alegría hacían vibrar toda la casa. La historia fue contada y vuelta a contar, y cada uno añadió su parte. Sólo Orlan Trahern permanecía hosco en su sillón y bebía ale con bitter que Pitney había conseguido preparar. En medio de la catarata de felicitaciones, Hergus entró con una bandeja de bocadillos para calmar el apetito de los hombres, y lanzó un grito agudo.
– ¡Jamie! ¡Jamie Conners!
– ¿Hergus? -dijo lentamente el escocés, con los ojos dilatados por la sorpresa-. ¡Mi Hergus! ¡Mi único amor verdadero!
– Hum -dijo Hergus-. ¡Han pasado un montón de años!
– Yo… yo… -tartamudeó el pobre hombre-, no encontré huellas de ti cuando por fin me dejaron ir.
Hergus no respondió y siguió sirviendo a los demás. Pero cuando Shanna la miró, vio algo nuevo en Hergus, algo al mismo tiempo suave y firme, y adivinó que el escocés, podría recuperar lo que había perdido.
Shanna se acercó a su padre y preguntó-: ¿Te duele el pie?
– No es mi pie lo que duele sino otra parte -replicó él-. Me costó, mucho subir al lomo de esa yegua, pero aunque la tierra se estremezca bajo mis pies, no volveré a hacerlo.
No puedo encontrar comodidad ni de pie ni sentado. Tendré que tenderme en la cama para poder descansar.
Shanna no pudo contener la risa. -Oh, papá, es una pena que hayas tenido, que hacerlo por mí. -Se inclinó y lo besó en la frente.
– ¡Bah! -dijo Trahern-. Me duelen todos los huesos y ella ríe como una tonta. Ten cuidado, hijo -agregó dirigiéndose a Ruark-, o ella hará contigo lo que quiera.
Shanna tomó las manos de su marido. Después se sentó en el brazo del sillón de su padre.
– Estoy rodeada de bestias -sonrió para suavizar sus palabras-. Un dragón a mi izquierda y un oso a mi derecha. ¿Tendré que cuidarme siempre de los colmillos?
– ¡Tenla siempre encinta, muchacho! -rió Trahern, ahora de mejor humor-. Es la única manera. ¡Siempre encinta!
– Es lo que yo pienso, señor -dijo Ruark, y miró amorosamente a Shanna.
EPILOGO
Orlan Trahern estaba en la pequeña iglesia de la isla Los Camellos y escuchaba la voz de ministró que hablaba desde el púlpito. Su mente no estaba en el sermón sino en otra cosa.
Últimamente la isla parecía muy solitaria. Faltaba algo. La vida se desarrollaba como de costumbre, más lentamente en el calor del día, más a prisa en la época de cosecha. Pero él pensaba en su hija y su yerno. La criatura ya tenía que haber nacido, pero pasarían semanas antes de recibir alguna noticia. Miró hacia el pequeño retrato al óleo de su esposa que colgaba cerca del banco de la familia y supo que ella se habría sentido dichosa. En realidad, habría insistido en acompañar a Shanna durante el parto. Casi vio que su esposa le sonreía y le dirigía esa mirada siempre tolerante, conocedora.
Hasta Pitney había empezado a sentirse inquieto y a menudo hablaba de abandonar la isla para buscar fortuna en la nueva tierra. Trahern sospechaba que el hombre se había enamorado de los vastos espacios y que ahora la vida en la isla le resultaba limitada y estrecha.
Cuando venían hacia la iglesia, Pitney había ido al puerto para recibir a un barco que acababa de ser avistado. Trahern detectó en los ojos del hombre un brillo especial de sed de aventuras.
"Es una cosa tentadora", pensó ahora Trahern y cuando yo viaje a las colonias, podré detenerme para visitar a mis nietos".
El ministro había terminado su sermón y pedía a la congregación que se pusiera de pie para entonar un himno, cuando se detuvo de pronto y miró asombrado hacia la puerta. Antes que Trahern pudiera volverse, sintió una mano pesada en su hombro. Levantó la vista y se encontró con la cara sonriente de Pitney.
Trahern empezó a ponerse de pie. Entonces, le pusieron en los brazos un pequeño envoltorio blanco. Apenas tuvo tiempo de ver los cabellos oscuros y los ojos verdes de la criatura, cuando en el otro brazo le pusieron un bulto igual al primero.
El hacendado abrió la boca. Levantó la vista y encontró la cara radiante de Shanna.
– Un varón Y una niña, papá.
– Esta era una noticia que no podía llegar por carta -dijo Ruark, sonriendo-. Además, le debíamos una visita.
Orlan Trahern quedó sin habla. Miró nuevamente los gemelos y no encontró palabras para expresar su felicidad. Después, dirigiéndose al retrato en la pared, y con voz ahogada, susurró:
– Más de lo que jamás soñamos, Georgina. Más de lo que jamás soñamos.