En tono de comedia nos cuenta que la Tierra acaba de entrar en contacto con Xhroll, una especie humanoide al borde de la extinción. Los Xhroll son casi estériles, los humanos de una fertilidad inaudita. Las consecuencias de este contacto serán incalculables para las dos especies.

En tono de comedia nos cuenta que la Tierra acaba de entrar en contacto con Xhroll, una especie humanoide al borde de la extinción. Los Xhroll son casi estériles, los humanos de una fertilidad inaudita. Las consecuencias de este contacto serán incalculables para las dos especies.

Autor: Barceló, Elia

©1994, Miraguano

Colección: Futuropolis, 37

ISBN: 9788478131280

Generado con: QualityEbook v0.37

ELIA BARCELÓ

Miraguano Edíciones

Madrid, 1994

Ilustración de portada: Rafael Estrada Diseño de la colección: Pepa Arteaga

© 1994 Elia Barceló

© 1994 Miraguano, S. A. Ediciones

Hermosilla, 104. 28009 Madrid. Teléf. 401 46 45

ISBN: 84 ࢤ 7813 ࢤ 128 ࢤ 0 Depósito legal: M. 25.655 ࢤ 1994 Imprime: Imprenta Fareso, S. A. Paseo de la Dirección, 5 28039 Madrid

Esta novela y yo debemos mucho a los miles de horas de conversación y de vida que, a lo largo de los años, he compartido con personas de mi círculo íntimo. Conversaciones sobre hombres y mujeres, seres humanos. Experiencias vitales de comportamientos, de sentimientos, de ejemplo, de opinión.

Quiero expresar mi agradecimiento y mi amor a todas ellas. (Me refiero a personas, claro, de ahí el femenino).

Carmen Conchita Elia Carmina Concha Anni Luise Mirjam Nina Martina Carmen Pilar Camilla Lara Ana

Juan José Salvador José Luis

Eduard Hermann Klaus Ian Michael José Luis Francesco Bernardo Antonio Quico

—¿Van a aterrizar? ¿Van a aterrizar aquí? —la voz de Diego oscilaba entre la maravillada sorpresa y la más profunda incredulidad, sazonadas ambas con la sal de la excitación y la pimienta de la inquietud.

Igor, el tercer oficial de comunicaciones, asintió con la cabeza dejando que su rostro expresara con la tensión de sus músculos la misma gama de emociones que las palabras de Diego.

—Parece que tienen un pequeño problema en el aislamiento de la bodega o el equivalente Xhroll del compartimento de carga; nada grave, pero como somos la estación más cercana y como, oficialmente, estamos en buenas relaciones...

—Pero prácticamente nadie ha entrado nunca en contacto directo con ellos.

—Pues tendremos el honor de estar entre los primeros. El comandante ya ha dado su consentimiento.

—¿Son todo hombres?

Los cinco oficiales reunidos en la sala de comunicaciones soltaron la carcajada. Nico era sencillamente incorregible. Era un magnífico mecánico y, según se decía, su corazón, caso de existir, pertenecía por entero a sus máquinas, de preferencia los minúsculos robots encargados de reparar desde el exterior el casco de naves y estaciones. Pero lo que también había quedado suficientemente demostrado a fuerza de permisos era que las mujeres ocupaban el segundo lugar, aunque probablemente no en su corazón sino dos o tres palmos más abajo.

—Vamos, vamos, colegas. Es una pregunta seria. ¿Hay alguna mujer? Hace siglos que no vemos carne fresca.

—En esta estación hay setenta y tres miembros femeninos, Nico. —contestó Hal suavemente.

—Sí, ya. Y doscientos catorce tíos. Y además, yo no hablo de miembros femeninos sino de mujeres.

—De carne fresca —parodió Diego.

—Como te oiga la coronela Ortega se te ha caído el pelo, macho. —Igor había tenido un par de enfrentamientos con Diana Ortega por omitir en el texto de un comunicado a la tripulación las terminaciones femeninas reglamentarias en los adjetivos.

—Bueno, ¿las hay o no?

Igor le tendió una hoja de impresora:

—Aquí tienes la lista completa de los oficiales de la Harrkh. Los cinco últimos son los que visitarán nuestras instalaciones y estarán en contacto con nosotros. Si a tí te dice algo...

Nico se apoderó ansiosamente del papel mientras Hal y Diego miraban por encima de su hombro.

La impresora había escrito cincuenta líneas de lo que parecía una combinación arbitraria de letras, en su mayoría consonantes.

—Esto no hay Dios que lo entienda.

—A eso me refería.

—Esto es una tomadura de pelo. No es posible que se llamen así.

—Es sólo una aproximación fonética en nuestro beneficio, Nico. —Hal era lingüista y primer oficial de comunicaciones.

—Pues qué bien. Y entonces, ¿cómo nos vamos a enterar de si vienen mujeres?

—Esperando a que el comandante nos los y las presente. Cuando terminen de quitarse los trajes, lo más probable es que quede claro quién es qué. Suponiendo que tengan mujeres, por supuesto.

Nico hizo una mueca de exasperación:

—Pues claro que tienen mujeres. ¿Es que no veis los noticiarios? ¡Y qué mujeres! Si están la mitad de buenas que la tía que estableció el primer contacto...

—Pero a lo mejor no van a bordo de naves de carga. Dicen que tienen poca población.

—Si son tan parecidos a nosotros como se dice, no tendrán más cojones que llevar mujeres. Por lo de la igualdad de derechos.

—Bueno, colegas, yo voy a arreglarme un poco. —Nico se pasó la mano por la barbilla, reglamentariamente afeitada, y se puso en pie—. Hay que causar buena impresión a las señoras, especialmente cuando son extraterrestres.

—Oye, Nico —Diego tenía una expresión francamente aprensiva—. ¿No pensarás tirarte a una Xhroll, ¿verdad?

Nico exhibió una sonrisa lobuna, un despliegue casi ofensivo de dientes perfectamente blancos.

—Sólo con su consentimiento, lo juro. Hay que dejar alto el pabellón de la patria.

Las reacciones fueron desde las clásicas risotadas con acompañamiento de palmadas en el hombro hasta la expresión horrorizada de Diego pasando por la mirada de preocupación de Hal que, a pesar de todo, seguía unida a una sonrisa.

—¿Y si son monstruos disfrazados?

Nico se echó a reir:

—Tú has visto demasiado cine clásico, Dieguito.

—¿Y si la dejas preñada?

Con un esfuerzo por dominar la sonrisa que se le escapaba por los lados del bigote, cortado, según las ordenanzas, a la altura de las comisuras de los labios, Nico empezó a contar con los dedos:

—Primero, no creo que, a pesar de parecemos, seamos tan compatibles; segundo, ninguna mujer que yo haya conocido nunca es fértil por naturaleza si no toma los fármacos apropiados; tercero, lo mismo le hago un favor. ¿No decíais que tienen poca población?

Y con eso, Nico efectuó su salida triunfal entre las risas de los compañeros.

Dos horas más tarde todos los oficiales de la Victoria, la estación espacial terrestre más alejada del planeta madre, se encontraban en el Salón de Actos en uniforme de gala esperando entre cuchicheos y risas reprimidas la entrada de la delegación de extraterrestres. El comandante Kaminsky, un lituano de ascendencia polaca que parecía hecho de alambre de espino, comprobaba disimuladamente cada veinte segundos su traductor portátil y, en un tic aún más difícil de controlar, se estiraba el borde inferior de la guerrera.

Era la primera vez que iba a encontrarse cara a cara con unos seres de otro mundo y, aunque sabía que de aspecto eran casi absolutamente humanos, la idea le intranquilizaba considerablemente. Por otro lado no tenía ninguna confianza en que aquel aparato que el primer oficial de comunicaciones le había colgado de la cintura funcionara realmente. Kaminsky sabía, como cualquier ciudadano bien informado, que dos años atrás la Pallas Atenea había establecido el primer contacto con el pueblo Xhroll y un pequeño equipo de lingüistas de ambos mundos había trabajado durante un tiempo en la creación de una lengua que permitiera la comunicación a nivel básico. Lo sabía pero, ahora que estaba a punto de probarlo por sí mismo, su confianza en los lingüistas no estaba precisamente en su punto álgido.

Obedeciendo a una señal acústica, los hombres y mujeres de la Victoria adoptaron la posición de firmes mientras sonaban los primeros compases del himno mundial terrestre y la delegación de los Xhroll hacía su entrada por el pasillo central, precedidos por el capellán católico en quien había recaído la delicada misión de maestro de ceremonias, según la opinión más generalizada para que el pobre hombre pudiera contarle a su obispo al término de sus cinco años de destino que en una ocasión tuvo algo que hacer.

Nico, que había conseguido ocupar un puesto perfecto, junto al pasillo en el tercio delantero de la sala, se esforzaba por observar con el rabillo del ojo a los Xhroll que avanzaban hacia el estrado y, conforme subía de tono el ligero murmullo producido por varias decenas de respiraciones asombradas, subía su excitación. Si había una mujer, una única mujer, sería suya. Ya ni siquiera le importaba lo fea que pudiera ser. Lo importante era que él sería el primer humano en...

La vista de los Xhroll le cortó el aliento y todos los procesos mentales.

Eran... Eran... Hermosos. Perfectos. Tan perfectos que, por un instante, sólo por un instante, ni estuvo seguro, ni le importó si eran machos o hembras. Eran todos diferentes en color de piel y de cabellos, iban sencillamente vestidos con un mono negro sin distintivos ni adornos y sus cuerpos eran tan similares que sólo cuando subieron al estrado junto al comandante y se giraron de frente a la oficialidad del Victoria, tuvo Nico la seguridad de que la segunda por la izquierda era una mujer. El tamaño de sus pechos, aunque no excesivo, no dejaba lugar a dudas. Los otros miembros de la tripulación eran hombres. Por lo demás las diferencias eran mínimas: todos parecían jóvenes, fuertes y ágiles, todos los músculos de sus rostros estaban en reposo como si fueran muñecos de cera; la forma y el color de los ojos, el corte de pelo, el color de la piel hacían muy fácil su identificación pero era una impresión engañosa porque, aparte de esos detalles, eran prácticamente intercambiables.

El comandante comenzó su discurso mientras los ojos de los Xhroll vagaban por la sala sin que un solo movimiento facial denotara sus reacciones.

—Honorables huéspedes del planeta Xhroll. Todas y todos nosotras y nosotros, ciudadanas y ciudadanos del planeta Tierra, nos sentimos inmensamente honradas, honrados y orgullosas, orgullosos por el raro privilegio que nos ha sido concedido al poder contar con vuestra presencia aquí. Esperamos que os sintáis como en vuestra propia casa y nos comprometemos solemnemente a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que podáis continuar sin peligro vuestro viaje y para que las relaciones de amistad entre nuestras dos especies se fortifiquen y prosperen en el futuro.

En nombre de las ciudadanas y ciudadanos del planeta Tierra os doy la más cordial bienvenida a nuestra estación espacial Victoria.

Los ojos de Nico, que no se habían apartado un instante del rostro de la mujer Xhroll durante el discurso del comandante Kaminsky, se vieron al fin descubiertos. La mirada de la extraterrestre, en su sistemático barrido de la sala, estableció contacto ocular con él y lo mantuvo durante unos segundos. Entonces él, en contra de todas las reglas, le regaló esa esplendorosa sonrisa que tantas resistencias femeninas había conseguido vencer.

Los ojos de ella, que ya habían comenzado a apartarse para seguir su recorrido, regresaron y Nico creyó descubrir en su rostro impasible un principio de reacción que, sin embargo, no pudo precisar.

Luego los asistentes empezaron a aplaudir al comandante y el contacto se rompió.

Uno de los Xhroll, el de piel oscura, dio un paso al frente y el pequeño traductor, conectado al sistema de megafonía de la sala, hizo llegar sus palabras a los oficiales.

—Mundo Tierra, Xhroll os agradece. No tenemos interés en contactos futuros pero vuestra ayuda era necesaria ahora. También ayudaremos cuando vosotros necesitéis.

El mensaje fue tan corto y tan brusco el final que, por un momento, todos se quedaron sin saber qué hacer. Cuando, tras unos segundos de silencio, el capellán comenzó a aplaudir y fue inmediatamente secundado por el comandante, todos los asistentes comenzaron a hacer palmas, silbar y rugir con tanto fervor que a ellos mismos empezó a parecerles ridículo y la ovación se cortó casi de golpe.

Rompieron filas y fueron dirigiéndose a las largas mesas que, arrimadas contra la pared, hacían las veces de bar. Nico, que sabía que durante la primera hora los extraterrestres serían monopolizados por los altos oficiales y no tenía ningún temor de que otro consiguiera antes lo que él se había propuesto, fue a servirse una copa de vino sintético y, al hacerlo, se encontró frente a frente con Diana Ortega, que había alargado la mano hacia la misma jarra.

—Gente de pocas palabras, ¿eh, mi coronela?

—Pocas y bastantes groseras, teniente.

—¿No quiere usted ir a que se la y los presenten? ¿Ni siquiera a la mujer?

La coronela dio un largo trago de su vaso de plástico.

—Ni se ha inmutado cuando ese hijo de su padre ha hablado en masculino genérico.

—Bueno, mi coronela, a lo mejor ellas y ellos son diferentes. Hace un par de siglos a las y los terrestres tampoco les importaba en qué genérico se les dirigiera la palabra.

Ortega soltó un bufido:

—Sigo sin verle la gracia. Y usted, ¿no quiere que le presenten a la mujer?

Coronela y teniente se llevaban bastante bien a pesar de la distancia jerárquica y la fama de conquistador de Nico. Según él precisamente por eso, según ella porque el bufón tenía una tradición innegable en toda comunidad cerrada.

—Pues sí, mi coronela, eso pretendo. Es un deber de honor, compréndalo.

Ortega echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada que sonó como el rugido de un león.

—Es usted un hijo de chulo, Andrade. Inténtelo, inténtelo. A ver si de una vez encuentra la horma de su zapato. Aunque lo dudo; una mujer que no se inmuta por ese trato... En fin, no quiero molestar. Ya me contará.

La coronela se perdió entre la gente y Nico empezó a dirigirse dando codazos y empujones hacia la mesa del fondo en torno a la cual los extraterrestres se destacaban nítidamente por su extraordinaria altura y su vestimenta negra. Sus voces, pasadas por el traductor, eran suaves, agradables y misteriosamente impersonales, pese a lo cual le resultaban muy excitantes.

Todavía estaba Nico dándole vueltas a cuál de sus muchas estrategias de acercamiento debía emplear cuando, sin poner nada de su parte, la mujer se desgajó del grupo y avanzó unos pasos hasta colocarse frente a él.

—¿Me estás buscando a mí? —oyó preguntar a la mujer.

Sintió la boca seca de un momento al otro; él se la había imaginado más tímida y su intuición no solía fallarle.

—Sólo a ti —contestó mirándola a los ojos, quince centímetros más arriba de los suyos, ignorando el hecho de que fuera ella quien hubiera comenzado la conversación.

—Eres el único terrestre que me atrae. Los otros no son claros.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Nico, intrigado.

—O no saben lo que quieren o lo saben pero no lo expresan. Vuestras relaciones deben de ser agotadoras.

—¿Porque uno o una nunca sabe lo que de verdad piensa o quiere el otro o la otra?

—Exacto.

—Bueno, no creas, tenemos nuestras convenciones. Uno o una siempre lo sabe más o menos. O lo adivina y se equivoca, claro.

—Me parece de una complejidad superflua.

—Es cuestión de costumbre.

—¿Cuál es tu motivación para entrar en contacto conmigo?

Si Nico hubiera sido capaz de ruborizarse, lo habría hecho en ese mismo instante.

—Pues yo quería... esto... quería tener una relación sexual contigo, si es posible y si estás de acuerdo.

La Xhroll se llevó una mano al oído donde estaba insertado el traductor como asegurándose de su buen funcionamiento.

"Ya está", pensó Nico. "Ya me he pasado. Ahora la tía se ofende y resulta que acabo de crear un incidente diplomático intergaláctico."

—Mi traductor me comunica que has usado un tiempo pretérito. ¿Quiere eso decir que era tu primera intención y ya no te interesa?

Nico sacudió la cabeza, perplejo. ¡Qué asquerosamente literales eran!

—Sí, sí. Claro que aún me interesa. ¿Y a tí?

—También a mí, pero tengo que consultarlo. Puedes hacer tu consulta mientras yo hago la mía. Nos encontraremos en la puerta dentro de cinco minutos.

Le dio la espalda y se alejó en dirección al grupo de Xhrolls dejando a Nico clavado en el sitio. Cinco minutos. En cinco minutos tenía que hablar con Kaminsky y encontrarse con ella. Era imposible que le diera tiempo. Además, ¿por qué diablos tenía que consultar nada con Kaminsky? No estaba de servicio y en su tiempo libre podía hacer lo que le diera la gana; si se tratara de una mujer humana resultaría ridículo pensar en pedirle permiso a su comandante para acostarse con ella, así que, ¿por qué tenía que hacerlo sólo porque era Xhroll? Lo más probable era que Kaminsky se pusiera pálido de furia, que era su reacción natural ante cualquier cosa que lo sacara de su rutina habitual, y que lo mandara encerrar hasta que se hubieran ido los visitantes. Mientras que si no se enteraba hasta después, podría castigarlo por lo sucedido, por supuesto, o por enfrentarlo a un hecho consumado, pero no podría impedirle nada.

Una vez tomada su decisión, se dirigió hacia la puerta con la garganta contraída y un peso en el estómago aunque, con la costumbre de los años, ni su forma de andar ni la sonrisa que enmascaraba su rostro hubieran revelado a nadie la inquietud que sentía. No es que se estuviera arrepintiendo ya de lo acordado con la Xhroll. En absoluto. Eso le iba a convertir en el hombre más famoso de la Flota y su fama tomaría proporciones de leyenda; por ese lado estaba seguro. Su inquietud procedía del hecho de que, de repente, recordando la corta conversación que habían mantenido, la expresión de hielo que la mujer tenía en toda circunstancia, como si fuera incapaz de mover los músculos faciales más que para hablar, se había dado cuenta de que no le excitaba. Era guapa, alta, joven, bien proporcionada, tenía una hermosa melena rubia y unos ojos verdes como de cristal pero era un témpano de hielo, por lo menos en público. Y si en privado no cambiaban las cosas, iba a tener que echar mano de toda su fantasía para poder cumplir lo que se había propuesto. Por primera vez en sus treinta y cinco años, el fantasma de la impotencia temporal pasó por su mente, pero no fue más que un pensamiento fugaz que enseguida desechó. No le iba a pasar. Era absolutamente imposible. Se iba a tirar a esa Xhroll aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

Igor y Diego se encontraban junto a la puerta con un vaso en la mano cuando él llegó.

—No me digas que te has dado por vencido y te retiras a llorar tu derrota —bromeó Igor.

—A lo mejor es que le ha entrado sentido común —la expresión de sorna de Diego contradecía sus palabras.

Nico sintió cómo las bromas de sus amigos volvían a infundirle todo el valor que había perdido por unos momentos. Echó un vistazo a su reloj y a la sala antes de contestar:

—Estas Xhroll, aparte de estar buenísimas, son de una puntualidad que asusta.

Efectivamente, la mujer se dirigía en línea recta hacia ellos entre grupos de hombres y mujeres que se apartaban a su paso.

—Todo arreglado —dijo al llegar.

El la tomó delicadamente del codo, lo que le valió la primera expresión que había visto en su rostro, algo que interpretó como sorpresa aunque hubiera podido ser cualquier otra cosa, y, con un guiño a sus compañeros, abandonó el salón.

Cuando Igor y Diego consiguieron reponerse de su sorpresa se dieron cuenta de que prácticamente la totalidad de los oficiales que llenaban la sala tenía la vista clavada en la puerta por la que Nico y la mujer habían desaparecido. Los cuatro Xhroll, junto al comandante, escrutaban los rostros que los rodeaban con algo que parecía inquietud aunque sus cuerpos seguían relajados.

Entonces de algún lugar del fondo del salón surgió un silbido y unas palmas y pronto todos se encontraron aplaudiendo y dándose golpes amistosos entre risas y chistes.

Los Xhroll no llegaron a tanto pero en sus cuatro rostros impasibles apareció una sonrisa, fugaz pero inconfundible.

Sólo había dos personas perfectamente serias en la reunión: el comandante Kaminsky y el capellán católico.

Nunca le habían parecido tan largos los corredores que llevaban del salón al cubículo que, como oficial, le correspondía y que solía llamar orgullosamente "mi piso". Si hubieran estado en la Tierra, la estrategia habría sido evidente: una copa, una buena cena con luz de velas y música suave, un paseo en biplano sobre las montañas, aterrizaje directo en la terraza de su edificio, un baño en la piscina caliente a la luz de la luna, una copa de champán frente al fuego... una estrategia convencional, sí, pero efectiva. Mientras que en la Victoria... ¿qué podía uno ofrecerle a una extraterrestre en la Victoria? Cinco metros cuadrados y un camastro abatible.

Pensó que quizá debía haber hablado con Kaminsky para pedirle que le prestara sus habitaciones; se decía que el comandante, a pesar de su aspecto ascético, tenía una cama doble con edredón de plumas. Podía haber argumentado que no era por él mismo sino por la exótica visitante. Claro que Kaminsky podía haber respondido que, puestos a ello, un macho humano era un macho humano y él mismo podía mostrar a la mujer Xhroll cómo se hacen las cosas en la Tierra.

Se imaginó a Kaminsky quitándose los calzoncillos largos y estuvo a punto de soltar la carcajada.

Tendría que pasarse sin velas, sin sedas y sin edredón de plumas. Lo único que tenía era un cuerpo de primera calidad y la Xhroll tendría que contentarse con eso. Al fin y al cabo tampoco parecían una especie muy dada al romanticismo. Seguro que eso tampoco lo encontraban lo bastante "claro".

Metió la chapa en la ranura y la puerta se abrió y volvió a cerrarse tras ellos.

Ella se quitó el traductor del cinturón y lo colocó en la mesita mientras se aseguraba de que el auricular seguía en su oreja izquierda. El volvió a ofrecerle su espléndida sonrisa porque, de momento, no sabía qué hacer ni qué decir.

—¿Aquí os quitáis la ropa para copular? —preguntó ella con la mano en el cierre de su mono negro.

—Sí, claro —era increíble lo directa que era la tía—. ¿En tu mundo no?

—Sí. Pero hay otros pueblos que no lo hacen.

Otros pueblos. Había dicho otros pueblos. Luego los Xhroll tenían contacto con otras especies no humanas y no sólo contacto sino, al parecer, también relaciones sexuales.

Por eso se lo tomaba la tía con tanta naturalidad, porque para ella no era la primera vez. A saber cuántos extraterrestres más o menos monstruosos se la habrían tirado ya. No es que él esperara que fuese virgen, claro, pero se había imaginado que sería la primera vez para los dos y así resultaba que el que era prácticamente virgen era él. Y esa era una idea que no le gustaba nada. Si había un terreno donde no tenía costumbre de pasar por tonto, era precisamente éste. Igual la tía hacía una muesca en el cinturón cada vez que se tiraba a un alienígena. El pensamiento le arrancó una sonrisa torcida: era justo lo que él había hecho durante los últimos veinte años de su vida y lo que pensaba hacer en cuanto ella abandonara su piso al toque de las seis. "No seas machista", se dijo. "Si tú lo haces ¿por qué ella no?"

La Xhroll se había quitado el mono y lo estaba plegando cuidadosamente en el suelo. No llevaba ningún tipo de ropa interior y su piel era blanca y lisa, de un tono marfileño. Cuando volvió a ponerse en pie y se giró hacia él se dio cuenta de que no tenía vello en ningún lugar del cuerpo y su sexo estaba tan expuesto que más que obsceno resultaba clínico. Los pezones y la vulva eran exactamente del mismo color que el resto de la piel y eso le daba un aspecto de maniquí de escaparate del siglo XX.

Nico tragó saliva y empezó a quitarse la ropa mientras ella lo observaba impasible, los brazos relajados junto al cuerpo.

El siempre se había sentido orgulloso de sus músculos prominentes, de su piel morena, de su pecho velludo sobre el que lanzaba menudos guiños el oro de una fina cadena. Y sin embargo ahora, bajo aquella mirada de hielo, se encontraba estúpido, como si su cuerpo fuera una atracción de feria. Tardó unos segundos en decidirse a quitarse los shorts que ocultaban apenas una erección incipiente. ¿Y si los hombres de su planeta no eran así? ¿Y si ella nunca había visto un pene? ¿Y si, mucho peor, estaba acostumbrada a penes mayores, el doble o el triple del suyo?

Se esforzó por desechar ideas que le llevarían irremisiblemente a una pérdida de tensión sexual y, antes de que sucediera, se quitó rápidamente los calzoncillos y, en un fluido movimiento conseguido a través de años de práctica, liberó sus piernas.

Ella seguía mirándolo con esa expresión que de hecho era una ausencia de expresión.

Nico maldijo en su interior. Se sentía ridículo, absurdo y pasivo, casi como si estuviera esperando a que tomase ella la iniciativa, como si de pronto no se viera capaz de hacer lo que había decidido.

Sin pensarlo más, dio un paso hacia ella, rodeó con un brazo su cintura y la atrajo hacia su cuerpo. La mujer estaba cálida y su piel era suave. Nico dio un suspiro de alivio. En algún lugar de su subconsciente había esperado y temido encontrarse con una piel fría y reptilesca. La abrazó más estrechamente y, poniéndose casi de puntillas, empezó a besar su cuello y su oreja fingiendo una pasión que estaba muy lejos de sentir por el momento. Pero sabía que si continuaba forzando la respiración y dejándose llevar por el tacto de la piel, antes o después el deseo sería auténtico; era cuestión de tiempo y de interés.

Las manos de ella empezaron a explorar su espalda, literalmente, músculo por músculo desde la nuca hasta la parte alta de los muslos, como si estuviera haciendo un inventario de existencias, como una masajista tratando de hacerse una idea del estado general de un paciente.

Nico empezó a fantasear deliberadamente, intentando olvidarse de la exploración convirtiéndola en algo deseable y excitante. Buscó sus labios que siguieron cerrados un buen rato antes de que por fin se diera cuenta de lo que el hombre esperaba de ella. Entonces abrió la boca de golpe y Nico tuvo la vertiginosa sensación de que, lo que momentos antes era un castillo que había que tomar, se había convertido en un pozo sin fondo que lo tragaría. Descontroladamente se separó, jadeante, de su boca abierta y para cubrir su confusión la arrastró hacia la cama tratando de convertir su arrebato de miedo en un frenesí de deseo. Ella se dejaba hacer con esos ojos cristalinos constantemente abiertos y al acecho.

—¿No puedes cerrar los ojos? —preguntó.

—Por supuesto. ¿Para qué?

—Los humanos pensamos que así se potencian las sensaciones.

—Puedo intentarlo.

La Xhroll cerró los ojos y Nico se sintió algo mejor mientras se concentraba en sus pechos, lamiendo insistentemente sus pezones tratando, sin ningún éxito, de ponerlos erectos.

—¿Te gusta así? —preguntó al cabo de un rato.

—Sí —dijo ella, sin abrir los ojos—. Es agradable.

"¡Maldita sea!", pensó Nico. "Agradable. La hija de su madre lo encuentra agradable. Ni un suspiro, ni un jadeo, ni un mal espasmo muscular. Igual podía estar visitando una planta recicladora de basuras. Sólo faltaría que hubiera dicho "interesante"".

Decidió saltarse todos los pasos intermedios. Al fin y al cabo, aquella tía no era humana. Lo que a una mujer le parecía una preparación imprescindible podía ser para ella un estúpido juego infantil sin ningún sentido. Quizá un poco de fuerza bruta la sacara de aquella serenidad que lo estaba volviendo loco.

Le separó las piernas violentamente y se dispuso a penetrarla.

Se arrepintió de inmediato.

Una mirada a su vulva blanca y abierta le recordó que nunca había tomado a una mujer sin tocarla primero. Podía ser una superstición pero estaba demasiado arraigada para desecharla sin más, de modo que, dominando un principio de repugnancia, metió la mano entre las piernas de la Xhroll y estuvo a punto de retirarla, asustado. La mujer segregaba una especie de sustancia viscosa que debía ser el equivalente del flujo humano pero que tenía un olor agrio, casi como un vómito, y se pegaba a sus dedos con una insistencia desacostumbrada. ¿Y si por dentro también era diferente? ¿Y si todos esos cuentos de la vagina dentada tenían, después de todo, algún fundamento? Los humanos no sabían prácticamente nada de los Xhroll. ¿Y si...?

—Quiero advertirte de que no estoy tomando ninguna medida anticonceptiva —le informó ella repentinamente, en el mismo tono de voz en que se dan los mensajes en los espaciopuertos.

Aunque el aviso lo había dejado perplejo, trató de sobreponerse:

—¿Quieres que me encargue yo?

—Sólo quiero que lo sepas.

—Bien. Espera un momento.

Saltó de la cama intentando decidir qué hacer a continuación. Era casi la primera vez que le sucedía una cosa así. Prácticamente todas las mujeres humanas eran voluntariamente estériles hasta que decidían invertir la situación y tomaban los fármacos que les devolvían la fertilidad. Antiguamente existían unas fundas de goma que se ajustaban al pene y evitaban la entrada del semen masculino en el útero de la mujer, pero estaba seguro de que en toda la Victoria no había uno solo de esos inventos antediluvianos, aquello era una estación espacial, no un museo.

Y entonces, ¿qué? ¿Confesar que no había previsto la eventualidad y terminar la noche durmiendo como hermanos? No. Eso sería demasiado estúpido.

Abrió el único cajón de que disponía y empezó a revolver entre su contenido sabiendo que allí no encontraría nada que pareciera ni remotamente un anticonceptivo. Podía llamar a la enfermería y preguntar si ellos tenían algo pero eso haría demasiado daño a su reputación. Tendría que buscar otra cosa.

De pronto encontró algo que podría servir.

Sacó la aspirina de su funda, se giró hacia la mujer para que viera bien lo que estaba haciendo y se la tragó en seco. Volvió a sonreirle a la Xhroll, bajó la intensidad de la luz y se dispuso a acabar lo que había empezado.

Sentados frente a los ventanales de la Sala Olimpia, una de las tres áreas de recreo con vista exterior, Igor, Hal y Diego contemplaban los preparativos de despegue de la nave Xhroll esperando con impaciencia a que se les reuniera Nico y les diera un informe completo de la noche anterior. Todos ellos estaban en diurno y tenían cuarenta minutos antes de presentarse en sus respectivos puestos pero todos estaban dispuestos a arriesgar lo que fuera por llegar tarde si así conseguían ser los primeros en enterarse de lo que había pasado en el cubículo de Nico y en el despacho del comandante donde se encontraba en esos momentos.

Los técnicos de aislamientos de la Victoria habían resuelto el problema de la Harrkh mucho más deprisa de lo que todos esperaban porque, según se decía, había sido solamente cuestión de modificar algunos repuestos terrestres para que se ajustaran a los requerimientos de la nave alienígena. La razón de que ellos carecieran de las piezas necesarias para su propio mantenimiento no había quedado clara para nadie pero corría el viejo chiste del Rolls Royce que no cobra facturas por reparaciones porque, oficialmente, un Rolls jamás se avería. Otro de los chistes en boga era que los Xhroll debían tener sangre japonesa: cuando algo se estropea la respuesta es el sepuku/harakiri en masa. Pero la sangre debía de estar contaminada de herencia latina que les había llevado a recurrir a la chapuza para salvar la piel, o más exactamente, para salvar la carga, con lo cual la sangre escocesa entraba también en consideración.

Los tres oficiales se habían pasado casi toda la noche despiertos, recorriendo las diferentes áreas de recreo, mezclándose con distintos corrillos, haciendo chistes y discutiendo posibilidades cada vez más absurdas según iba subiendo el nivel de alcohol y de cansancio, hasta acabar en la puerta del cubículo de Nico esperando ser los primeros en felicitar al campeón, o en "recoger solemnemente sus pedazos", en frase de Diego. Sin embargo Kaminsky se les había adelantado.

Apenas se había abierto la puerta para dejar salir a la Xhroll, tan fría y tan fresca como diez horas antes, y a Nico, agotado y sonriente, se había presentado el coronel Aichinger con una escolta para conducirlos a los dos a presencia del comandante. No les había dado tiempo más que a un rápido cruce de miradas y a un par de gestos que todos comprendían: "Sala Olimpia. Te esperamos."

Y allí estaban, tomándose sin ganas el sucecafé mirando alternativamente a la puerta por la que tenía que aparecer Nico cuando Kaminsky terminara con él y a la ventana por la que se veía la nave que se llevaría a la mujer Xhroll.

—A ver si se ha enamorado de ella —comentó Diego en su mejor voz de cenizo.

Le contestaron las carcajadas de sus compañeros y la palmada de Nico en su hombro.

—Menos romanticismos, Dieguito. Los, bueno, y las Xhroll, no son nada románticos, te lo digo yo.

Todos se pusieron de pie y volvieron a sentarse inmediatamente después de que Nico se dejara caer en un sillón de espaldas a la ventana.

—¿Qué quería Kaminsky? —preguntó Hal.

—Chico, ¡cómo eres! Tengo un montón de cosas interesantes que contar, quince minutos para contarlo todo, y a tí sólo te preocupa lo que quería el Gran Jefe. En fin... Quería, en la base, lo mismo que vosotros pero se ha contentado con ver que los dos seguimos vivos y que no hay quejas por parte de la Xhroll.

—¿Y por tu parte?

—Al parecer no le preocupa si yo he quedado satisfecho.

—Pero ¿qué?

—¿Qué qué? ¿Si he quedado satisfecho? —esbozó una sonrisa traviesa y soñadora destinada a incrementar la tensión de la espera—. Pues sí, señores. La verdad es que sí.

—¡Venga, hombre! ¡Cuenta!

Nico se arrellanó en el sillón, cruzó las manos detrás de la nuca y sigió sonriendo, sin hablar.

—¡Venga, vamonos! —dijo Igor poniéndose de pie—. Don Juan no está comunicativo.

—Joder, tíos, no os lo toméis así! Es que no sé por dónde empezar... Si me preguntarais sería más fácil.

Igor volvió a sentarse.

Mientras tanto se había ido acercando un grupo de gente que trataba de pasar desapercibida pero estaba pendiente de cada palabra de Nico.

—A ver —empezó Hal—, ¿qué tal está de cuerpo?

—Ya lo habéis visto. Estupenda.

—Sí, ya, pero ¿es normal?

—No tiene tentáculos, ni antenas, ni nada raro si os referís a esas cosas. Eso sí, es toda blanca.

—¿Toda? —varias voces se mezclaron en la pregunta.

Nico asintió con la cabeza mientras tomaba un trago del café de Diego:

—Cada milímetro. No tiene nada que sea de otro color.

—¿Activa o pasiva? —se interesó Igor.

—Pues al principio más bien pasiva. ¡Qué digo "más bien"! Pasiva como un trozo de mármol. Pero luego... luego se fue animando y casi me come.

Disfrazó el comentario con una de sus sonrisas para que nadie pudiera darse cuenta de las imágenes que acababa de ofrecerle su cerebro: la Xhroll montada encima de él saltando como un jinete sobre un caballo salvaje mientras él luchaba con todas sus fuerzas para liberarse de su cuerpo que se le pegaba de una manera antinatural, la Xhroll con la cabeza metida entre sus piernas chupándolo de un modo brutal, doloroso, en una presa que se veía incapaz de deshacer, la Xhroll lanzando por toda su piel sucesiones de choques eléctricos que le quitaban la respiración y le forzaban a gritar de dolor y de rabia. Cerró el grifo de los recuerdos y pidió a Diego que le trajera otro café.

—Y, oye, ¿la tía se...? —Igor se dio cuenta de que en el grupo de oyentes había varios miembros femeninos y reformuló la pregunta en el mismo instante en que empezaban a alzarse algunas cejas—. ¿Conseguísteis llegar al orgasmo?

Nico puso cara de ofendido con toda la teatralidad de que era capaz:

—Por supuesto.

—¿Cuántas veces? —preguntó una voz anónima.

—No sé, la verdad. Después de la quinta perdí la cuenta.

Otra vez los recuerdos aflorando sobre el momento de triunfo de la Sala Olimpia. Aquella sensación quemante en el bajo vientre, como un reguero de pólvora encendida, como un ácido que corroía su cuerpo por dentro. Una vez, dos veces, era verdad que no recordaba cuántas. Aquel dolor que lo había dejado ciego durante unos instantes, aullando de miedo. Y ella con los ojos abiertos, fijos con delirante intensidad en su rostro desfigurado por el dolor, pálida como un muerto, respirando lenta, pesadamente, como si bebiera su pánico.

Llegó el café y se lo tomó de un trago, quemándose la lengua.

En ese momento sonó el acorde del turno de las seis y todos empezaron a ponerse en pie de mala gana.

—¿Vamos? —preguntó Diego que trabajaba a sólo tres corredores del taller de robótica miniaturizada.

Nico sacudió la cabeza:

—Tengo que ir a la enfermería. Ordenes de Kaminsky. Los Xhroll están limpios en cuanto a cosas que puedan contagiarse por el aire pero, al parecer, nadie había previsto que hubiera un contacto tan estrecho.

Igor, Hal, Diego y Nico se dirigieron juntos a la puerta y recorrieron el primer corredor entre gente que iba tomando distintas desviaciones. Al llegar al punto en que sus caminos se separaban, obedeciendo a un impulso repentino, Nico los reunió en un rincón y, después de asegurarse de que nadie podía oírlo, les contó lo de la aspirina. De alguna manera eso le hizo sentirse mejor, como vengado en parte de todo lo que le había sucedido y jamás se vería capaz de confesar.

—Ni una palabra a nadie, ¿eh? Si se enteran los de arriba me cuelgan de los pulgares.

Agitó los pulgares que acababa de nombrar, se los metió en el cinturón y, silbando desafinadamente, echó a andar hacia la enfermería.

El comandante Kaminsky recibió al capitán médico en lo que él llamaba su gabinete, una especie de híbrido de sala de estar y despacho informal, contiguo a su dormitorio. Kaminsky, sin llegar a sonreir, cosa que hubiera intranquilizado excesivamente al médico, permitió que sus labios se curvaran unos milímetros al verlo entrar.

—Póngase cómodo capitán. Acabo de recibir magníficas noticias y he decidido que podemos permitirnos un jerez para celebrarlas. —Se dirigió a un armarito y regresó con una botella y dos copas de cristal—. He recibido el último mensaje de la Harrkh antes de entrar en el salto que los llevará a casa. La bodega ha aguantado y están seguros de que soportará el salto. Los oficiales que nos visitaron se encuentran en perfecto estado de salud y nos vuelven a dar las gracias. —Sirvió jerez en las dos copas, le tendió una al capitán y se acomodó frente a él con la suya.

—¿Sabe? —continuó—. Estas últimas semanas, desde esa maldita visita he estado temiendo que surgiera algún incidente, no me pregunte de qué tipo porque ni yo mismo lo sé; algo que nos pusiera en una posición incómoda. No sé, una pelea entre oficiales, una epidemia de gripe que resultara ser mortal para ellos, qué sé yo... Exceso de literatura, probablemente. El caso es que incluso esa locura del teniente Andrade ha resultado sin consecuencias. Quizá hasta sirva para reforzar nuestras relaciones que, como usted sabe, no han sido demasiado cordiales hasta ahora.

Kaminsky bajó la vista del techo en vista de que el capitán no parecía dispuesto a hacer ni un mínimo comentario de cortesía y sólo entonces se dio cuenta de que el médico jefe de la Victoria tenía un problema y debía ser un problema de envergadura porque todo el mundo sabía que al comandante no se le podía molestar con tonterías.

—¿Ocurre algo, Roland?

El capitán puso la copa sobre la mesa que los separaba y se pasó las dos manos por el escaso pelo que aún conservaba.

—Ocurre algo, señor. El problema es que no sé qué.

—No me estará usted hablando de una epidemia, ¿verdad? —Kaminsky había abandonado su postura relajada y volvía a parecer un muñeco de alambre.

—No, señor. Por fortuna no se trata de eso. De momento el único afectado parece ser el teniente Andrade, lo que no es extraño dadas las circunstancias.

—¿Un virus extraterrestre? ¿Lo que yo temía, pero entre los nuestros?

—No tengo ni idea. Le he hecho todos los exámenes a mi alcance, que en la base son todos los que están al alcance de nuestra tecnología y tengo que confesar que no sé lo que le pasa.

—¿Habrá que repatriarlo?

—No lo sé. No puedo predecir el desarrollo de la enfermedad y no tengo manera de saber si sobreviviría al viaje.

—¿Tan mal está?

Mathieu Roland volvió a pasarse la mano por el pelo, indeciso:

—No. No está muy mal. Son pequeñas molestias pero constantes. Vómitos frecuentes, calambres de estómago, debilidad general, vértigos, un principio de depresión, sensibilidad a la luz. Muchos pequeños síntomas que no dan un cuadro claro.

—¿Y qué sugiere?

—Yo había pensado que quizá podríamos consultar con el oficial médico de la Harrkh. Si es una enfermedad Xhroll, ellos serían los más indicados para tratarla.

Los labios de Kaminsky se tensaron en una sola línea.

—Sólo es una sugerencia, por supuesto. Pero si van a entrar en el salto, la decisión tendría que ser...

—Rápida, ya lo sé.

—Disculpe, comandante.

Kaminsky se puso en pie.

—Le informaré cuando haya tomado una decisión. Mientras tanto, supongo que habrá ordenado una cuarentena respecto a Andrade.

—Por supuesto, señor. Tanto él como sus amigos más íntimos se encuentran aislados. En el caso de los miembros femeninos es algo más difícil, señor. Ya conoce usted las... costumbres del teniente.

El rostro de Kaminsky se había convertido en una cruda máscara de piedra:

—Que haga una lista completa de sus contactos con el personal femenino en estas últimas semanas. Completa. Independientemente de rango, estado civil y ocupación. No es momento de andarse con caballerosidades.

—A sus órdenes, mi comandante.

Cuando hubo salido el capitán Roland, Kaminsky dio un soberbio puñetazo a su escritorio y se encerró en el baño a pensar, sentado en el inodoro, si debía ponerse en contacto con la Harrkh.

En una pequeña habitación de cuatro camas en la enfermería, Igor, Hal y Diego jugaban desganadamente a los dados. Llevaban cinco días encerrados en observación y, aunque por el momento no habían aparecido síntomas en ninguno de los tres, el capitán médico les había informado de que deberían permanecer allí de dos a tres semanas más hasta que se pudiera diagnosticar con seguridad la enfermedad de Nico.

Los dos primeros días habían sido terroríficos porque cada mínima molestia se interpretaba enseguida como una manifestación de la extraña enfermedad alienígena. A Diego le había salido un grano en la barbilla a las pocas horas de hallarse en cuarentena y, durante unos minutos, sus dos compañeros habían permanecido contra la pared, todo lo lejos que les permitían los pocos metros cuadrados de la habitación, apretando como locos el botón de llamada y mirando a Diego como si estuviera a punto de transformarse en un monstruo de película antigua. Luego, una vez que el equipo médico los hubo tranquilizado debidamente respecto al grano, las relaciones fueron volviendo a su curso y, después de cinco días, su principal problema no era ya el miedo sino el más absoluto aburrimiento.

—¿Vosotros habéis visto una película de mediados del XX que se llama Alien? —preguntó Diego mientras Hal hacía el recuento de puntos.

—¿Cine plano? No sé cómo eres capaz de tragarte esos rollos, Diego. ¿De qué va?

—De unos humanos de una nave de carga que bajan a explorar un planeta desconocido y a uno de ellos le salta una especie de pulpo a la cara y se le queda pegado al casco.

—Joder! —murmuró Igor.

—Y luego lo suben a la nave, lo ponen en cuarentena y creen que se va a morir pero de repente se le cae el bicho de la cara y resulta que el tío se recupera y está muerto de hambre y cuando está a medias de comer hablando con los compañeros, de repente empieza a echar sangre por la boca y a tener calambres y entonces le sale una especie de serpiente del estómago y lo revienta.

—Joder, Diego! ¡Hay que ver qué mal gusto tienes! —dijo Hal frotándose el estómago.

—Es que no puedo evitar darle vueltas a esa película. ¿Y si lo que le pasa a Nico es una cosa así? ¿Y si la Xhroll le puso un huevo dentro y ahora le va a salir un monstruo?

Igor se levantó de la mesa con cara de pocos amigos:

—Si sigues hablando de ese tipo de cosas, te rompo la cara y pido que me aislen. No sé vosotros, pero yo ya tengo bastante con la situación como es sin tener que pensar además en esas guarrerías.

En ese mismo momento se abrió la puerta y todos consultaron automáticamente el reloj. Ni era hora de comer ni de ningún tipo de pruebas aunque nunca podía saberse si a alguien del equipo se le había ocurrido otra nueva que aún no les habían hecho. Sin saber cómo, se encontraron con la espalda pegada a la pared y las manos húmedas.

El capitán Roland entró en la habitación sin traje aislante:

—Muchachos, podéis recoger vuestras cosas. Acabamos de suspender la cuarentena.

—¿Se sabe ya lo que tiene Nico, capitán?

—Eso creemos. Y, no os preocupéis, no es contagioso. Podéis volver a hacer vida normal.

—¿Nos puede decir lo que le pasa?

Roland miró al techo, como buscando orientación en un mapa invisible y desvió la vista a la puntera de sus zapatos:

—No tengo autorización para ello, lo siento. Tendréis que preguntarle a él.

—¿Podemos visitarlo?

—Eso tendréis que preguntárselo al doctor Marinetti.

Los tres se miraron, preocupados. Marinetti era un civil al que la Flota había concedido el cargo de teniente para poderlo incorporar a la Victoria como psiquiatra.

—¿Tan mal está?

—No puedo deciros nada.

Los amigos de Nico recogieron sus cosas y, cuando ya se disponían a salir, Roland habló de nuevo:

—Andrade va a necesitar mucho apoyo moral a partir de ahora, muchachos. Si sois amigos suyos de verdad, id a ver a Marinetti. El os dirá cómo debéis comportaros.

Aguardaron unos instantes más pero viendo que el capitán no pensaba añadir nada, saludaron y salieron de la enfermería dándole vueltas mentales a todas las posibles enfermedades que requerirían un tratamiento de ese tipo: parálisis progresiva, algún tipo de cáncer que desfigurara su rostro...

Nico, mientras tanto, tendido en la cama de una de las pocas habitaciones individuales de la enfermería, sollozaba agarrado a la almohada que recogía con la misma indiferencia sus lágrimas y sus puñetazos.

La antesala del despacho del doctor Marinetti estaba vacía. En una estación espacial el personal es cuidadosamente escogido en cuanto a su equilibrio mental y, caso de surgir algún problema, casi todo el mundo prefiere dirigirse a un buen amigo o a una de las máquinas de terapia psíquica en lugar de ir a contarle intimidades a un perfecto desconocido. Por esa razón, se decía, tanto el capellán como el psiquiatra tenían monopolizadas una de las diez máquinas de terapia. Cuestión de soledad y de sentirse inútil.

Por eso también, probablemente, Marinetti estaba radiante cuando entraron los tres oficiales en su despacho.

—Pasen, pasen, señores, por favor. Pónganse cómodos.

Acercaron unas sillas de plástico a la mesa del psiquiatra y esperaron que éste se sentara para hacerlo también. Hal habló primero:

—El capitán Roland nos ha enviado a usted para que nos hable del problema de Nico y nos diga qué podemos hacer para ayudarle.

Marinetti los miró detenidamente, uno a uno, como si tratara de evaluar sus personalidades y su posible reacción ante la noticia que estaba a punto de darles. Su análisis debió de resultar positivo porque dijo sin más preámbulos:

—El teniente Andrade va a tener un bebé.

La perplejidad duró sólo unos segundos. Inmediatamente los tres rompieron en carcajadas con acompañamiento de lágrimas y palmadas en los muslos.

Marinetti los miraba sin comprender:

—Si ustedes lo encuentran gracioso...

—¡Pues vaya problema! Si usted piensa que el haber dejado preñada a la Xhroll le va a quitar el sueño a Nico... —Diego se ahogaba de risa mientras trataba de expresarse articuladamente.

—Nico es un hijo de puta, doctor —continuó Igor, tratando de serenarse—. Perdone. Quiero decir que sus escrúpulos morales son más bien... —Otra carcajada cortó en seco sus palabras.

Marinetti se aclaró la garganta antes de insistir:

—Perdonen. Quizá no me haya expresado bien.

Todos le miraron con lágrimas de risa aún en los ojos.

—No es la mujer extraterrestre la que está embarazada, señores. Es su amigo. El teniente Andrade es el que lo está.

—¿Embarazado?

La voz de Diego, casi chillona, oscilando entre la risa y el llanto, les provocó otro ataque que ahora, sin embargo, tenía una nueva cualidad.

—¿Lo sabe él? —preguntó Hal, muy bajito, como si temiera que Nico pudiera oirles.

El psiquiatra asintió con la cabeza:

—Se lo he dicho yo mismo, hace unas horas.

Hubo un largo silencio.

—Y ¿cómo se lo ha tomado? —preguntó Igor.

Marinetti suspiró:

—Mal. Muy mal. Al principio me agredió, incluso. Pero es una reacción natural, por supuesto. No quería creerlo. Luego se echó a llorar. Ahora está encerrado en su habitación y no quiere ver a nadie de momento. Hay que dejar que lo supere él solo; más tarde nos necesitará.

—Pero, vamos a ver, doctor. —Igor hablaba rápido y en voz muy baja, como siempre que la tensión emocional era excesiva—. Primero, la cosa es imposible: Nico no es una mujer. Segundo, caso de admitir lo imposible, ¿cómo pueden estar tan seguros? Tercero, Nico no tiene por qué soportar la situación. Es de suponer que habrá algún medio para extirpar... lo que sea que tiene dentro, ¿no? Una especie de aborto, digo.

Miró a sus compañeros como buscando apoyo para su razonamiento y ambos asintieron con la cabeza mirando a su vez al psiquiatra.

—Voy a tratar de contestarle ordenadamente, Komarov. Primero, ya sé que es imposible si se hubiera tratado de una relación entre humanos pero como la mujer, si es que lo era, pertenece a una especie diferente, no nos queda más remedio que rendirnos a la evidencia. Segundo, estamos tan seguros porque hemos entrado en contacto con la Harrkh buscando una solución a la aparente enfermedad de Andrade y, una vez que los Xhroll nos pusieron en la pista correcta, nosotros mismos hemos podido comprobarlo. Tercero, el equipo médico no puede extirpar ese feto porque, trataré de simplificarlo, se trata de un ser que, al carecer de útero en el que anidar, se construye una red que implica casi todos los órganos vitales del receptor para construirse una existencia literalmente parasitaria. En el estadio de desarrollo en que ahora se encuentra, habría que extirpar la mayor parte del hígado del teniente, los dos ríñones, la próstata, el bazo, más de la mitad del estómago...¿para qué seguir? Ustedes mismos se dan cuenta de que es imposible.

Se produjo otro silencio.

—Pero... pero, doctor. Los Xhroll tienen que saber hacerlo, ¿no? Igual que nuestros médicos saben cómo practicar un aborto.

—Eso es ya más difícil de contestar, Wilson. Sé que el comandante ha mencionado la posibilidad de tratar del asunto con los Xhroll pero médicamente es posible que tampoco ellos sepan cómo hacerlo cuando el receptor del parásito es un cuerpo humano. Ellos tampoco tienen ninguna experiencia con nosotros, ¿comprende? Además, si se tratara de una mujer humana, quizá, sólo quizá, cabría la posibilidad de que el parásito se hubiera implantado en el útero y extirpando el útero completo pudiéramos librarnos del problema. Pero no es ese el caso.

—Doctor —la voz de Diego era inestable, como si estuviera de nuevo a punto de llorar—. Antes nos ha dicho usted que Nico estaba esperando un bebé.

Marinetti asintió lentamente.

—¿Por qué ahora, de pronto, no hace más que hablar del "parásito"? ¿Es que va a ser un monstruo o algo así?

El psiquiatra sonrió levemente:

—¿Alien? ¿La película antigua?

Diego se ruborizó.

—No tiene por qué avergonzarse, García. A mí también me gusta el cine. Pero contestando a su pregunta... no lo sabemos. No tenemos forma de saberlo pero no hay razón para pensar que sea muy diferente de sus padres.

—Entonces, ¿por qué no dice usted "el niño" o "la niña"? Yo, la verdad, me sentiría mejor.

—Va en caracteres —el psiquiatra esbozó un gesto de impotencia—. Yo pienso que, por el momento, hasta que sepamos qué evolución van a seguir las cosas, es mejor hablar de un "parásito". Si vemos que el problema no tiene solución y que el teniente Andrade va a tener que llevar a término el bebé, quizá será más conveniente empezar a humanizarlo, a personalizarlo.

—¿Entonces?

—Vayan a visitarlo, si él lo permite. Si no, sigan insistiendo sin angustiarlo, hasta que los reciba. Y por favor, sobre todo, no se rían de él. La cosa no tiene gracia.

—No —dijo Igor poniéndose en pie—. La verdad es que no la tiene.

El comandante Kaminsky paseó la vista por los rostros de las personas que llenaban la Sala de Juntas, todos los hombres y mujeres que formaban el Alto Mando de la Victoria y que, en circunstancias normales sólo se reunían una vez al mes para cuestiones de pura rutina, para tranquilizarse mutuamente con las noticias de que todo funcionaba a la perfección. Ahora todos los rostros estaban tensos.

Lo que, tan sólo dos días atrás, había suscitado chistes y bromas obscenas se había convertido de pronto en el problema más serio al que se había enfrentado la Humanidad desde sus orígenes.

—Señoras y señores, lamento tener que informarles de que la situación es prácticamente desesperada porque, si no surje alguna solución, y pronto, este incidente va a abocarnos a la primera guerra extraplanetaria de nuestra historia.

Voy a hacer un rápido resumen de la situación; luego pediré sus opiniones al respecto y deseo que tengan presente que quiero respuestas.

Todas y todos ustedes saben cómo se originó el conflicto; no me detendré en ello. Cuatro semanas después de presentarse los primeros síntomas en el teniente Andrade, me vi obligado, haciendo de tripas corazón, puedo asegurárselo, a entrar en contacto con la nave alienígena en busca de información. Mi principal temor en aquellos momentos era que pudiera tratarse de un virus que desencadenara una epidemia. No fue este el caso, no sé si decir por fortuna o por desgracia, y todas y todos ustedes saben cuál fue la respuesta que recibimos de los Xhroll. Es también del dominio público la imposibilidad en que se ve nuestro equipo médico de extirpar el parásito que se encuentra alojado en el cuerpo del teniente Andrade.

La Harrkh, cumpliendo órdenes de su planeta, se dirige en estos momentos de vuelta hacia nuestra estación con el propósito de que le hagamos entrega del teniente para llevarlo a Xhroll donde tienen intención de observar el proceso de crecimiento del parásito hasta que llegue a término.

Xhroll exige la entrega del teniente, a quien ellos denominan "madre de un ciudadano de su planeta" y se comprometen a devolvernos a Andrade una vez haya... ejem!... dado a luz.

El Gobierno Central de nuestro planeta no está dispuesto en principio a esa entrega por considerar que viola los más elementales derechos de toda y todo ciudadana y ciudadano de nuestro planeta a la protección que le corresponde, mayormente cuando no tenemos medio de saber qué destino le espera a Andrade tan lejos de nuestra soberanía. A esto se añade también que, si admitimos la terminología Xhroll, y nos referimos al parásito como "hija o hijo", "ciudadana o ciudadano" y humana o humano en un cincuenta por ciento, nuestro mundo tiene tanto derecho a él o ella como pueda tenerlo Xhroll.

Kaminsky hojeó sus papeles durante unos segundos:

—En cuanto a la posibilidad de la extirpación o el aborto, como prefieran llamarlo, hemos consultado con los Xhroll y su respuesta ha sido que, aunque probablemente tampoco ellos supieran cómo llevarlo a cabo sin peligro para la vida del teniente Andrade, en ningún caso estarían dispuestos a hacerlo. Su mundo tiene un bajísimo índice de natalidad y toda vida es preciosa además de que se trata de un caso único en la historia y no desean perder la oportunidad de estudiarlo y, si resulta viable, incluso repetirlo. Tomen nota de la insolencia. ¿Alguna pregunta?

La coronela Ortega alzó la mano, recibió permiso para hablar y se puso en pie:

—Partiendo de la base, que supongo común, de que no estamos de acuerdo en entregar a Andrade, ¿no podríamos argumentar que todos los derechos sobre el futuro ser corresponden a la Tierra porque el teniente no sabía a lo que se arriesgaba y no tuvo ocasión de negarse a concebir?

Kaminsky hizo una mueca como si acabara de morder un limón verde:

—Me temo, coronela, que ese es precisamente uno de nuestros puntos más flojos.

Hubo un murmullo de incomprensión en la sala. El comandante continuó:

—Los Xhroll tienen una grabación, obtenida a través de su traductor y que me ha sido enviada, de toda la conversación que tuvo lugar entre el teniente y la Xhroll durante el tiempo que pasaron en privado. En la transcripción que yo poseo, la mujer advierte explícitamente a Andrade de que no está tomando ninguna medida anticonceptiva. Andrade, a pesar de esta advertencia, y haciendo caso omiso de ella, continuó una relación sexual que lo estaba poniendo en peligro.

—Pero él no sabía que se estaba poniendo en peligro —se alzó una voz.

—Lo que significa que el teniente supuso que era ella la que corría peligro de concebir y eso no le pareció lo suficientemente importante como para desistir de sus intenciones —terminó el comandante—. Hecho que, evidentemente, nos pone en una situación vergonzosa frente a nuestros propios valores morales y, frente a los Xhroll, en una posición de absoluta desventaja.

—En cuanto a moral tampoco quedan muy bien los Xhroll porque la mujer sabía que Andrade podía quedar... podía concebir —intervino el coronel Aichinger.

—Error, Otto. En el interrogatorio a la mujer, que también me ha sido transcrito, ella asegura que Andrade tomó, delante de ella, un fármaco que ella supuso anticonceptivo, y le aseguró que todo estaba arreglado.

—¿Un fármaco anticonceptivo? —varias voces sonaron, incrédulas.

Kaminsky buscó con la mirada al capitán médico que había sido invitado a la reunión en calidad de asesor:

—¿Doctor?

El capitán Roland carraspeó y se puso en pie:

—El teniente Andrade tomó una aspirina. Me lo ha confesado hace apenas unos minutos.

Hubo un murmullo de espanto por la sala.

—Luego el hijo de su padre trató de engañar deliberadamente a esa mujer sin importarle lo que pudiera pasarle a ella —comentó Diana Ortega en voz más alta de lo que hubiera querido.

—Exactamente, Ortega. —La voz de Kaminsky era serena pero su expresión era colérica—. El hijo de quien sea se comportó como un cerdo rastrero con los primeros extraterrestres con los que los humanos han tomado contacto en toda su historia. Y ahora todo un mundo se halla en conflicto por culpa de esa mentalidad de macho antediluviano que creíamos desaparecida para siempre después de tantos siglos de lucha por la igualdad de los sexos. —Hizo una pausa y volvió a mirarlos con esos ojos que parecían dos pozos de oscuridad—. Les aseguro que yo no tendría el menor escrúpulo de entregar a Andrade si no fuera porque eso podría entenderse como un signo de que estamos dispuestos a aceptar los deseos de Xhroll de modo incondicional.

—¿Y él qué opina? —preguntó otro de los presentes.

—¿Andrade? —el desprecio en la voz de Kaminsky era feroz—. Unas veces llora como una damisela antigua, otras embiste como un toro enfurecido. Hace dos días que ha decidido dejar de comer y se le está suministrando alimentación intravenosa. Según él, prefiere cortarse las venas a entregarse a Xhroll. Un comportamiento muy heroico, como pueden apreciar.

Si alguno de los presentes estaba en desacuerdo con las palabras del comandante, se guardó mucho de expresarlo. Todas las miradas siguieron discretamente prendidas a la pulida superficie de la mesa y, cuando el silencio empezó a hacerse demasiado tangible, continuaron su recorrido por las paredes y hacia el techo hasta que no tuvieron más remedio que descender de las alturas y posarse de nuevo en el rostro de Kaminsky, más duro que nunca.

—¿Qué sugiere el Gobierno Central? —preguntó la Jefe de Equipamiento Exterior en una voz cuidadosamente neutra.

—El Gobierno Central nos cede el privilegio de hacer la primera sugerencia considerando que somos nosotras y nosotros las y los que más elementos del problema tenemos a nuestro alcance.

—O sea —volvió a comentar Ortega, aparentemente para sí misma pero lo suficientemente alto como para que lo oyeran todos—. Que como somos nosotras y nosotros las y los que hemos jodido el asunto, quedamos nombradas y nombrados chivo expiatorio del planeta Tierra. Nombramiento honorífico, por descontado.

—No he oído ese comentario, coronela Ortega —dijo Kaminsky con sequedad—. Que no se repita.

—Sí, mi comandante, —Ortega bajó la vista esforzándose en dar por terminada su intervención.

—Tienen ustedes dos horas para presentarme una lista de propuestas viables. Sin excusas. Sin retrasos. Dos horas. Por si no les han llegado las noticias, quiero informarles de que la Harrkh, como todos los cargueros Xhroll, está equipada con unas armas que podrían dejar esta estación fuera de servicio en unos minutos. Eso sería una provocación que llevaría a nuestro planeta a una guerra pero les aseguro que ni ustedes ni yo tendríamos ya que preocuparnos por ello. Dos horas.

Kaminsky recogió sus papeles y abandonó la Sala de Juntas ante la mirada estupefacta de sus ocupantes.

Nico estaba encogido en su cama, en la oscuridad de la habitación de la enfermería. No sabía cuánto tiempo llevaba allí ni le importaba. El tiempo ya no era la medida de un reloj sino la suma de los latidos de su vientre. Un batir constante, opaco, que reverberaba caliente por todo su cuerpo y se le anidaba a ratos en las sienes, otras veces en las manos o en la garganta.

Si se quedaba quieto y encogido como estaba ahora, disminuía de intensidad hasta hacerse casi imperceptible pero siempre había una parte de sí mismo que sabía que seguía ahí, marcando el crecimiento de lo que aquel monstruo le había plantado dentro.

Sintió de nuevo ganas de llorar y las reprimió cerrando los puños y apretando los párpados. Ya había llorado bastante, ya se había puesto bastante en ridículo ante sí mismo y ante los demás, los pocos que habían tenido contacto con él desde que lo habían hospitalizado.

No había querido ver a Diego ni a los otros. No podía soportar la idea de sus burlas, de sus chistes de doble sentido; mucho menos su lástima, su conmiseración. El era el teniente Nicodemo Andrade, un macho de cuerpo entero, un hombre nacido para reparar robots y seducir mujeres, por muy iguales que fueran ante la ley. No era posible, sencillamente no era posible que aquello le estuviera pasando a él. Tenía que ser una pesadilla. Era la única explicación.

Sin embargo sabía que no lo era. Lo sabía pero era demasiado cobarde para confesárselo y aceptarlo. O quizá no se trataba de cobardía sino de humanidad. De humanidad pura y simple. ¿Qué hombre no estaría aterrorizado sabiendo lo que estaba pasando irremisiblemente en su interior?

¿Era eso lo que sentía una mujer cuando sabía que tenía un hijo o una hija creciendo dentro? ¿Era posible que todas las mujeres del mundo se hubieran sentido igual de asustadas cuando sabían que no podían volverse atrás? No podía ser. La humanidad se hubiera extinguido ya si las mujeres hubieran sentido ese pánico que lo despertaba a media noche bañado en sudor. Pero, claro, las mujeres estaban hechas para eso y se alegraban cuando sucedía. ¿O no? ¿O sólo se alegraban las mujeres de su siglo porque eran ellas mismas quienes lo habían decidido? ¿Cómo se habrían sentido las mujeres de otros tiempos cuando ese estado era producto de una violación, como le había sucedido a él?

Rechazó de inmediato ese pensamiento. El no había sido violado. El había conquistado a esa Xhroll. El había sido el primer macho humano en tener relaciones con una extraterrestre. No había sido violado. El dolor que había sentido no le había sido impuesto. Era parte normal de las costumbres amorosas de los Xhroll, una simple muestra de la pasión que él había desatado en aquella mujer.

Lo otro había sido sólo un accidente; un accidente que él no había podido prever. ¿O había sido intencionado? No. Eso era una locura. No podía haberlo sido.

A los quince años, en su pueblo, él había dejado embarazada a su primera novia, una muchacha apenas mayor que él, y de él también se dijo que lo había hecho a propósito porque la familia de la chica tenía dinero. Pero no era cierto. Había sido un fallo producto de su inexperiencia, como ahora. Sólo que ahora era él quien tenía que sufrir las consecuencias del error. Aquella muchacha había podido ir a la clínica a abortar y años más tarde, al volver él de la Academia, habían vuelto a ser amigos, incluso amantes.

¿Podría él algún día ser amigo de la Xhroll, volver a acostarse con ella, incluso?

El pensamiento le dio escalofríos. En alguna parte de la Victoria, en la Sala de Juntas probablemente, se estaría decidiendo su futuro. Kaminsky, con todo su frío veneno, estaría tratando de convencer al Alto Mando de que la mejor solución era entregarlo a Xhroll y olvidarse de él. Un regalo de buena voluntad a los y las amigos y amigas extraterrestres. Y eso no. Antes se suicidaría con lo que tuviera a mano. Aunque fuera dándose de cabezazos contra la pared.

Se imaginó en un hospital en Xhroll, rodeado de médicas y médicos Xhroll, de rostros perfectos y vacíos, y empezó de nuevo a llorar bajito, sin querer, luchando contra las lágrimas que surgían independientemente de su voluntad, la cabeza enterrada en el almohadón para acallar sus sollozos.

—Mi coronela, ¿tiene cinco minutos?

Diana Ortega, con los ojos enrojecidos y el pelo pegado de sudor, se giró hacia la voz que había surgido a su derecha en el mismo momento en que, después de trece horas de sesión ininterrumpida, acababa de poner la mano en la puerta de su cubículo. Iba mandar a aquel tipo a hacer puñetas, fuera quien fuera, cuando se dio cuenta de que se trataba de García, el amigo de Andrade, y de que tampoco él daba la impresión de haber dormido mucho en las últimas semanas.

—¿Qué hay, García? Pero rápido, antes de que me duerma aquí mismo.

—¿Se ha decidido algo, mi coronela?

Ortega se pasó la mano por el pelo húmedo y suspiró:

—Lo van a entregar.

—¡La madre que los parió!

—¡García! —la reacción fue inconsciente y, al darse cuenta de que tenía su justificación, la retiró de inmediato—. Perdone. Tiene razón. La madre que parió a Kaminsky debía de ser un hombre disfrazado.

Diego puso cara de haber recibido un golpe bajo.

—Disculpe otra vez. Ha sido un comentario bastante imbécil dadas las circunstancias. Hoy no es mi día.

—¿Lo van a entregar? ¿Está decidido?

Ella asintió:

—Si le sirve de algo, han conseguido ponerse de acuerdo con esos... Xhroll en que puede acompañarle otro humano.

—¿Aceptan voluntarios?

Ortega sonrió y estuvo tentada de darle un beso por la lealtad que aquella oferta significaba. Naturalmente no lo hizo.

—No se haga ilusiones, teniente. El Gobierno Central ya ha designado un acompañante.

—¿Quién?

—Charlie Fonseca.

Diego puso cara de perplejidad:

—No lo conozco. Juraría que Nico tampoco.

—Es una especie de oficial de enlace. Nadie sabe muy bien qué hace en la Victoria; algo así como el capellán. Se pasea por ahí y redacta informes, nada espectacular.

—¿Y por qué él?

—Supongo que porque no tiene nada mejor que hacer. Yo qué sé. ¡Vayase a dormir, García!

Diana Ortega abrió la puerta de su habitación y, un instante antes de que se cerrara, volvió a asomar la cabeza y añadió:

—¡Ah! y no es él, sino ella.

Nico entró al despacho del comandante sintiendo que las piernas se le habían convertido en gelatina. Nadie le había dicho nada pero lo habían afeitado, le habían dejado sobre la cama el uniforme de gala y lo habían acompañado hasta el despacho con la misma cara de respeto solemne con la que se acompaña al paredón a alguien que ha sido condenado por un crimen que no ha cometido.

Al entrar, un rápido vistazo le informó de que el Alto Mando en pleno estaba presente; Kaminsky había decidido no ahorrarle ninguna humillación.

Se había jurado que sería fuerte y haría honor a su fama de hombre duro pero por un instante tuvo la sensación de que el despacho escoraba peligrosamente y tendió una mano para agarrarse a cualquier cosa que detuviera su caída. De inmediato le acercaron una silla y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para rechazarla.

—Teniente Andrade.

La voz de Kaminsky le dolía en los oídos como una uña rascada contra un cristal.

—Sí, mi comandante.

Intentó hacer una sonrisa, un esbozo de sonrisa como defensa ante el miedo que le atenazaba la garganta al encontrarse con la mirada de Kaminsky. El esfuerzo resultó patético pero siguió intentándolo tratando de no pensar.

—Dentro de treinta minutos subirá usted a bordo de la nave Xhroll que le conducirá al planeta de nuestras y nuestros aliadas y aliados extraterrestres. El Gobierno Central de la Tierra considera que esta es la mejor solución y, por si no está lo bastante claro, es una orden. —Hizo una pausa que a Nico le pareció cargada de mala intención—. Permanecerá usted como huésped de los y las Xhroll durante el tiempo que sea necesario y, al término de este periodo, será usted devuelto a nuestro planeta donde percibirá usted una sustanciosa pensión hasta el fin de su vida. La capitana Charlie Fonseca le acompañará en su estancia. No creo necesario recordarle que, como oficial de mayor graduación, está usted sujeto a su autoridad que es también la del Gobierno Central de la Tierra.

Se puso en pie:

—Teniente Andrade, en nombre de nuestro mundo y en el mío propio, le deseo lo mejor en esta aventura que va a emprender. No olvide que representa usted a nuestro mundo ante Xhroll y que los ojos de todas y todos las humanas y humanos están fijos en usted. ¡Buen viaje!

Los asistentes rompieron en aplausos y Nico, a punto de desmayarse, sintió que un brazo le rodeaba la cintura y lo mantenía apoyado para que pudiera saludar con la mano derecha. Desvió un instante los ojos, infinitamente agradecido, y se encontró con otros ojos, pardos como los suyos, en un rostro de mujer y una sonrisa que se parecía a la de él en otros tiempos.

El pedazo de oscuridad que servía de puerta al cubículo que les habían asignado en la nave Xhroll desapareció durante unos instantes para dar paso a la capitana Fonseca que llegaba con una especie de botella en cada mano. Nico se incorporó sobre un codo y la miró acercarse con ese paso elástico característico de todas las personas morenas que había conocido en su vida. Aunque ella era sólo morena de piel; su cabello era castaño claro, casi rubio y sus rasgos tan mezclados que daba la impresión de que prácticamente todas las razas de la Tierra se habían combinado a lo largo de decenas de generaciones para crear un rompecabezas que, aunque no resultaba desagradable a la vista, tampoco llamaba la atención. Charlie Fonseca era una mujer tan absolutamente del montón que uno sólo la miraba con más detenimiento cuando caminaba o cuando sonreía y eso, probablemente, porque era la única mujer humana en millones de millones de kilómetros.

—Todo arreglado —dijo alegremente—. No ha habido problemas para que nos dieran el cubículo contiguo. Les he explicado que los y las humanos y humanas consideramos fundamental para nuestro equilibrio psíquico disponer de un mínimo de intimidad y al parecer lo han entendido a la primera. Querían ponerle a usted una especie de sirviente perpetuo, o así lo he entendido yo, pero he conseguido que lo dejen en la puerta, no dentro. De modo que si necesita algo no tiene más que dar una voz y el Xhroll estará a sus órdenes.

—¿Y usted? —preguntó Nico, aceptando la botella que le ofrecía Fonseca.

—Yo siempre estaré cerca, pero no he venido de niñera, no se haga ilusiones.

Nico se apretó la frente con la mano libre.

—¿Dolor de cabeza? —preguntó ella.

—No sé. Estoy como atontado. Apenas me acuerdo de cuando salimos de la Victoria. Recuerdo como en un sueño gente que aplaudía y quería estrecharme la mano, un montón de Xhrolls en una sala enorme, pasillos estrechos y oscuros. ¿Es verdad?

Ella asintió, sonriendo:

—Casi toda la gente de a bordo me entregó cartas y notas para usted; parece que lo quieren mucho, Andrade. Se las he dejado ahí, sobre su mochila, para que las lea cuando tenga ganas. Lo de los y las Xhroll también es cierto; incluso nos largaron un discurso en toda regla: unas seis o siete frases.

Hubo un principio de risa que quedó colgada en el aire.

—Lo siento, capitana —dijo Nico, sin que viniera a cuento.

—¿Qué es lo que siente?

El hizo un gesto circular con la mano:

—Esto. Todo esto. Y el que la hayan metido en este asunto sin tener culpa de nada.

Ella volvió a sonreír:

—No me lo habría perdido por nada del mundo, teniente. Estaba empezando a estar hasta el culo de la Victoria.

¿Se da cuenta de que vamos a ser los primeros en visitar un planeta habitado por extraterrestres?

Hubo una pausa.

—En otras circunstancias estaría dando gritos de alegría —dijo él por fin.

—¿Y en estas no?

—¿Es que no sabe usted lo que me pasa?

—Yo sí. Es imposible no darse cuenta.

—¿Se me nota ya? —Nico se llevó una mano al estómago, alarmado.

—No, hombre, aún no, aunque más vale que se vaya haciendo a la idea de que, antes o después, tendrá que dejar de usar los pantalones del uniforme; dentro de un par de meses no va a caber.

Nico giró la cabeza hacia la mampara tratando de ocultar sus ojos.

—Parece que el que no se da cuenta de lo que le pasa es usted —continuó Fonseca, imperturbable—. Ha tenido el raro privilegio de ser, no sólo el primer humano en tener relaciones sexuales con un miembro de una especie extraterrestre, sino el primer hombre de nuestra historia en tener la experiencia de un embarazo auténtico. La verdad es que le tengo bastante envidia.

Sorbió el contenido de la botella hasta el final y la tiró a otro agujero oscuro que había en la mampara del fondo.

—Bueno, me voy a dar una vuelta y le dejo descansar un rato. A partir de ahora vamos a llevar una vida bastante rutinaria pero bien organizada. Los y las Xhroll le están confeccionando un programa nutricional que responda a las exigencias de los dos, y no me refiero a usted y a mí. Tendrá diariamente sesiones de gimnasia, lengua y algo así como preparación a la maternidad. Tendrá también que escribir un diario y presentarse a los controles médicos dos veces al día. Con su tiempo libre, que no será mucho, puede hacer lo que le de la gana, como en la Victoria. Bueno, exactamente igual que en la Victoria no creo, considerando lo que se dice sobre su pasatiempo principal —añadió con una sonrisa malintencionada—. Si me necesita para algo o le apetece charlar conmigo, puede llamarme, yo tengo la habitación de al lado. Si no tiene ganas, tranquilo, no le molestaré. ¿Todo claro?

El asintió con la cabeza, repentinamente abrumado, y Charlie Fonseca atravesó la oscuridad y salió del cuarto.

Durante los siguientes tres o cuatro días —habían decidido contar como día cada vez que los despertaban para iniciar una jornada, aunque también podía tratarse de una siesta— no se vieron mucho. Nico acudía regularmente a sus obligaciones y Charlie se pasaba por su cuarto con algo de beber poco antes de retirarse para el periodo de descanso que equivalía más o menos a la noche terrestre. Los Xhroll se comportaban como siempre: con una cortesía infinitamente distante que en el caso de Nico, de modo inexplicable para él, empezaba a tomar tintes de deferencia.

Desde el momento en que habían puesto el pie en la Harrkh, Nico no había vuelto a ver a la mujer ni a nadie de su sexo; todas las clases, los entrenamientos y los controles médicos eran efectuados por personal exclusivamente masculino.

—Capitana, ¿no le parece raro que no haya mujeres a bordo? —preguntó Nico a Charlie apenas se hubo sentado.

—A mí me ha parecido ver a alguna; lo que pasa es que el comandante debe de haber ordenado que se mantengan alejadas de usted. Será por su fama de conquistador.

—No me tome el pelo, capitana. No estoy para bromas.

—La verdad es que está usted insoportable, Andrade. Si no fuera porque yo soy un todo terreno y la Harrkh es un auténtico baúl de misterios, sería aburridísimo hacer de acompañante suyo. A mí me habían dicho que era usted un tipo estupendo: emprendedor, ocurrente, divertido... y ahora resulta que se está convirtiendo en un viejo llorón.

Nico tensó los labios y miró a otra parte. A él también le repugnaba el cambio que se estaba operando en su interior pero no sabía qué hacer para evitarlo. Nunca en su vida se había sentido tan estúpido, tan amargo, tan pasivo como desde que había empezado todo aquello.

La capitana sacó un juego electrónico del bolsillo del mono y empezó a ajustado para máxima velocidad de respuesta.

—¿Qué piensa usted de mí, capitana? —preguntó Nico de improviso.

Fonseca alzó la vista y la clavó un instante en los ojos del teniente.

—Ya se lo he dicho.

—No. En serio. Me gustaría saber qué piensa de mí en general.

Charlie apagó el aparato, volvió a guardarlo y se echó hacia atrás en la silla.

—¿La verdad?

El asintió con la cabeza.

—Prácticamente nada. Me faltan datos. Pero en fin: si juzgo por su historial y por lo que he oído de usted, le encuentro ligeramente divertido pero, en la base, despreciable.

Nico, a su pesar, hizo un leve gesto de sorpresa. Charlie continuó como si no lo hubiera registrado:

—Me parece usted una especie de homo erectus que, por un capricho del destino, ha nacido en el siglo XXIII, con un cierto valor de reliquia pero poco más. Le encuentro débil, cobarde y falso. Un hombre que no ama ni respeta nada salvo quizás a sí mismo y eso sólo va por lo del amor, no por el respeto. Un hombre que está acostumbrado a ganar pero sólo porque nunca arriesga nada, porque siempre juega con cartas marcadas. Y una vez que le salen las cosas del revés cree tener derecho a la conmiseración de todo un planeta, si no de dos, y a que todo el mundo le dé palmaditas en el hombro y le prometa arreglarle las cosas sin que su ego tenga que sufrir por ello. ¿He contestado a su pregunta? ¿Es eso lo que quería oir?

El sacudió la cabeza.

—No es lo que quería oir. Pero me ha contestado, eso sí.

Charlie se puso en pie.

—Pues me voy. Ya he dicho demasiado.

Nico se levantó también.

—No, capitana, no se vaya. Tengo otra pregunta. Si piensa eso de mí, ¿por qué ha venido?

—Porque, igual que usted, soy oficial de la Flota del Gobierno Central del planeta Tierra, y tengo unas órdenes que cumplir. No he venido por sus bellos ojos negros. Ni siquiera porque me interese tanto la xenología, aunque de hecho es la mejor parte del viaje. No he tenido opción, igual que usted, pero yo no me lamento.

—¡Claro que usted no se lamenta! ¡Usted no tiene un monstruo dentro!

—Yo tampoco me empeñé en follar con otro monstruo, si se empeña en llamar así a los y las Xhroll, ni me tomé una aspirina pensando que con eso todos los posibles problemas serían de la otra persona. Ya va teniendo usted edad de cargar con las consecuencias de sus actos, Andrade.

—¡Yo no soy una mujer, maldita sea!

Ella lo miró de arriba a abajo, despacio:

—No, teniente. No es usted una mujer. Nosotras somos más fuertes.

—¡No soy una mujer! —gritó Nico, en un ataque de histeria.

—¡Pues más vale que vaya aprendiendo a serlo porque de esta no se va a salir con sonrisas y sarcasmos de macho! Va a tener que pasar por todo y le aseguro que no será fácil, como no lo ha sido para nosotras los últimos cincuenta mil años. Va a aprender usted mucho, Andrade, así que será mejor que deje de hacerse el gallito conmigo porque yo soy lo único que tiene ahora. Yo y lo que lleva dentro.

Se dio la vuelta y atravesó la puerta sin siquiera un "buenas noches".

Nico se quedó plantado en mitad del cuarto con los puños apretados de rabia y una marea de frustración recorriéndole el cuerpo.

¡Qué se habría creído esa estúpida, esa imbécil cara de mono que había tenido que enrolarse en la Flota para tener la sensación de que servía para algo! Nunca en su vida volvería a dirigirle la palabra. Si el Gobierno Central creía necesario que la capitana Fonseca lo acompañara, no tenía medio de negarse, pero no era necesario que estuvieran en buenas relaciones. No era necesario que existieran relaciones de ningún tipo. A partir de ahora sus únicas relaciones serían con los Xhroll que, por lo menos, parecían respetarlo.

En ese momento hubiera dado cualquier cosa por tener a su alcance una buena puerta de madera maciza para dar un auténtico portazo y que Fonseca se enterara de lo que acababa de decidir pero como no había puerta y carecía de objetos contundentes que tirar al suelo, se limitó a darse un puñetazo en el vientre con todas sus fuerzas.

Doblado en dos y llamándose imbécil una y otra vez, se dejó caer en el camastro y cerró los ojos. Al cabo de lo que le pareció una eternidad, consiguió quedarse dormido.

Charlie Fonseca estaba tumbada en la cama con los brazos cómodamente cruzados detrás de la nuca y la mirada perdida en el techo. Sabía que no podría dormir pero no le importaba demasiado, ella siempre había necesitado pocas horas de descanso, nunca más de las cuatro reglamentarias de sus tiempos de Academia, y ahora, con tan poco que hacer, su cuerpo se encontraba tan por debajo de su nivel normal de esfuerzo que le sobraba tiempo. El cansancio mental era otra cosa. Pasarse los días aprendiendo la lengua Xhroll y tratando de entender tantas cosas sin nada conocido a lo que aferrarse para descansar de vez en cuando, resultaba agotador para su cerebro. Por eso cada tres o cuatro horas sentía la necesidad de retirarse un rato a estar sola, a pensar en sus propias cosas en su propio idioma sin intentar siquiera dormir. Y las ocho horas de descanso nocturno que necesitaban los Xhroll, o que ellos pensaban que eran necesarias para los humanos, eran demasiado, incluso después de escribir el diario y los informes, repasar lo aprendido en el día y repetir su programa de ejercicios físicos.

Ahora que había acabado con todo ello, se había dejado caer en la cama y pensaba en Andrade. El pobre imbécil lo tenía bastante negro, la verdad. Pero quizá no mucho más de lo que lo hubiera tenido una mujer de las islas mediterráneas raptada por un pirata vikingo y obligada a vivir y parir en algún poblado noruego. La pequeña diferencia, en eso tenía razón Andrade, residía en que él no era una mujer. Se había progresado mucho en cuanto a igualdad de derechos y oportunidades entre los sexos, cierto, pero de todas maneras a pesar de psicólogos, sociólogos, antropólogos y todo el resto de ólogos del planeta, hombres y mujeres seguían pensando y sintiendo de modo diferente y una cosa que ambos sexos tenían muy clara es que un hombre no podía concebir inadvertidamente. Podía hacerse implantar un embrión maduro en una placenta artificial y llevarlo a término, eso se había hecho ya un número de veces que podían contarse con los dedos de una mano, pero siempre se había tratado de experimentos de laboratorio con sujetos voluntarios que en todos los casos habían declarado sentirse mujeres en su interior. Ningún hombre que se sintiera por completo masculino se había presentado a los experimentos y al final, sabiendo que la posibilidad quedaba abierta, se había abandonado esa línea. La cosa funcionaba. Si algún hombre lo deseaba, tenía derecho legal. Eso era suficiente.

Lo que a nadie podía habérsele ocurrido era que un macho humano pudiera encontrarse en la situación que durante miles de años había sido tristemente normal para todas las mujeres del planeta: tener que llevar a término un embarazo no deseado sin contar ni siquiera con el consuelo de sentirse apoyada por una pareja. En eso podía estar la diferencia nunca superada entre la forma de pensar y sentir de hombres y mujeres, pensaba Charlie. En que los machos habían podido durante milenios eludir su responsabilidad mientras que las hembras, aunque, de haber podido, probablemente también lo habrían hecho, se habían visto encerradas en los límites de su propio cuerpo que llevaba adelante la tarea de la reproducción sin contar con su permiso.

En fin... Ella no era pareja de Andrade ni de nadie. Podía darle una cierta ayuda moral en cuanto humana pero sólo si él estaba dispuesto a aceptarla; en todo lo demás sus órdenes estaban lo bastante claras.

Ahora Andrade la rechazaría durante un tiempo y eso haría necesariamente que su independencia se afirmara; más tarde volverían a estar en buenas relaciones. En la base no había ninguna prisa, tenían aún de seis a siete meses terrestres siempre que el feto se desarrollara con normalidad; en unas dos o tres semanas tomarían tierra en Xhroll y luego no había manera de saber qué les esperaba.

Sintió que empezaban a cerrársele los ojos y se dejó llevar por la somnolencia. Un segundo más tarde un pitido junto a su cabeza le indicó que tenía visita; descodificó la puerta y se quedó sentada en la cama tratando de controlar la sorpresa. No era una reacción que hubiera esperado de Andrade. Ella había supuesto que estaría en su cuarto dándole patadas a la pared o puñetazos a la almohada y sin embargo se había tragado su orgullo para... ¿para qué? ¿Pedirle perdón? Ni en broma. ¿Insultarla? Posible pero poco probable. Entonces ¿qué?

La alta figura de un Xhroll se perfiló en la bruma negra de la puerta y Fonseca se puso en pie. No era Andrade. Era una mujer de piel blanca y ojos verde claro la que entró en el cubículo sin una sola palabra. Charlie se forzó a recordar que un Xhroll no considera necesario decir las cosas por dos veces y que si después de solicitar la entrada a la puerta se le da permiso abriéndola, no hace falta usar una frase como "¿puedo pasar?" o "perdona" o cualquiera de esas estupideces humanas. De modo que la Xhroll se quedó plantada frente a ella y Charlie, como siempre, tuvo la impresión de que de un momento a otro una de sus manos agarraría la parte inferior de su barbilla y se quitaría la máscara de goma para revelar el auténtico rostro que había debajo. Naturalmente no sucedió.

—Quiero hablar contigo —dijo la mujer. Charlie se sentó en la cama y como, a pesar de todos sus gestos de invitación, la Xhroll siguió en pie, también ella volvió a levantarse.

—Yo implanté en el abba terrestre.

Charlie guiñó ligeramente los ojos como siempre que no acababa de captar algo.

—Quiero conocer tu situación legal y afectiva. ¿Tienes derecho sobre el terrestre? ¿Cómo compartes con él?

—¿Quieres saber si estamos casados o algo así? ¿Si somos pareja? No. En absoluto. Si somos de distinto sexo es por pura casualidad. Mi gobierno me ha enviado como acompañante y observador pero mi relación afectiva con Andrade es nula y mi derecho sobre él es puramente jerárquico; yo soy capitana y él teniente. Soy su superior, eso es todo. Creía que ya lo sabíais.

—¿No tienes autoridad sobre sus decisiones privadas? Charlie lo pensó un momento:

—Si son estrictamente privadas, no. Sólo si afectan en algo a la humanidad o a la Flota. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Nada que afecte a la humanidad o a la Flota. No necesito más respuestas.

—Pero yo sí —el tono de Charlie hubiera mostrado a un humano que estaba a punto de enfadarse; la extraterrestre no lo registró. —Pregunta —dijo.

Charlie empezaba a tener la sensación de encontrarse en una de esas leyendas antiguas en que un caballero errante tiene que dialogar con una esfinge de la que depende su vida.

—¿Lo que vas a preguntarle a Andrade es estrictamente privado? —Sí.

—¿Puedes decirme qué es?

—No tienes autoridad para saberlo si él no decide informarte.

—Si es algo que influya en su estatus jurídico, él no puede tomar ninguna decisión sin mi consentimiento.

Charlie contestaba por instinto sin saber bien hacia dónde se dirigía la Xhroll, pero no podía permitir que Andrade, precisamente en ese momento de sus relaciones, tomara ninguna decisión que no hubiera previamente comentado con ella.

—Quiero pedirle que acepte mi... —el traductor pareció dudar durante unos segundos— protección en Xhroll.

—¿Protección? ¿Existe algún peligro?

—Lo no nacido ha sido implantado por mí. Es mi privilegio si no existe derecho anterior.

El cerebro de Charlie trabajaba a toda velocidad.

—¿En qué consiste ese derecho, esa... protección?

—Compartiré con él... —durante casi un minuto el traductor enmudeció y sólo las palabras de la Xhroll, en su lengua nativa, sonaron en el cubículo—. No hay traducción para todo lo que trato de explicar. Nuestros lingüistas sólo han establecido equivalentes para conceptos de intercambio superficial de culturas. No creímos que tendríamos tan pronto la necesidad de comunicar nuestras estructuras íntimas a unos extraños.

—¿Estás hablando de casarte con él?

El traductor pareció tartamudear y quedó en silencio. La Xhroll quedó también en suspenso unos segundos.

—Posiblemente —contestó por fin—. No tengo bastante información. ¿Estás dispuesta a trabajar conmigo en nuestro banco de datos para llegar a una mejor comprensión?

—Si la información es recíproca, estoy dispuesta. No puedo tomar decisiones si no conozco todos los elementos.

—Estoy de acuerdo. También los Xhroll pensamos así.

—Entonces nos veremos mañana. ¿Dónde?

—Vendré a recogerte al término de tu tiempo de descanso.

Una vez dicho lo que había venido a decir, la mujer Xhroll abandonó el cubículo sin palabras de despedida, cosa a la que Charlie no acababa de acostumbrarse. Sin embargo, aparte de que los Xhroll no parecían tener en su lengua ni fórmulas de cortesía, ni frases desiderativas, ni nada que les sirviera para hacer conversación insustancial, no resultaba tan difícil entenderse con ellos como con algunos humanos. Por lo menos decían lo que querían decir. De todas maneras la idea de suministrarse más datos sobre sus respectivas culturas era más de lo que se hubiera atrevido a esperar y coincidía admirablemente con las órdenes que había recibido. Y mejor aún que la iniciativa hubiera partido de los otros; nunca les podrían acusar de entrometerse en la intimidad de sus anfitriones.

Charlie apagó la luz y se fue a dormir deseando que pasaran rápido las cuatro horas que le quedaban para empezar a comprender a los Xhroll.

Le despertó un dolor sordo en las ingles unido a una imperiosa necesidad de orinar. Se levantó tropezando, buscando en la oscuridad el rincón que los Xhroll habían habilitado como baño, y se detuvo antes de llegar porque algo húmedo y caliente se estaba extendiendo por sus piernas.

"¡La madre de las mil putas!", pensó, "ahora me estoy volviendo incontinente".

El dolor iba aumentando y empezaba a sentir un ahogo en el pecho. De pronto la oscuridad de la habitación se convirtió en algo opresivo, amenazador. Dio unos pasos en dirección a la cama para encender la luz y volvió a sentir una oleada de líquido derramándose piernas abajo. En ese instante comprendió que no era su vejiga la que le había gastado una mala pasada; aquello era una hemorragia y debía de ser una hemorragia importante para haber podido confundirla con un chorro de orina. Algo andaba muy mal en su interior, la cosa estaba clara.

Acurrucado en el suelo, sujetándose el vientre con las dos manos, empezó a dar alaridos llamando a su capitana, como un herido en una batalla, pero en ese instante imaginó la sonrisa despreciativa de Charlie Fonseca llamándolo viejo llorón y, con un esfuerzo, cambió de lengua y empezó a gritar las palabras Xhroll que le habían enseñado por si alguna vez necesitaba ayuda inmediata.

Un segundo después se encendían las luces y el Xhroll que le estaba asignado entró en el cuarto a toda velocidad, lo levantó del suelo, lo tendió en la cama y volvió a salir al pasillo a dar la alarma. Había sangre por todas partes, una sangre tan roja y tan espesa que sintió náuseas y una especie de calor pegajoso que le hizo cerrar los ojos tratando de controlar la angustia que sentía.

Cuando volvió a abrirlos estaba en una especie de losa muy alta rodeado por Xhrolls de rostros inexpresivos que se movían aceleradamente a su alrededor, como en una de sus más clásicas pesadillas.

"Ahora me voy a morir", pensó. "Me han estado engañando para hacerme colaborar. El monstruo ya está maduro y me va a reventar para poder salir al mundo. Ellos lo sabían. Lo sabían."

Trató de gritar de nuevo llamando a la capitana pero no pudo. Alguien le sujetaba un instrumento helado contra la cara. Luchó para liberarse y sintió cómo sus esfuerzos eran cada vez más débiles, como iba perdiendo conciencia de sí mismo hasta que llegó a un punto en que dejó de importarle todo.

Cuando despertó, Charlie Fonseca estaba a su lado tecleando en una pequeña agenda electrónica que, por la pinta, debía de ser herencia de algún antepasado. Ella levantó los ojos, sonrió y siguió trabajando durante unos instantes; luego desconectó el aparato, lo guardó en un bolsillo y volvió a sonreirle.

—Es usted duro de pelar, Andrade.

El se estiró en la cama sintiéndose débil pero agradablemente atontado, casi feliz. No sentía dolor en ninguna parte y era evidente que había sobrevivido. —¿Estoy bien? —preguntó. —Como una rosa sintética. Los dos. El hizo una mueca y apartó la vista. —No quiero ser cruel, teniente, pero me ha parecido mejor que lo supiera ya, antes de que empezara a hacerse ilusiones. Al parecer ha sido algo así como un amago de aborto espontáneo, como un intento de rechazo por parte de su cuerpo. Pero ha ganado ella, o él. Lo siento por usted.

Nico no contestó. Se pasó la mano por el vientre que ya empezaba a curvarse incluso estando acostado y la dejó engarfiarse lentamente a la altura del ombligo. Charlie puso su mano sobre la de él y, con mucha suavidad, la separó de su cuerpo y la llevó sobre la cama, a su lado.

—No le servirá de nada golpearse, Andrade. Los fetos también luchan por su vida, ¿sabe? —No esperó a que él dijera nada.— A todo esto, ¿por qué no le buscamos un nombre provisional? Para no tener que decir siempre "el feto", que suena tan mal o lo de "él o ella", que, se lo confieso en confianza, a mí siempre me ha resultado pesadísimo además de estúpido.

—Yo nunca he tenido imaginación para los nombres.

Además me da igual como se llame; no me lo voy a quedar. —Entonces ¿qué piensa hacer? ¿Dejar a su hijo o hija en Xhroll como si no fuera humano o humana en absoluto?

—No es mi hijo o hija. —Nico estaba empezando a sentir de nuevo esa furia impotente que se había convertido en parte de sí mismo en sólo un par de meses.— Es como una especie de tumor. Nadie se quedaría un tumor cuando los médicos han conseguido extirparlo.

—Tranquilícese, Andrade. Nadie puede obligarle a hacerlo. Ya nombrará el Gobierno Central a un tutor o tutora.

—¿A usted, por ejemplo?

Ella hizo una mueca que él no consiguió descifrar antes de que acabara resolviéndose en una sonrisa:

—No, teniente, no creo. Ya le dije en una ocasión que no tengo vocación de niñera. ¿Quiere beber algo?

Nico asintió y Charlie fue a buscar una de las botellas de siempre.

—¿No está molesta porque no la llamé anoche, cuando la hemorragia?

Charlie pareció genuinamente sorprendida.

—No. ¿Por qué? Cada uno es muy libre de morirse en la compañía que prefiera y está bastante claro que usted y yo no acabamos de congeniar. Además no fue anoche. Hace. dos semanas de eso y a mí en dos semanas se me pasa casi todo.

—¿Dos semanas? —había horror en la voz de Nico.

—Tómelo con calma. Se ha ahorrado dos semanas de aburrimiento. Ya estamos a punto de llegar a Xhroll.

Nico tragó saliva.

—¿Y cuando lleguemos?

Ella suspiró y se pasó la mano por la nuca:

—De eso precisamente quería hablarle. Si estoy de guardia aquí como una idiota, es para que no vengan a pedirle que tome decisiones antes de que usted y yo hayamos llegado a un acuerdo.

—¿Qué clase de acuerdo? —Nico empezó a incorporarse en la cama pero no lo consiguió del todo hasta que aceptó el brazo de la capitana.

—Si estuviera de pie le pediría que se sentara, teniente, porque se va a llevar un buen susto. La verdad es que a mí me ha costado hacerme a la idea y eso que yo sí tengo mucha imaginación.

—Dígamelo —a Nico repentinamente se le había puesto la boca seca.

—Teniente Nicodemo Andrade, ¿quiere usted casarse conmigo?

Nico se quedó un instante perplejo, pero sólo un instante. Dos segundos después sus carcajadas hacían temblar la cama.

Charlie esperó que pasase el primer ataque de risa.

—La cosa va en serio, Andrade. Llevo dos semanas intercambiando información de estructuras sociales con esta gente y lo que de momento me ha quedado bastante claro, y le juro que la cosa es jodidamente complicada, es que en sus actuales circunstancias, ha dejado usted de ser un individuo corriente para convertirse en un "abba", un ser capaz de albergar vida en su interior, una madre, vamos. ¡No me interrumpa, teniente! Continúo: un abba merece respeto, deferencia, casi devoción por parte del resto de la sociedad pero carece casi por completo de derechos civiles al convertirse en algo así como patrimonio público, una especie de bien común que hay que proteger y conservar. Un abba debe ser protegido por un ciudadano de pleno derecho que puede ser el mismo que engendró el niño o la niña o cualquier otro u otra de esta categoría de seres capaces de engendrar y que se llaman "ari-arkhj"; en su caso, la rubia de los ojos verdes que, a todo esto, se ha mostrado dispuesta a asumir ese papel. Hablando en términos humanos algo así como que está dispuesta a casarse con usted y tomarlo bajo su protección. Usted puede rechazarla, claro, pero entonces se hará cargo de usted un perfecto o perfecta desconocido o desconocida que esté en la cumbre de la escala jerárquica de los Xhroll. No sé si le he dicho que son un pueblo abyectamente jerarquizado. Comparada con ellos nuestra Flota, incluso las unidades especiales, es un auténtico jardín de infancia.

Si cuando tomemos tierra no pertenece usted a nadie, se lo quedará el o la que esté más arriba en la escala jerárquica que no sé quién es ni me importa por el momento.

—¡Pero eso es una animalada! ¡Una humillación total! —los ojos de Nico estaban dilatados por el miedo y la rabia.

—¡Cállese y déjeme terminar! En cualquier momento entrará algún Xhroll y ya no podremos hablar tranquilos.

Nico cerró la boca.

—Bien. ¿Dónde estaba? Ya. Parece ser que, a pesar de su jerarquización o como consecuencia de ella, respetan las leyes por encima de todo, de manera que si al tomar tierra ya pertenece usted a alguien, el o la superjefe tendrá que aceptar la situación tanto si le gusta como si no.

—O sea —dijo Nico con voz lúgubre—. Que más vale malo conocido.

—Exactamente.

Nico volvió a tumbarse y cerró los ojos.

—No se haga el loco, Andrade. Tiene que decidir y pronto.

—Pero ¿qué coño quiere que decida?

Charlie lo cogió por la pechera y lo levantó un palmo de la cama.

—O se casa usted con esa Xhroll y conmigo o lo entregan a alguien que no sólo no ha visto usted en su vida sino que además es extraterrestre.

—¿Y por qué tengo que casarme con usted?

Ella lo soltó con un bufido de exasperación:

—¡Es increíble que un imbécil como usted haya conseguido pasar los exámenes de entrada de la Flota! Y más increíble que una mujer como yo esté aquí tratando de convencer a este cretino de que se case conmigo —añadió entre dientes.

—¿Me lo va a explicar o qué?

—Escuche y escuche bien porque no pienso repetirlo. Si se casa con la Xhroll nada más, Xhroll tiene todos los derechos sobre usted y su hija o hijo. Si deciden que no regrese usted a la Tierra, por ejemplo, no volverá jamás. Es posible que eso desencadene una guerra, por supuesto, pero a usted eso ya le dará igual. No vamos a devastar todo un planeta para liberarlo.

La única posibilidad de que la Tierra aún tenga algo que decir en el asunto es que esté usted jurídicamente unido a otro humano o humana y, a ser posible, ya con anterioridad. Ya sé que preferiría casarse con una de esas mujeres que salen en los holos anunciando fruta natural pero, créame, usted tampoco es lo que yo me imaginaba para marido.

Hubo un largo silencio mientras Nico se observaba las uñas y Charlie, con las manos en los bolsillos, lo miraba mirárselas.

—¿Y cómo piensa arreglar lo de la anterioridad? —preguntó él por fin.

Charlie dio un suspiro de alivio:

—Les he explicado que en nuestro mundo existe el divorcio y el matrimonio temporal o definitivo. Les he confesado que nosotros estamos temporalmente casados y que, con el asunto de su... embarazo yo me sentí insultada y decidí no prolongar nuestro contrato. Pero la prueba de que nuestro matrimonio sigue siendo válido es que yo estoy aquí. Nuestro Gobierno no ha tenido más remedio que enviar como acompañante a la única persona que tiene derecho legal sobre usted; el hecho de que yo sea su superior jerárquico en la Flota ha sido sólo una afortunada coincidencia. Ahora sólo tenemos que ratificar nuestro matrimonio ante testigos para que todo quede legalmente establecido.

—¿Y ellos se lo han creído?

—Naturalmente que se lo han creído. Es la pura verdad. —Los ojos de Charlie lanzaban miradas furiosas a la puerta, a las paredes, al techo, tratando de darle a entender a Nico que podían estar siendo escuchados.

—Pues como las explicaciones que le han dado ellos a usted sean igual de exactas, lo tenemos claro, capitana.

Charlie había sido oficial de enlace durante demasiados años como para no saber que Nico tenía razón y que lo más probable era que también los Xhroll le hubieran contado lo que más convenía a sus fines pero no pensaba que fuera ese el momento más adecuado para discutir con Andrade la posible falta de veracidad en las afirmaciones de los Xhroll.

—Entonces, ¿acepta usted seguir casado conmigo, teniente Andrade?

Nico esbozó una sonrisa que recordaba a la de sus buenos tiempos.

—Por supuesto, Charlie. ¿Qué remedio me queda? Eso sí, siempre que estés dispuesta a soportar una buena dosis de ascetismo. Para ciertas cosas no eres mi tipo.

—Sobreviviré, teniente. —La sonrisa de ella era sólo una manera civilizada de enseñar los dientes—. No me acostaría contigo ni aunque fueras el último macho sobre la tierra.

Charlie dio por terminada la conversación y, a la manera Xhroll, salió de la enfermería sin una palabra más.

El aterrizaje se llevó a cabo cuatro días después de la celebración de los dos matrimonios y tanto un acontecimiento como el otro estuvieron marcados por la clásica manera de hacer de los anfitriones extraterrestres: rapidez, efectividad, sencillez extrema.

Charlie y Nico fueron desembarcados en un pequeño vehículo de superficie carente de ventanas y conducido por la mujer Xhroll a quien habían decidido llamar Akkhaia aunque eran conscientes de que su nombre auténtico apenas si se aproximaba a ese resultado.

El vehículo con sus tres ocupantes rodó o flotó, no podían estar seguros, por espacio de veinticinco minutos, quedó parado durante unos segundos más y luego, a juzgar por la sensación de sus estómagos, descendió a toda velocidad en algún tipo de ascensor durante casi cuatro minutos más. Entonces se abrió su parte superior y los tres pasajeros se encontraron en una sala del tamaño del hangar exterior de la Victoria que debía funcionar como estación de llegada porque había varios vehículos más a su alrededor.

Con una sensación casi claustrofóbica a pesar de las dimensiones de la sala, Charlie y Nico bajaron del vehículo mientras Akkhaia se precipitaba a ayudar a su flamante marido sin registrar la mirada de odio puro que le lanzó éste.

Desde el principio del viaje los dos humanos habían especulado, cada cuál para sí, cómo sería ese lejano planeta, el primer mundo habitado con el que iba a tomar contacto un terrestre y, aunque ambos habían imaginado muchas diferentes posibilidades, ninguna se ajustaba a lo que tenían de momento ante sus ojos: un simple hangar, a todas luces subterráneo, que igual podía haber estado en Xhroll, que en la Tierra, que en cualquier estación espacial extraterrestre.

No les esperaba ningún comité de recepción, como si el hecho de ser los primeros humanos en visitar el planeta no les diera ningún derecho a un trato especial.

Akkhaia se adelantó a encontrarse con otra mujer que se acercaba a ellos con una especie de asiento flotante y unos minutos después la voz del traductor llenaba de gritos el hangar con las airadas protestas de Nico que estaba siendo instalado en la silla a viva fuerza.

—No podemos correr riesgos con un abba xhri —informó la desconocida a Charlie—. Explícaselo. Su vida y la de del hol'la son demasiado importantes.

Nico seguía vociferando mientras trataba de arrancarse el cinturón que le habían colocado y que no parecía tener ningún botón o hebilla que permitiera soltarlo.

—Deja de hacer el imbécil y haz lo que te dicen. Somos embajadores de nuestro planeta y no consentiré que nos pongas en evidencia —siseó Charlie—. Es una orden.

Nico llevaba demasiado tiempo en la Flota para no reconocer una orden cuando la oía, de modo que se tragó las protestas, clavó la vista en el fondo del larguísimo pasillo y apretó los dientes.

Por milésima vez en los últimos meses se sentía ridículo y humillado, un mero objeto sin voluntad ni capacidad de decisión a quien se le hacían pruebas y se alimentaba y ejercitaba convenientemente, un ser de segunda categoría a quien no se le daban explicaciones directas, un mero pedazo de carne en crecimiento.

Miró con rabia a las tres mujeres que avanzaban a su lado con paso elástico y decidido, sus tres vientres planos y vacíos, y sintió ganas de aullar de desesperación.

Charlie lanzó una mirada en dirección a la silla de Nico y retiró la vista de inmediato para no ser descubierta justo cuando acababa de sentir esa inmensa lástima por él. Si la situación ya era difícil para ella, con su entrenamiento y su salud a prueba de bomba, ¡cómo sería para él, ahora que todos los valores de su existencia se estaban viniendo abajo! No había querido contarle más de lo que había aprendido sobre los Xhroll porque no creía que pudiera soportarlo. Era preferible que fuera descubriendo por sí mismo, poco a poco, todo lo que le esperaba aún. Quizá a medida que avanzara la gestación, la misma química de su cuerpo se encargara de prepararlo para el papel dócil y pasivo que la sociedad alienígena reservaba a sus abbas. Si no era así... ella intentaría evitarle lo posible pero dudaba de que hubiera mucho que evitar porque era cuestión de la actitud de todo un planeta frente a un hecho social.

Recorrieron una inmensidad de pasillos, salas y ascensores en los que apenas se cruzaron con nadie. Al fin Charlie se decidió a preguntar por las razones de aquella soledad:

—Hemos elegido esta hora para vuestra llegada porque es el tiempo de reposo de la mayor parte del personal de servicio de este área. No queremos sobreexcitar al abba. Cuando le dejemos instalado en sus habitaciones y al cuidado del equipo que se encargará de él, tu quedarás libre de expresar tus deseos en cuanto al empleo de tu tiempo. —Contestó la mujer que les acompañaba.

—A mí me gustaría poder echarle una mirada al planeta —dijo Nico.

Las dos Xhroll se giraron hacia él con esa absoluta impasibilidad que las hacía tan amenazadoras.

—Un abba no tiene derecho a expresar deseos si no es a través de su ari-arkhj —dijo la mujer a Charlie. Y volviéndose hacia Akkhaia.— ¿No se lo has explicado?

Akkhaia asintió.

—Nuestra sociedad es muy diferente y hay cosas que me han sido explicadas teóricamente pero que aún no tengo costumbre de hacer. Cuando tengo que reaccionar con rapidez, tiendo a hacerlo como en la Tierra, —intervino Charlie tratando de calmar los ánimos.

—No estáis en la Tierra.

Nico sintió que empezaba a darle esa especie de risa histérica de la máxima tensión nerviosa y se mordió el interior de las mejillas para que no se le saliera.

—Entre nosotros cada persona contesta por sí misma —insistió Charlie.

—¿También los abba?

—Por supuesto.

—Es una costumbre muy negativa. Perjudicial para el grupo.

Charlie se encogió de hombros bajo la mirada gélida de las dos Xhroll. No tenía ganas de empezar ahora una discusión sobre la conveniencia de que cada persona hable por sí misma y responda de sus actos. Estaba cansándose de la situación y lo único que de verdad quería era entregar a Andrade al equipo ese que iba a cuidarlo y largarse a cualquier parte donde pudiera estar sola. Y por pedir, a un lugar abierto donde el aire tuviera alguna clase de olor, el que fuera, no el insípido reciclado de los últimos años. Por fortuna sus órdenes no incluían vigilancia constante y podría quitarse de encima la carga de hacer de guardián, niñera y ahora, además, voz de su teniente. "¡Menuda luna de miel!", pensó de pronto. Y la idea le dio tanta risa que tuvo que disfrazarla de ataque de tos.

En ese momento las dos mujeres se quedaron como clavadas en su lugar y la dejaron plantada frente a una puerta de bruma blanca con la somera información de: "Posible riesgo para la salud del abba". Introdujeron la silla de Andrade, que la miró con los ojos dilatados de miedo hasta que se lo tragó la bruma, cruzaron tras de él y sólo después de haberse perdido de vista, volvió Akkhaia a asomar la cabeza:

—Espérame aquí. Lo dejaré convenientemente instalado. Luego te mostraré algo de Xhroll.

Si Nico oyó la oferta debió de sentir la tentación de matarlas a las dos pero las puertas brumosas eran bastante buenas como aislante.

Es difícil expresarse en la lengua de los humanos. Su estructura es simple pero los conceptos son confusos. Ambiguos. Hay palabras con varios significados, hay otras con significados tan poco claros que ya casi no significan nada. Sé que el problema, en parte, es carecer de referencias y asociaciones. Mi propio desconocimiento de su mundo. Mis órdenes son escribir mis notas en la lengua xhri para estimular mi comprensión de los extraños. Nuestros lingüistas opinan que sólo pensando en su lengua podré llegar a entenderlos y hacerlos comprensibles a los nuestros, pero es agotador. Nuestros conceptos más básicos no coinciden. No sé si seré capaz de cumplir mi tarea satisfactoriamente.

Ellos usan el sexo en la lengua de manera constante. Todo debe ser femenino o masculino, incluso los objetos inanimados. Para referirse a personas deben usar las dos posibilidades. Al hablar en primera persona se debe elegir una de ellas. Los humanos saben siempre cuál usar pero para mí es difícil. ¿Soy yo él o ella? El humano dice que yo soy mujer y debo usar el femenino para referirme a mí misma pero en su propia estructura sexual, el ser que puede implantar vida en otro es masculino y el que lo recibe es femenino. Eso para mí significa que yo soy un "él". Sin embargo los dos xhri están de acuerdo en que soy "ella". Tendré que decidir qué voy a usar conmigo y para referirme al humano y la humana. Me han comunicado sus nombres: Charlie y Nico. Para ellos no es importante; no tiene significación dar el nombre a otro ser. A mí me llaman Akkhaia. No registran el dolor que es para los Xhroll recibir un nombre sin conocimiento. No saben que no se debe nombrar lo que no se conoce. No entienden las cosas más evidentes.

Mostré a Charlie una pequeña parte de nuestro mundo exterior, la corteza de Xhroll. No entiende que no vivamos fuera, que no aprovechemos (lo llama así) todo el exterior de nuestro planeta en lugar de vivir en el subsuelo. No comprende que dañaríamos el planeta que nos alberga y alteraríamos su equilibrio como ya sucedió hace tiempo. No le he dicho esto. No queremos que sepan que fuimos capaces una vez de destruir lo que nos daba vida. Que podríamos hacerlo de nuevo si no ejerciéramos un fuerte autocontrol.

Charlie dice que los xhri lo hacen igual con pequeñas extensiones de su mundo que llaman parques y reservas pero que su gente no aceptaría una solución como en Xhroll. Su egoísmo está equivocado pero no lo entienden. Creo que Charlie sí lo comprende y lo acepta aunque lo encuentra extraño. El abba no. Ahora nos llama monstruos y está triste mucho tiempo. Los médicos dicen que puede ser una reacción xhri a ¿la maternidad? También nuestros abba pierden en ocasiones su equilibrio psíquico por razones de química corporal.

Es triste que el abba sufra y, para mí, incomprensible. Nuestros abba se sienten felices de tener una vida en su interior, de poder dar un nuevo ser a Xhroll. Pero Nico sufre. Charlie dice que se siente "humillado". No comprendo esto. Charlie dice que significa que se le obliga a hacer algo que está por debajo de su dignidad. Tampoco comprendo "dignidad". Pero comprendo "obligar" y lo que el abba siente no es objetivamente cierto.

Cuando yo compartí con el abba mi deseo de engendrar, ella también quería. Yo cumplí mis órdenes al advertirle por si no lo deseaba pero ella tomó un fármaco falso y eso significa, para mí, que estaba de acuerdo. He preguntado a Charlie pero nunca contesta con claridad. Sé que hay algo que no quiere decir; por eso espero.

Es la segunda vez que tengo un abba bajo mi protección. Eso debería simplificar las condiciones pero no es así. También he intentado tres veces implantar en un xhri de otro mundo pero nunca ha funcionado. Por eso ahora siento alegría por mí y por Xhroll. El abba no quiere verme y me llama monstruo. Yo paso con Charlie el tiempo que pasaría con el abba, si me aceptara.

Es una situación extraña. Nunca antes había estado tanto tiempo con otro ari-arkhj. Es estimulante para mi cerebro y también agotador. Compartimos de un modo que sólo se da entre un ari-arkhj y su abba. Charlie es inteligente, de mente rápida y curiosa, como un arkhj, y pregunta, pregunta siempre. Y pide ayuda, como un abba. Todo está mezclado en Charlie.

¡Esta gente es increíble! Viven en unos lugares espantosos, como una gigantesca estación espacial del tamaño de un planeta, teniendo un mundo de sueño en la superficie. Se pasan los días metidos aquí abajo, con luz artificial y aire reciclado y sólo salen a la corteza, como ellos la llaman, durante su tiempo libre o para cumplir los trabajos de conservación y mantenimiento de la naturaleza a los que se dedica toda la población, unos a tiempo parcial y muchos a tiempo completo. Son una especie de jardineros de su mundo, como un ama de casa del siglo XX que limpiaba y sacaba brillo a una habitación de la casa que llamaban el salón donde nunca entraba nadie ni se usaba para nada.

Estoy bastante harta. Tengo la impresión de que no tienen el menor interés en enseñarme nada, aparte de la corteza de su mundo y de su lengua, que en principio parece simple: dicen lo que quieren decir y tienen una palabra para cada cosa. Sin embargo, no sé por qué, resulta agotador. Quizá sea precisamente porque un humano trata siempre de completar el mensaje con cosas que no están en la lengua y que, en el caso de los Xhroll, sencillamente no existen: ni tono, ni lenguaje corporal, ni metamensajes ni más zarandajas. No parecen tener poesía, ni sentido del humor ni nada de lo que nos hace la vida llevadera a los humanos. Son bellos, son pacientes, corteses, eficientes, fríos. Son francamente asquerosos. Y debe de ser porque parecen humanos pero no lo son. Si tuviesen otro aspecto, si fuesen evidentemente extraterrestres, extraños, monstruosos, sería mucho más fácil; no caería una constantemente en el error de tratarlos como si fueran compañeros de trabajo. Si cada vez que abrieran la boca, viera una tres filas de dientes chorreando veneno, sería más fácil no perder de vista que es muy probable que no tengamos nada en común.

Hay veces que me acuerdo de toda la parentela de Andrade por haberme traído hasta aquí. Porque, además, después de tantas ilusiones y temores, resulta que Xhroll no tiene nada de exótico ni por dentro ni por fuera, aunque tengo que confesar que por dentro no me han dejado ver más que pasillos y salas públicas. Y, con su típica sinceridad, ni siquiera se han molestado en buscar una excusa socialmente aceptable; se han limitado a decir cosas como: "No queremos que entres ahí; es una zona que no deseamos mostrar a un extraño." Me ha costado semanas acostumbrarme.

Por fuera Xhroll es como una versión de la Tierra sacada en limpio, con una Naturaleza tan natural que parece falsa, como si le quitaran el polvo todas las mañanas. Es maravilloso poder pasearse por el exterior, claro, pero yo me esperaba otra cosa y nuestro Gobierno también.

Nico está cada día más mustio. No sé si son sus propias hormonas o si le están suministrando algún tipo de fármaco pero no muestra el menor interés por nada de lo que le cuento y no consigo interesarlo en ninguna especulación sobre nuestros anfitriones: ¿cómo funcionará su estructura jerárquica?, le pregunto. Ya me lo explicaste tú en la nave. Y no le voy a decir que la mayor parte me la inventé. ¿Qué clase de armas tendrán?, insisto. Alzamiento de hombros. ¿Has visto algún tipo de robot? Alzamiento de hombros. ¿Ni siquiera robots auxiliares médicos? Asentimiento con la cabeza. Parece que ha perdido hasta el interés profesional por las cosas que le rodean.

Me canso y me largo a la superficie, que es el único lugar a donde puedo ir siempre, sola y sin permiso especial. Tengo que averiguar qué necesitan de nosotros, qué podemos venderles, qué puede interesarnos comprar, tengo que saber aproximadamente cuál es el nivel de sus conocimientos, pero de todo eso se niegan a hablar. Sencillamente se niegan. No necesitan nada, dicen. No quieren nada. No tienen nada que ofrecer. Y yo no me lo creo. No puedo creérmelo.

Nico estaba tendido sobre una especie de araña de metal que ejercitaba sus músculos sin que él tuviera que esforzarse lo más mínimo. Charlie paseaba arriba y abajo de la habitación, atropellándose al hablar, bajo la impasible mirada del hombre.

—No sé cuántas veces tendré que contártelo hasta que lo entiendas, maldita sea. ¿A tí te parece normal que en un planeta donde se están extinguiendo como especie, se mate un tipo en nuestras mismas narices y todos y todas se queden tan frescos?

Nico se encogió de hombros.

—¿A tí te parece normal? —rugió Charlie.

—A mí no me parece normal nada de lo que hacen. Pero, dentro de lo que cabe, no es tan marciano. ¿Tú los has visto expresar un sentimiento alguna vez?

Charlie sacudió la cabeza violentamente, como si tratara de aclararse las ideas a fuerza de agitarlas:

—No es eso, no es eso. No es que no hayan mostrado sentimientos; eso ya lo esperaba. Es que se han limitado a llamar a... como a un equipo de limpieza, una especie de basureros de categoría; han recogido el cadáver, que ya te puedes imaginar cómo estaba después de haberse caído de esa pared de roca, más de ochenta metros, y allí cada persona ha seguido haciendo su trabajo con la mayor naturalidad.

Charlie inspiró hondo, se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando a Nico como si esperara una explicación por su parte. El dirigió la mirada hacia el techo y suspiró:

—Chica, tómalo con calma. Al fin y al cabo no son humanos o humanas y, bien mirado, un cadáver no es más que eso: un fiambre, un desecho. Basura. Gracias tienes que dar de que no nos lo hayan servido en la comida. ¿Qué esperabas de las walkirias alienígenas?

Charlie se dio la vuelta y se marchó sin despedirse. Estaba empezando a odiar el sentido del humor de Andrade y su bigote y su barriga y hasta el mismo tono de su voz.

Avanzaba por los corredores con las manos profundamente hundidas en los bolsillos del mono, sacudiendo la cabeza de tanto en tanto, tratando de alejar aquella imagen que se empecinaba en volver a su mente, aquella caída desde la pared de roca, que no podía haber durado más de cuatro o cinco segundos y que a ella le había parecido eterna. Ella había seguido gritando mucho después de que el grito del Xhroll se hubiera extinguido; hasta que se había dado cuenta de que aquel alarido salía de su propia garganta y era el único.

No podía cerrar su mente a aquello: el Xhroll cayendo como un pelele, el grito en su garganta y un absurdo picor de nariz; espantoso, desesperante, y algo en su interior diciéndole que era una falta de respeto rascarse las narices mientras un ser humano (error, un ser no humano pero equivalente) estaba a punto de estrellarse contra las rocas del suelo del valle. Y esa sensación de que no podía ser, de que no iba a estrellarse así, sin más, delante de todos, sin que nadie pudiera hacer algo para salvarlo.

Luego ella, una mano frotando la nariz, la otra tendida hacia Akkhaia en un gesto inconsciente de solidaridad y de consuelo. La mirada limpia y fría de la extraterrestre, huera de todo sentimiento, el equipo de recogida rápido, eficiente, silencioso. El mundo en orden otra vez, Akkhaia hablándole de historia de la lengua, de la revolución cultural que había instaurado el nuevo sistema que minimizaba las fricciones, que permitía una claridad absoluta de intención y expresión.

Algo en la mente de Charlie respondía con recuerdos de lejanas clases de lingüística, algo que insinuaba la imposibilidad de una lengua unívoca, el empobrecimiento constante, la maquinización, el cierre absoluto de parcelas de sentimiento y pensamiento que desaparecerían al no poder ser nombradas, pero no se sentía capaz de verbalizarlo. No en el mismo momento en que alguien acababa de morir ante sus ojos, ante los ojos de media docena de Xhroll impasibles.

Al cabo de un tiempo Akkhaia se había dado cuenta de que algo no marchaba bien:

—¿Qué te ocurre, Charlie?

—No sé bien. Supongo que estoy un poco triste.

Akkhaia se había limitado a mirarla.

—Por lo que acaba de ocurrir —añadió. Sin poderlo evitar, Charlie siempre se veía dando más explicaciones de las que había pensado dar en cuanto un Xhroll la miraba en silencio durante unos minutos.— Una vida menos.

—No. No para Xhroll.

—¿Qué quieres decir? ¿Tenéis algún tipo de religión? ¿Tendrá ese Xhroll que ha muerto algún tipo de trascendencia?

—La vida es un tema íntimo para Xhroll, Charlie. No queremos compartir con nadie extraño.

Recordando esa respuesta, Charlie apretó los labios y tomó el ascensor que la llevaría a la superficie de Xhroll. Estaba deseando salir de allí. Salir de allí definitivamente.

El tiempo iba pasando aunque los días siempre parecían iguales sin fiestas, celebraciones ni nada que los hiciera distintos unos de otros. Para Nico, Xhroll era la Planta de Maternidad de una cárcel de seguridad absoluta, para Charlie, el inmenso jardín de un Manicomio Estatal. Sus relaciones se habían hecho inocuas, anodinas. Charlie lo visitaba diariamente, intercambiaban algunas vaciedades y, al cabo de una hora ella estaba deseando salir de su celda mientras que él cerraba los ojos con manifiesto agradecimiento en cuanto ella se ponía de pie para marcharse.

Los Xhroll seguían siendo amables y fríos y seguían negándose a permitirle entablar relación con cualquier otro que no fuese Akkhaia. Akkhaia continuaba haciendo de guía, confidente, maestra, ¿amiga?; todo lo que tenían en aquel planeta que parecía tan natural y era, a la vez, tan incomprensible. Había días que se levantaba alegre, de buen humor, con ganas de hacer cosas y entablar relaciones, al menos con la mirada. Otros días, sin embargo, tenía la sensación de que se le estaba cayendo encima todo el planeta y que el tiempo no pasaba. Si no hubiera sido porque los exámenes de Nico mostraban que el bebé se desarrollaba del modo previsto, habría tenido la sensación de que el tiempo en Xhroll era un coágulo de resina o de miel, algo amarillo, blando y pegajoso que te agarraba y no te dejaba marchar.

Se levantó de la cama por pura fuerza de voluntad porque, si había algo en el mundo en lo que no quería convertirse, era en un gato gordo y perezoso como el teniente Andrade. Hoy estaba decidida a intentar de nuevo sacarle a Akkhaia algún tipo de información válida, lo que fuera; ya había dejado atrás las prioridades y cualquier cosa, pública o privada, le serviría para su informe. En cuanto regresaran a casa y empezara el debriefing, no habría un solo, una sola oficial, por novato o novata que fuera que no pensara que estaba tratando de ocultar algo.

Rechinó los dientes; tenía los músculos del estómago a punto de reventar pero no había más remedio que ignorarlo. Eran cincuenta flexiones. Cincuenta, ni una menos. Apartó de su mente las consideraciones políticas y, dejando la mente en blanco, vació los pulmones y continuó flexionando.

Aún no había llegado a la mitad de su plan de ejercicios gimnásticos cuando, por primera vez desde que vivía en Xhroll, una voz incorpórea resonó en su habitación repitiendo un mensaje en un idioma incomprensible para ella.

Por un instante se dobló sobre sí misma como si le acabaran de dar una patada en el útero. Era imposible que ella no comprendiera esa lengua. Desde el comienzo de su estudio conjunto, había quedado claro que en Xhroll había un único idioma; era absurdo que ahora se sacaran de la manga aquello que sonaba por los altavoces y que, aunque tenía muchos puntos de contacto con el Xhroll que ella conocía, sonaba como otra lengua. No era un dialecto. ¿Otro estadio de lengua, quizá? ¿El Xhroll que se había hablado en el planeta siglos atrás? Absurdo. ¿Quien iba a ponerse a lanzar mensajes en una lengua obsoleta que sólo sería comprensible para un par de eruditos?

Se vistió rápidamente uno de los monos Xhroll que se había acostumbrado a llevar y galopó hasta la columna de mensajes más cercana. Había una cantidad inaudita y le llevó mucho más tiempo del normal comprobar que no había ninguno para ella.

Esforzándose por pronunciar con claridad, grabó un mensaje para Akkhaia: "Contacta conmigo urgentemente. Necesito información."

Después de eso, se dirigió de nuevo a su cubículo que, si momentos antes había sido una isla de paz e intimidad en medio de la uniformidad de Xhroll en que todos los dormitorios eran iguales y públicos, ahora parecía una pequeña celda que la distinguía y la aislaba del resto. Esperaría a tener noticias de Akkhaia y, si tardaba demasiado, iría a ver a Nico. No sabía lo que estaba pasando pero en los pasillos había muchos menos Xhroll de lo habitual y en un caso de incertidumbre total lo mejor era permanecer juntos. Le daría una hora a Akkhaia; no más.

Cuando sonó la extraña voz por los altavoces el Xhroll que estaba ayudando a Nico a acomodarse en el sillón para llevarlo a su sesión de psicología se quedó rígido junto a la cama; desenfocó la mirada y permaneció en completa inmovilidad los dos o tres minutos que duró la comunicación. Luego pidió a Nico que bajara del sillón y volviera a instalarse en la cama.

—¿Por qué? ¿Y la sesión de hoy? ¿Ya no os interesa mi estado de ánimo? ¿Pasa algo especial?

—Tu ari-arkhj te informará cuando venga a visitarte.

—¿Qué pasa, maldita sea? —rugió Nico desde la cama mientras el Xhroll guardaba la silla en su lugar y se disponía a salir del cubículo—. ¡Que venga mi ari-arkhj inmediatamente! Por favor... Estoy muy nervioso —añadió, aunque le fastidiaba hacer ese papel, porque sabía que era, quizá, la única forma de forzar a un enfermero Xhroll a buscar a Charlie o, en su defecto, a la walkiria.

—Xhroll ha perdido una vida, abba. Es un intenso dolor.

Tan perplejo por haber obtenido una respuesta por primera vez en meses, como por la respuesta en sí, a Nico no se le ocurrió nada más para detener al Xhroll y aún estaba mirando el pedazo de niebla que se lo había tragado cuando, asomando primero la cabeza y los hombros como un ectoplasma, entró Charlie a paso de carga.

—Nico, aquí pasa algo raro. Estos cabrones nos ocultan algo; además de que nos han mentido con eso de que nos están enseñando su lengua.

—¡Tranquila, tranquila! Y a ver si moderas ese vocabulario sexista. Las mujeres tenéis una tendencia al insulto en cuanto os da el ataque de histeria...

—¡No estoy para bromas, Nico! La situación puede ser muy seria. ¡No tenemos ni idea de lo que pasa; puede ser una invasión, una guerra, una epidemia, cualquier cosa! Y nos han dejado tirados aquí, sin más explicaciones. Ni siquiera he recibido un mensaje de Akkhaia. ¿De qué te ríes?

—De que, por primera vez en este maldito viaje, sé algo más que tú.

—A ver.

—Se les ha muerto alguien. Supongo que se irán de entierro o algo así.

Charlie se quedó mirando a Nico fijamente, con toda seriedad:

—¿Tú eres imbécil o algo?

—Eso es exactamente lo que me ha dicho el enfermero que me iba a llevar a la sesión de interrogatorio y no me ha llevado.

—¡Pero eso es una estupidez! No hace nada de tiempo se mató aquel delante de todos nosotros y como si nada. Y ahora, si es verdad lo que te han contado, se muere otro y declaran luto general en todo el planeta. No lo entiendo.

Nico se encogió de hombros sin dejar de mirar a Charlie. Permanecieron así unos minutos: mirándose sin hablar, compartiendo sin verbalizarlas las mismas sensaciones de incomprensión, indefensión e impotencia que ya les eran casi habituales. Charlie rompió el momento con una palmada doble sobre los muslos.

—Me voy a ver si me entero de qué pasa.

—¡Charlie!

—¿Qué?

—¿Me vas a dejar solo?

—Sólo es un funeral, Nico, tú mismo lo has dicho. ¿No tendrás miedo de los espíritus, ¿verdad? Tú siempre has sido muy macho.

—Que te folie un pez, tía.

Ankhjaia'langtxhrl, Akkhaia para los humanos, caminaba a largos pasos en dirección al lago Htor donde iba a encontrarse con Hithrolgh, el primero de los tres seres que más le importaban en el mundo. Habían compartido toda su infancia y gran parte de su juventud hasta que sus vidas habían tenido que separarse después de la clasificación final. Durante un año de Xhroll, en la época en que los jóvenes adultos son considerados sexualmente maduros, intentaron una y otra vez, juntos y con otras parejas, la difícil empresa de la reproducción. Al término del plazo Ankhjaia'langtxhrl, después de conseguir la implantación de uno de sus compañeros, había quedado convertido en ari-arkhj. Hithrolgh, al no haber podido implantar ni ser implantado, había tenido que pasar oficialmente a ser xhrea para el resto de su vida, pese a lo cual su relación había seguido siendo la de siempre. Ahora hacía ya varios viajes que los encuentros eran cada vez más difíciles y Ankhjaia'langtxhrl esperaba impaciente el momento de ver a Hithrolgh y obtener las noticias que tanto deseaba.

En los últimos tiempos, mientras Ankhjaia'langtxhrl se entregaba a sus ocupaciones de ari-arkhj dando un hol'la más a Xhroll y viajaba en naves de carga buscando la posibilidad de entablar contactos con xhri que pudieran convertirse en abbas, Hithrolgh había ido subiendo en la jerarquía hasta el lugar en que ahora se hallaba: quinto miembro del consejo de asuntos xhri.

En Xhroll se estaba operando un cambio social tan grave que ya ni siquiera los abbas podían ignorarlo. Y con cada vuelta a su mundo, la inquietud de Ankhjaia'langtxhrl era mayor. La estructura social que había sido inamovible en su infancia corría peligro de desmoronarse con cada paso que daban los xhrea en cuyas manos residía prácticamente todo el poder, a pesar del trato deferente reservado a abbas y ari-arkhjs.

El largo día de Xhroll estaba apenas empezando cuando Ankhjaia'langtxhrl remontó la colina que dominaba el lago. A sus pies se extendía una gran superficie opalina, de tintes rosados, rodeada de vegetación del tono grisáceo del amanecer.

Inmóvil sobre una roca, con la mirada perdida en las distantes montañas del sur, Hithrolgh le esperaba. Se había quitado la corta melena negra que solía llevar en público y vestía una túnica irisada que hacía más etérea su grácil figura desdibujándola contra la niebla. Tenía los ojos de un verde muy claro y la piel cobriza. Su rostro y su cuerpo, como era habitual en Xhroll, habían sufrido diversas intervenciones quirúrgicas para adaptarse al modelo clásico: nariz pequeña y recta, hombros anchos, caderas estrechas. Volvió la cabeza en su dirección al oírle llegar:

—Me alegro de verte, Ankhjaia'langtxhrl. Te he echado mucho de menos en esta ocasión.

Ankhjaia'langtxhrl llegó a su altura y quedaron frente a frente mirándose a los ojos durante unos segundos.

—Yo esta vez no te echado de menos, Hithrolgh. Ha sido un viaje interesante y provechoso.

—Xhroll te agradece. Yo también. En estos momentos una vida es doblemente valiosa. Si el hol'la es viable, estamos salvados.

—¿Contando con la cooperación de los xhri?

Hithrolgh quedó en silencio unos instantes.

—Quiero que lo sepas. El consejo piensa que la cooperación de los xhri, su aceptación voluntaria, no es absolutamente imprescindible. Según tus informes, ellos no reaccionan positivamente a la vida.

—El ari-arkhj xhri dice que pueden tener descendencia siempre que lo deseen, que su población es excesiva y por ello se inutilizan voluntariamente de modo absoluto o temporal.

—No podemos permitir que se pierda un potencial de vida que nosotros necesitamos. Tenemos que asegurar nuestra supervivencia. Necesitamos más población.

Ankhjaia'langtxhrl miró a Hithrolgh sintiendo la sorpresa crecer en su interior. Hithrolgh había hecho algo con el tono de su voz, algo similar a lo que hacían los humanos cuando decían algo distinto a lo que estaban pensando.

—Hithrolgh, cuando dices "nosotros" ¿a quién te refieres?

—A Xhroll.

—¿A todo Xhroll o sólo a los xhrea?

—Me refiero a todo Xhroll, pero debes comprender que los xhrea somos los más amenazados. Nosotros no podemos reproducirnos.

—Pero a cambio tenéis todo el poder de decisión.

—No es cierto. —Hithrolgh se levantó y empezó a caminar sabiendo que Ankhjaia'langtxhrl le seguiría—. Tradicionalmente el primer miembro de cada consejo de importancia es un ari-arkhj.

—No hay tantos ari-arkhjs.

—Tampoco hay tantos consejos de importancia.

Hubo un silencio tenso. Hithrolgh miraba obstinadamente hacia las montañas mientras Ankhjaia'langtxhrl se esforzaba por que sus ojos se encontraran. Finalmente bajó la vista.

—Antes era un placer relacionarse contigo, Hithrolgh.

—Antes no teníamos tantas responsabilidades ni estaban tan lejos nuestras competencias. Antes tú también eras xhrea.

—¿Quieres que me sienta culpable por ser ari-arkhj?

—Sería absurdo.

—A veces pienso que el absurdo empieza a ser la forma de comportamiento habitual entre los xhrea.

—Eso me duele, Ankhjaia'langtxhrl.

—También a mí me duele lo que nos estáis haciendo. Antes todo era distinto. Cada uno tenía su puesto en la vida. Ahora los xhrea lo acaparáis todo. Desde el día de la implantación de mis pectorales no hay vez que al volver de un viaje no tenga la impresión de que en nuestra sociedad ya no hay sitio para nosotros y para nuestros abba. Nos tratáis como bienes que hay que administrar, no como a seres de pleno derecho.

—Opino que has tenido demasiados contactos con xhri. Están contaminando tu pensamiento.

—¿Y quién contamina el tuyo?

—Es exasperante. Es como construir con roca sobre una base de barro. Dependemos por completo de los abba y de vosotros. Tenéis que comprender nuestro punto de vista. No podemos permitir que un abba se niegue a seguir reproduciéndose. O que un ari-arkhj se ligue exclusivamente y de por vida a un solo abba. Es un crimen social.

—¿Eso ha ocurrido realmente?

—Sí.

—Eso es profundamente turbador. Pero debe de tratarse de desviaciones esporádicas. Casos patológicos.

—Es un movimiento clandestino de lucha organizada, Ankhjaia'langtxhrl. Lo sabemos con toda seguridad y yo esperaba que pudieras darme información sobre ello.

Ankhjaia'langtxhrl no pudo contestar. Recordó en un relámpago los rumores que había venido oyendo sobre el internamiento de abbas en lugares secretos y se estremeció.

—¿Es verdad que estáis coartando la libertad de grupos de abbas y ari— arkhjs?

—Yo no me ocupo de organización interna, lo sabes. Mi trabajo es buscar abbas xhri. Te envié en esa misión y tuvimos suerte. No sé nada más.

—Contesta a mi pregunta. ¿Es verdad que pensáis convertirnos en animales de crianza?

—Esperamos solucionar esa cuestión con abbas xhri como el tuyo. Si ese hol'la resulta viable, no tendréis que preocuparos más.

—¿Y si no?

—Sois nuestra garantía de supervivencia.

—¿Y vosotros? ¿Qué sois vosotros?

—Los xhrea hemos hecho a Xhroll, Ankhjaia'langtxhrl. Nosotros, generaciones de los nuestros, levantamos el planeta de las ruinas dejadas por los Primeros y lo convertimos en el mundo habitable que ahora tenemos. Vosotros y los abba dais vida a los xhrea pero somos nosotros los que hacemos moverse el mundo. Nosotros, que no estamos atados por lazos de dependencia afectiva ni compulsiones sexuales, que no competimos más que por hacer nuestro trabajo cada vez mejor, que amamos a Xhroll por encima de todo. Los xhrea, seres pensantes cuyo cerebro no está sujeto a influencias hormonales, que no ejercemos violencia contra nosotros mismos, que hemos tenido la fortuna de ser el siguiente paso en la evolución.

—Una evolución hacia la esterilidad y la muerte.

—Unidos, no.

—Sí, Hithrolgh. Incluso unidos. Cada generación surgen menos abba. Dentro de una o dos, toda nuestra población será xhrea, con algún esporádico ari-arkhj y entonces ¿qué pensáis hacer con vuestro cerebro superior?

—Si los terrestres resultan viables, la desaparición de nuestros abbas no será problema. Incluso puede solucionar muchos conflictos.

—¿Y si ellos no desean que implantemos?

—¿Lo deseaba tu abba xhri?

—No. Pero ahora saben lo que puede pasar.

—En la base terrestre hay casi trescientos abbas. Descontando a sus ari-arkhjs, en veinte años xhri son unas cinco mil nuevas vidas. Es posible que al principio no les guste pero se adaptarán. Dar vida es hermoso.

—¿Y la reacción de Mundo Tierra?

—Tienen exceso de población. Estamos muy lejos. Creen que tenemos armas poderosas. No sucederá nada.

—Ellos sí tienen armas, Hithrolgh. Vendrán a Xhroll y lo devastarán.

—No lo creo. Pero, de todas formas, Xhroll ya sufrió una destrucción y la sobrevivió. Nuestra estructura reproductiva quedó alterada pero sobrevivimos.

Ankhjaia'langtxhrl se acercó y le puso una mano en el hombro, suavemente, sabiendo lo que significaba:

—¿No tienes miedo, Hithrolgh? ¿No te asusta el mundo que estamos haciendo?

—No me toques, Ankhjaia'langtxhrl. No soy abba.

—Nos conocemos desde siempre. Déjame acercarme a tí. Deja que todo vuelva a ser como antes, aunque sea sólo un momento.

—No puedo. No quiero.

—Lo necesito, Hithrolgh.

—Tienes a tu abba. Tienes al hol'la. Tienes al ari-arkhj de los xhri. Tienes más de lo que yo he tenido nunca. No me pidas nada.

—Decías que me habías echado de menos.

—Me equivoqué. Lo que yo echaba de menos era el recuerdo de Ankhjaia'langtxhrl. Tú no eres eso. Has cambiado. Yo también. Lo que ahora piensas es incompatible con lo que pienso yo. Eres peligroso para nosotros.

—¿Quieres decir que me vais a desterrar de Xhroll o me internaréis con los abba a producir más xhrea?

—Yo no tendré parte en la decisión que se tome.

—Prefiero el destierro, Hithrolgh.

—Lo tendré en cuenta, si tengo ocasión.

—¿Qué pasará con los terrestres? ¿Volverán a su mundo?

—No lo sé.

—Ellos me importan.

—Primero es Xhroll. Lo sabes.

—Primero es Xhroll.

Se miraron un instante a los ojos y desviaron rápidamente la vista.

—Me hubiera gustado no ser xhrea, Ankhjaia'langtxhrl, pero lo soy.

—Lo comprendo, Hithrolgh. Pero yo no lo soy.

Se separaron sabiendo que probablemente no volverían a verse. Al menos no en circunstancias amistosas. De un momento a otro Ankhjaia'langtxhrl se había convertido en un elemento molesto, uno de esos raros individuos que perturbaban el buen funcionamiento de la maquinaria social de Xhroll. Había pasado de ser un ejemplo de ciudadanía a ser un elemento conflictivo por el mero hecho de expresar una opinión y unas dudas a una persona que conocía íntimamente desde la infancia, a uno de los tres miembros base de su núcleo. Y ese era un cambio terrible. Si en Xhroll ya no se podía expresar una opinión sin riesgo, algo andaba muy mal.

Le dolía pensar en el cambio que se había operado en Hithrolgh, esa rigidez, esa intolerancia frente a los seres sexuados. Estaba claro que les tenía miedo. Todos los xhrea tenían miedo de ellos y por eso trataban de controlarlos, de ponerlos bajo su poder. Y lo más terrible era que, históricamente, el miedo llevaba a la crueldad justificada por el bien común. El bien común de los xhrea.

Los terrestres no sabían nada de todo aquello. Estaban convencidos de que cuando naciera el hol'la regresarían a su mundo, a ese maravilloso mundo donde todo era tan fácil, donde sólo había dos clases de seres, ambos con función reproductora, iguales en obligaciones y privilegios como, en opinión de los especialistas, había sido en Xhroll antes de la Nueva Era que había dado origen a los cambios.

No quería perder la intimidad con Hithrolgh pero tampoco hacer daño a los terrestres, ni pasar el resto de su vida en una granja de procreación para satisfacer los anhelos de expansión de los xhrea.

Llegó a la puerta del ascensor más cercano al área de Charlie, sacó del armario una larga peluca rubia y se la colocó sin mirarse en el monitor porque sabía que sus ojos verdes le recordarían los otros ojos verdes que acababa de perder. Luego, ya en el ascensor, tomó la decisión que había estado meditando desde antes de encontrarse con Hithrolgh. Había pensado consultarlo con él pero el giro de la conversación lo había disuadido por completo. Hithrolgh se opondría, eso era evidente, de modo que la única solución era actuar sin haberle pedido opinión a nadie. Si los xhrea podían cambiar ciertas normas en nombre de ciertos intereses, también podía un ari-arkhj.

Akkhaia me ha llevado a ver a los muertos.

Quizá sea excesivo formularlo así. Me ha llevado a ver a uno de ellos, a uno de su núcleo, que es lo más parecido que tienen aquí a nuestro concepto de familia, un xhrea que murió cuatro años atrás cuando realizaba una misión espacial.

Los muertos de Xhroll ocupan una especie de criptas blindadas en el mismo centro del planeta. Se tardan muchas horas en descender hasta allí y hay que atravesar montones de barreras sanitarias antes de obtener la licencia electrónica necesaria para descender el último tramo.

Desde el ascensor que deposita al visitante en el corredor final, quedan aún varios kilómetros de laberinto cruzado de celdillas, como diminutas habitaciones de metal, ocupadas por miles de cadáveres tan irrecuperables, en apariencia, como cualquiera de los nuestros. Dotados, sin embargo, de un tipo de vida que les permite seguir siendo útiles a Xhroll mientras sus mentes sigan en contacto con las de los seres vivos.

Según me ha dicho, no todos los cadáveres se conservan: si los que mueren no tenían una especialidad aprovechable después de la vida, su cuerpo es inhumado en algún lugar de su elección. Si, por el contrario, la muerte se ha producido en el momento en que estaban dirigiendo un experimento importante o se trataba de alguien con conocimientos especiales y valiosos, se intenta retener su mente y su ¿espíritu? ¿alma? para que siga colaborando a la supervivencia de Xhroll.

En otros casos, sencillamente no se puede hacer nada para conservar el contacto y no les queda más remedio que resignarse y aceptar su muerte definitiva. Entonces es cuando se da un día de luto en el planeta.

Tengo la impresión de que esa manipulación les causa conflictos de conciencia; de que saben, o sienten, o creen que no es justo retener en ese simulacro de vida a los que ya debían haberla abandonado, pero tienen que hacerlo porque carecen de la población necesaria.

No sé por qué (es un tema tabú y no puedo tocarlo a bocajarro) pero parece que no se dedican a la investigación de los problemas de reproducción y natalidad sino que dedican todo su esfuerzo a la tanatología.

Desde el ascensor, Akkhaia y yo caminamos en silencio durante veinte minutos, torciendo a derecha e izquierda por corredores perfectamente iluminados donde nuestros cuerpos no proyectaban ninguna sombra. Nuestros pasos sonaban blandos, apagados por el revestimiento textil de suelos y paredes y yo notaba en las sienes el ritmo de mi sangre. No puedo decir que tuviera miedo pero sí una sensación difusa de amenaza, de opresión, como si hubiera tomado conciencia de golpe de que me encontraba en un planeta extraño, a millones de kilómetros del mío, caminando sola junto a un ser extraterrestre por una red de pasillos laberínticos, con toneladas de roca sobre mi cabeza y miles de cadáveres, no del todo muertos, a mi alrededor.

Cuando llegamos a la celda que buscábamos, me temblaban las manos, tenía todo el cuerpo húmedo y frío y la boca se me había quedado tan seca que ni siquiera podía carraspear.

No sé qué esperaba.

No sé si me sorprendió.

El xhrea estaba de pie en un nicho iluminado, como un ataúd de cristal, como una antigua cabina telefónica. No había ninguna clase de maquinaria de mantenimiento, de cables o agujas o cualquier cosa que a un ser humano le trajera recuerdos asociables con clínicas y hospitales.

Tenía los ojos abiertos, verde claro, como los de Akkhaia. Los ojos más muertos que he visto jamás.

Estaba desnuda y, aunque tenía el pecho plano, la ausencia de vello púbico dejaba ver con claridad que era una mujer, como Akkhaia, como yo misma. Le habían afeitado el cráneo. Tenía la piel ligeramente azulada, como porcelana de museo, sin un vello, sin una sombra. Pasó por mi mente el recuerdo del xhroll que se había despedazado contra las rocas y, por un segundo, al imaginarme su cuerpo de muerto viviente en la cabina de cristal, tuve que hacer un esfuerzo para no aullar.

—Ya lo has visto —dijo Akkhaia, volviéndose hacia mí.

—¿Puedes hablar con ella?

—Con él. Sí, por supuesto.

No conseguía creerme que nadie pudiera hablar con aquel pedazo de carne de Morgue.

—¿Y de qué habláis?

Ella me miró fijamente, como siempre, sin que yo entendiera si aquello significaba algo.

—Yo le hablo a él. El habla, por la red, de asuntos que importan a Xhroll. Yo vengo a traerle un poco de vida. Yo y todos los otros. Venimos a ofrecer lo único que puede apreciar un muerto: recuerdos, visiones, palabras.

Creo que sacudí la cabeza, mareada. Akkhaia, siguiendo mis enseñanzas de lenguaje corporal humano, lo interpretó como una negativa.

—Es así, Charlie, es la verdad. Déjanos solos ahora.

Salí de la celda, me apoyé contra la pared y me dejé resbalar lentamente hasta el suelo, hasta quedar en cuclillas, los brazos rodeando las piernas, la cabeza apoyada en ellos.

Me parecía monstruoso. Sencillamente monstruoso. Perverso. Retorcido. No podía evitarlo.

En el interior, Akkhaia, en una voz que no le había oído jamás, llena de inflexiones y matices, en una lengua que podía ser la misma que yo he estado aprendiendo pero que no lo era, que era la otra, la de los altavoces, infinitamente más antigua y más rica, como me había explicado ya Akkhaia, en esa lengua ritual, le hablaba a aquel cadáver azul de ojos abiertos.

Le hablaba, me dijo luego, usando ese lingo absurdo que ellos utilizan en la vida diaria y que es el que nos han enseñado, del brillo de la luz en las laderas nevadas de las montañas del primer hogar que compartieron; de una nueva variedad de prímula silvestre que habían conseguido aclimatar a orillas del lago Htor y que tenía las flores azules, de un arrecife de coral blanco que había crecido ya lo suficiente como para albergar una laguna lisa y rosada como un amanecer polar.

Le hablaba con palabras que yo no conocía, blandas y dulces, llenas de vocales, que despertaban en mi mente ecos de un pasado común, de una vida junto a la naturaleza, entregados a un amor de millares de seres, como si entre todos, sumando todas sus almas, dieran alma a Xhroll.

Le hablaba con una dulzura, con una pasión que nunca hubiera creído posible; una pasión que me daba escalofríos. A mí, a una humana. Y todo el tiempo lo llamaba "ahalaiaia", una palabra que yo creía obsoleta y que viene a significar "hermano del corazón".

Me arriesgué a echar una mirada al interior: Akkhaia abrazaba a aquel cadáver de ojos sin vida que me contemplaban por encima de su hombro. Volví a mi posición en el pasillo sin querer ver nada más mientras la oía decir en lengua vulgar:

—Sigue sufriendo por Xhroll, hermano. Lo necesitamos. Te necesitamos. Si el futuro se desarrolla como estamos planeando, pronto quedarás libre. Ten confianza, hermano. Ten valor. Por Xhroll.

Oí el ligero chasquido de la tapa al cerrarse y la respiración agitada de Akkhaia que poco a poco se iba calmando. Cuando todo quedó en silencio, salió al pasillo donde yo ya la estaba esperando, lo bastante alejada de la celda como para que no tuviera la impresión de que había estado espiando.

—Podemos irnos.

Debí de hacer algún tipo de ruido con la garganta porque continuó:

—¿Quieres preguntar algo?

Estaba a punto de negar con la cabeza cuando se me ocurrió que sí había algo que deseaba saber, algo que paliara, aunque fuera un poco, la monstruosidad aquella:

—¿En qué trabajaba tu...? Quiero decir... ¿Qué tipo de información puede ser tan valiosa como para hacerle eso a alguien?

Tuve la ligera sensación de que se alegraba de que yo hubiera captado el sufrimiento que suponía para un muerto el seguir conectado a la vida, pero lo más probable es que me lo imaginara yo sola. Los Xhroll son tan inexpresivos que una se encuentra constantemente proyectando en ellos sus propias emociones.

—Entró en contacto con otras dos especies de nuestra galaxia antes de tener este accidente. Fue el único tripulante que Xhroll consiguió recuperar. Una especie es la vuestra. El y la nave en que viajaba establecieron el primer contacto. La otra especie nos es desconocida y la información es vital porque sólo la tiene él y debe ser muy importante si tomaron la decisión de desestimar el contacto con Mundo Tierra para proseguir el otro.

Me quedé estupefacta:

—¿Hay otras especies humanoides, inteligentes, en la galaxia?

—Cinco, que sepamos, además de Xhroll y de Tierra. ¿Te sorprende?

Moví lentamente la cabeza de arriba a abajo.

—Es extraño. Nico lo sabía y a ella no pareció sorprenderle.

—¿Nico lo sabía?

Por milésima vez, sentí el urgente deseó de estrangular a ese malnacido. Pero fue sólo un segundo. Enseguida se me ocurrió que lo más probable era que lo hubiera olvidado o que, por alguna razón relacionada con su orgullo, hubiera decidido hacerlo. Es mejor así. La verdad es que no me interesa en absoluto que Nico sepa ciertas cosas. Por ejemplo, Nico no tiene por qué saber que en Xhroll los muertos no están muertos del todo.

Las noches eran muy largas para Nico Andrade. A pesar de los baños, masajes, aromas relajantes y sana alimentación, pasaban las horas y no conseguía dormir, o bien caía en un sueño tan profundo que, cuando despertaba, apenas dos horas más tarde, tenía la sensación de haber estado muerto. Y cuando lograba dormirse, sus sueños estaban llenos de pesadillas, habitados por monstruos resbaladizos y calientes, color de sangre, que se escurrían por entre sus piernas buscando un lugar por el que entrar a tomar posesión de sus entrañas.

Muchas veces se despertaba tapándose la boca con las manos para no gritar, viscoso de sudor, oliendo a miedo, en completa oscuridad. Entonces volvía a tumbarse, boca arriba, con los ojos abiertos, tratando de imaginar su cuerpo de antes: liso, fuerte, único. Macho.

Ahora ya no sabía bien qué era. Los Xhroll lo habían convertido en una masa informe atiborrada de hormonas; una cosa que lloraba sin motivo, que se retorcía las manos de deseo pensando en un flan con nata, que no era capaz de pensar quince minutos seguidos en nada que requiriera un esfuerzo mental. Los Xhroll. Ni siquiera se le ocurría una palabra que resultara más insultante que esa.

Xhroll ya era bastante ominoso. Porque Xhroll era todo. Todo.

Notó que se le dormían las manos y se incorporó para frotarse los brazos mientras, sin pretenderlo, las lágrimas le desbordaban las pestañas y le corrían por las mejillas sin afeitar. Se sentía solo, abandonado, vulnerable. ¡Si al menos hubiera alguien a su lado! Pero eso nunca le había gustado. Era muy agradable tener compañía en la cama cuando uno estaba despierto, pero una vez zanjada la cuestión primordial, lo correcto era que la chica tuviera el buen gusto de marcharse a su propia cama y lo dejara descansar a sus anchas. Nunca había entendido cómo se podía dormir abrazado a un cuerpo extraño, abandonado a las miradas de alguien que momentos antes había sido tu pareja de lucha, tu amante en léxico convencional, y ahora volvía a ser lo que era: una perfecta extraña que te juzgaba cuando no te podías defender. Era lo más agradable para los dos, lo más correcto. No había por qué soportar los ronquidos del otro, sus olores, sus costumbres, sus ojos enrojecidos y su piel amarillenta al otro lado de la mesa del desayuno.

Mientras se frotaba los brazos, Nico pensaba en su madre. Por primera vez en veinte años pensaba intensamente en su madre, con nostalgia, necesitándola. La única mujer que lo ayudaría ahora, que lo consolaría. La única mujer con la que no tendría que ser el teniente Nicodemo Andrade, lobo solitario y perfecto semental.

El pensamiento le dio vergüenza y lo apartó de su mente. No necesitaba a nadie, como siempre. Iba a superar solo todo aquello y luego abandonaría la Flota, se compraría un yate con la pensión y se dedicaría a llevar turistas ricos a pescar atunes por el Caribe. Si los había. Atunes, claro. Turistas ricos los habría siempre. Y mujeres morenas de largas melenas y ojos de terciopelo. Y pelirrojas sonrientes, cubiertas de pecas. Y castañitas de caderas masculinas y grandes tetas redondas. Y orientales chiquitas de pelo casi azul y mirada misteriosa, deliciosamente estrechas.

Lo que nunca, nunca más en su vida pensaba hacer, y eso era un juramento, era tirarse a una rubia de ojos verdes. Nunca jamás. Por mucho que viviera. Nunca.

Charlie Fonseca, con la soltura de quien lo ha hecho ya muchas veces, atravesó las salas y pasillos que llevaban a las habitaciones de Nico ofreciendo sonrisas al personal de servicio y a los abbas con los que se iba cruzando. Sabía por Akkhaia que la sonrisa era un gesto que los Xhroll desconocían pero hasta el momento no había conseguido controlar el impulso natural en ella de sonreír y saludar con la cabeza al encontrarse con alguien. Por fortuna los Xhroll no lo interpretaban como insulto sino como un extraño tic carente de significado, del mismo modo que un humano podría interpretar el que otro ser se pasara el rato metiéndose el dedo en una oreja o poniéndose una mano detrás de la cabeza. Había preguntado a Akkhaia cuál sería el equivalente Xhroll y ella, muy seria, como siempre, le había contestado que cuando un Xhroll se siente feliz lo expresa con palabras.

Era graciosa Akkhaia a su manera; graciosa sin saberlo y sin pretenderlo. Cada vez le caía mejor. Desde la visita a los muertos, Charlie tenía la sensación de que habían franqueado un umbral invisible, de que Akkhaia se estaba convirtiendo en una amiga, o casi. Habían intercambiado algunos datos sobre su vida personal, Akkhaia le había enseñado, siempre fingiendo que era un encuentro casual, a un núcleo de niños trabajando en el exterior con un profesor de botánica, le había insinuado que la vida en Xhroll no era todo lo idílica que se podía pensar, algo que tenía relación con los xhrea y su concepto de la sociedad.

Charlie, a cambio, le había dado algunas informaciones sobre el funcionamiento social humano, el reparto de roles, las lenguas de la Tierra, la actitud de los humanos frente a la vida y la muerte, las cosas sobre las que Akkhaia quería saber algo más.

Le gustaba Akkhaia. Era tan clara, tan directa y tan graciosa a su manera que, por primera vez en muchos años, tenía la impresión de haber encontrado a una amiga. Lo pasaban bien juntas y ahora que Akkhaia parecía dispuesta a hablar, había tantas cosas que quería saber que siempre tenía la sensación de que no iba a poder reunir ni una milésima parte de la información que hubiera querido. Además estaba el problema de las cosas de las que no se podía hablar. Sus órdenes, como de costumbre en casos de tipo diplomático, eran bastante ambiguas y, sin embargo, de una claridad meridiana a ese respecto: aprender todo lo posible de los Xhroll dando la mínima cantidad de información a cambio. Y controlar constantemente las pequeñas observaciones para no revelar por descuido cualquier cosa que pudiera ser perjudicial para el concepto que los Xhroll se estaban formando de la Tierra.

Mucho más fácil decirlo que hacerlo, claro. ¿Cómo iba ella a preguntarle a Akkhaia sobre el tipo de armas de que disponían los Xhroll sin ofrecer alguna información recíproca? Tenía siempre los ojos y los oídos abiertos pero tampoco en la Tierra se encuentra uno con misiles nucleares por las esquinas.

En cualquier caso, se encontraba de un humor excelente. Las cosas parecían haberse puesto en marcha y cada vez faltaba menos para el gran acontecimiento que los devolvería a casa.

No tenía ninguna gana de ir a visitar al teniente pero no había más remedio que asegurarse de que todo estaba bien. Si la situación era la acostumbrada, no serían ni diez minutos. Entró al cubículo de Nico con una honda inspiración y la sonrisa más esplendorosa que consiguió forzar.

Nico, instalado en una silla flotante junto al televisor, como llamaban al aparato Xhroll que a través de un sistema similar a la RV terrestre ofrecía paisajes virtuales, miraba sin ver un desierto de arena negra junto a un mar azul pálido en el que saltaban unos animales demasiado rápidos para ser reconocidos.

—Tengo que salir de aquí, Charlie —dijo sin volverse a mirarla—. Me estoy volviendo loco.

Ella se acercó despacio, pensando a toda velocidad. Le puso las manos sobre los hombros y, a pesar de que sintió claramente su rechazo a través de la fina tela de su mono blanco, mantuvo la presión y empezó a masajearle los músculos que parecían de goma endurecida.

—Hablaré con Akkhaia para que te dejen dar un paseo por el exterior.

El sacudió la cabeza.

—Quiero irme a casa, Charlie.

Se volvió a mirarla y sólo en ese instante se dio cuenta ella de lo hundidos que estaban sus ojos, de lo pálido de su piel.

Le acarició la mejilla mal afeitada tratando de no darle importancia a las lágrimas que brillaban en sus ojos.

—Me estoy volviendo loco, Charlie. He empezado a hablar solo, ¿sabes?

—¡Venga, hombre! Eso es normal, todos hablamos solos de vez en cuando.

Nico volvió los ojos hacia el televisor:

—Ya se mueve.

Charlie observó la pantalla con detenimiento pero lo único que se movía eran los animales acuáticos. Como Nico no estaba conectado con la máquina era imposible que él sintiera algo que ella no podía apreciar.

—¿Qué es lo que se mueve, Nico? —preguntó suavemente.

El empezó a llorar, lágrimas grandes que se deslizaban por sus mejillas y le caían sobre el pecho:

—Hace ya un montón de tiempo. No te lo había dicho aún.

—¡Pero eso es estupendo! ¿No te parece una sensación maravillosa? ¡A ver! ¡Déjame probar!

Se arrodilló a su lado y le puso la mano en el vientre, esperando:

—Debe de estar durmiendo. No noto nada.

El se sujetó la boca con una mano tratando de ahogar los sollozos que se le escapaban y hacían temblar todo su cuerpo.

—¡Nico! ¡Nico, ¿qué te pasa? ¡Es una cosa estupenda! Eso quiere decir que todo va bien y que ya falta poco, mucho menos de la mitad. Y además ¿no es una cosa muy graciosa notar cómo se mueve? ¿No te quedas un rato esperando que vuelva a moverse en cuanto notas el primer golpe? ¿No te apetece reírte y hablar con él o ella?

—¿Y tú qué sabes? Tú nunca has pasado por esto. No tiene nada de maravilloso. Es... es asqueroso. Es como tener un animal vivo encerrado dentro buscando el sitio menos protegido para empezar a roer y poder salir. Es lo peor del mundo. Tú no puedes imaginártelo. ¡Ojalá hubiera venido conmigo una mujer de verdad, que me entendiera, que supiera lo que es!

Charlie se puso en pie y se quedó mirando el desierto de arena negra. El silencio fue haciéndose pesado, pastoso.

—Sé de que estoy hablando, Nico —dijo por fin.

—¿Tú? ¿Tú también...?

—Hace tanto tiempo... Sólo tenía dieciocho años. Acababa de entrar en la Academia. Con una beca. Mi familia era muy conservadora. Fundamentalistas. Yo a esa edad aún era fértil. Mentí en los formularios; a ningún médico se le ocurrió que una mujer de mi edad pudiera no estar esterilizada. Yo pensaba que con mantenerme lejos de los hombres no habría problema. Y no lo hubo; enseguida me creé una fama de desdeñosa y fría.

Hubo una larga pausa, como si estuviera luchando contra las palabras que iba pronunciando:

—Me violaron. Me quedé embarazada. Perdí la beca. Estuve un año viviendo de los servicios de maternidad. Sola. Humillada. Odiándome y odiando lo que llevaba dentro. Rechacé la asistencia psicológica, lo rechacé todo, casi no comía. Todo mi futuro se había hundido, ¿comprendes? y toda mi manera de ver el mundo, mis ideales, los ideales que me había creado en contra de mi familia. Ellos habían tenido razón: el mundo es terrible, la gente es mala, los hombres monstruosos. Dios es todopoderoso y castiga. Esas cosas...

Se pasó la mano por la frente como para arrancarse los pensamientos que acababa de formular.

—¿Y el niño o niña? —preguntó Nico con un hilo de voz.

—Fue niño. Murió al nacer.

Nico no dijo nada. Había enterrado la cabeza entre las manos, incapaz de mirarla.

—Me alegré, ¿sabes? Eso es lo peor. Que me alegré. —Ella volvía a luchar con las palabras que salían secas, amargas, como si las escupiera—. Pensé que había tenido suerte, que podría volver a hacer de mi vida algo que valiera la pena.

Y ya ves... Desde entonces he estado preguntándome cómo habría sido todo si hubiera vivido él, si yo ahora tuviera un hijo de veintitrés años, una persona adulta que estuviera más cerca de mí de lo que nunca lo ha estado nadie. Era un bebé precioso. Y era mío, Nico. Mío.

—¿Volvieron a admitirte en la Academia Espacial? —preguntó Nico cuando el silencio se hizo demasiado doloroso.

—En el Servicio de Inteligencia Espacial. Ahí saben usar el odio y la frustración de una mujer de veinte años.

—¿Eres espía? —la voz de Nico sonaba más ultrajada que sorpendida.

—Algo parecido. En la vida real es menos romántico.

—¿Qué hacías en la Victoria?

Ella se encogió ligeramente de hombros:

—Lo mismo que aquí. Lo que he hecho siempre: ver, oir, informar.

—¿Sobre nosotros y nosotras?

Ella no contestó.

—Para eso te han enviado aquí conmigo, ¿verdad? No para darme apoyo moral ni nada de eso. Para espiar. A mí y a ellos, ¿no?

—Vamos a dejarlo, Nico. Por favor.

El se puso en pie con cierta dificultad y se acercó lentamente, una figura patética con su vientre hinchado y la línea negra del bigote cruzándole el rostro.

Se miraron unos segundos.

—Nos han utilizado a los dos —dijo Nico por fin.

—Todos nos utilizamos unos a otros. No tiene importancia.

Se abrazaron suavemente buscando en el cuerpo del otro un poco de calor y compañía. Poco a poco empezaron a acariciarse, a besarse tímidamente luego.

—¡Estoy tan solo, Charlie! —murmuró él a su oído—. ¡Y tengo tanto miedo!

Ella suspiró y lo abrazó más fuerte:

—Todos estamos solos.

—Quédate conmigo, por favor. Por favor.

Charlie lo tomó por la cintura y lo acompañó hasta la cama. No sabía cómo tratar a aquella criatura frágil y herida en que se había convertido Andrade. Se sentía atrapada en aquella habitación extraterrestre con aquel humano con quien, precisamente por serlo, compartía tantas cosas. Quería marcharse de allí, negar con un gesto la existencia de Andrade y la de ese nuevo ser que sólo los Xhroll deseaban, salir a la superficie del planeta virgen y olvidarse de todo.

Instaló a Andrade en la cama tratando de impermeabilizarse ante su mirada de perro apaleado, sintiéndose como un adulto que mete a un niño en la cama ignorando su terror de la oscuridad, diciéndole que los monstruos no existen. Un adulto que abandona al niño tras la puerta cerrada sabiendo lo que se esconde en el armario pero incapaz de enfrentarse a ello.

—Todo irá bien, Nico. Descansa. —Le pasó una mano por la frente apartándole los mechones de pelo oscuro que le habían crecido en las semanas que llevaban lejos de la Flota y sus ordenanzas.

Se dio la vuelta para marcharse y se encontró con que él le había aferrado la pernera del mono en un intento de retenerla a su lado. Lo miró, exasperada por su insistencia y su puerilidad, y no pudo apartar la vista de aquellos ojos suplicantes.

Nunca había conseguido entender a los hombres. A pesar de la opinión oficial que establecía la total ausencia de diferencias por razón del sexo, todas las veces que había actuado con un hombre como lo hubiera hecho con una mujer se había equivocado. Ahora lo estaba tratando como hay que tratar a un hombre, según los manuales; como se tratan los hombres entre sí: minimizar el problema, no profundizar en intimidades, no avergonzarlo quedándose a su lado cuando llora, dejarlo en paz. Y sin embargo daba la impresión de que no funcionaba, de que no era eso lo que quería. ¿Qué quería, entonces? ¿Comprensión, confirmación de que sus problemas eran naturales, apoyo moral, compañía, un hombro sobre el que llorar? ¿Como una mujer? ¿Se convertía un hombre automáticamente en una mujer al hacer el papel de hembra en la reproducción? Tenían que haber enviado a alguien más listo, pensó Charlie.

—¿Qué quieres de mí, Nico? —murmuró en voz apenas audible— ¿No ves que no tengo nada que dar?

El guardó silencio sin apartar sus ojos de los de ella.

—¿Quieres un rato de sexo? ¿Es eso?

El bajó la vista mientras retorcía un pellizco de tela entre los dedos, negando con la cabeza.

—No, Charlie. Por una vez no es eso. —Su intento de sonrisa resultó amargo—. No puedo. Hace semanas que no puedo, pero tampoco querría aunque pudiera. Vosotras pensáis que para los hombres esa es la solución de todos los problemas. —Se interrumpió un momento, buscando palabras para expresar lo que sentía—. Yo lo que quería era... olvídalo. Tú no lo tienes.

—¿Qué es?

—Olvídalo. Es una idiotez.

—¿Qué es?

—Amor.

Levantó la vista y por un segundo se miraron extrañados, como si no pertenecieran a la misma especie. Luego, lentamente, se echaron a reir sin dejar de mirarse a los ojos. Charlie se quitó el mono, lo dejó caer a sus pies y se metió en la cama con Nico.

—Te he dicho que no puedo. —Lo veremos.

Charlie, desde la cama, oía la voz de Nico que cantaba bajo la ducha, un invento Xhroll, cortesía para humanos, en que el agua salía de todas partes a la vez haciendo misteriosas pausas de duración variada. Tenía que gritar bastante para conseguir que ella oyera lo que decía pero parecía haber recobrado su sonora voz y su confianza en sí mismo. Charlie contestaba con monosílabos, maravillada aún de que lo que había empezado como un simple deber de caridad se hubiera convertido en una experiencia gratificante.

Cuando Nico volvió a la habitación, desnudo y sonriente, Charlie se dio cuenta por primera vez del tamaño que había alcanzado su vientre en las últimas semanas.

—Eres un milagro, Charlie. Nunca te estaré bastante agradecido por esto, chica. Me has devuelto la dignidad.

Se sentó en la cama, al lado de ella, y la besó en el pelo. Charlie sonrió:

—Te juro que nunca he acabado de entender por qué los hombres, después de tantos siglos de arte, filosofía y otras zarandajas, siguen considerando que su dignidad está en la punta del pito.

El se echó a reir:

—A lo mejor a los artistas y a los filósofos no les pasa, pero como yo no soy más que un simple mecánico...

Charlie se descubrió sonriéndole a Nico con una ternura de la que no se hubiera creído capaz, tratándose de él, y que le resultaba inquietante. Saltó de la cama y empezó a vestirse precipitadamente. No estaba dispuesta a permitirse sentimientos de colegiala ni enamoramientos intempestivos. Andrade era su responsabilidad y lo cuidaría en lo posible, pero sin jugarse nada, sin poner nada de sí misma. En su experiencia, no había nada peor que enamorarse de alguien a quien, aunque sea en el fondo, se desprecia como persona.

—¿A dónde vas? —Nico acababa de darse cuenta de que Charlie estaba casi en la puerta.

—A dar una vuelta por ahí. Luego tengo una sesión con Akkhaia; tenemos aún muchas cosas que enseñarnos.

—Charlie, ¿te has dado cuenta de que, a pesar de que casi todo el personal es masculino, parece que las que mandan son las mujeres?

Charlie se mordió el labio inferior y lo pensó un momento:

—No sé. Me parece que estamos cometiendo un error de juicio en algún punto. Yo no acabo de verlos ni como mujeres ni como hombres.

—¿Ah, no? ¿Y cómo los ves?

Ella volvió a pensarlo un momento y se encogió de hombros:

—Raros —dijo por fin.

El se echó a reir:

—Sí. La verdad es que raros sí que son.

—Te veré luego, Nico.

—¡Chao!

Charlie se marchó pensando que había muchas cosas que no comprendía. Demasiadas. Cada vez más.

Nico se quedó tumbado en la cama con expresión soñadora, la mano izquierda sobre el vientre, la derecha en el sexo.

En ese momento se sentía a gusto en su piel. A pesar del entorno alienígena, de lo que llevaba dentro y no podía ignorar, de la incertidumbre con respecto a su futuro, en ese momento Nico se encontraba en paz consigo mismo. Y eso se lo debía a Charlie. Y si no a ella directamente, al menos al hecho de que por una vez se hubiera comportado con él como una mujer auténtica, no como la capitana distante y un poco ácida que había conocido en los últimos meses.

Siempre le resultaba curioso ese cambio que se operaba en las mujeres en cuanto conseguías meterlas en la cama, como si se dieran cuenta de golpe de que todos los siglos de lucha por la igualdad sexual no habían sido más que una maniobra intelectual de las insatisfechas para robarle a la hembra humana su auténtica realización, su comportamiento natural de entrega al hombre, a su protección y su deseo.

Se estiró voluptuosamente en la cama lamentando a medias la ausencia de Charlie. Si ella hubiera estado aún allí, le habría apetecido volver a empezar, aunque sólo fuera para probarse de nuevo a sí mismo que sus problemas, al menos los de su impotencia pasajera, se habían acabado realmente. Era buena en la cama, Charlie. Agresiva pero dulce. Atenta al placer compartido, no como esas estúpidas que fingen orgasmos pensando que el hombre no se va a dar cuenta y creyendo que en la base a él no le importa. Charlie no. Charlie era exigente de su propio placer y era un placer dárselo para aumentar el propio. Había tenido suerte con ella. Una mujer con experiencia y sentido común. A partir de ahora la vida sería mucho más llevadera. Sonrió para sí mismo. Charlie, como todas las mujeres que había conocido en su vida, y ya había perdido la cuenta, tenía implantada una cerradura secreta que sólo abría una llave mágica. A veces incluso había llegado a extrañarle que funcionara siempre, que funcionara con todas.

Y él tenía esa llave.

Era una simple palabra que en unas ocasiones debía ir acompañada de algún acto y en otras surtía efecto por sí misma. La palabra era "amor", un "ábrete sésamo" milagroso que franqueaba la entrada a la cueva del tesoro. Sólo había que pronunciarla con decisión, creyendo en su poder y todos los obstáculos quedaban derribados. Incluso con Charlie.

Algo se movió en su interior y Nico tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar. El maldito bicho se había despertado y ahora comenzaría su ronda de ejercicios musculares para estar en forma a la hora de salir. Le habían explicado que, en cuanto el seguimiento del desarrollo indicara que estaba lo suficientemente maduro, le harían una intervención quirúrgica con anestesia total para extirpárselo pero que no se podía predecir con seguridad cuándo llegaría el momento porque los Xhroll tienen un periodo de unos siete meses mientras que los humanos necesitan diez lunas terrestres, casi ocho semanas más. En cualquier caso, no podía faltar mucho y eso, aunque no quería confesárselo ni siquiera a sí mismo, lo aterrorizaba.

Se levantó de la cama y empezó a pasar paisajes por el televisor buscando alguno que le distrajera lo suficiente como para olvidar el terror que sentía cada vez que pensaba en la posibilidad de que el bicho decidiera salir antes de tiempo, antes de que los controles indicaran que estaba maduro para la intervención. No podía olvidar cómo se había sentido en la nave aquella noche: el dolor que le rasgaba el vientre como un cuchillo de sierra, la sangre derramándose por sus piernas en oleadas calientes y viscosas, los latidos en todo su cuerpo. ¿Qué pasaría si los Xhroll no hacían nada y se limitaban a dejar que el bicho se abriera paso por sí mismo hasta alcanzar el mundo exterior a costa de la vida de su anfitrión? Al fin y al cabo, ellos no tenían ningún interés en la vida de él. Luego podrían comunicar a la Tierra que hubo complicaciones en el nacimiento y que, desgraciadamente, el teniente Andrade no había conseguido sobrevivir. ¿Quién iba a impedírselo?

Charlie quizá. O Akkhaia, que era una hija de puta pero que parecía tomarse muy en serio sus deberes de protectora, visitándolo aun en contra de su voluntad y trayéndole pequeños regalos que él nunca había aceptado.

Sintió un escalofrío pero no se molestó en pedir que subieran un poco la calefacción; sabía por experiencia que la temperatura ideal para un abba era de veinte grados y nada de lo que pudiera hacer o decir cambiaría en un solo grado esa decisión. Ya lo había probado antes y había acabado dándole de puñetazos a la cama de pura impotencia, con el resultado, además, de un sedante suave y tres días completos mirando al techo con una sonrisa boba en el rostro. La rabia en el cuerpo de un abba no es positiva para el buen desarrollo de un hol'la. Si los humanos pensaran lo mismo, probablemente no quedaría un sólo bebé vivo en el planeta.

Echó un vistazo al reloj Xhroll, que ya había aprendido a leer, y empezó a vestirse; si no se moría nadie, pensó con una sonrisa torcida, pronto vendrían para llevarlo a la sesión de interrogatorio, psicoterapia, que decían ellos, en la que un Xhroll siempre distinto, aunque hubiera podido ser el mismo con otro pelo y otro color de ojos, le preguntaba minuciosamente sobre las últimas horas de su vida. Una vez había preguntado por qué el psiquiatra, o lo que fuera, era siempre distinto y la respuesta, aparentemente sorprendida, había sido que era Xhroll quien hacía las preguntas y quien se interesaba por la salud y el desarrollo de sus abbas y hol'las, no un individuo en concreto. Nico había tratado de explicar que a los humanos les parece importante establecer una relación personal con los especialistas que siguen su evolución y le habían contestado que para eso tenía a su ari-arkhj, dos de ellos en su caso concreto. Luego ya no hubo nada que hacer: empezaron las preguntas.

Se abrió la puerta en ese momento y dos Xhroll entraron a recogerlo con la misma carencia de expresión que era habitual en todos y sin una palabra de saludo. Nico se encogió de hombros, se colocó entre los dos, como de costumbre, y se dejó conducir a donde esperaba su silla flotante. Pero en esta ocasión, el camino que tomaron fue distinto del habitual; sus acompañantes empezaron a girar a la derecha cada vez que llegaban a un cruce de pasillos, lo que empezó a alejarlos cada vez más de las rutas conocidas.

—¿A dónde me llevan? —preguntó Nico, por fin, cada vez más intranquilo.

Los Xhroll, como de costumbre, no movieron un sólo músculo ni dieron la impresión de haber oído su pregunta.

—¿A dónde vamos, maldita sea?

Nada. Silencio total sobre el suave siseo de su calzado de fieltro negro.

Entraron en una habitación que podía haber sido la misma de la que habían partido pero que Nico sabía que no lo era, le ayudaron a bajar de la silla con toda la deferencia necesaria y se retiraron sin una palabra. La puerta se solidificó tras ellos y Nico tuvo de pronto, de alguna manera, la certeza absoluta que acababan de hacerlo prisionero.

Hithrolgh entró en la sala con suavidad y se dirigió al lugar que le esperaba en el círculo. Sólo otro Xhroll habría interpretado en sus movimientos pausados y seguros la urgencia de la situación.

—Informa, Hithrolgh —pidió uno de los presentes.

Hithrolgh paseó la vista por los rostros reunidos. Todos ellos eran xhrea, los cinco.

—Falta un miembro.

—No ha podido ser contactado a tiempo.

—Entonces esta reunión no es reglamentaria.

—La situación lo exige. El desarrollo de los acontecimientos es inaudito.

Hithrolgh dudó un instante sin que su apariencia externa denotara ninguna de las emociones que sentía y empezó a hacer un sucinto resumen de la conversación que había mantenido con Ankhjaia'langtxhrl sin hacer referencia a la parte personal de la entrevista.

—Eso significa que los ari-arkhj empiezan a sospechar de los xhrea y oponen una resistencia, aunque sea superficial, a los planes de futuro de Xhroll.

—Tengo que añadir, con dolor, que mi impresión es que Ankhjaia'langtxhrl no habla por los ari-arkhj, sino por sí mismo.

—Eso no es posible.

—Sí lo es. Todos sabemos que hace ya tiempo que los ari-arkhj, y sus abbas evidentemente, están siguiendo una peligrosa evolución hacia el más primitivo individualismo en detrimento de la especie.

—En el caso de Ankhjaia'langtxhrl es muy posible que se deba a su relación con los xhri.

—¿Y en el caso de todos los desviantes del planeta a qué se debe?

—Nos temen. Piensan que nosotros somos los desviantes.

—¡Absurdo! Nosotros somos Xhroll. \

—También ellos. —Las palabras de Hithrolgh, que habían surgido de su boca casi como si tuvieran voluntad propia, crearon un silencio tenso en la sala.

—Es evidente. Pero las criaturas sexuadas son incapaces de pensar con claridad, especialmente en momentos de crisis. Sus procesos hormonales empañan su razón. Sólo nosotros estamos en condiciones de pensar con claridad y tomar las decisiones más convenientes para Xhroll.

Se produjo otro silencio.

—Tres de nosotros desconocen todavía la nueva situación a la que nos enfrentamos. Solicito vuestra atención absoluta. Se acaba de producir un desarrollo inaudito en las relaciones entre el abba xhri y su ari-arkhj.

—¿Ankhjaia'langtxhrl? —la ansiedad en la voz de Hithrolgh no pasó desapercibida a ninguno de los presentes.

—El llamado Charlie.

—Eso me tranquiliza.

—No creo que tus sentimientos sean los mismos cuando conozcas la información. Los xhri acaban de realizar una copulación explícitamente sexual.

—¿El ari-arkhj ha tratado de implantar de nuevo en un abba ya implantado?

—Creo que mi enunciación no ha podido dejar lugar a dudas.

—¿Con qué finalidad?

—No lo sabemos.

Esta vez el silencio tenía una cualidad perpleja y horrorizada. Todos los xhrea se sentían momentáneamente paralizados por la monstruosidad de la situación.

—El abba xhri ha sido confinado en otro lugar hasta que tomemos una decisión al respecto. Ninguno de sus ari-arkhj ha sido informado por el momento.

Cuatro de los presentes, Hithrolgh entre ellos, sacaron del bolsillo de su mono un tubo de pomada sedante y la frotaron cuidadosamente en sus muñecas antes de continuar el diálogo.

—No se puede separar a un abba de su ari-arkhj sin consentimiento expreso de éste.

—Todos nosotros conocemos las reglas pero esas reglas fueron hechas cuando una situación de este tipo no era ni siquiera imaginable.

—Tenemos que adelantar nuestros planes con respecto a la estación xhri.

—¿No deberíamos atenernos al primer proyecto y esperar al nacimiento del hol'la?

—Temo que la situación presente no nos permita esperar. Los xhri y Ankhjaia'langtxhrl nos han mentido. Es la única explicación lógica. Nos han informado de que los xhri, a pesar de ser seres sexuados desde su nacimiento, se esterilizan voluntariamente para frenar el desarrollo de la natalidad en su mundo. Ahora sabemos que no es verdad. Si cuando decidamos tomar la base xhri, nos encontramos con que todos sus abba han sido implantados, no tendremos ningún camino abierto. Hay que hacerlo ahora, antes de que los xhri se acuerden de sus posibilidades de reproducción y decidan utilizarlas en beneficio propio.

—Hay que hacerlo ahora, —apoyó otra voz.

—Ahora. —Una tercera.

—Ahora. —Dos voces sonaron a la vez.

Pasaron unos segundos. Todos los ojos estaban fijos en Hithrolgh.

—Ahora. —Dijo por fin.

Charlie estaba en el exterior, dando un paseo por la corteza de Xhroll, por un bosquecillo de árboles claros y gráciles de tronco blanco moteado de gris plata que le recordaban a los abedules que rodeaban la casa de sus abuelos. Era un paisaje otoñal, en rojos, ocres y platas con algún verde ocasional, sorprendentemente tierno, como si la Naturaleza estuviera empezando su ciclo vital en lugar de acercarse al invierno, que era lo que su mente le decía. Unos animales pequeños, conocidos de otros paseos y a los que había bautizado como "millas" porque "monoardillas" le resultaba demasiado largo, saltaban de árbol en árbol por encima de su cabeza.

No acababa de comprender que, teniendo una población tan escasa y un planeta tan bello, los Xhroll se empecinaran en vivir como topos en el subsuelo rodeados de plástico y metal. Ella daría cualquier cosa por poder pasar el resto de su estancia al aire libre, como ahora, con el sol en la piel y la brisa despeinándole el cabello. Se sentó al pie de un árbol, con la espalda apoyada en el tronco, la vista perdida en las lejanas montañas escarchadas de nieve y sintió una punzada de remordimiento por el pobre Nico que estaría sentado frente a su inexpresivo psiquiatra contestando preguntas repetitivas y absurdas.

Sonrió para sí al pensar en lo que había sucedido en las últimas horas. Al parecer todos sus cursos de psicología habían servido para algo. Nico se encontraba mejor, era evidente. Y todo gracias a que ella había encontrado una manera de fomentar su identificación. Y de potenciar su masculinidad, que en Nico era la fuente de todo comportamiento.

Cerró los ojos y dejó que el suave calor del sol sobre su piel le trajera recuerdos de la Tierra. Tres años ya. Licia habría empezado sus estudios superiores, el último mensaje decía que había pensado dedicarse a la minería submarina. Lars iba dedicar un año a buscar una pareja estable y Michael estaba contento con su nueva esposa aunque la echaba de menos a ella. Al fin y al cabo habían estado casados durante más de doce años y había sido una relación armónica que había terminado de modo natural: por puro desgaste.

Ella también los echaba de menos a veces, en momentos como éste en que el paisaje era propicio al recuerdo porque la existencia de la Tierra parecía creíble. En la base no. En la base tenía constantemente la impresión de que Terra debía de ser una especie de alucinación colectiva, compartida por todo el personal de la Victoria para dar algún sentido a su vida.

Un pitido suave e insistente la devolvió a la realidad. Buscó por los bolsillos de su mono, que se había quitado para tomar el sol, hasta encontrar el aparato de búsqueda que siempre llevaba consigo. Akkhaia estaba tratando de localizarla pero no le apetecía lo más mínimo volver a encerrarse en el laberinto de corredores plastificados que era el submundo de Xhroll, así que cerró la llamada y activó el localizador. Si ella quería hablarle, que subiera a buscarla.

Ankhjaia'langtxhrl vio cómo se apagaba la luz de llamada y se encendía la de localización y, si sus costumbres se lo hubieran permitido, le habría dado una patada a la cama vacía de Nico, como le había visto hacer a él cuando las cosas no salían del modo que se había propuesto.

Hizo rápidamente un cálculo mental y se tranquilizó en parte. Charlie no estaba muy lejos, apenas quince minutos de camino.

No entendía nada. No había conseguido ninguna información respecto a Nico. Había desaparecido sin más y el hecho de que su desaparición hubiera coincidido con su entrevista con Hithrolgh le resultaba ominoso. Podía tratarse de una coincidencia pero hacía algún tiempo que en Xhroll todas las coincidencias resultaban haber sido controladas o planeadas por los xhrea.

De todas maneras algo terrible había tenido que suceder para que el abba hubiera desaparecido sin que su ari-arkhj supiera nada al respecto. No podía tratarse de un nacimiento prematuro; le habrían avisado a él y también a Charlie. Tenía que ser otra cosa, algo incluso más grave que lo que había estado hablando con Hithrolgh. El problema era que no conseguía imaginarse qué.

Entró a uno de los ascensores principales de velocidad diez y se acomodó en el asiento más próximo a la puerta. Se ajustó el atalaje, agradecido por ser el único pasajero del vehículo,y, sacando su diario en lengua xhri, empezó a revisar fragmentos de lo grabado en un intento de encontrar alguna posible respuesta a lo que estaba sucediendo.

"En ocasiones encuentro casi humorístico el que nuestros sociólogos consideren que nuestra sociedad está fuertemente dominada por las necesidades derivadas del impulso sexual. Charlie se ha reído también cuando le he hablado de ello. Dice que no puede imaginarse una sociedad avanzada que sea más sexualmente apática que la nuestra, que ni siquiera sus animales más primitivos utilizan su sexo con menos frecuencia que nosotros. He tratado de explicarle que la frecuencia no puede ser otra, dada la escasa cantidad de individuos activamente sexuales en el planeta pero ella se ha limitado a reírse y a mirarme de una manera que no conocía. Eso es lo más difícil con los humanos. Para su comprensión no cuenta sólo lo que dicen. Habría que dominar muchos otros códigos porque todos ellos son significativos y se suman o se restan a la palabra hablada y en ocasiones incluso la contradicen. Me ha explicado que las miradas tienen una carga de significado, así como los movimientos corporales, unos conscientes y voluntarios, otros involuntarios. La posición del cuerpo con respecto al interlocutor cuenta también. Y las convenciones sociales, las distancias jerárquicas, la edad, el sexo, el color de la piel, el conjunto de creencias metafísicas que conocen como religión, el mundo de recuerdos y asociaciones propio de cada hablante..., Es vertiginoso. Es absolutamente imposible que alguna vez lleguemos a aprender su lengua. Podremos, quizá, establecer un código lo suficientemente claro como para tratar acuerdos o establecer reglas que obliguen a los dos pueblos pero todo el mundo emocional y afectivo de los humanos nos estará siempre vedado porque rara vez se expresa en términos lingüísticos y nosotros no estamos en situación, ni creo que lo estemos nunca, de leer significados en un movimiento de párpados o en el ángulo de los labios con respecto al mentón o a la nariz.

Por nuestra parte, Charlie se queja de lo mismo, de que somos inescrutables, como él lo llama. Parece que los humanos se sienten tan molestos ante nuestra verbalización como nosotros ante su juego muscular constante.

He preguntado a Charlie por sus relaciones con Nico y sus otros abba. Este es el tercero y sólo es jurídico. Los otros dos hol'las son ya ciudadanos adultos. Uno es un futuro abba y otro un futuro ari-arkhj. Me resulta extraño hablar en estos términos pero ninguno de los dos ha implantado o sido implantado y por eso tengo que aceptar que son lo que él dice aunque para mi propio esquema mental, ambos serían xhrea si son adultos pero no han dado vida. Me alegro de que Charlie sí lo haya hecho. Sentiría que le estoy quitando algo al haber implantado en su abba si para Charlie fuera la primera vez.

Me extraña que a los xhrea no se les haya ocurrido aún la posibilidad de hacer que Charlie intente implantar en uno de nuestros abba. Es posible que no haya ninguno disponible. Es posible también que aún no se hayan decidido a imponer a los xhri comportamientos que ellos no desean explícitamente. Me gustaría creer que se trata de esto."

El ascensor llegó a su destino y Ankhjaia'langtxhrl desconectó el diario sin encontrarse más cerca de una explicación de lo que lo estaba antes. La mayor parte de la información contenida en él había sido debidamente pasada a los círculos que se ocupaban de archivar y canalizar los nuevos datos pero no había nada allí que justificara esa imposible infracción de las normas por parte de los xhrea.

Localizó a Charlie por fin, recostado contra un árbol. Sus ropas estaban tiradas a su lado y parecía estar disfrutando del sol sobre la piel, una piel marrón claro con multitud de finos pelillos que brillaban dorados bajo la luz. Entre las piernas destacaba, negro y rizado, un triángulo de pelo parecido al de su cabeza, que le recordó inmediatamente a Nico. Ella, Nico, tenía uno igual, pero además tenía pelo en el pecho, en los brazos y en las piernas. Charlie no. Charlie era un punto medio entre él mismo y Nico.

Abrió los ojos al verlo llegar y enseñó todos los dientes, como siempre, en esa mueca de primitiva agresión a la que no lograba acostumbrarse aunque sabía que debía practicarla para mejorar las relaciones entre xhri y Xhroll. A ellos les gustaba.

Se sentó a su lado y le informó de la situación de modo preciso y breve porque no había mucho que contar. Charlie se levantó de un salto y empezó a caminar arriba y abajo en un espacio de cuatro o cinco pasos dando manotazos a las ramas más bajas y murmurando para sí.

—No lo entiendo —dijo por fin volviéndose hacia Ankhjaia'langtxhrl.

—Yo tampoco. Ha debido de surgir algo inesperado. ¿Cuándo fue la última vez que viste al abba?

—No hará ni tres horas.

—¿Y cómo estaba?

Ella se encogió de hombros:

—Bien, juraría. Contento. Satisfecho.

—Eso es poco habitual en el abba. Puede ser síntoma de algo.

Charlie volvió a sonreir:

—Esta vez es normal. Le di un buen empujón a su ego de macho.

—¿Puedes explicarlo de modo que yo lo entienda?

—Le di lo que quería, lo que necesitaba.

—¿Y qué era?

Charlie lanzó un bufido. Siempre se le olvidaba que Ankkhaia, aunque lo pareciera, no era una mujer normal. Cualquier mujer normal lo habría entendido.

—Sexo —susurró—. Ya sabes.

Ankkhaia siguió impávida, mirándola fijamente.

—Me acosté con Nico. Hicimos el amor. Tuvimos una relación sexual. Copulamos.

Ankkhaia se puso en pie como un muñeco de resorte y le dio la espalda. Charlie la vio manipular algo entre las manos y por un angustioso segundo estuvo segura de que iba a sacar un arma y la iba a dejar seca allí mismo sin más explicación. "Dios mío", pensó. "¿Cómo he podido ser tan imbécil? Ella considera a Nico de su propiedad. Yo no tengo ni idea de si aquí tienen concepto del honor ni cómo funciona."

Por un instante pensó en huir a través del bosque y esconderse en cualquier parte hasta que se calmaran los ánimos pero fue sólo un segundo. Estaba claro que no era solución. No tenía más remedio que enfrentarse a lo que fuera.

Ankkhaia se volvió lentamente. Serena. Inexpresiva. Con las manos vacías.

—Ahora ya lo entiendo —dijo.

—Pues explícamelo.

Nico estaba encogido en la cama, de cara a la puerta, tratando de no perder por completo la consciencia, luchando por mantenerse lo suficientemente despierto como para hacerse una idea de qué pensaban hacer con él. Le acababan de inyectar algo que estaba empezando a darle una especie de dulce mareo, de agradable distanciación de todos sus problemas, incluso de sí mismo, y eso era algo que no podía permitir. No en las circunstancias actuales.

Sentía cómo se le cerraban los ojos contra su voluntad como le pasaba en las conferencias sobre comportamiento cívico en la Academia. Sólo que allí el dormirse en clase le costaba un arresto de fin de semana y aquí podía costarle la vida. Trató de incorporarse pero desistió de inmediato porque todos los músculos se le habían vuelto de goma. Cerró los ojos un momento esforzándose en hacer acopio de fuerza y volverlos a abrir al cabo de un minuto.

Cuando consiguió hacerlo, la puerta ya no estaba donde había estado momentos antes y las paredes eran de otro color. Volvió a cerrarlos mientras sentía una especie de balanceo, como si estuviera tumbado en una hamaca en alta mar. Los abrió otra vez y todas las paredes se habían vuelto negras. Había también una ligera vibración en el ambiente que, de momento, no supo interpretar. Cerró los ojos y empezó a deslizarse por un tobogán muy largo y muy oscuro con una luz sangrienta en el fondo. La vibración subió de tono. "Nave", articuló su cerebro. "Estoy en una nave. Volvemos a casa."

Llevaba demasiado tiempo en naves espaciales como para no reconocer esa ligerísima vibración que apenas se oía pero que se sentía en los dientes, los testículos y todos los huesos del cuerpo. Lo que no podía comprender es que lo llevaran a casa. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?

Vio su pregunta floreciendo en colores psicodélicos, estallando en volutas de humo luminoso ante sus ojos cerrados y supo que había perdido el combate. Podían hacer lo que quisieran con él. El no estaría consciente cuando sucediera.

Ankhjaia'langtxhrl y Charlie fueron interceptados por un grupo de xhrea cuando regresaban al subsuelo.

La terrestre adoptó de inmediato una posición de lucha calculando sus posibilidades: los xhrea eran cuatro. Si los atacaban por sorpresa, podrían acabar con ellos en un par de minutos. Echó una mirada a Akkhaia tratando de hacerle comprender sus intenciones e indicándole a los dos xhrea con los que pensaba entenderse. Akkhaia le devolvió la gélida mirada de siempre.

—¿Qué haces,Charlie?

A Charlie se le cayó el alma a los pies:

—Luchar, claro. ¿No se nota?

—¿Luchar? ¿Para qué?

—¿Cómo que para qué? ¿Tú eres imbécil? ¡Estoy tratando de sobrevivir!

—Nadie va a atentar contra tu vida. ¿De verdad piensas eso de nosotros? Xhroll no toma nunca una vida. La da.

Los xhrea escuchaban impávidos el diálogo en lengua xhri.

—Tenemos que acompañarlos. Ahora nos informarán de lo que sucede y de lo que se ha decidido.

—¡Qué amables!

Charlie hubiera querido destrozarle la bella y serena cara a cualquiera de aquellos cretinos pero Akkhaia y los otros acababan de ponerse en marcha hacia el ascensor y no le quedaba más remedio que seguirlos. Se sentía a punto de hervir de rabia.

En perfecto silencio cubrieron el trayecto que tenían que recorrer, casi cuarenta minutos por el reloj de Charlie, y en todo ese tiempo ninguno de los xhroll movió más músculos que los necesarios para su desplazamiento. Charlie estaba a punto de aullar.

Llegaron por fin a una sala donde los esperaban seis personas: cinco hombres y una mujer, cinco xhrea y un ari-arkhj, se corrigió Charlie, todos de pie formando un semicírculo. Parecía una especie de consejo de guerra y los seis pares de ojos helados no hacían mucho por mejorar la sensación.

—Xhroll no puede permitir lo que está sucediendo —habló uno de ellos.

En el tiempo pasado con los Xhroll Charlie había aprendido que era totalmente irrelevante saber quién había hablado. Cuando uno de ellos empezaba diciendo "Xhroll", hablaba por todos y su decisión era inapelable.

—Vuestra visita se considera terminada. Estamos aprestando una nave para devolveros a vuestra base.

—¿Dónde está Nico?

—En un lugar seguro fuera del planeta. Se os reunirá dentro de poco.

—¿Por qué os lo habéis llevado sin informarnos?

Todas las preguntas eran de Charlie mientras Akkhaia fijaba la mirada en la pared de enfrente con una cara que podía haber sido de mortificación o de cualquier otra cosa.

—Estamos sopesando la posibilidad de practicarle ya la intervención que separaría al hol'la del cuerpo de su abba pero aún no tenemos datos concluyentes sobre su grado de madurez.

—¿Por qué tanta prisa de repente? —a Charlie empezaba a resultarle muy sospechosa toda la situación.

—Vuestro comportamiento ha sido grotesco y monstruoso. Especialmente el tuyo —todos los ojos se clavaron en Charlie—, porque el abba no tenía posibilidad de elegir, siendo tú su ari-arkhj.

—Lamento haberos ofendido pero en nuestro planeta natal ese comportamiento es no sólo admisible sino deseable. Refuerza la estabilidad psíquica de los abba. Lo que a nosotros no nos parece correcto es que se espíe la relación íntima de dos personas que se creen solas.

Los xhrea no reaccionaron en absoluto a la acusación y Charlie empezó a tener la seguridad de que estaba perdiendo el tiempo. Fuera lo que fuera, los xhroll ya habían decidido.

—Comprendemos que vuestras necesidades fisiológicas son diferentes a las nuestras y por ello hemos decidido que antes de marchar tendrás la ocasión de implantar en uno de nuestros abba. Si resulta viable, nosotros nos quedaremos a ese hol'la y vosotros al que nacerá del abba humano.

—¿Qué? —Charlie oscilaba entre la risa histérica y el deseo de emprenderla a puñetazos contra cualquiera que se le cruzara en el camino—. ¿Cómo voy yo a...? Eso es totalmente absurdo.

—¿Te niegas a hacerlo?

Charlie tuvo que hacer un esfuerzo para poner en práctica una de las reglas de oro de su entrenamiento diplomático: evitar siempre el "sí" y el "no". Pero cuando a uno le preguntan si se niega, resulta bastante estúpido responder "quizá".

—No me niego —dijo inspirando hondo—. Es que no vale la pena. No funcionaría.

—¿Por qué?

Algo en su interior quería gritar: "¡Porque soy una mujer, gilipollas!" pero a lo largo del tiempo pasado en Xhroll había ido adquiriendo una especie de sexto sentido para los temas delicados y se había dado cuenta de que para sus anfitriones, el tema de la sexualidad terrestre era como para los humanos el del armamento: enormemente interesante pero tabú; algo que no se podía preguntar a quemarropa. Los Xhroll hacían girar todo su funcionamiento social en torno a la procreación y por eso respetaban —y temían a los seres capaces de engendrar. La deferencia que le habían mostrado a ella desde el principio dependía de su convicción de que ella era un ari-arkhj, un ser que podía implantar vida en un abba; si ahora ponía en claro que ella en la sociedad de Xhroll sería más bien una especie de abba aunque no implantado, perdería todos sus derechos y tratarían de que quedara embarazada lo antes posible. Si no podían conseguirlo —ella, al fin y al cabo, estaba convenientemente esterilizada— entonces se convertiría en un simple xhrea, un individuo neutro sin ningún valor para sus anfitriones.

—Debe de tratarse de algún bloqueo mental por mi parte —dijo por fin.— De acuerdo. Lo intentaré. ¿Y si no funciona?

Charlie creyó captar una mirada significativa entre los xhrea pero no fue capaz de interpretarla.

—Nada. Volveréis a casa de todos modos.

Dos de los xhrea que los habían escoltado hasta allí se acercaron a Charlie para conducirla fuera de la sala. Antes de que ella pudiera hablar, contestaron a su pregunta:

—Ankhjaia'langtxhrl se reunirá contigo más tarde. Cuando haya recibido sus instrucciones.

Nico se despertó en un lugar desconocido con la cabeza extrañamente clara y una ereccción monstruosa abriéndose camino entre los flojos pantalones que usaba para dormir. Mientras se acariciaba el miembro hinchado, empezó a recorrer la sala con los ojos tratando de saber dónde estaba antes de que alguien se diera cuenta de que estaba despierto. Estaba en una especie de enfermería, muy parecida a la de la nave que lo había llevado a Xhroll. Todo era blanco y negro, como siempre, y no se oía más sonido que la vibración habitual. Y eso no era un sonido, sino una sensación.

Cerró los ojos y empezó a concentrarse en lo que hacía su mano derecha. Entonces oyó un pequeño ruido como de metal contra vidrio. Se incorporó sobre un codo buscando en la penumbra la fuente del sonido.

Al fondo de la sala, en un círculo de luz, una figura se inclinaba sobre un banco de trabajo. Llevaba una corta melena negra y, excepcionalmente, iba vestida con una especie de túnica blanca que le cubría hasta medio muslo enseñando unas piernas perfectas. Aquello era lo más parecido a una mujer que había visto desde que se marcharon de la Victoria, exceptuando el cuerpo desnudo de Charlie.

Se acomodó mejor y siguió mirándola: podía ser cualquier cosa, por supuesto, ¿qué sabía uno tratándose de los Xhroll?, pero a sus ojos era una mujer, una mujer más bien pequeña y frágil, terriblemente femenina. De vez en cuando daba un par de pasos a la derecha o a la izquierda buscando algún instrumento que necesitaba y Nico podía admirar su forma de moverse mientras su mano derecha continuaba con su movimiento particular.

Aquella chica le empezaba a gustar mucho. Podía tratarse de una falsa chica, como había sucedido con Akkhaia, pero esta vez ya no era problema: a él ya le había pasado todo lo que podía sucederle. Por ese lado ya no había peligro.

La muchacha del pelo negro se alzó sobre las puntas de los pies para coger una caja metálica de una estantería colocada sobre su cabeza y, al hacerlo, la bata que llevaba puesta reveló durante cuatro o cinco segundos lo que él ya sabía y había olvidado: que los Xhroll no usan ningún tipo de ropa interior.

Se levantó de la cama en un silencio felino y caminó hacia el fondo de la sala sin haber tomado una decisión consciente pero sabiendo en las tripas que esa muchacha iba a pagar su humillación con otra igual. Se la iba a tirar pasara lo que pasara.

No le costó más de treinta segundos lanzarse encima de ella, hacerle una presa en el cuello con el brazo izquierdo, forzarla con el peso de su cuerpo a inclinarse hacia el banco y, con la mano derecha, ayudarse para penetrarla por detrás. El vientre resultaba mucho más molesto de lo que hubiera querido confesarse pero no había otra forma. Ya que estaba en ello, tenía que terminar.

Ella había tratado de gritar al principio pero la presión en su cuello la había hecho desistir rápidamente. Ahora ya ni siquiera se debatía; aceptaba sus embestidas con la misma inexpresiva resignación con que aquella gente lo hacía todo. A él le daba igual. En esos momentos lo único que le importaba era la sensación de estar metido en el cuerpo de una mujer, estrecho, caliente, húmedo, la sensación de que volvía a estar en posesión de sus facultades, la sensación de encontrarse a punto de estallar.

Había dolor también, como la otra vez con Akkhaia pero era un dolor soportable porque era él quien lo quería.

Echó una mirada al frente y, en la pulida superficie metálica que revestía la pared, vio el rostro de la mujer: los ojos entornados, la boca entreabierta, las facciones desfiguradas por el placer, y estuvo a punto de perder su propio ritmo. ¡Aquellas estatuas de hielo podían sentir! ¡La estaba violando y a la tía le gustaba! Se le pasó un instante por la cabeza que pudiera ser dolor lo que expresaba su rostro pero ignoró el pensamiento. Tanto daba.

Redobló sus esfuerzos olvidando por completo los escrúpulos hasta que sintió que se derramaba dentro de ella en una marea sin fin. Tratando de contener los sonidos que se le escapaban, se desplomó sobre el cuerpo de la mujer, con la respiración entrecortada. Ella tenía los ojos cerrados y acababa de desmayarse.

La dejó allí, sobre el banco, y caminó sigilosamente hasta su cama. Era posible que tuvieran cámaras pero de momento le traía sin cuidado; mientras tuviera al bicho dentro nadie le tocaría un pelo de la ropa y después... después ya se vería.

Charlie estaba tumbada boca abajo en su litera de la nave con un sabor amargo en la garganta, como un principio de náusea que no se acabara de concretar. Hacía mucho tiempo que no se daba tanto asco a sí misma y no dejaba de resultarle curioso que ese asco viniera de haberle mentido a un Xhroll cuando se había pasado media vida mintiendo profesional y eficientemente a humanos y humanas y siempre había encontrado justificación para hacerlo. Al fin y al cabo era su trabajo; el que había sido entrenada para realizar, el único que le gustaba realmente y para el que tenía auténticas aptitudes.

Quizá el asco venía de que aquel pobre abba estaba totalmente indefenso y era inocente, de una inocencia sangrante. Se había limitado a mirarla con los ojos muy grandes y muy abiertos y a suplicarle que le concediera una vida.

Y ella había hecho como que lo intentaba. Sabiendo que era imposible. Sabiendo que para los Xhroll una cópula sin esperanza de descendencia era una abominación. Había cumplido los gestos del amor con otro cuerpo igual al suyo por primera vez en sus cuarenta años. Para salvar su propio status. Ni siquiera su vida; sólo su status.

Era la primera vez que había visto a un abba y, por un momento, se había quedado perpleja; no se le había ocurrido que no hubiera diferencia física entre los Xhroll, que todos tuvieran una vulva entre las piernas lo que, a ojos terrestres, los convertía a todos en hembras con la única salvedad de que los ari-arkhjs tenían pechos implantados artificialmente como marca de rango o de lo que fuera y los demás no.

Se dio la vuelta en la cama violentamente. Toda la misión había sido un fracaso. No había aprendido nada de los Xhroll que fuese de valor en la Tierra, Nico estaba prisionero en alguna parte y ni siquiera se había desembarazado aún de lo que llevaba en el vientre, Akkhaia, que ya se había convertido casi en una amiga, se había vuelto fría como el hielo y se había negado a hablar con ella al subir a bordo.

Ahora volverían a la base y ¿qué? Interrogatorios constantes, regresiones hipnóticas quizá, comprobación de datos... y luego ¿qué? No estaban más cerca ahora que antes de comprender a los Xhroll y era muy probable que, después de lo que había sucedido, los Xhroll estuvieran deseando romper para siempre sus mínimas relaciones con los terrestres, esos seres monstruosos que son fértiles pero se esterilizan, que copulan durante el embarazo, que piensan por su cuenta independientemente de su sexo y del interés global de su planeta, que gesticulan y hacen muecas y se encuentran en un movimiento perpetuo que no lleva a ningún sitio.

Le dio un par de golpes a la almohada y volvió a cambiar de posición. Si Xhroll rompía sus relaciones con Terra, a ella no la volverían a dejar volar. Algún chivo expiatorio había que buscarse, lógicamente. Y Nico no sería bastante.

Y si por alguna de las extrañas razones que les eran propias, los Xhroll decidían continuar relacionándose con la Tierra, se esperaría de ella que suministrase los datos necesarios para sentar las bases de esa relación. ¿Qué podía ofrecer Xhroll a los humanos? ¿Qué podían dar los humanos a cambio? Charlie no lo sabía. Sencillamente no lo sabía. Los Xhroll eran perfectamente autosuficientes: sacaban todas las materias primas que necesitaban de diferentes planetas deshabitados, no tenían lujos de ningún tipo, no parecían poseer más apreciación estética que la derivada de la contemplación de la naturaleza, mimaban su mundo exterior como un antiguo aristócrata inglés cuidaba sus jardines y eso era todo. Cada uno cumplía con su trabajo y, en los ratos libres, dedicaban su esfuerzo a la enorme tarea del mantenimiento de la naturaleza. Todo su ocio se cumplía en el mundo exterior: supervisando el equilibrio ecológico, reparando los daños producidos por catástrofes naturales, controlando plagas y epidemias de las distintas especies animales y vegetales, talando árboles enfermos, podando otros para crear una belleza natural, trasplantando unas especies, aclimatando otras. Eran una sociedad de jardineros vocacionales, botánicos, zoólogos, artistas del medio ambiente. Era lo único que les importaba y su única fuente de placer. Que ella supiera, no tenían fantasías, ni sueños, ni ambiciones. Eran asquerosamente aburridos.

Y lo peor es que esa era la única información que podría suministrar a sus superiores: Xhroll no nos necesita para nada; nosotros no necesitamos para nada a Xhroll. No hay posibilidad de comercio ni de intercambio de ningún tipo. Hemos encontrado otra especie inteligente en el universo pero no tenemos nada que decirnos. Punto.

Y además están convencidos de que las especies realmente desarrolladas son autosuficientes y no tienen interés en relacionarse entre sí. ¿Cómo se iban a tragar eso en la Tierra después de varios siglos de sueños y utopías en los que artistas, filósofos y políticos de todo el mundo se habían imaginado a la humanidad ocupando su puesto en el concierto de especies galácticas, colaborando para la paz y el entendimiento entre pueblos; algo como el Cuerpo Diplomático pero en plan espectacular? ¿Qué más podía decirles? Son tan inteligentes que cuando les enseñamos nuestra lengua deducen de nuestros clichés lingüísticos centenares de actitudes sociológicas humanas. Si un ser humano dice "despertar sospechas" un Xhroll analiza que la sospecha está siempre presente en el humano y que no se trata más que de hacerle abrir los ojos, que los terrestres no nos fiamos nunca de nada ni de nadie. Si les explicas que también existe la construcción "concebir sospechas" es mucho peor porque nosotros usamos para la sospecha el mismo verbo que para el comienzo de la vida, lo que implica que valoramos positivamente el nacimiento de una sospecha sobre otro ser. Precioso, ¿no?

Nosotros podemos tratar de pasarles nuestros vicios y nuestro concepto de la diversión, ellos pueden darnos su ascetismo y su falta de humor, su capacidad de trabajo, su concepto de la obediencia. Pero ¿nos interesa?

Se dio otra vuelta en la cama y decidió dormir a toda costa. Al fin y al cabo esos problemas no eran los suyos. La Tierra estaba llena de especialistas cuyo trabajo consistía en buscar soluciones. Para eso les pagaban. Cerró los ojos con fuerza, como cuando era niña, apretó los puños y se aplicó lo mejor que supo a la tarea de quedarse dormida.

El comandante Kaminsky, con su expresión más avinagrada, paseó la vista por los oficiales de su Estado Mayor y, sin tomarse siquiera el tiempo de saludarlos, fue directo al grano:

—Señoras y señores, los Xhroll se acaban de poner en marcha.

Los oficiales cambiaron una mirada de preocupada incomprensión.

—La capitana Fonseca acaba de enviarnos una señal que nos indica que se encuentran fuera del espacio de Xhroll y se dirigen hacia nosotros. No tenemos medio de saber si ha sucedido algo fuera de lo común o si se trata de que todo ha terminado y nos devuelven a nuestra y nuestro oficial como estaba previsto.

—¿No es demasiado pronto, comandante? —se alzó una voz.

—Según nuestros cálculos es, por lo menos, un mes demasiado pronto pero nuestros cálculos humanos no son necesariamente aplicables en este caso. Es posible que todo esté en regla. —Hizo una pausa como si no supiera con exactitud hasta qué punto podía avanzar en sus sospechas—. Pero también es posible que no sea así, de modo que he decidido tener las armas dispuestas por si tuviéramos que repeler una agresión. Si alguien tiene algo que decir, que lo haga ahora.

—Comandante —la coronela Ortega se había puesto en pie— ¿no resulta un poco drástico, teniendo en cuenta que carecemos de información sobre sus intenciones?

—He dicho que quiero tener las armas dispuestas, no que vaya a hacer uso de ellas, coronela. No creo conveniente arriesgar la superviviencia de la Victoria por un exceso de candidez. Una vez que la nave Xhroll se ponga en contacto con nosotros, solicitaremos la información necesaria pero no voy a esperar a que ellos disparen primero.

—¿Lo haremos nosotros, entonces?

—Espero que no sea necesario pero quería informarles para que ustedes pasen a sus subordinados los datos que estimen convenientes. No se trata de crear una situación de histeria colectiva pero todos deben tener claro que nuestra amistad con los Xhroll es muy superficial y, posiblemente, basada en malentendidos por ambas partes. Quiero que el personal de la Victoria sea consciente de ello y se encuentre en alerta constante. Y si mis sospechas son equivocadas y los Xhroll vienen como visitantes pacíficos a devolvernos a nuestra y nuestro oficial, les haremos todos los honores pero queda terminantemente prohibida la confraternización como no sea en zonas públicas. A todos. ¿Me he expresado con claridad?

—Se puede charlar, se puede beber pero nada de follar. —Resumió el coronel Nátchez, con la vista clavada en el techo y la voz sin inflexiones de un traductor de congresos.

Los oficiales cambiaron discretas sonrisas.

—Exactamente. —El comandante tenía la expresión del enfermo crónico de gastritis.

—¿También nuestras mujeres con sus hombres, comandante?

—He dicho "todos", coronela Ortega.

—Todos y todas, en ese caso, mi comandante.

Kaminsky miró a Diana Ortega durante unos larguísimos segundos sin conseguir que ella bajara la vista.

—Si me fuerzan a declarar el estado de excepción —dijo en un bajo estrangulado— se le van a pasar esas preocupaciones lingüísticas, CORONEL.

—Sí, señor. Disculpe, señor.

—La reunión ha terminado. Cada uno a su puesto. Alerta tres.

Ankhjaia'langtxhrl se hallaba en una sala con otros doscientos ari-arkhj esperando que se les reuniera el designado por Xhroll para tomar el mando de la misión extraordinaria en que se les había enviado. Nunca en toda su vida se había encontrado en un acto en que todos los presentes fueran de su mismo sexo y la situación le resultaba inaudita y terriblemente inquietante. Ni los xhrea ni los abba hubieran podido comprender esa incomodidad porque para ellos lo normal era precisamente la convivencia entre sí y lo extraordinario la presencia de los ari-arkhj. Sin embargo para ellos era algo desconocido.

Paseó la vista por los otros rostros sintiendo con claridad que su temblor interno era compartido por todos. El silencio era absoluto. La inmovilidad también. Ankhjaia'langtxhrl cerró los ojos como única manera de aislarse de todos los otros seres. Los abrió poco después al darse cuenta de que el arkhj, el designado para el mando acababa de hacer su entrada.

Si Ankhjaia'langtxhrl hubiera sido humano, probablemente se habría puesto en pie abriendo los ojos y la boca al máximo de sus posibilidades como había visto hacer tantas veces a Charlie cada vez que algo lo impresionaba. Siendo xhroll, se limitó a clavar su mirada en Hithrolgh, que acababa de cerrar el círculo de la espera.

—Habéis sido informados de la finalidad de nuestra misión. Es la primera vez en la historia de Xhroll que una nave se encuentra llena de ari-arkhj con el mínimo de xhrea necesario para su mantenimiento y un único abba: el abba xhri que pronto nos dará una vida. Tenemos muy poca información sobre los xhri y sus motivaciones y costumbres pero toda la que tenemos os será suministrada por Ankhjaia'langtxhrl antes de que tomemos contacto con ellos. Sois conscientes de la importancia de nuestra misión: la supervivencia de Xhroll depende de ella.

Es también la primera vez en nuestra historia moderna en que Xhroll va a cometer violencia contra otro mundo, aunque se trate de una violencia relativa.

—No se puede usar la violencia en la cópula. Es absolutamente imposible —habló uno de los presentes.

Hithrolgh guardó silencio unos segundos.

—Se puede —dijo por fin—. Es monstruoso pero posible. Por el bien de Xhroll. Ankhjaia'langtxhrl, —continuó— has tenido tiempo para pensar sobre la mejor manera de conseguir nuestro propósito. Habla.

Hithrolgh tenía razón. Había tenido tiempo para pensarlo. Lo que no había tenido en ningún momento era el deseo de hacerlo. No conseguía aceptar que la violencia fuera necesaria ni siquiera por el bien de Xhroll. Era consciente de que les quedaban apenas tres o cuatro generaciones hasta la extinción absoluta si no encontraban una manera de reparar su potencial genético dañado tanto tiempo atrás o una especie compatible que estuviera dispuesta a colaborar en su supervivencia. Pero la consciencia del problema no le daba derecho a usar una solución que iba contra todas las normas de comportamiento que Xhroll había creado y mantenido hasta que los xhrea habían decidido cambiarlas. Sin embargo era una decisión de Xhroll por Xhroll y su misión no era la de cuestionar las soluciones abiertas a la supervivencia de su pueblo. Su misión era informar y, con ello, contribuir al éxito y a la vida.

—Los xhri no son como nosotros —comenzó—. Ellos no tienen xhrea. O sí, en el sentido de que todos eligen voluntariamente convertirse en xhrea. Todos pueden reproducirse si lo desean pero eso ha hecho que su población sea tan grande que hayan decidido negarse la posibilidad de procrear para limitar su número. Un problema opuesto al nuestro.

Nosotros podemos implantar en sus abba, si extraemos esta conclusión de un caso único. De la misma forma, pensamos que sus ari-arkhj no pueden implantar en un abba xhroll. Se ha llevado a cabo el experimento sin éxito. Por eso en esta nave todos somos ari-arkhj y nuestra misión es seleccionar a los abba xhri e intentar la implantación en ellos.

Los abba xhri tienen un cuerpo similar al de nuestros abba y xhrea con dos excepciones visibles: gran cantidad de pelo enraizado en la piel y un apéndice en la zona sexual que nosotros podemos insertar cómodamente en nuestros genitales aunque produce dolor. Pienso que también en el abba.

Durante la cópula los xhri se mueven constantemente, de manera espasmódica y dolorosa y gritan con frecuencia mientras respiran ruidosamente y se van cubriendo de un fluido corporal que exudan por la piel.

—También emiten un fluido viscoso por ese apéndice de la zona sexual al que antes se ha referido Ankhjaia'langtxhrl —amplió Hithrolgh.

—Es cierto. ¿Cómo puedes saberlo, Hithrolgh?

—Soy médico.

Ankhjaia'langtxhrl hubiera querido preguntar algo más pero no lo hizo. Continuó:

—En mi experiencia, ni una sola vez piensan en la vida que representa la cópula porque para ellos la cópula siempre es estéril. Creo que lo adecuado sería no nombrar la procreación en ningún caso.

—No vais a hablar con ellos. Hablar con los xhri produce confusión mental. Vais a implantar vida.

—Pero si ellos no lo desean, ¿cómo vamos a hacerlo? No nos lo permitirán. No podremos sujetarlos.

Hithrolgh metió la mano en el bolsillo y la retiró con una ampolla diminuta que enseñó a los presentes:

—Los drogaremos con este compuesto. Se puede mezclar en la bebida o inyectarlo. Dura el tiempo suficiente para que podais cumplir vuestra misión.

—¿Y qué pasará con sus xhrea, o sus ari-arkhj? ¿Lo permitirán? Según los análisis lingüísticos, los xhri son una especie violenta.

—Todos serán drogados y, a excepción de los abba, confinados en la zona de carga de nuestra nave hasta que decidan cooperar y consigamos establecer un acuerdo.

La rigidez muscular de los ari-arkhj no dejaba lugar a dudas sobre la opinión que les merecía el plan; sus miradas, no obstante, dejaban bien claro que lo seguirían hasta el fin. Hithrolgh se relajó interiormente. Después de lo que había estado sucediendo en Xhroll en los últimos tiempos, habría sido remotamente posible que los ari-arkhj se hubieran negado a obedecer sus órdenes.

—Hithrolgh, quiero hablar contigo —Ankhjaia'langtxhrl se le acercó al darse por terminada la sesión.

—Yo no, Ankhjaia'langtxhrl.

Hithrolgh se dio la vuelta y se perdió en la oscuridad del pasillo.

Por un momento, al ver la silueta de Akkhaia perfilada sobre la negrura exterior, Charlie tuvo una intensa sensación de déja-vu, como si el tiempo no hubiera pasado y estuvieran aún en la nave que los llevaba a Xhroll.

Charlie se ahorró el estúpido saludo y se puso en pie para conversar, a la manera xhroll; Ankhjaia'langtxhrl entró al cubículo, enseñó todos los dientes, dijo "Hola, Charlie" y se sentó en el camastro. Charlie hizo una mueca de exasperación, soltó una corta carcajada, que a ella misma le sonó como un ladrido, y se sentó al lado de Akkhaia.

—¿Tienes alguna forma de establecer contacto con tu base, Charlie?

Ella se quedó paralizada por un momento. Estaba claro que habían captado la señal que acababa de enviar apenas habían salido del salto y querían saber si ella pensaba negarlo.

Sabía que Akkhaia aún no era capaz de leer sus expresiones faciales pero, de todas formas, se levantó del camastro y se giró hacia la pared.

—¿Qué pasa? —hacer otra pregunta, ganar tiempo, pensar.

—Tienes que intentar comunicarte con ellos. Va a suceder algo terrible.

—¿Xhroll va a atacarnos?

—Sí.

—¿Por lo que ha pasado con Nico y conmigo?

—No. Porque Xhroll necesita vidas.

Por un instante tuvo la visión de los xhroll como vampiros de película antigua: vestidos de negro, inexpresivos, fríos. Chupando la sangre de los humanos hasta matarlos para dar vida a Xhroll.

—¿Nos vais a matar?

—¿Es eso una obsesión personal o es algo que compartís todos los xhri?

—¿El qué?

—Esa idea fija de que queremos mataros. —No te entiendo, Akkhaia.

—Los xhrea nos han traído hasta aquí. Doscientos ari-arkhj, casi todos los que existen, para que implantemos en vuestros abba independientemente de su voluntad.

—¿Para qué? —Charlie pensaba a toda velocidad y, sin embargo, no parecía conseguir mucho.

—Ya te lo he dicho. Para dar vidas a Xhroll. —Eso es ridículo. No hay más que setenta y tres mujeres a bordo. Suponiendo que todas quedaran embarazadas, es una cantidad ridicula para un planeta.

—Vuestros abba serían constantemente implantados hasta el final de su vida. En la base hay más de doscientos abba. En veinte o treinta años son casi cinco mil vidas. ¿Lo entiendes?

—Pero tú hablas de hombres. En la base hay más de doscientos hombres, sí. ¿Es que es a los hombres a quienes vais a violar?

—¿Violar?

—Copular por la fuerza, en contra de la voluntad de uno de los participantes.

Por primera vez desde que la conocía, Akkhaia parecía genuinamente horrorizada:

—¿Tenéis una palabra para esa aberración?

Charlie se mordió el labio inferior deseando poder tragarse las palabras que acababa de pronunciar.

—Sí.

—Entonces, ¿vosotros también lo hacéis?

—Es una palabra obsoleta, antigua. Antes se hacía a veces, en tiempo de guerra, para humillar al enemigo. Hace ya varios siglos que no sucede —mintió.

—Para humillar, no para dar vida —dijo en voz muy baja, tratando de comprender ese concepto, uno de los primeros con los que se había enfrentado y nunca había conseguido entender.

De golpe Charlie se dio cuenta de lo que Akkhaia estaba tratando de explicarle:

—¿Vais a violar a nuestros HOMBRES?

El tono de voz de Akkhaia subió imperceptiblemente:

—¡A vuestros abba! A los que entre vosotros son capaces de concebir, no importa cómo se llamen.

Charlie empezó a reírse y, cuanto más lo pensaba, más histéricas se volvían sus carcajadas. Se tiró en la cama y empezó a darle puñetazos a la especie de losa que servía de colchón. Akkhaia la miraba con una expresión tan boba que su risa aumentaba en lugar de calmarse. No podía evitarlo. Cada vez que se imaginaba la escena, le daba otro ataque. Los hombres de la Victoria corriendo horrorizados por los pasillos mientras las chicas xhroll, con sus ojos teñidos y sus melenas falsas, los perseguían implacables con esa expresión serena y helada, y, cuando los alcanzaban, les arrancaban los pantalones y los montaban a la fuerza mientras ellos lloraban pidiendo ayuda.

No conseguía explicarse por qué era tan gracioso lo que, de haber sido al contrario, le hubiera parecido horripilante, pero no podía evitarlo. Sabía que debía negarse con todas sus fuerzas a que sucediera una cosa así y, sin embargo, en algún rincón de su mente, una voz antigua y aguda reía entrecortadamente diciendo: "Deja que suceda, Charlie. ¿A tí qué te importa? Por una vez estás a salvo precisamente por ser mujer. Deja que violen a los machos. Es un pago mínimo por los milenios de dolor y humillación que hemos sufrido nosotras. Eso puede hacer más por la igualdad de los sexos que todas las buenas palabras que han sido pronunciadas en los últimos tres siglos. Deja que sufran en carne propia lo que nosotras hemos sufrido a lo largo de la historia, que por una vez sean ellos los que lloren, los que se vuelvan locos de asco y de terror, los que tengan que bajar los ojos al pedir justicia."

—Charlie —apremió Akkhaia—. ¿Puedes comunicarte con tu base?

—¿Qué piensan hacer con nuestros ari-arkhj?

—Confinaros hasta que cooperéis.

—¿Qué clase de cooperación?

—Hasta que nos cedáis el derecho a proteger a vuestros abba y a continuar implantando en ellos.

—Ese derecho no está en nuestro poder. En la Tierra cada ser decide por sí mismo.

—Eso lleva al desastre colectivo.

—Es muy posible —contestó Charlie, despreocupadamente.

No podía dejar de pensar en lo divertido que sería ver a Kaminsky llorando por los pasillos después de la violación a cargo de alguna de aquellas amazonas de pechos falsos implantados como marca sexual de individuo con capacidad reproductiva. ¿Y el capellán? ¿Le harían también el honor de elevarlo a la sagrada dignidad de madre? Eso sí que sería algo para informar a la Santa Sede.

Sería divertido, sí, pero costaría una guerra. La primera guerra trans-solar de la historia humana y eso era definitivamente menos divertido. Era dudoso que el Gobierno Central tomara auténticas represalias por la violación de setenta oficiales femeninos pero si se trataba de la abominable humillación, le parecía estar oyendo las palabras, de doscientos miembros masculinos de la Flota Mundial Terrestre, la cosa podía ser muy distinta. Había cinco mujeres en el Gobierno Central, sí, pero eran cinco contra veinte. Tomarían represalias. Y nadie sabía qué podía oponer Xhroll a las armas humanas. Lo único que estaba claro es que ellos se movían por el espacio más deprisa y mejor que los terrestres. No les llevaría mucho tiempo llegar a las puertas del Sistema Solar y luego sus acciones eran imprevisibles. Se suponía que no eran violentos, que no mataban. Pero también se suponía que no eran capaces de violar.

—Charlie, no tenemos mucho tiempo.

—Lo sé, lo sé. Déjame, por favor. Tengo que pensar.

Akkhaia se le quedó mirando unos segundos. Luego se puso en pie y se marchó en silencio.

En la consola donde estaba trabajando se encendió una luz de alarma. Hithrolgh se quedó un instante mirándola como si no comprendiera su significado y tardó otro par de segundos en sacudirse los pensamientos que lo dominaban. Las noticias que acababa de recibir eran algo inaudito, devastador; tanto, que aún no había sido capaz de reaccionar. Y ahora precisamente esa alarma le informaba de que el abba debía ser intervenido de inmediato porque el hol'la había cumplido su proceso de crecimiento y debía ser traído a la vida exterior.

Sin casi darse cuenta, accionó las llamadas a todos los miembros del personal médico que serían necesarios para la operación y extendió las manos para calibrar la firmeza de su pulso. Sólo otro xhroll con un entrenamiento médico similar hubiera podido darse cuenta de su temblor interno; a los ojos de cualquier espectador, su pulso era perfectamente firme, pero Hithrolgh sabía que no era así, que el riesgo de error era demasiado alto.

Masajeó un calmante sobre ambas muñecas y realizó varias aspiraciones lentas y profundas tratando de dejar el cerebro en blanco, preparándose para la mayor responsabilidad que hubiera tenido Xhroll. Hacía tiempo que había sido tomada la decisión de no usar el robot-cirujano. No se podía dejar a una máquina programada para intervenir sobre un organismo xhroll la responsabilidad de operar a un xhri. Tenía que hacerlo un ser pensante, un ser capaz de tomar decisiones repentinas basadas no sólo en la lógica sino también en la intuición y las necesidades del momento.

El había pasado meses estudiando los informes del desarrollo del hol'la, los diagramas de la estructura y funcionamiento del organismo xhri, sus reacciones a diferentes tipos de anestesia, pero la responsabilidad era enorme y las garantías de éxito bastante vagas.

Marcó otros dos códigos de llamada en su terminal: Ankhjaia'langtxhrl y el ari-arkhj xhri debían estar presentes aunque no le gustara la idea. El haber tenido que cambiar varias normas por la supervivencia de Xhroll no era excusa para infringirlas todas por motivos de gustos personales.

Se quitó lentamente la peluca pensando en Ankhjaia'langtxhrl. Le parecía increíble que algún punto de su cerebro fuera todavía capaz de recordar el tacto de su piel, considerando que no habían vuelto a tocarse desde aquel lejano momento en que quedó definitivamente claro que Hithrolgh era xhrea y, por tanto, incapaz de dar vida. Durante un tiempo los dos habían pensado que sería posible, si de verdad lo deseaban. Eran muy jóvenes. Muy inexpertos. Aún sabían soñar.

Ahora ambos tenían la supervivencia de Xhroll en sus manos pero no juntos. Ya nunca juntos. O quizá sí. Quizá...

La segunda señal de alarma lo alcanzó ya en la puerta. La ignoró y se dirigió rápidamente al antequirófano para la esterilización. Los otros estaban ya preparados y rodeaban la losa donde el abba, con los ojos dilatados y la piel casi gris, gritaba en su propia lengua incoherencias a las que el otro xhri contestaba en un tono bajo y dulce intentando calmarlo, probablemente.

Hithrolgh entró en la zona de operaciones cubierto con el fluido de sellado como los demás. Si la intervención duraba más de dos horas, tendrían que establecer turnos para salir a quitárselo y dar así un respiro a la piel de sus cuerpos, pero quizá no fuera necesario.

Sus ojos se encontraron con los de Ankhjaia'langtxhrl; luego su mirada se posó en el abba. Hacía un extraño ruido chocando los dientes superiores e inferiores y los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas. Una mirada al contador le indicó que el corazón del xhri bombeaba a una velocidad inaudita.

—¡Que me expliquen lo que me van a hacer! ¡Que me lo expliquen! —gritaba el xhri entrecortadamente con un acento que hacía sus palabras casi incomprensibles.

Uno de los ayudantes colocó un diminuto auricular en la oreja del abba y puso en marcha el traductor que contenía todos los datos que Ankhjaia'langtxhrl y Charlie habían introducido en cientos de sesiones de trabajo:

—Vamos a suministrarte un anestésico local que te será inyectado entre dos vértebras de la columna. Es doloroso pero pasa pronto. La anestesia es la más indicada para que el hol'la no sufra daños y no tenemos manera de saber la intensidad del dolor qué tú tendrás que soportar. Creemos que la intervención no durará más de cuarenta minutos. Se te aplicará una máscara de oxígeno. Respira lenta y profundamente. Piensa en la vida. Xhroll es importante. Tú no.

—Tranquilo, Nico —intervino Charlie—. Eso es sólo una fórmula que a ellos les ayuda. Por supuesto que eres importante. No dejaremos que te pase nada.

Nico trató desesperadamente de agarrarse a la mano de Charlie pero los xhrea lo rodeaban por completo y lo único que podía ver de ella eran sus ojos mirándolo por entre los hombros de los extraños. Akkhaia estaba junto a él:

—Agárrate a mi cuello, Nico. Ahora te va a doler. Hizo lo que le pedía y su alarido resonó en toda la sala mientras le inyectaban en la espalda.

Luego, poco a poco, el dolor cedió. Volvió a tumbarse a pesar del catéter y le ataron las manos a la losa. Entonces cerró los ojos un instante y, cuando los abrió, sólo había ante él un panorama de ojos cristalinos y rostros plateados por el fluido de esterilización.

Alzó los ojos al techo, donde habían instalado una especie de pantalla de RV que mostraba una pintura abstracta. Se concentró en ella tratando de olvidar su situación real y vio cómo en el cuadro aparecía una línea roja que segundo a segundo se iba haciendo más ancha mientras en su centro aparecía algo blanquinoso y móvil.

De repente el dolor le hizo lanzar un aullido de fiera lastimada. Era un martillo de dolor, un ritmo despiadado que se extendía por todo su cuerpo y se hacía más y más rápido y caliente, como si le estuvieran arrancando las visceras mientras sus músculos temblaban al compás de aquellas contracciones invencibles. Empezó a gritar.

—¡Animo, Nico —oyó la voz de Charlie—. Ya falta poco. Mira la pantalla. Está naciendo tu hijo o tu hija.

Entonces se dio cuenta de que lo que había tomado por una pintura era una especie de monitor por el que podía seguir lo que estaba sucediendo a la altura de su pubis y que la línea roja era en realidad la inmensa herida que habían abierto para sacar al bicho y aquello blanco era... tenía que ser...

Se desmayó. Lo reanimaron inmediatamente a base de oxígeno y cachetes en las mejillas. Se le llenó la boca de vómito, caliente y amargo, y le acercaron un cuenco para que pudiera escupirlo. El dolor era insoportable.

Entonces alguien dio un tirón a sus entrañas, como un sacerdote de algún culto ancestral que arranca el corazón de su víctima aún viva y todos los presentes dieron un suspiro corto y rápido que se oyó por encima de su aullido final.

Alguien inyectó otro líquido en el catéter que quedaba a la altura de su cuello y el dolor empezó a bajar.

—¡Ya está, Nico! ¡Ya está! —la voz de Charlie sonaba histérica de alegría. El no conseguía recordar qué estaba pasando.

—¡Es un bebé precioso, Nico! Parece que todo está bien. ¡Sí! Todo bien.

En ese momento Nico entendió que hablaba con él y supo de qué hablaba.

—¿Es niño o niña? —oyó preguntar a Charlie. A él no le importaba. Lo único que quería era que lo dejaran en paz, que terminaran con él y lo dejaran dormir, que se llevaran al bicho.

Akkhaia levantó la vista del bebé y, a pesar de su rostro eternamente inexpresivo, había una luz de felicidad en sus ojos.

—Es un ser vivo, fuerte y sano. Tendréis que esperar casi quince años de los vuestros para saber su sexo. Pero eso no importa. No importa.

Bajó de nuevo la vista y se perdió en la contemplación de aquel montoncito de carne rosada que lloraba.

Charlie entró precipitadamente al cubículo de Nico donde varios xhrea, Hithrolgh y Akkhaia rodeaban la cama. Nico estaba casi sentado, chupando una botella blanda y paseando la vista de uno a otro con la típica expresión de un niño malcriado que ha decidido no obedecer pase lo que pase.

—A ver. ¡¿Qué narices pasa?!

Hithrolgh se giró hacia Charlie:

—Se niega a alimentar al hol'la.

—¿Qué? —rugió Charlie.

—Yo no soy una maldita vaca. Mi misión ha terminado.

—Tu misión habrá terminado cuando yo te lo diga. Esa niña es un bebé humano o humana, una ciudadana o ciudadano de la Tierra y no vamos a poner en peligro su vida porque tú te niegues a colaborar.

—Esa niña ni siquiera es una niña. Ni ellos saben lo que es... Y no es asunto mío. Que le den leche en polvo, si quieren.

—¿Es posible? —Charlie se dirigió a Hithrolgh.

—Lamentablemente, no lo es. Dentro de dos días no será problema pero en las cincuenta y cuatro horas siguientes al nacimiento es indispensable que el hol'la sea alimentado con el fluido corporal de su abba. Su sistema digestivo aún no está maduro para absorber otro tipo de alimento.

—Ya lo has oído.

Nico sacudió la cabeza despacio, retadoramente.

—Es una orden, teniente Andrade.

El sonrió:

—¡Vamos, vamos, Charlie! Después de contarme tu vida y tus intimidades, después de haberte abierto de piernas por propia voluntad ¿aún me vienes con esas?

Charlie se puso pálida.

—¡Es una orden!

El volvió a sonreír:

—Y ¿qué piensas hacer si me niego? ¿Pegarme? —Echó una mirada a su alrededor—. Ellos no te lo permitirán. Soy un abba de Xhroll.

—Eres una mierda apestosa.

Charlie sacó de su funda un diminuto revólver plástico de la última generación y, con una mano perfectamente firme, lo apoyó en la sien de Nico.

—Vas a dar de mamar a ese bebé o te quedas sin sesos, Andrade.

El se puso pálido:

—No serás capaz.

—Pero primero te volaré los huevos, que parece ser lo que más te estimas. Sí, empezaremos por ahí.

Charlie caminó despacio hasta los pies de la cama, retiró la sábana de un tirón y apuntó entre las piernas de Nico.

Los xhroll contemplaban la escena inexpresivos, distantes.

—¿No vais a hacer nada, hijos de la gran puta? Esa loca quiere matarme.

—Tú quieres matar al hol'la —dijo Akkhaia con una voz perfectamente serena.

—Bueno, Andrade. ¿Qué decides?

Nico lanzó la botella contra una pared, que la absorbió sin ruido.

—¡Está bien! ¡Está bien, maldita sea! ¡Que lo traigan!

Dos xhrea salieron rápidamente del cubículo y regresaron a los pocos minutos con el bebé sollozante.

Hithrolgh ayudó al xhri a descubrirse el pecho y adaptar la minúscula boca al pezón plano. La criatura comenzó a succionar y la tensión del ambiente se relajó poco a poco. —Dejadnos solos —pidió Charlie.

Cuando todos hubieron salido, tomó asiento sobre la cama, aún con la pistola en la mano y miró al bebé que, con los ojos cerrados y las manitas formando puños chupaba concentradamente. Nico lo sostenía como con asco, evitando mirarlo.

—¿Contenta? —preguntó por fin. —De momento, sí.

Hubo un largo silencio en el que sólo se escuchaban los sonidos de succión punteados de pequeñas pausas. —¿Lo hubieras hecho, Charlie? Ella lo miró a los ojos, sin pestañear: —Sí.

Nico tragó saliva.

—De hecho aún estoy pensando si debería hacerlo. Dentro de cincuenta horas ya no serás necesario. Ni para él o ella —señaló al bebé—, ni para los xhroll, ni para los humanos. ¡Sepárale un poco la nariz del pecho! Tiene que respirar mientras mama.

—Entonces es verdad que tuviste un hijo. —Claro que es verdad.

—Cuando me contaste aquello me pareció tan teatral... —Es que aquello ERA teatral: un truco aprendido en clases de psicología. A mí nadie me ha violado nunca y mi decisión de entrar en Inteligencia Espacial fue totalmente voluntaria. Pero es verdad que tengo hijos. Dos. Ya mayores.

Hubo otro largo silencio. El bebé dejó de succionar y se quedó dormido contra el pecho de Nico.

—Charlie, dime la verdad. ¿Te enviaron para matarme? Ella levantó la pistola, la dirigió un instante a la frente de Nico y la desvió hacia la pared, como jugando. Luego volvió a guardarla en su funda.

No tenía ningún sentido que supiera que su vida valía para Tierra mucho menos que para Xhroll, que sus órdenes incluían quitarlo de en medio discreta o abiertamente si las circunstancias lo hacían necesario. Nico no tenía por qué saberlo. No ahora que las cosas habían salido bien y volvían a casa. Conociendo a Nico, si le contestaba afirmativamente, en dos horas todo el mundo estaría llamando asesino al Gobierno Central, haciendo gala de una esperable falta de perspectiva.

—No —dijo por fin—. Pero nunca se sabe. ¿No crees?

Cogió al bebé con infinito cuidado y salió del cubículo sin despedirse.

Hithrolgh y Ankhjaia'langtxhrl estaban comiendo juntos en la enfermería desierta. En el cuarto contiguo el hol'la dormía plácidamente después de haber sido alimentado.

Ambos tenían la vista fija en sus cuencos y el silencio entre ellos tenía una cualidad gelatinosa. Ankhjaia'langtxhrl fue el primero en hablar:

—¿No hay ninguna duda de que tu ayudante de quirófano ha sido implantado?

—Ninguna.

—Pero es xhrea.

—Sí. Eso es lo increíble. Y por un abba...

—Un abba xhri.

—Y sin participación de su voluntad...

—Es lo que nosotros íbamos a hacer con ellos. Eso ya no importa. Es una vida para Xhroll.

—Ahora sí que estamos realmente a merced de los xhri, Ankhjaia'langtxhrl. Ahora es absurdo pensar en tomar a sus abba de la base para conseguir cinco mil vidas cuando, si eso es repetible en todos los casos, los abba xhri podrían implantar a todos nuestros xhrea. Sería nuestra salvación.

—Según lo que conozco a los humanos, y ya sé que no es mucho, tendríamos que pagar por ello.

—¿Y qué pueden querer de nosotros?

—Eso es lo amargo, Hithrolgh. No tenemos nada que puedan querer a cambio.

—¿Nada? ¿Ni conocimientos, ni materias primas?

—Ellos se interesan principalmente por medios de destrucción, Hithrolgh, y nosotros no tenemos. Nuestra técnica está casi al mismo nivel, nuestra ciencia también. No tenemos arte, lo que ellos llaman arte. —Captó la mirada de incomprensión de Hithrolgh—. Cosas inútiles, sin ningún valor práctico, que en su apreciación subjetiva resultan bellas.

—¿Como un lago negro brillando al amanecer?

—Sí, pero construidas, no naturales.

—Comprendo.

Los dos empezaron de nuevo a comer sin ningún entusiasmo, pensando. De pronto Ankhjaia'langtxhrl se puso en pie:

—Espérame aquí. Voy a buscar a Charlie.

—No puedes informar a ese xhri de algo que es crucial para nuestra supervivencia. Ni siquiera yo he informado a Xhroll todavía. Si te lo he dicho a tí es porque necesito que me ayudes a pensar. Aquí no hay otros xhrea y sé que tu mente es buena.

Ankhjaia'langtxhrl se detuvo en la puerta:

—Charlie también es rápido de mente, conoce a su pueblo, ama la vida, estará dispuesto a ayudarnos.

Hithrolgh bajó la cabeza y Ankhjaia'langtxhrl se marchó. Casi sin advertirlo, unió las manos sobre su vientre, esperando, deseando. La noticia había sido devastadora por su potencial de esperanza y de frustración. Si los xhrea podían ser implantados, Xhroll sobreviviría. Sobreviviría por siempre y siempre. Y los xhrea no tendrían ya que depender exclusivamente de los abba y ari-arkhj. Podrían ser iguales, como lo fueron en lejanos tiempos.

Hithrolgh pensó por un segundo en la posibilidad de llevar un hol'la dentro y se estremeció de anhelo. Pero eso implicaría depender de los xhri, que pedirían cualquier precio por darles la vida. Un precio que, según Ankhjaia'langtxhrl, no podrían pagar.

Charlie entró en la enfermería con su paso acolchado, con todos los dientes al descubierto:

—Felicidades, Hithrolgh. Akkhaia me lo ha contado todo. Me alegro sinceramente por vosotros.

—¿Crees que los humanos cooperarán?

—Sí. Pero sólo con voluntarios y pedirán un alto precio.

—¿Qué podemos daros?

Charlie empezó a rascarse la cabeza:

—Lo he venido pensando y sé qué es lo único que interesará a nuestro Gobierno: tierra, espacio físico acondicionado a la vida humana. Parte de la corteza de Mundo Xhroll para establecer una colonia humana. Es un sueño de generaciones: una auténtica colonia en un auténtico mundo habitable.

Los dos xhroll estaban inmóviles, paralizados, como estatuas de hielo.

—Eso es imposible —dijo Hithrolgh.

—Lo suponía. Sería como dar permiso a una banda de motoristas para que se instalen en los jardines de Versalles.

—No comprendo.

—Es igual. Digo que es inaceptable.

—¿Y si vinieran sólo temporalmente? Podrían disfrutar de Xhroll durante el tiempo que dure el crecimiento del hol'la en sus respectivos abba.

—Unas vacaciones paradisíacas de siete u ocho meses pagadas por Xhroll a los humanos que deseen venir a ejercer de macho —dijo Charlie casi para sí misma—. No.

—¿Por qué no?

—Porque sería inconstitucional; no sería igual para los dos sexos. Y además porque no hemos luchado durante siglos y llegado al estado actual de igualdad jurídica e incluso lingüística para que ahora los machos de nuestro planeta vuelvan a creerse los amos de la creación estimulados por vuestra reverencia de la capacidad reproductiva. Ni hablar.

—No lo entiendo, Charlie.

—Es igual. Es bastante complejo y te faltan datos. Vale con que os imaginéis que los que se presentarían voluntarios a una cosa así no serían precisamente los mejores de entre los nuestros, ni los más pacíficos ni los más respetuosos. Serían algo así como Nico o peor. Y todos esos andarían sueltos por vuestro planeta, que es un jardín, destruyendo por placer o por aburrimiento, arrojando basuras, alterando el equilibrio natural, violando a vuestras... a vuestros xhrea, vuestros abba y a vuestros ari-arkhj, para los humanos no hay mucha diferencia... Sería un burdel gratuito.

—¿Un qué?

—Olvídalo.

Charlie se mordió los labios. Tenía la impresión de que sus sentimientos la habían llevado demasiado lejos. Acababa de dar la impresión a sus anfitriones de que todos los humanos, y especialmente los humanos machos, eran pura escoria, una especie de monstruos destructores de los que convenía mantenerse alejados. Y eso, aparte de repugnarle personalmente porque tampoco era verdad ni estaba suficientemente matizado, iba en franca contradicción con sus órdenes. Lo que ella tenía que haber hecho era justamente lo contrario: convencerles de que los humanos, en general, eran bondadosos, pacíficos y cooperativos, tratar de establecer una base para el diálogo libre de prejuicios que sirviera más tarde para fundar una colonia humana en Xhroll y favorecer las visitas de Xhroll a Tierra. Todo eso que sonaba tan bien en el papel y que se venía abajo en cuanto uno trataba de imaginarse un contingente de tres o cuatro mil hombres jóvenes transportados en naves de la Flota a un planeta donde no sólo podían dar rienda suelta a sus deseos sexuales sino que además se les agradecía.

Y era un flaco servicio a las mujeres humanas que por fin habían conseguido liberarse en gran parte de la esclavitud mental basada en asuntos de procreación.

—Hithrolgh, ¿nos dejarías solos un momento? Hay algo que me gustaría hablar con Akkhaia.

—Yo soy el representante de mi mundo ante el tuyo.

—Es una cuestión personal, entre ari-arkhj. Entre ari-arjhk del mismo abba —añadió en un razonamiento absurdo tratando de dar más fuerza a su petición.

Sin una palabra más, Hithrolgh pasó al cubículo contiguo donde el hol'la dormía, completamente ajeno a que el futuro de dos mundos se estaba discutiendo junto a su cuna.

Charlie se giró hacia Ankhjaia'langtxhrl pensando a toda velocidad:

—Akkhaia, ¿se ha intentado alguna vez la implantación de un xhrea adulto?

—¿Quieres decir después del periodo de prueba?

—Sí. Entre individuos totalmente desarrollados.

—Nuestro desarrollo sexual se alcanza a los quince años de vuestra cuenta, aproximadamente. Es entonces cuando lo intentamos. Si no funciona, la clasificación es definitiva. Intentarlo después sería aberrante. Los xhrea no lo permitirían jamás. Se sentirían... —Akkhaia pareció quedarse sin palabras.

—¿Humillados?

—Tal vez. Usados de modo impropio. No puedo imaginar bien el concepto y carezco de palabra.

—¿Crees que Hithrolgh estaría dispuesto a intentarlo contigo?

—No.

—¿Por qué?

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—Porque cabe la posibilidad, por remota que sea, de que muchos de vosotros no hayan alcanzado la madurez sexual hasta mucho después de los quince años reglamentarios. Si ese xhrea ha podido ser implantado por Nico, quizá tú podrías implantar a Hithrolgh.

Akkhaia clavó la vista en el vacío durante dos minutos del reloj de Charlie.

—No —contestó por fin.

—¿Por qué no? Tenéis una larga relación, estáis solos aquí, quiero decir que, si no funciona, Xhroll no tendría por qué enterarse. Lo que está en juego es vuestra supervivencia como especie y vuestra liberación de nuestro planeta. Si funciona, no nos necesitaréis para nada; vuestro futuro será sólo vuestro. No tenéis nada que perder.

—Es imposible, Charlie. Un xhrea no puede concebir. No puede.

—¿Por qué?

—Porque es xhrea.

—Esa es sólo una clasificación lingüística.

—Que refleja la realidad.

—O que la impone y no os permite pensar de otra manera.

Ankhjaia'langtxhrl se quedó pensativo unos segundos:

—¿Tú intentarías implantar en un cadáver?

—¡Pero qué animaladas se te ocurren, Akkhaia! Por supuesto que no.

—¿Por qué?

—Porque es imposible. Porque un cadáver...

Charlie se interrumpió de pronto al darse cuenta del razonamiento de Ankhjaia'langtxhrl.

—¡Pero ahora tenéis la prueba de que puede funcionar a pesar del bloqueo causado por el cliché lingüístico, Ankkhaia! ¿No lo ves? Como Nico no lo sabía, no tuvo ninguna barrera para intentarlo. ¡Y funcionó! Ahora podría ser igual contigo y con Hithrolgh, con miles de vosotros.

—Incluso si funcionara, toda nuestra sociedad cambiaría. Si es como tú piensas, es posible que muchos xhrea se conviertan no sólo en abba sino en ari-arkhj; es posible incluso que los xhrea desaparezcan como tercer miembro de nuestra sociedad. Las consecuencias son incalculables.

—La alternativa es la extinción o la dependencia de una especie xhri que os hará pagar cada nueva vida.

Akkhaia volvió a guardar silencio. Se levantó por fin, muy despacio.

—Primero es Xhroll. Hablaré con Hithrolgh.

Nico, sentado en un sillón de la Sala Olimpia y rodeado de gente por todas partes, parecía un rey medieval recibiendo el tributo de sus vasallos.

Le habían buscado a toda prisa un uniforme tres tallas mayor que el que había usado hasta entonces para camuflar en lo posible la grasa que había acumulado en los últimos tres meses y, aunque sus mejillas eran más rollizas y su vientre más prominente y blando de lo que le hubiera gustado para su aparición en público, el bigote recién recortado y la sonrisa de perdonavidas le daban el aire del Nico Andrade que todos conocían.

Hacía unos minutos que había terminado el acto oficial y mientras el Alto Mando estaba reunido con los representantes de Xhroll, Nico había acudido en triunfo a la Sala Olimpia a relatar sus aventuras a amigos y colegas.

Se le había advertido desde el primer momento de que sólo le estaba permitido narrar sucesos directamente relacionados con su experiencia personal hasta que se decidiera qué datos podían pasar a conocimiento público pero cuando llegó Charlie, después de varias horas de conversaciones oficiales, lo que Nico, ya bastante bebido, estaba contando sonaba más bien a las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas.

—¡Qué tías, muchachos! ¡Qué tías! Como las que habéis visto aquí, pero mejores. Y todas pendientes de mí, de mi bienestar, de mis caprichos. En bandeja me llevaban.

Charlie esbozó una sonrisa torcida y se acercó a una de las máquinas de café. Sacó una taza y, con ella calentándole las manos, se unió al pequeño grupo de incondicionales que aún rodeaba a Nico. Los demás se habían ido cansando y retirando poco a poco.

Charlie se apoyó discretamente en una de las columnas metálicas, semi oculta a los ojos de los boquiabiertos oyentes y escuchó sin participar.

—... pero a una me la tiré —estaba diciendo ahora con la voz cada vez más arrastrada—. Imaginaros, yo estaba ya a punto de soltar el bicho. Tenía una barriga de aquí a la Tierra y la tonta de la xhroll, pensando seguramente que en mis circunstancias ya no era peligro para nadie, se pone a hacer experimentos de laboratorio en mi misma habitación. Con un vestido corto y sin bragas.

Las risas punteaban la narración de Andrade.

—Me la tiré, tíos, ¿qué queréis que os diga? Así, sin más. Con un poco de suerte, ahora es ella la que lleva un bicho dentro.

Las carcajadas le impidieron continuar.

—No, Nico. —Todos los ojos se volvieron hacia ella. Hubo un par de esbozos de saludo reglamentario que Charlie acalló con un gesto de la mano—. Esa mujer a la que tú te tiraste, según acabas de contar, no puede haberse quedado embarazada porque no es una mujer, ¿sabes? —Charlie llevaba tanto tiempo preparando las mentiras, buscando el momento adecuado para lanzarlas, que la primera le salió fluida y natural, perfectamente creíble, como de costumbre.

—¿Qué? —Tenía la frente húmeda de sudor y las mejillas enrojecidas—. Si lo sabré yo, que se la metí.

—También se la metiste a la otra y ya ves lo que pasó.

Los ojos iban de Charlie a Nico como en un partido de tenis.

—El problema que tú tienes, Nico, es que te empeñas en no ver la realidad aunque la tengas delante. ¡Qué delante! Ni aunque la tengas dentro.

—¿Qué realidad? —su voz temblaba. Hubiera dado cualquier cosa por hacer callar a Charlie Fonseca.

—La mujer a la que tan orgullosamente te tiraste es un hombre, teniente Andrade. La otra, la que te hizo madre, también.

—¿Qué? —esta vez fue el rugido de varias voces.

—Ni tú ni yo hemos visto una sola hembra en todo el tiempo que hemos estado en Xhroll. Sus mujeres son sólo madres y no se dedican a otros trabajos, ni a pasearse por ahí para que tú las veas. ¿Cuándo has visto tú a un abba?

—Pero... pero los abba... no... no son...

—Sí son. Son lo mismo que tú para ellos. Madres. Reproductoras. Hembras. Los machos son todos los demás.

Cuando se dio la vuelta para marcharse lo único que se oía era el ruido que hacía Nico vomitando.

—¡Ah! —añadió, girándose a medias hacia el grupo, lista para lanzar el resto— y ellos pueden preñar a nuestros hombres, como tú bien sabes. A nuestras mujeres no. Ni nuestros hombres a sus machos, por mucha pinta de mujeres que tengan. Y además, gracias a nuestro héroe aquí presente, el teniente Nicodemo Andrade, los xhroll han aprendido que es posible preñar a un hombre, quiera o no quiera; que es posible violar. Antes no se les había ocurrido, pobres subdesarrollados.

En la puerta de la sala echó una mirada hacia atrás y comprobó, complacida, que Nico no era el único que estaba vomitando.

El comandante Kaminsky, que conversaba con el capellán católico, la cogió suavemente por el codo cuando Charlie enfilaba el pasillo que llevaba a su cubículo.

—Capitana, no quiero entretenerla, se merece usted unas horas de descanso, pero los Xhroll me han pedido que la localice discretamente. Desean despedirse ya.

Charlie se dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección opuesta flanqueada por Kaminsky y el capellán.

—Fonseca, una pregunta extraoficial. Pura curiosidad. ¿De verdad no tienen nada esos xhroll que pueda interesarnos?

—No, mi comandante. Como no sean manuales de jardinería. Ya ha visto usted que las naves de la Flota no tienen nada que envidiar a las de Xhroll. Y ellos ni siquiera tienen estaciones ni bases extraplanetarias.

—¿Armas?

—Mi opinión personal es que tienen algo guardado para casos extremos pero no quieren mostrarlo ni usarlo. Puedo equivocarme, por supuesto, señor.

—¿Y minería?

—Nada que no tengamos. Está todo en el informe.

—¿Y no se podría, por lo menos, enviarles a unos Padres Misioneros? —intervino el capellán.

Charlie reprimió una sonrisa:

—Supongo que se podría, pater. Son gente educada. Los recibirían bien.

—Pero ¿hay posibilidades de convertirlos? ¿Qué cree usted? Ellos aman la vida y la naturaleza, ¿no es así? Aman la obra divina. De ahí a creer en Dios no hay más que un paso. Dígame, capitana Fonseca, ¿ve usted posibilidades?

Charlie y Kaminsky cruzaron una mirada:

—Pocas, pater, la verdad. Los xhroll no tienen mucho interés en contactos futuros. Lo han dicho mil veces.

—Bien, nunca se sabe. Me pondré en contacto con el Santo Padre. —Concluyó frotándose las manos.

Hithrolgh y Ankhjaia'langtxhrl la esperaban a la entrada de su propia nave en el hangar tres. Los miró un instante desde lejos como si fuera la primera vez y no la última: altos, delgados, inescrutables, vestidos de negro de pies a cabeza con una túnica blanca, abierta y sin mangas como concesión a la estética de sus anfitriones. Extraños. Lejanos. Fríos. Llenos, sin embargo, de un amor casi incomprensible para los humanos, un amor global, plural, abstracto.

Akkhaia sonrió al verla llegar. Estaba progresando, ya casi parecía una sonrisa. Hithrolgh lo imitó sin éxito.

—¿Está bien el hol'la? —fue la primera pregunta.

—Como una flor. He aceptado su tutoría legal.

—Eres el ari-arkhj de su abba. Tienes derecho.

—Sí. Nico ha renunciado a todos los suyos.

—¿Hay motivos para preocuparse por su comportamiento? —preguntó Akkhaia.

—Todo arreglado. He herido su orgullo y deshinchado su vanidad, en público. No creo que vuelva a causar problemas. —Sin ningún escrúpulo omitió que había tenido que propagar unas cuantas mentiras; inexactitudes más bien—. Dentro de un par de horas todo el mundo comentará que os ha enseñado la forma de violar machos humanos. No creo que nadie os moleste en el futuro.

—Ahora tenemos futuro, Troschwkjai. Gracias a tí.

—¿Qué es eso que me has llamado?

—Tu nuevo nombre en Xhroll. Significa "el que abre un nuevo camino para llegar a un bello lugar sin dañar la vida natural que lo rodea".

—Es un hermoso nombre.

Ankhjaia'langtxhrl miró a Hithrolgh con una expresión desconocida en su rostro impenetrable. Luego a Charlie:

—Troschwkjai, dentro de siete meses de nuestro tiempo, cuando nazca el hol'la que he implantado en Hithrolgh, a los dos nos gustaría que tú eligieras su nombre.

—Lo haré. Si me enviáis una invitación oficial y venís a recogerme, iré a Xhroll con el hol'la, para que vaya conociendo su otro planeta.

—¿Cómo le vas a llamar?

Charlie sonrió:

—Primero habrá que investigar qué sexo tiene. A los humanos eso nos parece importante ya desde el principio. De momento la llamo Lenny.

Charlie estuvo tentada de darle a Akkhaia un abrazo de despedida, al fin y al cabo era una amiga, pero recordó a tiempo que, en Xhroll, dos ari-arkhj no tienen contacto físico. Con un xhrea tampoco era permisible, pero ahora Hithrolgh era un abba y, como ella nunca había conocido a un abba, ignoraba si a un ari-arkhj le estaría permitido así que se limitó a cruzar los brazos sobre el pecho:

—Hasta pronto, amigos, —fue todo lo que se le ocurrió.

Ankhjaia'langtxhrl se dio la vuelta y entró en la nave. Hithrolgh se acercó a Charlie:

—¿Podrías conseguirme información sobre la evolución jurídica de los abba de tu especie? Sé que sería más adecuado pedir esta información a un abba pero no tengo relación con ningún otro xhri y el tiempo de que dispongo no es mucho.

Charlie no daba crédito a sus oídos:

—¿Para qué? No hay ningún paralelo.

—Ahora sí. Yo he sido xhrea toda mi vida. Soy médico y miembro de uno de los círculos decisorios de contactos con los xhri. Al convertirme en abba tengo que cambiar como persona jurídica pero no me parece aceptable. Mi caso no será único. Muchos xhrea se convertirán en abba en cuanto consigamos probar que los ari-arkhj pueden implantarnos cuando hemos alcanzado la madurez. La estructura social de Xhroll va a sufrir grandes cambios. Es posible que obtengamos miles de nuevas vidas pero los xhrea se verán amenazados en tanto que xhrea. Debemos prepararnos. Necesitamos vuestra experiencia.

Ankhjaia'langtxhrl volvió a aparecer:

—Hithrolgh, te pido disculpas por mi conducta. Aún no he conseguido acostumbrarme a la idea de que ahora eres un abba y no puedo dejarte solo sin una voz que hable por tí.

Hithrolgh miró a Charlie y, por primera vez desde su ya lejano contacto inicial con los xhroll, vio en sus ojos una expresión: ¿Burla? ¿Fastidio? ¿Complicidad?

¿Solidaridad entre mujeres?

Charlie se rió de su estúpida ocurrencia. Era de todo punto imposible. Para Hithrolgh y para Akkhaia, para todo Xhroll, ella era un ari-arkhj de su especie, un macho xhri. Era un error que, antes o después, habría que corregir, pero no ahora. Aún no.

Hithrolgh se instaló en la silla flotante y, lentamente, desaparecieron en el interior de la nave. Charlie le echó una mirada a su reloj y echó a correr hacia la enfermería. Seguro que alguien habría empezado a darle el biberón a Lenny, que se había convertido en la mascota oficial de la Victoria, pero ella quería hacerlo personalmente. Al fin y al cabo era su hija.

O su hijo.

Y ella era su madre.

O su padre.

O su madre.

O su padre. O...

Dejó de correr y, a buen paso todavía, se puso a silbar.