La imagen de la bestia
Herald Childe, detective privado, investiga en Los Ángeles del futuro inmediato, asolado por la contaminación —la niebla impide prácticamente respirar sin mascarilla, la gente huye en sus coches—, la desaparición, «violación» y posible muerte de su socio. La policía invita a Childe a la proyección de una película, enviada anónimamente, en la que puede verse cómo dicho socio —sometido a la acción de una droga afrodisíaca— fornica desaforadamente y acaba siendo castrado de un mordisco. Tras asesorarse con un experto en temas de vampirismo —debido a la aparición en la película de un personaje draculino—, Childe ata cabos y se dirige a una mansión de estilo español situada en un barrio residencial, propiedad de un enigmático e inquietante personaje, el barón Igescu, para intentar localizar a su socio… o sus restos.Este caserón, lleno de pasadizos secretos, espejos simulados, una sala especial para violaciones y otras rarezas, está habitado por una caterva de seres lujuriantes: un gigantesco guardián, una serie de criaturas aparentemente humanas, que resultan ser extraterrestres, licántropos, un bellísimo fantasma femenino, etc. Childe penetra osadamente en la mansión, donde le ocurren las más alucinantes aventuras, primordialmente sexuales, con tan extraña banda.